Una mirada al mundo

Tema en 'Actualidad Internacional' iniciado por Christmas, 11 Sep 2011.

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    Hace unos días, leyendo la edición semanal impresa del diario el País que me he propuesto leer todos los domingos, encontré un reportaje que realmente me impactó, no sólo por su contenido sinó por la calidad inigualable del mismo.

    Por ello es que el día de hoy me animo a crear este pequeño espacio que lo he titulado, "Una mirada al mundo" Espero que aquí podamos compartir reportajes, artículos, entrevista; cualquier tipo de información de calidad que nos permita conocer más de cerca la realidad internacional para poder tener un mejor panorama del mundo en que vivimos y de su protagonista principal.

    Empiezo este post con el reportaje del periodista Jon Sistiaga del diario el País. Leyéndolo podremos darnos cuenta hasta donde puede llegar el salvajismo humano producto de la ignorancia y el anclaje en el pasado de mucha gente. Os los recomiendo.

    Para los que quieran ver este reportaje en TV os cuento que el miércoles 14 de Septiembre, Canal + de España lo pasará en vivo a las nueve de la noche (hora española) y seguramente pronto lo tendremos en Youtube. Estaré atento.
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    Christmas, 11 Sep 2011

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    Esta brutalidad ocurre en África oriental, en particular Tanzania, donde la población albina es discriminada y asesinada para ritos de hechicería. Recuerdo que no hace pocos años la gente se fue contra ellos cuando las inundaciones asolaron el país.
     
    drais, 12 Sep 2011

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    Blancos de la magia negra


    Tomado de El País.- Por JON SISTIAGA.- Eran tres. Entraron en la choza y empezaron a golpearnos a todos. Uno llevaba una botella de queroseno. Me agarraron entre los tres. Me inmovilizaron y empezaron a cortarme el brazo a machetazos. Cuando acabaron salieron corriendo con mi brazo y gritaron a mi madre que me echara el queroseno en la herida hasta que cauterizara y dejara de sangrar. Yo ya estaba desmayada…”. Kabula Nkalango, de 14 años y albina, tiene la mirada triste y una sonrisa forzada de quien ha visto el Horror y ya no espera nada sano de esta vida. Lleva un año en una escuela especial a 160 kilómetros del lago Victoria, en Tanzania. Un lugar de acogida e integración para niños albinos traumatizados. Nunca antes había ido al colegio. Era analfabeta, aunque ahora ya es capaz de leer y hacer sumas y restas. “Cuando llegó estaba psicológicamente devastada. Tenía pesadillas y se despertaba pensando en las caras de los hombres que le arrancaron de cuajo su brazo derecho”, me dice Peter Ajali, el director de las escuelas Buhangiya.

    Kabula habla pausado y no sostiene la mirada. Prefiere agachar la cabeza y cruzar su brazo izquierdo sobre el pecho, por encima del uniforme azul del colegio, como queriendo ocultar que le falta el otro brazo. Es tímida y recelosa, aunque sus profesores le insisten en que hable con el periodista porque, dicen, “el mundo tiene que saber lo que pasa aquí”. Y lo que pasa en Tanzania es que el 60% de la población cree en la brujería, sobre todo en la llamada “brujería muti”, que en sus formas más extremas utiliza partes humanas para sus conjuros y brebajes. Desde hace unos años, los hechiceros que la practican han señalado a los albinos, un sector social especialmente estigmatizado en ese país, como los objetivos más fáciles para este tipo de magia negra. Lo más normal es que se profanen las tumbas de los albinos fallecidos por accidente o enfermedad para así robar sus huesos y dárselos a esos chamanes. Pero el verdadero muti, para que sea realmente efectivo, necesita que los órganos o miembros humanos se arranquen en vivo para que los gritos y el dolor del sacrificado potencien el efecto del conjuro. Por eso los traficantes de órganos que atacaron a Kabula le dieron una botella de queroseno a su madre, porque su misión no era matarla, sino mutilarla, lo cual no les hace menos crueles, pero sí demuestra el grado de deshumanización y locura al que pueden llevar unas creencias ancestrales: “No nos eches la culpa, nos envían solo para cortarle el brazo, no queremos matarla”, le gritaron a la madre de Kabula, que tuvo la suerte de sobrevivir.

    ASESINATOS RITUALES Y SACRIFICIOS

    Ha habido al menos 60 asesinatos rituales de albinos en Tanzania en los últimos tres años, 16 en Burundi, 7 en Kenia. Estos son los muertos comprobados e investigados por las diferentes policías, pero varias ONG calculan que los sacrificios humanos pueden haber sido centenares, porque los ocurridos en las zonas más remotas y aisladas ni son tenidos en cuenta. “La culpa la tienen todos los mitos extendidos por los brujos de que los albinos tienen algunos poderes mágicos y que sus órganos pueden utilizarse en pociones mágicas para conseguir que los ricos sean más ricos o triunfen”, asegura Vicky Ntetema, directora de la Fundación Under the Same Sun (Bajo el Mismo Sol) y antigua delegada de la BBC en Dar es Salam. Hace cuatro años realizó la primera denuncia periodística sobre la persecución de los albinos en Tanzania grabando con cámara oculta a varios brujos que hacían magia negra con humanos. Desde entonces lleva escolta, ha dejado el periodismo y ayuda a este colectivo.

    La sede de su ONG está rodeada de vallas electrificadas y guardias de seguridad porque 10 de los 14 miembros de su equipo son albinos. Para Vicky, la permisividad de la Administración tanzana con esos brujos tiene una explicación clara: “Hay gente en el Gobierno bien formada, bien educada, que cree en los brujos. ¡Políticos, ministros, líderes religiosos, policías y empresarios acuden a ellos! Hay políticos que visitan a los brujos durante las campañas electorales para beber las pociones mágicas que supuestamente les harán ganar las elecciones. ¡Y luego esa gente es la que tiene que decidir si a los brujos se les permite o no continuar con sus prácticas…!”. No es una denuncia en falso. El único diputado albino elegido en las urnas, Salum Khalfan Barwani, por el partido de la oposición al presidente Jakaya Kikwete, nos comentó en su oficina que él había ganado su escaño “sin recurrir a la brujería, no como otros diputados del Parlamento”.

    El albinismo es un trastorno genético hereditario, una falta de pigmentación en la piel, el pelo y los ojos. En Europa lo sufre una de cada 20.000 personas, pero en Tanzania hay un caso cada 4.000 habitantes. El Gobierno ya ha censado a unos 8.000 albinos, pero la Sociedad Tanzana de Albinos, una institución financiada con dinero público, calcula que hay unos 160.000.

    En nuestro mundo, un albino es uno más, pero en Tanzania, como en casi toda África del este, un albino es un ser inferior. En este país, por el que pasan 600.000 turistas al año para ver el Serengeti o el Kilimanjaro o la isla de Zanzíbar, muchos creen que los albinos son una maldición divina, o que son gafes que traen mala suerte, o que son hijos del demonio, o que son, simplemente, subproductos de un adulterio o una enfermedad venérea. En Tanzania, los albinos son discriminados, segregados y en muchos casos perseguidos, asesinados o mutilados. Los mitos construidos sobre su supuesto carácter sobrenatural y maléfico no tienen ningún sentido, pero de alguna manera han calado entre la población. Por eso los asesinos de albinos actúan con enorme impunidad, porque cuando a un colectivo se le estigmatiza en la categoría de infrahumano es fácil pasar, sin demasiados prejuicios, a la fase del eliminacionismo.

    LOS ALBINOS NO MUEREN, DESAPARECEN

    Que los albinos no son humanos, sino fantasmas o presencias espectrales, es una de las leyendas más comunes sobre ellos. De hecho, en las zonas rurales se tiene la convicción de que un hijo albino es una condena de mala suerte para toda la familia. Así que a ese niño se le aparta de la familia, se le aleja al establo, con los animales, y se espera hasta que se desvanezca, porque, según esta creencia, los albinos no mueren, sino que desaparecen: “Mira, te voy a explicar de dónde viene ese mito estúpido”, dice Babu Sikare, un albino tanzano que vive en Estados Unidos. “La razón es que, tiempo atrás, realmente sí que desaparecíamos… ¡pero porque nos solían matar…! Y después de asesinarnos nos desmembraban y hacían desaparecer los cuerpos. Nos mataban y luego decían que nos habíamos desvanecido, porque no se nos volvía a ver… No se perseguía a nadie, no había prensa detrás como tú ahora. Y la gente se creía que nos evaporábamos…”.

    Babu tuvo la suerte de nacer en la capital, Dar es Salam, en el seno de una familia que lo quiso y lo trató como uno más. Fue el número uno en su clase y consiguió una beca para estudiar en Ohio (EE UU), donde trabaja en un banco de inversiones. Lo que peor lleva es que la gente crea que traen mala suerte. En sus ratos libres es cantante de rap bajo el nombre de Albino Fulani (Un Albino Cualquiera); pasearse con él por un mercado de Dar es Salam es como llevar una diana de desprecio en la espalda. En mi escaso suajili puedo escuchar cómo, a nuestro paso, muchos individuos susurran la palabra wazungu, una expresión despectiva de la época colonial que podríamos traducir por “putos blancos”: “La gente me llama de todo. Me dicen zeru, zeru, que significa cero, o sea, nada. Me llaman kaburu, que en Sudáfrica era el insulto a los blancos racistas. Y ahora tienen una nueva expresión, nos gritan dili, un diminutivo del inglés deal, es decir, negocio. Muchos me ven como un negocio, un business. Si me cortan la mano, hacen negocio. Pillan pasta. Así que no te sorprendas si vamos por la calle y alguien grita: ‘¡Ei, Dili!’. Se refieren a mí, amigo, no a ti”.

    ¿Pero quién usa este tipo de brujería asesina? Está claro que en una sociedad atrasada cualquier superchería se puede convertir en dogma, pero no se puede decir que esta sea una brujería de las clases bajas. En Tanzania, un país donde el 80% de la población vive en el umbral de la pobreza, no todo el mundo puede pagar 800 euros por una mano o 1.600 por una pierna, que es como se cotizan actualmente los órganos de albinos en el mercado negro. Son muchos los que creen en la magia negra, incluso en las capas más altas de la sociedad. Pero casi todas las investigaciones apuntan a que son los mineros del interior y los pescadores del lago Victoria los que más recurren a esa magia para tener suerte y riqueza.

