Diario de una puritana

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Felipe Vallejo, 30 Nov 2020.

    Fabiancho González

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    Que buena se ve la condenada
     
    Fabiancho González, 15 Dic 2020

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    Buena la historia. Siga corra.
     
    luigui001, 17 Dic 2020

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    Felipe Vallejo

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    Capítulo XIII: Rueguen por nosotros los pecadores (Primera parte)

    MPCapXIII.jpg

    Mafe había cambiado radicalmente. De esa chica tímida, inocente e insegura quedaba muy poco. Ahora tenía una actitud un tanto más osada, su mentalidad era otra, ahora estaba abierta a darse la oportunidad de probar y conocer cosas nuevas.

    Claro que su devoción y espiritualidad no desapareció ni mermó. Yo no buscaba que fuera así, aunque no me dejaba de parecer extraño que una chica tan devota y tan creyente, saliera con alguien como yo, que era exactamente lo opuesto a eso: ateo y ciertamente irreverente a muchas de las enseñanzas de la iglesia, generalmente percibía al fiel creyente como un gran hipócrita, un impostor.

    En ese tiempo, por respeto a Mafe dejé de ser blasfemo, aunque realmente me costaba porque no solo me divertía, sino que me apasionaba serlo. Me hacía mucha gracia reír con las creencias de la gente. Pero en ese entonces supe comportarme, adaptarme y quizás hasta someterme muchas veces para conservar la paz con Mafe.

    Pasados unos seis meses, decidimos vivir juntos. Y como siempre la convivencia termina generando choques, por una u otra cosa, casi siempre intrascendentes. Aunque siempre logramos sobrellevarlos.

    Posiblemente sus fervientes creencias fueron la principal causa de discusiones entre nosotros. Más que todo porque muchas veces no supe comprenderla, porque quizá era demasiado rígido en mi escepticismo, negándome a tolerarla en situaciones que quizá pedían algo más de comprensión, pero era demasiado inflexible para entenderlo. Y aunque esa devota personalidad podía irritarme, podía calentarme a la vez. No sé por qué, pero sentía un morbo excesivo de follar con una chica así. Ya no se trataba únicamente de su belleza, de sus piernas tersas y carnosas, de ese culo macizo, deforme, pero a la vez grandioso, o de sus tiernitos senos, que eran como la frutilla del postre. Ya no era solo su físico lo que me atraía.

    Era también su forma de ser, En muchos sentidos. Me generaba ternura esa chica piadosa, amaba que siempre pudiera dibujar una sonrisa para mí. Mafe era verdaderamente amable, cordial, y en cierta medida caritativa, la admiraba por ello, y a la vez me provocaba muchos pensamientos retorcidos; maliciosos, vulgares. Fantaseaba con que era como salir con una monja hermosa y complaciente, si es que eso existe. Además, adoraba que Mafe había desarrollado y afianzado una especie de “sentido” de la mojigatería. Deliraba con eso. Con saber que esa misma chica de repetidos atuendos reservados, llena de convencionalismos, muchas veces prejuiciosa; podía ser a la vez tan caliente; saber que esa mujer de gestos elegantes e “incuestionables” valores, podía ser a la vez tan fulana.

    La vi dedicar horas para pedir perdón por cosas como follar sin contar con la bendición de dios, al igual que la vi caer una y otra vez ante sus tentaciones. Ya no sabía qué creerme, no sabía si había auténtico arrepentimiento, si funcionaba como una quema de karma, si fingía para venderme la imagen de santa.

    En un comienzo fue raro para mí ver a alguien tan ferviente, no podía creer que una persona tan joven dedicara tanto tiempo al rezo y la súplica; se me hacía hasta enfermizo el hecho de asistir a misa a diario, o esa constante necesidad de confesarse para sentirse aliviada; era toda una novedad para mí.

    Pero fue en ese entonces que empecé a apreciar esa forma de ser. Fantaseaba con sorprenderla mientras rezaba, con pellizcarle el culo mientras permanecía arrodillada con la cabeza gacha, también con encontrarla arrodillada y agarrarla de sus cabellos dorados para conducir su rostro hacia mi falo, o pretendiendo ser el clérigo para darle como penitencia la entrega de su ojal; fantaseaba de mil maneras, Y no pasó mucho para que pasara de la fantasía a la práctica.

    Al inicio ella fue permisiva, o tal vez no pudo reprimir sus instintos más primarios. No lo sé. Lo cierto es que pude satisfacer mi sed de perversión. Aunque luego Mafe fue siendo más prohibitiva, más recelosa con el respeto hacia su fe. Pudo ser también el rápido desencantamiento por su parte hacia esa situación, como si hubiese quemado la fantasía. La verdad no sé qué la llevó a terminar con estas calientes situaciones, fueron apenas un puñado, pero fueron oro puro.

    Alguna vez llegué a casa y ella estaba orando, Estaba arrodillada, en silencio total, muy concentrada, repitiendo una y otra vez sus plegarias y contando pepitas de los tradicionales rosarios. La saludé sin obtener respuesta, pues su prioridad era continuar rezando. La rodee con mis brazos por la cintura, recosté mi cabeza sobre uno de sus hombros, para segundos más tarde empezar a besarla por detrás de una de sus orejas, por el cuello y por sus mejillas.

    Ella me lo permitió, inclinando ligeramente su cabeza para darme el espacio suficiente de maniobra de mis labios sobre su cuello. Aunque más allá de eso no hizo nada, no se molestó por mi intromisión en su momento de oración, no pronunció palabra; ni siquiera me miró, solo continuó orando.

    Ese día sentí muchas ganas de ser cariñoso con ella, así que continué por un largo rato con mis besos y caricias por los alrededores de su cuello, era mi apuesta a la fija para calentarla, aunque esa vez el apuro me venció en cierta medida. Más temprano que tarde terminé con mi cabeza bajo sus piernas. Mientras que ella seguía apoyada sobre sus rodillas en su clásica pose de sumisión, yo tumbé mi cuerpo en el suelo y arrastré mi cabeza hasta posarla debajo de sus piernas, quedando cara a cara una vez más con su coño, que para ese momento se ocultaba bajo una sexy braguita.

    En esa tarde Mafe llevaba puesto uno de sus clásicos atuendos de entrenamiento: falda corta y fucsia, y top del mismo color. Y como ya mencioné, una encantadora braguita que poco y nada dejaba a la imaginación.

    A Mafe le gustaba estar cómoda para ejercitarse. Ahora que había renunciado al trabajo, tenía más tiempo disponible para entrenar, y habiendo aprendido varias rutinas, no dependía de mí para hacerlo. Su cabello lucía impecable y su rostro estaba maquillado, era evidente que aún no había entrenado, posiblemente planeaba hacerlo después de su oración.

