Follé con mi novia, su madre y sus hermanas (Capítulo 4)

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Felipe Vallejo, 22 Nov 2020.

    Felipe Vallejo

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    Capítulo IV: 52 kilos de ‘experiencia’

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    Habían pasado unos meses ya desde la noche del doblete. Majo y yo continuamos nuestra relación, cogiendo en su apartamento, a veces en el mío, en el de algún amigo y hasta en sitios públicos. Con Majo no se escatima en nada cuando a sexo se refiere. En ocasiones, cuando iba a visitarla a su apartamento, me encontraba con Esperanza. Era una situación que de verdad que me hacía sentir incómodo, pero al fin y al cabo, inevitable. Más si se tiene en cuenta que ella aprovechaba cualquier distracción para coquetear o insinuarse. Pero poco a poco lo ocurrido con Esperanza fue convirtiéndose en un recuerdo lejano...

    Un miércoles en la tarde que salí temprano del trabajo, decidí llegar de sorpresa al apartamento de Majo. Me encantaba ir sin avisar y sorprenderla con un lindo detalle, una salida o sencillamente una visita que no se esperaba.

    Toqué el timbre y me contestó su madre. “Ella no está, está en la universidad. Tiene clase hasta las siete de la noche. ¿Quieres entrar y esperarla?”. Faltaba solo una hora para las siete, así que le dije que sí. Subí por la escalera para hacer algo de tiempo y así pensar que la espera en su apartamento no se me haría eterna.
    Mi relación con la mamá de Majo era bastante cordial. Era una señora de unos 49 años, calculo yo. Muy amable y extrovertida. Bastante bien conservada para su edad, y más si se tiene en cuenta que ha parido a cuatro hijas: Mafe y Esperanza que son las menores, y Laura y Karla.. Toqué el timbre del apartamento y me abrió, la saludé, y me invitó a entrar.

    Me preguntó si quería esperar a Majo allí en la sala y si quería tomar algo mientras la esperaba. Le pedí un café. Siguió de largo hacia la cocina a preparar el café. Me quedé observándole el culo mientras caminaba para abandonar el salón Como me calentaba esta mujer, con el solo hecho de caminar me hacía delirar y desearla. Pero yo sabía que era solo eso, fantasía, era algo imposible. Más si tenía en cuenta la gran angustia que sentí la noche del doblete.

    Sentí curiosidad por averiguar si estaba Esperanza. Así que me acerqué a la cocina y empecé a charlar con la hermosa madura madre de mi novia. Fingí interés por conocer el paradero de los miembros de su familia, le pregunté por su esposo, por Esperanza y por sus otras dos hijas. De inmediato me enteré que solo estábamos los dos en el apartamento, con lo cual sentí alivio; no tendría que soportar momentos incómodos con la pesada de Esperanza.

    Una vez que tuvo el café listo, le ofrecí mi ayuda para llevarlo a la sala; ella también se sirvió una taza y me acompañó tomando el café. Encendió un cigarrillo y empezó a hacerme conversación. Me preguntó por el trabajo, el estudio y por cómo me sentía siendo el novio de su hija.

    Mariajosé, la madura madre de mi novia, llevaba una camisa de seda, escotada, con cierre en botones, La llevaba apuntada hasta la altura de su pecho, por lo que yo no podía dejar de mirarle mientras hablábamos en la sala. Sus senos eran hermosos, o por lo menos aparentaban serlo atrapados bajo esa camisa.

    Le respondí que estaba perdidamente enamorado de su hija, que no imaginaba mi vida estando sin ella. Quizás una respuesta de cajón, pero sencillamente le estaba contestando con la verdad. Luego me preguntó si peleábamos mucho, respondí diciéndole que lo normal en cualquier pareja, pero que lo bueno era que siempre nos reconciliábamos. Siguió con sus preguntas, como si de un interrogatorio se tratara. Pero a mí no me molestó, de hecho, sentí mucha confianza al hablar con esta mujer.

    Me preguntó si alguna vez le había sido infiel. En ese momento me inquieté muchísimo, empecé a imaginarme que Esperanza había abierto la boca y le había contado todo. Le respondí firmemente que no, mirándola fijamente sus ojos, utilizando mi voz en un tono seco y contundente.

