La Milf que siempre quise

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Beyonder, 2 May 2021.

    Beyonder

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    Cofradía lectora, aquí les dejo un relato enmarcado en este contexto de pandemia, espero que les guste.

    Todo hombre tiene una parte ficción en su propia historia. En esta, mi nombre es Santiago y la realidad se mezcla con la teatralización, todo lo necesario para ocultar identidades y todo lo conveniente para que valga la pena ser leída.


    A cada paso que daba estuve contemplando cada detalle del boulevard donde crecí. Las viejas casonas que recordaba como discotecas de toda la vida se veían deslucidas, en una vendían productos ecológicos y además de un Tambo y un Listo distinguí un restaurante nuevo. Será cosa de la pandemia que el viejo boulevard de Barranco parezca lo que alguna vez fue, una minúscula calle de casas vetustas, clásicas, imbatibles… alquilables. Curiosamente, era un alquiler el que me llevaba nuevamente al departamento donde crecí.

    Resulta que mis padres alquilan aquel primer departamento donde empezaron su vida y la inquilina tenía tiempo de haberlo dejado, junto con una pequeña deuda del mantenimiento. El asunto no era grave, estaba más que cubierto por el depósito de garantía, pero en aras de que un nuevo inquilino lo ocupe mi madre me llamó para pedirme que me encargue de limpiarlo y de cancelar esa deuda pendiente. La precaución de mis padres los hace recelosos de abandonar su refugio en un balneario limeño, así que no opuse mayor resistencia y volví por la senda de mi juventud temprana. Me parecía que, con cada pitada de mi cigarrillo, contaba las baldosas de piedra que revisten aún, tanto en la vida real como en mi nostalgia, el camino a casa.

    Volver a subir hasta la puerta de mi vieja casa y comprobar que mi llave aún servía me conmovió, aunque no tanto como entrar y ver vacía la que desde mi tierna infancia consideré mi casa. Se veía tan grande y pulcra que invitaba a la meditación, y más que limpiar lo poco que había por limpiar, me deshice en recuerdos de tiempos más simples y maravillosos.

    El caso es que con todas esas memorias gratas me vino a la mente la imagen de Mansa. Ella era la vecina del departamento de abajo desde que puedo recordar. La primera vez que la vi yo tenía 13 años y, a pesar de mi corta edad, pude intuir su esencia femenina hiperdesarrollada. En ese tiempo ella no habría tenido más de 20 años, un vestido naranja de tiras y unos pies pequeños recostados sobre el sillón de la sala. Mansa y su familia eran naturales de Ica, su madre, una de esas viejas pendejas con pinta de doña Treme, de esas que vienen a la mente cuando uno escucha la palabra "matrona", parecía haber instruido a sus 4 hijas en el arte de orientar su femineidad a la atracción de hombres pudientes y mayores, bastante mayores. La entonces joven Mansa se hizo amiga de mi madre y de la familia, de modo que su mamá, ella y sus hermanas se hicieron asiduas visitantes de mi casa durante toda mi pubertad y adolescencia.

    No diré que fui discreto ni lo negaré, Mansa fue mi primera fantasía sexual. Consideremos que reunía las características para estimular a todo adolescente: vivía en el departamento de abajo; por lo que era alcanzable, era amiga de la familia e íntima de mi mamá; por lo que sabía que era una mujer decididamente pendeja, derrochaba sensualidad y me trataba con condescendencia. Además, su cuerpo era el referente de belleza femenina más cercano y en vivo y en directo con el que me topaba. No era muy alta, máximo un metro sesenta, blanca como Grimanessa y de ojos grandes, cabello muy oscuro y menudita, con unas caderas definidas y unos pechos lo suficientemente sobresalientes como para notarse en un vestido sin escote. Esa mujer protagonizó mis primeros suelos húmedos y en la medida que alcancé la mayoría de edad no podía evitar sentirme algo nervioso y avergonzado cuando me quedaba a su lado.

    Recuerdos aparte, la realidad se impuso y era hora de ocuparse de poner en orden la cuenta del mantenimiento. Sin embargo, esas evocaciones tenían un hilo conductor a la realidad, ya que Mansa era la encargada del mantenimiento; por lo cual me encontraba llamando a la puerta de su departamento, sin saber que una vez abierta comprobaría si don José Luis de Villalonga tenía razón en eso de La nostalgia es un error.

    -¡Santi! ¡A los años que te dejas ver! Mírate, y pensar que eras todo flaquito, ¡Estás enorme!
    -Hola, sí, ha pasado tiempo. Ya me había olvidado como era esta casa.
    -Ven, sírvete algo.

