Diario de una puritana

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Felipe Vallejo, 30 Nov 2020.

    Felipe Vallejo

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    DIARIO DE UNA PURITANA

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    Capítulo I: Espiando a Mafe

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    El día que pude ver en alta definición el agua bajando por su espalda hacia su ancho culo, que pude apreciar sus casi inexistentes senos cubiertos por la espuma que hace el jabón, que pude observar sus blancas piernas en su verdadera dimensión; ese día fui realmente feliz.

    No sé cómo me atreví a espiar y a grabar a Mafe, pero fue tal la obsesión que me generó, que me fue inevitable. Aún conservo ese video como un tesoro invaluable, como una pieza maestra de mi admiración por la belleza de Mafe.

    Y esa fue solo la primera vez que podía apreciar su humanidad en casi todo su esplendor, luego logré hacerlo en primera fila, y cada vez fue sencillamente maravilloso, pero antes de dar esos detalles, me siento en la obligación de contar quién es Mafe y por qué es tan especial.

    Mafe y yo nos conocimos en nuestro lugar de trabajo, que en ese entonces era una multinacional dedicada al procesamiento de alimentos; producción, distribución y venta de galletas, embutidos, café, chocolate, etcétera.

    Ambos nos desempeñábamos como asesores comerciales, es decir como vendedores. Para ese momento, para el de conocernos, yo tenía unos 25 años y Mafe 24. En un comienzo no nos íbamos a llevar bien, la verdad no sé por qué, pues yo puse mi empeño para tener una buena relación, ya que por motivos de trabajo era más que necesario, pero no fue así. Sencillamente no fui del agrado de Mafe, y un par de choques tuvimos en esos primeros días de convivencia laboral.

    Pero ese clima de tensión entre nosotros cambió radicalmente con una salida en grupo con los demás compañeros de trabajo, en la que obviamente el licor iba a jugar un papel determinante para cambiar la apreciación que tenía el uno sobre el otro.

    El cambio fue total. Mafe y yo nos convertimos en grandes amigos, ella empezó a confiarme sus pensamientos, sus dramas, sus vivencias, y su diario acontecer.

    Ganarme su confianza y su amistad me permitió además conocer sus debilidades y sus complejos. Uno de ellos era su peso, o más propiamente dicho su figura, pues ella se percibía a sí misma como una mujer obesa. Y si bien tenía uno que otro kilo de más, la realidad es que estaba muy lejos de ser eso, una gorda sobredimensionada. Pero muchas veces los problemas de autoestima y percepción propia nos juegan malas pasadas.

    Es verdad que era una chica gruesa, pero en mi parecer, no cruzaba ese delgado límite entre una chica maciza, generosa de carnes, y una obesa matoneada por las mayorías.

    Mafe tenía unas piernas carnosas, muy bien contorneadas, quizá su mayor defecto era su extrema palidez, para los que consideran que eso puede ser un defecto; para mí eran sencillamente perfectas. Consideraba un lujo de primer nivel verlas cuando Mafe decidía usar faldas. Me resultaba hasta dañino, pues más de una vez tuve que buscar la forma de disimular la erección que me provocaba ver esas monumentales piernas.
    Quizá eran su mejor atributo, aunque su culo no era para nada despreciable, pues igualmente era ancho, macizo, pero no alcanzaba la perfección por su forma, pues no tenía esa curvatura que caracteriza a un culo de anuncio. Sus caderas, en concordancia con su cuerpo, eran anchas, carnosas; era toda una fantasía soñar tenerlas entre las manos, y todo un lujo verlas moverse cuando Mafe caminaba.

    Su abdomen estaba lejos de estar tonificado, era realmente flácido, pero a la vez estaba lejos de ser una horrorosa panza, que más o menos así era como lo percibía ella. Es innegable que algún exceso de carne tendría, pero nada fuera de lo normal, de hecho podría decirse que tenía una sensual pancita. Sus senos eran prácticamente inexistentes, resaltaban lo suficiente como para diferenciarlos del pecho de un hombre, evidentemente no eran su mayor atributo.

    Y si bien sus piernas eran un espectáculo a la vista, lo mejor de Mafe era su rostro. Igual de pálido que sus piernas y el resto de su cuerpo, pero tallado por los mismos dioses; con unas facciones supremamente finas; un labio inferior carnoso y un superior de tamaño medio, que además lucían habitualmente muy sensuales por la forma como Mafe se maquillaba, teniendo casi siempre un encendido color rosa. Su nariz igualmente era finita, sin irregularidades o curvaturas indeseadas. Sus ojos, de un café claro, eran de un tamaño medio, aunque ciertamente alargados. Lo que seguramente los hacía parecer más bellos era el largo de sus pestañas, que le daban un cierto toque de misticismo y sensualidad a su mirada. El rostro de Mafe en su conjunto era simplemente elegante, y si a eso se le suma su blanca y casi perfecta sonrisa, estamos hablando de un arma de seducción en todo el sentido de la palabra.

    Su cabello era largo, liso y rubio oscuro, si es que esa tonalidad existe, diría más bien que era de un hermoso color dorado, que cortaba a la perfección con su blanco y delicado rostro. En ocasiones adornado por una diadema, pero generalmente suelto, limpio y bien cuidado.

    A toda esta halagüeña descripción he de sumar su forma de vestir, que era recatada y elegante, sin dejar de lado la sensualidad, pero priorizando lucir como una mujer sofisticada, lo que en mi generaba un mayor morbo a la hora de fantasear con ella.

    Ganarme su confianza fue mi primer gran triunfo, pues como dije antes esto me permitió conocer sus anhelos, sus temores, sus deseos, sus debilidades, en general su forma de ser.

    Entendí que por ese entonces ella tenía un gran complejo con su peso, y a mi favor jugaba que yo estaba en una estupenda forma física. Llevaba años entrenando y los resultados saltaban a la vista. Había llenado mi casa de equipos e indumentaria de gimnasio: barras, discos, banca (para press de banca, entre otros), mancuernas, máquinas (caminadora, elíptica). Y llevaba años cumpliendo con un disciplinado entrenamiento, que quizá fui reduciendo con el paso de los años, pero sin llegar a abandonarlo.

    Ella sabía de mi constancia y necesidad por mantenerme en forma, no solo por lo que podía apreciar con sus ojos, sino porque ocasionalmente charlábamos sobre ello, a tal punto que le ofrecí mi ayuda, asesoramiento y entrenamiento para superar sus complejos. Ella rechazó mi ofrecimiento en un par de ocasiones, pero llegó a un punto su obsesión que no le quedó más opción que aceptar, pues el entrenamiento clásico en un gimnasio siempre la había superado, siempre había terminado abandonando.

    Yo le di la clásica charla sobre la importancia de la alimentación, advirtiéndole que el 80% del éxito estaba en este aspecto mientras que el 20% restante en el entrenamiento físico. También le insistí una y otra vez que lo complejo era resistir por los menos tres entrenamientos de un grupo muscular, luego el cuerpo se iría adaptando. Pero en lo que más hice énfasis fue en motivarla, pues realmente la consideraba mi amiga, verdaderamente quería entrenarla.

    Y la recompensa fue mucho mayor cuando empezaron los entrenamientos y la vi por primera vez en su ropa de hacer ejercicio. Ver esas piernas forradas en esa licra (mallas, calzas, leggins) fue un verdadero premio. Verla en ese atuendo me dio la oportunidad de dimensionar sus piernas, sus nalgas, sus caderas, su vulva, en fin, todo su cuerpo, de una forma en que no había podido hacerlo nunca antes. La otra parte de su atuendo era un top, relativamente grande, pues para ser un top cubría una gran parte de su pecho, pero dejando al descubierto en gran medida su abdomen, su cintura, su espalda y parte de sus hombros.

    Ella vivía relativamente cerca a mi casa, así que el plan era salir del trabajo e ir de inmediato a mi casa para entrenar.

    En esa primera jornada de entrenamiento tuve grandes dificultades, pues verla así vestida me alteró; la erección fue inevitable e incontenible, por lo que antes de empezar el entrenamiento tuve que encerrarme en el baño y echarme un poco de agua fría para calmarme.

    Era una necesidad aquello de calmarme, estaba seguro que de quedar en evidencia con Mafe, iban a terminar antes de empezar los entrenamientos y seguramente me ganaría una fama de depravado al interior de la empresa. Además debo advertir que Mafe era una chica muy devota y muy beata, por lo que muy probablemente vería con malos ojos una situación así. Aunque el paso de los días me iba a hacer saber lo equivocado que estaba.

    Siempre he repartido mis entrenamientos en cuatro días principales, dedicando cada uno de ellos a trabajar determinados grupos musculares. En esa época consideraba indispensable dedicar los lunes al entrenamiento de piernas, en primera medida porque es el entrenamiento más complejo, y terminarlo de primeras te llena de confianza para hacer las demás rutinas con cierta holgura. También porque consideraba pertinente que el entrenamiento de las piernas estuviera lejano al fin de semana, ya que en el fin de semana puedes ir a bailar, ir a jugar fútbol con amigos o echar un polvo ocasional, y para ninguna de esas actividades era conveniente estar con agujetas. Pero empezar a entrenar a Majo con una rutina de piernas seguramente la iba a espantar, por lo que decidí cambiar el orden que daba a mis entrenamientos.

    Opté entonces por organizar un esquema de entrenamientos en el que los lunes trabajaba bíceps y tríceps, los martes hombros y espalda, los miércoles pecho, y los jueves piernas. El abdomen lo entrenaba todos los días, y el ejercicio cardiovascular, a pesar de que siempre me dio mucha pereza, también tiene asignada media hora al día.

    Así que en esa ocasión empezamos con un entrenamiento de bíceps, tríceps y abdomen. Sabía que no iba a costarle mucho trabajo, y de paso la llenaría de confianza.

    Para el que fue muy difícil fue para mí, que encontré gran dificultad para concentrarme en evitar excitarme al ver las carnes de Mafe sacudiéndose con el entrenamiento. No sé por qué el hecho de verla sudar también me calentaba, pero así era, así que pasé más de una angustia ese día para disimular lo mucho que me ponía esa situación. Sin embargo siento que sorteé muy bien las dificultades, pues Mafe jamás notó lo que estaba provocando en mí.

    Cuando terminamos la rutina, Mafe estaba empapada en sudor, por lo que le ofrecí gentilmente darse una ducha antes de irse a su casa. Ella accedió porque se sentía incómoda por el sudor que había cubierto su cuerpo. Así que busqué una toalla, se la entregué y la vi entrar y cerrar el baño.

    Rápidamente corrí a buscar un pequeño espejo, tenía como plan meter la mitad de este por debajo de la puerta, de modo que pudiera observar al interior del baño. El espejo lo encontré increíblemente rápido, pues pensé que no tenía ninguno en mi casa. Lastimosamente para mí, el vapor cubrió el cristal de la puerta de la ducha, por lo que no pude ver con mucha claridad. Apenas observé la delicada y blanca silueta de Mafe, pero poco y nada de los detalles que aspiraba a ver.
     

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    Capítulo II: Espiando a Mafe (segunda parte)

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    Me decepcioné un poco al ver fallido mi plan, pero sabía que tendría revancha, pues Mafe iba a seguir viniendo por lo menos esa semana. Sabía que debía motivarla para que ese periodo se extendiera, para tenerla entrenando en mí casa por más tiempo. También sabía que el plan del espejo había fallado, por lo que debía encontrar una mejor herramienta.

    Mafe salió del baño, vistiendo ya su atuendo habitual, con su cabello completamente mojado y sobre uno de sus hombros, su cara sin gota de maquillaje, y su sonrisa reluciente por sentirse renovada luego de un refrescante baño. Se despidió entusiasmada por haber soportado el primer entrenamiento y partió a su casa.

    Una vez que se despidió y cerró la puerta, corrí a la PC para buscar una cámara espía en cuanta plataforma de ventas en línea existe. Me sorprendí al ver la gran variedad de diseños y alternativas que hay: bombillos, relojes, esferos, botellas, llaveros, botones, gafas, tornillos; en fin, existe un largo listado de objetos a la venta cuya finalidad es el espionaje. Me incliné por el bombillo, ya que me parecía disimulado e incuestionable, al fin y al cabo, ¿Quién se detiene a detallar un bombillo? ¿Quién puede sospechar que un bombillo graba videos?