    Ella continuó en su rezo, mientras yo, tumbado en el suelo me ponía una nueva cita con su entrepierna. Ella no opuso resistencia pero creo que no porque quisiera mezclar su momento de oración con una buena sesión de sexo oral, diría más bien que no se dio cuenta del momento en que mi cabeza terminó bajo su humanidad.

    Lo notó apenas con el primer contacto de mi mano por sobre su tanga. La palpé suavemente, mientras que con mi otra mano acaricié suavemente su entrepierna. Ella sacudió bruscamente sus piernas, confirmando mi sensación de que no había notado el momento en que yo me había situado en esa posición de privilegio.

    Fue ese el primer momento en que decidió interrumpir su oración para dirigirme la palabra.

    - ¿Qué haces?, reclamo ella
    - Nada, tú sigue en lo tuyo y déjate llevar.

    Ella no quiso armar un drama de ello, así que continuó con su oración pero sin haberme dicho estar de acuerdo con mi plan. Lo más probable es que secretamente deseara continuar, y el reclamo habría sido su último intento de represión. Me sentí en libertad de continuar.

    De nuevo empecé a frotar suavemente su entrepierna, a sentir la carne blanda de la cara interna de las piernas en cercanía al pubis. Me enloquecía acariciarle esta zona, especialmente porque era cuestión de segundos para empezar a sentirse el calor que emanaba su vagina.

    Luego empecé a palparla, de nuevo por sobre su tanga. Suave y lentamente. Quería complacerla con una buena dosis de sexo oral, y sabía que para ello era necesario ser paciente y jamás precipitarme.

    Después de seis meses juntos y de una infinidad de coitos, sabía que Mafe apreciaba una estimulación bien brindada, con la calma que requiere el caso, con la suficiente dedicación para pretender algún día terminar de conocer las 8.000 terminaciones nerviosas de su vagina, así que luego del tocamiento superficial por sobre su ropa interior, empecé a acariciar suavemente su vulva, especialmente con mis pulgares, como si quisiera darle un masaje.

    Sabía que Mafe estaba disfrutando de la situación porque ocasionalmente la escuchaba interrumpir su oración para pasar saliva o simplemente para suspirar. El calor de su coño empezó a transformarse en humedad, la cual pude sentir por sobre su delgadita tanga.

    Capítulo XIV: Rueguen por nosotros los pecadores (Segunda parte)

    MPCapXIII.jpg

    Llegó el momento en que decidí correr ese pedacito de tela para un costado, para meterme de lleno en una buena estimulación de su clítoris. Me sentía inspirado para complacerla, sentía que era una tarde especial para mi lengua, que manejaba la situación a pesar de la ansiedad de volver a juntarse con la tierna vagina de Mafe...
     
    Felipe Vallejo, 18 Dic 2020

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    Capítulo XIV: Rueguen por nosotros los pecadores (Segunda parte)

    MPCapXIII.jpg

    Llegó el momento en que decidí correr ese pedacito de tela para un costado, para meterme de lleno en una buena estimulación de su clítoris. Me sentía inspirado para complacerla, sentía que era una tarde especial para mi lengua, que manejaba la situación a pesar de la ansiedad de volver a juntarse con la tierna vagina de Mafe.

    Al comienzo utilicé solamente mi lengua, pero luego me vi en la necesidad de hacer uso de mis dedos para lograr que Mafe se retorciera del deleite. ¡Eso sí que era encontrar el regocijo!

    Mafe dejó de apoyar su cuerpo sobre sus rodillas y dejó caer todo su peso sobre mi cara, como queriendo asfixiarme con el coño, pero yo estaba extasiado, aun hambriento de su sabor, de su ardor y de su evidente goce. Estaba pletórico atragantándome con su vagina.

    No pasó mucho tiempo para que Mafe empezara a restregarse sobre mi cara, embadurnando todo mi rostro con sus fluidos. Para mí era todo un placer estar recubierto de ella, no tenía reparo alguno con eso, es más, eso me confirmaba que había logrado mi objetivo, pues era cuestión de tiempo para que Mafe se entregara a sus instintos más básicos.

    Tanto así que ni siquiera fue capaz de terminar el rosario, pues llegó un momento en el que estaba desatada, completamente excitada, fuera de sí, dispuesta a rematar la jornada con un polvo frenético.

    Mafe no dio tiempo a nada, se puso de pie, me miró con su rostro poseído por un gesto plenamente lujurioso, y de nuevo se agachó, pero esta vez para sentarse sobre mi pene.

    La penetración fue relativamente rápida, pues su bien lubricada vagina permitió el fácil acceso de mi miembro. De ahí en adelante fue un festival de sentones, incluso con cierta sevicia y agresividad, como si quisiera desquitarse conmigo por haber interrumpido su ritual.

    No hubo tiempo para quitarnos la ropa, yo andaba con mis pantalones a la mitad de las piernas, mientras que Mafe con su tanga apenas a un costado, aunque yo no dejaba de levantarle la falda para poder apreciar y acariciar sus siempre gloriosas piernas.

    También llegó un momento en el que bajé su top para dejar sus senos al descubierto, lo hice con cierta agresividad, pues si ella se daba el lujo de agarrarme a sentones, no veía por qué no podía arrancar su top para deleitarme con sus pequeñitos pero muy provocativos senos.

    Ocasionalmente Mafe se agachaba para ponerlos a la altura de mi boca. Yo mientras tanto la agarraba fuertemente de las nalgas para guiar sus movimientos y hacerlos todavía más contundentes, potentes y profundos.

    Pero a pesar de que yo ayudaba con mis manos a guiar los movimientos de Mafe, el cansancio la derrotó, así que me pidió que cambiáramos de posición. En ese instante sentí un fuerte deseo de penetrarla contra la pared.

    Nos pusimos de pie, le di vuelta y la penetré sin contemplación alguna. Me encantaba ver las carnes de sus nalgas temblar con cada uno de mis empellones.

    No sé por qué esa tarde sentí deseo de agarrarla fuertemente del cuello, solo sé que pasó y que ella no opuso resistencia. Con mi otra mano apoyaba su rostro contra la pared, sometiéndola por completo, La estaba castigando por sus pecados. Esa era su penitencia por ser tan guarra.

    Para ese entonces ya teníamos consensuado que una buena sesión de sexo debía terminar con mi semen recorriendo el interior de su coño. Tras varios meses de noviazgo eso ya no era problema, pues habíamos acordado nuestra planificación.

    Mafe tenía una gran fijación, diría incluso que una obsesión con que se le corrieran dentro, pues según ella era todo un placer sentir el momento de la eyaculación, decía sentirse encantada desde que “el pene ‘convulsiona’ en mi interior, hasta el momento en que siento líquido caliente escurriendo en mí”.