    Luego de ese ofrecimiento tuve el primer indicio de lo que podría venir. Mansa sabía que iría y lo que me ofrecía para beber era una sangría. ¿quién se toma la molestia de preparar una sangría si esta sola? ¿La habría preparado para mí? No me creí tan importante, preferí creer que eran ideas mías provocadas por capricho de la nostalgia, de modo que seguí la conversación con naturalidad.

    Lo del mantenimiento fue un tramite de segundos, intercambio de billetes y recibos, no así la charla que partía de comentar trivialidades del pasado hasta compararlas con el tiempo presente. En la medida que fuimos conversando percibí una cuota de melancolía en sus palabras. Ya tenía más de 45, soltera y sin hijos, su amante de toda la vida era un octogenario tardío resguardado de la pandemia con su familia legítima, sus sobrinos, hermanas y amigos también limitaban su convivencia y todo aquello que podría distraerla parecía estar prohibido. Curiosamente, no haber tenido la necesidad de desarrollar un oficio ni una carrera la habían llevado a poder vivir sin trabajar (gracias al ahora octogenario), lo cual en este contexto de pandemia la forzaba a un rutinario y largo aburrimiento.

    No sé si o correcto era sentir lástima, al fin y al cabo, cada quien es dueño de sus decisiones, pero, qué clase de persona soy yo, que en todo lo que podía pensar es en que tenía la casa sola.

    -Santi, es la primera vez que tomo contigo. ¿Hace cuántos años nos conocemos y recién tomamos unos tragos?
    -Bueno, más años de los que me provoca contar. Ha tenido que pasar más de una década y una pandemia mortal ¡Mira tú!
    -Jjajajaja. Sí pues, es que eras bien chupado de chibolo, todo educadito.
    -Jajaja, bueno, era muy chico. Además de tímido, la verdad me intimidabas.

    Cuando solté esa frase decidí jugármelo todo. Había visto señales, la sangría preparada, la conversación innecesariamente larga, la forma en que estaba sentada; con sus pies descalzos sobre el sillón y más cerca que al inicio, el hecho de que me preguntara si ya tenía una novia formal y cómo resaltaba su sensación de falta de compañía. No sé, es lo que vi e interpreté que tenía chance de tirarme a esta mujer con la que había soñado toda mi pubertad.

    -¡Ah, cómo así!
    -Bueno, qué te digo. Yo era un mocoso aprendiendo recién de la vida y tú una mujer con gracia, soltura, dominio, no sé.
    -Jajajaja. ¡Me hace reír Santi! Osea que te intimidaba, jajaja.
    -Sí, claro, y supongo que no soy el único al que has intimidado. ¿Cuántos más se habrán quedado sin decirte nada, con todo un discurso hecho, pasmados, mientras tú los mirabas sabiendo exactamente que los acababas de inmovilizar?

    Esto último lo dije lentamente, mientras llevaba un vaso vacío a la mesa frente a nosotros; lo suficientemente despacio como para rozar su pie desnudo sobre el sillón y mirarla fijamente. Sus ojos grandes parecían contener toda la sabiduría heredada desde Eva, indescriptible pero decisivamente atrayente. Viéndola, perdiéndome en sus ojos, puse mis dedos sobre su aún estilizado pie y lo acaricié por un segundo. Si lo quitaba, todo habría terminado sin siquiera comenzar.

    -Mmm Santi, ¿y ahora, ya no intimido?

    Me dijo esto mirándome como cuando yo tenía 13, con la certeza de que me estaba dejando mudo y que en esa interacción mi rol se limitaba al de una potencial presa, sujeta a su capricho.

    -No, ya no soy un chiquillo que recién empezaba a aprender de la vida.
    -¿Ah sí? ¿Y qué has aprendido?

    Por toda respuesta me acerqué, llevé mi mano desde su pie desnudo hasta su mejilla, y sin dejar de verla guie su rostro a la posición perfecta para besar sus labios. No cerré los ojos ni un instante y pude ver como ella tampoco. Estaba quieta, pero yo entendía que en ese punto solo quedaba esperar respuesta de su boca o una cachetada en mi rostro. Luego de unos segundos, sus labios se movieron… llevados por los míos.
     