    “Todos gritábamos, pero no podíamos hacer nada. Mis padres habían fallecido, vivíamos con mi tía, que estaba aterrorizada”, me cuenta Tyndi Mbushi. Ella es albina, de la región de Geyta, donde las minas de oro son el sustento de la población. A ella no la tocaron porque el alboroto asustó a los liquidadores, pero sí tuvieron tiempo de cortar a machetazos la pierna derecha de su hermana Bibiana. “También intentaron cortarle la izquierda, pero cuando nos pusimos todos a gritar salieron corriendo solo con una pierna. Bueno, con la pierna y con los dos dedos que le cortaron al intentar poner la mano para defenderse”.

    Hablan con toda su familia de adopción arropándolas y dándoles cariño. Bibiana prefiere dejar a su hermana el relato gráfico de los hechos. Un relato desgarrador en una niña de apenas 12 años. Quizá por eso, por ser tan pequeña, lo cuenta de esa manera tan directa y horrible, sin adjetivos y sin detalles. Bibiana me enseña los terribles costurones que le dejaron los dos machetazos en su pierna izquierda, justo por la ingle, mientras se apoya en la muleta que le ayuda a andar. “De mayor quiero ser banquera para ayudar a mi familia y a las personas pobres”, dice con una tremenda ingenuidad. Le pregunto qué siente por los hombres que la mutilaron, si rencor, odio o quizá perdón, y me contesta con un sonoro silencio que probablemente contiene muchas más opciones de las que yo le he planteado.

    POLVO PARA ATRAER LA PESCA

    ¿Pudo la pierna de Bibiana acabar como una especie de detector de metales en alguna mina de oro? ¿Pudo su sangre ser vertida en una galería oscura para intentar encontrar la veta buena que sacara a unos mineros sin escrúpulos de su miserable existencia? Bibiana nunca lo sabrá. Ella ha sobrevivido. Es otro ejemplo que contradice la leyenda de que los albinos se desvanecen. El mito de que son almas negras encerradas en cuerpos lívidos esperando encontrar otro organismo que colonizar.
    “Es una leyenda muy conocida que los trozos de albino traen buena suerte. Es una tradición que viene de siglos, de nuestros padres y abuelos, cuando nos decían que los albinos simplemente desaparecían”, reconoce Waega Makuruka, un pescador del lago Victoria que accede a hablar sobre el tema en una apartada cala llena de pescadores furtivos. No somos bien recibidos en esa playa. Somos blancos, llevamos cámaras, somos un imán para la policía… Algunos nos gritan que no les enfoquemos para no ser reconocidos; otros, que nos vayamos. “A mí me han dicho que se utilizan huesos de albino, pero no sé qué partes realmente”. Waega habla de soslayo y con titubeos, porque muchos de sus compañeros intentan acercarse para escuchar lo que dice y saber si habla de más.
    El contacto que nos ha llevado hasta allí ha sido rotundo: “Aquí todo el mundo cree en esa brujería”. La zona de Mwanza se hizo famosa gracias al documental La pesadilla de Darwin, que retrataba la pesca a destajo de la perca del Nilo para su exportación, dejando a los habitantes locales para alimentarse apenas las raspas. Son esos pescadores, según Ntetema, los que acuden a los brujos para encontrar los bancos de peces: “Deshuesan las manos cortadas, muelen los huesos, y ese polvo lo esparcen por… lo que sea, el mar, el lago, para que el pescador haga más capturas… Pero también usan el pelo rubio, pelo de cabeza de albino. Primero lo fríen, luego lo raspan y después lo espolvorean por donde creen que está el banco de peces”.

    Dagumoto es la palabra utilizada en la jerga de los hechiceros para denominar los asesinatos por encargo o los sacrificios rituales. Masalu Luponya es un brujo de la zona de Geita acusado hace unos meses de encargar el asesinato de un albino. Finalmente fue liberado por falta de pruebas. Cuando le pregunto si es un brujo malo o un brujo bueno, enseguida me hace la distinción: “La brujería buena utiliza raíces y animales, la mala utiliza árboles y personas humanas. Yo soy de los buenos”. Luponya es alto, de sonrisa franca, de mirada directa y chispeante, y un gran anfitrión. Sabe caer bien, condición indispensable para un buen embaucador. No le va nada mal el negocio de brujo. Tiene varias chozas y un enorme terreno de cultivo donde están enterrados sus antepasados. Cuando llegamos está delante de esas tumbas, porque dice que sus ancestros le cuentan quién viene a visitarle y por qué. Le arranco la primera carcajada cuando le digo que mi contacto le llamó ayer al móvil y que por eso sabía que veníamos.
    Nos hace pasar a la choza donde recibe a sus, llamémosles, pacientes. Enseguida me muestra todo su arsenal de alquimista, todos sus abalorios de curandero y toda su retórica para defender que la magia negra es muy peligrosa, y que solo los más expertos pueden usar porque, si no, sus efectos pueden ser devastadores: “Los asesinatos vienen de hace mucho, mucho tiempo. Primero iban a por las embarazadas; después, a por los calvos; luego, a por la gente que tenía una marca como una M en la mano, y después comenzaron con los albinos”. El hechicero Luponya habla con vehemencia. Controlando sus silencios y jugando con las pausas dramáticas. Mira a los ojos directamente, pero eso, que en otro interlocutor sería una cortesía o una señal de franqueza o de seguridad en sí mismo, me produce cierto desasosiego. Como si su mirada me taladrara y estuviera tocando mi alma. Al salir de la choza me invita a probar un brebaje, un antídoto para venenos, dice, que rechazo cortésmente.

    CANIBALISMO, VAMPIRISMO Y MAGIA NEGRA

    Muy cerca de los dominios del brujo, a escasos kilómetros del parque nacional de Serengeti, ocurrió uno de los sucesos más estremecedores en esta persecución delirante contra los albinos. Mariam Emanuel, de cinco años, fue asesinada en la choza de su abuelo delante de su hermana. Nindhi, que no padece albinismo, pudo ver todo lo que ocurría desde un rincón de la habitación e incluso reconocer a uno de los asesinos, Kazimili Mashauri, un individuo de la misma aldea, que fue condenado a muerte el año pasado.
    Encontramos a Nindhi en otro colegio privado de acogida, acompañada de su tutor, que le anima a contarnos lo que pasó tal y como lo hizo ante el juez: “Me taparon la cabeza con una manta, pero la abrí un poco para ver qué estaban haciendo. Los asesinos taparon la boca de Mariam y con un cuchillo la degollaron. Entonces uno de ellos recogió en un cazo toda la sangre que salía de su cuello y cuando se llenó, empezaron a bebérsela. Uno detrás del otro. Cuando terminaron de beber la sangre sacaron una bolsa grande y cortaron a hachazos las piernas de Mariam. Yo creo que ya estaba muerta. Las metieron dentro y huyeron”. Lo cuenta de corrido mientras nosotros contenemos la respiración. Aunque el griterío de los niños en el patio del colegio es ensordecedor, todo parece detenerse en cuanto esta niña, tan pequeña y tan adulta, se pone a hablar. Me despido de ella con la preocupación de haberla desestabilizado, aunque el director nos dice que no nos preocupemos. Tiene asimilado lo que pasó, nos asegura, es una buena estudiante y saldrá adelante. Y nos recomienda que vayamos a visitar al abuelo.
    La aldea de Ngalongo no está lejos de Mwanza ni lejos del lago Victoria, donde probablemente acabaron los miembros de Mariam. Son apenas una decena de chozas de familias pobres que viven en una economía de subsistencia. Cuando llegamos a la casucha donde vivía la cría, su abuelo, Mabula Fimbo, de 78 años, está comiendo una pasta de flor de yuca mezclada con maíz. “Comida de pobres”, me dice ofreciendo una cucharada.
    “Claro que conocía al asesino. Éramos más que amigos. De hecho, éramos medio parientes… Solo espero que haya algún tipo de justicia divina”, relata con un hablar cansado. Mabula nos cuenta que el tipo sigue en la cárcel a la espera de ejecución. Que en el juicio no reconoció los hechos, ni por qué lo hizo. Que cada vez que ve a sus familiares siente una mezcla de odio y tristeza, pero que no puede hacer nada. Todas las pertenencias de este hombre, que cría unas cabras para sobrevivir, caben en una maleta que tiene semicerrada en uno de los dos cuartos de la choza.
    Le pido que me enseñe la tumba de Mariam y le pregunto si no teme que intenten profanarla. Me mira, me lanza algo lejanamente parecido a una sonrisa de complicidad y me pide que le acompañe a su cuarto.
    Al entrar se agacha, levanta el jergón sucio donde duerme y me enseña, ahí, debajo de su propia cama, la tumba de su nieta Mariam. Ante mi cara de estupor, agachado delante del colchón, mirando ese suelo duro donde no hay lápida, ni flores, ni velas, me susurra: “Es que si la entierro ahí fuera, seguro que acabarían profanándola y llevándose sus huesos”.

    Mientras le ayudo a bajar la cama, me pregunto a qué extremos de amor y devoción hay que llegar para enterrar a alguien dentro de casa. Qué desolación hay que sufrir para dormir todas las noches con esa presencia etérea en la habitación y qué remordimiento por no haber podido evitar su muerte.
    Canal + estrenará el reportaje ‘Blancos de la ira’, sobre los albinos en Tanzania, de Jon Sistiaga, el 14 de septiembre, a las nueve de la noche.
     
    Christmas, 15 Sep 2011

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    El albinismo es un desorden genético y en Africa Oriental debe ser común porque, según los investigadores, los portadores de mayor cantidad de marcadores genéticos son de esa región. Cuando se aleja de la zona el número decrece. Cabe recordar que es Africa del Sur y oriental el lugar del origen del hombre moderno hace alrededor de 200,000 años.

    Por otra parte, ser diferente es visto de distintas formas en cada cultura. En el caso de Tanzania, la gran extensión del país y la dispersión de la población hasta tiempos recientes hace que el temor a la diferencia sea mayor.
     
    drais, 16 Sep 2011

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    El albinismo, es una condición genética en la que hay una ausencia congénita de pigmentación (melanina) de ojos, piel y pelo en los seres humanos y en otros animales causado por una mutación en los genes. También aparece en los vegetales, donde faltan otros compuestos como los carotenos. Es hereditario; aparece con la combinación de los dos padres portadores del gen recesivo.

