Dándole en la ducha

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Beyonder, 30 Ago 2020.

    Beyonder

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    Cofradía lectora, aquí les dejo un relato que es continuación de "El tatuaje de la mariposa". Espero no haberme ido tanto en floro y que lo disfruten.

    Todo hombre tiene una parte ficción en su propia historia, en esta; mi nombre es Santiago y la realidad se mezcla con la teatralización, todo lo necesario para ocultar identidades y todo lo conveniente para que valga la pena ser leída.

    Había perdido la cuenta del Pisco luego del tercer vaso. Aunque no habíamos llegado a la embriaguez, estaba lo suficientemente picado como para olvidar mi timidez e intentar un segundo round; sin embargo, me detenía ese decisivo resto de sobriedad que separa una jornada ganadora una noche en blanco.

    -Oye Santi, pero dime la verdad ¿Tú piensas que te sacó la vuelta, ósea, mientras estaban?
    -No creo. Tengo que creer que no.
    -Ay, ¡pero eso se sabe!

    Mientras hablaba me distraía, esa blusa usada como pareo sobre su absoluta desnudez me invitaba a parajes silvestres, bucólicos, de naturaleza invadiendo ruinas griegas con una ninfa en medio, envuelta en una túnica ondeante. Intentaba que confiese detalles de mi relación fallida, defectos de Carmen (mi ex), algunas escenas que la pinten como una loca, una puta, o cualquier defecto predilecto del raje femenino. Qué me decía, no sé, yo veía sus labios moverse y solo podía imaginarlos rodeando mi pene. La veía ligeramente recostada de un lado, apoyando un codo sobre el respaldo del sillón y solo podía imaginar su silueta contorneándose al ritmo de mis embestidas. Sonreía, y sabrá Dios qué anzuelo me habría lanzado, lo único que notaba era el gesto de su mano, danzando, mientras llevaba el cigarrillo de su boca hasta la altura de su oreja; extendiendo una cortina de humo cuya ligereza completaba su imagen de amante burdelera con cerquillo parisino. Y sonreía, se apoyaba y continuaba hablando sin que yo pudiera adivinar qué intención tenían sus oraciones, sin que me importará ninguna de sus palabras, sin que cualquier sonido fuera más que un eco de su desnudez, un eco que con los minutos me decía una única cosa: ¿cómo hago para tirármela otra vez?

    -Bueno, pero por algo pasan las cosas. Jijiji, míranos.
    -Sí, nos miro. De hecho, te miro -te miro y no puedo pensar en otra cosa que no seas tu atragantándote con mi pinga. Te miro y en mi mente estás de rodillas mientras yo te agarro de la nuca y me hago una paja brutal con tu boca, hasta que te den arcadas y se te pongan los ojos llorosos. No veo nada más que tu redondeado rostro recibiendo los latigazos de mi pene hasta que mi venida se rebalse de tu boca, mientras te digo “trágatela, trágatela toda conchatumadre”- y me encanta a donde me han traído las cosas.
    - ¡Ay, mira tú! A ver si miras menos. Oye, me voy a bañar.

    Mientras caminaba me acordaba de esa empalagosa canción de Arjona, “podrías verlas andar/ después de hacer el amor/hasta el tocador/ y sin voltear, sin voltear, ar aaa”. Creo que no he vuelto a contemplar las caderas de una chata con tanto deseo como aquella vez. Era un metro cincuenta y ocho de feminidad concentrada en su culo, unas caderas que formaban una perita tan pequeña como estética, tan deseable como una modelo en retirada y tan cachable como puede ser una practicante de danza árabe de 20 años, desnuda y con varios piscos encima.