    Beyonder, 2 May 2021

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    Buen relato continua
     
    piuranosolitario, 2 May 2021

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    Se pone interesante el relato, continúe cofrade Beyonder.... Saludos
     
    Troyano69, 2 May 2021

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    Buen en relato.... Prosiga maestro
     
    Icelos230680, 2 May 2021

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    Cofra me dio curiosidad, siga con la historia por favor
     
    louis72, 3 May 2021

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    muy buena historia cofrade
     
    Fabricio2030si, 4 May 2021

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    Que bueno narrativa, bien dice mi padre no hay mejor deleite en la vida que una buena lectura.
    Esperamos la continuación
     
    xmorfeo, 4 May 2021

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    Buen relato cofra, al parecer te comiste algo que tenías pendiente.
     
    Souyiro, 4 May 2021

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    Siga maestro
    Esta bueno el relato
     
    Azotador123, 4 May 2021

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    bueno e interesante el relato dado bastante sexi
     
    semoriro, 6 May 2021

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    Buen aporte kofra entretenido el relato
     
    ozil, 9 May 2021

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    laguna3

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    Continua el relato, ya no te hagas de rogar.
     
    laguna3, 16 May 2021

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    #12

    Romantic123456

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    Aburrido al inicio pero cuando sigues leyendo se po e interesante
     
    Romantic123456, 17 May 2021

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    #13

    Beyonder

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    Cofradía lectora, luego de tener abandonada la zona de relatos vuevlo a dispner de algo más de tiempo y no quisira dejar este humilde relato sin concluir. Igual cereo que me fui en floro y no le tremine, jeje. En fin, aquí se los comparto

    Nos besábamos, con los ojos muy abiertos, ella y yo. El silencio permitía percibir la quietud de nuestros cuerpos, que inmóviles, parecían entregar toda su fuerza a la profunda mirada que compartíamos.

    En sus ojos, negros como aceitunas, veía repetida todos los rostros que recordaba de ella: la lozanía de cuando la conocí, la jovialidad de sus gestos al reír, la seriedad al conversar con mi madre sobre su relación con su amante de la tercera edad; en fin, los rostros de toda una vida.
    Tengo que decir también que era un beso dulce, en parte por la sangría que había empapado nuestros labios, pero más por lo cotidiano del ambiente. Estaba besando a la Milf con la que soñé toda mi pubertad en el edificio donde crecí, en un departamento que era la copia de aquel donde fui niño y recibí la mayoría de edad. Todo el tiempo del mundo cabía en los segundos que duró nuestro beso, así como toda una vida de recuerdos (principalmente de pajas). De pronto, nos separamos

    -Santi -me dijo ella- Esto, no…

    Me lo dijo disminuyendo la fuerza del sonido en cada palabra, su “no” fue un susurro que no alcanzó a abandonar del todo su boca. Era un momento tenso. No negaré que me vi en un hipotético futuro tratando de explicarle a mi madre por qué su amiga de más de 20 años la había llamado llorando, cosas así. Sin embargo, lo que terminé haciendo me llevó a confirmar que, en serio, algo había aprendido en mi modesta vida.

    -Mansa -le respondí- Esto… Esto no tiene que ser nada que no queramos. Como un baile, como una tarde en el parque, como una botella de sangría con alguien que no ves hace años. Además, ahora mismo estamos encerrados. Nadie tiene por qué saber lo que ocurre en una tarde de pandemia.
    Esto último lo dije acercando su cuerpo al mío. Dejamos de estar sentados en el sillón para pasar a una postura en la que yo estaba echado sobre ella, que apoyaba su cabeza en uno de los brazos del sillón. Abrazaba su cintura y con mi otra mano acariciaba un costado de su rostro. Ella no ofrecía resistencia. Volví a besarla, esta vez con control, esta vez sin c0judeces sentimentales ni nostalgias. Un beso, aun así, con algo de romanticismo, de deseo.
    -Santi -me decía ella- tu eres hijo de mi amiga de años, esto no está bien.
    -Esto, Mansa, no está ni bien ni mal. Es algo que pasa una vez en la vida, casi un milagro, y es hermoso.
    -Pero -y a pesar de sus replicas seguíamos besándonos- si se entera tu mama….
    - ¡No te pases! ¿qué crees, que le voy a contar a mi mamá? Piensas que voy a ir a cenar con ella y le diré “mamá, a que no sabes con quién me acosté más temprano. Si, con Mansa, por fin pude averiguar si tenía más lunares aparte del pie.”
    -Jajaja, no seas payaso. ¿en serio pensabas en mis lunares?
    - Jajajaj, Sí Mansa, pensé en ellos, me traes loco desde que tengo trece años. Cumple un sueño de vida, seguro te ganas puntos con Dios.
    -Jajaja. Tarado.

