Crónicas del Placer Don Pepe, un viejo gordo y libinidoso (Parte 03)

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Salta Montes, 3 Abr 2024.

    Salta Montes

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    La presencia inesperada de Don Pepe en el umbral de mi dormitorio me dejó sin aliento, como si un poder invisible me hubiera paralizado en el tiempo. Mis manos, suspendidas en el aire, no ataban ni desataban nada, mientras mis ojos se encontraron con los de él, abiertos de par en par, como si fueran portales hacia un abismo de fascinación y deseo. El gordo con mirada ardiente, muy fija en mi depilada intimidad de labios hinchados, era un fuego que avivaba las brasas de la incertidumbre y la excitación, que me envolvieron en un torbellino de emociones intensas y desconocidas.

    Una transformación inexplicable se apoderó de mí. Un terror indescriptible se instaló en lo más profundo de mi ser, paralizando mis pensamientos y atrapando mi voz en un silencio angustioso. Quise gritar con todas las fuerzas de mi alma, pero mis cuerdas vocales se negaron a obedecer. Solo el eco ensordecedor de los latidos de mi corazón resonaba en el vacío, marcando el compás de mi angustia y la desesperación de mi alma atrapada en un laberinto de miedos y desconciertos.


    Los pensamientos lujuriosos y obscenos que cruzaron por la mente de Don Pepe permanecieron como un misterio para mí. Sin embargo, en la intensidad de su mirada, descubrí un abismo de fascinación y deseo que me envolvía como una red irresistible, arrastrándome hacia él con la fuerza de una marea embravecida. En aquellos ojos ardientes, encontré la revelación de un anhelo indomable, una pasión que me consumía y me elevaba a nuevas alturas de éxtasis y desesperación.



    Inmóvil y vulnerable yacía en la cama apenas cubierta por la minifalda dejando a descubierta mi conchita que aún permanecía mojada con los líquidos de la masturbación, mientras la presencia de Don Pepe se cernía sobre mí como una sombra amenazante. Una sensación de vergüenza me invadió carcomiendo mis entrañas y, dejando un regusto amargo en mi boca. En una acción desesperada cerré los ojos con fuerza deseando fielmente que todo fuera una pesadilla fugaz, un truco de mi mente atormentada. Pero al abrirlos de nuevo estaba allí el regordete con su mirada ardiente cargada de deseos, que me envolvió a la cruda realidad, atrapándome en un torbellino de emociones encontradas donde el miedo y la incertidumbre se entremezclaban con la tentación y el anhelo prohibido.

    El obeso vecino avanzó lento hacia mí, parecía prolongar el tiempo hasta el límite de la agonía. Cada paso resonó como un eco de suspenso en mi habitación. La figura abultada de Don Pepe despertaba en mí un sentimiento de repulsión una sensación visceral que me retorcía en mi interior.

    —¿Cómo podía permitir que alguien así con su presencia opresiva ingresara a mi recinto privado? ¿Cómo carajos entró? —me cuestioné en silencio sintiendo el grito sofocado en mi garganta, una protesta muda que luchaba por encontrar su voz en el vacío de la desesperación.

    —Shh, no vayas a gritar zorra. —Susurró, colocando un dedo sobre sus labios mientras después lo descendía lentamente para acariciar su barbilla grasosa.

    El gesto, aunque aparentemente inocente, resonó con una amenaza velada, envolviéndome en un escalofrío de temor y desconfianza. Su voz, suave como la seda pero cargada de un peso ominoso, explotó en el silencio de mi habitación, marcando un punto de inflexión, donde el equilibrio del poder se inclinaba peligrosamente a su favor. Esa palagra grosera que escapó de los labios de Don Pepe provocaron en mí una extraña reacción, una amalgama de incomodidad y deseo que se entrelazaban en un torbellino de emociones contradictorias. Era como si mi mente y mi corazón estuvieran atrapados en un conflicto interno, debatiéndose entre el rechazo y la complacencia, entre el deseo de alejarme y la necesidad de entregarme a la fascinación que despertaba en mí su presencia imponente y desafiante. En ese momento, me di cuenta de que la línea entre la repulsión y la atracción era más delgada de lo que había imaginado.

    —Me gusta que te quedes así, en silencio —dijo con voz firme y autoritaria. Sus palabras resonaron en el aire, cargadas de un mandato implacable que me dejó sin aliento.

    Con los ojos abiertos, como si estuviera atrapada en un sueño febril, no podía creer lo que estaba ocurriendo, pero, inexplicablemente, mi cuerpo obedeció su orden sin titubear. Era como si estuviera hipnotizada por su presencia dominante, incapaz de resistirme a su voluntad avasalladora.

    Sus manos regordetas y toscas se deslizaron por mis piernas blancas hasta llegar a mi vulva pelada, que lo acarició suavemente, los rozó y se lo deslizó sobre el clítoris. En ese instante experimenté una mezcla desconcertante de rechazo y placer, una lucha interna entre el instinto de huir y la atracción magnética que emanaba de su tacto. Mi corazón latía con una intensidad desbordante como si estuviera a punto de escapar de mi pecho. En el rostro de Don Pepe, un brillo extraño destelló en sus ojos, una chispa de excitación que le anunció que se encontraba en un territorio desconocido y peligroso.

    De repente, sus ojos se encontraron con los míos, arqueando las cejas en un gesto de gran sorpresa y, dejando sus labios entreabiertos en una mueca de desconcierto. Sin pronunciar una sola palabra, se dio media vuelta y abandonó la habitación con paso muy decidido, dirigiéndose hacia la puerta principal. Un suspiro de alivio y calma escapó de mis labios mientras observaba su partida.

    Pensé que había decidido retirarse de una vez, pero pronto me di cuenta de que no era así. El sonido del clic al cerrar la puerta principal resonó en el apartamento, seguido de sus pasos cancinos que se acercaban nuevamente hacia mí. Su única intención era asegurarse de que nadie ingresara. Un escalofrío recorrió mi cuerpo mientras mis miedos resurgían con fuerza, envolviéndome en una espiral de incertidumbre y temor.

    Yacía en la cama con las piernas semi abiertas y, apoyándome en los codos levanté la cabeza para observar como Don Pepe se acercaba lentamente. En un movimiento fluido y experto se despojó de su camisa revelando un torso cubierto por una densa selva de vellos que se extendía desde su cuello hasta más abajo del ombligo. La imagen me provocó una sensación de repulsión instantánea, pero contradictoriamente también despertó en mí una extraña atracción que luchaba por emerger entre mis pensamientos confusos.

    De repente, el sonido estridente del teléfono fijo resonó muy fuerte en la habitación rompiendo la tensa atmósfera que se había instalado entre nosotros. Mientras el sonido me volvía la calma pude percibir como perturbaba a Don Pepe. Él conocía perfectamente quién estaba al otro lado de la línea. Con una rapidez sorprendente se abrochó la camisa y me lanzó una mirada intensa señalándome con el dedo índice mientras anunciaba su partida.

    —Vendré mañana —dijo con voz firme dejando en el aire un rastro de incertidumbre y expectación que se aferraba a mi mente como una prom
    esa maldita e inquietante.
     
    Salta Montes, 3 Abr 2024

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    Buena historia. Y la parte 04?
     
    JC-OL-10, 9 Abr 2024

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