    Ahora mi gran lucha era contra la ansiedad, pues debía esperar un día o dos para que llegara mi nuevo juguete. Me mentalicé, supe que era muy probable que el martes no lo tuviera conmigo, probablemente el miércoles sí, y casi de seguro lo tendría el jueves; pero solo me quedaba esperar, darle tiempo al tiempo.

    El martes transcurrió sin mayor novedad. El trabajo fue tan rutinario como siempre, y la recompensa al final del día fue generosa al ver a Mafe con otro atuendo de entrenamiento, no muy diferente al del día anterior, pues apenas variaba en sus colores. La cámara no llegó ese día, por lo que mi resignación fue total.

    Sin embargo, el miércoles iba a llegar con doble premio. El primero de ellos fue la llegada de la cámara, hecho que ocurrió al mediodía y que me tuvo tomando más de un baño a esa hora con el ánimo de probar mi nueva adquisición: ángulo, luz, calidad del video, puntos ciegos, en fin, todo lo que debía tener en cuenta para ejecutar mi magistral plan.

    El otro premio iba a llegar a la hora del entrenamiento, se trataba de un nuevo atuendo de Mafe. Esta vez llevaba puesta una faldita negra, lo suficientemente corta para asegurarle comodidad a la hora de ejercitarse y para proporcionarme una vista casi que inmejorable. La parte de arriba del atuendo era un top, igualmente negro y no muy diferente al de los días anteriores.

    Ese día sí que sufrí conteniendo mis instintos, pues era casi que inevitable observar, así fuera de reojo, sus hermosas piernas. De todas formas debía lograrlo, no podía echar mis esfuerzos por la borda, tenía que seguir ganándome su confianza.

    El entrenamiento fue lo suficientemente fuerte como para obligarla por tercer día consecutivo a tomar una ducha en mi casa. Ella decía sentirse apenada, incluso llegando a ofrecerme dinero para cubrir el gasto adicional en mi recibo del agua, pero yo siempre busqué tranquilizarla pidiéndole obviar cosas como esa.

    Fue ese día cuando al fin pude ver en alta definición el agua bajando por su espalda hacia su ancho culo, que pude apreciar sus casi inexistentes senos cubiertos por la espuma que hace el jabón, que pude observar sus blancas piernas en su verdadera dimensión; ese día fui realmente feliz.

    No sé cómo me atreví a espiar y a grabar a Mafe, pero fue tal la obsesión que me generó, que me fue inevitable. Aún conservo ese video como un tesoro invaluable, como una pieza maestra de mi admiración por su belleza. He de reconocer que en más de una ocasión ha sido motivo de inspiración para una paja, pero no esa noche, pues desde que hago ejercicio, he tenido como regla evitar la masturbación en los días de entrenamiento con peso, sencillamente porque el orgasmo consume una gran dosis de energía, y al día siguiente va a ser más difícil completar la rutina de ejercicios.

    Lo que si hice esa noche fue revisar el material, soportando la gran tentación que me generó. No voy a negar que me fue muy difícil pasar las horas y conciliar el sueño teniendo ese video en mi poder, pero como dije antes, no me permitía orgasmos en días de entrenamiento.

    Capítulo III: Confesiones de una puritana


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    Para mí fortuna, esa actitud iba a verse recompensada, pues fue ese el inicio del gran propósito de follar con Mafe. La motivación estaba creada, ya solo hacía falta encontrar el momento y quizá el escenario ideal para atacar...
     
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    sigue cofrade se ve buena la carne de toyo
     
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    Tío, qué buen Intro. Ando ansioso esperando la siguiente parte
     
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    Capítulo III: Confesiones de una puritana

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    Para mí fortuna, esa actitud iba a verse recompensada, pues fue ese el inicio del gran propósito de follar con Mafe. La motivación estaba creada, ya solo hacía falta encontrar el momento y quizá el escenario ideal para atacar.

    El momento iba a ser al día siguiente, no porque estuviera listo, o tuviese preparado un plan, o fuese el momento oportuno; lo hice porque me ganó la ansiedad y me dejé llevar.

    Fue durante la sesión de entrenamiento. Ese día correspondía la rutina de piernas, que posiblemente es la que más interesa a las mujeres, pero es la de más sacrificio y quizá la de más cuidado.

    Para mi desgracia, ese jueves Mafe no usó su atuendo de la falda negra, sino una de las licras que había usado en días anteriores. De todas formas, para mí, cualquier prenda que usará la iba a hacer ver deseable.

    Ese día arrancamos la rutina con sentadillas de peso libre, que para el que no las conozca, aclaro que son sentadillas comunes y corrientes pero con un peso adicional. Como yo tenía una barra y discos, ese iba a ser el peso adicional. Para el caso de Mafe, que hasta ahora empezaba a entrenarse, el ejercicio fue únicamente con la barra.

    A esa sesión de entrenamiento le saqué todo el jugo posible, pues cada movimiento requería de mi guía o mi apoyo. De modo que cuando empezamos con las series de sentadillas de peso libre, me situé atrás de Mafe para orientar sus movimientos, indicándole hasta donde tenía que bajar, el grado de apertura de las piernas, y apoyándola a sostener la barra por si llegaba a perder el equilibrio. Para orientarla en la forma correcta de respirar y la tensión que debía mantener en el abdomen, empecé a bajar con ella, aun estando parado a su respaldo, tomando suavemente su abdomen con una de mis manos para indicarle justamente los momentos en que debía tomar y soltar aire.

    El rocé fue inevitable al igual que mi erección, que ella evidentemente sintió en sus nalgas, y la cual me llevó a apartarme de ella ciertamente avergonzado. Pero Mafe no me hizo reproche alguno, seguramente entendió la situación como algo involuntario o quizá por estar completamente concentrada en el ejercicio, la verdad no lo sé.

    Yo, por el contrario, interpreté su ausente reproche como un visto bueno, como un gesto de complacencia. Así que pasados unos segundos volví a acercarme a ella y continué haciendo el ejercicio a la vez que trataba de orientarla.

    La erección no había desaparecido, de hecho era cada vez más latente. Para ese momento Mafe ya tenía que tener descartada la hipótesis de que había sido algo involuntario, pues de ser así no tendría por qué seguir restregándole mi pene erecto contra sus nalgas. Posiblemente ella quería evitar el momento incómodo de hacerme el reproche, o como dije antes, quizá su prioridad era completar el ejercicio.

    El caso es que yo entendí la situación como un gesto complaciente, asumiendo a la vez que debía dar el siguiente paso. Acerqué mi cara a su cuello y elogié el buen olor que tenía su pelo. Sin dejarla terminar de decir gracias, empecé a besarla por el cuello. Ella se detuvo, paró de hacer sentadillas y permaneció allí de pie, inmóvil, todavía con la barra sobre sus hombros. Inicialmente estiró su cuello, permitiéndome besarla, pero luego me pidió detenerme.

    - No puedo hacer esto - dijo ella

    - ¿A qué te refieres? ¿Al ejercicio o a dejar que te bese?

    - A lo segundo, el ejercicio no está tan difícil…

    - Bueno de todas formas deja la barra en el piso, descansa

    Ella dejó la barra en el piso y luego me preguntó si podíamos interrumpir el entrenamiento, sentarnos y hablar. Yo accedí, ciertamente temeroso porque entendía que me iba a reprochar por haber excedido su confianza. Le alcancé una toalla para secarse el sudor, le di una botella de agua y abandonamos el cuarto donde entrenábamos. Fuimos a la sala, nos sentamos y ahí empezó su inesperada confesión.

    - Mira, tengo que advertirte que no debes hacerte ilusiones conmigo

    - ¿Por qué?

    - No quiero tener relaciones con nadie

    - ¿Puedo saber por qué?

    - Sí. Te lo voy a contar, pero quiero que no salga de acá… No te puedo mentir, no soy virgen, pero mi primera experiencia fue tan traumática que me hice la promesa de no tener relaciones hasta que tenga la bendición de Dios, como debe ser… Mi primera vez fue a los 15 años con el novio que tuve en esa época, lastimosamente para mí no fue algo placentero ni memorable, fue algo más bien doloroso y como dije antes, traumático. A esa edad una cree en promesas de amor eterno y puede pecar de ingenua. Yo a este chico le creí, me entregué a él, pero no lo disfruté. Fue un coito corto, no sé, uno o dos minutos, en los cuales jamás sentí placer, solo dolor y quizá algo de asco. Pues una vez que él terminó, me sentía sucia, utilizada, como una vasija para descargar sus tensiones. Eso precipitó el fin de mi relación con ese chico. Lo que siguió fue un largo periodo de rechazo a los hombres, incluso llegando a sentir odio por la mayoría de ellos. Tanto así que en mis primeros años de universidad tuve una compañera que me propuso experimentar con ella. En esa época me sentía desorientada y accedí. Fue completamente diferente a mi primera vez, no hubo apuros, hubo complacencia y amabilidad todo el tiempo por parte de esta chica. Se tomó el tiempo suficiente para hacerme disfrutar y se preocupó porque yo disfrutará del momento. Fue muy cariñosa, muy dulce y muy tierna. Debo confesarte que me gustó, pero fue solo cuestión de horas para que me invadiera el arrepentimiento. Empecé a cuestionarme si era homosexual, si eso está bien visto ante los ojos de Dios. Y fue entonces que decidí no volver a experimentar con ella tampoco. Me propuse no volver a tener relaciones con nadie antes de contar con la bendición de Dios, promesa que he cumplido hasta ahora y que me ha brindado tranquilidad.

    - Bueno Mafe, yo no soy quien para juzgarte, ni para decirte lo que debes hacer, o lo que está bien y lo que está mal. Lamento mucho lo traumático de tu primera vez, entiendo que hayas soñado con que fuese un momento perfecto, idílico, pero sé que difícilmente eso se cumple. Es algo sencillamente consecuente con el actuar de esa edad. Estoy seguro de que hay millones de mujeres a las que les ha pasado lo mismo. Luego, sobre tu experiencia lésbica, no tengo mucho por decir, solo que no deberías reprocharte ni condenarte con tanta dureza, experimentar está bien, no te cierres puertas… Mira Mafe, yo no soy creyente, aunque respeto tus creencias, pero si te aconsejo que no las lleves al extremo, no las radicalices, porque eso te va hacer vivir con temor e incertidumbre ¿Quién te asegura que el sexo en el matrimonio va a ser placentero? ¿Qué tal termine siendo tan horroroso como esa primera vez? Deberías abrirte puertas y probar una y otra cosa. No te estoy diciendo que te vuelvas la más promiscua de la ciudad, solo te digo que te des la oportunidad de experimentar.

    - Y supongo que tú quieres que experimente contigo

    - Jejeje…bueno Mafe, yo no te puedo obligar, pero si noté que estabas disfrutando la situación mientras hacíamos sentadillas. Y para mí sería todo un honor ser el elegido para cambiar tu percepción sobre el sexo y sobre los hombres.

    - No te voy a negar que lo estaba disfrutando, pero es que me da un poco de nervios…

    - Te propongo que te dejes dar un masaje, que además puede que te alivie del cansancio muscular acumulado de estos días, y durante este decides si te dejas llevar o no. De todas formas, si hago algo que te moleste, solo es necesario que me lo digas para que me detenga o para que no lo vuelva a hacer.

    Capítulo IV: Tocando el cielo con las manos

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    El silencio permaneció en el ambiente por unos cuantos segundos, luego ella accedió, aunque en medio de titubeos y de una actitud bastante temerosa. Le pedí que se acostara boca abajo sobre el sofá en el que estábamos...​
     
    Felipe Vallejo, 2 Dic 2020

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    Capítulo IV: Tocando el cielo con las manos

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    El silencio permaneció en el ambiente por unos cuantos segundos, luego ella accedió, aunque en medio de titubeos y de una actitud bastante temerosa. Le pedí que se acostara boca abajo sobre el sofá en el que estábamos.

