Crónicas del Placer Don Pepe, un viejo gordo y libinidoso (Parte15)

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Salta Montes, 24 May 2024.

    Salta Montes

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    Ya habían pasado varios días desde la fiesta de cumpleaños de Daniela. No podía quitarme de la mente, como el esposo de ella se había sobrepasado conmigo, obligándome a tener intimidad, aprovechándose de su embriaguez. Había pasado una experiencia aterradora y humillante, y la había guardado en el rincón más oscuro de mi memoria. Mi esposo, por suerte, nunca se enteró de nada, ya que despertó a mediodía ajeno a todo lo ocurrido.

    Don Pepe, por otro lado había desaparecido de mi vista desde aquella madrugada. Apenas lo había vislumbrado una vez, saliendo a apresuradamente de su apartamento hacia la calle. Su ausencia era un alivio y una inquietud a la vez. Cada vez que cruzaba el pasillo o subía a las escaleras, sentía su sombra sobre mí, aunque no estuviera allí.

    Una noche, antes de que llegue mi esposo del trabajo, mientras regresaba de hacer algunas compras en el supermercado, lo vi. Estaba al final del pasillo, apoyado contra la pared, con una escoba en la mano. Su mirada se clavó en la mía, y sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Intenté esquivarlo, fingiendo no verlo, pero él no me lo permitió.

    —Marta —su voz resonó en el pasillo vacío—, necesito hablar contigo.

    Intenté ignorarlo y continuar mi camino, Pero el gordo dio un paso adelante cortándome el paso.

    —Marta —repitió, esta vez con más firmeza—, no puedes evitarme para siempre.

    Me detuve, mi corazón latiendo con fuerza. No tenía fuerzas para enfrentarlo, Pero sabía que no tenía otro opción. Respiré hondo y me giré hacia él.

    —¿Qué quieres, Don Pepe? —mi voz salió más temblorosa de lo que hubiera querido.

    Él sonrió, una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

    —Solo hablar, eso es todo —dijo, levantando las manos en un gesto de paz—. Vamos al cuarto de limpieza. Nadie nos molestará allí.

    Dudé por un momento, pero finalmente acepté, él avanzó primero, a prudencial tiempo lo seguí, me percaté que ningún vecino estuviera. Descendí al primer piso temblando de miedo y también de inquietud. El cuarto de limpieza que estaba debajo de las escaleras era un lugar apartado y solitario. La poca visibilidad que había en el pasillo del primer piso, era un aliado para poder pasar. Sin que nadie me viera empujé la e ingresé, Don Pepe cerró la puerta detras de mí. El cuarto estaba completamente oscuro, esperó, como la vez pasada, unos eternos segundos para aprender la luz.

    Cuando encendió la luz, su presencia me hizo retroceder, por las miradas acosadoras que me dió como un león enjaulado.

    —Marta no puede seguir ignorando lo que pasó entre nosotros —dijo acercándose lentamente—. Sabes que fue algo muy especial.

    —¿Especial...? —repetí, con una risa amarga y metálica—. Fue un error, Don Pepe. Yo soy una señora y no merezco esto.

    Él, negó con la cabeza dando otro paso hacia mí.

    —No, Marta. Fue el comienzo de algo —dijo, su voz llena de convicción—. Sé que lo sentiste también. No puedes negarlo.

    Intenté retroceder, pero ya no había más espacio. La pared frío se clavaba en mi espalda, Don Pepe levantó una mano y acarició mi mejilla.

    —No, Don Pepe. Esto tiene que parar —murmuré, intentando apartar su mano.
    Él se inclinó hacia mí, sus labios apenas unos centímetros de los míos.

    —No puedes escapar de esto, Marta. Sabes lo que quieres tanto como yo —susurró, sus ojos ardiendo con deseo.

    Me quedé sin palabras, atrapada entre la pared y su cuerpo. Mi resistencia se desmoronó, y en ese momento, supe que no tenía escapatoria. Me había seducido una vez más, llevándome al rincón oscuro del edificio donde nuestros deseos secretos cobraban vida.

    Ya no podía quitármelo de encima, él me miraba con esos ojos chispeantes llenos de una mezcla de sabiduría y deseo que me desarmaban por completo. En ese rincón apartado del edificio donde nadie se atrevía a pasar, Don Pepe me tenía atrapada.