    Evidentemente no sabía lo de Esperanza, si lo supiera me habría corrido a patadas de su casa, podía estar tranquilo. Luego empezó con preguntas más subidas de tono. “¿son felices?... ¿son felices en la cama?”
    Quedé bastante sorprendido con la pregunta. Me pregunté “¿qué más da si se lo digo o no?” Realmente no me lo esperaba, pero le respondí. Le dije con convencido que sí, que nuestra relación tenía una sólida base en la amistad, complementada en el entendimiento en la cama, y que gracias a ello es que podían vernos profundamente enamorados.

    Encendió otro cigarrillo, sostuvo el humo por un rato largo, luego de soltar una gran bocanada de humo marcó una sonrisa complaciente en su rostro y me dijo sentirse feliz por nosotros. Volvió a dar una pitada a su cigarro y luego me manifestó su apreció. Me dijo que si en algún momento yo me hacía parte de su familia, me acogería con orgullo y cariño.

    Miró su reloj y vio que ya eran las siete, Majo ya había salido de clase. “¿Por qué no la llamas y le avisas que estás acá?”

    La llamé y le dije que estaba en su apartamento, respondió que ya iba camino a casa y que demoraría aproximadamente unos 45 minutos. “Si quieres prende la tele mientras la esperas” dijo la amable madre de mi novia.

    Ella se fue hacia la cocina meneando ese redondo culo. De verdad que sabía hacerlo, esta señora era sensual en todo momento.

    Aliviado de estar solo allí en la sala, sin la presencia de Esperanza y habiendo superado el interrogatorio de la madre de mi novia, empecé a cambiar los canales para ver si estaban dando algo interesante en la tele. ¡Nada bueno!, una gran cantidad de morbosos noticiarios, mucha novela mexicana y venezolana, una repetición de la victoria de Racing sobre San Lorenzo en la Copa Sudamericana 2002, algunas luchas falsas, de esas en las que se rompen sillas en la espalda pero no sangran; monjas enseñando cocina española, en fin, no había nada bueno en la tele.

    Cuando me resignaba a ser presa del aburrimiento por 45 minutos, Mariajosé entró nuevamente en la sala. Se sentó junto a mí, traía un cenicero en su mano y en la otra un cigarro. “¿Qué ves?” pregunto la sensual mujer. “Nada interesante”. Y apagué el televisor. Le pregunté que si era habitual que estuviera sola en casa. Respondió diciendo que por lo general no, su marido casi siempre estaba, o alguna de sus hijas, y cuando no, generalmente alguna visita tendría, eran una numerosa familia. Luego quiso saber qué tenía planeado hacer con Majo.

    Ese día quería llevarla a comer a un sitio bastante exclusivo, había reservado, quería darle esa sorpresa.
    Permanecimos en silencio por un rato. Fue algo incómodo, pero más incómodo iba a ser romperlo, pues Mariajosé tenía pensado confrontarme. “¿Son felices?”, repitió la pregunta, quedé sorprendido. ¿Por qué la hacía de nuevo? Le respondí nuevamente que sí. Permaneció callada por un par de segundos y me dijo, “¿Entonces por qué miras tanto el escote?”.

    Me dejó helado la pregunta. No sabía que responderle; fui precavido al hacerlo, me tomé mi tiempo antes de abrir la boca, dediqué un par de segundos a pensar en algo creíble para zafar del incómodo momento.
    Ella rompió el silencio y se anticipó a mi respuesta diciendo, “tranquilo, no pasa nada. Es más habitual de lo que crees. Pero no me mientas. Si me dices que estás tan enamorado de mi hija ¿Por qué miras a otras mujeres? Me pones a dudar. Quizás creas que son felices, pero posiblemente no lo son. No lo dudo por ti, lo dudo por ella; si observas otras mujeres es porque ella no satisface todo tu deseo y eso implica que cuando follas con ella no lo haces como ella lo merece… pero no te preocupes. Voy a ser yo quien juzgue eso”.

    Capítulo V: Lecciones de una suegra preocupada

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    Apenas terminó la frase se soltó todos los botones de su camisa, se la quitó y la hizo a un lado. Siguió con su sostén mientras yo, anonado, la miraba sin poder creer lo que ocurría. Su torso estaba al desnudo, sus senos eran una verdadera maravilla de la naturaleza, de buen tamaño, en forma de gota o campana, con una base ancha y una parte superior más fina, ligeramente caídos, aunque realmente no tanto, no por lo menos si se considera que amamantó a cuatro hijas. Ya con su pecho al descubierto, encendió otro cigarro y apenas le dio la primera pitada me preguntó, “¿qué tal me ves?”...
     
    Felipe Vallejo, 22 Nov 2020

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