Pasiones ocultas en el jardín de las canciones del recuerdo

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por gnussi98, 27 Ago 2023.

    gnussi98

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    Estoy plenamente convencido de que en el transcurso de cada existencia humana, han acontecido efímeros vínculos amorosos. Múltiples de estos romances efímeros han evolucionado hacia manifestaciones más sólidas, culminando en el punto de convergencia en el que nos hallamos en este instante: la esfera de lo carnal, el goce del sexo o la aventura de cachar. Sin embargo, también existen aquellos que apenas rozaron la realidad, encuentros como líneas tangentes en un plano, quizás se tradujeron en una única mirada furtiva, un contacto insignificante o el robo apasionado de un beso. A raíz de esta premisa, deseo plasmar una miscelanea heterogénea de narraciones concisas, que sin duda despertarán el interés del erudito cofrade, ávido de narrativas cautivadoras y nueva inspiración.

    La transformación de Lito

    Era un semestre como cualquier otro en la universidad. Los estudiantes recorrían los pasillos del centro de estudios, lamentando o celebrando distintas epopeyas de la típica vida estudiantil.

    Asi conocí, de mera casualidad, a Angelita, Lita para sus amigos, una chica miraflorina que tenia un cabello castaño lacio y corto. Sus ojos pequeños destilaban la bravura del mar miraflorino y parecían ocultar tormentas de emociones.

    Yo no tenía ganas de reír
    Tú reías para no llorar
    Yo le guiñaba un ojo a mi nariz
    Tú consolabas a tu soledad

    "Se te ha caído el carné de la biblioteca"
    , le dije, mientras le daba el alcance tras de ella. Desde que la vi me atrajo su mirada, su rostro paliducho evocaba una ternura y digamos que cierta excitación que me era difícil describir. Cuando la abordé la primera vez, estaba algo nervioso. Ya habia tenido mucho contacto íntimo con distintas mujeres, pero con ella, simplemente, era distinto. Lita agradeció el detalle, casi con un nudo en la garganta le pregunté qué estudiaba.

    Yo no contaba con muchos amigos en la universidad. Lima no era el tipo de ciudad donde un muchacho oriundo de un pequeño pueblo en la sierra, podria explayarse con facilidad.

    Me encontré con ella varias veces en los pasillos y el comedor, siempre sonreía y me saludaba amablemente. Su rostro era encantador, usaba siempre ropa holgada, no tenia casi atributos físicos sugerentes.

    Una tarde, celebraban las clasicas competencia deportivas entre las distintas facultades. El bullicio me aterraba un poco, "los limeños son bien pendejos", me habia dicho un amigo de mi pueblo. Después de estudiar en la biblioteca con un compañero de clase, a quién conocía desde el primer semestre, este me invitó a beber unas cervezas en el bar, frente a la universidad. "Despues de la interfacultades, las jermitas de letras se emborrachan y quiza podemos hacer algo", me dijo con una sonrisa cachacienta.

    Porque quiso el cielo
    Acariciar el suelo
    Con su gota a gota
    Y con champú de arena
    Para tu melena
    De muñeca rota

    No tenía mucho apuro de ligar con alguien, tenía un crisol de aventuras con mis inquilinas, el lector que desee puede leer aquí los relatos referidos a este tema. Por otro lado, me embargaba cierta curiosidad de explorar nuevas rutas carnales, más allá de los que conocía hasta ese tiempo.

    En el bar los estudiantes celebraban, festejaban y bebían. Otros dos compañeros de aula nos llamaron y compartimos una mesa entre tragos y conversaciones amenas. Al final del día, decidí irme a casa, me excusé con mis compañeros y salí.

    Cuando fui a tomar mi colectivo, observé a Lita, estaba con otros dos estudiantes, parecía que discutían. Ellos se marcharon y la dejaron sola. Me acerqué a ella, note de inmediato que estaba ebria. Me dijo que iba a tomar un taxi a su casa. Le ofrecí llevarla, era fin de semana y no tenia muchos planes.

    En el taxi se puso a llorar, me dijo que no podía llegar así a su casa, por petición de ella, bajamos unas cuadras antes de su destino. Mientras caminamos, me tomó del brazo y me susurró, "¿crees que soy bonita?" Me quedé mirándola un rato, confundido.
    "Eres muy hermosa", repliqué. Ella se echó a llorar de nuevo, "mis amigos me tratan como un hombre", dijo nuevamente. Me contó que jugaba fútbol y no le gustaba usar maquillaje, pero yo seguía viéndola bonita. "Incluso me dicen Lito por molestarme", confesó.

    Yo la abracé, sentía cierto dolor en su alma, ese dolor que yo conocía muy bien. La besé, y ella correspondió. Casi abrazados la llevé a su casa. Estaba más calmada.