    Me puse de pie en cuanto se perdió por el pasadizo, junto con mis esperanzas de volver a coger. Lo atribuyo al alcohol, se me entremezclaron las ideas; qué decir, qué información me había sacado, qué hora era, venía a mí una imagen estática de su rostro mientras conversábamos; ¿me querría decir algo? Su expresión en mi mente era algo idealizada, como el fotograma de un instante de expectación, una mirada concentrada y deseosa; además de una pícara sonrisa, caraj*, y en medio de todo, el ferviente deseo de alcanzarla, arrancarle la blusa, apretarle los senos, sobar su vagina y abrirle las nalgas para clavarla sin compasión. Mis deseos tomaban forma de escena porno: yo de pie, metiéndosela en esa mini perita que era su culo; ella de pie, pero doblada, apoyada sobre alguna pared del pasadizo “¡Ay Santi, ay Santi! -me dría- no pares, ¡no pares papi!” a lo que yo respondería aumentando mis embestidas a su culo y aprisionándolo en mis manos mientras le gritaría “¡Este culito es mío, Ale, tu culito es mío! -una nalgada salvaje y otra de vuelta- Di que tu culo es mío, Ale, ¡Di que tu culo es mío!” y esperaría por respuesta “¡Aaay! Santi, sí, mi culo es tuyo, ¡mi culo es tuyo papi, es tuyo!”, ya poseído por puro instinto: “Sí, es mío, putita, -más nalgadas, la tomaría del cabello con una mano, con la otra la cadera y me erguiría todo lo posible, ligeramente hacia atrás- ¡Tu culo es mío! Ahora di que eres mi perrita, ¡que eres mía!”, entonces me respondería “Ay Santi, ay, ay; soy tuya Santi, ay…” y mi fantasía acababa conmigo, precisamente acabando, sobre la mariposa tatuada al final de su espalda. Cosas del alcohol, supongo.

    Así que, ya de pie, consumido por mi fantasía y agobiado por la confusión de mis ideas me acerqué al baño, la puerta estaba entre abierta y se oía el sonido de la ducha. Prematuramente derrotado había resuelto lidiar con mi arrechura yendo donde una kine, a pesar del escueto presupuesto de un universitario, por lo que resolví decirle:

    -Oye Ale, ¿después me das chance de tomar una ducha también?
    - ¡Claro! Si quieres… pasa.

    Continuará...
     
    Beyonder, 30 Ago 2020

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    Cofradía lectora, les dejo la segunda parte de este relato. Espero lo disfruten.

    Ante su invitación, mi erección alcanzó su cénit. Vistiendo solo mis boxers entré al baño y, cojuda pero varonilmente, le dije “No interrumpo, ¿verdad?”

    -Alcánzame el jabón rosado, porfa.

    Tomé el jabón que estaba junto al caño y, ya sin boxers, asumiendo el riesgo ser mandado a la mierd*, atravesé la cortina y metí la mitad de mi cuerpo. De todos modos, si ya habíamos tirado en el sillón ¿Qué podía perder?

    - ¿Este jabón?
    -Sí, ese. -Se da vuelta y me da la espalda- ¿Me ayudas?
    Hizo el gesto de ofrecerme su espalda, así que procedí con el jabón. Mientras la jabonaba noté que ya tenía espuma en el resto del cuerpo y que había puesto las manos sobre su pecho.
    -No son muy grandes. Santi, si me aumentara una talla, ¿se me vería mejor?
    -Bueno, lo importante es cómo se sienten.
    Me dejé llevar por el Ryan Gosling que todos llevamos dentro y deslicé el jabón desde su cuello hasta su cintura, lo dejé a un costado y a la vez acariciaba, firme pero delicadamente, sus pechos.
    -Los siento tibios, bastante firmes. Su calidez sugiere que son sensibles -acompañé mi movimiento, que atrapaba la totalidad de sus pechos, con una presión discreta a sus pezones- que son capaces de sentir -aprisioné sus pezones con las yemas de mis dedos y jugué con ellos, como quien ajusta y libera un tornillo- y que, si los tocas correctamente, se puede tener de ti más de lo que cualquier figura bonita pueda darte.