    Sin tener experiencia alguna dando masajes, me aventuré a recorrer su cuerpo con mis manos. Empecé por sus hombros, ejerciendo algo de presión con mis dedos sobre ellos, a la vez que trataba de hacer que mis movimientos fueran circulares. Lentamente fui bajando por su espalda, ayudándome de las palmas de mis manos, a veces haciendo movimientos de presión, ocasionalmente rozando ligeramente y la mayor parte del tiempo amasando su piel y sus músculos entre mis manos.

    Me animé a desabrochar su top, llevándome la grata sorpresa de que no llevaba nada bajo este. Rasqué suavemente sobre la marquilla que dejaba en su piel el broche del top, a lo que recibí un agradecimiento de su parte por mi consideración. Sinceramente no pensé que eso fuera a ser tan sustancial, pero así fue.
    Su espalda desnuda y su suave piel emanaban sensualidad. Yo sabía que no había motivo para emocionarme por ver una espalda desnuda, pero la de Mafe tenía cierto atractivo, cierta magia; era tan blanca como el resto de su cuerpo, supremamente suave, decorada por lunares y otro tipo de marcas de nacimiento. Dediqué un buen rato a masajear y acariciar su espalda, pues creo que hasta yo lo estaba disfrutando. Ella exhalaba y suspiraba ocasionalmente, entregando señas del disfrute o por lo menos de relajación gracias a mi masaje.

    Pero yo no me iba a quedar toda la noche masajeando su espalda. Estaba ante la oportunidad de cumplir una de mis más grandes fantasías. Sabía que tenía que ser cauteloso, y sobre todo paciente. Aunque creo que a esa altura de la noche lo estaba logrando.

    Poco a poco me fui dando la libertad de ir bajando cada vez más por su espalda, hasta concentrarme en masajear la zona de sus lumbares, y aventurarme por primera vez a pasar el límite entre su espalda y sus nalgas. Ella seguía sin oponer resistencia o sin hacer reproche alguno.

    Inicialmente, cuando me animé a posar mis manos sobre su culo, lo hice por sobre su ropa, como bien dije antes, no quería precipitarme. Amasé sus nalgas entre mis manos por un buen rato, aunque sin llegar a apretarlas ni estrujarlas, ya que un gesto así podría echar por la borda lo conseguido hasta el momento.

    Para disimular un poco, traté de no dedicar tanto tiempo a su culo, por lo menos no tanto como le dediqué a sus hombros y su espalda. Así que prácticamente pasé de largo hacia sus piernas, hacia la cara posterior de sus muslos.

    Ella se encontraba supremamente relajada. De no ser por sus suspiros ocasionales, habría pensado que se había dormido.
    Sentir sus piernas entre mis manos fue todo un placer. Llevaba meses fantaseando con estas piernas, y ahora, por vueltas del destino, las tenía entre mis manos. Eran macizas, tal y como se podían percibir a simple vista. Estaban algo flácidas, evidenciando la falta de tonificación por la que había buscado mi ayuda, aunque a mí me
    encantaban así, tal y como las estaba sintiendo en mis manos.

    Le pregunté si le dolían, a lo que ella respondió que no. Le advertí que al siguiente día le iban a doler, siendo esta una de las principales causas de abandono en el común de la gente cuando ingresa a un gimnasio. Le ofrecí un gel muscular, que no le iba a evitar el dolor, pero se lo iba a hacer más llevadero.

    - Antes de que te lo aplique, quería consultarte ¿Cómo te has sentido?

    - Bien, muy relajada y tranquila

    - Súper. Yo, por el contrario, estoy sorprendido

    - ¿Por qué?

    - Porque no comprendo cómo puedes tener complejos con tu cuerpo, eres hermosa, diría perfecta

    Ella guardó silencio ante mis cumplidos, apenas giró levemente su rostro y me dejó ver su sonrisa. Yo entendía que iba por buen camino, que a pesar de la lenta ejecución de mi plan estaba dando pasos agigantados hacia el gran objetivo.

    Le saqué la licra con cierto grado de dificultad, pues realmente se le ajustaba a su cuerpo. Estaba en medio del delirio, por fin contemplaba sus piernas tal y como eran, de arriba abajo; carnosas, delicadas, completamente depiladas, suaves, blancas. Pero lo que más me emocionó fue que no llevaba nada bajo la licra.

    Ese inmejorable panorama pudo haberme hecho perder el control. Era toda una tentación meter mano, pero debía tener cabeza fría para no espantarla. ¡Qué desespero!
    El gel muscular era frío, así que cuando empecé a frotarlo sobre sus piernas ella reaccionó con un ligero espasmo. Comencé por sus gemelos, amasándolos entre mis manos, y deslizando mis dedos sobre ellos con la ayuda del gel. Inicié por ahí justamente por lo que ya he explicado una y otra vez, no quería mostrarme ansioso, ni invasivo, quería que ella confiará totalmente en mí.

    Fui subiendo poco a poco, encargándome de aplicar gel en todo el contorno de sus piernas, tanto su cara posterior como la parte anterior y los costados. Cuando iba por sus muslos, mi excitación era total, sentía la extrema necesidad de poseerla, pero ya habría tiempo para ello. Poco a poco fui masajeando y acariciando la cara interna de sus muslos, principalmente con mis pulgares, mientras mis palmas y mis otros dedos se posaban por encima de los mismos.
    La victoria estaba asegurada, pues sin haber llegado a tocar su vagina, ya podía percibir, a escasos centímetros, el calor que emanaba de ella. Tenía el triunfo en el bolsillo, Mafe estaba tan caliente como yo, quizá más.

    Asumiendo que contaba con su entera complacencia, y entendiendo que el calor y la humedad de una vagina no mienten, me aventuré a seguir subiendo hasta realmente palparla entre mis dedos. Era igualmente carnosa, estaba recubierta por una piel igualmente delicada, pero en su contra tenía que estaba sin depilar, o por lo menos así lo percibí, pues soy de los que las prefieren al ras. Aunque no me iba a poner de caprichoso y quejumbroso, estaba consiguiendo el mayor de los premios.

    Inicialmente acaricié su vulva con movimientos similares a los que venía ejerciendo durante el masaje, pero poco a poco fueron mutando en caricias superficiales con la palma de mi mano. Luego fueron mis dedos índice y anular los encargados del tocamiento, todavía superficial, pues no quería precipitarme a introducirlos, además, sabía que la clave estaba en encontrar en primera instancia su clítoris, y dado que todavía no pensaba asomarme por allí, tenía que hacerlo mediante el tacto.

    Su conchita ardía, aunque ella no expresaba excitación más allá de unos suspiros. Pero cuando por fin sentí su clítoris, esto cambió; sus suspiros pasaron a ser jadeos e incluso gemidos, aunque ella los reprimía, seguramente por timidez o vergüenza, o por lo menos así lo percibí yo.
    Su clítoris era de aquellos que tienen una buena porción de piel recubriéndole, por lo que me sentí con mayor libertad de jugar con él entre mis dedos y posteriormente con mi lengua.

    Cuando introduje la punta de mis dedos, posé mi otra mano sobre su cuello, para ejercer un masaje complementario. Ella siguió sin hacer reproche alguno, es más, lo único que escuchaba de ella era su fuerte respiración.

    No dediqué mucho tiempo a explorar su vagina con mis dedos, no era mi prioridad; entendía que debía pasar rápidamente al sexo oral. No porque fuera mi gran obsesión, sino porque sabía que con mi lengua podría lograr una estimulación diferente y complementaria sobre su clítoris.

    Mis dedos salieron recubiertos por sus fluidos, lo que me sirvió como señal para entender que el plato estaba servido y sazonado. Era hora de saborearlo con mi lengua.

    Separé sus piernas con mucha delicadeza, y aproveché para arrastrar mis uñas con suavidad por la cara interna de sus muslos, como rascándola pero con mucha sutileza.

    Me subí al sofá, me apoyé en mis rodillas y me incliné para incrustar mi cara entre sus piernas. Ante el primer contacto de mi lengua con su vagina, Mafe volvió a realizar una de esas contracciones involuntarias del cuerpo, evidenciando así que todavía sentía algo de temor o de sorpresa por lo que estaba viviendo.

    No dediqué mucho tiempo al sexo oral en esa posición, pues solo un par de minutos después le pedí darse la vuelta. Primero porque me estaba perdiendo lo mejor de Mafe, la posibilidad de ver su rostro mientras le brindaba placer. También porque me era más fácil hallar su clítoris teniéndola de frente.

    Puse de nuevo mi cara frente a frente con su vagina y procedí a consentirla con mi lengua, ayudado por los dedos de una mano, mientras que mi otra mano sujetaba una de las de Mafe. Ella, por ratos, la apretaba, por ratos aflojaba y por ratos llegaba incluso a clavarme sus uñas.

    Sus gemidos se hicieron cada vez más presentes y más dicientes, pues su tonalidad fue en incremento. Su vagina también ponía en evidencia lo bien que la estaba pasando, pues cada vez emanaba más fluidos. Yo estaba concentrando en brindarle un buen sexo oral, aunque a veces miraba de reojo a su rostro, tratando de apreciar sus gestos, y especialmente buscando coincidir con su mirada, lo cual no ocurrió porque ella tenía sus ojos cerrados y su rostro de cara al techo.

    El objetivo estaba cumplido, ya no se me podía escapar la gran oportunidad de cumplir la fantasía. Los fluidos que habían recubierto mi barbilla eran señal de eso.

    Capítulo V: El redebut de Mafe

    Vagina Mojada.jpeg

    Ella suspendió sus gemidos para reemplazarlos con un constante pedido para que la follara. Era tan puritana que concretamente no me pedía follarla o culearla, sino que me decía “hazme el amor, házmelo”...
     
    Felipe Vallejo, 3 Dic 2020

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    Capítulo V: El redebut de Mafe

    Vagina Mojada.jpeg
    Ella suspendió sus gemidos para reemplazarlos con un constante pedido para que la follara. Era tan puritana que concretamente no me pedía follarla o culearla, sino que me decía “hazme el amor, házmelo…”.

    Yo estaba ansioso por cumplir su pedido, pero entendía que había cumplido tan bien mi labor con el sexo oral, que decidí extenderlo por un rato más, al fin y al cabo ya había esperado lo más, no había razón para no esperar lo menos.

    Mafe se retorcía del gusto y no dejaba de insistir en el pedido aquel para que la follara.

    Me puse de pie y mientras me quitaba la ropa volví a repetirle lo hermosa que era. En cierta medida porque me nacía hacerlo, pero también porque entendía su insaciable apetito de ser elogiada. Ella no contestaba nada, apenas sonreía y me miraba con picardía, directamente a los ojos.

    Una vez desnudo y con un condón recubriendo mi pene, volví a subir al sofá, tomé mi pene entre una de mis manos y lo orienté para penetrar a Mafe. Fue un desahogo total, pues llevaba mucho tiempo anhelando poseer ese cuerpo. Ella acompañó ese instante dejando escapar un corto suspiro.

    Ese primer instante de penetración fue muy lento, acorde a como venía desarrollándose toda la situación. La humedad de su vagina facilitó las cosas. A pesar del condón, era muy notorio el ardor de su coño, que segundo a segundo veía enterrado un poco más de mi humanidad en él.

    La miré directamente al rostro mientras esto ocurría, quería ver sus reacciones, entender cómo debía comportarme con una chica con tanto recelo hacia las relaciones carnales.

    Inicialmente ella no gesticuló mucho, ni dio mayores señas de incomodidad o satisfacción. Lo único evidente en ella era su agitada respiración.

    No sé si hasta acá ha quedado claro, pero estábamos follando en la clásica posición del misionero, tan criticada por las mayorías, pero tan eficiente para lograr una profunda penetración y tan propicia para apreciar los gestos de tu pareja.

    Busqué no incrementar el ritmo de mis movimientos durante los primeros minutos, aunque internamente tenía ganas de llevarlos al extremo, de penetrar con vehemencia a Mafe. Sabía que era indispensable hacerla tener una buena concepción del sexo si quería que se repitiera, y entendía que la agresividad podía jugar en contra de ese propósito, por lo menos en esta primera ocasión.

    No quise preguntarle nada, a pesar de que esto habría facilitado un poco las cosas; tenía el deseo de fijarme en su rostro y leerla, entender que sentía, qué le gustaba y qué le desagradaba, pero solo a partir de sus gestos y expresiones.