    Nos seguimos besando y ya le había quitado la casaca corta de lana que tenía. Mis manos acariciaban su espalda, su cintura y sus caderas. Mientras escuchaba dulces sonidos de excitación me erguí un poco, levanté su blusa para poder ver su vientre. Era blanquísimo, algo pálido y formaba los pliegues naturales de una cuarentona cualquiera; pero para mí, en ese instante, era como ver un pedazo de La maja desnuda. Volví a acercarme a sus labios ya con mi mano recorriendo su piel, deslizándola como una serpiente hasta el premio de sus pechos.

    Disfrutaba el momento, sintiendo sus pezones y la tibieza de sus senos, aún sin verlos. Estaba maravillado con los sonidos de su boca y las sensaciones de mis manos, hasta que la fuerza retenida en mi pantalón me hizo erguirme y jalarla hacia mí para despojarla definitivamente de su blusa. A la par me quité la casaca y el polo, también la correa y desabroché mi pantalón. No podía creer que estaba en tal fiesta de caricias con Mansa, con una mujer de cuanta y tantos, con una Milf en toda la regla… ¡y sin pagar!

    La observé así, ya con los pechos desnudos. Me recosté con la cabeza sobre el otro brazo del sillón y, tomándola de la cintura, la puse sobre mi pelvis. Sus caderas aún resaltaban su silueta. Ya no era, naturalmente, una jovencita de cuerpo firme, pero su cuerpo pequeño y blanco, salpicado con pocos aunque notorios lunares, como gotas de tinta negra, todavía podían competir con la figura de una treintañera cualquiera. Su cuerpo pequeño, su vientre todavía plano, eran el fondo ideal para unos pechos que la edad había hecho añejar más que envejecer. Nunca habían sido grandes, y aunque ahora se veían algo caídos, parecía que su tamaño original favorecía a que la imagen actual no fuera de ruina, sino de pintura clásica. De hecho, me hizo recordar aquella pintura de Zuloaga. Sí, en mi mente enferma me iba a tirar a la condesa de Noailles. Jajajaja, eso era, era una musa del siglo XIX.

    En fin, floros aparte, la tenía encima de mi cuando tocándome el pecho me dijo “Ay Santi, te debo parecer una vieja”, a lo que yo respondí “Nada de eso, eres lindísima, un sueño”.

    -Ay Santi, veo que te las sabes todas. En serio has crecido

    Antes de poder haberle respondido algo ingenioso me envolvió con una sensación electrizante. No sé explicar de qué manera recorrió mi pecho y mi abdomen con las palmas de sus manos abiertas, lo que sé es que sentí una placentera corriente que erizó todos los vellos de mi torso. En un momento, con las manos sobre mi abdomen empezó a mover su pelvis, a montarme como toda una cowgirl, en una sucesión de movimientos que a veces recuerdo rápidos, a veces en slow motion, pero siempre como invitación para acariciar esos pechos blanquísimos y de pezones claros; pequeños y algo caídos, como en una estatua griega. Su piel contrastaba con su jean azul oscuro que además le marcaba los muslos. Ya sonaba en mi mente esa canción de “esas piernas preciosas, ahaha, son toditas para mí”. Casi al instante me dio un beso para después quedarse mirándome. Sonreía. Era una sonrisa pícara, de travesura cometida o tal vez de una satisfacción incomprendida desde el análisis lógico pero intuida por los instintos: era la expresión de una timadora que ha concretado su estafa, la de una cazadora satisfecha porque su presa ha caído.

    Noté sus manos en mi espalda cuando sus labios cerraron mi boca. Me chapó con lujuria, con una intensidad que me hizo saber mi lugar en este ritual: ella me utilizaba. Yo era un objeto de su deseo, totalmente despersonalizado. Si algo de humanidad podría demostrar, seria la necesaria para alimentar su morbo. Mientras me robaba el aliento con cada beso me acariciaba el pecho y jugaba con mis pezones. Se echo más sobre mí y con la gracia de una bailarina me bajo un poco el pantalón y me tocó las bolas. Digo me toco porque fue una manera de tomarlas o acariciarlas que no sé cómo calificar exactamente. También me tocó el falo y lo sacudió, pero no fue una masturbación torpe ni una estimulación mecanizada, fueron toques muy precisos, pajeadas que eran, en un omento caricias, y en otro, roces, presiones precisas que hacía sin mirar mientras me besaba como si estuviese comiendo mi espíritu.

