La profe Luciana

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Felipe Vallejo, 5 Mar 2021.

    Felipe Vallejo

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    La profe Luciana


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    Capítulo I: Descubrimiento al norte


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    Esta no es la clásica historia del amor platónico de un estudiante hacia su profesora, habitualmente madura. Es más bien una historia derivada del clásico cliché del hartazgo marital, de esa extinción de la pasión que desemboca en la infidelidad.
    Es quizá algo que me superó y que pensé nunca me iba a tocar a mí, algo de lo que había imaginado inmune a mi matrimonio. Pero no fue así. Claro que hoy no existe arrepentimiento, al contrario, me llena de satisfacción el recuerdo de lo vivido.

    Me llamo Fernando, tengo 32 años y duré algo más de 10 casado con mi ahora ex mujer, Adriana. Sé que probablemente suena a típica presentación de quien busca ayuda en una asociación de anónimos, pero no, nada que ver; realmente solo es una invitación a ahondar en el contexto. Posiblemente alertar a todo aquel que tenga esa idea absurda de casarse a temprana edad.

    He de decir que cuando ocurrió, cuando contraje matrimonio, a mis tiernos 20 añitos, lo hice estando seguro de la decisión que estaba tomando. Me sentía perdidamente enamorado de Adriana, y comprendía esto como un paso de quien pretende envejecer junto a la persona que ama. En aquellos días cuando aún tenía corazón, cada gota de lluvia era un juramento de amor eterno para ella.

    Pero la convivencia mata la pasión. El día a día, el conocer sus manías, el entender a la otra persona como humana, con sus virtudes, defectos, costumbres, olores, humor, sueños, caprichos y demás; te hace de alguna manera aprender a quererla, al mismo tiempo que la pasión desaparece. Como si se tratara de enamorarse de un amigo.

    Claro que en el caso de Adriana ese desencanto está ligado más a la actitud que fue tomando con el paso de los años.

    En el argot popular de los españoles se utiliza la palabra “estrecha” para referirse a una mujer que se niega a tener relaciones sexuales porque quiere vender esa imagen de chica recatada, difícil, decente, compleja y hasta inalcanzable. En mi país no existe un término que se ajuste del todo a esas características, aunque mojigata sería lo más parecido.

    Y Adriana se fue convirtiendo en una mojigata con el paso de los años. Fue un proceso a la inversa, pues cuando la mayoría de las mujeres se vuelven más abiertas hacia el sexo con el paso del tiempo, en el caso de Adriana fue al revés, pasó de ser una chica caliente y pasional, a una ama de casa amargada y supremamente acomplejada con el sexo.

    Fue una actitud que surgió y fue desarrollando a partir del nacimiento de nuestro primogénito, Nachito. En esos primeros días, meses y años de madre primeriza, lo entendí, comprendía que quizá ella no sentía tanto apetito sexual por el hecho de querer brindar atención y cuidados a nuestro hijo.

    El sexo se nos fue convirtiendo en un plan ocasional, y una vez concebimos a nuestra segunda hija, Lucía, su líbido se fue para no volver. O por lo menos para aparecer de manera muy distante en el tiempo, como si dependiera de una alineación de los planetas o de algún otro fenómeno paranormal.

    Adriana era una estrecha consagrada. Siempre tenía un pretexto para no hacerlo, para negarse a la satisfacción de los instintos primarios.

    Yo recurrí a planes románticos, a seducción en la intimidad, como en sitios públicos, compra y uso de juguetes sexuales, e incluso a meterle mano por sorpresa, con su consecuente rechazo y regaño por mi abusivo actuar.

    Llegué a pensar que su ausencia de apetito sexual podía deberse a una infidelidad, y caí en la bajeza de contratar a un detective para que me informara de su amorío extramatrimonial. Pero tal cosa no ocurrió, el detective la siguió durante un par de meses, y difícilmente pudo verla fuera del hogar, llevando su vida de ama de casa.

    Fue un momento de gran desespero para mí, pues no entendía porque le llamaba mi mujer si nunca se comportaba como tal. Confieso que en un par de ocasiones recurrí a servicios sexuales de pago, pues era necesario desfogar sintiendo el calor de otro cuerpo y no el de mi mano.

    Aunque luego, en uno de tantos intentos desesperados por despertar su líbido, tomé una de las mejores decisiones de las que hasta hoy tengo recuerdo, una auténtica genialidad ¡un batazo de cuatro esquinas!
    Le regalé un tubo para la práctica del pole dance. Lo mandé a instalar en uno de los cuartos subutilizados de nuestra casa y terminó funcionando como un imán, pues fue solo cuestión de ponerlo para cautivar su atención, así nunca hubiese hecho el intento de treparse en uno de estos tubos.

    Verla cautiva con el tubo me animó a meterle mano, y ella, para mi sorpresa, me lo permitió. Había logrado el cometido, había despertado el apetito sexual de mi señora.

    Claro que solo fue algo de esa ocasión, pero lo que valió la pena no fue ese insulso polvo, sino lo que el tubo desencadenó.

    Adriana, viéndose torpe y carente de talento para la práctica del pole dance, se apuntó a unas clases, que terminarían despertando ese apetito sexual dormido por tanto tiempo, y que además nos permitirían relacionarnos con un nuevo universo de personas.

    Los beneficios fueron casi que inmediatos. Recuerdo que Adriana, luego de la primera clase, llegó a casa entusiasta a practicar, y aunque solo había sido una lección, había sido suficiente para que aprendiese las bases para treparse y mantenerse sujeta al tubo, aunque sea por unos cortos segundos. Yo pude observarla en esa ocasión, y sinceramente me calentó verla allí, colgada, llevando a cabo su danza como si se tratase de un ritual de apareamiento, sintiéndose observada, diva y deseada.

    Claro que al final terminó haciéndose la estrecha conmigo, pero en esa ocasión no me importó su desplante, pues la oportunidad de permitirme un sensual recuerdo de su cuerpo, fue suficiente para mi posterior orgasmo, obviamente provocado por mí, como fue costumbre durante esos tediosos años maritales.
    Claro que mis tiempos de casado onanista estaban próximos a terminar. No sabía lo que le enseñaban en la academia de pole dance, pero Adriana regresaba a casa con una mentalidad completamente opuesta a la que habitualmente tenía. Era una mujer absolutamente sensual, y aparte decidida a realizarse sexualmente, decidida a someter a su pareja al deseo o fantasía sexual que tuviese ese día en mente.

    A mí me encantaba ser su juguete hedonista, me encantaba ser el protagonista de sus fantasías, y mucho más el hecho de verle fascinada en su entrega a los placeres de la carne.

    Pero lo mejor aún estaba por venir. El premio mayor no fue haber despertado el apetito sexual de mi mujer, realmente la recompensa de la adquisición del tubo fue el hecho de habernos relacionado con el entorno del pole dance, con esta comunidad que entrenaba todos los días a las seis de la tarde en un recinto al norte de la ciudad.

    Especialmente con Luciana, la maestra del grupo. Ella fue la encargada de sacarme del engaño de la supuesta felicidad en el matrimonio. Luciana fue la encargada de mostrarme esa faceta que mi mujer tanto se negaba a mostrar, y Luciana fue una inspiración para una reprimida, como lo era mi esposa.

    No la conocí de gratis. Fue un descubrimiento que valió la pena a cada puñetero segundo.

    A medida que veía a Adriana llegar encendida y dominante a casa, me preguntaba el porqué de su cambio de actitud. Me cuestionaba a cada rato qué era eso que le podían estar enseñando en clases de pole dance, que pudiera hacerla llegar tan deseosa.

    La primera vez que vi a Luciana fue un día que me animé a ir a recoger a mi mujer de sus clases. Básicamente por curiosidad, por ver con quién entrenaba, quién les enseñaba, cuántos eran, entre un largo listado de cuestionamientos que puede tener un esposo acomplejado.

    Lo primero que evidencié fue que no había hombres entrenando. El pole dance es una práctica deportiva destinada a las mujeres, pero nunca falta encontrarse con uno de esos personajes de gustos singulares, una maricota reprimida. El caso es que no lo había, afortunadamente, porque también habría sido traumático el tener que verlo forrado en mallas.

    Lo otro que aprendí de inmediato es que Luciana era una escultura de mujer. Era una mujer de unos 40 años, aunque difícilmente aparentaba esa edad. Su piel era tersa y lucía suave, sin arrugas en su rostro, o sin notorias estrías en sus piernas. Era una mujer supremamente conservada, a la que fácilmente podrían calcularse diez o hasta veinte años menos.

    Su piel era blanca, realmente muy pálida, de apariencia delicada. Sus piernas estaban perfectamente torneadas, eran de un considerable grosor, pero sin llegar a ese punto de lucir desmedidas, deformes o celulíticas. Lo suficientemente tonificadas como para lucir un bikini con orgullo, y lo suficientemente blandas para evocar esa sensación tan femenina como lo es la de unos muslos esponjosos y blandujos en su cara interna. Sinceramente eran unas piernas que, de ser expuestas, estaban destinadas a provocar miles de erecciones.

    Y si bien sus piernas eran todo un monumento, allí no moría su sensualidad. Su trasero era otro espectáculo digno de provocar mil y un fantasías. Era carnoso, macizo, muy curvilíneo, con un tatuaje de una manzana en una de sus blancas y aparentemente delicadas nalguitas, y otro de una gárgola o demonio a la altura del coxis. Era un culo pulposo, que quedaba expuesto al vestir esas mallitas con las que dictaba su clase; un culo que se sacudía al ritmo de su baile, o al estrellar fuertemente contra el suelo.

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    Claro que cuando se habla de su vestimenta, no todos los elogios van destinados a su despampanante trasero, también habrá fanáticos de verle la marcada forma de su coño dibujada por las apretadas telas de su trusa. Se trata de un coño carnoso, notorio a la vista, y apetitosamente palpable. Luciana tiene una vagina destinada a llamar la atención, pues otra de las cosas de sus sensuales bailes, es su constante apertura de piernas, lo que expone a la vista y con frecuencia su suculenta vulva.

    Sus caderas se corresponden con el grosor de sus piernas y de su trasero, son considerablemente macizas, blancas y de carnes lo suficientemente flácidas para sacudirse al ritmo de sus bailes. Su abdomen era relativamente plano, con uno que otro exceso adiposo, pero nada que fuera descomunal o desagradable a la vista. Es más, para la edad que tenía, diría que tenía una zona abdominal más que aceptable. Su cintura estaba bien definida, tanto así que con solo verla era toda una tentación agarrarla de allí, aunque es innegable que, al igual que su abdomen, tendría algún exceso de grasa, pero nada de que escandalizarse.
    Luciana era una mujer de senos pequeños, pero era una obsesa por estarlos mostrando. Obviamente no allí, en las clases, aunque en estas llegaba a usar una que otra trusa con ciertas transparencias. Pero donde realmente gustaba de exhibirlos era en sus redes sociales. Yo vine a enterarme a medida que mi obsesión por ella fue creciendo, lo que, sinceramente, fue cuestión de días.

    Su blanca y frágil piel estaba decorada con unos cuantos tatuajes. Al de la manzana en su nalga derecha, y al del demonio de su coxis, se suman el de un dragón en su espalda, una pareja fornicando en uno de sus hombros, un tribal en uno de sus antebrazos, un sol en el otro, entre tantos otros en el extenso listado de marcas en su piel. Eso le daba una apariencia de chica ruda a una mujer que venía en envoltura de porcelana.
    Y esto lo complementaba con su rostro. Era ahí justamente donde concentraba su encanto. Era una mujer verdaderamente bella. Sus ojos eran grandes y de un negro intenso, su nariz fina y sin irregularidades a la vista, sus labios ciertamente pequeños, pero de un rosa intenso y de una apariencia de humedad constante, provocativos sin duda alguna. Sus cejas delgadas y perfiladas resaltaban aún más sus bellos ojos, y complementaban a la perfección su cabello de un intenso negro. Lo llevaba relativamente corto, a la altura de los hombros, habitualmente suelto y desordenado.

    Su rostro no lograba ser extraordinario por su apariencia, eran sus gestos los que lo hacían una auténtica joya de admirar.

    Luciana tenía la capacidad de dibujar el deseo a la perfección en su cara. Era una mujer supremamente hábil para provocar por medio de sus gestos, a través de sus miradas y de sus siempre pícaras sonrisas, su rostro era sinónimo de tentación, era la apertura a un universo de fantasías donde se le podía imaginar siempre pervertida, siempre impúdica.

    Capítulo II: La virginidad de Luciana
    La primera vez que la vi fue de pasada, un día que me aventuré a recoger a Adriana. La vi solo por unos segundos, pues cuando llegué, ella estaba finalizando la clase. Abandonó el recinto en cuestión de segundos. No tuve la oportunidad de presentarme o de saludarla. Tampoco de detallarla, aunque ese primer vistazo fue más que suficiente para crear una imagen permanente de ella en mi cabeza...

    La continuación de esta historia en https://relatoscalientesyalgomas.blogspot.com/2021/01/la-profe-luciana-capitulo-ii.html
     
    Felipe Vallejo, 5 Mar 2021

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    Capítulo II: La virginidad de Luciana
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    La primera vez que la vi fue de pasada, un día que me aventuré a recoger a Adriana. La vi solo por unos segundos, pues cuando llegué, ella estaba finalizando la clase. Abandonó el recinto en cuestión de segundos. No tuve la oportunidad de presentarme o de saludarla. Tampoco de detallarla, aunque ese primer vistazo fue más que suficiente para crear una imagen permanente de ella en mi cabeza.

    Me acerqué a mi mujer, que estaba conversando con una de sus compañeras. La apuré un poco para que fuese a cambiarse. Luciana me había provocado un calentón inesperado, y yo estaba ansioso de llevarme a mi mujer a casa para desfogar.

    Es más, eso derivó en una de las situaciones más morbosas que viví con Adriana, por lo menos en nuestra época de casados. Esa noche el calentón nos entró a los dos, a mí por ver a Luciana, y a Adriana por haber estado en una de sus clases. Terminamos haciéndolo en el auto, al frente del recinto donde funcionaba la academia.

    Simplemente antes de encender el auto, empecé a acariciar una de sus piernas, y ella se abalanzó sobre mí para besarme y restregarse contra mi humanidad. Fue cuestión de pasarme a su lado, reclinar un poco la silla y dejarnos llevar.

    Nunca pensé que Adriana y yo lo haríamos en un sitio público, y menos en uno con tanto tránsito de peatones. Pero los dos estábamos lo suficientemente cachondos como para asumir el riesgo. Poco nos importó si nos vieron. Ciertamente, fue uno de los mejores polvos que íbamos a tener en toda nuestra vida de casados.

    Durante el coito tuve a Luciana como mi gran inspiración, imaginé a mi mujer con su ostentoso culo, así realmente estuviese lejos de parecerse. Le puse a Adriana el rostro de Luciana, o por lo menos el borroso recuerdo que me dejó ese primer y fugaz acercamiento. Fue el primer rastro de la obsesión que acababa de nacer en mi por esa mujer.

    Era irónica la vida. Ahora que Adriana era complaciente, mi deseo no podía satisfacerse con ella. Mi nueva ambición fue Luciana.

    Fue algo raro en mí, pues en los diez años que llevaba de casado siempre había visto con malos ojos el hecho de engañar a mi mujer, más todavía cuando llegaron Nachito y Lucía. Pero ahora pensaba diferente. Fue tal la perversión que me provocó Luciana, que no me bastó con follar a mi mujer imaginándola como su provocativa maestra, sino que un rato después me masturbé pensando nuevamente en ella.

    Luego de los dos orgasmos a su nombre, me sentí saciado, creí haber superado el deseo que me generaba esa mujer, pero fue cuestión de horas para que apareciera nuevamente, para darme cuenta de que estaba naciendo en mí una obsesión por ella.

    Al día siguiente sentí la necesidad de ir a recoger de nuevo a Adriana. Pero lo que menos me importaba era eso, lo que pretendía era echar un nuevo vistazo a su sensual maestra.

    Llegué 15 minutos antes de lo que lo hice el día anterior. Buscando no incomodar a las chicas con mi presencia, decidí situarme en una esquina del recinto, tomar el celular entre mis manos y fingir procrastinar, aparentar estar allí esperando a que pase el tiempo, a que finalice por fin la lección para llevarme a mi mujer a casa.

    De reojo echaba un vistazo a la clase, ojeadas fugaces que tenían como gran objetivo apreciar a Luciana en acción. Verla allí colgando de un tubo con ese cuerpo tan tonificado y a la vez tan flexible, esa figura majestuosa encumbrada a la sensualidad, meneándose cual cabaretera; enseñándole a las esposas de un puñado de pusilánimes, como yo, a como verse provocativas y seductoras. Sus gestos eran sugestivos, eran una insinuación permanente.

    A pesar de que los vistazos fueron ocasionales y disimulados, me permitieron crearme un mejor recuerdo, una imagen más clara de cómo era Luciana. Y mi obsesión fue en aumento.

    La clase terminó. Luciana salió del recinto y emprendió su caminó por un largo pasillo, meneando de lado a lado ese culo generoso en carnes. Robando la atención del supuestamente distraído marido de una de las alumnas, realmente el único presente allí.

    Ese día no tuve la misma suerte del anterior. No hubo polvo con Adriana, ni en el auto, ni al llegar a casa. De hecho, ella se molestó por verme allí de nuevo. Me aclaró que no le gustaba que la esperara al interior del salón, pues la hacía parecer sumisa y sometida en medio de un grupo de mujeres aparentemente liberadas.
    Esta vez no me molestó, ni si quiera me importó que mi mujer se negara a follar conmigo. No me afectó esa necesidad por desfogar que tuve luego de ver a Luciana dando su clase, ni siquiera eso. Sabía que mi deseo no podía satisfacerse con Adriana, ni siquiera con esta nueva versión que era mucho más libertina.
    Esa fue la noche del acecho, la noche del ‘stalkeo’. Dediqué un buen par de horas a buscar a Luciana en redes, a explorar una buena cantidad de sus publicaciones. Y me llevé una grata sorpresa. Luciana era mucho más calentorra de lo que yo pudiese haberme imaginado.