    Ella me puso las cosas muy complicadas al comienzo, pues no expresaba mayor cosa a través de su rostro, pero con el paso de los minutos, el calor de nuestros cuerpos y la adrenalina del momento, esas expresiones empezaron a aparecer. La vi apretando sus dientes en un momento, ocasionalmente abriendo levemente su boca, mirarme fijamente a los ojos, y mayoritariamente sonreír.

    Sus manos también fueron despojándose de cualquier rasgo de timidez y desconfianza, pues poco a poco empezó a utilizarlas, ya fuera para acariciar mi espalda, o para enterrarme sus uñas, o simplemente para ayudar a que la penetración fuese más profunda empujando de mi culo.

    Yo no quitaba mis ojos de su rostro, era un espectáculo verdaderamente; fijarme en sus labios lujuriosos, ocasionalmente aprisionados por sus dientes; o en sus ojos entrecerrados al momento de dejar escapar un gemido, o sencillamente mirarla a los ojos.

    Increíblemente hasta ese momento no la había besado, no había tenido el honor de sentir sus labios juntándose con los míos, o de jugar con mi lengua entre su boca, así que decidí hacerlo de una vez por todas; besarla lentamente, dejarla expresar su emoción por medio de un apasionado beso.

    Para mi sorpresa fue ella la que habló durante la relación, fue ella quien se animó a preguntar “¿Te gusta?”. Obviamente le dije que sí, que estaba encantado, pero debo sincerarme y decir que hasta el momento estaba muy lejos de lo esperado, más que todo porque Mafe me había entregado toda la iniciativa, era yo quien hacía todo, mientras que ella se dejaba.

    No era el mejor polvo de mi vida, pero debía disfrutarlo, debía sacarme las ganas que le tenía a esta chica.

    - ¿Quieres probar otra posición?, le pregunté ya con los brazos un poco temblorosos de tanto tiempo apoyado en ellos.

    - Dale. Házmelo en cuatro, se me hace muy morboso

    No quise preguntar en ese momento por qué se le hacía morboso follar en cuatro, solo quería encarnizarme follándola en esa posición. Ella se apoyó en sus rodillas y en sus manos, y posó para ser penetrada nuevamente.

    De nuevo inicié penetrándola lentamente. De hecho, me quedé quieto en un comienzo, buscando que ella tomará la iniciativa, pero esto no ocurrió, así que tuve que empezar a moverme. La desventaja de follarla en cuatro es que no podía ver sus gestos con plenitud, pero la gran ventaja es que me sentiría menos culpable si me excedía en la vehemencia de mis movimientos, así ocurrió. La agarré fuerte de las caderas y poco a poco fui incrementando el ritmo de mis movimientos, a tal punto que llegó un momento en que se escuchaba el clásico sonido de los cuerpos al chocar.

    Ella clavaba fuertemente sus dedos en uno de los cojines del sofá mientras que dejaba escapar uno que otro gemido. Yo tenía ganas de azotarle esas blancas y generosas nalgas, pero me contuve, pues eso seguramente reviviría sus temores y su percepción negativa del sexo.
    La tomé por los hombros mientras que el ritmo de mis movimientos fue en aumento, aunque llegó un momento en que ella me pidió parar. No porque no le gustará, sino porque le habían dado ganas de orinar.

    Fui comprensivo y le dije que fuera al baño, que no había problema. Ella fue, pero al volver me dijo que no había podido orinar, que solo había tenido la sensación de tener ganas. La penetré de nuevo en cuatro y una vez más sintió ganas de ir a orinar, por lo que comprendí que era la penetración en esa posición la que le causaba dicha sensación. Se lo comenté y decidimos volver al infravalorado misionero.

    Esta vez no hubo tanta delicadeza como la primera vez. Si bien la penetración comenzó siendo lenta, paulatinamente fui aumentando el ritmo. Sus gemidos se hicieron cada vez más presentes, cada vez más constantes.

    Mafe ya no me miraba tanto a la cara, sino que cerraba sus ojitos y me agarraba fuertemente de la espalda. Mafe no tenía mucha experiencia follando, pero a su favor he de decir que besaba muy bien.

    En esa ocasión fui yo quien tomó la iniciativa de besarla cada vez que quise, y entendí que iba a llegar al orgasmo mezclando sensaciones de placer al sentir su vagina aprisionando mi pene, a la vez que sentía su boca juntarse con la mía.

    Claro que antes de terminar tuve la intención de mostrarle que el sexo podía y, para ser espectacular, tenía que ser sucio, así que la tomé de la cara con ambas manos, evitando que fuera a mirar hacia los costados, obligándola a apuntar con su mirada hacia mi rostro. Quería hacerle notar en mis gestos esa dosis de lujuria que debía tener un coito.

    Lastimosamente para mí, ella permaneció con sus ojos cerrados, no porque quisiera esquivarme, sino porque fue esa su auténtica expresión.
    Dejé caer mi cuerpo una vez más sobre el suyo y junté una vez más mi rostro con el suyo para besarla y por fin estallar, por fin terminar con esta sesión de sexo que había resultado mucho más agotadora de lo que yo me había imaginado.

    Me levanté con cierto cuidado, tratando de evitar que el condón se fuera a quedar atrapado en su vagina, y luego me lo quité y me limpié un poco. Ella seguía allí recostada en el sofá, aún con la respiración agitada, su cuerpo muy sudado y su rostro colorado.

    - ¿Quieres agua?, le pregunté antes de ir a tirar el condón usado

    - No, tranqui

    - ¿Quieres algo de tomar?

    - No. Quiero que me beses otra vez

    Correspondí a su pedido, la besé aunque fue algo muy corto. Luego fui al baño y busqué unos pañitos húmedos para brindarle y que se pudiese limpiar.

    - ¿Me puedo bañar? - preguntó Mafe habiendo recuperado el ritmo normal de su respiración

    - Claro que sí

    - ¿Y me puedo quedar a dormir?

    - Bueno, eso sí es una novedad, pero no veo por qué no

    - Has sido muy dulce conmigo, ahora quiero ser yo quien te muestre mi faceta más tierna

    Guardé silencio. No supe que decir. Entendía que esta chica se estaba enamorando, mientras que para mí solo había sido sexo. Pero me parecía que era tan inocente que no podía destruir su ilusión de tal manera. Además, entendí que de ser correcta mi apreciación, habría nuevas oportunidades para follar con ella, y sería yo el encargado de enseñarle a echar un polvo como se debe.

    Esa noche no ocurriría nada más. Al acostarnos Mafe me abrazó y esa fue su forma de retribuirme lo bien que me había portado con ella. Yo no esperaba algo diferente, pues consideraba difícil que ella fuera a tomar la iniciativa para algo más comprometedor.

    Capítulo VI: El que es caballero repite (Primera parte)

    Majo Pérez 18sep192.png
    Al otro día ella madrugó para ir a su casa y cambiar su ropa, pues no quería que en el trabajo la vieran con la misma del día anterior. Allí, en la oficina nos encontraríamos horas más tarde. Tras un par de coqueteos entendí que nuestros encuentros sexuales se repetirían más pronto de lo que yo podía imaginar...​
     
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    Estimado me quedé enganchado del relato, continúe con los demás encuentros.
     
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    buen relato cofrade; de los mejores que he leído en estos tiempos
     
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    Capítulo VI: El que es caballero repite (Primera parte)

    Majo Pérez 18sep192.png

    Al otro día ella madrugó para ir a su casa y cambiar su ropa, pues no quería que en el trabajo la vieran con la misma del día anterior. Allí, en la oficina nos encontraríamos horas más tarde. Tras un par de coqueteos entendí que nuestros encuentros sexuales se repetirían más pronto de lo que yo podía imaginar.
    Mafe me preguntó por el entrenamiento que tendríamos ese viernes, a lo que le respondí que habiendo acabado con las rutinas de fuerza, lo único que había que hacer era un poco de cardio y una rutina de abdomen. Luego me propuso almorzar en un restaurante cercano a la oficina, pero me negué, explicándole que debía estar en casa esperando la llegada de una encomienda. Supuestamente ese día iban a entregarme un cinturón lumbar, el cual ya tenía, aunque guardado, pues hace mucho que no lo usaba.

    Verdaderamente me negué porque supuse que esa noche iba a darse un nuevo encuentro sexual entre Mafe y yo, y mi plan era reubicar mi más reciente adquisición, el bombillo espía. Tenía que ponerlo en mi habitación y verificar una vez más el ángulo, si era necesario reubicar la cama; en fin, asegurarme de que fuera a grabar lo que yo quería grabar.

    El día transcurrió en normalidad en el trabajo y una vez terminada la jornada llegó el momento de un nuevo entrenamiento con recompensa final. Mafe y yo partimos rumbo a mi casa. Apenas llegamos, ella se encerró en el baño, se puso su atuendo para entrenar, que nuevamente era una de sus coloridas licras, y a mí lo único que se me ocurrió preguntarle fue si llevaba ropa interior bajo su atuendo deportivo. Ella no hizo mayor drama frente a la pregunta, “cuando llevo licras no me pongo ropa interior, me incomoda bastante, El día que usé la falda obviamente si llevaba…”.

    Esa confesión me calentó sobremanera, aunque traté de ignorarla por el bien de la rutina de entrenamiento. Claro que debo admitir que ese día, a pesar de ser una rutina mucho más corta, me costó muchísimo, pues el hecho de saber que Mafe estaba así, dificultó mi capacidad de concentración.

    Cuando terminamos el entrenamiento le propuse salir a tomar algo, aunque eso iba en contra de lo recomendable cuando se busca mejorar la forma física; el alcohol está prohibido. Pero era viernes y no quería aburrir a Mafe quedándonos encerrados en casa.

    Claro que ella tenía otros planes en mente, ella quería quedarse allí, quizá ver alguna película y pasar la noche en casa. Yo no me opuse, era un plan más cómodo, más económico, y que desencadenaría más rápidamente en el codiciado polvo. En ese momento comprendí que Mafe estaba tan deseosa como yo, su cuerpo exhalaba deseo, estaba anhelando fornicar de nuevo conmigo.

    Pedimos una pizza a domicilio, también muy en contra de los intereses por estar en buena forma, pero muy práctica para planes como el que teníamos. No recuerdo la película que vimos, precisamente porque no le puse mucha atención, pues pasé el tiempo, de principio a fin, besando a Mafe por el cuello, descubriendo además que esta era una de las cosas que más la calentaban.

    Fueron cerca de dos horas las que estuve en ese plan: besando su cuello, acariciando su cintura, susurrándole al oído; obviamente, haciendo ciertas pausas para fingir que prestaba atención a la película.

    También hubo momento para conversar, y entre uno y otro tema Mafe me preguntó qué tal había estado en nuestro polvo del día anterior. Yo, por el bien de futuros encuentros, me sinceré, aunque no del todo, pues no quería herirla.

    - Bastante bien para estar tan deshabituada. Tienes que soltarte un poco más…

    - ¿A qué te refieres con soltarme?

    - Que te conviene estar menos tensa. Tomar la iniciativa ocasionalmente, moverte a tu antojo y disfrutar

    - Bueno, si es por disfrutar, te digo que lo he disfrutado

    - No lo dudo, pero seguro puedes disfrutar más. No quiero que te lleves una imagen errada de mí por lo que te diré…mira, por ejemplo, ese momento en que te dieron ganas de orinar, pudiste haber orinado ahí mismo y listo. Es cuestión de que te dejes llevar.

    - Pero una cosa es dejarse llevar y otra cosa es ser una cerda sucia y desagradable.

    - Es que no te lo tienes que tomar literal, eso fue solo un ejemplo. Si no te sientes cómoda orinándote en medio del polvo, no lo hagas. A lo que me refiero es que si algo se te antoja, debes hacerlo, si me quieres morder, lo haces; si quieres que te chupe los senos, me lo dices o jalas mi cabeza hacia ellos; si quieres gritar, lo haces.

    - ¿Tú pasaste un buen rato?

    - Claro que sí. Fue un polvo ciertamente raro, el juego previo fue muy largo, con masaje incluido, que nunca lo había hecho, pero estuvo muy bien. De hecho, todavía no me creo haberlo hecho con una mujer tan bella y perfecta como tú.