    Le hablaba cerca al oído, y aunque no me pegué del todo, sí lo suficiente como para que sintiera mi erección. Comencé a besar su cuello y a masajear sus pechos hasta sentir sus pezones erectos, la sensación del jabón lo hizo más placentero. A los segundos bajé mi mano y le metí los dedos en el tesoro. Poco a poco me dejó entrar y cuando mi índice ya había identificado su clítoris, otros dos dedos ya poseían su vagina. Ella gemía, con una mano se tocaba el pecho libre y con la otra me tomaba de la cabeza.

    - ¡Ay Santi! ¿Eso le hacías a Carmen?
    Mencionarla me pareció muy fuera de lugar, a pesar de lo arrechante de su tono; sin embargo, admitiré que me excitó pensar en ella mientras tiraba con otra. No sé si es sano, igual pasó hace tiempo y estaba picado. De todos modos, recordé que esta chata estaba tirando conmigo por una especie de despecho, así que quise ser cuidadoso con lo que le decía.
    - ¿Por qué me lo preguntas?, ¿quieres que la llame?
    -Jijiji, para que vea lo que se pierde. Por estúpida. Pero Santi, dime qué hacían.
    - ¿Para hacerlo ahora?
    -A lo mejor
    Qué perra. Cómo decirle que no, ya estaba ahí y la mayor concentración de sangre no estaba precisamente en mi cabeza. Así que le cogí una de sus manos y la llevé hasta mi pene, para luego susurrarle al oído “¿qué tal si le das unos besitos?”
    Ella se volteó mientras yo sentía la suavidad de su mano, humedecida por el agua de la ducha, pajeándome suavemente. Puse mi mano en su hombro, con intención de empujarla hacia abajo; pero ella me miraba sonriente y con su dedo me hizo un irreverente gesto de negativa
    -No no no. Yo no hago esas cosas, puerco. ¿Eso te hacía Carmen, ah?
    -La verdad no. -Terminé de cagarla- De hecho, por eso me apetece. Como dices, para que vea lo que se pierde.
    -No, pervertido, nada de esas cosas puercas. -Aumentó la intensidad de la pajeada- Qué, ¡no gustó lo de hace rato? Podemos repetir, ¿o quieres irte sin que se te baje?
    Hija de puta. Después de eso me dieron más ganas de no poner ni un milímetro de pinga en su concha, y de solo follarle la garganta hasta que se le salga la leche por los ojos, y venirme en su cara hasta que quede como Bobbi Starr en sus mejores escenas de bukkake. Entonces jugué mi última carta con la maldita.
    -Mira, no tengo preservativos -interrumpí la frase con el mejor chape que di en el 2010- y hasta conseguirlos -complementé la presión de los labios y la danza de nuestras lenguas con una atrevida caricia que terminaba con mi dedo en la entrada del chico- definitivamente se me va a bajar todo.
    -Oye, te digo que nada de cosas puercas -saca mi dedo de donde estaba y ubica mi mano en su nalga, lejos de la entrada, y me señala una repisa que había en la ducha- ¡Mira! Los saqué de tu pantalón.

    La muy pendeja había tomado uno de mis condones, supongo que se habían caído al piso de la sala o qué sé yo, la cosa es que lo tenía. No había terminado de reconocer el empaque y me chapó con el mejor chape que recibí el 2010, mientras me chapaba me acariciaba las pelotas y luego me masturbaba, en perfecta sincronía de velocidad con sus labios. No podía más, mi fantasía y mis acciones estaban completamente rendidas a su cuerpo. Era arrechura pura.
    No soy capaz de recordar si ella me pasó el preservativo o si lo tomé yo, el hecho es que ya lo tenía puesto y ella estaba con el culo parado, cogiéndose de las llaves de la ducha, invitándome a penetrarla, tradicionalmente. Supe que mis deseos no eran más que delirios cuando mi pene estaba ya en su vagina. El agua de la ducha simulaba la lluvia, ella gemía, yo jadeaba y cada gota sobre nuestra piel acompañaba nuestra sinfonía con un “splash splash”.