    Quizá había sido tan mojigata y tan reprimida mi mujer que cuando vi a una mujer verdaderamente pervertida, quedé fascinado, o más bien encantado, embrujado.

    Encontrar sus redes fue un picante condimento al cóctel de obsesión que crecía en mi interior por ella. No solo me encontré con una inmensa colección de imágenes de mucha piel y mucha carne, llenas de provocación en cada pose y en cada gesto; me encontré también con cientos de historias y pensamientos sugestivos.

    “Perdí la virginidad con un chico de mi barrio. Teníamos más o menos la misma edad. Era un chico creyente, muy devoto, muy tierno y muy ingenuo. Como yo, era físicamente precoz: un niño empuñando el cuerpo de un adulto. No estábamos preparados para nosotros mismos, mucho menos el uno para el otro. Sin embargo, me di cuenta de la forma cómo me observó. Sentí que sus ojos viajaban a través de mi cuerpo, que recorrían descaradamente mis carnes y mi piel. ¡Eso era poder! Me propuse abusar de ello.

    Cada paseo en autobús hacia y desde la escuela, cruzaba mis piernas, de lado a lado y con descaro, hipnotizándolo con un hechizo que no entendía, incitando en él un anhelo que no podía nombrar.

    Él me besó en la parada del autobús, dejando migajas de pastel en mi barbilla. Era amor.

    No recuerdo el dolor de esto, mi primera penetración, una falta de sufrimiento por la que me he sentido culpable por siempre. Lo que si recuerdo es el cielo azul y claro sobre mí, el zumbido de un mosquito en mi oído, y el bosque y la tierra abrazándonos.

    Mi cabello se quedó atrapado debajo de su mano. Él empujó una, dos, tres y cuatro, y luego se dejó caer sobre mí, para finalmente apropiarse de mi cosmos. Me desconcertaba el hecho de pensar cuántos segundos de penetración se necesitaban como para considerarse sexo.
    Escuché un hipo. Un llorón. Llorando dijo haber traicionado la promesa hecha al padre celestial.

    ¿No tiene acaso una chica el derecho a que se la jueguen por ella? ¿Soporté no ganar nada del baile de nuestras almas sobre la tierra en ese bosque seco?
    En vez de eso fui lo suficientemente potente como para ofender tanto al hombre como a Dios. ¡Sube a tu bici y vete!”,
    dice la leyenda de una de las fotos en las que Luciana luce joven, ríe provocativamente y muestra las tetas en una de sus redes sociales.

    Esta fue solo una de las joyas en un perfil lleno de insinuaciones y guarradas. Una de ellas, por ejemplo, era un tutorial para tomar fotos a un culo voluminoso, obviamente protagonizado por la sensual Luciana, o sus entusiastas lecciones de pole dance en video, acompañadas de leyendas como “Otra cosa que me convirtió en belleza, el pole dance”. Y ni hablar de su relato lésbico con ‘Pati’, que merecería una mención aparte.

    Capítulo III: Sed de admiración
    A decir verdad, hubo un contenido que llamó mi atención por encima de las demás, por lo menos en esa primera jornada de exploración de sus redes sociales. Era una foto de Luciana, una foto de cuerpo entero, en la que ella posaba de perfil. En la imagen Luciana aparecía de rodillas, con un vestido que había situado a la altura de su cintura, es decir que lo había ido remangando, de abajo y de arriba, situándolo todo en la zona de la cintura. Sus senos quedaron al descubierto, aunque en la imagen solo se ve uno de ellos, pues al estar de costado, uno se esconde tras del otro. También queda al desnudo su zona púbica, pues no se observa calzón o braga que la resguarde, aunque no se ve mayor cosa porque el ángulo que forma con sus caderas y sus piernas evita que se puede apreciar fácilmente lo que podría ser una inspiración para todo tipo de perversión...

    La continuación de este relato en https://relatoscalientesyalgomas.blogspot.com/2021/02/la-profe-luciana-capitulo-iii.html
     
    Felipe Vallejo, 12 Mar 2021

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    Capítulo III: Sed de admiración
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    A decir verdad, hubo un contenido que llamó mi atención por encima de las demás, por lo menos en esa primera jornada de exploración de sus redes sociales. Era una foto de Luciana, una foto de cuerpo entero, en la que ella posaba de perfil. En la imagen Luciana aparecía de rodillas, con un vestido que había situado a la altura de su cintura, es decir que lo había ido remangando, de abajo y de arriba, situándolo todo en la zona de la cintura. Sus senos quedaron al descubierto, aunque en la imagen solo se ve uno de ellos, pues al estar de costado, uno se esconde tras del otro. También queda al desnudo su zona púbica, pues no se observa calzón o braga que la resguarde, aunque no se ve mayor cosa porque el ángulo que forma con sus caderas y sus piernas evita que se puede apreciar fácilmente lo que podría ser una inspiración para todo tipo de perversión.

    La imagen viene acompañada de una leyenda que dice:

    Imagínalo. Ya no están juntos. La separación es inminente entre ustedes. No hay tiempo suficiente en esta dimensión para resarcir el daño, sus almas jamás volverán a fundirse en una. ¡A la el mundo!

    Cada quien sabe lo que es suyo, ya no hay rastros de su piel sobre la tuya. Ustedes ya no están juntos. Se siente bien de todas formas. Se siente mejor de lo que recuerdas.

    Tu energía sexual es pura, la fuerza motriz de la vida que anima los espíritus. La sexualidad es el núcleo de la creatividad, tanto literal como figurativa; es la madre de nuestros hijos, es la madre de nuestras canciones. Cuando oprimes tu sexualidad, tus deseos y tu placer; cuando te sientes sucia por ello, regalas la fuente de la creación que recorre tu ser. No te reprimas nunca, y mucho menos porque tu pareja ya no es tu pareja.

    Ahora eres libre para encontrar a quien realmente valore agarrarte de la cintura, que considere entregarte sus caricias sobre tu espalda, que te trate como un manjar para saborear, que te contemple como un banquete para devorar.

    Deja que te escupa en la boca que ya no es solo tuya, que no te importe. Nunca se ha sentido mejor”.


    Era un monólogo destinado a llenar de confianza a las mujeres inseguras con su hombre, invitándoles a vivir libremente su sexualidad, y a su vez era una
    interpretación de sus deseos, quizá de su sentir, por lo menos así lo interpreté.

    Para alguien como yo era una motivación a creer que una mujer de mente abierta y con tales ideales de liberación, estaría quizá dispuesta a entregarse a placeres carnales con cualquiera que supiese ganarse ese honor. Había chances incluso para alguien como yo.

    Solo me restaba arriesgarme, intentar algo con ella. No iba a dormir tranquilo hasta que eso se hiciera realidad, o por lo menos hasta que hubiese hecho el intento.
    Le di vueltas en mi cabeza a la forma de lograr mi cometido, pero era tan carente de iniciativa que no se me ocurría una situación ideal para interactuar con ella hasta llevarla al punto donde yo quería.

    Lo único que tuve en mente fue acercarme una vez más a la academia, esta vez bajo el pretexto de querer pagar la mensualidad de las clases de mi mujer. Esperaría a que terminé su clase, la buscaría en privado, y con ese pretexto buscaría flirtear con ella.

    Recuerdo a la perfección que fue un jueves en la noche. Luego de un par de semanas sin asomarme por allí, volví; de nuevo dándome el lujo de disfrutar del cierre de su lección. Otra vez situado en aquella esquina que me hacía sentir seguro, una zona en la cual dejaba de sentirme intrusivo para el grupo aprendiz de las artes de la sensualidad, la seducción y por supuesto el pole dance.

    Una vez que la clase terminó, Luciana salió del recinto, y al igual que la vez anterior, emprendió su camino por el extenso pasillo. Me acerqué a Adriana, la saludé y le conté que estaba allí por el hecho de querer ponerme al día con el pago de sus clases. Ella asintió con la cabeza y siguió concentrada escarbando en su mochila.
    Salí del recinto y caminé por el pasillo. Al final del mismo había una puerta blanca con una estrella dorada y el nombre de Luciana, como si de una celebridad se tratara, por lo menos así lo sentía ella.

    Llamé a la puerta, que estaba entreabierta, y a continuación escuché la voz de Luciana, que me invitaba a pasar.

    Le saludé, pero antes de que terminara de preguntarle cómo estaba, Luciana interrumpió preguntando:

    - ¿A qué se debe su visita?... ¿Algo especial u hoy también vino solo a importunar a las chicas?
    - ¿A importunar? ¿A qué te refieres?
    - A morbosearlas, a instigarlas con su mirada acosadora – Dijo la sensual maestra, mientras que yo era incapaz de dejar de mirarle hacia su entrepierna
    - No Luciana, eso no es así. No vengo a acechar a nadie, vengo a recoger a mi mujer y me da pereza esperarla en el auto. Entro a tus clases a ver qué es lo que les enseñas, pero no acecho a ninguna de las chicas.
    - Me resulta difícil creerle, cuando no ha parado de clavarme la mirada en mi entrepierna
    - Discúlpame, no quise ser burdo, imprudente ni atrevido. Sinceramente fue un acto relejo, fue algo que no pude controlar. Perdóname por ello. – Dije a la vez que me ruboricé
    - ¿Qué necesita?
    - Venía a pagar la mensualidad de las clases de Adriana, mi mujer…

    Saqué el dinero de mi billetera, lo conté y se lo entregué. Esta vez clavé mis ojos en los suyos, y no paré de observarlos por un largo rato. Me perdí en ellos, pues verdaderamente me parecían enigmáticos. Me parecía que con su mirada podía transmitir un sinfín de sensaciones, y que muchas de ellas evocaban el cortejo. De repente se me ocurrió comentarle que la había estado leyendo, y que me había parecido extraordinaria, muy talentosa, osada, pero especialmente valiente por permitir que más mujeres tuvieran esa inspiración para la vida.

    - ¿Qué te gusto de lo que leíste? – Preguntó ella mostrándose auténticamente intrigada
    - Leí muchas cosas, pero lo que más me gustó fue tu definición y concepción de la sexualidad como el eje motivacional de todo ser. Eso de que la sexualidad es el núcleo de la creatividad, tanto literal como figurativa me pareció una reflexión interesante, concienzuda y acertada.

    Ella quedó impresionada al ver que mi elogio no era mentira, al notar que era real que le había leído, y que era genuina la admiración que le había expresado como escritora

    - Te agradezco el cumplido. No pensé que un hombre se tomara el trabajo de leer mis reflexiones y mis relatos
    - Pues ya vez que sí, que acá hay uno que quedó tan maravillado con tu talento que no se aguantó las ganas de venir a conocerte
    - Ah mirá. Pensé que habías venido a recoger a tu mujer
    - Bueno, al comienzo sí. Pero para mí fue todo un evento eso de que Adriana dejara de ser una reprimida y pasara a ser una chica sexualmente activa. Por eso quise venir a ver qué era lo que aquí aprendía. Ahí te conocí y confieso que he quedado embrujado con tu ser. Eres hermosa, escultural, atlética, segura de ti misma, atrevida, desafiante, talentosa, eres mágica, definitivamente, con lo poco que te conozco me atrevo a asegurar que eres una en un millón.
    - Qué amable y generoso de tu parte, aunque suena un poco zalamero ¿No tendrás una doble intención conmigo?
    - Pues realmente no sé hasta qué punto podría llegar mi admiración por ti, pero sería un completo mentiroso si niego lo mucho que me atraes. No eres solo bella, sino culta y talentosa ¿Qué más puede pedirle uno a la vida?
    - ¿Te interesa que nos tomemos un café y charlemos en estos días?
    - Absolutamente. Sería un honor para mí
    - ¿Qué te parece mañana, a las cuatro? Nos vemos aquí y vamos a un sitio muy acogedor que hay a dos calles
    - Cuenta con ello

    Me despedí con un tradicional beso en la mejilla, que me permitió sentir la suavidad de su piel por primera vez en la vida. Al otro día cumplí la cita, con mucho anhelo la esperé, y con absoluta puntualidad llegué. La noche anterior había dedicado horas a seguir explorando sus redes sociales, buscando con ello darme una idea mayor de la esencia de su ser.

    El encuentro fue más que fructífero, pues congeniamos en más de una ocasión, pero lo más importante es que íbamos a finalizar acordando un próximo encuentro para algo mucho más comprometedor.

    - ¿Lo has leído, has leído a Octavio Paz? – pregunté a Luciana tras el primer sorbo de café
    - Claro que lo he leído, lo amo
    - Genial. Es simplemente una mente brillante, un referente para todos aquellos que atrevidamente incursionamos en el mundo de las letras.
    - Sí, sí, aunque yo soy más del estilo de Carla Márquez ¿La conoces?
    - Obviamente. Me ruborizo y me caliento de solo acordarme de parte de su obra
    - ¿A Almudena Grandes la has leído?
    - Por supuesto. Es más, cualquier persona que no haya leído Las Edades de Lulú, no debería ser digno de saludos entre adultos
    - Jajajajaja es verdad, es verdad. Ve, me gustaría ponerte a prueba, quiero hacerte dos preguntas. La primera es ¿Cuál es tu libro favorito de literatura erótica?
    - Es difícil escoger uno como favorito, aunque hay dos que merecerían pelearse por ese primer lugar: La Rebelión de los Follamantes y Las maneras del agua
    - No puedo creer que haya alguien en el planeta que disfrute tanto la obra de Margarita Villareal como yo lo hago
    - Pues ya ves…
    - Pero tú nos has venido hasta aquí solo para hablar de literatura ¿Tienes alguna intención conmigo?
    Tragué saliva, sentí que lo más prudente antes de contestar a tan frentera pregunta era aguardar un par de segundos, darle un poco de dramatismo a la respuesta. Y al final admitir lo evidente, aceptar mi deseo hacia ella.
    - La verdad sí. Me has cautivado por completo. Eres la perfección encarnada. Ojalá no te incomode mi atrevimiento, no te incordie mi admisión, pues no es mi intención ni acosarte y tampoco irrespetarte
    - Tranquilízate, no me siento irrespetada, me siento deseada… ¿Te daría cargo de consciencia engañar a tu mujer?
    - No lo sé. Posiblemente sí, pero siento que nuestra relación está agonizando, que cualquier intento por rescatarla resultará infructuoso, y no vale la pena gastar energía y tiempo en algo así. Ella hace tiempo dejó de desearme, y yo hace tiempo empecé a sentir que estaba con ella por obligación.
    - Pues fíjate. Ya somos dos las víctimas de matrimonios mal llevados. Yo estoy dispuesta a hacerte tu sueño realidad, como por probar, al fin y al cabo que yo también sé lo que es estar atrapada en un matrimonio por una u otra conveniencia. Pero no va a poder ser ahora ni aquí. Yo debo terminarme este café e ir a dar una clase. Además, que algo si te quiero aclarar, yo estoy dispuesta a todo contigo, pero tú tendrás que hacerme sentir como la deidad que dices soy para ti. Préstame tu celular…

    Lo agarró entre sus manos y llamó al suyo

    - Ahí tienes mi número, guárdalo y me escribes más tarde, con eso vamos acordando cuándo y dónde nos vemos

    No supe qué decir, solo sonreí, asentí con la cabeza, me despedí de ella, y salí del lugar torpemente, chocándome con uno de los muros. Estaba pasmado con lo que acababa de suceder.

    Esa misma noche le escribí. No quería ser intenso con ella, pero sabía que, si no me pronunciaba de inmediato, se me iba a pasar la oportunidad. Ella no tuvo reparo en contestar, de hecho, fue muy jovial y abierta en sus conversaciones por chat. Acordamos que nuestro encuentro sería el viernes de la siguiente semana.
    Tendría entonces una semana para preparar un encuentro a la altura de la situación, que no era cualquiera; Luciana era por lejos la mujer que más fantasías me había inspirado en mi vida, incluso por encima de Adriana en nuestros 10 años de matrimonio. Era la oportunidad de mi vida, por lo menos en lo que refiere a tener un polvo para recordar a la hora de morir. Estaba seguro de que una relación con una mujer tan descocada tenía que recordarse por los siglos de los siglos.

    Reservé la Suite del Penthouse en el Hotel Four Season. Literalmente pretendía que fuera un polvo con altura.

    Esa habitación tenía un costo por noche cercano a los mil dólares, que para alguien como yo no es poca cosa. Pero sinceramente lo valía. Quería darme un gusto auténtico y cumplir con lo prometido, tratarla a la altura de una deidad, y lo primero era crear un ambiente digno de ella. Antes la llevaría a cenar al Matiz, que nunca decepciona.

    Esa semana no hubo actividad sexual para mí. Ni sexo con Adriana, ni masturbación. Quería conservar mi energía vital para el momento deseado.
    No sabía si ella cumpliría, si solo se trataba de una broma que le estaba jugando a un hombre obseso con su ser, pero de cumplir con lo prometido, me iba a hacer el sujeto más dichoso del planeta.

    Tuve también que planear con detenimiento la excusa para ausentarme de casa sin que Adriana fuese a sospechar. Claro que tampoco fui muy creativo, le dije que tendría que hacer un viaje de trabajo, pero que el sábado, pasado el mediodía, estaría de regreso. Ella no tuvo mayor recelo frente a mi explicación, sencillamente la creyó; no tenía motivo para desconfiar de un tipo que le había guardado 10 años de sagrada fidelidad. Quizá también era una situación ideal para ella, posiblemente le estaba dando vía libre para meter a su amante en casa, si es que lo tenía.