    De hecho era una obstinación ciertamente rara, pues en aquella época en que utilizábamos condón, Mafe lo revisaba al terminar, no precisamente para ver si estaba roto, sino para ver la cantidad de esperma que había en este; dibujando una gran sonrisa en su rostro cuando veía una gran cantidad allí depositada, era todo un festejo, como si de un tesoro preciado se tratara.

    Esa tarde, con ella recostada sobre la pared y con una nueva descarga entre su vagina iba a terminar otro de tantos coitos memorables con mi mojigata adorada.

    Capítulo XV: Quedando inmundo

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    Algo más de 500 años han pasado desde el fin de la Edad Media, precioso periodo para el afianzamiento de los ideales de la Iglesia, época de represión y castigo ante cualquier pensamiento libidinoso, pero a la vez de excesiva perversión ante tanta prohibición...
     
    Felipe Vallejo, 19 Dic 2020

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    Capítulo XV: Quedando inmundo

    MPCapXV.jpg

    Algo más de 500 años han pasado desde el fin de la Edad Media, precioso periodo para el afianzamiento de los ideales de la Iglesia, época de represión y castigo ante cualquier pensamiento libidinoso, pero a la vez de excesiva perversión ante tanta prohibición.

    Se dice que en la Edad Media se creía que una de las causas para la ulceración del pene era acostarse con una mujer que tenía el “útero sucio”, corroído por el veneno, veneno que hoy conocemos como la regla o el periodo.

    Debo reconocer que en esta etapa de mi vida y de nuestra relación, tuve un enrome interés por aprender un poco más de las costumbres, las tradiciones y la vida en general durante la Edad Media. Básicamente por haber sido el periodo de afianzamiento de los patrones de comportamiento aceptados por la Iglesia, que perduran en cierta medida hasta nuestros días, y que rigen el actuar y el día a día de personas como mi amada Mafe.

    Quería entender el porqué de sus creencias, para luego fantasear con llevarlas al extremo opuesto. Quería sentirme como cualquier de los blasfemos o impúdicos de ese periodo oscurantista.

    Aunque no me aportaba nada verdaderamente valioso, dediqué muchas horas a la lectura y a la investigación de la Edad Media, especialmente a conocer sobre la tradición católica y las prácticas sexuales de aquella época.

    Fue así que empecé a adquirir gusto por prácticas, cosas o rituales que antes difícilmente habría imaginado. Desde cosas tan simples como follar en cuatro, considerado como una gran ofensa antinatura por la Iglesia de esos tiempos, hasta los juegos de dominación y perversión más osados.

    Claro que Mafe no era una obsesa de las creencias católicas de ese entonces, de hecho no creo que las conociera, no creo que supiera que el sexo oral estaba mal visto por ser un acto lejano a los fines reproductivos y puramente ligado al placer, tampoco creo que estuviera muy de acuerdo con aquello de satanizar la masturbación, con eso de considerarla uno de los más grave pecados, siendo que para el momento en que nos conocimos, ella la practicaba bastante por su cuenta, y ahora mucho más con mi ayuda.

    Y mucho menos creo que Mafe supiera que en esa época, y quizá en la actual, no lo sé, la Iglesia condenaba las relaciones sexuales que se practicaban en posiciones diferente al misionero. A mí, por ese entonces me encantaba hacerlo de pie, preferiblemente de frente, viéndola a la cara, apreciando sus gestos de placer; frente a frente para poder morder sus labios y atraparlos entre mis dientes, o sencillamente para alternar besos entre su cuello y sus pechos.

    Se dice que en la Edad Media la gente iba a las iglesias para fornicar, no por ser un lugar que evocara el erotismo o el deseo, sino más bien porque permanecían vacías la mayor parte del tiempo, lo que las hacía un lugar ideal para el coito por la discreción que brindaban. En nuestros tiempos es un poco más complejo pues están vigiladas y el tránsito de gente es mayor, aunque eso depende también del templo y la urbe en que esté ubicado.

    En todo caso supe imposible eso de mantener relaciones en una iglesia, pero no fue impedimento para disfrutar de nuestra sexualidad. Decidí acompañar a Mafe a misa todos los domingos, pero no porque estuviese interesado en la eucaristía ni el sermón del cura, sino porque era una hora que le dedicaba al manoseo público de mi bella novia.

    No importaba la prenda que recubriera sus piernas, mis manos iban a parar en su entrepierna cada domingo. La primera vez que lo hice, ella se molestó y reprochó mi actuar al momento de salir del templo, pero yo hice caso omiso a sus regaños y advertencias, pues estaba obsesionado con dar rienda suelta a mis perversiones, y una de ellas era excitar a Mafe en medio de una misa.

    Lo logré en más de una ocasión, y sin sonrojo o arrepentimiento alguno digo hoy que valió la pena.

    En mi cabeza predominó la idea de que era como ganar una guerra, en la que mis dedos equivalían a las tropas, que iban avanzando camino a invadir la trinchera del enemigo, que era la vagina de Mafe. Ella oponía resistencia apretando sus piernas, juntando la una con la otra para evitar la avanzada de mi mano, pero era una batalla que no estaba lista para ganar, pues no había ejército capaz de detener la avanzada de mi mano por sus piernas.


    Me generaba mucho morbo el hecho de saber que Mafe consideraba excesivamente pecaminosa esta situación, me generaba mucha excitación el poder ser observado por cualquiera de las viejas pellejas que suelen ocupar los banquillos de las iglesias los domingos; verlas escandalizadas solo hacía que mi obsesión creciera.

    Claro que yo recompensaba a Mafe por esto. La recompensaba entregándole la posición de poder y dominio durante la mayoría de nuestros coitos. Aunque esto era beneficioso para ambos, pues mientras Mafe daba rienda suelta a sus perversiones, yo me desbordaba de placer al verla libidinosa, al verla impúdica y viciosa.

    Pero había una perversión que me dominaba por encima de cualquier otra: fornicar cuando Mafe tenía el periodo. Al comienzo ella se mostraba reacia a que eso ocurriera, era como si sintiera vergüenza por poder mancharme durante la cópula, o por el olor que pudiese emanar de su zona íntima, por el sencillo malestar que le causaba estar con la regla, o quizá porque conocía la palabra de dios frente al tema y prefería contenerse.

    “También todo aquello sobre lo que ella se acueste durante su impureza menstrual quedará inmundo, y todo aquello sobre lo que ella se siente quedará inmundo”, estipula Levítico 15:19-23.

    Pero a mí todo eso me enloquecía, el hecho de ver mi pene recubierto de ese néctar que define su feminidad, ese mismo que en la Edad Media consideraron como un veneno corrosivo para el miembro viril del hombre.

