Follé con mi novia, su madre y sus hermanas (Capítulo 13)

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Felipe Vallejo, 27 Nov 2020.

    Felipe Vallejo

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    Capítulo XIII: Maquinaciones de una madura afligida

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    Continuamos nuestra vida normal. Yo seguí saliendo con Majo, haciendo caso omiso de la advertencia de su madre. No pensaba terminar con ella y en caso de que su madre hiciera lo imposible para acabar con nuestra relación, yo haría lo mismo para que esto no ocurriera. De todas formas parecía que esto ya no era relevante para esta mujer. Siempre que pasaba por su apartamento buscando a Majo, me recibía, me hablaba y me atendía muy bien, era como si hubiera olvidado lo que había ocurrido durante esas vacaciones o quizás como si me estuviera dando una segunda oportunidad.

    Fueron pasando los meses, mi relación con Majo era cada vez más sólida, a tal punto de que estábamos pensando en vivir juntos. La idea era que ella se mudara a mi apartamento lo más pronto posible. Solo teníamos que esperar la llegada del fin de mes, con esto tendríamos dinero para comprar ciertas cosas que necesitábamos para poder vivir los dos.

    Que Majo se mudara a vivir conmigo era una idea que por lo menos a mí me ilusionaba por completo. Ya no tendría que ir al apartamento de sus padres, bueno, ocasionalmente de visita pero ya no sería tan frecuente; no tendría que sentir ese temor, esa incertidumbre de saber si la madre de Majo abriría la boca para pretender terminar con nuestra relación. También significaba alejarme un poco de la tentación que implicaba visitar ese apartamento, no ver más a su madre o a Esperanza; era de alguna forma asegurarme la tranquilidad de mi consciencia. Además, anhelaba desde hace un buen tiempo convivir con Majo.

    Ya era un hecho que Majo se iría a vivir conmigo. La mudanza la haríamos durante un fin de semana, pero durante la semana, mientras ella trabajaba y estudiaba, yo iría al apartamento de sus padres para ir recogiendo algunas de sus cosas. Lo más grande y pesado nos lo llevaríamos el fin de semana.

    El miércoles de esa semana, recuerdo que llegué alrededor de las cinco de la tarde a su apartamento. Esperanza fue quien me abrió, estaba sola en casa. De hecho, estaba dormida y se despertó cuando yo toqué el timbre. Me hizo pasar y luego se volvió a ir a la cama. Yo empecé a bajar algo del trasteo de Majo, objetos livianos que podía alzar sin dificultad y meter en el ascensor. En una de tantas subidas y bajadas me encontré con Mariajosé, la madre de Majo, en el pasillo principal del edificio, el que da el acceso al ascensor. Como me vio agotado me hizo sentar en la sala y me ofreció una bebida. Le pedí un vaso de agua, lo trajo al instante y se sentó junto a mí. Hablamos por un rato y justo como me lo esperaba, sacó el tema del incidente de Karla en el paseo. Me dijo que esa noche, luego de habernos visto se había ido a su cuarto a tratar de dormir, pero no lo había conseguido. En su cabeza daba vueltas la imagen de su hija mayor fornicando conmigo, una y otra vez aparecía esa imagen en su cabeza.

    Decía que se había acostado enojada, pensando que le parecía inconcebible lo que habíamos hecho, pero que con el pasar de las horas había decidido que lo mejor era olvidarse del tema. Que había resuelto guardar silencio, no porque yo le cayera bien y aprobara lo que había hecho, sino porque ella era tan culpable como yo, porque ella también había conseguido que yo le fuera infiel a su hija. Además porque sabía que si le contaba a Majo, le iba a romper el corazón, la iba a hacer sufrir inmensamente y eso no era lo que quería para su hija.

    Dicho esto, me dijo que había decidido darme una nueva oportunidad, eso sí, advirtiéndome que si volvía a ocurrir, si le volvía a ser infiel a su hija, fuese con quien fuese; no se limitaría a acabar con nuestra relación, sino que haría lo imposible para acabar con mi vida. Dura advertencia me daba esta señora, que parecía muy convencida, así que asentí con mi cabeza, le dije comprender del todo lo que acababa de decirme y prometí no defraudarla.

    Una vez que terminamos de hablar se ofreció a ayudarme a bajar algunas de las pertenencias de Majo. Muchas de las cosas ya estaban en cajas, así que nos las repartimos y empezamos a llevarlas al ascensor y luego al auto. Había algunas que eran tan pesadas que debíamos alzarlas entre los dos. Y fue aquí cuando aparecieron los problemas.

    Cada vez que Mariajosé se agachaba a recoger alguna de las cajas, me daba una inmejorable panorámica de sus hermosos senos, era inevitable no verlos, aunque sea de reojo. Luego ponía las cajas en el suelo y se acomodaba su camisa, no sabía si se daba cuenta de que le estaba mirando allí, así que busqué ser medianamente disimulado.

    De verdad que Majo tenía muchas cosas, pensaba llevarse un montón de ellas, tantas que casi no terminamos de bajarlas y meterlas en el auto; para cuando terminamos ya había anochecido del todo.

    Una vez que acabamos, Mariajosé me invitó nuevamente a entrar en su apartamento a tomar algo para refrescarme. Acepté su invitación en medio de agradecimientos. Me ofrecí para ayudarle a servir las bebidas pero me dijo que no era necesario, que la esperara en la sala y que ella las llevaría al instante. Sentado en uno de los sofás de la sala, recuperándome de un trasteo agotador, esperaba por Mariajosé. Ella se acercó con una bandeja, en ella traía dos vasos. Cuando se agachó para poner la bandeja sobre la mesa nuevamente pude observarle sus senos, casi que me los puso en la cara. Ella dejó escapar una risa ligera, “siempre me pasa lo mismo con esta camisa”, dijo mientras se reacomodaba sus senos en la blusa. Se dio vuelta para recoger los vasos, agachó su torso, manteniendo sus piernas sin flexionarse, permitiendo así que su culo se asomara en su punto más alto, se veía muy ajustado, muy provocativo.