    También tendría que explicarle la causa de la desaparición de tan llamativa cantidad de la cuenta bancaria. Pero eso sería algo que me daría un poco más de tiempo, pues no era un movimiento del que fuese a darse cuenta de inmediato.

    Claro que cuando llegase el momento, no iba a ser una situación fácil de explicar, pues era un movimiento que implicaba la desaparición de por lo menos mil dólares, y digo por lo menos mil porque no sabía si en mi estancia en ese hotel, con la sensual Luciana, el gasto pudiese incrementarse.

    Capítulo IV: El vicio de sentirse deseada
    Ese día tuve ansiedad desde el mismo momento en que desperté, pero al llegar el anochecer, la ansiedad empezó a mutar en euforia. Con Luciana habíamos acordado encontrarnos pasada una hora de acabadas sus clases, allí, en la academia donde las daba. Pensamos que una hora sería tiempo suficiente para conseguir que todos los conocidos desaparecieran de la zona...

    La continuación de esta historia en https://relatoscalientesyalgomas.blogspot.com/2021/02/la-profe-luciana-capitulo-iv.html
     
    Felipe Vallejo, 19 Mar 2021

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    Capítulo IV: El vicio de sentirse deseada​


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    Ese día tuve ansiedad desde el mismo momento en que desperté, pero al llegar el anochecer, la ansiedad empezó a mutar en euforia. Con Luciana habíamos acordado encontrarnos pasada una hora de acabadas sus clases, allí, en la academia donde las daba. Pensamos que una hora sería tiempo suficiente para conseguir que todos los conocidos desaparecieran de la zona.

    Llegué faltando un cuarto para la hora indicada. Me perdía pensando en la conversación que iba a darle a Luciana de camino al restaurante. No sería algo sencillo, pues no la conocía más allá de sus escritos, un poco de sus gustos literarios y sus fotografías. Pero decidí que lo más sensato era dejarme llevar, dejar que la conversación fluyera y que avanzara en el camino que tuviese que hacerlo.

    Ella apareció minutos después, luciendo un largo y elegante abrigo. Subió al auto, me saludó y prendió la calefacción, venía aturdida por el frío. Encendí el coche y partí rumbo a nuestro destino.

    - ¿Fantaseaste conmigo al leer mis relatos? – preguntó ella para romper el hasta ahora reinante silencio
    - Te mentiría si te digo que no, me ha sido absolutamente inevitable.
    - ¿Y con que fantaseaste?
    - Ya vas a verlo…
    - ¿Sabes con qué fantaseo yo?
    - ¿Con qué?
    - Con ejercer un día como stripper de club de carretera, con las miradas lujuriosas de los hombres clavadas en mí. Uno que otro lanzando sus manos de forma atrevida hacia mí, para meterme un billete entre la tanga o sencillamente para manosearme. Teniendo yo toda la atención del momento, ahí expuesta, absorbida por esa sensación de tabú
    - Yo estaría en primera fila sin duda alguna. Si ves que te es posible cumplirla, avísame, quiero estar ahí
    - Ja, ja, ja, tu esposa no te dejaría ir, tienes cara de calzorras
    - Es cierto. Pero estoy dispuesto a poner de mi parte lo que haya que poner para dejar de serlo ¡Me harté!
    - ¿Hace cuánto la engañas?
    - Esta va a ser la primera vez
    - No te creo, ja, ja, ja
    - No te miento. Va a ser la primera vez. Hace tiempo dejé de quererla, pero nunca me atreví a engañarla, no por lo menos hasta que encontrara a alguien con quien realmente valiera la pena.
    - ¿Y hoy ya no te sientes culpable?
    - Para nada. Era algo que se veía venir. Y cierto grado de responsabilidad tendrá ella en que yo haya tomado esta decisión ¿Tú hace cuánto engañas a tu esposo?
    - Uh, si te contara… La nuestro fue un matrimonio obligado por mi prematuro embarazo. Prácticamente que nuestros padres decidieron por nosotros. Estaba destinado a salir mal, y salió mal. Creo que no ha habido época de nuestra relación en que no lo haya engañado. Y posiblemente él haga lo mismo, estamos juntos por nuestro hijo, y básicamente por dar la imagen de una familia feliz, que a la hora de los negocios y el relacionamiento público termina favoreciendo

    El viaje de camino al hotel fue complejo para mí. Recuerdo ese momento en que nos detuvimos a la altura de la séptima con 116, el semáforo en rojo me permitió prestar mayor atención a su fantasía de stripper de carretera, lo que desde ese mismo instante me causó una erección que tardó un rato en desaparecer. Es más, revivió por ratos durante la cena y de camino al hotel.

    El penthouse del Four Season era fascinante: espacioso, con terraza privada, chimenea, portentosos y cómodos sofás en cuero, una amplia sala de estar, una cama tendida con sábanas de algodón egipcio, entre otra serie de lujos que se correspondían con su costo.

    Allí una botella de Veuve Clicquot nos esperaba. Nos sentamos frente a uno de los ventanales que fungía como muro. La panorámica del vecindario era imponente, incluso en este mugrero de ciudad, y mucho más era el morbo de saber que íbamos a culear en un último piso, viendo la vida pasar bajo nuestros pies, pudiendo ser vistos a la distancia por cualquiera con un poco de suerte y un afinado sentido de la vista.

    Bebimos la botella de champán sin apuro alguno. Lo hicimos mientras charlamos de la vida, del fracaso de nuestros matrimonios, de los sueños por realizar y especialmente mientras hablamos de nuestra pasión en común: escribir.

    Me sentía un poco intimidado al pensar en lo que minutos después haría con Luciana. Ella me había hecho entender que era una mujer muy activa sexualmente, y llegué a sentir algo de desconfianza al verme tan poco entrenado y tan reprimido en los últimos años.

    Claro que ese nerviosismo desapareció cuando Luciana dejó su abrigo a un lado y la tentación entró por la vista; se puso de rodillas, y, todavía vistiendo sus mallas, me deleitó con un baile sensual, uno de tantos en su repertorio; a mí y a todo aquel que a la distancia pudiese ver a través de los cristales.

    Dudo que desde la calle se alcanzara a apreciar mucho, difícilmente podría hacerse desde un par de casas que había en frente, y un poco más probable podía ser desde un edificio situado en diagonal. A Luciana poco le importaba eso, de hecho, diría que para ella sería mucho más excitante que alguien viera su arte sensual a través del ventanal. Sentirse deseada era algo que le hacía perder el quicio, aunque eso era algo que yo desconocía de momento.

    Luciana amaba sacudir su cuerpo al sonido de cualquier ritmo. Esa noche comenzó con un tema de Shabba Ranks, del cual no sé su nombre. Su baile fue toda una inspiración. Sus movimientos eran agresivos y sus gestos retadores.

    Sus nalgas fueron las grandes protagonistas de su presentación. Mientras su rostro se posaba en el piso, su culo se erigía sobre el resto de su cuerpo. Lo meneaba con unos movimientos cadenciosos, medidos en el tiempo y rematados con una fuerte sacudida de sus carnes.


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    Obviamente también hubo un momento destinado a ponerse en pie, dar un par de pasos hacia atrás, estrellar su culazo contra uno de los ventanales, y de nuevo menearse, aunque ahora un poco más lento, encargándose de empezar a manosear todo su cuerpo, que aún seguía cubierto por sus mallas.

    Y una vez se cansó de esparcir su culo contra los cristales, se dio vuelta, dando la cara a cualquiera de los que pudiese estar de mirón desde afuera.
    Su enorme trasero por fin me veía a la cara. Yo estaba algo alejado, pues entendía que Luciana necesitaba de su espacio para desplegar todo su talento. Pero más allá del distanciamiento, era todo un placer ver por fin de frente ese culo maravilloso, verlo sacudir sus carnes, e imaginar que unos minutos después eso estaría pasando, pero sobre mí, estaría zarandeándose alocadamente, al ritmo de una impetuosa cabalgata.

    Estando así, de espalda a mí, y de frente a los ventanales, Luciana empezó a desnudarse, Al ritmo de la música bajó por sus brazos los tirantes de sus mallas, la parte alta de su torso quedó al descubierto, aunque de momento yo solo había visto su espalda, adornada por su colorido tatuaje del dragón.

    Luciana apoyó sus pechos contra los cristales, y siguió sacudiendo sus nalgas de lado a lado por un buen rato. Yo moría de ansiedad porque se diese vuelta y por fin ver esos senos pequeños, pero aún firmes a pesar de sus 40 años; era víctima de la congoja, ansiaba ver de frente sus incitadores gestos, añoraba ser cómplice de sus pecaminoso actuar.

    Claro que cuando Luciana se dio vuelta, desaparecieron los sugestivos gestos de su rostro, por lo menos por un instante. Los reemplazó por una carcajada hilarante, pues le generó gracia ver mi cara de idiota al ser víctima de su hipnótico baile.

    Cambió de tema, puso uno llamado Honor al mérito de Lisérgicos. Con la parte alta de su licra colgando de su cintura, caminó por la habitación hasta tomar una silla, luego volvió a lugar donde estaba, y empezó de nuevo a bailar. Me pidió que le alcanzase la botella vacía de champán que bebimos previamente, obedecí de inmediato. Me acerqué a ella, se la di y volví a mi sitio de privilegio.

    Ella dejó la botella sobre la silla, situada exactamente frente a ella, y empezó a bailar lentamente. Su lengua se hizo protagonista de esta parte del baile, pues estuvo el noventa por ciento del tiempo a la vista. Marcó el ritmo de los tan presentes ademanes de su rostro.

    Sus manos también tomaron mayor protagonismo, empezó a frotarlas fugazmente sobre su pubis, y especialmente las utilizó para jugar con sus senos entre ellas. Luego, con sus pulgares, agarró sus mallas de los costados y empezó a bajarlas lentamente, hasta llegar el punto de que cayeran al suelo por accionar de la gravedad.

    Su blando y lujurioso cuerpo estaba al desnudo, aunque su vagina seguía invisible para mí, pues de momento se escondía tras la botella que minutos atrás había puesto sobre la silla.
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    Luciana me hizo una seña con sus ojos, invitándome a acercarme y quitar la botella. Así lo hice, me acerqué, tomé la botella entre una de mis manos, y la dejé en el suelo. Luego quedé de nuevo hipnotizado con su cuerpo, guardando absoluto silencio mientras la contemplaba, expresando toda mi depravación con solo la mirada.

    Ella tomó una de mis manos y la posó sobre su vulva. Su intención era clara, hacerme saber que su coñito, con el solo hecho de bailar, se había humedecido, se había sazonado. El plato fuerte estaba servido.

    Capítulo V: “Hongo” out
    Al verme cómodo y dichoso sintiendo su calentura a través de la yema de mis dedos, se sintió con la autoridad para lanzar una de sus manos hacia mi miembro. Lo agarró, aún cubierto por el pantalón, palpó toda la zona, y a continuación me deleitó con un profundo beso. Fue un beso realmente extenso. Nos dio tiempo para explorarnos hasta la garganta, nos permitió sentir la sonrisa que se dibujaba en el rostro del otro, al verse irrespetado por una lengua hasta ahora desconocida...

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    Felipe Vallejo, 26 Mar 2021

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    Capítulo V: “Hongo” out
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    Al verme cómodo y dichoso sintiendo su calentura a través de la yema de mis dedos, se sintió con la autoridad para lanzar una de sus manos hacia mi miembro. Lo agarró, aún cubierto por el pantalón, palpó toda la zona, y a continuación me deleitó con un profundo beso. Uno realmente extenso. Nos dio tiempo para explorarnos hasta la garganta, nos permitió sentir la sonrisa que se dibujaba en el rostro del otro, al verse irrespetado por una lengua hasta ahora desconocida.

    Ella mientras tanto fue desabrochando el cinturón que sostenía mi pantalón. Luego de deshacerse de este, agarró mis pantalones de los costados, con ambas manos, y los bajó de un jalón. De nuevo se puso en pie, me miró a los ojos sosteniendo un gesto de total perversión, y acto seguido lanzó de nuevo su mano a mi pene, que a esa altura de la noche estaba desesperado por ser liberado.

    Y si bien su vagina estaba lista para la penetración, decidí postergar ese ansiado momento, pues no me iba a privar de saborear tan tierna vulva. Quería deleitarme con sus fluidos, quería esa zona carnuda y caliente entre mi boca. Además, era un deber devolverle el deleite a Luciana, y de seguro la mejor forma de hacerlo era mediante una buena comida de coño.

    Me puse de rodillas y sumergí mi cara en su entrepierna, ella dejó llevar su cuerpo hacia atrás un poco, sus nalgas quedaron de nuevo apoyadas en los ventanales, mientras mi lengua empezaba a dar las primeras probadas a ese suculento coñazo. El ambiente estaba colmado de esa tufarada tan característica del sexo ¡Era todo un deleite, todo un festín!

    Sus ojos cerrados y su cabeza ligeramente inclinada hacia atrás eran buena señal, eran un gesto de evidente complacencia en una mujer que tenía idealizada como una experta de las artes amatorias. Poco a poco empezaron a escapar de ella unos soplidos, unas exhalaciones, cada vez más entusiastas y dicientes.
    Estuve concentrado en complacerla con mi lengua por un buen rato, lo que se vio interrumpido por un esporádico contacto visual, un instante que me regalé para tomar aire, verle a la cara y apreciar su disfrute. Luciana no permitió que fuera muy extenso, porque de repente bajó mi cabeza agresivamente con una de sus manos mientras dijo “¡Atragántate!”.

    Mi cara se enterró de nuevo en su vagina. Yo me ahogaba entre el tufillo y los fluidos cada vez más presentes en los alrededores de su vulva y su entrepierna. No podía ver nada, la escuchaba reír. Me levanté abruptamente, tosí un poco. Tomé aire y la miré al rostro, mientras que ella volvía a reír.
    Nos detuvimos por un instante, para vernos a los ojos y ser cómplices del instante de placer que debíamos compartir. Luciana se dejó caer en el suelo. Se acostó allí, echó su cabeza hacia atrás, cerró sus ojos y abrió sus piernas, invitándome a entrar a tan bienaventurada vagina.

    Esculqué mis pantalones con cierto desespero, tomé unos condones que tenía en ellos, y me puse uno.

    Fue exquisito ese instante en que mi miembro erecto y desesperado se deslizó por entre su vagina, ella lo acompañó de un gemido cortito pero sonoro.
    Estaba anonadado, Luciana rondaba los 40 años, había parido un hijo, había fornicado a lo largo de su vida como Dios manda, pero su coño era increíblemente prieto, estrecho.

    El sentir esa vagina apretada y ardiente era complementado con lo insinuante de su rostro, con su lengua jugueteando sobre sus labios, y con su mirada desafiante, atrevida y retadora. “Senda bellaca” dirían los de Plan B si le hubiesen visto esa expresión.

    Sus desafiantes gestos funcionaron como incitación, provocaron en mí el deseo de penetrarla con mayor vehemencia. Le empujé mi pene adentro sin contemplación alguna. Con un movimiento lento pero profundo para explorar su ser.

    El ritmo fue en aumento, nuestros cuerpos chocaban con agresividad. Se escuchaba fuertemente ese estruendo de nuestra humanidad al encontrarse. Luciana levantaba y estiraba sus piernas en el aire, en un gesto de completa permisividad para hacer de mi miembro viril su invitado de honor.

    Sus gemidos eran otro condimento sustancial del exquisito coito que estábamos viviendo. Eran sonoros, desinhibidos, profundos, y por momentos estruendosos, era un completo embeleso.

    Sus senitos se movían al ritmo de nuestros zarandeos. ´Lucían inocentes, tiernos y frágiles. Pero sinceramente eran una atracción de segundo plano, pues mi atención se centraba en su rostro, cuyos gestos evidenciaban intensos instantes de placer, de delirio y de éxtasis; Sus ojos perdidos, su boca ligeramente abierta, dispuesta a dejar escapar cuanto gemido e insulto se le antojara a esta veterana de mil guerras; sus labios húmedos y tentadores, y su respiración agitada; eso era lo que realmente me tenía atrapado.

    Verla perdida de placer, verla gozar sin vergüenza alguna, sentirle ese coño caliente y ajustado, y escucharla apeteciendo más, provocó ese anhelado estallido de placer, esa descarga retenida por un preservativo al interior de su hirviente vagina.

    Pero la fiesta estaba lejos de terminar. A pesar de haber alcanzado el orgasmo, era de mi interés seguir fornicando con esta mujer que me había develado el verdadero sentir del placer. También me sentía en la obligación de seguir brindando placer a Luciana, pues una ocasión tan esperada como esta no podía terminar en un simple orgasmo.

    Ella comprendiendo que me había hecho alcanzar mi primer orgasmo de la noche, le propuse un pequeño descanso, el cual utilizaría para complementar el festín hedonista.

    - No te molesta que fume marihuana, ¿verdad? - preguntó Luciana en el entretiempo de nuestros coitos
    - No, para nada
    - ¿Tú quieres?
    - Mmm, bueno, sí, un poco

    Pero no terminó siendo un poco. Luciana sacó una pipa y la rellenó de hierba. Fumó de ella, la limpió y volvió a llenarla. Ahora era mi turno.
    Fue algo que me pudo haber jugado en contra, que me puso extremadamente nervioso, pues he de confesar que hasta ese entonces nunca había follado bajo los efectos del THC. De hecho, había fumado marihuana alguna vez en mi vida, pero para ese entonces era un antiguo recuerdo.