    Llegué a sentir que ella me hacía suyo, que ella estaba a punto de tirarme. No sé si será algo de machismo o sencillamente arrechura, pero le acaricié la espalda, desabroché el jean y se lo bajé hasta las rodillas. Le acaricié las nalgas e introduje mis dedos en su trusa. Con mi mano izquierda tomé toda una de sus nalgas de modo que las yemas de mis dedos quedaron próximas a su raya, listo cualquier dedo para cruzar la frontera a su asterisco. Con mi mano derecha palpé su pubis, sin depilar pero con el vello recortado, de manera que mi pulgar tocaba su clítoris. Estaba a un segundo de tomar las riendas de su estimulación cuando ella se movió al punto de atrapar mis manos y restregando su cuerpo con el mío fue ella quien dirigió su propio placer. Diría que se masturbó conmigo, para luego estirarse sentada sobre mí, tomar mis manos, ponerlas sobre sus pechos e inducirme a presionarlos con vigor. Diría que se sujetó los pechos con mis manos. La imagen fue deliciosa y me invitó a erguirme para besarla y tomarla por la cintura. Con mis labios en su boca le quité los jeans y cuando me disponía a abrazarla ella recorrió mi espalda y tomó mis manos.

    -Santi, no, no puedo. Esto no, esto no debe pasar.
    -Pee… pee… peero ¿cómo?
    -Perdona. Yo sé que estás ya así, y todo, pero no. Yo soy mayor y esto, simplemente no
    Se puso de pie y caminando lentamente se fue hasta su habitación.

    Pero…. ¡La put@ madre! Me cogí el rostro con las manos y me las pasé hasta la nuca. Hice un sonido mezcla de llanto con risa. ¿Cómo que “simplemente no”? O sea, prepara sangría, escucha mi floro, me deja besarla, agarramos, ella lleva el control y de pronto… de pronto “simplemente no” y se va, ¡se va!
    Ptmre, ¡Cómo puede ser! No, no entendí en ese momento. Aún con el riego sanguíneo lejos de la cabeza pensante comencé a ordenar mis ideas. Para empezar, no es no, si la flaca no quiere, pues sencillamente no va pasar, eso desde luego que estaba claro. Pero, ¿y todo lo que había pasado? ¿Para qué? ¿Por qué? No entendí.

    Ya sentado, viendo el sostén de Mansa en el suelo y su jean llegaron a mí varias ideas. En principio, quién soy yo. Para ella, un chibolo, un tipo que no es necesariamente el más atractivo de Barranco pero que, considerando su edad y las condiciones de la pandemia es el que está a su alcance. Y ese alcance es seguramente su vacilón. En términos simples, para la Milf que siempre quise, yo solo era un huevón a quien calentar y punto, un juego de límites que ella pone y punto. En síntesis, era un huevón por creérmela. ¿señales?, ¡qué señales!, ¿quién soy yo, Will Smith en Hitch, especialista en seducción, Ryan Gosling en Loco y estúpido amor, Matthew Mcconaughey en Los fantasmas de mis ex o en Como perder a un hombre en 10 días? ¡Patrañas!

    Una sangría es una sangría, una conversación es una conversación y un acto de coqueteo, por más que sea un agarre bestial hasta quedar en ropa interior, es coqueteo hasta que la mujer lo permita. Si lo corta cuando estás a punto de metérsela, pues te aguantas o te la cortas. Punto.

    Bueno, supongo que no se pueden ganar todas. Esta fue una historia de derrota, una historia en que la Milf que siempre quise me usó, me calentó y me choteo; para satisfacer quién sabe qué extraña necesidad de validación o poder. La Milf que siempre quiso no me quería a mí más que para un paleteo, a pesar de que no había recogido su ropa. Se había ido dejando no solo su jean, sino también su brasier. Nada le costaba tomarlos. No me dijo nada más, ni que me vaya ni nada. De hecho, no escuché el sonido de la chapa cuando se cierra una puerta y la voz de Mansa fue en tono de arrechura hasta el final… Esperen un momento. Será que… O tal vez no...
     
    Beyonder, 25 Jun 2022

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    Icelos230680, 25 Jun 2022

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    Danielon90, 25 Jun 2022

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    Identificado totalmente con este relato, me sucedió lo mismo con una chamita de edad avanzada...
    Y, ahí viene la consulta en estos casos, continuar hasta que pueda llegar el momento, o retirarse sin insistir como un caballero ?
     
    Ositolima1, 25 Jun 2022

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    Gracias estimado @Icelos230680, aunque no es el final...