    Y con el tiempo ella fue disfrutando también de los polvos durante esos días, decía que eso le causaba cierto alivio a los fuertes cólicos menstruales que la acompañaban durante su periodo.

    Así que se nos volvieron habituales esos encuentros sexuales pasados por sangre. Era como una costumbre, como una tradición que, creo, los dos esperábamos con ansiedad. Especialmente yo, pues desarrolle una fuerte perversión con penetrarla mientras menstruaba.

    Eran coitos verdaderamente memorables. Lamentablemente no contaban con la tradicional sesión de sexo oral que solía darle a Mafe. Me limitaba a tocarla y a masturbarla, pero sin la ayuda de mi lengua. Eran también ocasiones en que se invertía la situación, la que brindaba sexo oral era ella. Yo no deliraba por sus mamadas, pero sentir ocasionalmente sus labios deslizarse sobre mi falo no tenía pierde alguno.

    Claro que lo mejor era el momento de la penetración, pues su sangre actuaba como un lubricante de primer nivel. Esta no tardaba mucho en aparecer, en mezclarse con sus otros fluidos y en recubrir mi pene mientras se deslizaba por su hirviente coño. No sé cuál era mi fascinación con esto, pero era evidente que existía; enloquecía totalmente en ese momento en que veía mi pene salir bañado en su sangre, sabiendo que volviera a enterrarse en su humanidad para repetir el ritual una y otra vez, hasta el orgasmo.

    Durante sus días Mafe era poseída por el espíritu de la lujuria, su apetito sexual se acrecentaba, y las ganas de cumplir fantasías eran moneda corriente. Esos polvos, además de estar bañados en sangre, se caracterizaron también por el desate de mi bella Mafe para dar rienda suelta a sus fantasías. Pare ese entonces ya había ampliado su repertorio de deseos. Golpear y ser violada ya no era lo único que ansiaba, ahora Mafe se le medía a cumplir fantasías como follar en el balcón, aunque en horas de la noche para no llamar tanto la atención; salpicar mi torso con su sangre, o simplemente dominarme con un alto grado de agresividad durante el coito, palabras soeces incluidas.

    Es difícil describirla, pero en Mafe podía convivir esa chica de personalidad tímida y sumisa, a la vez que podía convertirse en una depravada de tiempo completo. A mí me encantaba que fuese así, que pudieran confluir rasgos de personalidad tan opuestos sin que se perdiese la esencia de su ser.

    Capítulo XVI: Los juegos del líbido (Primera parte)

    MPCapXVI.jpg
    Hasta aquí había logrado un avance notable con Mafe. Poco y nada sobrevivía de esa chica reservada, llena de complejos, baja de autoestima y amor propio. Ahora era mucho más segura de sí misma, y una sonrisa permanente en su rostro era señal de su renovada felicidad...
     
    Felipe Vallejo, 21 Dic 2020

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    Capítulo XVI: Los juegos del líbido (Primera parte)

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    Hasta aquí había logrado un avance notable con Mafe. Poco y nada sobrevivía de esa chica reservada, llena de complejos, baja de autoestima y amor propio. Ahora era mucho más segura de sí misma, y una sonrisa permanente en su rostro era señal de su renovada felicidad.

    Pero algo de esa “moralidad” impuesta e inducida sobrevivía en ella. No faltaban las ocasiones en que ella se reprochaba a si misma el incurrir en conductas inmorales o impuras. No faltó tampoco la ocasión en que lo hizo hacia mí, incluso llegando a proponerme asistir a un retiro espiritual que nos llevara a la reflexión y al cambio.

    Evidentemente no estuve de acuerdo, no solo porque en mi condición de acérrimo ateo veía esta actividad como una estafa, sino porque realmente la encontraba poco provechosa. Mi deseo hacia ella no iba a disminuir porque un grupo de párrocos me dijera que así tenía que ser, y viendo lo enganchada que estaba ella hacia mí, me parecía que tampoco lo lograrían con ella.

    De todas formas no me dejaba de parecer absurdo que luego de tanto tiempo juntos, del trabajo constante de mi parte para despojarla de ese discurso de arrepentimiento y sumisión, existieran aún rezagos de esa mentalidad que la había llevado a ser una reprimida durante casi toda su vida.

    Debo confesar que verla de nuevo en ese plan de culpa y arrepentimiento, me produjo rabia e impotencia, pues no concebía que luego de tanta felicidad a partir de la liberación, persistieran en ella estos deseos de someterse a convencionalismos tan obsoletos.

    Pero esa rabia se convirtió en oportunidad, pues si mi bella Mafe se sentía culpable y pecaminosa, iba ser yo quien la liberara de sus tormentos, iba ser yo quien le dictaría su castigo; claro que muy a mi manera.

    Quería hacer de esta situación toda una fantasía hecha realidad. Conseguí un traje eclesiástico, y lo tuve guardado hasta la siguiente ocasión en que Mafe viviera una de esas crisis de culpabilidad.


    El esperado día llegó. Fue así entonces que la encontré un día rezando, arrodillada, con la cabeza gacha, sus manos juntas y su torso ligeramente encorvado.

    Corrí a ponerme mi atuendo de sacerdote informal para sorprenderla y luego dar rienda suelta a mis fantasías. Me acerqué a ella, la tomé del mentón y levanté su rostro.

    - ¿Qué te atormenta hija?
    - No juegues con esto
    - No te lo tomes a mal, es para evitarte ir al confesonario
    - Pero tú no eres párroco
    - No lo soy, pero de algo puede que sirva esto en tu inconsciente para aliviar esos cargos de consciencia
    - Pero tú ya sabes qué es lo que me atormenta
    - No importa, lo que quiero es que lo exteriorices para que dejes de sentirte culpable…adelante hija
    - Bueno, padre, lo que ocurre es que mantengo relaciones con mi novio y no estamos casados, no contamos con la bendición de dios, pero además incurrimos en varias conductas impuras
    - ¿Como cuáles hija?
    - Tenemos sexo durante mi periodo, nos masturbamos mutuamente, nos damos sexo oral
    - Hija, eso no es del todo grave, aunque de todas formas debo darte una penitencia. Date vuelta y reza diez ave María y un padre nuestro
    - ¡Qué leve!
    - Ni tanto…

    Una vez que Mafe se dio vuelta, le di una palmada en su trasero. Ella no se lo esperaba, me lo confirmó al girar su cara y mirarme con cierto desagrado y sorpresa.

    - ¿Qué haces? Me lastimaste
    - Es parte de tu penitencia

    Escucharla decir que le había lastimado me generó cierto cargo de conciencia, pero entendí que no había sido algo realmente grave, pues de haber sido así se habría puesto en pie y se habría retirado.