    En los individuos no-albinos, los melanocitos transforman el aminoácido tirosina en la sustancia conocida como melanina. La melanina se distribuye por todo el cuerpo dando color y protección a la piel, el cabello y el iris del ojo. Cuando el cuerpo es incapaz de producir esta sustancia o de distribuirla se produce la hipopigmentación, conocida como albinismo. La melanina se sintetiza tras una serie de reacciones enzimáticas (ruta metabólica) por las cuales se produce la transformación del mencionado aminoácido en melanina por acción de la enzima tirosinasa.

    Los individuos albinos, tienen esta ruta metabólica interrumpida ya que su enzima tirosinasa no presenta actividad alguna o muy poca (tan poca que es insuficiente), de modo que no se produce la transformación y estos individuos no presentarán pigmentación.

    Existen diferentes tipos de albinismo y algunos pueden ser rubios o tan solo presentar ojos claros pero no tener pelo rubio. Por eso es incorrecto concluir que una persona albina tenga todas las características en una sola. Hoy en día, está muy extendida esta condición genética en el mundo.

    ALBINISMO

    El color de la piel depende de la cantidad de melanina que contenga la epidermis (su capa externa). La melanina es un pigmento que protege al cuerpo de las radiaciones ultravioletas nocivas procedentes del sol. Cuanto más abundante sea el pigmento, más oscura será la piel, y, como se desprende, una piel clara tiene poca melanina.

    Son varias las enfermedades que se caracterizan por trastornos de la pigmentación de la piel, por una disminución congénita o adquirida de la producción de melanina. Entre ellas el vitiligo y también el albinismo, una enfermedad a la que dedicamos la consulta de hoy.

    Según criterio de especialistas existen dos formas fundamentales de presentación del albinismo. Puede ser total, cuando la persona muestra toda la piel y sus anexos despigmentados; o parcial, con zonas del cuerpo despigmentadas y otras con pigmentación normal.

    "El albinismo es una enfermedad hereditaria y la forma más común de presentarse es la total", aseveró el doctor Ernesto Miyares Díaz, Jefe del Departamento de Servicios Médicos del Centro de Histoterapia Placentaria de Ciudad de La Habana, hijo del científico cubano Carlos Miyares Cao.

    --Una precisión doctor, antes de adentrarnos en el tema: ¿se nace con esta afección o se va desarrollando progresivamente en el curso de la vida?

    --Es congénita. En cualquiera de las formas de presentación de la enfermedad se nace con esta alteración de la pigmentación de la piel y no se modifica con el tiempo.

    --¿Los albinos carecen de melanocitos (las células que producen el pigmento de la piel, la melanina), o sencillamente se encuentran imposibilitados de cumplir sus funciones de coloración?

    --Las personas con este padecimiento presentan los melanocitos en la piel, pero estos se muestran incapaces de sintetizar o producir el pigmento.

    --¿Existen en general algunas características comunes entre los albinos en cuanto al color del pelo, los ojos, la estatura e incluso el carácter?

    --Sí. Por ejemplo, nacen con el pelo totalmente despigmentado o parcialmente (mechones), las pupilas pueden ser de color negro en los albinos parciales o de color rojo en los totales. La despigmentación con la que nacen no se modifica con la edad. La estatura de estas personas no se relaciona con el tipo de albinismo, pero en cuanto al carácter pueden tener tendencia a la introversión. Quizás por sus diferencias estéticas muchos albinos se sientan rechazados socialmente y buscan por ello la soledad o hacen sobre todo vida nocturna. Hay que tener en cuenta también que los albinos ven mal en los lugares soleados y pueden sufrir quemaduras al practicar deportes al aire libre.

    --¿Cómo se comporta el patrón de herencia? ¿Solo los hijos de padre o madre aquejados de albinismo?

    --El albinismo está condicionado por un gen poco común que genera ciertas características físicas, tiene un carácter autosómico recesivo, es decir no aparece en todas las generaciones de una familia, y no está ligado al sexo. Cuando en la pareja uno tiene el gen recesivo del albinismo, existe la probabilidad de trasmisión de un 25 por ciento en cada embarazo (de cada cuatro hijos uno puede presentar la enfermedad). Ahora bien, no obstante el nacimiento de hijos sanos, la mitad de ellos tienen la posibilidad de ser portadores del gen y procrear a su vez hijos con albinismo.

    --¿Los estudios que se realizan en torno al "mapa genético" han arrojado alguna nueva luz en cuanto a esta falta de coloración?

    --Lo conocido hasta hoy sobre el albinismo es que prevalece una heterogeneidad genética, son varios los genes que intervienen en el origen de esta enfermedad.

    --¿Hace alguna distinción entre etnias y sexos? ¿Es frecuente?

    --El albinismo es una afección universal que puede afectar tanto al hombre como a la mujer, incluso es muy frecuente en ratas, ratones, conejos, caballos, cerdos... Hay autores que hablan de un albino por cada 20 000 habitantes, pero no tengo cifras confiables en mi poder. Se observa una mayor frecuencia en matrimonios consanguíneos (alrededor del 20 por ciento son primos hermanos).

    --¿Qué precauciones deben tomar los albinos en cuanto a su exposición a la luz solar?

    --Al no contar la piel con la protección que ofrece la melanina, el sol se convierte en un enemigo natural. Es recomendable por ello que usen ropas de colores opacos, sombreros de ala ancha y anteojos oscuros de sol para evitar alteraciones de la visión por daño retiniano. En lo posible pueden aplicarse en la piel protectores solares.

    --¿El albinismo tiene algún parentesco, por decirlo así, con el vitiligo?

    --No, ningún parentesco con el vitiligo, aunque presenten apariencias similares, sobre todo en el albinismo parcial. El vitiligo es una enfermedad de la piel que se adquiere y se desarrolla progresivamente, mientras que el albinismo se presenta desde el nacimiento y no aumenta ni disminuye con la edad. En el albinismo no existe melanina porque los melanocitos no pueden sintetizarla, en el vitiligo no existe melanina porque los melanocitos han sido destruidos.

    --Con un medicamento cubano, la Melagenina, se logra la curación en un alto porcentaje de los pacientes aquejados de vitiligo. ¿Trabaja la ciencia en algún medicamento o proceder capaz de lograr la pigmentación de los albinos?

    --Los estudios del genoma humano, la clonación y otros procederes biológicos abren la esperanza de que en un futuro, con la terapia génica, se puedan administrar a estos pacientes los genes que les faltan a sus células pigmentarias a fin de que adquieran la capacidad de sintetizar la melanina de la cual carecen.

    --¿Algún comentario en especial para personas albinas y sus familiares?

    --El albino tiene que aprender a vivir con su enfermedad, conocer sus limitaciones para no excederse en exposiciones a ambientes soleados, aunque pueden realizar una vida bastante normal. (2000)
     
    drais, 16 Sep 2011

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    yo opino que la magia negra es deplorable y debería desaparecer de cualquier parte del mundo y de áfrica pero lamentablemente no sucederá esto porque es una tonta e ignorante cultura que ciertos pueblos tienen arraigados en sus costumbres de generación en generación, también me parece que es terrible que discriminen a los albinos, esto ya parece la discriminación que hitler les hacía a los judíos, para mí todos los seres humanos somos iguales, interesante artículo
     
    ZAYAS, 28 Sep 2011

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    Suecia acorrala a los clientes de la prostitución

    Los detenidos suman más de 3.700 desde 1999 - La pena por comprar sexo se eleva a un año de cárcel, pero se evita con el pago de una multa

    CHARO NOGUEIRA - Estocolmo - 02/10/2011 ​

    El hombre mayor conduce con obcecación. Una vuelta, otra, otra más. En una hora, su viejo mercedes dobla una decena de veces la esquina roja de Estocolmo, la de las calles Mäster Samuel y Malmskillnad, cerca de la estación central de ferrocarril. Tan claro está lo que busca como lo que no encuentra: compañía femenina de pago. El conductor, un delincuente en potencia -según la ley sueca es delito comprar sexo-, fracasa en su intento. Al contrario de otras noches, en las que llega a haber cerca de una decena de mujeres, este viernes solo hay una candidata y se inclinará por el conductor de un utilitario. La esquina quedará vacía.

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    La prostitución callejera se ha reducido a la mitad -según los informes oficiales- desde 1999, cuando Suecia dio un paso inédito: penalizar al cliente, pero no a la persona que se prostituye. Fue una medida pionera que las autoridades evalúan con optimismo. La policía muestra cifras: del centenar de detenidos de los primeros años se ha pasado a los 1.277 arrestados en 2010. En total, 3.787 desde la prohibición.
    Al aumento de los detenidos ha seguido el agravamiento de su castigo. La pena máxima, seis meses de cárcel, subió a un año el pasado julio. Pero las cárceles siguen sin hospedar reos por comprar sexo: los clientes pagan una multa y evitan ir a prisión. La mínima es de 2.500 coronas -271 euros-, detalla la número dos de la fiscalía de Estocolmo, Lise Tamm. Suele fijarse en un tercio de los ingresos diarios de 50 días.

    El agravamiento pretende alentar la lucha contra este delito y lograr mayor implicación de los jueces. Muchos aún tienen reticencias para castigarlo, coincidían varios responsables de la lucha contra la prostitución en un encuentro con periodistas europeos a mediados de septiembre en la capital sueca. Alguno recordaba con ironía el caso del magistrado del Tribunal Supremo que compró sexo, pagó la multa y, tras un tiempo de inhabilitación, volvió a su puesto, o la reciente polémica sobre las supuestas visitas del rey Carlos Gustavo a clubes de alterne y que obligó al monarca a salir al paso. Hace tiempo que en Suecia se acabó la tolerancia con esta práctica. La sociedad apoya su sanción, según las estadísticas oficiales, aunque sigue habiendo voces discordantes.