    Precisamente esa duda es capital estimado @Ositolima1 . No creo que pueda generalizarse, cada flaca y cada situación es un mundo. Lo mejor que creo que podría decirse es encontrar el límite de arrechura de la flaca, hasta donde está dispuesta a llegar. Pero eso es multifactorial, así que la pregunta sigue siendo válida: ¿Continuar o retirarse? En esta continuación ejemplifico mi opinión, que es encontrar un punto de quiebre, un acto límite que tenga respuesta de sí o no y apegarse a esa respuesta... Espero sea de su agrado.

    Por supuesto, ha aquí la continuación:

    Estaba ahí, semidesnudo y derrotado. Mansa, la Milf que siempre quise me había calentado y choteado. Me puse de pie con la firme decisión de irme a beber whisky y oír música a todo volumen, cuando noté que su jean y su brasier estaban en el suelo. Ella había dejado la sala sin ropa y se había ido lentamente a su cuarto. Me acerqué, sigiloso, al pequeño pasadizo que separaba las habitaciones de la sala y noté la puerta junta.

    Inmediatamente uní cabos. En mi mente la sangría de bienvenida, la conversación cercana, su pie desnudo sobre el sillón y esa retirada con ciertas "aberturas" daban vueltas con el fondo musical de Sophia Loren cantando wait a minute, something is wrooong... Y sabe Dios si habrá sido la imagen de Sophia Loren bailando Mambo Italiano, mi propia vanidad o los centímetros cúbicos de sangre que aún se alojaban en mi miembro; pero mi mente interpretó todo como signos de deseo y premeditación. ¿Era entonces una peculiar estrategia de Mansa? ¿Era entonces necesario insistir?

    Dado mi estado de semidesnudez sentí que tenía poco que perder, así que armado (de valor) me dirigí a la puerta de su habitación.

    -Oye -le dije mientras tocaba- Mansa, mira, no quisiera despedirme así.

    Al tocar la puerta se abrió tanto como para poder verla. Estaba sentada al filo de la cama, con los brazos cruzados sobre sus pechos. Me miraba con cierta emoción contenida, como quien quiere reírse. Y seguí diciéndole:

    -Sé que es algo inusual, está situación, pero Mansa, llegar tan lejos para dejarlo en nada no creo que sea lo mejor.

    Terminada esa oración comencé avanzar. Estaba dispuesto a todo. Si hacía un gesto o me invitaba a parar, tenía preparada una disculpa, digamos que rendición y retirada. Pero hubo silencio, silencio y esa mirada misteriosa. Seguí avanzando, sin miedo la éxito.

    -Mansa, piensa en esto. Si sientes que hay tanto de malo como para no continuar, de todos modos habría que sentirnos mal y no hablaríamos más o puede que incluso ya no hables con mi mamá como siempre. ¿Y a cambio de qué? A cambio de no haber hecho nada, porque dejándolo todo hasta aquí no habríamos hecho nada.

    Mientras decía todo esto avanzaba hacia ella. Cuando pregunté "¿A cambio de qué?" Había acariciado débilmente su muslo con la punta de mis dedos. Y cuando dije mi última palabra ya estaba arrodillado frente a ella sentada, al filo de la cama y en silencio.

    -Sería -continué diciéndole- como pagar por algo que no tomaste, como hacer penitencia por un pecado que no se ha consumado.

    Cuando terminé de decirle esto ya había acariciado sus rodillas, muslos y pantorrillas. Estaba mirándola fijamente mientras me acercaba a su cuerpo. Su silencio cómplice fue tácito consentimiento. Besé su cuello y ella dejó caer sus brazos para acariciarme desde los hombros todo el costado del torso. Nos besamos mientras me paraba. Sin dejar de besarla la levanté tomándola de los muslos. Su cuerpo pequeño no era gran peso, así que la lance sobre la cama y la cubrí entera.

    -Santi -me decía ella, jadeando dulcemente- dime que te gusto.
    -Me gustas Mansa, me encantas desde siempre.

    Decidí bajar y tomar sus pechos con mi boca. Eran de un tamaño tan proporcional que me sentía tentado a engullirlos enteros en mi boca. Lamí sus pezones, los chupé y besé sus pechos enteramente hasta que me dijo "Más fuerte Santi, hazlo más fuerte". La vi decirme esto con los ojos cerrados y tomando mi cabeza en sus manos. Obedecí y casi que mordí sus pechos. La presión que hacía parecía poca, porque ella presionaba más mi rostro hacia sus pechos, y mientras presionaba más parecía disfrutar.