    —Marta, no sabes cuánto he esperado este momento, desde la última vez —murmuró Don Pepe, su voz ronca y cargada de placer.

    Yo sentí un escalofrío recorrer la columna, mientras él deslizaba una mano firme pero gentil sobre mi brazo, acercándose a mi cuerpo robusto y cálido. Solamente cerré los ojos, y me entregué al torrente de sensaciones que me embargaron. Sus labios se encontraron con los míos, en un beso profundo y ardiente, su lengua danzaban con la mía en una necesidad casi salvaje.
    Don Pepe con la destreza de un amante experimentado deslizó sus manos por mi espalda, trazando curvas y rozamientos electrizantes.

    Sus dedos encontraron el borde de la blusa y, con un movimiento experto la deslizó hacia arriba liberando la piel suave y tibia al aire de la habitación, después con un movimiento mecánico desabrochó mi sujetador, al instante mis enormes senos bailaron frente a él. Succionó con destreza y ternura que me sorprendió y excitó, sin querer empecé a jadear. Mi piel se erizó bajo el toque hábil de Don Pepe, y me dejé llevar por la pasión de su habilidad.

    —Eres hermosa y deseable, Marta —susurró, sus labios rozando el lóbulo de mi oreja mientras sus manos se aventuraban más abajo acariciando mis caderas con una ternura apasionada.

    Me aferré a los hombros de Don Pepe, sintiéndo su fuerza contenida en sus brazos obesos. Cada caricia y roce era un electrizante shock de placer, que no entendía. Él, apoyándome contra la pared levantó mis faldas, tocando mis nalgas a placer. Sus labios viajaban desde mi cuello hasta la punta de mis pezones, me arrancó un gemido suave y cargado de deseo.

    —Don Pepe... —susurré, mis manos enredándose en los escasos cabellos de su cabeza.

    Él, sonrió victorioso contra mi piel, un gesto que fue casi imperceptible para mí. Se desabrochó su pantalón con una destreza sorprendente. Dejándome ver su potente virilidad al bajarse los calzoncillos. Mi cuerpo se anticipó y estuve a punto de explotar.

    —No puedo más esperar —dijo Don Pepe levantando su miembro eréctil hacia mi pubis—. Te voy a bajar el calzón.

    Y así lo hizo, me bajó hasta las pantorrillas, y directamente me introdujo sosteniéndome mis nalgas con sus dos manos. De pie, frente al espejo, nuestros cuerpos se encontraron en un ritmo frenético, cada movimiento sincronizado con una pasión desenfrenada. Lo metía y sacaba en una forma salvaje, el enorme pene largo y grueso no encontró resistencia.

    Sentí que el mundo se desvanecía, quedando solo el placer intenso y embriagador que Don Pepe me ofrecía. Y así, en ese rincón oculto del edificio Don Pepe cargado de un torbellino de deseos, me convirtió nuevamente en su muñeca de placer.

    Me hizo terminar varias veces, y casi siempre yo me llevaba las manos a mi boca para no gemir demasiado, queriendo ocultar lo prohibido, hasta que llegó el momento que me llenó toda por dentro. Sus ojos, fueron después, dos pozos apacibles de tranquilidad y satisfacción. Cuando sacó al gran titán de mis profundidades, el líquido seminal resbaló entre mis piernas mojando todo lo que encontraba en su paso.

    Después de amarnos salvajemente en el cuarto de limpieza, nuestros cuerpos quedaron empapados en sudor, como si la habitación misma hubiera sido convertida en una sauna. Me aparté de Don Pepe, con la respiración entrecortada y el corazón a un palpitando en mis oídos. Entre el desorden del armario donde se encontraban los detergentes, vislumbré un rollo de papel higiénico. Don Pepe, anticipando mis necesidades con una sonrisa cómplice, rápidamente tomó el rollo y me lo ofreció con un gesto de caballerosidad inesperada.

    —Toma, Marta —dijo, con una voz ronca aún por la pasión.