    En 1996, tres años antes de que entrara en vigor la criminalización de los clientes, poco más del 30% de los ciudadanos estaba de acuerdo con esa medida, alentada desde el movimiento feminista con este principio: la prostitución es una muestra de desigualdad entre hombres y mujeres y una forma de violencia contra ellas. En 2002, apoyaba la penalización en torno al 75% y seis años después, se rebajaba -sobre todo entre los hombres- al 71%. En 2009, una encuesta oficial a jóvenes de 16 a 25 años revelaba que el 1,7% había recibido dinero a cambio de sexo, la misma proporción que un lustro atrás. Eso supone que 20.000 chicos y chicas contactaron con los clientes sobre todo por Internet.

    El abolicionismo ha dejado las calles casi limpias, pero la Red arde. "Internet y los teléfonos móviles han cambiado las cosas", admite la relatora de la lucha contra la prostitución y el tráfico de personas, la policía Kajsa Walhlberg. Se han convertido en la vía de contacto entre clientes y personas que se prostituyen. En 2008, la policía detectó a 400 ciudadanos que ofrecían servicios sexuales -poco más de 30, hombres- a través de Internet. No hay cifras oficiales actualizadas de cuántas personas venden sexo por cualquier medio. La prostitución, que ejercen en mayor medida extranjeras, a menudo se recluye en hoteles. La Red es, también, el gran confidente de la policía, en la lucha contra el tráfico de personas con fines sexuales que, según las estimaciones, sufren entre 400 y 600 extranjeras cada año. Los responsables de atajarlo creen que su Código Penal es un buen escudo ante un problema en auge en buena parte del mundo. "Los traficantes ya no eligen Suecia en primer lugar", asegura Walhlberg. Pero tampoco la descartan: su delito es muy lucrativo, difícil de probar y con pocas condenas.

    Suecia está satisfecha de haber exportado su modelo. Noruega lo copió en 2009 con una novedad: comprar sexo fuera del país también es delito, lo que permite perseguir todo el turismo sexual. La multa es de 25.000 coronas (3.164 euros). Islandia también ha penalizado a los clientes. El abolicionismo forma parte de la marca país. Casi como Ikea.

    Ayudar a la víctima
    Tomado de la edición impresa del diario El País.
    02-10-2011
     
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    yo opino que suecia no debería ser tan extremista, pero siempre con seguridad en sus calles, protegiendo la integridad tanto del cliente como de la trabajadora, me parece que sí debería ser drástico cuando se trata de menores de edad que es penado por la ley con cárcel, pienso que al margen de ello, sí me parece excelente que en estocolmo se prohiba el mal trato a las personas, la coacción, el coecho, las amenazas, eso lo debería imitar el perú
     
    ZAYAS, 4 Oct 2011

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    Hay que decir también que esta medida está enmarcada en el contexto de políticas públicas que apuntan a la igualdad de oportunidades, entre el hombre y la mujer principalmente, promovidas desde la corriente feminista que vive ese país hace varios años y que ha hecho que en la actualidad tengan un gobierno casi casi paritario en género.

    En Suecia no sólo hay permiso de maternidad/paternidad para las madres sinó también para los padres, el cual se puede extender hasta más de un año incluso.

    Creo que tienen razón cuando dicen que la prostitución nunca es realmente una elección libre, sobretodo en países en vías de desarrollo como el nuestro, donde la inequidad se profundiza cada vez más.
     
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    REPORTAJE: MOGADISCIO

    Viaje a la capital del caos

    Por Por JON SISTIAGA.
    Al aterrizar en Mogadiscio, el visitante debe rellenar un formulario. Nombre, nacionalidad, motivo de la visita y... ¡tipo de arma que lleva! Marca, calibre y número de serie. Si no traes ninguna, te miran con cara de extrañeza. Así se entra en Somalia. Un país que lleva 20 años hundido en la anarquía. Ahora sufre la peor crisis humanitaria en lo que llevamos de siglo. Hambrunas. Sequía. Balas. Casi dos millones de desplazados, dentro y fuera del país. Entramos en el territorio de los señores de la guerra en el cuerno de África

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    Bienvenidos a Mogadiscio", dice con voz metálica la azafata. Nadie sonríe en el avión. Casi todo el mundo suspira y mira por la ventanilla los restos de un gigantesco Ilhusin, un avión de carga alcanzado por un lanzagranadas hace unos años y que ahí sigue, varado al final de la pista, dando la bienvenida al viajero. Todos los pasajeros sabemos que esta ciudad no tiene nada de acogedora. Que no es ni amable ni hospitalaria, sino más bien todo lo contrario. Si Somalia es el paradigma de la anarquía, Mogadiscio es la capital del caos, porque aquí la vida no vale nada, y se mata por muy poco. Y porque aquí, mientras muchos se mueren de hambre, otros no paran de comprar balas.

    "Poneros los chalecos antibalas y el casco, que salimos del aeropuerto", nos dice nuestro contacto. Se llama Bashir Yussuf, tiene 40 años, pero aparenta muchos menos. Viene con una escolta de 14 hombres armados hasta los dientes porque, según él, es la única forma de garantizar nuestra seguridad. Es la primera vez que acepto la lógica de la protección armada para poder trabajar. Estaremos siempre escoltados. Nuestros movimientos serán limitados. Nuestro contacto con la gente, escaso. No podremos parar cuando queramos, ni ir donde nos apetezca. Esas son las reglas. Bashir asegura que él no es un señor de la guerra, sino solo un hombre de negocios. Un tipo bien conectado que se dedica a meter periodistas y cooperantes en la ciudad más peligrosa del mundo y que ha hecho de ello su modo de vida: "No me voy a ir a limpiar váteres a Europa", me dice altanero.
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    La comunidad internacional se ha gastado en Somalia casi 40.000 millones de euros en 20 años. En ese tiempo ha habido 14 procesos de paz fallidos y 15 Ejecutivos interinos. Ahora, un nuevo Gobierno de transición apoyado por las Naciones Unidas y construido según un inestable acuerdo entre clanes, subclanes y sub-subclanes, intenta enderezar el país. O al menos Mogadiscio, que es el único territorio que controla realmente el Gobierno. Somalia sigue siendo, según Transparency International, el país más corrupto del mundo, un lugar en el que el 25% de la ayuda humanitaria cae en manos de los señores de la guerra, que después trafican con ella. En cualquier calle se pueden ver fardos de comida de las distintas cooperaciones que son revendidos a precios desorbitados. Sin embargo, el Gobierno sigue sin hacer nada al respecto. Siguen creyendo que la corrupción es un vicio moral y no un delito.

    "Lo siento, las ventanillas subidas. Vuestro problema es la piel. No quiero que se vea que hay dos blancos en el coche. Cualquiera puede avisar por teléfono y nos montan una emboscada en cinco minutos", nos alecciona Bashir en el aparcamiento. Antes de salir del aeropuerto hay que esperar a que un soldado retire con una excavadora la enorme barrera de hormigón que impide la entrada de coches suicidas. Este lugar es uno de los objetivos preferidos de los islamistas de Al Shabab, la rama de Al Qaeda en el Cuerno de África. Y cuando salimos de ese recinto amurallado es cuando percibimos el Mogadiscio real: no hay ni un solo edificio que no haya sido alcanzado por las dentelladas de la guerra. Todo está destruido y diezmado. La ciudad transpira hostilidad. Nos movemos a velocidades de vértigo por unas calles que se convierten, de repente, en ratoneras. No hay un solo edificio que no haya sido reventado o esté lleno de muescas de metralla, pero a diferencia de Grozni, Sarajevo o Gaza, estas son resultado de 20 años seguidos de nihilismo.

    ESTADO COLAPSADO

    Somalia tiene todos los epítetos que definen a un Estado fallido: es refugio de piratas, paraíso de yihadistas, paradigma de la corrupción, negocio para los traficantes de armas, ejemplo de desgobierno, modelo de guerra eterna... Si le sumamos la sequía y el hambre, Somalia es más bien un Estado colapsado. Llegar por fin al hotel es respirar tranquilo y preguntarse: ¿por qué le han puesto de nombre de hotel Paz? ¿Por qué considerarnos seguros aquí dentro? ¿Por las barricadas de arena que impiden la intrusión de un coche bomba? ¿Por las torretas de vigilancia que controlan a quien se acerca a menos de 50 metros? ¿Por las alambradas de espino que impiden los asaltos e intentos de secuestro? ¿Por qué le llaman Paz, cuando la dirección ofrece chalecos y cascos para los clientes que tienen que salir a hacer alguna gestión?

    "Todo el mundo dice que Mogadiscio es el lugar más peligroso del mundo, pero me niego a creerlo", me insiste vehemente el alcalde Ahmed Nur Mohamed. "Si comparamos las estadísticas, Bagdad es más peligroso. Nuestra media de muertos diarios es mucho menor. Lo que pasa es que las grandes potencias tienen muchos intereses en Bagdad y en Kabul, pero nadie tiene interés en venir a Mogadiscio". El señor Nur, de mirada profunda y discurso directo, ha pasado casi toda su vida en Londres. Llegó a presentarse a concejal por el barrio de Camden con el partido laborista. No salió elegido y poco después le llamaron para ofrecerle la alcaldía. Desde entonces le han puesto una bomba en el coche y se ha librado de otro par de intentos de atentado. "Cuando acepté el puesto sabía que era un trabajo peligroso, porque me convertía en objetivo prioritario de los islamistas de Al Shabab, pero asumí el riesgo", me dice con tranquilidad. El primer edil de Mogadiscio no se preocupa por los baches en las calles o el alumbrado de las aceras. Todavía no. En una ciudad devastada y cantonalizada por clanes y milicias, Nur intenta poner un cierto orden y convencer a los paramilitares de que el Estado debe tener el monopolio de la fuerza. "Los señores de la guerra y todas esas milicias armadas son una bomba de relojería", avisa.

    Cuando volvemos a los coches me fijo en nuestra escolta. ¿Por qué le llamo escolta? ¿No es también un pequeño ejército privado, una milicia? Me quedo mirándolos y pensando si no hemos entrado nosotros también en el negocio de los mercenarios, de los ejércitos de alquiler. De acuerdo, es la única manera de retratar Mogadiscio. Se muestran profesionales, hasta educados y no han amenazado a nadie, ¿pero no somos nosotros también parte del gran juego de la guerra?