    - Gracias…

    - Soy un privilegiado por todo esto que está ocurriendo, de poder estar con una mujer tan bella y de tan noble carácter

    - Basta, me vas a hacer sonrojar

    - El rubor de tus mejillas es el sustento de mi alma

    Ella permaneció unos segundos en silencio, con la vista ligeramente inclinada, como si realmente se estuviera sintiendo intimidada por mis cumplidos. Luego acercó su cara a la mía y empezó a besarme.

    Nuestros cuerpos también se juntaron, empezamos a restregarnos el uno con el otro, aún con la ropa puesta. La tomé del culo con ambas manos y apreté sus nalgas como no lo había hecho hasta ahora, mientras nuestro beso se extendía. Sus manos, en cambio, se posaron casi todo el tiempo en mi cara.

    Luego del largo beso, empecé a bajar con mis labios por su mentón, por su cuello, al que dediqué un tiempo considerable, a la vez que iba acariciando su abdomen y ocasionalmente sus piernas.

    Continué bajando, primero por sus hombros, luego por su pecho, sin detenerme mucho tiempo en sus senos, para llegar a su abdomen. Ella mientras tanto fue sacándose el pantalón, de nuevo con cierto esfuerzo dado a lo ajustado del mismo.

    Esta vez me iba a llevar una grata sorpresa, pues Mafe se había tomado la delicadeza de depilar su pubis. Sinceramente, un detalle de fina coquetería. Ahora sí que podía apreciarlo como era, carnoso, jugoso, rosadito, aseado y hasta con buen aroma.

    No tuve reparo alguno en chuparlo y en consentirlo con mi lengua. Ya lo había hecho una vez, cuando estaba recubierto por una gruesa capa de bello, no veía razón para no hacerlo ahora.

    Ella se limitaba a disfrutar, a permitirme hacer lo que yo quisiera con mis labios, con mis dedos y con mi lengua sobre y entre su coño. Esta vez se le apreciaba un poco más tranquila para suspirar, para gemir, para expresarse.

    Su vagina ardía, casi que quemaba, y a mí esto me enloquecía. Me daba a entender que de nuevo estaba haciendo bien mi trabajo. Y es que sinceramente yo me lo tomaba a pecho, sabía que no era cuestión de enfocarme completamente en el movimiento de mi lengua sobre su pubis, sino que todo era un arte de movimientos precisos. Me encargaba de estimular otras zonas de su cuerpo con mis manos: sus pechos, sus pezones, su abdomen, sus caderas, y especialmente su entrepierna, pues esta zona me hacía perder la razón.

    Ella correspondía mi esfuerzo con sus gemidos y con esos espasmos, evidentemente involuntarios, tan dicientes de las sensaciones que la poseían.

    A esa altura de la naciente relación que surgía entre Mafe y yo, ya tenía dos certezas: los besos en el cuello la enloquecían, y recibir sexo oral era uno de sus mayores anhelos.

    Yo estaba deseoso por penetrarla una vez más, pero antes de continuar decidí detenerme y preguntarle:

    - ¿Mafe, tú te tocas?

    - ¿Que si me masturbo?... Sí, más de lo que crees

    - Jejeje, bueno, luego me lo cuentas. Yo te lo preguntaba es porque quiero que me enseñes a tocarte, para aprender todo lo que te gusta

    - No hace falta, el sexo oral que me das es tan placentero como cualquier tocamiento

    - Me halagas Mafe, pero me gustaría lograr tu máximo punto de placer sin necesidad de usar mi lengua. No porque no quiera darte sexo oral, no me malinterpretes, me doy un banquete con tu coñito; sino que quiero aprender a tocarte, entender que te gusta y que no

    - Bueno, te prometo que mañana te enseño a tocarme, pero por ahora quiero que sigas consintiéndome con tu boca

    - Listo, trato hecho

    Volví a sumergir mi cara entre sus piernas para posar mi lengua sobre su clítoris y estimularlo inicialmente con unos movimientos circulares. Simultáneamente la agarraba de las caderas, casi que clavándole mis uñas, que no eran muy largas ni muy puntudas, por lo que tenía la certeza de que no le estaba haciendo daño.

    Capítulo VII: El que es caballero repite (Segunda parte)

    Majo Pérez 18sep192.png
    Estaba supremamente concentrado en la estimulación de su clítoris, pero esta se vio interrumpida con un fuerte gemido de Mafe, que en cierta medida me asustó, pues no me lo esperaba, pero que a la vez me confirmó que la había hecho tocar el cielo con mi lengua...
     
    Felipe Vallejo, 6 Dic 2020

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    Capítulo VII: El que es caballero repite (Segunda parte)

    Majo Pérez 18sep192.png

    Estaba supremamente concentrado en la estimulación de su clítoris, pero esta se vio interrumpida con un fuerte gemido de Mafe, que en cierta medida me asustó, pues no me lo esperaba, pero que a la vez me confirmó que la había hecho tocar el cielo con mi lengua.

    Al igual que el día anterior, Mafe empezó a pedir repetidamente que le “hiciera el amor”, y yo, completamente ansioso y caliente, accedí. Esta vez los condones estaban más a la mano, no hubo pérdida de tiempo en encontrar uno. Sin embargo, Mafe me pidió que no lo usara, “quiero que me lo hagas al natural”, fueron sus palabras textuales, lo recuerdo a la perfección. Y lo recuerdo tan bien porque me sorprendió sobremanera, no podía creer que me estuviera pidiendo eso. Yo le hablé como si se tratara de una pequeña niña que no conoce los riesgos de ETS o de embarazos no deseados, mientras que ella respondió haciéndome saber que no era ignorante de ello, pero decía confiar en mí, por lo que no tenía recelo alguno en hacerlo así. “Y para evitar el embarazo basta con que te vengas afuera”, dijo ella dibujando una pícara sonrisa en su rostro.

    En ese momento parecía que el inocente y el de los prejuicios era yo, pero es que me había sugestionado tanto con el carácter puritano de Mafe, que estaba casi todo el tiempo pensando en no generarle desconfianza. Y ahora que tenía su beneplácito para follarla a pelo, era el tipo más feliz del planeta. El día anterior había sentido fuertemente el ardor de su coño incluso usando un condón, por lo que lo que iba a sentir a continuación iba a ser para el delirio. Tomé mi pene entre mis manos y lo conduje hacia su apetitosa vagina, y tal y como lo esperaba, el calor que emanaba de ella era brutal, tanto así que casi me corro con solo penetrarla.

    Claro está que me contuve, pues la fiesta hasta ahora empezaba. Fui enterrando mi miembro sin prisa alguna, sintiendo la forma como su vagina abrazaba mi pene, sintiendo su humedad, mirando su carita sonriente y cómplice.

    Ella hacia el ademán de acercar su rostro al mío para que la besara. Yo no quería hacerlo porque sentía que me había quedado un molesto aliento a coño, aunque de todas formas era por su culpa, así que tendría que entenderlo.

    Sus besos eran dinamita pura, pues Mafe era una experta para jugar con su lengua, y sobre todo para provocar, pues tenía la picardía de hacer el ademán de querer besarte o morderte, para luego retirar ágilmente su rostro y así aumentar el deseo por hacerlo.

    En esta ocasión presté la atención que el día anterior no había dado a sus senos. Me apasioné chupando sus pezones, y especialmente jugando con ellos entre mis manos, principalmente acariciándolos por debajo, pues no sé por qué, pero tenía cierta fijación con hacer esto.

    El ritmo de mis movimientos fue incrementándose poco a poco, aunque sin llegar a ser violento o demasiado precipitado, sino más bien tratando de sacar mi pene de su vagina en la mayor medida de lo posible, para luego penetrarla a profundidad.

    Tenía la sensación de que el coito esta vez era mucho más natural, pues sus gestos eran genuinos, ella ya no se contenía para expresarse, y yo también había dejado un poco al lado esa sensación de estar bajo la presión de cagarla con ella.

    Sin embargo Mafe interrumpió el momento para pedirme cambiar de posición. “Quiero montarme”, dijo en medio de una corta y tímida risa.
    Yo accedí, me acosté y le di vía libre para subirse y hacer lo que quisiera conmigo. Fue en ese momento que Mafe entendió por completo que ella también podía imponer el ritmo de la relación. No apenas se montó, sino cuando se dio cuenta que si no se movía, poco y nada iba a pasar. Yo le cedí toda la iniciativa, pues llevarla cuando estás abajo es supremamente agotador, además que estaba buscando que ella por fin comprendiera que podía marcar el ritmo del coito. Y yo moría de ansiedad por saber qué tan puta podía llegar a ser una chica supuestamente tan inocente.

    Inicialmente sus movimientos fueron muy suaves, más como si se estuviera restregando, pero poco a poco fueron más drásticos, fueron convirtiéndose en saltitos de su humanidad sobre mi pene.

    Yo deliraba viendo cómo se movían las carnes de sus caderas al rebotar sobre mí. Simultáneamente acariciaba sus piernas, y ocasionalmente le agarraba fuerte de las caderas, como buscando hacer más contundentes sus movimientos.

    Llegó un instante en que ella me tomó del pelo, me agarró fuertemente y me jalonó hacia ella, hasta llevar mi cara hacia sus pechos. Yo empecé a chuparlos, pero ella me detuvo con una cachetada.

    Quedé helado, no sabía ni que decir, pensé incluso que eso le había molestado, pero antes de que dijera nada, ella me interrumpió diciéndome, “discúlpame, se me antojaba mucho hacer eso”. Yo solo le sonreí, pues entendía que mis palabras habían tenido efecto, había conseguido que Mafe gozara del sexo a su antojo.

    Luego del pequeño episodio de agresión, Mafe empezó a besarme, esta vez de forma lenta y muy tierna, como queriendo disculparse por el golpe que me había propinado, o por lo menos así lo interpreté yo.

    Yo la rodeaba de la cintura con mis brazos, mientras ella seguía cabalgando sobre mí. Los besos se hicieron cada vez más frecuentes, pues tanto a ella como a mí nos apetecía saborear la boca del otro.

    Ella también me abrazó, lo que dificultó los movimientos un poco, pero lo que contribuyó a que yo alcanzara el orgasmo más pronto. Ocurrió porque ella empezó a arañarme la espalda, y esto me enloquecía. Se lo hice saber, comentándole que era pertinente que me desmontara antes de que ocurriera algo indeseado.

    Ella lo entendió y se apartó. Yo rápidamente me puse en pie y solté mi descarga en sus pechos. Creo que ella no lo esperaba, la expresión de sus ojos, completamente abiertos, y un pequeño movimiento de su torso hacia atrás, reflejaron su sorpresa. Pero una vez con el semen corriendo sobre sus senos, lo único que hizo fue mirarme y reír un poco.

    Yo estaba más que conforme, no solo porque este encuentro sexual había sido mucho más placentero que el primero, sino porque había logrado un cambio drástico en la mentalidad de Mafe.

    Capítulo VIII: Fantasías de una puritana

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    Mientras se limpiaba el pecho, Mafe confesaba entre risas que nunca había imaginado que fuera a hacer algo así, dejar que alguien la recubriera con esperma, o cachetear a alguien mientras fornicaba...
     
    Felipe Vallejo, 7 Dic 2020

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    Muy Bueno, muy bueno!! Adelante, siga maestro!!!
     