    Ella limpió la pipa, la volvió a rellenar y volvió a fumar, mientras expresaba lo mucho que disfrutaba del sexo estando bajo los efectos del cannabis.
    Poco a poco empecé a perderme en sus palabras. Se me hacía complejo concentrarme en lo que me decía.

    Lo que si recuerdo a la perfección es que recuperé el deseo antes de lo que esperaba, pues fue cuestión de concentrarme en su cuerpo desnudo para volver a tener mi miembro erecto.

    Luciana, al verme listo para continuar la faena, se recostó contra uno de los ventanales y me invitó a follarla allí, mientras veíamos la vida pasar bajo nosotros, a la vez que podríamos ser vistos por algún curioso del sector. “No sé si te lo dije, pero sentirme deseada es algo que me calienta sobremanera. Me gusta en exceso que me vean, que fantaseen conmigo, que me deseen… ha de ser por eso que estoy aquí contigo, que accedí a tu pedido, pues, sinceramente, me hiciste calentar ese día en mi despacho con tus miradas lujuriosas y con tus palabras insinuantes”, dijo Luciana estando ya apoyada contra los cristales mientras que yo forraba de nuevo mi miembro erecto bajo el látex protector del preservativo.

    Verla allí, apoyando sus senos y su rostro contra los cristales, mientras sus nalgas expuestas se contoneaban levemente, me sacó de quicio, me generó un apetito que solo podía saciarse sintiendo de nuevo el calor de su humanidad.

    La penetré, asegurándome de que mis movimientos no fueran demasiado bruscos, pues no tenía la certeza de que tanto peso podría soportar el ventanal. Me era difícil controlar el deseo de penetrarla con vehemencia, pues tenerla allí, impúdica ante los ojos de la ciudad, era algo que poco a poco me iba haciendo perder la cabeza.

    Su rostro, a pesar de estar apoyado sobre uno de sus costados contra la ventana, me permitía ver algunos de sus gestos placenteros e insinuantes. Me atreví a buscar sus labios con los míos, a saciar esa sed de besarla desaforadamente.

    Si bien el primer coito había sido digno de enmarcar, la sensación que me estaba generando este segundo encuentro era todavía mejor. Los efectos del THC me hicieron dimensionar de otra manera el sentir de sus carnes, el mismísimo ardor de su coño, además de hacerme sentir que el polvo fue mucho más largo de lo que verdaderamente fue.

    Pasé mis brazos bajo los suyos y formé un arco con los mismos, como pretendiendo hacerle una llave de lucha, que me otorgara el total dominio de la situación.
    Habiéndome adueñado de su movilidad, la hice despegarse del ventanal, para penetrarla aún de pie y recorriendo la habitación, al ritmo de empellones desesperados.

    Era todo un espectáculo aquello de caminar por la extensa habitación sin haber dejado de penetrarla en un solo momento. Ella me alentaba a no detenerme, a penetrarla cada vez más duro.

    Tal fue el descontrol que llegó un momento en que terminamos cayendo sobre la cama. Ella apoyó rodillas y manos sobre el colchón, y una vez más me invitó a penetrarla, aunque con una frase que me marcó para siempre, pues nunca podré olvidar la perversión del gesto con la que lo acompañó, y mucho menos la esencia de la misma: “métemela sin ‘hongo’”.

    Quedé desconcertado ante su pedido. Luciana me estaba pidiendo follar al natural, a pelo, algo que sinceramente no había imaginado ni en la más optimista de mis fantasías.

    Fue todo un delirio sentir piel con piel, carne con carne, vivir ese instante maravilloso de mi pene ingresando en su caliente coño.
    Sus gemidos acompañaron la ya de por sí maravillosa faena. Luciana estaba extasiada, y ese estado de euforia y descontrol la llevo a la completa desinhibición. Los gritos y los insultos se hicieron más frecuentes de su parte, mientras que yo me reprimía para no terminar antes de tiempo.

    Estando ella todavía en cuatro, la agarré del pelo y la jaloné hacia mí. Su espalda se recargo contra mi pecho, mientras que la intensidad con que sus nalgas rebotaban contra mi pubis era cada vez mayor.

    Pude rodearla con uno de mis brazos para sentir una vez más sus exquisitos senos, para tomar de nuevo entre mis manos esos bellos pezones rosa.
    Luciana dejó caer su cabeza sobre uno de mis hombros, permitiéndome apreciar una vez más sus gestos de disfrute, y dejando a mi alcance la posibilidad de saborear su boca.

    Luciana era una mujer de tomar constantemente la iniciativa. En gran parte del coito fue ella quien marcó el ritmo de los movimientos, y cuando fui yo el protagonista, ella orientó mis movimientos con su voz, con sus órdenes, se convirtió en la directora de orquesta de un coito que desencadenaría en un húmedo orgasmo de su parte.

    Para mí fue simplemente maravilloso el hecho de ver sus piernas descontroladas, presas de movimientos involuntarios, de espasmos que reflejaban su alto estado de excitación. Pero lo que especialmente me llevó al delirio fue sentir y ver la humedad proveniente de su coño, que recorrió sus piernas cuesta abajo y que terminó humedeciendo las sábanas y el colchón en el que dormiríamos minutos después.

    Una vez consciente de su satisfacción, me di la libertad de alcanzar mi orgasmo, de rellenarle ese coño tan hambriento de esperma.
    La besé al término de nuestro encuentro carnal, beso que ella correspondió, pero que segundos después minimizó diciéndome que lo nuestro había sido solo sexo, que no había espacio ni tiempo para el enamoramiento.

    Asentí con la cabeza, le otorgué la razón, sin saber que era tarde para reprimir ese sentir. Para ella había sido solo sexo, para mí había sido el renacer de un sentimiento que hace años no se había hecho presente en mí.

    Capítulo VI: ‘Sexting’ a los 40
    Al día siguiente despertamos aproximadamente a las nueve de la mañana. El olor a sexo reinaba en el ambiente, mientras nuestros cuerpos desnudos y sudorosos seguían todavía entrelazados. Yo estaba poseído por aquel deseo de recargar mis testículos con sus fluidos vaginales, pero Luciana tenía otros planes. La velada de sexo desenfrenado había terminado y ahora cada cual debía volver a casa...

    La continuación de esta historia en https://relatoscalientesyalgomas.blogspot.com/2021/02/la-profe-luciana-capitulo-vi.html
     
    Felipe Vallejo, 2 Abr 2021

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    Buena historia cofrade con una muy buena narrativa
     
    LECHERO69, 4 Abr 2021

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    Capítulo VI: ‘Sexting’ a los 40
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    Al día siguiente despertamos aproximadamente a las nueve de la mañana. El olor a sexo reinaba en el ambiente, mientras nuestros cuerpos desnudos y sudorosos seguían todavía entrelazados. Yo estaba poseído por aquel deseo de recargar mis testículos con sus fluidos vaginales, pero Luciana tenía otros planes. La velada de sexo desenfrenado había terminado y ahora cada cual debía volver a casa.

    Salí de allí tan excitado como había llegado, mi sed de Luciana era insaciable. Afortunadamente para mí, ella había desarrollado un vicio por mí, del cual yo por ahora no sabía, pero que con el pasar de los días se haría evidente, y que terminaría propiciando más de un encuentro con esta mujer tan especial.

    Llegué a mi casa pasado el mediodía, habiendo maquinado todo un entretejido de mentiras para darle credibilidad a la historia ideada con exclusividad para la familia, especialmente para Adriana, una serie de embustes ideados detalladamente para que mi relato funcionara como un relojito.

    Pero Adriana no mostró mayor interés en mi viaje, un parco “¿Cómo te fue?”, fue su única pregunta al verme volver. No le interesaron pormenores, ni el nombre del hotel, ni la hora de salida de los vuelos, nada de nada. En otra época su desinterés me habría generado una crisis, habría empujado mi ánimo a un precipicio, y habría creado en mi la incertidumbre acerca de haber sido engañado. Pero ese sábado, justo desde ese sábado, lo que Adriana pensara o sintiera por mí, me tenía sin cuidado alguno.

    Los niños preguntaron por lo que les había traído, y yo sin nada en manos para entregar, no tuve más que recurrir al mediocre pretexto del viaje exprés. Jugué un rato con ellos como buscando recompensarles por la decepción causada por mis manos vacías. También buscaba despejar un poco la mente. Buscaba desaparecer, aunque fuera por solo un rato, el recuerdo de la calenturienta de Luciana.

    Estaba obseso por ella. El viaje de vuelta a casa fue un constante pensar en sus carnes, en el inmenso estímulo que causa apreciar los gestos de su rostro, en su mismísima forma de ser, siempre tan disoluta, siempre tan liberal, siempre tan ella.

    Luciana era una mujer en todo el sentido de la palabra, una de esas con las que se te antoja tener muchos hijos, de aquellas en las que pase lo que pase persiste su fragancia a mujer, que exuda feminidad, que pareciera que llevara encima una tonelada de estrógenos. Es que sinceramente no existe un placer más exquisito que una mujer; no hay pecado más dulcemente mortal que desvanecer la persona ante una alabanza eterna a los encantos femeninos; no hay cosa más deliciosa, invención más perversa, que una mujer, y Luciana sí que lo era. El cuerpo me la pedía a gritos, irradiaba puro celo, pura calentura.

    No pasaron muchas horas para caer en la tentación de masturbarme evocando su paso por mi cuerpo. Es más, ese sábado no pude dejar de hacerlo. Me tenía absorbido, enfermo, supe lo que era sentirme confesamente degenerado. No tuve reparo alguno en masturbarme hasta tener el pene en carne viva. Al fin y al cabo, ¿No es este escenario el paraíso del placer de un pervertido?

    Quedé hecho un guiñapo. Anulado, sin vigor alguno. Tardé un par de días en recuperar algo de la esencia de la líbido, y tan pronto pasó, Luciana volvió a apoderarse de mis pensamientos, que valga aclarar eran casi siempre viciosos y retorcidos.

    Es más, las cosas empeoraron la noche del martes. Hasta ese entonces no habíamos cruzado palabra; nada de llamadas, nada de Whatsapp, nada de nada desde aquel sábado que nos despedimos. Luciana había sido confesa del buen rato que había pasado, pero dejó en claro que una cosa era sexo y otra era “encoñarse”, como queriendo dejar en claro las cosas, advirtiéndome sus límites.

    Para mí era un hecho que volveríamos a copular, la duda era cuándo. No quería perder el contacto con ella, pero no sabía qué escribirle, tampoco quería parecer intenso o acosador, además que quería recuperar el aliento y estar pleno para la próxima vez que nos encontráramos.

    Pero la noche del martes ella rompió el reinante silencio. Lo interrumpió de una forma memorable y magistral. Luciana ratificó esa noche lo impúdica y tentadora que podía ser.

    A Whatsapp me envió un video que hasta el día de hoy no me canso de calificar como una obra maestra de la provocación, una pieza de la seducción digna de guardar y reproducir una y otra vez. Es más, a partir de este video tuve que comprar un disco duro que terminé destinando al registro fílmico y fotográfico exclusivo de Luciana. Este fue el video que lo inauguró, el video que antecedió a muchos otros que me iba enviar durante el tiempo que estuvimos fornicando obsesamente a espalda de nuestras familias.

    La pieza audiovisual comienza con una pared de baldosa blanca como fondo, se escucha agua caer y luego entra en escena Luciana. Ella está cubierta de jabón, por lo menos en su torso, el agua cae y se desliza por su delicada y blanquita piel. Con sus manos tapa sus pezones, que igual tienen una buena cantidad de espuma encima. Su pelo se unifica y se estira por efecto del agua, se ve todavía más oscuro, es el cabello más negro que he visto en mi vida, es imponente ¡Me encanta!
    Luciana estira un poco la mano, que sale y vuelve a entrar a escena en una ráfaga, pero ahora sosteniendo una cuchilla de afeitar. Levanta uno de sus brazos y depila una de sus axilas, que de por sí no tenía mucho por depilar. Luego hace lo mismo con la otra.

    Deja la cuchilla a un lado por un momento, toma el jabón y lo esparce sin restricción alguna por sobre la zona de su pubis. Mientras lo hace juguetea con su lengua en medio de una sonrisa que delata pura picardía, pura desfachatez y perversión.

    Toma de nuevo la cuchilla y empieza a rasurar, con mucho detenimiento y cuidado, ese pubis que merece todo tipo de condecoración. Esa vagina rosa, que por dentro es todavía más rosa y que sabe a gloria, que permanece joven y conservada en el cuerpo de una mujer de 40, negándose a envejecer, jugando a mantener viva esa eterna juventud.

    Luciana guardaba silencio mientras hacía todo esto. Quizá dejó escapar alguna risa ocasionalmente, pero la mayor parte del tiempo dejó que el sonido del ambiente dominara la escena.Se tomó su tiempo, pero qué bien depiladita que le quedó ¡Todo un caramelito!

    La escena no terminaba allí, Luciana tenía algo más por ofrecer frente a la cámara. Terminó de ducharse. La espuma del jabón y del champú se esfumó de su cuerpo y ahora solo le corría agua cuesta abajo. Luciana se estiró un poco, sus brazos salieron de escena, y al regresar tenían consigo una toalla. Secó su cuerpo frente a la cámara sin apuro alguno. Luego cubrió su cuerpo con la toalla. Tomó el celular en sus manos y preguntó “Vamos a ver qué hay para hacer…”. Abrió la puerta del baño y volteó el celular, grabó lo que había delante de ella, era un hombre dormido en una cama. Giró de nuevo el teléfono, de nuevo la cámara apuntaba a Luciana. Ella se detuvo, apoyó un puño en su rostro, cual El Pensador de Miguel Ángel. Guardó silencio por un par de segundos, quizá por unos cuantos más, dejó caer la toalla que la recubría, enseñando una vez más ese cuerpo concebido para el placer. Posterior a eso dijo “ni modo, será despertar a mi marido”, frase que finalizó con una de sus típicas y sugerentes sonrisas.

    Ahí acababa, dejando en el aire la presunción de una frenética jornada de sexo conyugal. Haciendo hervir mi sangre por el simple hecho de imaginarla con otro, arder de furia pensando en ella entregándose a uno que no fuera yo. Pero a la vez la imaginaba libidinosa, calenturienta y desenfrenada; lo que me iba a hacer desearla todavía más. Una vez más avivó en mi ese deseo por poseerla, aunque fuese solo una vez más.

    Debo confesarlo, para mí fue imposible dejar pasar la noche sin masturbarme teniendo ese video solo para mí. Escapé de la habitación. Fui al baño más lejano a las habitaciones y me deleité de nuevo con el agua recorriendo sus carnes, con el jabón escurriendo desde su torso, de su coño poco a poco despejado de ese pelambre que le recubría, escondiendo esos rosas y carnudos labios. Me tomé el tiempo suficiente para detallar sus gestos, para deleitarme con cada una de sus incitaciones. Estallé de placer una vez más con Luciana como inspiración. Era toda una obligación: tenía que volver a acostarme con Luciana y solo así volver a entender el máximo éxtasis del placer.

    Capítulo VII: Desvirgue “motelero”
    Al día siguiente le escribí. Además de saludarle y preguntarle por su día, le consulté por la velada que había pasado junto a su esposo, a lo que me respondió sin complejo alguno que se lo había tenido que tirar...

    La continuación de esta historia en https://relatoscalientesyalgomas.blogspot.com/2021/02/la-profe-luciana-capitulo-vii.html
     
    Felipe Vallejo, 9 Abr 2021

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    Capítulo VII: Desvirgue "motelero"​


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    Al día siguiente le escribí. Además de saludarle y preguntarle por su día, le consulté por la velada que había pasado junto a su esposo, a lo que me respondió sin complejo alguno que se lo había tenido que tirar.​

    “Desafortunadamente el pobre ya no responde como se debe, y yo, que tengo mi apetito en constante aumento y mi deseo resurgiendo una y otra vez, sigo con ganas de saciar mis fuegos internos”, escribió ella en un chat de Whatasapp que minutos después iba a ser eliminado, por aquello de las apariencias que hay que guardar.

    Le confesé que estaba ansioso por ser nuevamente el protagonista de sus depravaciones, pero me sinceré al contarle que no estaba en la plenitud de forma, que necesitaba de un par de días, por lo menos, para que mis testículos se recuperaran del drenaje al que habían sido sometidos gracias a su exuberante sensualidad.
    Luciana entendió mi respuesta, y me alentó a recuperar mi mejor estado de forma, pues según ella, tenía una sorpresa guardada para mí. “Las cosas buenas toman tiempo”, dijo en un escueto mensaje que pretendió calmarme, pero que no lo logró.

    Es más, dicho anuncio no hizo más que elevar mi ansiedad, creó en mí una dificultad adicional en aquel objetivo de dejar pasar el tiempo necesario para recargar la líbido. El paso de las horas me hacía desear contactarla para tener el gusto de degustar la sorpresa prometida, me sentía como aquel adicto que cuenta el paso de las horas y de los días, que se contiene cuando está a punto de ceder ante aquello que lo envicia.

    Conocía a la perfección esa sensación, pues en alguna época de mi vida fui un apestoso adicto al tabaco. Varias veces me propuse dejarlo, y en la gran mayoría de ellas fallé, claudiqué en el intento. Pero luego hubo una ocasión en que mi fuerza de voluntad fue superior a cualquier otra cosa. No fue nada sencillo, pues era tan dependiente de la nicotina que contaba el paso de las horas para agrandar el logro, y cuando contar horas ya no era razonable, empecé a contar los días, y luego los meses, hasta que por fin lo di por superado.