    LOS SEÑORES DE LA GUERRA
    Dice un proverbio somalí: "Yo y mi clan contra el mundo. Yo y mi familia contra el clan. Yo y mi hermano contra mi familia. Yo contra mi hermano...". Este bucle violento ha funcionado aquí durante siglos. Antes con lanzas, ahora con Kaláshnikov. Desde que cayó el dictador Mohamed Siad Barre, en 1991, Somalia ha sido un país solo en los mapas. Se convirtió en el Estado hobbesiano perfecto devorado por señores de la guerra, milicias incontroladas, mercenarios sin escrúpulos y militantes de Al Qaeda.

    "Yo ahora soy el consejero de Seguridad Nacional del presidente, así que no puedo ser un señor de la guerra. Los señores de la guerra se peleaban por controlar el mercado de Bakara, el aeropuerto o el puerto. Querían poder y dinero. Yo no soy así. No necesito poder porque ya estoy en el poder como líder espiritual. La gente me besa la mano, lo has visto. No me dan la mano, me la besan. ¿Qué más necesito?". Abdulkhadir Moallin Noor es conocido como El Califa y es el líder de la milicia Ahlu Sunna Wa' Jamma, la única que le ha podido plantar cara a los islamistas de Al Shabab. Alto, de buenos modales, educado en Londres, Abdulkhadir no responde al perfil clásico de un warlord. Ahora trabaja para el Gobierno de transición e intenta legitimarse ante la sociedad limpiando su historial sangriento con un nuevo perfil político. "En Pakistán y Afganistán tienen un nombre, talibanes. Aquí se hacen llamar Al Shabab, pero todos vienen del mismo sitio: Al Qaeda. Tienen diferentes nombres, pero la ideología es la misma", insiste El Califa.

    Su ejército privado está formado por milicianos sufíes, una corriente del islam tolerante y pacifista. Los islamistas radicales, que los consideran una herejía, iniciaron una campaña de asesinatos y profanaciones de tumbas. Los sufíes, liderados por Abdulhadir, se armaron e hicieron frente con notable éxito a Al Shabab, conquistándoles incluso algunos territorios. ¿Dónde están ahora los milicianos de El Califa?: "Se los he transferido al Gobierno, que paga sus nóminas y les compra sus armas. Ya no reciben ordenes mías". Escuchando la rotundidad con la que habla Abdulkhadir y viéndole escribir mensajes en su iPad, es difícil no caer seducido por su discurso de la convivencia. Pero la realidad es que El Califa sigue controlando las lealtades de todos sus hombres, que a una orden suya se volverían contra el Gobierno. Como ha pasado siempre en Somalia, donde la fidelidad está con el clan y no con el Estado. El Califa sigue controlando a todos esos paramilitares y, como otros señores de la guerra, lucha por controlar su territorio, cobrar impuestos y redistribuir la ayuda humanitaria.
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    MUERTOS DE HAMBRE
    Mogadiscio se ha convertido también en un inmenso campo de refugiados, a los que se les llama eufemísticamente desplazados internos. La sequía bíblica que asola el Cuerno de África y el auge de los precios de los alimentos básicos provocados por los especuladores internacionales han provocado el éxodo, dentro y fuera del país, de casi dos millones de somalíes. "¿Que si tenemos hambre? Todos los días. Ni siquiera puedo alimentar a mis niños. Esto es un infierno", me dice Farhiya Abdala, con 36 años y seis hijos. La guerra llamó a su puerta hace unas semanas, en su aldea a 15 kilómetros de Mogadiscio, y desde entonces malvive en el campo de refugiados de Sayidka. Un mortero cayó cerca de su casa y le dejó varias cicatrices en la muñeca y algunos trozos de metralla en la cabeza. Hace calor en su pequeña tienda de plástico. Huele a orín y a humo. Y todo está lleno de moscas. Farhiya tenía un pequeño negocio de tatuajes de henna en un puesto callejero. "Ahora soy una refugiada sin casa", se lamenta.

    Pese a que la escolta armada no se separa de nosotros y ejerce una cierta intimidación a los que nos rodean, conseguimos dar un pequeño paseo por este mar de plástico. Hablamos con panaderos, lavanderas e ingenieros. La condición de refugiado altera cualquier orden social y despoja al que la adquiere de su identidad anterior. Te conviertes en un número, vives en una tienda y haces cola como todo el mundo. Da igual quién seas o el dinero que tuvieras. Solo tienes derecho a una ración. No hay muchos occidentales por aquí. Más bien ninguno. Las ONG que trabajan en la zona hace años que lo hacen con empleados locales supervisados desde Nairobi. La inseguridad es muy alta; el secuestro de cooperantes, un lucrativo negocio. Las autoridades suelen cribar los campos. Creen que aquí también se infiltran muchos islamistas que luego pueden atacar desde el mismo corazón de la ciudad. Estamos en un campamento de refugiados, pero Bashir nos recuerda que las reglas son las reglas: no quedarse quieto mucho rato en el mismo sitio, no hablar con cualquiera, evacuar rápido a la primera orden. Y los guardaespaldas nos sacan prácticamente a empellones cuando se percatan de que un guardia ha quitado el seguro de su Kaláshnikov para poner orden en una cola de refugiados. Puede que dispare, o puede que no, pero mejor irse.

    Hay muchas organizaciones caritativas musulmanas de países limítrofes trabajando en la zona. La proximidad religiosa y el hecho de no ser occidentales les facilita el acceso. El doctor Mohamed Abdurrahman es miembro de la ONG sudanesa Fondo de Ayuda al Paciente: "La mayoría de estos niños están hambrientos, y todos los casos que tenemos aquí padecen malnutrición agravada con diarrea, que provoca deshidratación...". Estamos en la zona de pediatría del hospital Banaadir, el mayor de Mogadiscio. Aquí, en esta sala, uno cruza la invisible línea entre la realidad y lo intolerable. Una treintena de niños famélicos se debaten entre la vida y la muerte. El llanto del hambre es un sollozo constante y lánguido que te deja devastado. Es un gimoteo suplicante que taladra la conciencia. El lloro final de críos que han tenido la mala suerte de nacer, y a los que la vida se les escapa sin vivirla. Apenas un pellejo recubre sus huesos. La falta de tejido graso debajo de la piel les provoca hipotermias. Otros tienen hipoglucemia porque el hambre, qué paradoja, al final les quita las fuerzas y el apetito. "Todos los días se nos muere un niño. A veces, dos. Otros días, tres o cuatro. La mayoría vienen del interior del país y llegan demasiado tarde para salvarlos", me cuenta Abdurrahman mientras coloca una vía a una cría que le mira desde sus ojos vacíos.

    La mayoría de estas familias provienen de territorios controlados por Al
    Shabab. Durante años, los islamistas prohibieron las vacunaciones porque aseguraban que eran parte de un complot occidental para matar a los críos somalíes. El resultado es que ahora, con la hambruna y la bajada de defensas, estos niños se mueren de hambre, de cólera, de sarampión o de diarrea... Un reciente informe de la ONG Enough Project asegura que el papel de Al Shabab con la hambruna va a ser recordado en el mundo musulmán como el de los Jemeres Rojos en Camboya. Su interpretación retorcida del islam y su negación de la crisis humanitaria han llevado a la muerte en masa de miles de personas, la mayoría niños. Somalia tiene la mayor tasa de mortalidad infantil del mundo en niños menores de cinco años. Se mueren 200 de cada 1.000.
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    SE BUSCA HOMBRE BOMBA
    Hay en Mogadiscio una tremenda banalización de la violencia. Generaciones enteras de jóvenes han crecido y se han hecho mayores con un Kaláshnikov como juguete. Para ellos, términos como justicia o estado de derecho son conceptos abstractos. Viven en un estado de guerra permanente de todos contra todos... Y es en la vieja catedral de Mogadiscio donde se pueden percibir todas esas malas vibraciones de este nuevo barbarismo. La que en su día fue una de las joyas arquitectónicas de la ciudad es hoy una escombrera llena de cascotes y excrementos. Aquí fue asesinado de un tiro en la cabeza, en el mismo claustro, el obispo de Mogadiscio, el italiano Salvatore Colombo. Durante los años del caos, su cuerpo fue desenterrado y profanado para robarle los empastes de oro. No queda ni una sola estatua o figura en el vía crucis. El retablo ha sido fusilado a conciencia, hasta que la figura de Cristo quedó destrozada.

    Para llegar a la catedral, nuestro chófer ha tenido que conducir de manera temeraria, evitando atascos o embotellamientos. Mogadiscio transmite una perturbadora sensación de peligro constante e invisible. De que nada es lo que parece. De que cualquier coche, cualquier furgoneta, puede ser lo último que veas en tu vida. Cien personas murieron recientemente en la principal rotonda de la ciudad por el estallido de un camión cargado de explosivos. En las entradas de los edificios oficiales hay carteles con fotos de militantes de Al Shabab que dicen: "Se busca a este hombre bomba". Por eso me quedo de piedra cuando entro en el despacho del ministro de Defensa de Somalia: "Te aseguro que Mogadiscio está al cien por cien bajo nuestro control. Puedes ir con libertad a cualquier lado. Disfrutar de sus vistas, de su gente, ir a nadar a la playa". Hussein Arab Isse vivía en Los Ángeles hasta hace unos meses. Allí tiene varios negocios y ha dejado, por el momento, a su familia. Le comento que ese no es el Mogadiscio que yo he percibido y le invito a que hagamos la entrevista en la calle. El ministro acepta, pero no pasa del aparcamiento del ministerio. Eso es para él la calle.

    Hussein no tiene ni experiencia militar ni política, pero ha aceptado la cartera de defensa en un país que lleva 20 años en guerra y que se enfrenta a una poderosa milicia islamista. Sus soldados, mal pagados, mal formados, desertan a menudo, venden sus armas en el mercado negro o pasan información al enemigo. Muchos son antiguos milicianos cuya lealtad sigue estando con su señor de la guerra, y no con el Estado somalí. Algunos de esos warlords, autores de auténticos desmanes que cualquiera calificaría de crímenes de guerra, han sido nombrados comandantes o generales del nuevo ejército nacional. "Vale, tenemos a algunos antiguos señores de la guerra (...), pero hubo mucha gente que luchó por la liberación de Mogadiscio y que sacrificó mucho. Y esa gente merece ser escuchada". Antes de despedirnos le pedimos permiso para acudir al frente.