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    Capítulo VIII: Fantasías de una puritana

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    Mientras se limpiaba el pecho, Mafe confesaba entre risas que nunca había imaginado que fuera hacer algo así, dejar que alguien la recubriera con esperma, o cachetear a alguien mientras fornicaba.
    Yo puse a su disposición mi ducha, pero ella tuvo pereza de darse un baño, sencillamente se limpió con un pañito húmedo. Luego se puso su top, y antes de que continuará vistiéndose le propuse quedarse así.
    - Nos quedamos desnudos viendo otra película, abrazaditos, y vas a ver como terminamos haciéndolo durante toda la noche
    - ¿Tienes ganas?
    - Ahora no, necesito un rato para recuperarme, pero seguro voy a tener ganas en poco tiempo. De ti siempre tendré ganas.
    - ¿De verdad? Yo pensé que los hombres quedaban listos con una relación
    - Muchas veces sí, pero cuando a mí realmente me gusta alguien, hacerlo toda la noche es uno de mis planes favoritos
    - Eso lo quiero ver…
    - Te prometo que lo vas a ver. Mientras eso ocurre, me gustaría conocer un poco tus fantasías ¿En qué piensas cuando te tocas?
    - Jajajajaja, me da pena contarte…
    - No te avergüences, que ya te he visto desnuda, ya hemos hecho el amor. Quiero calentarme con eso que a ti te pone caliente
    - Bueno pues tengo varias, pero diría que la más recurrente es aquella en que revivo el encuentro sexual que tuve con mi compañera de universidad, ese que ya te conté. La he imaginado una y otra vez recorriendo mi cuerpo con sus sus besos, con su lengua.
    - Esa es un poco difícil de cumplir, por lo menos para mí, te prometería ayudarte a buscar a esa chica, pero la verdad no quisiera compartirte con nadie
    - Ya no hace falta
    - Me alegra escuchar eso ¿Y con hombres tienes fantasías?
    - Sí, pero con ninguno en concreto, siempre que fantaseo con hombres les pongo un rostro de algún famoso, o de alguno que haya visto en el trayecto del día y me haya parecido lindo. Lo raro es que cuando me toco pensando en hombres tengo habitualmente dos fantasías. Una en que los golpeo y otra en que me violan
    - Uh, bueno, eso es una novedad… ¿Fantaseas con que te viola algún famoso?
    - No, para esa fantasía siempre tengo dificultad en ponerle rostro al violador. Lo raro es que lo imagino por mucho tiempo, sueño que me persigue por la ciudad, en los buses, restaurantes, cafeterías, oficina o a donde quiera que yo vaya, él me sigue, y mi eso de sentirme seguida como que me dispara la adrenalina, no sé, me pone un poco; al final me encuentra dormida en mi habitación y me penetra sin mi consentimiento. No entiendo cómo ni por qué llegué a tener esa fantasía, pero el caso es que ya me he tocado por lo menos un par de veces imaginando esa situación
    - ¿Y cuando fantaseas golpeando hombres, qué les haces concretamente?
    - Básicamente eso, golpearlos; golpearlos de muchas formas: Puñetazos, cachetadas, arañazos, pellizcos en las tetillas, nalgadas. Creería que lo más frecuente es el puñetazo, aunque ahorita contigo lo que me salió fue una cachetada
    - Te lo agradezco. Cualquier cosa, si te apasionas mucho en una próxima vez, te ruego que consideres no desfigurarme la cara
    - Jajajajaja, No, ¿Cómo se te ocurre? Tú has sido muy especial conmigo, no puedo hacerte daño
    - De todas formas, no te vayas a sentir cohibida, si tienes deseos de cachetearme o nalguearme, siéntete en libertad de hacerlo.
    - Jajajaja, así será… ¿Y tú con que fantaseas?
    - Si te cuento se nos va la noche, ni vemos película, ni dormimos, ni hacemos el amor ni nada. Con muchas situaciones…
    - Cuéntame alguna
    - Bueno Mafe, lo más recurrente para mí es fantasear con sexo en lugares públicos. Imaginarme teniendo relaciones con una chica bella, bajo el peligro de poder ser atrapados me pone muy mal
    - ¿Has hecho el amor en algún sitio público?
    - Sí, hace mucho tiempo. Pero no fue nada romántico, ni siquiera memorable. Fue en un potrero, más exactamente en una zanja que había en medio del potrero, con una compañera del colegio. A esa edad me animaba casi a todo.
    - ¿Has tenido fantasías con alguien del trabajo?
    - Sí, para no ir muy lejos, contigo
    - ¿Y con alguien más?
    - Sí, pero no te lo quiero contar
    - Bueno está bien. Entonces cuéntame tu fantasía conmigo
    - Mafe, han sido varias fantasías, la más reciente desde el primer día que entrenaste conmigo. Y me da algo de vergüenza admitírtelo, pero he tenido todo tipo de fantasías contigo, desde las más burdas y vulgares, hasta las más tiernas y amorosas. Claro que cuando una chica tiene un rostro perfecto como el tuyo, es frecuente en mí ese tipo de fantasía en la que le hago el amor a esta chica de rostro perfecto durante toda la noche, mientras ambientamos la velada con mi lista de “salsa de motel”.
    - Jajajaja ¿Y qué canciones tiene tu lista de salsa de motel?
    - Bueno pues muchos clásicos de salsa rosa: Lluvia, Devórame otra vez, Deseándote, corazón embustero, Mi sueño, Casi te envidio, Idilio, Cinco noches; en fin, es una lista larga.
    - ¡Qué bello! No pensé que pudieras ser tan sensible. Cuando entré a la empresa te vi tan vulgar y común, como a la mayoría de los hombres.
    - Afortunadamente esa percepción cambió, a tal punto que veo que me vas a hacer realidad mi fantasía de hacer el amor con una chica hermosa escuchando mi famoso playlist
    - En eso tienes razón…

    La noche la pasamos conversando, abriendo el corazón el uno al otro, y obviamente fornicando, por lo menos cada vez que recuperé la energía y el apetito para cumplir por mi parte.

    Tampoco fue algo excesivo, pues fue una noche de tres polvos: el de la cachetada, del que ya di pormenores, un segundo que encontró mi faceta más animal, más instintiva y carnal, sí así se puede definir, y una tercera que se enfocó más en cumplir deseos de Mafe.

    Era apenas normal, Mafe a sus 24 años tenía una limitadísima experiencia sexual. Se había negado probar cosas una y otra vez, a tal punto que hasta probar posturas relativamente tradicionales se le hacía completamente interesante.

    Del tercer polvo no puedo destacar mayor cosa, básicamente porque el cansancio me vencía, y en ese coito me dediqué exclusivamente a cumplir, a terminar antes de decaer.

    El segundo polvo de la noche quizá si fue memorable, por lo menos para mí, y es que fue la primera vez en que penetré a Mafe con verdadera vehemencia. Recuerdo que ese coito comenzó con un solapado masaje por su espalda, que continuó por sus piernas, y que de un momento a otro me encontró penetrándola, estando ella boca abajo. Diría que buscando cumplir su fantasía de ser penetrada sin consentimiento, aunque realmente se trató de algo muy diferente a eso.

    Lo cierto es que fue la primera vez que la follé con cierto grado de brutalidad. Sin contemplaciones, hundiendo mi pene al ritmo y a la profundidad que se me antojó. Incluso regalándole un par de azotes en sus blancas y macizas nalgas, que además la tomaron por sorpresa, pues seguramente Mafe no se esperaba que eso ocurriera.

    Bastaron un par de nalgadas para que mis manos quedaran marcadas en sus hermosas nalgas, y bastaron cinco minutos para hacerme terminar, pues para ese polvo estaba desbocado, obsesionado con complacer mis instintos. Obviamente no le solté mi esperma adentro, sino que tuve la delicadeza de retirarlo y terminar sobre su culo.

    Fue una noche realmente divertida, a la vez que agotadora; una velada que nos encontró desnudos de principio a fin y que nos permitió ver el amanecer en medio de orgasmos, abrazos y caricias.

    Capítulo IX: Lecciones de una puritana entusiasta

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    El sábado dormimos hasta tarde. Nos despertamos sobre el mediodía en medio de un ambiente colmado de un denso olor a sexo. Yo fui el primero en despertar, con la tranquilidad de no tener mayor responsabilidad para ese día. Me quedé un par de minutos sentado meditando sobre la cama, observando a Mafe mientras aún dormía...
     
    Felipe Vallejo, 8 Dic 2020

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    Capítulo IX: Lecciones de una puritana entusiasta

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    El sábado dormimos hasta tarde. Nos despertamos sobre el mediodía en medio de un ambiente colmado de un denso olor a sexo. Yo fui el primero en despertar, con la tranquilidad de no tener mayor responsabilidad para ese día. Me quedé un par de minutos sentado meditando sobre la cama, observando a Mafe mientras aún dormía.

    Reflexioné sobre lo que hacía e incluso sobre lo que sentía, para darme cuenta de que la velada de pasión todavía no había transformado mi percepción sobre lo que sentía por Mafe; para mí seguía siendo solo una oportunidad de echar unos cuantos polvos. Claro que tampoco quería ser un canalla, no quería desecharla como a una vulgar puta, quería corresponder a su afecto pero sin enamorarle.

    Rápidamente me vestí, sin haberme duchado, ni peinado, ni nada. Fui a la calle para comprar algo de comer. Cuando volví Mafe había despertado, aunque por su cara aún somnolienta parecía que no había pasado mucho tiempo desde eso.

    Se despertó supremamente cariñosa, evidenciando que lo vivido los últimos días había sido trascendental para ella. Su actitud era completamente diferente a la que tenía una semana atrás, cuando era mucho más tímida, introvertida y seria.

    Durante esas horas temí por los sentimientos que Mafe pudiese desarrollar hacia mí. No quería enamorarla, ni hacerla sufrir, ni dañar la buena relación que habíamos construido más allá del sexo. Sabía que no podía corresponder del todo a su trato cariñoso, pero tampoco podía ser cortante y despreciarla. Debía hallar el punto medio, hasta hacerle saber que lo nuestro era sexo y nada más.

    Nos sentamos a comer y planear lo que haríamos esa tarde. Las horas de sueño me sirvieron para restablecer un poco el aliento, pero no para recuperar el apetito sexual del todo, aunque debo decir que esa tarde revivió y todo por virtud de Mafe, que estaba desatada, estaba insaciable.

    Cuando terminamos de comer ella propuso pasar por su apartamento para cambiarse de ropa y enseñarme un par de “secretitos”. Inicialmente sentí pereza, pues mi plan ideal era quedarme acostado toda la tarde viendo alguna película, fútbol o lo que hubiera en la tele. Pero debo decir que cedí a sus pretensiones, y valió la pena completamente.

    Cuando llegamos a su apartamento me hizo una visita guiada. No había mucho por ver pues era un apartamento pequeño, pero supongo que amaba mostrarle cada uno de los rincones de su hogar a sus visitantes.

    Y entre una y otra cosa me terminó enseñando un par de juguetes que tenía para complacerse. “Te voy a cumplir la promesa de enseñarte cómo me toco”. Eso encendió mis instintos que hasta ese momento estaban adormecidos.

    Realmente su colección de juguetes sexuales no era gran cosa, apenas un par de vibradores diría que de un tamaño medio o pequeño. Pero no dejó de sorprenderme que los tuviera, pues la imagen que tenía de ella era la de la puritana radical que se opone a cualquier acto sexual que no tenga por finalidad concebir.

    - ¿No vas derecho al infierno por usar este tipo de cosas?
    - No. Yo me confieso y diosito me lo perdona…
    Guardé silencio ante su conveniente y acomodada respuesta. Claro que tampoco era mi objetivo reprocharla ni controvertirla.

    Mafe empezó a desvestirse y una vez más, con solo exponer su figura, logró excitarme. Encendió uno de sus juguetes, que tenía varios niveles de vibración y empezó a apoyarlo sobre su vagina.

    Me pareció de lujo ver ese espectáculo en primera fila, pero pasados unos minutos tuve que interrumpirla, pues mi deseo era verla masturbarse, pero con sus manos, no con un juguete. ”Tócame tú, yo te guío y te enseño lo que me gusta”, respondió ella a mi petición. Yo empecé a babear con solo escuchar esto, pues era justamente lo que deseaba.

    “No te voy a enseñar dónde está mi clítoris porque sé que tú ya sabes dónde está, pero si te voy a enseñar a tocarlo para no desentonar”. En ese instante ella tomó dos de mis dedos y empezó a frotarlos suavemente y en movimientos horizontales por sobre su clítoris. “Si los mueves de arriba abajo o de abajo a arriba puede ser algo molesto, pero así no va a haber problema”.

    Pasaron solo unos segundos entre que mis dedos hicieron contacto sobre su vagina y el momento en que empezó a emanar ese calor tan diciente, tan revelador.

    “Otra de las cosas que por lo menos a mí me enloquece es jugar con mis pezones. Un movimiento suave y lento por sobre ellos me calienta muchísimo…eso sí, no me los vayas a morder, a jalar o a pellizcar, son muy sensibles”.

    Yo dejaba que ella guiara el movimiento de mis manos, a la vez que guardaba silencio total mientras escuchaba sus sabias palabras.