    Yo no jugaba para no perder
    Tú hacias trampas para no ganar
    Yo no rezaba para no creer
    Tú no besabas para no soñar

    Días después nos volvimos a ver, quería conversar conmigo. Estaba molesta, sintió que me había aprovechado de ella en su estado. Le di la razón, le ofrecí disculpas. "Siempre pensé que mi primer beso sería diferente", susurró con amargura. No dije nada. "Si tan solo fueras, ya sabes, distinto", agregó. No sabía a que se refería y se lo hice saber. "Ya sabes, menos cholo", me dijo. No respondí nada y me despedí.

    Ese semestre llegó a su fin. Cuando salía de un examen, me la topé, tenía los ojos llorosos. "¿Porqué cuando todo me va mal, me encuentro contigo para peor?", espetó medio furiosa. "¡Ta cojuda!" Pensé. Y sin meditarlo mucho, le respondí: "soy humilde, cholo y todo lo que tu quieras, pero tengo poca tolerancia a la cojudez y las cojudas". Sus ojos se abrieron de par en par, se acercó con furia hacia mi y casi me gritó: "¿qué has dicho?". Sin explicaciones le tomé con fuerza el rostro y la besé con furia. Ella se separó y repetí lo mismo, esta vez ella correspondió al beso, nuestras bocas se quedaron pegadas durante un largo rato. "Chibola cojuda", le dije y me marché. Ella se quedó parada sin saber que hacer.

    Los mismos alfileres de vudú
    El mismo cuento que termina mal

    Algunas veces me la volví a cruzar, nunca me saludó de nuevo. Años después, dejó su carrera y se convirtió en una coach con relativo éxito en Perú. Un dia, husmeando un video suyo, relataba que desde que le dieron su primera muñeca supo que era lesbiana.
     
    Última edición: 27 Ago 2023
    gnussi98, 27 Ago 2023

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    Un último huayno en París

    Esta tarde llueve, como nunca; y no
    tengo ganas de vivir, corazón.

    Oiga parce, deje se ser marica y vámonos a Paris”, me dijo Esteban en el bar.
    Ya me lo había propuesto antes. Era su máxima ilusión conocer la Ciudad de la luz, como él le decía. Yo siempre me negué. La mera mención del nombre despertaba en mí una serie de prejuicios negativos que habían sido alimentados por años de lecturas y estereotipos. “Ahí solo hay negros y moros correteando y viendo que te pueden robar”, le decía. "¿La Ciudad de la Luz?" Para mí, era más bien la ciudad de las ilusiones distorsionadas. Sin embargo, Esteban, con su peculiar forma de persuasión, logró hacerme ceder. Y así nos encontramos en un bus rumbo a París, dos estudiantes con sueños y bolsillos magros.

    El viaje en bus fue una experiencia en sí misma. Las horas se alargaban como si el tiempo hubiera decidido tomar un curso alterno, más lento y caprichoso. Pero al fin llegamos a París, la ciudad que me recibió con susurros de historia y promesas inciertas. Tal cual lo había pensado, Paris estaba atiborrado de turistas queriendo tomarse fotos en todas las posiciones. Los chinos compraban hasta las piedras de Paris. Tuve que hacer de tripas corazón y empezamos la caminata.
    París tiene su encanto, pero para un tipo pueblerino como yo, que vivió la mayor parte de su vida casi a los pies del Solimana y luego con miedo de la gran Lima, no era de mi total agrado. Sin embargo, decidí disfrutar el viaje.

    En mis tiempos de adolescente me habían fascinados los libros de escritores latinoamericanos y había leído sobre el barrio latino, casi todos los escritores latinoamericanos habían descrito más de una aventura por ahí y quería, por primera vez, saber lo que les había impactado.
    Tal cual lo predije, París resultaba una vorágine de negros, árabes, latinos y demás mezclas de almas perdidas caminando cada cual inmerso en sus pensamientos y deseos. Sólo era cuestión de no hacer caso a mis prejuicios y decidí encarecidamente desahuevarme un rato, procedimiento este que había logrado perfeccionar tanto, con los años, que ya ni siquiera necesitaba tomarme un trago o fumarme algún troncho.

    Esta tarde es dulce. Por qué no ha de ser?
    Viste de gracia y pena; viste de mujer.

    Mientras nos perdíamos en las calles parisinas, observamos un grupo de turistas. Quedé de inmediato impactado por una de ellas. “Son checas, parce”, me dijo Esteban. Esos segundos que duró nuestro contacto visual fueron casi eternos para mí. Una de ella, me impactó, era hermosa, su cabello ensortijado de color castaño caía de forma desordenada pero armoniosa por sobre su hombro. Una belleza europea en toda la regla. Su boca perfectamente delineada, sus ojos marrones y su cuerpo esbelto me dejó con más ganas de conocer París.