    BOMBA EN EL HOTEL PAZ
    El general Dhagabadam es el segundo jefe de Estado Mayor del Ejército. "Los hemos expulsado, los hemos echado de aquí", me dice con cierto triunfalismo de los milicianos de Al Shabab. Lo cierto es que si estamos aquí, en los arrabales de Mogadiscio, es porque los islamistas han decidido retirarse del centro de la capital, no porque este general, educado en Cuba en los setenta, haya conquistado la zona. La mayor parte de las tropas que vemos son de Burundi y de Uganda, dos países de la Unión Africana que llevan años poniendo soldados sobre el terreno en esta guerra externalizada por Occidente. La comunidad internacional teme que Somalia se convierta en el nuevo refugio de Al Qaeda, pero, después de Irak y Afganistán, prefieren subcontratar la guerra a países de la zona para que ellos pongan los muertos.

    "Los de Al Shabab están a unos 200 metros de nosotros, y como se les ocurra atacar, los freímos... Ahí enfrente no tendrán más de 150 hombres". El coronel Mohamed Saney es el comandante de la zona. Habla inglés porque recibió formación militar en Estados Unidos. Estamos en la última posición del frente controlada por el Gobierno de Mogadiscio. Unas empalizadas de tierra y hormigón nos separan de los islamistas. Me asomo por una de las troneras. Al otro lado, solo silencio y una extraña quietud. No hay movimiento. Tampoco se percibe vida. No se les ve, pero se les presiente. Las estimaciones más serias creen que Al Shabab tiene unos 10.000 efectivos, con los que controla prácticamente todo el país. Le digo al coronel que solo en Nueva York hay casi 40.000 policías. Y me dice: "Poco a poco".

    Nos volvemos al hotel Paz para hacer las maletas. Mientras almorzamos, una poderosa explosión nos levanta de la silla y succiona el aire a nuestro alrededor. Un coche explota delante de la recepción. Un hombre muerto en el asiento del conductor. Metralla en el jardín. Vuelta al caos. Mogadiscio nos despide a su manera, con una bomba en el hotel. Pasados los primeros momentos de pánico, después de grabar la escena y percibir de nuevo, esta vez más cerca, esa presencia invisible y volátil del peligro de esta ciudad, el cocinero nos dice que la comida se va a enfriar. Que nos volvamos a sentar. Y nos sentamos. Y comemos. Y me acuerdo de los versos del poeta somalí Gamuute: "Nos movemos entre lo malo y lo peor".

    El documental 'Los señores de la guerra' se emite en Canal + el próximo 17 de noviembre.

    Tomado de la edición semanal impresa del diario El País (06-11-2011)
     
    Christmas, 7 Nov 2011

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    Somalia es un estado fallido, es mas desde la misma fundación de ese pais; nunca conoció estabilidad; las diversas tribus y guerras sociales en el que ha estado envuelto han vuelto al pais en uno de los mas pobres del planeta, una pena ver tantos niños muriendo de hambre y mendigando polvorientos granos de arroz..
     
    Zephyrous, 8 Nov 2011

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    REPORTAJE: NORUEGA
    El manual de la buena vida
    Por Jesús Rodriguez.
    Sencilla en su complejidad como ocurre siempre en la arquitectura nórdica; alzada sobre el mar; inmersa en un inmaculado parque de adoquines sembrado de violetas en el que cuando surge un despistado rayo de sol brota una marea de bebés y pensionistas en atuendo deportivo; con nueve siglos de historia, la catedral luterana de Stavanger, en la costa suroeste de Noruega, está considerada la más antigua del país. Su interior, mudo, pulcro, sobrio, sin imágenes, en el que las viejas tablas del suelo crujen bajo los pasos de los fieles, es el mejor reflejo del frugal estilo escandinavo de interpretar la vida, donde el lujo y el alarde son un pecado cívico y moral. El negro y el gris son los colores de este país: de su cielo gran parte del año; del salvaje mar del Norte; de la discreta ropa de su gente; de las rancheras suecas y alemanas; de las calles de Oslo. El negro y el gris mimetizan a los noruegos con su entorno, los uniformizan y hacen que sea difícil detectar la diferencia de clases. "No pienses que eres especial", rezaba la filosofía igualitarista del país.

    Este centenario templo de Stavanger encierra otra metáfora del alma de Noruega. No tiene rígidos bancos corridos de madera como en las iglesias católicas donde los devotos se amontonan codo con codo. Aquí cada fiel ocupa una amplia e idéntica silla individual de asiento mullido con un pequeño espacio para que descanse el breviario sin molestar al vecino. Cada silla es una isla. No hay contacto físico entre los devotos. Si la vista desciende un poco, se percibe que todas están unidas con abrazaderas metálicas. Cada silla ocupa su propio espacio, pero es imposible separarla de su fila.

    Juntos, pero no revueltos. Así son los noruegos. Un pueblo que, más allá de la riqueza que le proporciona el mar, sus bosques y el petróleo, ha basado su éxito económico y social en reconciliar su individualismo, herencia de un pasado de pescadores y campesinos aislados en cabañas de madera y en contacto íntimo con una naturaleza bella y dura; pobres, libres, puritanos y autosuficientes, con el extremo opuesto: con un profundo sentido comunitario que apuesta por el bien de todos, la igualdad, la solidaridad y, sobre todo, la confianza en el Estado niñera, que se ocupa sin grietas aparentes del bienestar de sus ciudadanos a través de las más generosas y antidiscriminatorias prestaciones sociales del planeta. Al tiempo, regula extensas parcelas de la vida de los noruegos (su educación, salud, pensiones, relaciones laborales y distribución de la riqueza) sin que a nadie parezca molestarle.

    En Noruega, el servicio militar es obligatorio, y el 95% de las escuelas, públicas. El IVA alcanza el 25%. El petróleo es de propiedad estatal. Y los buenos estudiantes reciben generosos préstamos del Estado para matricularse en las mejores universidades del mundo. El Estado controla hasta el consumo de alcohol, cuyo monopolio ostenta a través de la red de tiendas Vinmonopolet, únicos comercios en Noruega donde se pueden comprar licores de más de 4,75 grados a un precio hasta tres veces más caro que en España. Una de las aficiones favoritas de los noruegos es saquear de bebidas alcohólicas y cartones de cigarrillos los anaqueles de las tiendas libres de impuestos de los aeropuertos en cuanto salen de su país. Una botella de whisky es un regalo siempre bien recibido en un hogar noruego. Sus anfitriones le acogerán descalzos, risueños, rodeados de niños, con una tarta casera y expresándose en un inglés perfecto.

    Al mismo tiempo que el sueño igualitario del Estado de bienestar, acuñado tras la II Guerra Mundial y que ha estructurado desde entonces la convivencia en Europa (con partidos democristianos o socialdemócratas en el poder) se pone en cuestión ante el avance del neoliberalismo y por la crisis financiera, Noruega, una de las inventoras del sistema del bienestar, lucha por continuar en esa dirección; está en su ADN; navega por libre, como hace mil años, cuando sus antepasados vikingos se lanzaban al mar a tumba abierta en sus drakkar hacia Reino Unido, América (aún sin descubrir) y Bizancio. Noruega no ceja. Representa una equilibrada mezcla de capitalismo y colectivismo. De mercado y planificación, idealismo y realismo, neutralidad y afán de influencia, ingenuidad y estrategia. La cuestión es dar para recibir. "Soy generoso con mis impuestos porque el Estado es generoso conmigo". Un contrato entre la comunidad y el individuo que dura hasta la muerte. "Somos ciudadanos libres e iguales en la misma dirección", me dirá un sindicalista. En Noruega tiene más responsabilidad el que más tiene. Y no es difícil saber quién es. La información sobre los ingresos de cada ciudadano es pública a través de Internet.

    Noruega camina discreta y sin aspavientos por esa tercera vía que le ha convertido en una potencia silenciosa; un próspero Estado ni emergente ni emergido que ocupa desde hace 30 años la primera posición en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. Sus niveles de desempleo son anecdóticos; su renta por habitante, la mayor del planeta; su crecimiento, tras tres ejercicios titubeantes, se acercará este año al 3%; su deuda soberana es la más sólida del planeta, y tiene una completa paridad de género por ley tanto en el sector público como en el privado. Arnie Hole, directora general de Infancia, Igualdad e Inclusión Social, nos confirma que su ministerio tiene un presupuesto de 5.000 millones de euros (mil euros por habitante) "más que la suma de los ministerios de Pesca, Agricultura y Cultura juntos". El Estado de bienestar llega hasta el diseño y la arquitectura, que, según regula el Gobierno, debe "elegir soluciones ecológicas y energéticamente sostenibles, ser de buena calidad, promovida por el conocimiento y la competencia y visible internacionalmente". El Estado se reserva el papel de "salvaguardar el entorno cultural y velar por la herencia arquitectónica". Es una declaración de principios. Cuando pregunto a Andreas Vaa Bermann, arquitecto y director de la Fundación para la Promoción de la Arquitectura Nórdica, cuál es el objetivo del diseño en este país, contesta como un relámpago: "Mejorar la vida de la gente".

    Noruega no se parece a nada; tampoco al resto de los Estados nórdicos, bajo cuyo yugo transcurrió parte de su historia. Los noruegos aún arrastran cierto complejo de inferioridad hacia sus vecinos. Aliviado en las últimas décadas por el bálsamo de los petrodólares. Hasta los años setenta, Noruega era el hermanito pequeño de Escandinavia. Unos campesinos aislados. "Lo que más deseaba un noruego era tener un Volvo con un chófer sueco", explica una profesora de la capital. "En parte lo hemos logrado; todos los camareros de Oslo son suecos; cobran más que en su país (no menos de 2.000 euros), y son más mundanos que nosotros".

    Los noruegos no fueron tan cosmopolitas como los daneses ni tuvieron la tradición industrial y militar de los suecos; no tuvieron colonias ni participaron en guerras. En torno a esas pacíficas señas de identidad, Noruega iría acuñando una marcapaís de Estado frío, fiable y eficaz. Gracias a esa imagen ha conseguido una influencia internacional superior a su peso real. Noruega se ha convertido en el donante más generoso en cooperación internacional y un eficaz actor en la resolución de conflictos internacionales, como ocurrió en 1993 con los Acuerdos de Oslo, entre Arafat y Rabin con Bill Clinton de testigo, que se negociaron en secreto en la sede del FAFO, un think tank socialdemócrata. O, más recientemente, con la ex primera ministra laborista Gro Harlem Brundtland, muy activa en el proceso de paz del País Vasco.