    Y ahora, una vez más en mi vida, tenía esa sensación, aquella de estar luchando contra la ansiedad, contra los demonios de la mente, para no entregarme a algo que no valía la pena. No precisamente porque Luciana no lo valiera, sino porque al no estar en plenitud de condiciones, era todo un desperdicio. Para volver a estar con ella necesitaba estar desbordado de deseo, lleno de vigor, solo así podría ponerme a la altura de una divinidad de los placeres mundanos y sacarle el máximo provecho a un coito que venía con el enigmático anuncio de sorpresa.

    Le propuse que nos viéramos el sábado de la siguiente semana. Ella accedió, proponiéndome recordarle un par de días antes, pues quería garantizar hasta el último de los detalles de la sorpresa que tenía para mí. Me revolcaba en mi “crapulencia” al imaginar lo que su retorcida mente tenía planeado para mí.
    Verme ansioso y desesperado, y contrastar ese estado con la poca atención que nos brindábamos con Adriana, me hizo notar por primera vez en diez años, que mi matrimonio estaba llegando a su fin. Era el principio del fin. Y si bien a mi poco y nada me importaba perder a Adriana, no dejaba de causarme angustia lo que iba a pasar con los niños y con nuestros bienes.

    Especialmente con los niños, pues el divorcio traería consigo el consecuente alejamiento de ellos, por aquello de que los jueces habitualmente prefieren que los niños se queden con su madre.

    En eso me puse a pensar, me puse a quemarme la cabeza imaginando uno y otro escenario, en el que yo siempre salía perdedor de la separación. Pero con todo y eso no me importaba, pues era consciente de que no era auténticamente feliz compartiendo mi vida con Adriana. Diez años atrás no me había imaginado así, y ni que hablar de lo que pensaría mi yo de hace 15 años, que como mínimo me conectaría un buen sopapo por ser el típico huevón sometido, el clásico calzonazos.
    Con Luciana no volví a hablar sino hasta el miércoles de la siguiente semana, a tres días del encuentro prometido. Fui yo quien inició la conversación en esta ocasión, dejándome ganar por la ansiedad, evidenciando mi desespero por aquel encuentro pactado.

    Luciana, que ya era toda una experta en llevar a cabo sus adulterios, me tranquilizó con un mensaje en el que comentaba tener todo finiquitado para el gran encuentro sabatino. De nuevo iba a ser en la noche, básicamente por esa complicidad que propician las sombras. Lo único que me adelantó es que tenía que recogerla a las ocho y media de la noche, de nuevo, en la academia.

    El sábado llegó y a mí me carcomía la desesperación. Desperté con una erección digna de mencionar. En ese entresueño de los primeros segundos de la mente buscando recuperar la consciencia, me imaginé enterrándome en la entrepierna de Luciana; Adriana estaba a mi lado, y yo tenía mi pene en un estado tan febril que pensé en penetrarla a traición, mientras dormía. Es más, si a mi lado hubiese estado un ladrillo, habría pensado igual en penetrarlo a las malas.
    Pero no lo hice. No valía la pena. No iba yo a desperdiciar una bala para matar a un indigente cuando horas más tarde tendría que enfrentarme al capo de los coños.

    Ya casi que ni me acordaba de cómo era que se sentía el coño de mi mujer. Solo podía recordar que sus polvos eran insípidos y vulgares, y que no había recompensa en ella que pudiera equiparar lo que por obra del destino había hallado fuera de casa.
    Me di una ducha fría para aliviar tensiones, para recobrar un poco la cordura, para aliviar esa sensación que el exceso de testosterona estaba causando en mí. Es que yo estaba muy salaz.

    En la mañana, luego de desayunar, y para distraer de nuevo a mi mente lasciva, salí a mercar unos artículos de primera necesidad para la familia. Pero esa diligencia, se me convirtió en un paseo del deseo. Mujer que me cruzaba, mujer a la que trataba de vislumbrarle la entrepierna. A todas buscaba imaginarles el coño, y siempre los comparaba mentalmente con el recuerdo que tenía del de Luciana. No había manera, eso era una obra de arte, era una vagina sin igual y siempre igual. No veía el momento para tenerla de nuevo ante mis ojos, entre mis manos y entre mi boca.

    Pues sí, estuve preso del deseo, pero especialmente del agobio; ese que se apodera de los hombres cuando se espera con anhelo por la llegada de alguien o algo ¡Todo el verraco día arrecho!

    Es que hasta pensé en clavarme una paja en la tarde, horas antes de partir, pues sentía que así podía estar más calmo, más centrado a la hora de conversar con Luciana. Pero no, terminé por aceptar que esa idea era más producto del deseo de desfogar más temprano que tarde. Quedó del todo descartada.
    Y la hora señalada llegó. Salí casi con dos horas de anticipación, por aquello de los atascos imposibles de esta ciudad, esos que te atrapan entre luces, botellas de Vive100, indigentes que te extorsionan con un trapo y un poco de jabón, o les das o te vuelven el panorámico, y en alerta por si cualquier malandro de este edén de la delincuencia está acechando por los alrededores.

    Aun saliendo con tanta anticipación, terminé llegando justo, sobre la hora. El tráfico de esta ciudad es cosa seria, y un sábado en la tarde ni qué hablar. Especialmente por la vitoreada vía rápida, que solo es rápida para taponarse. Los sábados, en países de trópico y páramo simultáneo, tienen un efecto alborotador del populacho, y todos los que sobreviven con la miseria que aquí se tiene por mínimo, se siente con la autonomía de salir a despilfarrarlo en una de esas tardes de sábado con cielo azul y el sol brillando a tope, una tarde sabatina y capitalina por excelencia, disfrute solo comprensible en estos parajes del subdesarrollo.
    Me agradecí eso de ser previsor, de ser frío y calculador. Mi anticipo me había garantizado cumplir con una cita que jamás me habría perdonado perder.
    Al fin estaba allí, estacionado frente a la academia, ahora un poco más calmo porque la espera estaba a punto de terminar. Mentalizándome para disfrutar de cada instante con Luciana, incluso los que no implicaban sexo. Ella me intrigaba, aún era lo suficientemente desconocida para mí como para suponer una u otra cosa de ella, era todavía un enigma, un delicioso enigma.

    La vislumbré entre la niebla y la oscuridad, la vi venir hacia el auto de nuevo resguardada bajo un largo y grueso gabán. Subió al coche, nos saludamos con un beso, cual pareja, y emprendimos el viaje.

    La invité a cenar al Mediterránea de Andreí, pues estábamos cerca de allí. No es que yo amara este tipo de lugares, es más, se me hacía esta zona como el clásico lugar de reunión de pretenciosos, mantenidos y esnobs. Pero una buena cena con sabores del mediterráneo acompañada de un buen vino siempre es un buen preámbulo de una noche pasional. Luciana aceptó. “Esta noche la de los planes era yo, pero esta invitación te la aceptó, de todas formas, pagas tú”.

    El trayecto en el coche hasta el restaurante fue relativamente corto, pero nos dio tiempo para contarnos un par de asuntos, entre esos las excusas que le habíamos dado a nuestras parejas para evadir las responsabilidades familiares por esa noche.

    - Yo le dije que iba verme con unos viejos amigos, y como ella no los soporta, menos estando alicorados, me da vía libre para irme con ellos. Además, no es que le importe mucho lo que pase conmigo últimamente.

    - Yo en cambio le dije a mi marido que me iría de viaje, necesitaba desconectar de tanto trabajo, y de tanta casa, y de tanta disputa conyugal.

    - ¿Y no te propone acompañarte?

    - Noooooooo. ja, ja, ja, ese aprovecha para meter a una cualquiera en casa. Lo que no sé es si son de pago o son amigas que tiene, pero eso me tiene sin cuidado

    - ¿No te da miedo que te pegue algo?

    - No. Vivo haciéndome exámenes de ETS a toda hora, cuando llevas 20 años cachonenado a tu pareja es una costumbre que se adquiere. ¿Por qué crees que te dejé follarme a pelo la vez pasada? Soy la némesis número uno del condón, pero no es algo que haga de gratis ¿Tú no haces lo mismo?

    - La verdad no. Yo como a la única que follaba era a mi mujer, y ni eso. Y luego la única distinta a ella has sido tú.

    - ¿Y tu mujer si es de confiar?

    - Sí. No se la come ni satán. Es una frígida consagrada. Tanto así que desde que parió a Lucía, nuestra segunda hija, me obliga a ponerme condón. Yo no me puedo creer eso, estando casado y usando preservativo. Nunca entendí por qué no fue ella quien tomó las medidas de planificación, por qué he de ser yo quien lo haga, pero bueno, así ha sido, ella ha puesto esa regla y no hay manera de convencerla de otra cosa.

    - Proponle un trío conmigo y yo te la ablando

    - Ya no me interesa, aparte no creo que la frígida de Adriana se preste para algo como eso. Con que me ablandes el pene de varios orgasmos es suficiente para mí

    - Ja, ja, ja ¡Qué sutil!

    - Por cierto ¿Qué tienes planeado para mí?

    - Hacerte delirar. Devolverte el gozo que me regalaste la vez pasada. Te voy a doblar de tanto placer, quiero hacerte quedar pleno de gusto, y quiero ver si tú eres capaz de causar lo mismo en mí.

    Lo mejor de todo fue que dijo todo esto mientras sonreía maliciosamente. Me trastornó un poco escucharle decir eso, pues eso era justo lo que yo había tenido en mente por los últimos 15 días, fornicarla hasta que su vagina succionara toda mi esencia vital.

    - ¿Y a dónde iremos luego de cenar? - Pregunté

    - Al Rocamar

    Yo, en esa época era un absoluto ignorante en materia de moteles. Tan triste era mi vida sexual con Adriana que hace años habíamos dejado de follar fuera de casa. Luego, con el paso de los meses y unos cuantos polvos con Luciana, me iba a convertir en un conocedor del tema. Es más, esa noche en el Rocamar fue algo revelador para mí, pues desde ahí me entró un anhelo por conocer hasta el último motel de la ciudad, desde el más barato hasta el más exquisito; desde el Temptation, el Blue Moon, el Amarte, el Calipso, en el viejo confiable Chapinero, o el Portobelo y Los Alpes un poco más al sur, y ni hablar de los muy silenciosos al norte, el Rocamar, La Cita; una verdadera escapada turística y fornicaria que todo rolo de corazón tiene que hacer.

    Del Rocamar me encantó esa noche el detalle de tener esa habitación llena de espejos, levantaba uno el tapete y había un espejo. Y eso de verse culear por todo lado sí que me pareció morboso.

    - ¿Y eso qué es?

    - No va a ser un museo...

    - Ah ok, ja, ja, ja, entiendo

    - ¿De verdad nunca has ido?

    - A ese no. Hace mucho que no voy a un motel. Ni recuerdo el nombre de alguno al que haya ido, ha pasado tanto tiempo desde eso…

    - Bueno, hoy estás invitadísimo al Rocamar. Ya vas a ver lo bien que nos lo vamos a pasar. Eso sí, yo invito, pero tú pagas.

    - Ni más faltaba

    Salimos del Mediterránea de Andreí, subimos al coche y emprendimos viaje por la séptima, que para mí fortuna estaba mucho más desolada de lo habitual. Tardamos como diez minutos en llegar.

    El detalle de los múltiples espejos me encantó, pero no fue lo único, ese cabecero gigante de la cama terminó siendo toda una herramienta para variar posiciones en una larga noche de intercambio de fluidos. La luminosidad del cuarto era abundante y adecuada, era un ambiente ideado para apreciar hasta el más mínimo detalle. No vayan a creer que esto se trata de un publirreportaje o cosa parecida, es simplemente cuestión de honestidad, el Rocamar tiene su encanto. Yo conocí otras habitaciones diferentes a esta, todas muy buenas, pero esta había sido el génesis de esa afición, de esa idílica relación que sostuve con los moteles.

    Sinceramente, yo estaba obseso con el tema, y podía apasionarme hasta con el motel más cochambroso, es más, creo que tengo una fascinación con ello, con fornicar en un ambiente hostil, puerco y cochino, como el mismo sexo.

    Y si bien el ambiente era idóneo para la perversión, la sorpresa de Luciana no había terminado allí, no se trataba de la simple invitación a “motelear”, para nada, la sorpresa era la envoltura en la que venía ella.

    Luciana abrió y se despojó de su grueso gabán por primera vez en la noche. Debajo traía un vestido hecho en mallas, como si se hubiese envuelto en una red. Los pezones se escapaban por entre los huequitos de las mallas. Era un vestido pensado para que resaltara la tonalidad piel, la tonalidad carne y la tonalidad deseo.
    Era una pieza quizá un poco difícil de describir, era un enterizo, ajustado al cuerpo, en un entretejido de hilos. Sus hombros estaban prácticamente al desnudo, lo único que los cubría eran unos delgados tirantes, que a la vez hacían de sostén para el enterizo. Bajo el enterizo Luciana traía una tanga, de color negro para no desentonar con las mallas, y obviamente para no dejar su vagina completamente expuesta. Luciana era sapientemente provocativa, pero no era una vulgar fulana.
    En toda regla, era un vestido que le permitía al cuerpo estar libre, fresco, cómodo y aireado, pues además de la libre circulación del aire que permite el entretejido en forma de malla, el ajustado enterizo se permite la libertad de dejar unas grandes aberturas a la altura del pubis, y a la altura del ojete.

    Qué fascinación ver otra vez esas carnes, tan blanquitas, tan indefensas, tan provocativas. Que delicia aquello de verla nuevamente a la cara, mientras me insinúa pecar con cada uno de sus gestos. Qué encanto eso de ver reflejada esa escena por todos los alrededores. No sabía si iba a ser capaz de cumplirle el desafío de hacerla gozar hasta el hartazgo, pues con solo esto yo ya estaba a punto de explotar.

    Capítulo VIII: Épica batalla
    Sinceramente estaba enloquecido, era víctima de esa sensación tan animal, tan instintiva, y tan humana. Pero entendí que debía calmarme un poco, la idea de estar con una mujer como esta es disfrutarla hasta más no poder. Para enfriar un poco las cosas, le pregunté a Luciana si había traído consigo algo de marihuana, pues se me antojaba fumar un poco antes de entregarnos a la pasión...

    La continuación de esta historia en https://relatoscalientesyalgomas.blogspot.com/2021/03/la-profe-luciana-capitulo-viii.html
     
    Felipe Vallejo, 16 Abr 2021

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    Capítulo VIII: Épica batalla​


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    Sinceramente estaba enloquecido, era víctima de esa sensación tan animal, tan instintiva, y tan humana. Pero entendí que debía calmarme un poco, la idea de estar con una mujer como esta es disfrutarla hasta más no poder. Para enfriar un poco las cosas, le pregunté a Luciana si había traído consigo algo de marihuana, pues se me antojaba fumar un poco antes de entregarnos a al disfrute.

    - Yo siempre cargo un poquito, y más para estas ocasiones, me encanta culear estando trabada
    - Y no te imaginas a mí lo mucho que me excita saber que te estoy follando mientras estás trabada, deliro con solo imaginarlo
    - ¿Y entonces, fumo yo sola?
    - No, no, compárteme un poquito, también me gusta a mí estar drogado mientras culeamos

    Luciana armó un cigarrito de cannabis y lo fumamos en una pequeña sala que tenía la habitación. Me fue imposible no empezar a besarla y a tocarla mientras consumíamos el porro. Era sencillamente imposible. Su vestimenta la hacía lucir provocativa a cada instante.

    Y sin pena alguna fui tirando mi mano hacia su entrepierna, para sentir una vez más ese pubis, que ojalá estuviera depilado, como lo había visto en el video; para sentirlo carnoso entre mis dedos, para sentirlo caliente y ansioso por ser consentido.

    Claro que no debía ser víctima del apuro, tenía que aprovechar para disfrutar a Luciana, para pasar mis labios por sobre sus hombros con fragancia a naranja. Quería saborearla, necesitaba dar tiempo suficiente a pasar mi lengua por su torso, por su cuello, incluso por sus axilas, para así sentir su auténtico sabor, sentir su esencia a través de su sudor, de sus hormonas, y de su misma piel.

    Ella lo disfrutó a todo momento, sin apuro, dejándose llevar, dejándome recorrer ese paisaje precioso y curvilíneo que era su cuerpo. Sus jadeos me confirmaron su creciente excitación.

    Mis manos acariciaban levemente su entrepierna, especialmente la cara interna de sus muslos, que era una zona tan provocativa como cualquier otra en este cuerpo del deseo, era un área de carne blanda, que transmitía en menor medida los ardores de su coño. Desde allí, desde su entrepierna empezaban a sentirse esos vapores aromáticos de su vagina concebida por los dioses. Esos olores tan propios de una vagina, aromas que evocan al pecado, que despiertan lo animal y lo carnal. Y el de esta vagina sí que era especial, era una fragancia digna de embotellar y comercializar, advirtiendo de antemano que sería yo su primer gran cliente.
    Y sin mediar permiso, sintiéndome dueño de la situación, fui metiendo cada vez más mi mano en esa covacha del placer. Mi mano empezó a palpar esa exquisita vulva, aún refugiada por la pequeña tanga, mientras que Luciana acompañaba la escena con uno de esos gestos sugerentes tan propios de ella.

    Me tomé el tiempo necesario para disfrutar, para amasar esos labios carnosos, para sentir ese ardor en mi mano, para mirarle directamente a los ojos mientras me permitía irrespetarle sus partes pudendas.

    Ella tampoco tuvo mayor reparo en meterme mano, en aventarse con sus manos aún frías sobre mí ya caliente miembro, aún refugiado bajo la ropa.
    La sonrisa del demonio se dibujó tanto en su rostro como en el mío, era perversión pura lo que exudábamos, y eso lo hacía aún más deleitable; el hecho de saber que los dos estábamos perdidos por el deseo y la perversión.