    Empecé a sobar sus nalgas, como tratando de redimirme por el daño causado y a la vez para sentirlas una vez más entre mis manos. Ese día Mafe llevaba puesta su pijama, lo que facilitó la sensación de mis manos sobre sus carnes, dado el poco grosor de la tela. A la vez que sobaba su culo, empecé a besarla por el cuello, sabiendo que no había forma de fallar con eso.

    Era extraña la escena, Mafe en Pijama y yo vestido de cura, afortunadamente nadie nos estaba viendo.

    Mafe se olvidó rápidamente de sus culpas, de sus tormentos por sus conductas pecaminosas, estaba claro que una buena cantidad de besos por su cuello eran suficientes para hacerla cambiar de actitud. Claro que esto era algo que me generaba cierto temor, pues era tan contundente el hecho de besarla por el cuello, que cualquiera que lo hiciera iba a conseguir calentarla.

    Luego empezamos a besarnos, y mientras eso ocurría, metí mano en su entrepierna. Concretamente empecé a frotar la cara interna de sus muslos, buscando aproximarme a su apetecible coño.

    Su pijama constaba de un pantaloncito corto y una blusa, atuendo que la hacía lucir completamente deseable, y que a la vez otorgaba grandes facilidades a la hora de despojarla del mismo.

    Mientras nos besábamos fui abriendo su blusa para liberar sus hermosos y delicados senos. Empecé a acariciarlos suavemente con mis dedos índice, como dibujando un círculo alrededor de su pezón.

    - ¿Habías imaginado alguna vez a un cura acariciando tus pechos?
    - No lo dañes, no me pongas a pensar en lo pecaminoso de lo que estamos haciendo porque se me corta el rollo…

    Mafe tenía razón, así que la besé como para cerrar el capítulo de mi torpeza al preguntarle semejante tontería.

    Mis manos se posaron en sus nalgas para amasarlas, para apretujarlas, para sentirlas en todo su esplendor. Todavía llevaba puesto el pantaloncito de su pijama, pero este era lo suficientemente delgado como para permitirme apreciar su culo en su verdadera dimensión.

    Cuando le saqué el pantaloncito, noté sus nalgas ciertamente coloradas, aunque no necesariamente por la contundencia de mi golpe, sino porque su piel era tan pálida que, al más mínimo contacto, tomaba ese color rojizo. De todas formas me sentía culpable por la agresión, así que decidí compensarla con una buena sesión de sexo oral.

    Lo del atuendo del sacerdote pudo haber sido una mala idea en ese momento en que Mafe pudo haberse sentido ofendida, pero al final no hubo arrepentimiento alguno de mi parte, es más, la terminé considerando una idea genial, pues me había avivado el morbo, había sido como una experiencia voyeur, pues a pesar de ser yo quien protagonizaba la situación, en mi mente la vivía como un tercero, como un observador que veía a Mafe disfrutando con un cura. “La muy puta no se corta a pesar de que sea un sacerdote el que le come el coño”, pensaba para mis adentros.

    El juego del cura fornicador se nos fue volviendo cada vez más habitual, a pesar de que Mafe siempre expresaba un cierto malestar moral por ello. Para mí era raro el hecho de ser joven, no estar casado y estar recurriendo a juegos que usualmente utilizan las parejas para reavivar la llama de la pasión. Lo nuestro era algo diferente, pues yo deseaba a Mafe independientemente de la forma como vistiéramos, era más un capricho insano por ultrajar su fe.

    Capítulo XVII: Los juegos de la líbido (Segunda parte)


    MPCapXVII y XVIII.jpg

    Y entre juego y juego, fuimos avanzando y adentrándonos cada vez más en caminos más pecaminosos. El juego del “cura fornicador” fue adquiriendo mayores dosis de perversión. Las penitencias fueron variando, aunque siempre apuntando a terminar en coitos desenfrenados...
     
    Felipe Vallejo, 23 Dic 2020

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    Capítulo XVII: Los juegos de la líbido (Segunda parte)

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    Y entre juego y juego, fuimos avanzando y adentrándonos cada vez más en caminos más pecaminosos. El juego del “cura fornicador” fue adquiriendo mayores dosis de perversión. Las penitencias fueron variando, aunque siempre apuntando a terminar en coitos desenfrenados.

    Claro que la fantasía del cura fornicador fue apenas un juego de críos al lado de lo que se me ocurriría después. Fue una época en la que realmente estuve muy desquiciado.

    Sinceramente fue un juego apto para jugarse una sola vez. No se trató de una fantasía apta de repetición, pues haberlo hecho habría terminado en un fetiche de dominación.

    Recuerdo a la perfección ese sábado. En la noche del viernes Mafe y yo salimos, primeros fuimos a cenar a unos de estos restaurantes de comida creativa, y rematamos la noche en un rumbeadero. Bailamos y bebimos hasta las dos o tres de la mañana. Vencidos por el cansancio y el efecto del licor, partimos a casa para descansar.

    El sábado desperté muy temprano, aunque sin los devastadores síntomas de la resaca, apenas un ligero dolor de cabeza y nada más. Eran aproximadamente las seis de la mañana, y a pesar de tener vía libre para continuar durmiendo por el resto del día, no pude conciliar el sueño.

    Luego de media hora tratando de volver a dormir, me rendí y decidí levantarme, prepararme un café y aprovechar el tiempo. La verdad no tenía nada en mente para pasar el rato, pero una vez que me puse en pie y miré a Mafe dormida, empecé a proyectar lo que haría.

    Verla allí acostada, vistiendo apenas unas braguitas y una camiseta corta, sin nada debajo, fue suficiente motivo de inspiración. Planear lo que iba a hacer no me tomó mayor tiempo, de hecho, pude hacerlo en unos cinco o diez minutos, mientras preparaba mi café. Estaba lúcido para maquinar mi siguiente perversión, que valga aclarar, no se me había ocurrido antes.

    Entre mi equipamiento para ejercitarme busqué lazos y bandas elásticas, pues eran los únicos implementos que iba a necesitar para ejecutar mi plan. Una vez los encontré, volví al cuarto y en medio del sigilo empecé a amarrar a Mafe. Ella estaba profunda, pero preferí ser silencioso porque haberla despertado habría echado a perder mi plan.

    La até a la cama con los brazos extendidos horizontalmente. Con una de las bandas elásticas até sus piernas, una con la otra. Mafe había quedado en la clásica posición de Cristo en la cruz. Ahora solo tenía que esperar a que ella despertara. Estaba ansioso por la llegada de ese momento. No quería precipitar las cosas, quería que ella despertara por sí misma y se sorprendiera al verse inmovilizada y en dicha posición. Acerqué una silla, tomé entre mis manos esa maravillosa obra titulada Trópico de cáncer, y me senté a leer y a esperar por el ansiado momento.