    Noruega ha seguido siempre su camino. En los mismos días en que estallaban los totalitarismos en Europa a comienzos del siglo XX, abolía la pena de muerte y se convertía en la sede del Nobel de la Paz. El primer rey del nuevo Estado, Haakon VII, exigió antes de ocupar el trono un referéndum para que el pueblo dijera si le quería; ganó; cuando tuvo que nombrar en los años veinte un primer ministro de izquierdas, profirió una frase que su pueblo recuerda con orgullo: "Soy también el rey de los comunistas".

    El mar se convirtió pronto en su motor industrial gracias a la pesca y el transporte marítimo, unido a la generación de electricidad debido al gran caudal de agua dulce del país. Los noruegos se especializaron en diseñar barcos capaces de afrontar las peores condiciones y en la construcción de obras públicas. Viajar por la irregular y bellísima geografía del país supone atravesar decenas de estilizados puentes inmersos en la naturaleza, túneles interminables y navegar en sofisticados ferries sólidos como rompehielos. Ese dominio de la ingeniería le resultaría esencial cuando descubriera petróleo como embrión para desarrollar una industria nacional y no echarse en los brazos de las multinacionales. Hoy, Noruega, además de crudo, exporta conocimiento e innovación.

    Su camino ha sido diferente al del resto de los países nórdicos. Para empezar, los noruegos optaron en dos referendos, en los años setenta y noventa, por dar la espalda a la Unión Europea (a la que sí pertenecen Finlandia, Suecia y Dinamarca). Ellos dicen que fue para salvaguardar sus cuotas de pesca y agricultura; lo que realmente querían defender era una soberanía nacional que no habían conseguido hasta zafarse en 1905 de Suecia en un pulso que ganaron sin pegar un tiro. Noruega es un pueblo viejo, pero un Estado joven. Empapado de romanticismo nacionalista. Celoso de sus tradiciones. A la primera de cambio, sus habitantes se lanzan a la calle ataviados con trajes regionales y la bandera nacional ondeando en la mano.

    Dentro de esa línea de reafirmación nacional, los noruegos han defendido con ardor su modelo de sociedad frente a las instituciones europeas. Están, pero no están. No son miembros de la Unión Europea, pero forman parte del Espacio Económico Europeo. Han vuelto a poner en valor su particular visión de la sociedad y ese camino les ha mantenido a salvo de la recesión y los estertores del Estado de bienestar. La riqueza petrolera que engrasa toda la economía del país les hace reafirmarse en esa tercera vía; les proporciona 200.000 empleos y la mitad de sus exportaciones. Y un papel global: Noruega ya es el segundo exportador de gas y el tercero de crudo a nivel planetario.

    No quieren cambiar. No lograron hacerlo los nazis a lo largo de una cruel invasión y administración del país durante cinco años a través del gobierno de un noruego títere(que hoy ningún noruego quiere recordar); ni los soviéticos, que les liberaron de Hitler para retirar a continuación su ejército sin exigir nada a cambio. Noruega, que tiene frontera con Rusia, fue el único Estado que Stalin no absorbió tras ocuparlo militarmente. Sin embargo, en 1948, un Gobierno de izquierdas anclaba la seguridad de Noruega a Occidente ingresando en la OTAN. Demostraban que su especialidad era navegar por aguas turbulentas. "Estar en la OTAN era una cuestión de subsistencia como país", explica un diplomático. "Teníamos a la URSS sobre nuestras cabezas y necesitábamos sentirnos seguros y dedicarnos a reconstruir el país, que estaba destrozado tras la guerra y con un 30% de desempleo. Estábamos con Estados Unidos en la Alianza, pero al tiempo nos negábamos a que la España de Franco entrara en la ONU. Teníamos una economía muy regulada y dirigida por el Estado. Éramos muy rojos".

    Noruega representa un modelo irrepetible de sociedad nacido del aislamiento de una población escasa (cinco millones en un territorio con un tamaño de más de la mitad del de España) y homogénea en raza, cultura, religión y forma de vida (en los años setenta, un 94% de los ciudadanos eran de origen noruego, y un 86%, de religión protestante), cohesionada a través de un pasado de opresión por parte de sus vecinos y con una gran riqueza en recursos naturales. Con ese escenario uniforme y la omnipresencia del Estado, que regulaba las relaciones laborales y se aseguraba de que antes que una ley llegara al Parlamento hubiera consenso entre las fuerzas políticas, el progreso no se hizo esperar. El modelo funcionó en Noruega mucho antes de encontrar petróleo. El problema llegaría a partir de los noventa con la avalancha de inmigrantes que iba a desequilibrar esa eficiente sociedad monocolor. Hoy, con un 12% de población de origen extranjero, la tradicional confianza del noruego hacia sus vecinos se ha comenzado a agrietar; las formaciones xenófobas, a crecer (como en el resto de países nórdicos), y el Estado de bienestar, a sufrir conmociones que no estaban previstas.

    La iglesia luterana (la oficial en este país) hizo también su aportación a ese cóctel social que hoy se etiqueta como modelo noruego: su sentido frugal e igualitario de la vida inspirado en el trabajo duro y la responsabilidad. La comunidad protestante asumía un doble papel de solidaridad y de control del individuo. Una función que después adoptaría el Estado. La ética del trabajo tiene mucho que ver con el milagro noruego. Sus habitantes son profundamente competitivos, trabajan desde jóvenes y vuelan pronto del hogar paterno; a cambio, saben que cuentan con el colchón del Estado si vienen mal dadas. Los noruegos se necesitan. Todos deben trabajar. Todos tienen que ganar mucho dinero, pagar muchos impuestos y gastar mucho (en un país donde una cerveza cuesta diez euros). El pleno empleo es la espina dorsal del modelo. Trabajas y pagas impuestos para costear la educación de los jóvenes y las pensiones de los viejos, al igual que esos viejos financiaron con sus impuestos tu educación y esos jóvenes pagarán tus pensiones en el futuro. El sistema se basa en el empleo y la confianza. Los noruegos se consideran ciudadanos iguales que marchan en la misma dirección. Sin distinción entre hombres y mujeres. Todos deben trabajar desde jóvenes: hombres, mujeres e inmigrantes. Ganar lo mismo. Y pagar impuestos. Lo confirma la directora general de Igualdad, Arnie Hole: "La igualdad tiene un componente moral, pero el principal motivo es económico. Una economía moderna y competitiva necesita las mejores cabezas y manos sin mirar de qué raza o sexo son. No podemos permitirnos el lujo de perder los mejores talentos. Y no se trata solo de fijar cuotas, estas deben ir acompañadas de políticas sociales para reconciliar el trabajo y la vida familiar. Tenemos que apoyar a las mujeres; si no, el desafío por alcanzar las posiciones más altas de su profesión será todavía demasiado alto para ellas y los niños no nacerán. Y los niños deben nacer porque son una inversión de futuro. Ninguna mujer en Noruega debe ser forzada a elegir entre su familia y su carrera. Ese es aquí un valor básico. Hemos creado 10.000 guarderías; las mujeres pueden coger un año de permiso maternal con el 80% del sueldo (o 10 meses con el 100%), y los hombres, 12 semanas. Hemos conseguido que el 80% de las mujeres trabajen y, al mismo tiempo, que el 82% tengan hijos menores de 10 años. Ese es nuestro futuro".

    A partir de esos elementos, los noruegos han construido una sociedad donde la distancia que separa a los ricos de los pobres es pequeña. Están convencidos de que la desigualdad es corrosiva y corrompe a las sociedades. Algunos dicen que Noruega es el último Estado socialista de Europa. La sede del Partido Laborista, inspirador del modelo noruego desde los años treinta, en el número 2 de la Youngstorget de Oslo, parece confirmarlo con su estilo arquitectónico limítrofe con el realismo soviético. Como en Noruega casi todo encierra una paradoja, en el entorno de la simbólica sede de la izquierda noruega se da cita la juventud dorada noruega en los restaurantes de moda.

    ¿Es Noruega el último Estado socialista de Europa? Ante la pregunta, el ministro de Finanzas, el laborista Sigbjørn Johnsen, sonríe y pasa a otro tema. Al final de la entrevista, su director de comunicación pone las cosas en su sitio con gesto helado: "Socialistas, sí, pero democráticos".

    Recorriendo los pasillos art nouveau del edificio del Gobierno hasta llegar a la oficina de Johnsen, las ventanas del ministerio aparecen rotas y cubiertas por placas de contrachapado. Las puertas están fuera de sus marcos. La del despacho del ministro tiene un boquete en el centro. Todo el barrio gubernamental se encuentra en las mismas condiciones. Cercado y en obras. Atravesado por andamios. Estamos en la zona cero de Oslo. Los destrozos son resultado de la bomba colocada por el ultraderechista Anders Breivik el pasado 22 de julio; a consecuencia de la explosión, fallecieron ocho personas; a continuación, Breivik acabó a tiros con la vida de 69 jóvenes simpatizantes del Partido Laborista en la isla de Utøya. Suponía la mayor conmoción sufrida por este país desde la II Guerra Mundial. Hoy, sin embargo, los ciudadanos parecen decididos a olvidar la tragedia; algunos claveles marchitos sujetos a las vallas son el único rastro de aquellos terribles días de julio. Los noruegos están decididos a no variar su estilo de vida. En el barrio, la presencia policial es mínima y es posible acceder a algunos edificios oficiales sin pasar por un arco de seguridad. Se pueden pasar días en Oslo sin cruzarse con un policía. El ministro de Finanzas conjura la tragedia terrorista afirmando que los cimientos de la sociedad noruega siguen siendo el diálogo y el consenso. "Nadie va a acabar con eso. No vamos a cambiar. No vamos a quedarnos en casa. Ha sido un hecho terrible, pero aislado". Es la misma respuesta orgullosa que darán la mayoría de los noruegos a los que interrogo sobre las consecuencias del atentado del ultraderechista Breivik: "¡No vamos a cambiar!". Si se le pregunta al ministro si lleva escolta, responde con un guiño: "A veces sí y a veces no...".