    Nos habíamos instalado en un motel de mochileros, una habitación amplia con varias literas (o camas camarotes) era nuestro refugio temporal. Casi todos éramos estudiantes, mochileros o aventureros en busca de experiencias en esa ciudad. Esa noche, llegamos tarde a la habitación, tratando de no perturbar el sueño de aquellos que ya descansaban, no queríamos ser puteados por algún achorado. Al día siguiente, Esteban se levantó temprano con la intención de tomar algunas fotos, acordamos encontrarnos más tarde en el bohemio Barrio Latino para desayunar. Mientras tanto, yo permanecía remoloneando en la cama, resistiéndome a levantarme después de la agitada noche anterior.

    Pude notar que no había nadie en la habitación, quizá los mochileros habían salido muy temprano o no todos habían llegado a dormir. De pronto escuché susurros y risitas, y mi sorpresa fue monumental, al identificar la fuente de estos sonidos: las turistas checas que habíamos visto el día anterior. Lentamente cubrí mi rostro con la sábana, pero con un ojo curioso pendiente de lo que podría suceder. Las chicas salieron charlando en un idioma desconocido para mí; solo la turista pelirroja permaneció, envuelta en una toalla, sentada en la otra cama. Traté de no perder detalle mientras ella se levantaba y dejaba caer la toalla al suelo. La excitación y sorpresa parecían estallar en mi cabeza.

    Mis violentas flores negras; y la bárbara
    y enorme pedrada; y el trecho glacial.
    Y pondrá el silencio de su dignidad
    con óleos quemantes el punto final.

    Era una visión de la belleza en su estado más puro, desde la punta de los pies a la punta de sus rizos rojos. Su figura era per-fec-ta, su piel era suave, comprendí de inmediato la razón de tantos desnudos europeos en el arte. Frente a mí se encontraba aquella musa desnuda, los pelitos de su conchita se veían finos, podía decir que eran tan finos como hilos de seda, que hasta transparentaba su pequeña vulva, y hubiera dado lo que fuera por tenerla entre mis manos. Ese momento pareció eterno mientras ella se vestía lentamente, deleitando a un sádico como yo.

    Cuando toda esa vorágine de emociones pasó, salí corriendo a tomar una ducha y encontrarme con Esteban, necesitaba algo de aire además de un sacro santo pajazo. Esteban me vio agitado, sólo le conté que las turistas checas compartían habitación con nosotros. Después de un largo paseo, le dije a Esteban que quería ir al Monparnasse, donde descansaban los restos de nuestro poeta universal César Vallejo. Esteban se excusó, así que decidí ir solo.

    En mi mente recordaba los poemas de Vallejo, que de niño aprendía en la escuela, me imaginé, por un momento, a mí mismo, como una versión moderna de Paco Yunque. Mi fantasía terminó de un porrazo cuando por esas casualidades sin sentido del destino, frente a mi caminaba, sin ningún apuro, la turista de cabello rojo. Llevaba en una mano un libro de Baudelaire. Nuestras miradas se cruzaron por un momento y casi sin pensarlo me acerqué a ella dispuesto a hablarle. No sabía ni que decir. Unas horas antes había visto la hermosura de su cuerpo desnudo frente a mí. Sólo atiné a soltar un estúpido “Hello”, ella respondió al saludo. “Have you come to visit a special person?” (¿has venido a visitar a alguna persona en especial?), agregué, todo acojudado. Ella sonrío y me mostró el libro. Su inglés era perfecto, apenas un pequeño acento imperceptible. Conversamos un poco más, yo estaba muy nervioso. Ella dijo que continuaría su camino, sin saber cómo retenerla a mi lado, le pregunté: “How can I get to see you again?” (¿cómo puedo volver a verte?). Ella sonrío de nuevo, con esa frescura que la caracterizaba, acercó sus labios lentamente a mi rostro que, y lo juro, pude sentir no sólo su aroma, sino también la suavidad de su piel, y me contestó: “I think you've already seen too much this morning.” (creo que ya has visto mucho esta mañana), antes de alejarse y con una sonrisa de complicidad señaló un anillo de compromiso que llevaba en la mano y se despidió sin volver atrás.

    Durante el viaje de retorno a casa, le dije a Esteban: “deberíamos ir la próxima vez a Praga, he leído que tienen buena cerveza y la comida está muy buena y barata por allá”. Esteban me quedó mirando un rato y me dijo “Marica, ¿esa turista te enloqueció, no?”, mientras en mis auriculares, escuchaba una canción de Susana Baca:

    Esta tarde llueve, llueve mucho. ¡Y no
    tengo ganas de vivir, corazón!
     
    Última edición: 5 Mar 2024
    gnussi98, 5 Mar 2024

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    rasputin17, 7 Mar 2024

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