    El líquido preseminal asomó por primera vez en la noche, lo que hizo que su delicada mano se deslizara con mayor naturalidad sobre mi pene.
    Intercambiamos caricias en nuestros genitales por unos generosos minutos, y a pesar de que tanto mi pene como su vagina estaban desbordantes de fluidos, era todavía necesario para mí otorgarle un poco más de goce a Luciana.

    Sin dejar de verla a los ojos, separé mis labios de los suyos, y empecé a bajar lentamente con mi lengua por su cuello, por sus pechos y por su torso, que seguía atrapado bajo la malla que eligió como vestido. Descendí hasta quedar de cuclillas, de cara a su vagina, para tomarme la libertad de correr su tanga hacia un costado, y de nuevo yantar ese pubis tan exquisito y peculiar.

    Fue supremamente estimulante el hecho de verlo depilado por completo. Pero eso no era nada en comparación a la adicción que me generaba su sabor; ese gustillo saladito en su cara externa, y un poco similar a la sangre en su parte interna. Ese sabor profundo, amargo e indescifrable, como el de una buena cerveza. Esa sensación de sentir sus fluidos escurriendo por mis labios y por mi quijada ¡Eso sí que era una delicia!

    Me apasionaba succionando sus labios inferiores con mi boca, diría incluso que era algo enfermizo. Para ella también era toda una fruición, sus jadeos, sus suspiros, su forma de tragar saliva lo ratificaban. Luciana se perdía en el placer cuando le chupeteaban en sus partes.

    Y algo que me hacía delirar a mí era el hecho de besarla luego de haberme atragantado con su concha. El hecho de verla complaciente para besarme aun sintiendo en mis labios ese fuerte sabor a coño, eso también me desquiciaba.

    Una vez finalizado el consentimiento oral, y aún con la tanga hacia un costado, era hora de dejar caer mis pantalones para por fin sentir esa sensación tan maravillosa de sentir sus carnes, de sentir su humanidad ardiente.

    Nos sumergimos en un largo beso, que ella acompañó con sus brazos entrecruzados tras mi cuello, mientras yo tomaba mi pene entre una de mis manos y lo dirigía por entre ese canal del placer.

    Ese primer instante de mi miembro por entre su humanidad, tan húmedo, tan caliente; acompañado de gestos placenteros y enfermizos; eso era una auténtica dicha.

    Para ese momento habíamos entrado de nuevo a la habitación, ella se había dejado caer sobre la cama, y yo sobre ella, con la suficiente precisión para invadir sus carnes.

    Me encantaba verla a la cara, verle esos gestos de perversión, verla disfrutar de engañar a su marido, verle esos ojitos rojos y viciosos, verla libertina y completamente entregada.

    No podía dejar de acariciarle sus piernas, no era para menos, eran verdaderamente perfectas, eran la tentación encarnada. Ella no paraba de mirarme a la cara, siempre realizando algún gesto tentador.

    - ¿Alguna vez te habías visto follando? – preguntó Luciana en los primeros instantes de la penetración
    - No

    Y fue solo hasta ese entonces que levanté la cabeza, miré hacia los costados, y me vi rodeado por nuestro reflejo por todos lados. Veía las carnes de sus caderas sacudirse con cada empellón, veía una de sus piernas caer por un costado de la cama, moviéndose inconexa, como viviendo el coito a su propia manera; veía por todas partes sus nalgas rebotando al ritmo de nuestros meneos.

    Ver nuestro reflejo por todas partes era sinceramente excitante, pero más lo era el poder ver los gestos de su rostro, ver el goce a cada instante en su boca entreabierta, en su cómplice mirada.

    Toda esta faena estaba siendo musicalizada por sus exhalaciones y soplidos, que con el pasar de los minutos se fueron convirtiendo en gemidos. También por el estruendo de nuestros cuerpos calientes al chocar; sonido que le causaba cierta fascinación a Luciana, pues así me lo iba a confesar minutos después, revelándome además su deleite “agrexofílico”.

    Hasta ahí era un verdadero mérito no haber estallado de placer. Sentía que estaba a punto de hacerlo con solo verla semidesnuda, y ahora que la estaba penetrando al natural, la sensación era cada vez más agobiante, pero sin duda era todo un logro haber llegado hasta allí sin haber perdido la cabeza.

    Es más, cada vez que sentí que iba a ser poseso de la perdición de la consciencia que genera el clímax, disminuí la intensidad de mis movimientos, y dejé caer mi cuerpo sobre el suyo para fundirme en extensos y húmedos besos. Claro que ni así era algo fácil de controlar, pues Luciana, cada vez que notaba que yo disminuía el ritmo, empezaba a sacudirse con mayor fogosidad, restregándome ese pubis de bellitos apenas nacientes y rasposos.

    Luciana quiso variar, quiso salir del clásico misionero para ser ella quien tomase la iniciativa. Yo me senté sobre el colchón y ella, con cierta delicadeza, hundió mi pene en su vagina, se sentó sobre mí y empezó a sacudirse. Inicialmente con suavidad y sin apuro alguno, pero rápidamente fue aumentando la intensidad de los brincos que pegaba sobre mi miembro erecto, lo hizo hasta verse descontrolada rebotando, ahí, ensartada en mi falo, como si su objetivo fuera partirlo.
    Ahora sí que podía ver con facilidad nuestro reflejo por todas partes, podía ver su rostro concupiscente en cada rincón de la habitación. Podía ver sus tetitas presas bajo ese curioso vestido de mallas, tratando de saltar al ritmo de sus movimientos.

    Trataba de besarla por el cuello, pero sus movimientos eran tan bruscos que era imposible focalizarme solo en esa zona, así que del intento de beso pasé a los lametazos por cuello y pecho. Ella me interrumpía tomándome del rostro con ambas manos, para dirigirlo de nuevo hacia el suyo y enfrascarnos de nuevo en un apasionante beso.

    Y una vez más fui yo quien quiso tomar el protagonismo, así que le agarré las manos, se las junté y las puse tras su espalda, como si se tratase de una criminal, y ahí sí me di el lujo de besarla donde se me antojó. Ella continuaba meneándose sobre mí, aunque ahora lo hacía con menor intensidad, posiblemente debilitada por el cansancio y quizá por la incomodidad. Y fue en ese instante en el que no me importó más nada, en el que me sentí en plena libertad de rellenarla con mi leche, así que le solté las manos, posé las mías sobre sus nalgas, y dirigí desde ahí el movimiento de sus caderas, tratando de azotar mi pubis con el suyo, hasta que eso desembocara en una generosa corrida.

    Ella apenas sonrió al ver mis ojos blancos y mis gestos de placer extremo con lo que iba a ser el primer orgasmo de la noche. Acompañé el momento lanzando mi boca hacia la suya para sentir una vez más esos provocativos labios.

    Luciana, sin dejar de dibujar una sonrisa en su bello rostro, me ofreció descansar por un rato para continuar la faena minutos después. Pero yo no quise descansar. Sabía que aún había mucha hormona deseosa de salir de mi cuerpo, “Déjame tocarte para recuperar el deseo y en menos de lo que crees me tendrás de nuevo dentro de ti”.

    Y así fue. Ella se acostó de medio lado, apoyó su rostro sobre una de sus manos y me permitió acariciarle una vez más ese insaciable coño.
    Continuaba caliente y húmedo, y a mí, con solo sentir eso, con saberla deseosa, se me fue poniendo el miembro de nuevo en posición de ataque. Tanto así que no pasaron ni dos minutos y estábamos otra vez amancebándonos.

    Esta vez Luciana se acostó boca abajo. Yo la agarré de las piernas, como si de una carretilla se tratara, las levanté un poco y de nuevo hundí mi miembro en su delicado y blanco cuerpo. Ella echó un poco la cabeza hacia atrás, como tratando de mirarme, aunque realmente solo podía hacerlo a través de los espejos.
    Para este coito me sentía revitalizado, sentía que ahora si la iba a follar como se debe. El reciente orgasmo iba a hacer más duradera esta relación, me sentía en capacidad de penetrarla hasta que se le pelaran las paredes internas de su coño. Claro que Luciana estaba en otra liga, Luciana posiblemente podría pelear records de cantidad de relaciones consecutivas, al mejor estilo de Lisa Sparxxx, pero yo en mi extrema ingenuidad me sentí en capacidad de ponerme a su nivel.
    Comencé deslizando mi miembro suavemente en su interior, aunque su extrema humedad hacía que mi pene resbalara con gran facilidad, y en menos de nada estaba otra vez penetrándola desaforadamente. Ella demostraba disfrutarlo, y yo me sentía cada vez con mayor libertad para someterla.

    La agarré con una de mis manos por el cuello, como buscando que no fuese a escapar, aunque ya de por sí, por la misma posición en la que estaba, era imposible que eso fuese a pasar. Los empellones eran cada vez más agresivos, estrellones de nuestros cuerpos que perdieron toda sutileza. Estaba majareta, llegando incluso a desestimar que pudiese causarle algún daño con mi ruda incursión, con mi brusco y atrevido penetrar entre su cuerpo.
    Pero eso, afortunadamente, no ocurrió, la vagina de Luciana estaba entrenada para épicas batallas. Llegó un momento en que mi exceso de entusiasmo fue desapareciendo, mis muslos se sentían ligeramente acalambrados, por lo que fue necesario disminuir el ritmo de mis movimientos, de no haberlo hecho, habría caído antes de tiempo.

    Esto terminó jugando a favor de los dos, pues mientras yo me di un descanso con movimientos más leves y concisos, Luciana se sumergió en un instante de gozo extremo, que, aunque silencioso, se manifestó con la creciente humedad de su vagina. Sus piernas fueron víctimas de traicioneros espasmos, a la vez que su coño dejaba escurrir ese néctar sagrado que un ser perecedero como yo, vulgarmente, me he atrevido a llamar como fluido.

    Eso también fue todo un manjar, ver ese espectáculo, ver a Luciana dejándose llevar del extremo disfrute. Es una escena digna de rememorar en cualquier momento, una de esas que logra sacar una sonrisa sin importar hora, sitio o compañía; Al verla sucumbir ante el placer, y percibiéndola vulnerable y desatada, decidí zafarme de ella, acercar mi rostro al suyo, tomarlo con una de mis manos, y darle un tierno beso.

    Ella se dio vuelta, dejó caer una de sus manos sobre su frente y suspiró. Pero ese no era su límite, y tampoco el mío, ninguno de los dos estaba dispuesto a dejar las cosas ahí. Es más, todavía faltaba el pináculo de esta insaciable perversión que nos poseía a los dos.

    Capítulo IX: Perforar
    Ver a Luciana derretirse de gozo fue exquisito. Pero la velada no iba a terminar con un empate a uno en orgasmos. Nada que ver. Esta era una mujer sedienta de gozo, y yo, todavía desconociendo todo su potencial, iba a pagar caro ese atrevimiento de querer ponerme a su par. Luciana se rehízo rápidamente, apoyó su cuerpo contra uno de los espejos, giró su cara y, con su mirada desafiante, me invitó a explorarla una vez más con mi pene aún erecto...

    La continuación de esta historia en https://relatoscalientesyalgomas.blogspot.com/2021/03/la-profe-luciana-capitulo-ix.html
     
    Felipe Vallejo, 23 Abr 2021

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    Buena historia camarada ese fue un buen tema
     
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    Capítulo IX: Perforar
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    Ver a Luciana derretirse de gozo fue exquisito. Pero la velada no iba a terminar con un empate a uno en orgasmos. Nada que ver. Esta era una mujer sedienta de gozo, y yo, todavía desconociendo todo su potencial, iba a pagar caro ese atrevimiento de querer ponerme a su par. Luciana se rehízo rápidamente, apoyó su cuerpo contra uno de los espejos, giró su cara y, con su mirada desafiante, me invitó a explorarla una vez más con mi pene aún erecto.

    Ni corto ni perezoso me acerqué a ella, pasé suavemente la palma de mi mano por su vulva, y acto seguido separé esos labios de apariencia sonrosada y le introduje mi falo.

    Le besaba el cuello mientras me movía suavemente en su interior. Ella apenas apartaba su cabeza para permitirme mayor movilidad en su tatuado cuello. Pasó una de sus manos por detrás de su cabeza y de la mía, para posteriormente sujetarme y regalarme uno de sus suculentos besos.

    Una vez mis labios se distanciaron de los suyos, bajé levemente la mirada, como para supervisar la diversión de mi pene entre su coño. Y fue ahí que sucumbí a la mayor de sus tentaciones, fue en ese momento que empecé a ver su ojete saludando, como pidiendo unirse a la fiesta.

    No sabía si ella estaba dispuesta, no sabía cómo podría reaccionar, pero a mí sinceramente se me antojaba explorarle esa cavidad hasta ahora desconocida para mí.
    No solo la de Luciana, en general la de cualquier otro ser humano, pues jamás, hasta ese entonces me había dado el gusto de penetrar a alguien por el culo. Ni a mi mujer ni a nadie.

    Sin embargo, una intromisión abusiva de ese tipo podía inquietar a la mismísima Luciana, reina de la transgresión, de lo sucio, de lo prohibido y de lo bizarro.
    Preferí entonces tantear el terreno. Retiré mi miembro de su coño y posteriormente le metí un par de mis dedos. No duraron mucho tiempo allí, pues la intención no era masturbarla, sino humedecerles un poco con ese líquido viscoso que pululaba de su ardiente vagina.

    Una vez recubiertos, los dirigí hacia su ojete. Quería lubricarle el culo con los propios fluidos de su concha. Quizá con un escupitajo si se hacía necesario, pero especialmente quería hacerle manifiesto mi deseo de poseer ese culo.

    Para mí fortuna, Luciana dio el visto bueno. No solo con uno de sus provocativos gestos, sino tomando mi mano y siendo ella misma quien la dirigiera hacia su ojete.

    La estimulé por escaso par de minutos con mis dedos, aunque durante ese tiempo me di el gusto de volver a penetrarle por la vagina. Sentía mi glande con los dedos al otro lado del muro y viceversa, sentía el pene en mis dedos, obviamente recubierto por las carnes de Luciana.

    Y al ver mis dedos cada vez más autónomos en su exploración rectal, fui entendiendo que el momento del debut de mi miembro por caminos de pavé había llegado.

    Penetrar un culo no es como penetrar una vagina. Es más, diría que no se trata de penetrar sino de perforar. El miembro erecto, deseoso y ansioso se encuentra contra una muralla, que poco a poco, que paso a paso, va ir cediendo; pero hay que ser paciente, hay que saber cómo y cuándo hacer fuerza para no lastimar, para abrir camino de a poquito.

    El transitar es lento, pero sumamente gustoso. Las paredes del recto se van a ir abriendo, y va a llegar un punto en el que empezarán a segregar un fluido único en su especie, una sustancia viscosa, que seguramente tendrá una función más relacionada con la excreción que con otra cosa.

    Mi miembro se enterraba de a pocos, mientras ella retorcía su bonito rostro. Sus ojos adquirían esa tonalidad blancuzca, desapareciendo su pupila y su iris; su boca dejaba escapar unos gemidos con cierto rasgo gutural; y su culo era cada vez más permisivo en mi primera incursión.

    El ano genera una sensación particular al momento de penetrar, está rodeado por más músculos y todos estos estrujan inconscientemente al intruso. Sentir mi miembro aprisionado por sus nalgas fue suficiente para hacerme estallar de placer por segunda vez en la noche.

    Debo admitir que no fue una relación anal de larga duración, con muy poco alcancé el climax. Pero ver, segundos después, mi esperma chorreando y cayendo de su culo, sería estímulo suficiente para animarme a buscar el tercer orgasmo de la jornada.

    Capítulo X: Derrota en el embalaje
    Antes de continuar, Luciana me ofreció tomarnos un descanso. Pedimos una botella de vino a la habitación y una vez no la entregaron, la consumimos en la pequeña sala, acompañada con un cigarrito de cannabis, que obviamente tuvo a Luciana a cargo de su armado. Ella lucía algo despeinada, quizá un poco colorada, pero en líneas generales no aparentaba el desgaste que se supone causa el más exigente de los ejercicios. Yo, a diferencia, me sentía ciertamente agotado. Estaba recubierto de sudor, de lo que, en su momento, y para darme valor, catalogué como ‘las perlas del guerrero’...

    La continuación de esta historia en https://relatoscalientesyalgomas.blogspot.com/2021/03/la-profe-luciana-capitulo-x.html
     
    Felipe Vallejo, 1 May 2021

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    Capítulo X: Derrota en el embalaje​


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    Antes de continuar, Luciana me ofreció tomarnos un descanso. Pedimos una botella de vino a la habitación y una vez nos la entregaron, la consumimos en la pequeña sala, acompañada con un cigarrito de cannabis, que obviamente tuvo a Luciana a cargo de su armado. Ella lucía algo despeinada, quizá un poco colorada, pero en líneas generales no aparentaba el desgaste que se supone causa el más exigente de los ejercicios. Yo, a diferencia, me sentía ciertamente agotado. Estaba recubierto de sudor, de lo que, en su momento, y para darme valor, catalogué como ‘las perlas del guerrero’.

    Claro que aún me quedaban reservas en el tanque. Es más, así me sintiera al borde del colapso, estaba dispuesto a entregar más de lo necesario por amanecer fornicando con esta diosa de los placeres de la carne. Pero con el paso de las horas y del frote de mi cuerpo con el suyo, fui entendiendo que iba a ser imposible ponerme a la par.

    Luciana entró de nuevo a la habitación, mientras que yo permanecí por unos instantes más en la sala, mientras terminaba el porro y mientras me mentalizaba para disfrutar y sacar provecho de la hasta entonces mejor noche de mi existencia.