    Hasta el 23 de diciembre de 1969 Noruega creció gracias al sudor de sus ciudadanos. Ese día encontraron petróleo. Nadie lo esperaba. Lo llamaron "El regalo de Navidad del 69". Dos años más tarde comenzaba la producción. Los noruegos no sabían nada de petróleo. Aprendieron. La gestión de su riqueza petrolera es considerada un éxito económico y social. En tres décadas, Noruega se ha convertido en un país petrolero que da empleo a 200.000 personas, con una tecnología avanzada y que opera en cuarenta países del mundo. En Noruega, la riqueza del oro negro ha alcanzado a toda la sociedad. Lo confirma el sociólogo Jon Eric Dolvik: "Integrar en la economía doméstica noruega la economía del petróleo; lograr que repercutiera positivamente en la gente corriente y, al tiempo, fuera un negocio global, ha sido para nosotros un logro brutal; el petróleo se ha convertido en una gran fuerza productiva, en una bendición".

    El objetivo del Estado noruego ha sido obtener el máximo valor económico del sector en su conjunto en comparación con lo que podría obtener por la simple venta del gas y el petróleo. Nada más descubrir crudo, el Gobierno noruego redactó los diez mandamientos del sector, que decían que el petróleo era propiedad de los noruegos; que el Gobierno tendría el control y la gestión de las operaciones; que el país necesitaba crear una industria propia; que el sector debía ser respetuoso con el medio ambiente y que ese descubrimiento debía proporcionar a Noruega un papel eminente en política exterior. Los mandamientos se han cumplido.

    Noruega podía haberse convertido en un Estado holgazán, corrupto y opaco que sobornara a sus ciudadanos con bajos impuestos para comprar su silencio ante el despilfarro, el nepotismo y la falta de transparencia estatales en la gestión de los ingresos del oro negro, como había ocurrido en otros países productores, como las monarquías del Golfo, Irán, el Irak de Sadam, la Libia de Gadafi, la Venezuela de Chávez o la Rusia de Putin. Noruega eligió su camino. En cuanto los petrodólares comenzaron a fluir a finales de los ochenta, un Gobierno laborista creó el Fondo Gubernamental de Pensiones (más conocido como Fondo del Petróleo), donde serían depositados los ingresos y beneficios públicos del petróleo para ser invertidos en los mercados de todo el mundo (según un riguroso esquema ético de inversiones que proscribe a las empresas tabaqueras, nucleares, armamentistas y que emplean a población infantil). Con los beneficios del fondo se pagarían las pensiones de los noruegos cuando el petróleo dejara de fluir. Solo un 4% de los beneficios podría ir cada año a las arcas públicas para equilibrar el presupuesto del Estado. El resto, a la hucha común pensando en el Estado de bienestar de las generaciones venideras. "Eso es sostenibilidad real", afirma un alto funcionario.

    El edificio del Banco de Noruega, el envoltorio de hormigón y cristal que aloja el Fondo del Petróleo, es el más bunkerizado de este país. Enfrente se encuentra el restaurante en el que trabajaba de camarera Mette-Marit Tjessem antes de convertirse en princesa. Para acceder al Fondo del Petróleo hay que atravesar un estrecho control de armas a través de una sofisticada y claustrofóbica cápsula; en una sala de contratación con el aire frenético de Wall Street, Dag Dyrdal, director de Estrategia, explica que el noruego es el primer fondo de pensiones público del mundo con 400.000 millones de euros en activos; tiene inversiones en 10.000 compañías y oficinas en Nueva York, Shanghái, Londres y Singapur. "Somos transparentes, fiables y miramos el mundo a largo plazo. Este fondo es el resultado de una sociedad democrática, abierta y responsable. Pensamos en perspectivas más largas que una legislatura. Esto no es de un partido o de otro". Lo confirma el ministro Johnsen: "El día que el petróleo decline, habremos sido capaces de construir algo para reemplazarlo".

    Kårstø, la mayor planta de procesamiento y distribución de gas natural del mundo, situada en un entorno paradisiaco en la costa oeste del país y propiedad de la empresa pública Statoil, escenifica el poderío noruego. Un ingeniero de la compañía disfruta mostrándonos una bruñida tubería de un metro de diámetro que transporta gas a 12 millones de hogares en Alemania. "Ellos nos invadieron en la guerra y ahora nosotros les invadimos de forma pacífica. Somos un socio fiable, un país estable; todos quieren nuestro gas; compárenos con la rusa Gazprom o la argelina Sonatrach...".

    Noruega se hizo muy rica. Y comenzó a atraer inmigración. Los noruegos, que habían emigrado históricamente, sobre todo a Estados Unidos, se convirtieron de la noche a la mañana en un país de acogida. Cuando se inició el boom del petróleo había en Noruega un 1,3% de inmigrantes; en 2000, un 5,5%; en 2009, un 8,8%. Este año, en torno al 13%. Primero fueron los nórdicos; luego, los latinoamericanos; más tarde, los balcánicos y centroeuropeos. Los últimos en llegar fueron los paquistaníes, iraquíes, somalíes y afganos. Con sus velos, chilabas, mezquitas y tradiciones. 200.000 personas de religión musulmana viven en Noruega. Un cambio que es evidente en el viejo barrio de Gronland, en Oslo, una ciudad en la que el 28% de los habitantes ya son de origen extranjero. Un shock de diversidad que nadie esperaba en este país uniforme que está suponiendo, según el sociólogo Jon Eric Dolvik, "el mayor reto al que nos hemos enfrentado. Necesitamos a los inmigrantes como fuerza de trabajo porque nuestra sociedad está cada vez más envejecida y, al mismo tiempo, aunque somos igualitaristas, nos cuesta aceptar comportamientos distintos a los nuestros. No somos una sociedad inclusiva; no es un problema religioso, sino cultural. Nos gusta como somos y no queremos cambiar. Tenemos miedo; nos ha ido muy bien y no sabemos si podremos mantener nuestro modelo con esa nueva población. Es urgente que integremos a la segunda generación de inmigrantes que han nacido aquí; que se formen y consigan buenos empleos. Deben trabajar y pagar impuestos para que continúe el Estado de bienestar. Somos interdependientes. Nos necesitamos".

    La llegada del tsunami multicultural iba a tener una consecuencia inmediata en amplios sectores de la clase trabajadora noruega que habían votado tradicionalmente a la izquierda: iban a perder la confianza en el Estado. Por primera vez en su historia, cientos de miles de ciudadanos noruegos pensaron que esos inmigrantes que se cobijaban bajo el paraguas social noruego, que eran albergados en viviendas públicas, recibían 1.200 euros al mes por asistir a las clases de introducción en la lengua y cultura noruega y otros 700 por cada hijo, que se beneficiaban de sus guarderías, educación y sanidad, se estaban aprovechando de su generosidad. "Hasta ese momento, los noruegos éramos solidarios. Con la llegada de los inmigrantes, se empezó a extender la idea de que pagábamos mucho para que se beneficiaran esos extranjeros que no venían a trabajar, sino a vivir del cuento", explica una profesora universitaria. El resultado fue el rápido crecimiento, a partir de 1997, del Partido del Progreso, una formación en la que se mezclan el ultraliberalismo con el nacionalismo y la xenofobia y que comenzó a hablar en sus mítines de "una islamización silenciosa de Noruega" a la que "había que poner freno". El Partido del Progreso apostaba por un modelo noruego solo para los noruegos. Una sociedad a dos velocidades. Obtendría en las elecciones de 2009 un 23% de los votos, convirtiéndose en la segunda formación política tras los laboristas. La olla comenzaba a hervir. Anders Breivik, el asesino del 22 de julio, militó en ese partido. Tras el atentado, el Partido del Progreso perdería 10 puntos en las elecciones locales del pasado mes de septiembre, lo que parece que anticipa su decadencia. En cualquier caso, los líderes de opinión noruegos intentan conjurar la inquietante sombra del Partido del Progreso resaltando con displicencia la fortaleza del sistema noruego y resaltando que el Partido del Progreso "es democrático, y si quiere tener expectativas de gobernar debe estar dentro del sistema y asumir sus responsabilidades". "No vamos a cambiar", repiten. Es su obsesión. En Noruega se detecta incluso un alivio generalizado por que el asesino del 22 de julio fuera un noruego y no un inmigrante musulmán. Lo confirma un profesor en Oslo: "Dentro de la tragedia, tenemos que agradecer al destino que el terrorista fuera alguien de aquí y no un paquistaní de Al Qaeda. Si hubiera ocurrido eso, el sistema noruego, que se basa en la confianza, hubiera saltado por los aires. La sociedad se hubiera partido en dos. Al pensar que ha sido un noruego solo, loco, aislado, y que algo así no va a volver a pasarnos, y que, por tanto, no vamos a colocar un policía en cada esquina, estamos poniendo a buen recaudo nuestro modelo con vistas al futuro. Pero, lo queramos o no, la inmigración es la patata caliente del modelo noruego. Y tendremos que solucionarlo".

    Tras rememorar la tragedia, los malos augurios se disipan sumergiéndose en la portentosa naturaleza de Noruega. Los fiordos, los bosques, el mar. Noruega es uno de los últimos territorios vírgenes de Europa, dotado de una belleza salvaje, donde el hombre ha logrado vivir en armonía con su entorno. Para el arquitecto Kjetil Thorsen, "en el diseño nórdico, la naturaleza es la fuente de inspiración". Thorsen es uno de los socios fundadores del estudio Snøhetta, al que da nombre la montaña más emblemática del país y que está en la cumbre de la arquitectura global. Kjetil proyectó la nueva Ópera de Oslo como un enorme glaciar surgiendo del fiordo. Ya es el edificio más emblemático de esa nueva Noruega que se enfrenta a retos diferentes sin perder de vista la tercera vía que le ha conducido al éxito. "Es un edificio democrático. ¿Por qué? Lo explico: hemos logrado que la cubierta de algo tan elitista como un palacio de la ópera sea pisada cada día por miles de ciudadanos. No es un edificio para los amantes de la ópera; es un edificio para todos. Ese es el modelo de país".

    Aquí podemos apreciar el reportaje en fotografía.

    La ópera de Oslo - Noruega, el manual de la buena vida - ELPAÍS.com


    Tomado de la edición semanal impresa del diario El País (30-10-2011)
     
    Christmas, 14 Nov 2011

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