    Mafé despertó sobre las nueve de la mañana aproximadamente, evidenciando algo de malestar en su rostro por la excesiva ingesta de licor la noche anterior. Claro que eso pasó a un segundo plano una vez que se vio allí, inmovilizada sobre la cama.

    - ¿Y esto, a qué se debe?
    - Es tu nuevo castigo
    - ¿Y por qué se supone que estoy castigada?
    - Por entregarte a los placeres mundanos. Tus manos están inmovilizadas para que no puedas volver a agarrar una botella de licor entre ellas, y tus piernas juntas para que no puedas entregarte a los placeres de la carne. Has sido crucificada para redimirte por tus pecados
    - No juegues con esto
    - No estás en posición de darme lecciones de moralidad, no por lo menos después de la forma como te has comportado…

    En ese momento me puse en pie, me acerqué a ella y empecé a acariciar suavemente sus piernas. Ella insistía en que dejara de jugar con eso, “de verdad, me estoy enojando”, dijo ella mientras mis manos seguían paseándose lentamente por su cuerpo semidesnudo.

    Su enojo iba a ser muy efímero, pues fue cuestión de segundos, quizá un par de minutos, para que el discurso de molestia quedara guardado en sus adentros. Ya sabía yo que despertar el apetito sexual de Mafe era suficiente para apaciguar esa faceta pudorosa.

    Subí ligeramente su camisa, sin llegar a descubrir sus senos, y empecé a deslizar lentamente mis uñas por su torso. Rápidamente su delicada piel se fue tornando rojiza, fueron quedando los rastros de mis uñas al pasar.

    Mafe guardó silencio y me dejó continuar sin oponer resistencia alguna. Realmente no era mucho lo que podía hacer, aunque pudo haberlo hecho de palabra, pero no fue así.

    Posé mi lengua en la parte más baja de su esternón y empecé a deslizarla hacia abajo, aunque antes de llegar a su zona íntima me detuve. No quería precipitarme, quería dedicar el tiempo necesario a este juego, quería que fuera una experiencia digna de recordación, tanto para ella como para mí.

    Acaricié su abdomen, sus piernas y su rostro. Me encantaba tomarla de la mejilla con ternura, peinarla delicadamente con mis dedos, y contemplarla a la vez que la imaginaba entregada a la concupiscencia.

    Mafe me miraba fijamente mientras le acariciaba, clavaba su mirada en la mía, como tratando de leer lo que pensaba. “¿Qué es lo que más te gusta de mí?”, preguntó Mafe rompiendo el hasta entonces extendido silencio.

    Antes de empezar a responder, posé una de mis manos sobre su vagina, que aún estaba resguardada por sus braguitas. Puse la palma de mi mano sobre su vulva, y comencé a frotarla lentamente.

    - Tu alma Mafe, tu esencia es lo que más me gusta de ti. Tu forma de ser me da tranquilidad, me transmite paz. Tu capacidad para comprender a los demás, tu habilidad para siempre empatizar. Tu destreza para imponerte ante la adversidad, tus aptitudes para lograr convencimiento sobre otros. No solo me gustas por eso, sino que te admiro. Pero especialmente me gusta que has sido capaz de reinventarte, de dejar a un lado creencias, ideologías y demás, para aceptarme, y para aceptar nuevas formas de ver y apreciar la vida.
    - ¿Y de mi cuerpo que es lo que más te gusta?
    - Podríamos pasar el día entero y no acabo Mafe. Me gustas toda, de pies a cabeza. Me encanta tu cabello, cuando lo luces cepillado y arreglado, como cuando lo llevas desordenado y salvaje, como ahora. Tus hombros al desnudo, resaltados por un vestido escotado, también me enloquecen. Tu rostro de facciones finas y gestos elegantes. De hecho, tu rostro es precioso incluso a primera hora de la mañana cuando lo lavas y lo veo sin el engañoso maquillaje. Tus manos suaves, delicadas y pequeñas me parecen muy lindas, me evocan ternura. Igual que tus pechos, que poco se desarrollaron, pero que lo hicieron lo suficiente para satisfacer gustos como el mío. Tus nalgas, a pesar de no tener la curvatura ideal, son carnosas, blanquitas y temblorosas, ideales para desatar mi locura. Aunque apelando a la sinceridad, he de decir que el rasgo físico que más me gusta de ti son tus piernas. Siempre fueron motivo de deseo para mí: largas, macizas, bien contorneadas, tersas; diría que son un peligro para el orden público
    - ¿Sabes?...Jamás me habían dicho algo así. Nunca pensé que pudiera provocar eso en alguien. Me ha calentado escucharte decir todo eso sobre mí.
    - Lo noto…

    Hasta ahí no había dejado de acariciar su concha por sobre su ropa interior. Podía sentir la forma como el calor en esa zona empezaba a surgir, pero no quería precipitarme. Me gustaba esto de hablar y elogiar a Mafe a la vez que la consentía.

    - ¿Crees que soy buena en la cama?
    - Obvio, sino no estaba contigo
    - Puede que lo hagas porque no tienes más a la mano
    - Para nada Mafe. He fantaseado contigo desde que te conocí, y no dejé de hacerlo ni siquiera cuando pude tenerte. Al comienzo eras un poco frígida, pero te soltaste rápidamente. También creo que había algo de torpeza o descoordinación entre nosotros, pero nos fuimos entendiendo rápidamente.
    - Bueno, el sentimiento es mutuo. A mí me has revelado todo un mundo. No tuve la oportunidad de probar con mucha más gente, pero hoy creo que no me hace falta
    - ¿Qué es lo que más te gusta del sexo conmigo?
    - Me encanta que piensas constantemente en complacerme. Me encanta como me masturbas y adoro tu sexo oral
    - Bueno, pues así las cosas voy a concederte la liberación de tus piernas para proceder a consentir tu vagina como tanto te gusta.

    Desaté las piernas de Mafe, de modo que ahora era posible que las separara. Bajé su braguita, y empecé a acariciar su vagina con la palma de mi mano. Inicialmente sin intromisión alguna de mis dedos, sencillamente con el frote superficial de mi mano por sobre su vulva.

    Capítulo XVIII: Los juegos de la líbido (Tercera parte)

    MPCapXVII y XVIII.jpg

    Para ese momento su coño estaba ardiendo y ligeramente húmedo. Pero aún hacía falta estimularlo de verdad. Era hora de poner mi lengua en acción, pues no iba a descansar hasta dejar sus piernas temblorosas...
     