    Después de un rato seguí besándola, alternando con su cuello y presionando uno de sus pechos con mi mano. Noté que ella presionaba el otro y que con la otra mano se ocupaba de estimularse el clítoris. Interpreté que era una invitación al sexo oral, pero en cuanto mis labios llegaron a su ombligo me detuvo...

    Chan chan chan (Continuará) jajaja. Es que se reactivó la chamba
     
    Beyonder, 2 Jul 2022

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    Disculpandome por la expresión pero tmr nos va dejar denuevo con la intriga
     
    luislimasjl, 3 Jul 2022

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    Así parece estimado @luislimasjl, pero ahora termino definitvimente con este pequeño relato. Aunque creo que me fui en floro, jeje.

    Bueno cofradía lectora, les dejo la conclusión de este relato. Está alargado por algunas apreciaciones y debo decir que con algunas pausas que a lo mejor no fueron tan bruscas, pero que creo necesarias para establecer el matiz y hacerlo interesante. Bien, espero que sea de su agrado.

    Mansa me había puesto un alto, nuevamente. Ya desnudos y en la cama, no podía entender el juego que pretendía ¿tenía sentido llegar a este punto para parar? Decidí subir, alejarme de su ombligo, y encontrar la respuesta sobre su rostro.

    La escena debió durar cinco segundos, pero mi subconsciente aprovechó para apreciar cada detalle de ese cuerpo que recorría con mis ojos. La situación entera era improbable, estaba desnudo sobre una Milf, rica y que deseaba desde mi pubertad, sin mayor razón que… ¿qué razón?

    Además de interpretaciones mías sobre ciertos detalles de nuestra reunión, no había ningún motivo, ninguna historia previa, ningún amague desde todos los años que nos conocíamos. ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué? … ¿Por qué me deja estar aquí?

    Iba viendo ese magnífico ejemplar de mujer y los accidentes de su anatomía, lejos de ser imperfecciones, parecían signos de armonía natural. Su piel era blanquísima, pálida, y sus lunares resaltantes. Su vientre, todavía plano, era surcado por unas finas arrugas, dispersas, sutiles, que parecían guiar a ciertos extremos donde nacían repliegues, como mashmellows contraídos. Sus pechos, que ahora veía con atención, exhibían pequeños pezones marrones, rodeados de unas discretas aureolas que parecían haber gozado de mejor coloración en el pasado; pero que no ocultaban unas delicadas líneas azuladas, traslucidas en la pálida piel de sus pechos, que aprovechando su tamaño mediano y proporcional a su cuerpo lograban camuflar cuánto habían cedido a la gravedad; aunque no ese asomo del relieve de sus venas. Estando a 30 centímetros del rostro pude completar mi visión de ella, su cuello sin lozanía, su rostro con marcadas líneas al costado de los ojos y otras más que se dibujaban con cada mueca. Y no se confunda, amigo lector, pues todos esos signos en su cuerpo no eran otra cosa que marcas de hidalguía, detalles que complementaban su figura y la elevaban a la categoría de genuina femineidad, arrancada de la naturaleza. Una digna descendiente de Eva, retratada por los caprichosos y perfectos pinceles del tiempo.

    Así estaba, en terrible paja mental, comparando a Mansa con los desnudos del romanticismo, hasta que su voz me devolvió a la realidad.

    -Bésame, Santi

    Me dijo esto como una orden y se me dio tan natural, que a los segundos ya estaba besándola con fuerza. En un instante me percaté de que la intensidad de los besos la ponía ella, lo que quedó muy claro cuando me separó de su rostro mientras me mordía delicadamente el labio inferior.
    Sin soltar mi labio hizo una mueca que, solo podía significar “métemela”. Es así, amable cofradía lectora, que luego de casi dos décadas, su humilde servidor fue recibido en las puertas de Valhalla, que aquella veterana valkiria me abría, a través de sus piernas.

    Aquella sensación de tibieza, tan regular en toda penetración, fue esta vez acompañada por escenas sucesivas en mi mente, de ella, de Mansa, de la Milf que siempre quise, desde mis trece años hasta ahora.

    La tenía sujeta de la pierna derecha, estirándosela, mientras mi otra mano se apoyaba en su muslo. No sé cuanto tiempo estuve, ligeramente erguido, disfrutando de la sensación en mi entrepierna y de la escena se su cuerpo echado, rendido a mi penetración y coronada por esa impagable carita con sus ojos cerrados de placer, a la par que gemía agudamente. Era un rostro de mujer, de una verdadera hembra a quien ahora yo poseía… O al menos eso me pareció.