    Cuando entré no la encontré en la habitación sino en el baño. Allí estaba ella, mirándose su hermosa silueta ante el espejo, contemplando su divinidad antes de tomar una ducha.

    Le pedí que me regalara una foto de ese instante, que posara para mí y me permitiera tener un recuerdo de esa noche. Ella posó, me regaló esa bonita postal y entró a la ducha.

    Teniendo su cuerpo humectado por el agua, sus poros abiertos por el vapor que invadió el ambiente, y su generoso culo apoyado contra las frías baldosas, me invitó a ducharme con ella.

    Luciana se mantuvo recostada en las baldosas, exponiendo sus senos, su abdomen, su vagina, sus piernas y su rostro para mi completo deleite. Decidí entonces agacharme y saborearle su entrepierna una vez más. Ella lo merecía. Aparte esto era una forma de ganar tiempo para recuperar algo de la líbido que se me había ido minutos atrás entre sus nalgas.

    Claro que el agua que bajaba por su torso y por su entrepierna terminó distorsionado el exquisito sabor de sus fluidos. No fue una extensa incursión de mi lengua entre su coño, pero fue suficiente para hacerle encender motores, para provocar de nuevo el ardor de esa vagina que parecía insaciable.

    Me puse en pie, de nuevo cara a cara con la bella Luciana. Mirarla directamente al rostro era toda una fruición, era una experiencia mística perderse en la profundidad de sus hermosos y oscuros ojos; era una exquisitez contemplar esos labios húmedos y tentadores, y era especialmente reconfortante encontrar complicidad y perversión en cada uno de sus gestos.

    Antes de penetrarla por enésima vez en la noche, lancé mi mano hacia su vulva, para experimentar de nuevo sus ardores en mis manos, para constatar que estuviera lista para la acción. Acto seguido conduje mi pene con mi otra mano hacia su entrepierna.

    Se nos dificultó un poco el coito por la humedad del suelo, pues fueron varios los conatos de caída, aunque siempre logramos mantener el equilibrio.
    A esta altura de la noche no hubo contemplación o delicadeza alguna. Mi penetración fue profunda y sin ningún tipo de miramiento. Claro que yo ya no contaba con la misma energía que en un comienzo, el cansancio me invadía, y esto se iba a manifestar minutos después con calambres en mis piernas.
    Pero allí seguí yo, soportando como un auténtico campeón de los fornicarios, exigiendo a mi cuerpo a algo para lo que no estaba preparado.

    Este coito fue sumamente extenso, pues sinceramente tuve cierto tipo de dificultad para llegar al orgasmo. Pero Luciana no llegó a fastidiarse jamás por ello, es más, expresó su disfrute a cada instante. No tuvo reclamos o reparos hacia mí por el exceso de frote entre mi pene y las carnes vivas de su concha.
    Tan largo fue que me di la oportunidad de reflexionar en medio del polvo. Me puse a pensar en lo maravilloso que habría sido encontrarme a Luciana 15 años atrás. No solo por conocer una versión mucho más joven de ella, sino por haber puesto a prueba mi fogosidad en el máximo de su esplendor. Claro que habría sido algo que habría jugado en doble sentido, pues seguramente Luciana en su juventud había sido muchísimo más activa de lo que era ahora.

    Luciana, evidenciando algo de cansancio por estar allí de pie, me invitó a cogerla en cuatro. Seguimos allí, bajo el inclemente chorro de agua, pero ahora en esta posición que tanta fascinación me causaba; ver ese descomunal culo era un gozo en todo el sentido de la palabra.

    En esta ocasión me di el lujo de azotarle esa magistral par de nalgas. Lo hice con toda la desfachatez del caso, sin importarme nada. Tanto así que no me detuve hasta que las dejé del todo coloradas. Luciana acompañó mis azotes con estruendosos gritos, y fue esto lo que logró llevarme al éxtasis por tercera vez en la velada.
    Mi agotamiento era evidente. Admití, a esa altura de la noche, que no iba a poder cumplir con el reto que me había impuesto antes de llegar el motel, aquel de causarle tanto placer como el que ella me provocaría a mí.

    Claro que tampoco podía darse por mal servida, pues con esos tres polvos le había generado el gozo que posiblemente no conseguía en casa a lo largo de todo un año. La había visto retorcerse del gusto, había sentido las contracciones de su culo y los espasmos de sus piernas sobre mí, había sido testigo de sus fluidos escapando de su entrepierna, había sido un espectador de lujo de los ardores de su coño. Pero con todo y eso iba a ser imposible que Luciana sintiera todo el placer que ella me había hecho sentir a mí.

    Salimos de la ducha, secamos nuestros cuerpos, y nos sentamos de nuevo a beber un poco más de vino, a rellenar el silencio con una charla sensata entre dos adultos que entendían como un fracaso sus matrimonios.

    Luciana me preguntó si estaba listo para una nueva cópula, a lo que le respondí con completa sinceridad, admitiendo mi absoluto agotamiento. Pero ella no aceptaría un no como respuesta. “Déjame, ya vas a ver como yo te reanimo”, dijo ella antes de tomarme de la mano y llevarme a la cama.
    Me tumbó allí, y empezó a acariciar mi pene, comenzó a masturbarme, a mirarme con esa picardía tan propia de su ser mientras agitaba mi convaleciente miembro entre sus manos. Se ayudó de su coqueta lengua y de sus hermosos labios, y lo consiguió, de nuevo tuvo a mi pene listo para ingresar una vez más en su ser.

    Ese fue un coito que comandó Luciana de principio a fin, me montó y me cabalgó hasta sentirse satisfecha, y obviamente hasta verme doblar de placer una vez más en la noche.

    No sabía qué hora era, ni me importaba. De hecho, lo único relevante para mí a esa hora era descansar. Por fin vi a esta máquina sexual encontrar el sueño. Fue todo un alivio, pues mantenerle el paso a esta ninfómana era como disputarle un embalaje a Peter Sagan.

    Amanecimos en el Rocamar, lo que nos significó pagar el doble de la tarifa, pues cuando se excede la estancia de seis horas cuenta como un nuevo servicio. De todas formas, no me arrepiento en lo más mínimo por lo que me costó nuestra estancia allí, mucho menos al amanecer junto a ella y verle esa sonrisa de complacencia y de satisfacción.

    Capítulo XI: “Déjalo que escurra”
    Ver su rostro al despertar es verdaderamente satisfactorio. Aunque he de aceptar que al momento de ponerme en pie he sido muy sigiloso. No quería despertar abruptamente a esta fiera insaciable de los placeres de la carne. No podía, en un aspecto espiritual y físico, tener más sexo...

    La continuación de esta historia en https://relatoscalientesyalgomas.blogspot.com/2021/04/la-profe-luciana-capitulo-xi.html
     
    Felipe Vallejo, 7 May 2021

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    Capítulo XI: "Déjalo que escurra"​


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    Ver su rostro al despertar es verdaderamente satisfactorio. Aunque he de aceptar que al momento de ponerme en pie he sido muy sigiloso. No quería despertar abruptamente a esta fiera insaciable de los placeres de la carne. No podía, en un aspecto espiritual y físico, tener más sexo.

    Era la primera vez que no se me pasaba por la cabeza el objetivo de excitarla, no quería que la situación se me fuera a salir de las manos. Estaba agotado, mis labios estaban resecos, la boca me sabía a piel de mujer, encantadora sensación, si se me permite la licencia para la admiración; pero honestamente extrañaba la sensación de estar vestido, dedicándome a otra cosa diferente a copular.

    Me sentía como aquel cocainómano cuando se ha esnifado un kilo entero. Necesitaba un descanso, tomar una ducha larga para lavar los rastros de olor, piel y excesos orales que deja una exquisita damisela.

    Anhelaba llegar ese domingo a casa para compartir con mi familia, pero especialmente para descansar, para buscar recuperar esa energía que Luciana me había succionado.

    Mis adulterios tardaron en suponer un problema con Adriana. Ella jamás se mostró interesada en saber de mis supuestos viajes, reuniones con amigos o demás situaciones que inventé para poderme fugar de casa. Pero luego, la falta de deseo con la que retornaba si significó el inicio de sus sospechas.

    Para Adriana era toda una eventualidad que yo me negara a copular con ella, siendo que ese era su papel protagónico, el de estrecha.

    Verme ausente de perversiones, carente de líbido y deseo, seguramente le hizo empezar a dilucidar la traición de la que era víctima. Claro que pasaron meses y varios encuentros con Luciana para que Adriana hiciera su primera conjetura. Al comienzo se trató solo de “un mal día” para la intimidad de un matrimonio tradicional. Y así como yo la comprendí en una diversidad de ocasiones, ahora era Adriana la que tenía que lidiar con mi negativa para fornicar.

    La noche del Rocamar la recordé para mis adentros como “la de la gran paliza”, pues así me sentí al término de la cátedra de disfrute que me había dado Luciana. Esa noche no solo me significó un desgaste importante de energía y de dinero, sino que a la vez contribuyó para que mi obsesión por Luciana creciera.

    Mi cabeza era una tormenta nebulosa. No entendía bien si lo que sentía hacia Luciana era puro y físico deseo, o si había alguna dosis de enamoramiento hacia ella. Lo cierto es que se me hacía difícil pasar el tiempo sin ella. Fantaseaba noche y día con nuestro siguiente encuentro. No solo la extrañaba por el gozo sexual que sabía brindarme, sino por su compañía, por nuestras charlas, por su sonrisa, y por saberla cómplice y partícipe en esta adultera experiencia.

    Nuestras conversaciones en Whatsapp se hicieron más recurrentes, y con ellas empezó no solo el intercambio de imágenes subidas de tono, sino la expresión de nuestro deseo a través de la palabra.

    “Me gustaría que tú, poquito a poco, me denudases, y que la braguita a bocaditos me quitases”, decía ella en uno de sus mensajes, mientras que yo respondía con algo así como “Llevo soñando con un beso de 25 minutos por tu cuello, con el calor y suavidad de tus brazos reconfortándome para olvidar todas mis preocupaciones, con encontrar el derroche de placer que solo nos brinda el cobijo de la noche”.

    Obviamente era cuestión de días para finiquitar nuestro próximo encuentro. Y aunque habíamos planeado una salida para el sábado venidero, la ansiedad nos traicionó y terminamos encontrándonos antes de lo acordado.

    Concretamente un miércoles, o más bien a la madrugada del jueves. Fue un encuentro clandestino e improvisado. A los dos nos iba a significar un problema al interior de nuestros hogares, era imposible que nuestra desaparición pasara desapercibida.

    Los dos recurrimos al mismo pretexto ante nuestras parejas: “Amorcito, un fuerte dolor abdominal me sacó de la cama. No quise despertarte para no preocuparte, ni a ti ni a los niños. Me fui al hospital esperando que no fuese nada grave, afortunadamente no fue nada más allá que una indigestión severa, que, con mis antecedentes de reflujo, me hizo pasar un rato para el olvido. El médico me dijo que no debía preocuparme, aunque si me recomendó mejorar mis hábitos alimenticios, así como el horario en el que ceno…”, esa fue la trola que le conté a mi mujer para justificar mi anómala desaparición nocturna. Con Luciana lo charlamos y preparamos bien el embuste, pues en su casa ella diría lo mismo, con más o menos matices.

    Esa madrugada de jueves, fría y llena de niebla, me encontró de nuevo ávido por oler, saborear y sentir el coño de Luciana, esa vagina que ha sido concebida para un tipo específico de degenerados como yo.

    La academia fue el lugar de nuestro encuentro. Era ideal. A esa hora no habría un alma en el lugar ni sus alrededores, sus pisos en madera nos facilitarían asimilar el frío del ambiente, los espejos en las paredes nos permitirían vernos fornicar obsesamente, como aquella noche en el Rocamar. Y algo esencial era que de por sí, este lugar era el templo de Luciana. Era allí donde día a día expresaba su deseo y su sentir a través de los contoneos de su cuerpo.

    El tiempo era de alguna forma limitado, los dos teníamos que volver a casa sin que nuestras familias fuesen a sospechar nada. Sin embargo, eso no fue impedimento para que Luciana se tomara el tiempo necesario para deleitarme con uno de sus calientes bailes.

    Luciana jugaba de local en ese lugar, conocía cada rincón, cada espacio; sabía hacia dónde mirar, cómo moverse, cómo sacar provecho a ese escenario que era su fortín de la sensualidad.
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    Antes de empezar, Luciana se cambió. Ese blanco y angelical cuerpo quedó cubierto nada más por una tanga, un diminuto bralette y unas largas medias que subían casi hasta sus caderas.

    Aunque corta fue su presentación, fue suficiente para ponerme al borde de la demencia, me dejó hecho un auténtico sátiro. Verla estrellar sus ostentosas nalgas contra el suelo, verle esas carnes temblorosas a cada sacudida, esos gestos insinuantes, ese rostro seductor y lujurioso. Eso sí que podía sacarme de quicio.
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    Verla allí tumbada en el suelo, levantar sus piernas y abrirlas lo suficiente para permitirme dilucidar ese coño aún resguardado bajo esa tanga oscura. Observarla allí simulando una feroz cabalgata; verla allí vislumbrando lo que minutos después haría conmigo. Por cosas así vale la pena poner en juego cualquier matrimonio, especialmente uno agonizante como el mío.

    Y ni se diga del momento aquel en que empezó a despojarse de su ya limitado vestuario. Que exquisitez ver de nuevo esas carnes blancas de apariencia suave, apreciar una vez más esos bellos senos de pezón rosa, ese coño siempre pulposo y suculento.

    Me quité la ropa con cierto desespero, Lleno de la torpeza típica que se apodera de aquel que se deja superar por la ansiedad. Tanto así que ni siquiera pude terminar de desvestirme.

    Solo supe que era hora de acercarme a ella y sumergirme una vez más en su entrepierna, aquella de ese sabor tan peculiar, de ese gusto tan a ella.
    A esa altura de nuestra aventura fornicaria, el disfrute del sexo oral era mutuo. Yo deliraba por sentir las carnes de su vulva y su vagina con mi lengua, mientras que ella estaba siempre deseosa de recibir una buena mamada. Comprendí entonces que era un arte que se me daba bien, seguramente porque disfrutaba al hacerlo.

    Me encantaba esa sensación de ardor creciente de su coño contra mi cara, al igual que amaba el momento aquel en que empezaba a inundarse de humedades su entrepierna.

    Lastimosamente el tiempo era limitado, así que no dediqué todo el tiempo debido a la complacencia de su sexo con mi lengua. Era una tarea que quedaba pendiente para nuestro próximo encuentro. Es más, al terminar ese coito, y de regreso a casa, me plantee que en una próxima ocasión tendría que hacer llegar al orgasmo a Luciana con solo mis caricias, mi lengua y mi boca. Pero no podía ser uno cualquiera, tenía que ser un orgasmo ejemplar, uno digno de rememorar, nos lo debíamos.

    Luciana me invitó a dejarme caer en el suelo, y una vez me tuvo allí tendido, se subió en la que por entonces era su atracción favorita: mi falo. Lo deslizó en su interior con completa naturalidad.

    Y una vez mi miembro incursionó en sus carnes, su rostro lo fue reflejando con dicientes gestos de satisfacción. Ver esos ojitos desorbitados y su mordida apretada, eran la dosis ideal de provocación que requería un corrompido como yo.

    Esa sensación de agarrarla de las nalgas para dirigir el movimiento de sus caderas, para azotar mi pelvis con sus carnes, es algo de lo que hoy todavía no logro olvidarme. Ni quiero hacerlo.

    Esa idílica madrugada de jueves Luciana estaba supremamente cachonda. Sus gestos, su risa enfermiza y el inagotable ardor de su coño me lo confirmaron. Ella no tardó en dejar su torso caer sobre el mío. Me facilitó la entrada de sus hermosos senos en mi boca, y quizá fue esta la vez que más me apasioné chupándolos, mordiéndolos y succionándolos.

    Luego Luciana se puso en pie por un instante, se quedó mirándome, y luego me invitó a “darle tan duro como pudiese”. Acto seguido se agachó, se puso en cuatro y esperó por mí.

    No podía decepcionarle. Conduje mi pene entre su coño, la agarré fuerte de las caderas, casi que enterrándole las uñas, y empecé a penetrarla a profundidad.
    En un comienzo ella me retó “¿Eso es todo lo que tienes?”, pero a medida que fueron pasando los minutos, me fui sintiendo cada vez más cómodo embistiéndola con brutalidad. Ella dejó los insultos y los retos a un lado, y empezó a alentarme para que la fornicara sin reparo alguno.

    Me encarnicé, le azoté sus pulposas nalgas con mis manos. Lo hice con la sevicia suficiente para complacerme el capricho de verlas coloradas. Arremetía contra su culo con toda la fuerza que me permitía el movimiento de mi pelvis, era poseso del más cavernario de los instintos.

    Luciana apoyó su cabeza contra el suelo, mientras sus piernas permanecían aún abiertas para permitirme la entrada, Sonorizaba la escena con sus constantes gemidos, que adquirieron mayor notoriedad por el eco que allí se formaba.

    El hecho de verla retorcerse del gusto, de verle sus piernas temblorosas, su entrepierna sudada, de saberla descontrolada y gocetas; desencadenaron mi estallido de gozo, que esa noche estuvo acompañado por una frase que posiblemente nunca olvidaré. “No lo saques todavía, déjalo que escurra”, dijo Luciana cuando me vio dispuesto a retirar mi pene de su interior. Me pareció tan sucia la forma en que lo dijo y tan morbosa su expresión, que me sentí en la necesidad de hacerle un capítulo.