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    Ah mirá, jajajajajaja. Acá también la pueden encontrar, afortunadamente siempre está escrita por mí...
    https://doncolombia.com/foro/f-relatos-eroticos

    Qué manía tienen algunos con pensar que la versión original es la mejor de todas...
     
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    Capítulo XVIII: Los juegos de la líbido (Tercera parte)

    MPCapXVII y XVIII.jpg
    Para ese momento su coño estaba ardiendo y ligeramente húmedo. Pero aún hacía falta estimularlo de verdad. Era hora de poner mi lengua en acción, pues no iba a descansar hasta dejar sus piernas temblorosas.

    Sus muslos se abrieron complacientes, y mis labios chuparon esa pulpa encarnada, ese fruto que destilaba ese licor exquisito del cual solo yo había bebido.

    Su clítoris saliente, creciente y notorio, y el enrojecimiento de su vagina eran señales adicionales de estar logrando mi cometido. También lo eran sus gemidos, que para ese momento eran más resuellos que otra cosa.

    Su vagina se encharcó, y su cuerpo se contorsionaba en la medida que las ataduras se lo permitían, lo que fue una clara señal de que era hora de la penetración.

    Jugué un rato con mi pene sobre su vagina, paseándolo, frotándolo y golpeándolo sobre esta. Ella guardaba silencio, pero con su mirada me pedía ser penetrada de inmediato. Pero yo quería disfrutar del momento, quería hacer de su ansiedad un arma a mi favor. Junté sus piernas y metí mi pene entre ellas, como simulando la penetración que haría minutos después.

    Antes de introducir mi miembro por primera vez, volví a besarla, como tratando de causarle una distracción para el momento en que nuestros genitales se unieran.

    Mi pene entró con gran facilidad, se deslizó hasta el fondo en cuestión de centésimas de segundo. El entorno de humedad facilitó ese momento, era como tirarse por un tobogán.

    Mafe seguía con sus manos atadas, por lo que no podía utilizarlas para acompañar su expresión durante el coito. Tenía apenas sus ojos para manifestarme su sentir, su boca para expresar sus pedidos, y sus piernas para emular los abrazos que sus brazos no podían dar.

    Su respiración se fue agitando rápidamente, también se hizo más constante ese ademán de pasar saliva y especialmente el de morderse los labios.

    Mis movimientos eran relativamente lentos, aunque por la humedad de su vagina tendían a hacerse más rápidos, no porque yo quisiera, sino porque era tanto el deslizamiento que era complejo lograr un ritmo lento y pausado.

    Se hizo presente ese sonido tan diciente de los cuerpos al chocar, acompañado por nuestros gemidos, siendo Mafe la encargada de producir las altas tonalidades.

    Mafe fue abriendo y levantando cada vez más sus piernas, facilitando así una profunda penetración. Yo incrementé el ritmo, como si realmente buscara castigarla, aunque mucha expresión de sufrimiento no había en el bello rostro de Mafe.

    Ella pidió para que le desatara las manos, pero para ese momento yo estaba obsesionado por follarla, era esclavo de mis instintos más básicos, así que no podía procesar el pedido de Mafe, y mucho menos concebir interrumpir el coito para desatarla.

    De repente desaceleré por completo el ritmo de mis empellones. Hice una pausa para acomodarme y para agarrarla del cuello con una de mis manos, como tratando de asfixiarle. Mis movimientos pasaron a ser lentos, pero contundentes, como tratando de dejar el alma en cada uno de los empujones. Mafe apenas sonreía.

    La había sometido tanto como había querido, era hora de desatarla y entregarle la iniciativa. Una vez que le liberé, nos arrodillamos sobre la cama y nos fundimos en un apasionado beso que acompañamos rodeándonos mutuamente con los brazos.

    Luego Mafe me empujó, me tumbó sobre el colchón, se sentó sobre mí y empezó una intensa cabalgata. Esta versión de Mafe, que llevaba ya una buena cantidad de meses ejercitándose, no sintió el cansancio por fornicar en esa posición, podía aguantar tanto como quisiera, por lo que aún nos quedaba un buen rato para seguir entregándonos a nuestras pasiones.

    Estando sobre mí, Mafe me cacheteó, sonrió luego de hacerlo, yo no pronuncié palabra y continué agarrándola del culo mientras me cabalgaba. Pasados unos segundos volvió a hacerlo, ahora con su otra mano y ejerciendo su castigo sobre mi otra mejilla. No tenía reparo alguno en que sus golpes fueran fuertes, de seguro mi cara estaba colorada después del par de bofetadas.

    Eso realmente la excitaba, su vagina lo expresaba, pues el aumento de su humedad luego del par de cachetadas fue evidente. Sus sentones también fueron aumentando en intensidad, parecía como si quisiese aplastar mi pelvis. Y si bien el cansancio no la venció, la llegada al orgasmo si lo hizo, pues fue ahí cuando derrumbó su cuerpo sobre el mío para sumergirse en un intenso beso.

    Podía sentir los fuertes y rápidos latidos de su corazón al juntar su pecho con el mío, podía sentir sus piernas espasmódicas del cansancio y del esfuerzo, y podía sentir que a pesar de su orgasmo, esto todavía no había terminado.

    Mientras nos besábamos, giramos nuestros cuerpos, quedando ella nuevamente debajo de mí. La penetración fue lenta, por lo menos mientras nos mantuvimos besándonos, pero luego volví a incrementar el ritmo. Ella me agarraba fuertemente del culo, como buscando que la penetración fuera cada vez más profunda.

    Separé mis labios de los suyos para posarlos en su cuello. Sus gemidos se transformaron en susurros en los que Mafe decía solo dos cosas: “¡Qué rico!” y “¡duro, duro!”.

    Hice caso a su pedido, separé mi cara de su cuello, me alejé un poco de su cuerpo apoyándome en mis brazos, como quien va hacer una flexión, y empecé a penetrarla duro, incrementando poco a poco la velocidad de mis movimientos. Mafe empezó a darme cortos y tiernos besos en los pectorales, aunque luego empezó a morderme.

    Sin embargo, fue cuando rasguñó mi espalda que causó mi estallido, una vez más al interior de su coño, como tanto le gustaba.

    Estaba agotado pero satisfecho, las piernas de mi bella Mafe habían quedado convulsas, tal y como me lo había propuesto. Nuestros cuerpos estaban empapados en sudor, y el ambiente de la habitación estaba saturado de ese intenso olor a sexo. Había sido un coito intenso y plenamente satisfactorio para los dos, pero iba a ser la última vez que íbamos a incurrir en esta fantasía, básicamente porque estaba cumplida.