    La tenía fuertemente cogida de la cadera y la penetraba con algo de miedo a resbalarme. Seguía y, tal vez por el pisco, por el agua, por ser el segundo round, o por mi juventud o por todo eso combinado, no me venía. Es más, experimenté esa, luego más conocida, sensación de estar cachando sin sentir, como si estuviera anestesiado; pero erecto aún. Ante el temor de que se me bajara en plena faena procuré relajarme, disfrutar el momento sin pensar en mi exagerado guion preconcebido, tomar aire y, luego de unas cuantas respiraciones profundas, empecé a penetrarla como la metralleta de Rambo, en Rambo 2. Fue una rutina de cardio en toda regla, yo atenazaba sus caderas y bombeaba como un salvaje, chapoteando no sé cuántos litros de agua entre nuestras pelvis.

    - ¡Ay, ay, aaay Santi, Santi, no pares Santi!
    - ¡¿No quieres que pare?! - ¡Pam!, le solté terrible nalgada. Mi excitación había vuelto luego de varios minutos. Súbitamente, recuperé las ganas de encarnar a mis héroes de Bangbros y la cogí del cuello- entonces pídeme, pídeme que te la siga metiendo.
    - ¡Ay Santi… aaayy! Eres un puerco ¡aaaahh!
    -Anda -fui más allá y le metí un dedo al culo y el otro en la boca- ¡Dime que te encanta mi pichula!
    - ¡Ay Santi, no jodas! ¡Sigue nomás! ¡Aaayyy!

    Fue todo, supe que había perdido la posibilidad de ser el gran Marco Banderas, puntualmente cuando sentí que perdía el equilibrio. Disminuí la velocidad y eso fue suficiente para evitar un resbalón y para que Alhelí tomará el control de la situación. La ducha tenía una especie de descanso, como una grada de poco más de un metro de altura y 60 centímetros de ancho. La chata cambió de posición y me sentó en ese descanso, se montó en mí y no paró de chaparme mientras se movía como una licuadora. En serio, podría jurar que vi su vientre como en un paso de twerking. Yo solo sentía una muy particular humedad en la pinga y como me la presionaba con su ; la verdad, ella me estaba tirando. Con todo y sus ojos cerrados llevaba el ritmo y yo estaba rendido a los movimientos de gloria que aprisionaban mi pene. De pronto dejó de besarme y puso sus manos en mi pecho. Hizo un movimiento más frenético, más corto, no sé, mucho más delicioso.

    - ¡Ay Santi, Santi, dime que te gusto!
    -Me gustas, Ale, me gustas
    - ¡Que te gusto más que Carmen!
    -Me gustas… me gustas más…

    No completé la frase, aunque ya me sentía dominado. No sé si el refrán ir por lana y salir trasquilado aplica a esa situación. Digo, fue un polvo memorable; tan memorable como para dedicarle un relato. En fin, el hecho es que no terminé la frase y ya sentía que me venía; así que cambié de posición y la senté a ella en el descanso, la abracé de la cintura con un brazo y con el otro la presioné contra mí; apoyé mi peso en las rodillas, mediante la fricción, y se la metí hasta el útero, para dejar mis fuerzas restantes en una cepillada que bien pudo haber valido dos hernias lumbares.