    Cuando se dio la vuelta para darme el vaso tropezó y dejó caer gran parte del líquido en ella y en mí. Casi todo cayó en su camisa y sobre mi pantalón, inmediatamente dijo que iría a traer un trapo para secarnos. Volvió muy rápido y empezó a pasárselo sobre su camisa a la altura de sus senos. “Esto no seca, me voy a cambiar”, dijo al tiempo que desapuntaba su camisa. Luego me pasó el trapo para que yo intentara secarme. Cuando terminó de hablar se sentó en el mismo sofá en que yo estaba y prendió un cigarro. Yo le pregunté ¿por qué no iba a ponerse otra camisa?

    “Cuando termine de fumar voy cariño”, siguió allí y me alcanzó el otro vaso, el que aún tenía agua. La bebí mientras charlábamos y ella fumaba el cigarro. Para ese momento yo hacía un gran esfuerzo por no mirarla, no quería calentarme al ver su cuerpo y dejar en evidencia la excitación que me provocaba. Pasaba el tiempo y cada vez se me hacía más difícil contenerme. Había pensado quedarme esperando a que llegara Majo, pero viendo el esfuerzo que me estaba costando evitar excitarme con esta madura en sostén, decidí que lo mejor era irme.

    Me puse de pie para despedirme e inmediatamente ella me preguntó, “¿no te vas a esperar a que llegue Majo? ¿Te vas a ir con el pantalón mojado?... Si quieres lo metemos en la secadora unos 15 minutos”. No tenía tiempo para dudar, así que acepté pero le pedí que me alcanzara una toalla para taparme. “No es necesario, no hay nada que no haya visto”, contestó la sensual madre de mi novia.

    Ahora si estaba en verdaderos problemas, sin el pantalón se daría cuenta sin mayor esfuerzo de mi estado; lo peor es que cada minuto que pasaba me sentía más caliente a pesar de no haber visto nada diferente a esta tremenda veterana en sostén.

    De todos modos me quité los pantalones y asumí el reto de poner mi atención en cualquier otra cosa. En un comienzo lograba distraerme, le hablaba a la madre de Majo de lo estresante que estaba siendo el trabajo desde que habíamos vuelto de vacaciones. Y funcionaba, me concentraba tanto en recordar todos los detalles que me generaban estrés en el trabajo, que hasta había perdido todo el interés por mirarla. Era casi un monólogo, ella se limitaba a responder con monosílabos o asintiendo con la cabeza a casi todo lo que le contaba. Pero poco a poco me fui quedando sin tema de conversación, por segundos se hacían unos silencios muy tensos. Tenía que pensar rápidamente en el siguiente tema para hablar con esta señora antes de caer en la tentación de perderme en sus monumentales tetas. Y así estuve por aproximadamente 15 minutos, después se me hizo cada vez más difícil no centrar mi mirada en ella.

    La miraba, cada vez que se hacía silencio, ella llevaba constantemente el cigarro a su boca y luego soltaba rápidamente el humo, como con desprecio, o quizás mejor, prepotencia. Ocasionalmente bajaba su cabeza mirando hacia sus senos mientras se enredaba un mechón a la altura de su hombro.

    Desesperadamente escarbaba en mi cabeza buscando un nuevo tema del cual hablar con Mariajosé, pero me era imposible ¡Ahora sí que estaba en un lío! Cada silencio era una tortura; a tal punto que en un momento, cuando justo yo estaba contándole algo, tuve que cortar, interrumpirme a mí mismo para excusarme e ir al baño. Encendí la luz del baño, y sí, me vi, ¡estaba durísimo!

    Me eché un poco de agua en la cara, busqué poner mi mente en blanco; me era muy difícil conseguirlo. Permanecí un par de minutos allí buscando tranquilizarme. Mi plan era salir del baño y dirigirme directo a donde estaba la secadora y tomar mi pantalón.

    Abrí la puerta del baño y fui a la sala, cuando llegué ella estaba allí sentada mirando hacia el lugar de dónde yo venía. Le dije que iría por mis pantalones, ella se paró. “Dale, te acompaño”. Se levantó, se adelantó a mi paso; así que ahora yo iba tras ella, me volvía loco verla caminar. Pero todo acabaría tan pronto llegáramos a la secadora. De repente dejé de mirarle el culo, subí la vista y vi que llevaba desabrochado el sostén. Inmediatamente me di cuenta de que era una maquinación de esta mujer. Quería seducirme, era bastante claro. Con más motivos debía tomar mis pantalones y emprender mi huida; por lo menos si quería cumplir a la promesa que le había hecho a esta mujer hace tan solo unos minutos.

    Capítulo XIV: Sucumbiendo ante irresistibles encantos

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    Ella abrió la secadora, se inclinó un poco para recoger los pantalones y justo su sostén cayó al suelo. Estaba comprobadísimo que me estaba tentando, no había que ser un genio para deducirlo, y ahora su desfachatez no tenía límites, era absolutamente descarada. Aún sabiendo esto, era innegable que los dos minutos que había pasado en el baño buscando relajarme se habían ido a la basura. Otra vez estaba completamente excitado; evidentemente ella lo notó, al fin y al cabo que su cara estuvo a la altura de mi cintura por unos cuantos segundos...
     
    Felipe Vallejo, 27 Nov 2020

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