    Agradecida, empecé a secar mi cuerpo, pasando el papel con mi piel húmeda, sintiendo el contraste fresco contra el calor que aún emanaba de mis poros. Mientras lo hacía, no pude evitar que mis ojos se posaran en él. Don Pepe me observaba con una intensidad que solo encendía de nuevo los rescoldos de nuestro encuentro. Sus ojos seguían cada movimiento de mis manos, llenos de un deseo que no parecía agotarse.

    —Déjame ayudarte —murmuró, acercándose de nuevo.

    Sus manos grandes, toscas y firmes tomaron un pedazo de papel y empezaron a secar mi cuerpo con una ternura que contrastaba con la pasión salvaje de hace unos momentos. Cada caricia, cada rosa del papel sobre mi piel era una prolongación de nuestro íntimo contacto. Cuando sus manos llegaron a mis pechos, sentí un una ola de calor recorrerme de nuevo, y cerré los ojos, dejándome llevar por las sensaciones.

    Luego, sus manos descendieron, y con delicadeza casi reverencial, comenzó secar mis partes íntimas, por delante y por atras. Mi respiración se hizo más profunda y entrecortada, mientras él se ocupaba de cada rincón de mi cuerpo con una dedicación que me estremecía.

    Pero entonces, mi mirada cayó sobre mi ropa interior, abandonada en el suelo, empapada con el líquido de la pasión. Un suspiro de resignación escapó de mis labios.

    —Esto... no se puede secar así —dije, señalando mi ropa íntima.

    Don Pepe esbozó una sonrisa ladeada, esa misma que siempre lograba desarmarme.

    —No importa, Marta —respondió, tomando la prenda con suavidad—. Hay cosas que no pueden esconderse o borrarse tan fácilmente.

    Nos quedamos en silencio, cada uno con sus pensamientos, en el pequeño cuarto de limpieza que había sido una vez más testigo de nuestra entrega prohibida. Afuera, el mundo seguía su curso, pero en ese rincón del edificio Solo existíamos nosotros, atrapados en momento que parecía desafiar el tiempo y la realidad.

    De una manera casi militar esquivando cualquier mirada indiscreta de algún vecino o transeúnte, avancé con paso firme y decidido hacia la puerta de mi apartamento. Cada sonido, cada sombra parecía un potencial testigo de mi secreto ardiente. Sentí el pulso acelerado en mis venas, un eco de la pasión que acababa de compartir con Don Pepe.

    Finalmente, llegué sana y salva a la seguridad de mí hogar, el latido de mi corazón disminuyendo lentamente mientras giraba la llave en la cerradura. Con un suspiro de alivio, me adentré en la familiaridad de mi espacio, cerrando la puerta tras de mí con un leve clic.

    Don Pepe, entre tanto, permanecía en el cuarto de limpieza conforme a su plan. Su figura robusta y segura estaba ahora envuelta en la penumbra del pequeño cuarto, guardando con paciencia el paso del tiempo. Teníamos un acuerdo: no saldría de su escondite hasta media hora después de mi retirada, garantizando así que nuestras idas y venidas no levantarían sospechas.

    Al pensar en él, una sonrisa furtiva curvó mis labios. No solo había dejado atrás la tensión del encuentro, sino también una prenda muy particular. Don Pepe, se quedó con mi calzón mojado por los fluidos íntimos, un recuerdo tangible y provocador de un encuentro clandestino y prohibido.
     
    Salta Montes, 24 May 2024

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    Muy buen relato cofrade Salta Montes, felicitaciones.
     
    Potólogo, 24 May 2024

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    Coincido muy buen relato espero más relatos así bien sensualones , felicidades también
     
    luiscontreraxxx, 24 May 2024

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    @Potólogo

    Muchas gracias por tu comentario, me alegra mucho que hayas disfrutado del relato, tus felicitaciones significa mucho para mí y me motivan a seguir escribiendo, espero que sigas disfrutando de las próximas entregas.
     
    Salta Montes, 25 May 2024

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    @luiscontreraxxx
    Muchas gracias por tu comentario, me alegra saber mucho que disfrutaste del relato. Tengo mucho más relatos sensuales en mente, Así que quédate atento para más historias llenas de pasión y emoción. Gracias por leer y por tu apoyo.
     
    Salta Montes, 25 May 2024

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    Faltaba más , atentisimo sobre todo mucha pasión saludos
     
    luiscontreraxxx, 25 May 2024

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