    Capítulo XII: El viacrucis de Luis Gabriel
    Una indigestión severa… ¡Qué ingenua que podía ser Adriana! Aunque más lo era el marido de Luciana, ese sí que era un crédulo digno de sufrir todo lo que ella le hacía...

    La continuación de esta historia en https://relatoscalientesyalgomas.blogspot.com/2021/04/la-profe-luciana-capitulo-xii.html
     
    Felipe Vallejo, 21 May 2021

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    Felipe Vallejo

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    Capítulo XII: El viacrucis de Luis Gabriel​


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    Una indigestión severa… ¡Qué ingenua que podía ser Adriana! Aunque más lo era el marido de Luciana, ese sí que era un crédulo digno de sufrir todo lo que ella le hacía.

    Luciana nunca había sido muy dada a hablarme de él, aunque yo tampoco demostré mayor interés por enterarme. Claro que el naciente deseo que surgía entre Luciana y yo, iba hacer surgir en mí esa necesidad por aprender cosas de su esposo, al fin y al cabo que no hay mejor estrategia que conocer a tu enemigo a la perfección.

    El marido de Luciana no era un digno rival, no estaba a la altura. Era el típico fantoche hablantinoso que va pregonando éxito y logros, pero no pasa de pobre diablo.

    Luis Gabriel se llamaba el desdichado este, que es fácil de encasillar en el perfil del tradicional patriota camandulero de derechas, que se cree valioso e imprescindible para el progreso de su país; que va vociferando tener un imperio que genera empleos y riqueza para la nación, pero va uno a ver y el tal imperio es un cochambroso taller de reparación de refrigeradores y aires acondicionados, y los empleos son el de él y el de un pobre desgraciado que tiene como asistente al que no es capaz de pagarle ni un salario mínimo. Así es, Luis Gabriel es el clásico acomplejado que va ostentando lujos que no puede pagar.

    Es más, algo que me generó mucho más morbo y gusto del que ya tenía al sostener relaciones carnales con Luciana, era el hecho de saber que con esto mancillaba el orgullo de uno de estos agrandados parásitos que pululan en nuestras sociedades latinoamericanas y subdesarrolladas.

    Durante mis primeros encuentros con Luciana no supe nada de él. Nuestras conversaciones siempre se centraron más en el gusto literario compartido, en nuestras profesiones, revelarnos nuestras perversiones, planes a corto plazo, y en general a conocer los gustos y deseos que cada cual tenía.

    Más allá de una tímida mención, parecía que Adriana y Luis Gabriel eran tema prohibido en nuestras conversaciones de esos primeros encuentros.
    Hasta cierta noche, también de sábado, velada que pasamos en el Blue Moon. Esa vez Luciana estaba poseída por la ira, había discutido con su marido, y su adulterio terminaría siendo mucho más placentero. Y esa fue también la primera vez que me atreví a preguntarle por él.

    Me lo describió como un fanático religioso, petulante, convencionalista y fracasado. Pero en lo que más hizo ahínco fue en su capacidad para adular, “es un lampelotas con doctorado”, describió Luciana dibujando un notorio gesto de desprecio en su rostro.

    - ¿Y entonces por qué estás con él?
    - Por lo que ya te dije alguna vez, por las apariencias que hay que mantener, pues en sociedades como esta se te valora más si personificas los “valores tradicionales”. También por nuestro hijo, que seguramente se vería afectado si nos llegáramos a separar
    - ¿Cuántos años tiene tu hijo?
    - 13
    - Ah bueno, ya es algo grande para procesar una situación como esa
    - Quizá, pero he llegado a pensar que al ser hijo único podría sufrir un trauma mayor con la separación de sus padres
    - Bueno, también es cierto que nadie lo conoce mejor que tú… Pero vivir atrapado en un matrimonio sin rumbo no tiene razón de ser
    - ¿Y tú por qué sigues con el tuyo?
    - Sinceramente por comodidad, pues sé que, si me divorcio de Adriana, es muy probable que ella se quede con gran parte de los bienes y con la custodia de los niños. Yo podría desentenderme, pagarle una cuota alimentaria mensual y librarme de cargas, pero no sé si eso es lo más sano para mis hijos. Me gustaría que ella también me engañara, con eso yo tendría forma de dar pelea en un tribunal
    - Ayúdale
    - ¿Qué quieres? ¿Qué le consiga un amante a mi mujer?
    - Ja, ja, ja, suena raro, pero sí
    - Es tan reprimida que el amante terminaría enfadándose conmigo
    - Ja, ja, ja
    - Suena mal que yo sea quien te lo diga, pues hay un interés de por medio, pero no deberías seguir atada a Luis Gabriel, se te nota que te hace infeliz
    - Es verdad, pero no sé de qué forma puedo sacármelo de encima
    - ¿Sabe que le has sido infiel?
    - Posiblemente sospeche, aunque es demasiado ingenuo
    - Bueno, pues confiésale todo lo que has hecho
    - Uy no, tiene una escopeta y está un poco trastornado. Si no me mata a mí, busca a todo aquel que se haya acostado conmigo
    - Ja, ja, ja ¿Tan desquiciado está?
    - Hasta más…

    Esa fue la primera gran referencia que tuve de Luis Gabriel. Aunque luego me di la oportunidad de conocerle en persona, y no solo de eso, sino también de comerme a Luciana en su presencia, a su espalda, separados apenas por un muro.

    Claro que todo fue un proceso, no iba a arriesgarme a tentar a un sociópata consagrado como este.

    La segunda referencia que tuve de “Luchito” fue una noche, esta vez de viernes, en que Luciana me invitó a su casa. Su esposo había viajado a visitar a un hermano enfermo, y su hijo había ido a pasar la noche en casa de un amigo, así que teníamos vía libre para nuestras adulteras perversiones en el seno de su hogar.

    Luciana me hizo una visita guiada por su casa. Me enseñó sus aposentos, su bella sala de estar, su estudio particular para el ensayo de bailes sensuales y por supuesto el pole dance, y luego me llevó a una habitación que su marido había adecuado como santuario para la oración. “Me encanta profanar este lugar. Es más, si tomas ese crucifijo y lo hueles, le notaras un tufillo a coño”, dijo ella mientras señalaba hacia una de las paredes donde efectivamente estaba colgado un crucifijo.

    Ella amaba violentar ese lugar de culto para su esposo. Me confesó haberse masturbado decenas de ocasiones en ese lugar. Y eso avivó mi interés por sus tocamientos.

    - ¿Te masturbas seguido?
    - Uh, más de lo que te imaginas
    - ¿Te tiras en el suelo para cosquillearte con tu mano mientras estás desnuda? ¿O eres de aquellas mujeres que prefiere recostarse contra un muro mientras mete su mano bajo las prendas para tocarse?
    - Ambas me gustan, aunque disfruto más estando desnuda, pues puedo acariciarme mejor
    - ¿Follas aquí con tu marido?
    - Ni aquí ni en ninguna otra parte. Tengo que estar muy cachonda para acostarme con él. Tanto así que la última vez fue esa en que te mandé el video del duchazo, y ya hace cuánto de eso. Claro que he follado aquí con otros, no es la primera vez que Cristo me ve gozando como a una perra mientras engaño a mi marido
    - Si yo fuera tu cónyuge no me cansaría jamás de poseerte
    - Eso dices, pero la convivencia cansa. Sino mira lo que te pasó con tu mujer…

    El silencio perduró por unos cuantos segundos en el ambiente, pero luego Luciana lo interrumpió. “¿Bueno, vienes y me ayudas a cumplir una nueva fantasía de profanación en el templo de mi esposo, o me va a tocar hacerlo sola una vez más?”.

    Al escuchar esas palabras me abalancé desesperado sobre ella. La besé y a la vez empecé a acariciar su espalda y sus nalgas. Claro que luego de escucharle aquello de que se masturbaba con un crucifijo, sentí que mis manos no estaban a la altura, por lo menos en esa ocasión, para consentirla. Me alejé por un instante, tomé el crucifijo, lo acerqué a mi nariz y constaté que efectivamente tenía una ligera esencia a su feminidad. ¡Qué delicia!

    Le pedí tumbarse en el suelo, cerrar sus ojos y dejarse llevar. Al comienzo me ayudé de mis manos para acariciar la cara interna de sus muslos, y habiéndome asegurado de que estuviese lo suficientemente lubricada, me animé a incrustar poco a poco el crucifijo.

    Yo lo agarraba desde la parte más corta de la cruz, es decir, donde se sitúa la cabeza espinada de Cristo, mientras que le enterraba, sin apuro alguno, la parte más extensa. Lo más placentero de la situación era ver salir la cruz recubierta de ese néctar sagrado. Luciana me pidió chupar el crucifijo, y yo encantado accedí. Lo mejor de todo era verle esa cara de pervertida, ese rostro gustoso de verme complacer todos sus caprichos.

    Las piernas y el torso de Cristo quedaron empapados por los fluidos de Luciana, pero hasta ahí llegó la participación del crucifijo, pues cuando vi a Luciana revolcarse del gusto en el suelo, entendí que era momento de sumarme, de gozar con ella.

    Colgué la cruz en la pared, hice que Luciana se pusiera en pie y le di vuelta, para quedar una vez más de frente con su impresionante culo. No sé cuántas veces lo he descrito, cuántas veces lo he elogiado, cuantas veces lo he glorificado, lo cierto es que hasta el día de hoy no me canso de hacerlo, es el mejor culo que he visto en toda mi puñetera existencia, y lo mejor de todo es que tuve la chance de sentirlo, de magrearlo y de penetrarlo.

    Ese día se iba a dar una vez más, con Cristo colgando en la cruz mientras nos tenía de frente a Luciana y a mí; iba a incursionar una vez más en ese camino estrecho y misterioso.

    Claro que en primera instancia la penetración fue vaginal, pues su coño ya estaba lubricado. Esa vez fue lenta, despaciosa y diría que hasta silenciosa. Creo que fue la primera vez que hice el amor con Luciana en vez de fornicarla.

    Y aunque fue un rato muy tierno y romántico, Luciana no quería un amante para ello, sino para desatar sus más bajos y sucios deseos, por lo que fue cuestión de un par de minutos para que la penetrara de forma voraz.

    La agarré de esa hermosa cabellera oscura y desordenada, y la sometí, la penetré sin la más mínima consideración por su bienestar. Empecé a besarle y a chuparle el cuello, con el morbo de tener el crucifijo a tan solo unos centímetros de nuestros rostros; con la cómplice reacción burlona y puerca de mi veterana barragana.
    Cuando los vapores de su vagina se convirtieron en fuertes goteos, los aproveché una vez más para lubricar su ojete. Adoraba el hecho de contar con su total aprobación, no hubo nunca reproche alguno de su parte para mi incursión contranatura.

    El ingreso fue despacioso, como la vez anterior. Mi entusiasta miembro erecto iba pidiendo permiso a las paredes de su ano para ingresar, para escarbar hasta lo más profundo de esa cavidad.

    Penetrar a Luciana por el ano era algo sencillamente maravilloso, sentir caer todo el peso de los músculos de su culo sobre mi pene, era algo que fácilmente podía desquiciarme. Pero lo que más me gustaba de todo esto eran esos gemidos roncos, esos lamentos de tonalidad baja, tan propios de una mujer madura.
    La penetración anal fue lenta a todo momento, no era necesario forzar el movimiento, ni aumentar su velocidad, ni hacerlos más bruscos, nada de eso; es más, con el solo hecho de tener mi miembro ahí dentro, me sentía al borde del orgasmo.

    Pero a pesar de lo aberrante o impúdico de la situación, yo sentía que debía comportarme como un caballero, lograr el orgasmo de Luciana para ahí si poder llegar al mío.

    Y fue algo que se me fue dando con la práctica, con el pasar de los coitos, pues fui aprendiendo a identificar esos gestos tan propios del placer extremo de mi cómplice de adulterios.

    No siempre se manifestaron por el tembleque de sus piernas, o por la fuga de fluidos de su coño, esos eran los más dicientes. Un gesto típico de Luciana al encontrar el clímax era buscar mis labios, buscar sumergirse en un largo beso. Otra de las características de sus orgasmos era clavar sus uñas en alguna parte de mí: Ya fuera mi cabeza, espalda, hombros, piernas; eso dependía la posición en la que estuviésemos. En esta ocasión fue en mi nuca, pues llegó un momento en el que entrecruzó sus brazos por detrás de mi cabeza, inclinó su cabeza hacia atrás, dejándola caer sobre uno de mis hombros, y luego buscó mi boca para deleitarme con uno de sus siempre amenos besos, a la vez que sus uñas se clavaban al respaldo de mi cuello.

    Habiendo cumplido con la primera parte de la tarea, me sentí en libertad de pensar en mi propia satisfacción.

    Saqué lentamente mi falo de su ano, me alejé un poco para tomar un paño húmedo y limpiarlo, y acto seguido le pedí a Luciana ponerse en cuclillas para masturbarme a la altura de su rostro. Me di el gusto de correrme en su bonito rostro, de ver el semen correr cuesta abajo desde uno de sus ojos hasta el borde de su boca.

    Y aunque el polvo en el santuario de Luis Gabriel es digno de enmarcar, fue todavía mejor esa vez que fornicamos mientras él también estaba en casa, separados por una pared, y cobijados por el bullicio de una reunión de “amigos” al interior de su morada.

    Ocurrió un 25 de mayo, fecha en la que Luciana conmemora el aniversario de fundación de su academia. Para una ocasión tan especial, la talentosa maestra se da el gusto de organizar una fiesta con las alumnas con las que ha establecido vínculos más cercanos.

    Habitualmente esta fiesta se hacía en la misma sede de la academia, pero había años en que a Luciana le apetecía llevar esa celebración al interior de su hogar.
    Adriana no era de su círculo más íntimo, pero Luciana la invitó aparentando cortesía, y en un evidente guiño para que yo hiciera parte de tan importante efeméride.

    Obviamente que Luciana no invitaba solo a sus alumnas, sino también a sus esposos, y en caso de no tener con quien dejar a los niños, podían llevarlos también.
    [​IMG]
    Era un suceso en el que lograba reunir a un amplio número de personas, pero la verdadera fiesta iba a ser solo para dos.

    Esa noche fue la primera ocasión en que vi cara a cara al badulaque con ínfulas de gran empresario. Iba vestido de jean, y un buzo de lana gris, zapato mocasín negro, que a leguas se notaba era de mercadillo. La cabeza embadurnada de gel y el pelo como una plasta, echado hacia atrás. Cuando nos presentaron, me ofreció un whisky y una conversación que se extendió por escasos cinco minutos.

    Me habló de su amado Atlético Nacional, de un par de realities de ese entonces por la tv, y de un genocida que absurdamente es admirado en un país de violentos como este. Me dio un par de “consejos” para hacer grandes fortunas, y luego dejó caer su cuerpo en uno de los sofás de espuma de poliuretano.

    Supe de entrada que no había mucho por hablar con este sujeto, pero entendí que lo más conveniente era ganarme su confianza. Así que luego de intercambiar saludos con los demás presentes en la reunión, volví hacia donde él estaba, y ahora fui yo quien le ofreció un whisky.

    Le seguí la cuerda en muchos de sus planteamientos extremistas y autoritarios; alabé a Laureano Gómez y a Donald Trump, al “glorioso Partido Conservador” (Ja, ja, ja) y hasta me animé a rememorar los goles de Carmelo Valencia, Sergio Galván Rey y León Darío Muñoz en la final de 2007.

    Me gané rápidamente su afecto y su confianza. Es más, gran parte de la fiesta estuve charlando con él, encargándome de embriagarle para hacer más fácil de cumplir mi anhelo de follarme esa noche a su mujer.

    Y una vez que el pobre diablo quedó con la cabeza gacha y el piso dándole vueltas, le dije tener que ausentarme por un instante, pues quería compartirle un trago especial que había traído a la reunión, pero que torpemente había olvidado en el carro.

    Salí de la sala, me crucé con Luciana, la agarré de la mano y la llevé al patio trasero. Allí empezamos a besarnos, bajo la escasa luz que brinda una de las farolas del alumbrado público, recargados contra el muro que da contra su cocina. Luego le di vuelta, quizá de forma un poco brusca, la apoyé contra la pared, alcé su falda, moví su tanguita hacia un costado, y la penetré a profundidad.

    Fue un coito corto pero memorable. No hubo tiempo para jugueteos previos, para caricias y demás, fue un acto puramente animal, pero sumamente excitante para ambos.

    “Tienes que apurarte. Si Lucho nos pilla es capaz de agarrar su escopeta y volarnos los sesos a los dos frente a toda esta gente”, dijo Luciana mientras yo le empujaba mi miembro adentro sin ningún tipo de contemplación.

    A pesar de que fue un polvo corto, nos dimos el gusto de cambiar de posición. Luciana se dio vuelta, quedamos cara a cara, y volvimos de nuevo a compenetrarnos en uno solo para intercambiar nuestros fluidos.

    El coito terminó con mi estallido de placer en su interior, todo a partir de un profundo beso con el que Luciana me deleitó.

    Regresamos a la sala, seguramente, todavía con el correspondiente aroma a sexo, que buscaríamos disimular con el olor a tabaco reinante en el ambiente, y la complicidad de saber que el licor habría aturdido los sentidos de la mayoría allí presentes.

    Capítulo XIII: Expediciones moteleras
    Esa noche fue la primera vez en que Adriana me hizo saber de sus sospechas hacia mí, fue la primera vez que me sometió a un interrogatorio evidenciando su plena desconfianza...

    La continuación de esta historia en https://relatoscalientesyalgomas.blogspot.com/2021/04/la-profe-luciana-capitulo-iii.html
     
    Felipe Vallejo, 28 May 2021

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