    “Y mientras me acaricias los pechos o el clítoris, puedes utilizar tu otra mano para consentir mi vagina. Yo procuro siempre utilizar mis dedos con la uña boca abajo, pues al revés puede lastimar, además que una vez tienes adentro los dedos, lo normal es doblarlos un poco, como formando un gancho, y este es estimulante si queda hacia arriba y no hacia abajo… Eso así…”

    Tuve que cortar su explicación para besarla, pues el realizar esta maniobra me alteró, me creó un estado de excitación que solo pude contener a través de un lento y largo beso. Ella no se opuso, de hecho, tomó la parte posterior de mi cabeza e hizo que el beso fuera mucho más duradero.

    “Cuando tengas los dedos haciendo el gancho al interior de mi vagina procura moverlos de arriba abajo, pero el movimiento tiene que ser de los dedos, no de la mano…”.

    Su explicación se veía correspondida con el estado de su vagina, pues no llevábamos más de dos minutos en ello, y ya estaba completamente mojada.

    “Si esto lo acompañas con tus ricos besos por el cuello, tendré que reemplazar a mis juguetes y traerte a vivir conmigo… Ven, hazme tuya otra vez…”

    Capítulo X: Adicción masturbatoria (Primera parte)

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    El fin de semana terminó siendo memorable aunque muy agotador. La sesión masturbatoria del sábado en la tarde fue solo el abrebocas de una apasionada jornada que se extendería hasta el domingo al anochecer...
     
    Última edición: 9 Dic 2020
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    Capítulo X: Adicción masturbatoria (Primera parte)

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    El fin de semana terminó siendo memorable aunque muy agotador. La sesión masturbatoria del sábado en la tarde fue solo el abrebocas de una apasionada jornada que se extendería hasta el domingo al anochecer.

    Ya en soledad, en mi casa, pensando en el inicio de una nueva semana, me sentía agotado, exprimido, sin ganas de volver a follar jamás, pero un buen descanso y una alimentación correcta lograrían que mi deseo sexual volviera a la normalidad en cuestión de horas, quizá en un par de días.

    Mafe se tomó muy en serio lo de entrenar, no fallaba nunca; todos los días estaba ahí, lista para ejercitarse siempre al terminar la jornada laboral. Con el transcurrir de unas semanas el cambio era evidente, su abdomen ahora estaba más plano y tonificado. Sus piernas eran un poco más delgadas y definidas, y sus nalgas ya no eran flácidas ni temblorosas.

    Sinceramente, me parece que fue un cambio para mal, porque a mí me atraía muchísimo más su versión más maciza, esa que la había llenado de complejos e inseguridades y que la había llevado a entrenarse conmigo, pero ella se sentía feliz y conforme con lo logrado. Tanto así que, meses después, terminó renunciando a su trabajo para dedicarse a vender productos de una de estas empresas multinivel relacionadas al bienestar físico.

    Ella había cambiado drásticamente, y no solo físicamente, pues de la chica tímida que había empezado a entrenar conmigo unos días atrás, no quedaba nada. Sus insinuaciones hacia mí eran frecuentes, tanto en horario laboral como a la hora de ejercitarnos. Yo me llenaba de fuerza de voluntad para no romper con la regla de la abstinencia durante los días de rutinas de levantamiento de peso. También hacía un enorme esfuerzo mental para no enamorarme de Mafe, quería seguir percibiéndola como solo sexo. Pero tanto encuentro íntimo hace que surjan sentimientos.

    Y fue algo que a la larga no terminó incomodándome, pues Mafe cambió drásticamente. Su devoción no desapareció, pero si se debilitó ciertamente para complacer caprichos míos. Eso para mí era un gesto supremamente valioso, pues era verla renunciar a su gran motivación espiritual solo para compartir conmigo.

    Y hubo un gusto que los dos fuimos adquiriendo y que luego se nos convirtió en vicio: La masturbación. Claro que solo en un sentido, de mí hacia ella. No porque yo no deseara que ella me masturbara, alguna vez se iba a dar, pero yo sinceramente prefería no malgastar la energía que implica el orgasmo; si lo iba a hacer, era preferible que fuera con un buen polvo y no con una paja, por más que fueran las suaves y delicadas manos de Mafe las que me la brindaran.

    Masturbarla fue un hábito que se nos fue convirtiendo en adicción. Su clase magistral de tocamiento me llenó de deseos de practicar, y entendí que cualquier situación, lugar y horario era perfecto para hacerlo.

    Una de las primeras veces que pasó fue en una sala de cine. No fue algo planeado, o por lo menos no del todo. En esa época estaba por estrenar una cinta llamada Khoobsurat, que tenía a la expectativa a Mafe y diría que casi al borde de un ataque de ansiedad. Yo nunca he sido muy cercano al cine, de hecho, siempre he sido más bien reacio a permanecer frente a una pantalla por más de dos horas. Pero en esa época quería complacer a Mafe en todo sentido, y si a ella le entusiasmaba ir a ver esa película, yo estaba dispuesto a cumplir ese deseo.

    Claro que la situación cambió apenas llegué a recogerla. Esa noche Mafe usó un vestido que hacía exaltar sus piernas. Yo quedé deslumbrado, y ciertamente antojado, con solo mirarla. Esto fue un día entre semana, por lo que iba a ser imposible follar con ella a menos de que quisiera romper con mi regla de cero orgasmos durante los días de entrenamiento con peso.

    Toda la sensualidad de Mafe quedó escondida bajo un largo gabán que utilizó como complemento a su sensual vestido. Solo yo sabía que había bajo el gabán, y camino a la sala de cine no pude dejar de pensar en sus espectaculares piernas y en el tesoro que se esconde entre ellas.

    Una vez tomamos asiento, Mafe se puso cómoda, desabrochó su gabán, aunque no se lo quitó, solo lo dejó abierto para no sofocarse por el calor. Y mientras disfrutaba de unos snacks en los prolegómenos de la película, yo no podía dejar de fijarme en sus piernas, tan blancas, tan delicadas, tan bien contorneadas, tan perfectas y provocativas como siempre.

    Dejé que terminara de comer y luego le permití sumergirse en la trama de la película, para luego empezar a distraerla con unos ligeros tocamientos por la cara interna de sus muslos.

    Ella se sorprendió, pues seguramente no se lo esperaba, o quizá porque estaba muy concentrada con la película. De todas formas, no se molestó ni me hizo reproche alguno. Yo empecé a arrastrar mis uñas suave y lentamente por las carnes blandas de la cara interna de sus muslos, una y otra vez, de arriba abajo y viceversa.

    Poco a poco el ritmo de su respiración fue cambiando, lo noté con cierta facilidad, y esto fue guiño suficiente para continuar con mi lujurioso juego.

    La fila en la que nos sentamos estaba prácticamente vacía, de hecho, la sala entera tenía muy poca gente. Posiblemente porque era una película muy desconocida o quizá porque fuimos a la función de las 11:00 pm. Lo cierto es que eso jugó a mi favor, pues me sentí cómodo para continuar, casi con la certeza de que no iba a ser descubierto.

    Mis tocamientos entre sus piernas fueron acompañados de pequeños besos por su cuello y ocasionales mordiscos en uno de sus lóbulos. El calor que empezó a emanar de su zona íntima fue la confirmación que necesitaba para seguir adelante con mis caricias entre sus piernas.

    Llegar a su vagina estando sentado de forma colindante, implicaba una posición incómoda para la mano, pero la situación ameritaba pasar cualquier tipo de dificultad.

    Uno de los detalles que hacían aumentar el deseo de mi parte era que Mafe había tomado el hábito de llevar depilada su vagina siempre. Como mucho se sentían esos bellitos nacientes, pero ahora era un área de acceso despejado.

    Los movimientos de mi mano por sus piernas fueron lentos casi todo el tiempo, al fin y al cabo no había apuro alguno, tenía aproximadamente dos horas para divertirme. Las caricias sobre su vagina fueron más que todo superficiales, pues en esa posición era osado entrar con mis dedos y no lastimarla. De todas formas eso no limitó la excitación de Mafe, pues poco a poco empezó a alternar su pronunciada respiración con ocasionales suspiros.

    Mafe era una chica de rápido humedecer, pero en esta ocasión sus fluidos no facilitaron el acceso de mis dedos, sino que terminaron siendo esparcidos por sus muslos.

    Dudo que alguien haya notado lo que hacíamos, pues no había nadie relativamente cerca, aunque la marcada respiración de Mafe pudo habernos delatado.

    La fuerte respiración de Mafe solo se vio interrumpida por su deseo de expresarme su apremiante necesidad de follar.

    - Cuando lleguemos a casa tienes que hacérmelo, dijo en un leve susurro
    - No puedo, ya sabes. A partir del jueves con mucho gusto bonita
    - Lo que no puedes es dejarme iniciada
    - No te preocupes, que yo termino el trabajo pero a mano
    - ¿A lengua no?

    “Shhhhhh”, se escuchó desde una de las filas de atrás. No volteamos a ver quién lo había hecho, no tenía mayor importancia

    - Vámonos Mafe. Vamos a casa a rematar esto
    - Dale, vamos

    Nos levantamos de nuestros asientos a mitad de la función, sin remordimiento alguno, pues no había película en el mundo que pudiera igualar la satisfacción de una buena sesión masturbatoria. Para mí también era algo placentero, pues ver los gestos de goce de Mafe, oír sus jadeos y gemidos, y sentir su cuerpo expresarse era suficiente motivo.

    El remate de la noche me tuvo a mí de rodillas en el piso y con la cumbamba una vez más recubierta de fluidos. No hubo penetración porque lograba ser muy disciplinado con la regla de la ausencia de orgasmos en días de entrenamiento, pero aguantarme teniendo la oportunidad era toda una tortura. Claro que tanto aguante hacia que los días permitidos follara con Mafe como si no hubiera mañana. De hecho eran jornadas maratónicas de sexo de jueves a domingo, que me hacían quedar seco y agotado.

    Capítulo XI: Adicción masturbatoria (Segunda parte)

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    La sesión masturbatoria de Khoobsurat solo fue una de tantas, memorable quizá por ser la primera vez que la consentía en un lugar público, pero lejos de ser la mejor de todas...
     
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    Buena historia cofra.. Excelentemente redactada. Esperamos la continuación
     
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    Capítulo XI: Adicción masturbatoria (Segunda parte)

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    La sesión masturbatoria de Khoobsurat solo fue una de tantas, memorable quizá por ser la primera vez que la consentía en un lugar público, pero lejos de ser la mejor de todas.

    Como dije antes, fue algo que se nos volvió un vicio, y realmente hubo ocasiones para enmarcar.

    Hubo una ocasión en que nos enviaron a un municipio cercano a negociar con un potencial cliente para la empresa. En el trabajo ignoraban que Mafe y yo éramos pareja, aunque notaban que había buena química entre nosotros, y a la hora de vender éramos casi infalibles cuando sumábamos esfuerzos. Por eso nos encomendaron esa vez esa tarea, pues se trataba de un cliente que no podía escapársele a la empresa, y nuestro jefe confiaba en que Mafe y yo éramos capaces de convencerle.

    Teníamos que viajar a una ciudad situada a un par de horas de Bogotá, y como para la época ninguno de los dos tenía transporte propio, debíamos recurrir al tan resistido transporte público.

    Yo era uno de aquellos que lo odiaba, pero esa vez no, esa vez lo disfruté. Abordamos el bus en una de las terminales satélite de la ciudad. Cuando lo hicimos estaba prácticamente vacío, pero a medida que fue avanzando, se fue llenando.

    Nos hicimos en la última fila, en el asiento de atrás, concretamente en la esquina, Mafe junto a la ventana y yo evidentemente a su lado. Como era habitual en Mafe, ese día llevaba una falda de aquellas que le hacía lucir sus piernas completamente espectaculares. Con solo subir al bus imaginé lo que iba a terminar pasando minutos después.

    Esta vez no empecé acariciando sus piernas, sino que me lancé a la yugular, me lancé a besar su cuello, sabiendo de sobra para ese entonces que esa era una de sus grandes debilidades. Su “excitómetro” pasaba de cero a cien con el primer beso en esa zona.