    Rápidamente tomó mis manos y las puso sobre sus pechos. Empezó usarlos para masajearlos mientras me aprisionaba con sus piernas, atenazándome y logrando una postura de máxima exitación para ella. Luego se movió sostenidamente y me ordenó “Muévete más rápido”. Yo, hipnotizado, me moví como si no hubiera un mañana, apoyándome en sus hombros, presionando su cuerpo en contra de mi movimiento de entrada y salida.

    Mansa estaba en camino a un trance. Llegado el momento, que habrá sido en poco más de un minuto, me metió un chape que parecía una combinación de técnicas de Mortal Kombat, el fatality de Mileena (la de la boca gigante que te comía la cabeza de un mordisco) y el de Shang Tsung quitándote el alma.

    Apenas terminó, con una fuerza inusitada me empujó hasta que quedé echado sobre mi espalda y procedió a montarme. Puso las palmas abiertas de sus manos sobre mi pecho, algo cerca una de otra y se movió como una batidora. Gemía muy agudamente y con los ojos entrecerrados, ignorando mi presencia. Sus caderas se movían de adelante hacia atrás más que arriba abajo, siguiendo los designios de su placer carnal. Se estaba masturbando con mi falo erecto en su vagina y todo lo que yo podía hacer era sentir el placentero temblor sobre mi pelvis, la acogedora y envolvente presión sobre mi falo, la fuerza de sus manos y uñas sobre mi pecho y observar, maravillado, a esa jinete salvaje de más de cuatro décadas montándome y temblando de placer. Casi lloro de emoción.

    Sus gemidos se hicieron sostenidos un par de veces, al tiempo que su movimiento de caderas se hizo más firme, largo y lento. En uno de esos me vine, en una de las venidas más gloriosas de mi modesta vida. El orgullo me hace creer que ella se vino más de una vez, no puedo asegurarlo, pero sí me quedó claro que al menos sí llegó a venirse como esperaba; pues antes de dejarse caer con altísima gracia, una sonrisa de inequívoca satisfacción acompañó su rostro.
    Estuve un rato sin moverme, pasmado, me imagino que tenía una sonrisa de pelotudo impresionante. Estaba perdido en una ensoñación de plenitud y ganas de saltar sobre la cama, hasta que Mansa me devolvió a la realidad. “Si quieres dúchate. No hay problema”.

    Sus palabras sonaban como imagino que sonaría el canto de una sirena en altamar, distante, palabras dichas con una mezcla de tentación y dulzura. Hice lo que me sugirió, llevé conmigo mi ropa y me duché en su baño. En algún momento la oí decir. “No te preocupes, ah. Sírvete algo de la cocina y anda nomás. De esto nada, ni una palabra. No pasó”. Lo dijo desde el cuarto, sin intención ni ganas, como somnolienta. Cuando me asomé por la puerta del baño ya había cerrado su puerta. No tuvo que decir nada más. Antes de dejar su casa me aseguré de tener conmigo el recibo del mantenimiento y le dije muy fuerte. “Ya me voy, cuídate. Chao” Cerré la puerta con la única esperanza de que Mansa notará que acababa de dejar su casa. Mi rol en aquella situación era claro para mí.

    Camino a casa, con ganas terribles de encender un pucho, pero impedido por la mascarilla, me entretuve pensando en la manera como creamos nuestras narrativas. Me pareció estar irremediablemente inmerso en juego, donde cada quien se cuenta la historia que más le divierte, le conviene o le sirve. Según yo, al principio, había sido un seductor capaz de incitar y lograr tener el cuerpo de una señora Milf. Ja! Pero el hecho es que siempre fui una herramienta de su juego, una distracción inmediata que sirve para eliminar algo de estrés. Un culito, fui yo para ella. Esta vez, me tiraron. Jajajajaja.

    Supongo que es esta la forma más amable de el cazador, cazado, jajaja, en fin, ¡Que así sea! Pensé en Mansa cuando mi mamá, ese mismo día por la noche, me invitó una sangría para acompañar la pizza artesanal que le llevé a la playa.

    -Hijito, ¿cómo está Mansa, como la viste?
    -Pues… Bien mamá, la vi bien. Creo que está muy bien, a pesar de todo, muy bien.
    -Qué bueno hijito, qué bueno.

    Salud, Mansa, salud. Jajajajajaja.
     
    Beyonder, 11 Jul 2022

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