    - ¡Santi, Santi! -Ya me había envuelto en sus piernas y no sé qué hacía con la que se sentía como si apretara más a propósito (o a lo mejor era cosa mía)- ¡No vayas a parar! ¡No vayas a parar hasta que me venga!
    -Ahora, tú, no me jodas.
    -Ay, ahh

    Se lo dije con sinceridad, no sabía por cuanto tiempo iba a poder mantener la pose; además, para ese momento me importaba medio pepino cualquier otra cosa que no fuese mi sensación de la cintura para abajo. En un momento, la sentí gemir más, más profundamente. La sentí estirarse también, estirarse toda y sentí que sus caderas temblaban rápido, como en micro espasmos. Interpreté que se había venido, naturalmente no se lo pregunté y, reitero, me llegó soberanamente al pincho (nunca mejor dicho, jaja). Así que me moví como perforadora petrolera hasta que, en un rato, la empujé todo lo posible hacia mí, a la vez que se la enfundé lo más adentro posible y se me vino todo el geiser. Una maravilla.

    Estuvimos unidos aún un tiempo. A los pocos segundos de haberme venido la besé. Fue un beso pausado, de dos bocas jadeantes de cansancio; pero que encerraba también cierto tedio, cierto carácter de punto final. Recuerdo esa mirada y pienso que encarnábamos aquella letra de Sabina: Se miraron un segundo/como dos desconocidos… Y hubo tanto ruido/que al final llegó el final.

    -Santi -fueron sus últimas palabras antes de pararnos- ¿Lo hemos mejor que con Carmen?
    -Ale. -fueron mis últimas palabras antes de pararnos-Un caballero no tiene memoria.

    Mientras recogía mi ropa ella se bañaba, sola. Luego, me permitió usar la ducha, lo hice raudamente. Hablamos de banalidades genéricas hasta que estuve cambiado: quejas sobre las posturas, pendientes de la universidad, concejos para exámenes futuros y alguna impresión sobre como la película El amor en los tiempos del Cólera demuestra que los clásicos del Boom Latinoamericano son, en su mayoría, inadaptables al formato cinematográfico. Después, solo quedó la despedida.

    Chao Ale -le di un amical y neutro beso en la mejilla- nos vemos. Cuídate.
    Atravesé la puerta de su depa y a los tres pasos me dice
    -Santi, oye. Esto que ha pasado, no quiero que….
    -No te preocupes. -la corté en seco- Como te dije, un caballero no tiene memoria.

    Cerré el cuadro con una sonrisa de lado y el gesto de amor y paz, pensando en el maestro Roshi. Casi al instante bajé las escaleras para interrumpir la interacción con el máximo hermetismo. Seguí las cuadras camino a la avenida dando largas pitadas de Mallboro rojo, tratando de adivinar alguna revelación sobre esta experiencia, alguna muestra de crecimiento, algo que valga la pena; más que contárselo a los amigos, recordárselo a uno mismo. Luego de pensar en el imperativo categórico de Kant, la ética de Nietzsche y el peso de mis propios valores, básicamente inculcados en la casa paterna como herencia del Nuevo Testamento; llegué a una conclusión que, según veo ahora, fue un anticipo de lo que años más tarde conocería como el Egoísmo Racional y la psicología del ser autorrealizado según Maslow: la próxima vez debo de tener algo con qué grabar conchesumadre.

    Así pasé ese viernes de parciales, entre pisco, sexo y fantasías. Terminaba mi tarde con los cigarrillos que aprendí a fumar en mi adolescencia; ¿acaso sintiéndome más hombre?, ¿quizá evocando el orgullo de pasar los rituales urbanos de hombría? Quién sabe, a lo mejor miles de personas en esta ciudad acababan de tener un gran triunfo personal que terminaría siendo pasajero, tanto como el destello de los faros de esos autos que estaba viendo, mientras cruzaba el puente de la avenida. ¿Cuántas victorias efímeras, tan puras que no exigen enseñanza, pasan al día por la Javier Prado?, ¿cuántos, como yo, vuelven a casa en Lima?
     
    Beyonder, 2 Sep 2020

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    buen relato cofrade, bien gozado con la chata ALE
     
    Carashito, 13 Oct 2020

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    buen relato cofra, esperamos más de la chata.
     
    Azazel22, 14 Oct 2020

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