    Como al comienzo estábamos solos, Mafe no le vio problema, de hecho fue ella quien complementó los besos por su cuello al tomar mi mano y dirigirla a sus piernas.

    Yo llevaba un morral, el cual puse sobre mis piernas. Con esto lograba ocultar mi erección a la vez que imposibilitaba la visual de cualquiera que quisiera ponerse de mirón.

    En lo que se pareció esta situación a la de Khoobsurat fue en la incomodidad de la posición, pues nuevamente estábamos de forma colindante. Pero eso no iba a ser impedimento para disfrutar de la hambrienta vagina de Mafe, a la vez que ella disfrutaba de mis caricias, que cada vez se volvían más precisas y diría que hasta sofisticadas.

    Para ese entonces me daba el lujo de encontrar el clítoris de Mafe en cuestión de segundos sin necesidad de mirar. Tenía en mi cabeza todo un mapa mental de la vagina de Mafe y sus recovecos.

    Lo que quizá pudo habernos puesto en evidencia esa vez fueron los apasionados besos que nos dimos, aunque esto no teníamos por qué esconderlo. Y es que era inevitable besarla, no solo por el deseo que me surgía de hacerlo, sino porque esa era la forma de ahogar posibles gemidos involuntarios.

    Esa vez la excitación de Mafe fue tan notoria y diciente, que no solo mi mano quedo recubierta de sus fluidos, sino que también un poco el asiento, pero fue algo que noté solo cuando nos íbamos a bajar del bus.

    Debo admitir que fue una época en la que desarrollé la mal vista costumbre de olerme los dedos, pero era inevitable para mí, pues el olor a coño de Mafe me resultaba encantador, diría que incluso inspirador.

    Para ese entonces creo que había quedado atrás mi intención de percibirla como una pareja de sexo ocasional, para ese momento era evidente que me había enamorado de Mafe.

    Era algo que me inquietaba un poco porque lo percibía como el fin de mi libertad, pero a lo que no podía negarme por tan poca cosa, al fin y al cabo era algo que yo directa o indirectamente fui buscando, y que ella correspondía con dulzura y con gran complacencia a mis deseos.

    Mientras que con una mano palpaba su pubis y esparcía sus fluidos por toda la zona, con la otra la tomaba ocasionalmente de la mejilla para poder besarla, para luego decirle cosas al oído. Para esa época Mafe ya me había revelado su gusto de que le hablara sucio, pero no era ese el escenario ideal para decirle guarradas, así que preferí llenarla de “te amo, eres preciosa, te deseo, etcétera”.

    Como bien comenté más de una vez, la posición no me favorecía para introducir mis dedos, pero Mafe se dejó llevar tanto que terminó guiando con una de sus manos el camino que debía seguir la mía para consentirla sin llegar a lastimarla.

    De todas formas la sesión masturbatoria del bus terminaría siendo una mala idea, básicamente porque al descender de este, los dos llevábamos un calentón casi que incontrolable, con toda una jornada laboral por delante. El viaje de regreso pudo haberse prestado para lo mismo, pero el cansancio nos venció, y yo preferí dejar que durmiera sobre mi hombro mientras yo acariciaba su pelo con delicadeza.

    Luego habría otras ocasiones de tocamientos memorables. Estuvo por ejemplo aquella vez de la comida de “Piti”. “Piti” era su mejor amiga, que en realidad se llama Tatiana. Eran íntimas, pero la vida laboral las había distanciado, como a todo mundo, aunque un par de veces al año se citaban para adelantar agenda y ponerse al día. Una de esas fue en mi presencia, pues Mafe estaba ansiosa de presentarme con orgullo como su novio, esperando recibir la bendición de su amiga.

    En la antesala yo tuve cierta desconfianza, pues habitualmente la mejor amiga sirve para malmeter y llenar de prejuicios y dudas a las parejas. Pero Tatiana no era así, de hecho era una chica muy agradable, muy simpática, además de ser muy atractiva.

    Tatiana tenía operados sus senos, y vaya gran trabajo que hizo el cirujano, pues estos eran pechos de admirar, no eran exageradamente grandes, ni de aquellos que quedan con un pezón mirando hacia arriba y el otro hacia abajo (no puedo constatarlo pero muchas veces eso se nota incluso con ropa encima), eran sencillamente perfectos, lucían tersos, suaves y provocativos en ese escote por el que asomaban.

    Obviamente yo hice esta apreciación con el disimulo que requería el caso. Tampoco esperaba un reproche por parte de Mafe por haberle visto los senos a su amiga, era imposible no hacerlo con el escote que llevaba. De hecho, pudo haber sido esto el detonante para emprender una nueva sesión masturbatoria con Mafe en esta cena de reencuentro con su mejor amiga.

    Claro que esta fue algo mucho más corta y superficial, pues Tatiana podía notarlo todo con gran facilidad, y no era esa la imagen que Mafe quería dejarle a su gran amiga. Incluso aún me pregunto si esta se puede contar como sesión o aventura masturbatoria, pues fue más un juego de caricias sobre sus piernas que otra cosa. Lo cierto es que posterior al encuentro, Mafe y yo rematamos la velada con un buen polvo.

    Capítulo XII: Adicción masturbatoria (Tercera parte)

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    Masturbar a Mafe se nos convirtió en vicio a los dos, ella era adicta a mis caricias, a mi lengua sobre su pubis, a mis besos y a mis palabras, y yo a sus muestras de placer, así como al olor y al sabor de sus fluidos...
     
    Felipe Vallejo, 12 Dic 2020

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    Masturbar a Mafe se nos convirtió en vicio a los dos, ella era adicta a mis caricias, a mi lengua sobre su pubis, a mis besos y a mis palabras, y yo a sus muestras de placer, así como al olor y al sabor de sus fluidos.​

    Fueron tantas veces que es difícil encontrar un encuentro superlativo a los demás. Hubo de todo, alguna vez en una piscina, con una posterior infección de su zona íntima, lo que a la vez nos dio la lección de no hacerlo en una piscina nunca más; alguna otra ocasión en la oficina, en extrahorario, con el morbo que nos generaba el riesgo de poder ser descubiertos; y una infinidad de veces al interior de su casa como de la mía.

    Y si bien es difícil escoger una vez como la más placentera, hubo una ocasión que por lo menos fue la más excitante para mí. Ocurrió en esos días en que Mafe empezaba a incursionar en el negocio multinivel de venta de suplementos dietarios.

    Fue un martes. Lo recuerdo a la perfección porque ese día me encontraba viendo un partido entre el Chelsea y el Liverpool, que iba terminar siendo un empate a cuatro, y que yo iba a dejar de ver a pesar de lo interesante del juego, pues la tentación me venció. Aunque hoy debo decir que no me arrepiento de nada-
    Mafe charlaba por videollamada con su superior en el negocio multinivel, acordando seguramente los pasos a seguir para cerrar una venta de los suplementos, para crear una red de clientes, y las estrategias de promoción de los productos.

    La vi allí sentada frente a la pantalla del PC, tan concentrada que quise sorprenderla. Me fui gateando en competo sigilo hasta meterme bajo el escritorio. Luego, casi que de la nada, aparecí allí arrodillado, con mi cara a la altura de su pubis.

    Quise ser tierno al aparecer allí, así que la saludé besando tímidamente sus rodillas. Ella apenas sonrió y continuó charlando con su interlocutor. Con delicadeza separé sus piernas y empecé a acariciar la cara interna de sus muslos para posteriormente pasar a una zona más profunda de su entrepierna.

    Poco a poco empecé a deslizar mi lengua por sus muslos, con rumbo final a su jugosa vagina. Mafe apretó mi cabeza fuertemente con sus piernas, como evitando que yo fuera a retirarla, aunque igualmente me impidió acercarme a mi objetivo final. No me quedó más opción que empezar a pasear mis manos por sobre sus piernas, por sus caderas y por su abdomen, de forma momentánea, mientras Mafe daba el visto bueno a la avanzada de mi lengua hacia su coño.

    No tardó mucho en ceder. Su comunicación siguió adelante, pues los asuntos que tenía por resolver parecían ser inaplazables, aunque igualmente inaplazable fue su libidinosidad.

    Para esa época conocía prácticamente todos los secretos del placer de Mafe, sabía cómo, cuándo, dónde y hacia dónde mover mi lengua y mis dedos para conseguir el delirio de Mafe.

    Ella había evolucionado mucho desde aquella chica tímida y temerosa del sexo, ahora no tenía reparo alguno en dejar caer sus fluidos sobre mi cara y sobre cualquiera que fuera la superficie donde estuviera sentada o apoyada. De hecho, una costumbre de nuestras sesiones masturbatorias fue encontrarnos un pequeño charco o mancha al final de la sesión.

    Era algo revelador, pues evidenciaba que aquella invitación a ser libre y disfrutar que le hice en nuestros comienzos, había hecho mella. A mí me parecía algo excitante y de alguna manera conmovedor, pues lo entendía como una reacción ciertamente involuntaria o incontenible. Pero también fue algo que nos causó un inconveniente, realmente menor e intrascendente, consistente en que la pequeña mancha decoloraba la tela. Tanto sus sábanas, sillones, alfombras, cojines, como los míos, fueron decolorando por esta costumbre, lo que nos llevó a tener que invertir en renovar todos estos accesorios y mobiliario. Claro que como dije antes, era un inconveniente irrelevante, pues ni ella ni yo vivíamos con alguien que nos fuera hacer reproches por aquellas manchitas.

    El paseo de mi lengua por sobre su clítoris causó el efecto deseado, su respiración fue agitándose y haciéndose más notoria, a tal punto que su interlocutor le preguntó si se encontraba bien, a lo que Mafe respondió que no del todo, pues unos supuestos cólicos le estaban haciendo pasar un mal rato.

    - Si quieres reanudamos mañana, dije el sujeto al otro lado de la pantalla
    - No, dale, sigamos, y si no lo soporto te lo aviso para que continuemos otro día

    Yo mientras tanto sonreía al escucharla inventar pretextos para ocultar lo que realmente estaba viviendo. Era una sonrisa auténtica, de extremo a extremo, no solo por lo que mis oídos escuchaban, sino por estar una vez más frente a tan exquisita vagina.

    Me ayudaba con mis manos para acariciar su cuerpo, y parecían haberse multiplicado, pues tuve gran agilidad para pasearlas por su espalda, nalgas, piernas, abdomen, cintura, caderas, y obviamente su vagina.

    Desafortunadamente para Mafe su respiración fue mutando en jadeos involuntarios y casi que inocultables, por lo que pidió a su supervisor aplazar definitivamente la conversación

    Apenas se cortó la comunicación, Mafe me agarró fuerte del pelo y me hizo poner de pie para besarme, sin importarle si quiera un poco el intenso sabor a coño que emanaba de mi boca.

    Luego me ordenó agacharme y continuar el trabajo que no había terminado. Me sumergí de nuevo entre su vagina mientras ella me abrazaba con sus muslos. La “técnica del gancho” con los dedos al interior de su vagina había sido perfeccionada, pues para ese momento encontraba con facilidad esa superficie corrugada al interior de su coño, que funciona como botón de encendido para el orgasmo. Mafe fue pasando rápidamente de los jadeos a los gemidos, y la presión que ejercía con sus manos sobre mi cabeza, empujándola contra su vagina, era cada vez más fuerte; parecía como si quisiera introducir mi cabeza en su coño.

    Fue tal el delirio de aquella ocasión, que sus fluidos no salieron poco a poco para ir deslizándose por mi mentón, sino que fueron expulsados a presión, chocando contra mi cara, dejándola cubierta prácticamente por completo. Yo iba a tener desquite en relaciones posteriores, pues me iba a dar el gusto de descargarme sobre su rostro, aunque Mafe prefería que fuera en su interior, claro que ya habrá momento para ahondar sobre ello.

    Capítulo XIII: Rueguen por nosotros los pecadores (Primera parte)

    MPCapXIII.jpg
    Mafe había cambiado radicalmente. De esa chica tímida, inocente e insegura quedaba muy poco. Ahora tenía una actitud un tanto más osada, su mentalidad era otra, ahora estaba abierta a darse la oportunidad de probar y conocer cosas nuevas...
     
    Felipe Vallejo, 14 Dic 2020

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