    El resto del día lo pasamos en la cama, compartiendo como pareja y descansando no solo de la intensa jornada de sexo, sino de los efectos de la resaca que aún quedaban en nosotros, que fueron disipados durante el coito por efecto del alto estado de excitación, pero que se hicieron presentes nuevamente una vez que liberamos oxitocina y dopamina.

    Capítulo XIX: En búsqueda del ‘Santo grial’ (Primera parte)

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    Mafe era una mujer verdaderamente espectacular, maravillosa, pero sinceramente yo pensaba que nuestra relación no tenía futuro, estaba condenada a morir. Le admiraba mucho, era complaciente con ella, cariñoso y bastante entregado, pero no estaba seguro de quererla auténticamente...
     
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    Capítulo XIX: En búsqueda del ‘Santo grial’ (Primera parte)

    MPCapXIX.jpg
    Mafe era una mujer verdaderamente espectacular, maravillosa, pero sinceramente yo pensaba que nuestra relación no tenía futuro, estaba condenada a morir. Le admiraba mucho, era complaciente con ella, cariñoso y bastante entregado, pero no estaba seguro de quererla auténticamente.

    No por lo menos cuando también podía malpensar muchas veces de ella. Y no porque una pareja esté obligada a ser perfecta, tendrá manías o defectos como cualquiera; pero el que yo percibía de ella quizá no era compatible ni aceptable; no podía haber auténtico cariño hacia alguien que percibía como hipócrita. No porque lo fuera conmigo, pero si porque vivía siendo completamente doble con casi todos los demás. Era una cualidad que me hacía vivir lleno de desconfianza, vivía convencido en que esa falsedad algún día iba a jugar en mi contra.

    Pero a pesar de ello, del eterno recelo que vivía en mi cabeza, tenía una enorme dependencia hacia ella. La había asumido como parte de mi diario vivir y me gustaba, quería ver hasta dónde podían llegar las cosas.

    Tampoco voy a negar que su libidinosidad me tenía atrapado, casi adicto. A pesar de haber fornicado una y otra vez con ella, no me cansaba de hacerlo, parecía inagotable el deseo que tenía hacia la siempre deseosa y deseable Mafe.

    Era de alguna manera raro porque lo que siempre me había pasado era llegar a un punto de agotamiento, de aburrimiento al coger con la misma chica. Con Mafe no me pasó eso, cada polvo fue de alguna manera memorable.

    Aunque he de confesar que las fantasías fueron agotándose, o quizá, más que agotándose, fueron cumpliéndose, por eso dejaron de ser fantasías, eran sueños cumplidos. Pero había algo que todavía no había probado, y por lo menos yo estaba ansioso de hacerlo. Quería que Mafe me entregara su culo.

    Hasta ese entonces nunca lo charlamos, y mucho menos lo intentamos. Era como si existiera un pacto tácito de que era ‘campo santo’.

    Cuando follábamos en cuatro, era cuando más lo deseaba, pues era en esos momentos cuando lo tenía de frente, era ahí cuando tenía ese ojal coqueteándome, como haciéndome ojitos para aventurarme a explorarlo. Pero no me atrevía a retirar mi pene de Mafe para introducirlo a traición por su ojete. Estaba seguro de que eso le molestaría y marcaría el fin del polvo que estuviéramos echando en ese momento, además de mermar su confianza.

    Entendía que debía convencerla, casi como la primera vez que follamos, sabía que debía llenarla de confianza y tranquilidad para tan aventurado paso. Pero no podía ser frentero tampoco, no podía decirle así como así que me entregara su culo, pues sabía que ella se iba a negar rotundamente.

    Una noche, durmiendo junto a mi bella Mafe, soñé que la penetraba por allí, por su misterioso ojete, y obviamente, siendo un sueño, todo era perfecto, ella lo disfrutaba e incluso me pedía ser más agresivo en la aventura contranatura. Pero cuando desperté, me estrellé contra la realidad. Estaba allí acostado junto a Mafe, pero solamente durmiendo. Yo estaba completamente excitado por las imágenes que segundos antes se habían apoderado de mi mente. Empecé a besarla por el cuello mientras dormía, como buscando despertarla, como tratando de encender la llama de la pasión que no había estado presente en nuestro dormitorio esa noche, por lo menos hasta ese momento.

    Ella despertó, y aún somnolienta estiraba su cuello y me alentaba para que la siguiera besando. Me arrimé a ella, y estando los dos acostados de medio lado, fue evidente mi miembro erecto chocando contra sus nalgas, como quien pide permiso para entrar. Empecé a acariciar lentamente sus piernas..

    - ¿Te apetece una mamada?
    - Es lo mínimo por haberme despertado – respondió Mafe dibujando una leve sonrisa en su bello rostro
    - Pero quítate la camisa, que antes quiero besarte por la espalda, quiero consentirte como lo mereces

    Tenía pensado ir bajando poco a poco, besando lentamente sus hombros, descender por su espalda hasta llegar a sus nalgas y aventurarme a darle un beso negro, advirtiendo que jamás lo había hecho, y sin saber cómo iba a reaccionar Mafe.

    Comprendía que Mafe tenía que estar completamente excitada, que ella tenía que alcanzar la cúspide del deseo, para permitirme avanzar en mi intento de incursión rectal. Mientras paseaba lentamente mis labios por su espalda, le acariciaba sus piernas, les rozaba la yema de mis dedos y ocasionalmente las arañaba levemente.

    Cuando le saqué las bragas, acaricié su vulva, posando la palma de mi mano sobre ella. Simultáneamente dirigí mi boca hacia su ojete. Mafe se sorprendió por completo, apretó sus nalgas una vez que sintió mis labios y mi lengua tratando de establecer contacto con su ano.

    Ese freno en seco me hizo buscar tranquilizarla. Recurrí a la vieja y confiable frase de “no va a pasar nada que tú no quieras”, buscando calmarla. Volví a dirigir mi boca hacia su ojal y antes de juntarlos le dije “es solo algo que quiero probar”.

    Sinceramente fue asqueroso, pero la excitación que le causé no tiene precio. Fue cuestión de segundos, de un par de pasadas de mi lengua por su ojete para verla retorcerse del placer contra el colchón. Entendí que era el momento de seguir avanzando, por lo que dirigí uno de mis dedos hacia el objetivo, pero una vez hizo el mínimo contacto, Mafe volvió a retraerse, volvió a juntar sus nalgas, como un movimiento reflejo que buscaba impedir cualquier ingreso. Le repetí de nuevo, “no va a pasar nada que tú no quieras”, aunque esta vez no tendría efecto, ya que Mafe tenía bastante claro lo que no quería que pasara. Por mi parte supe que había fracasado en mi intento por explorar su culo.

    Terminamos echando un fogoso polvo de madruga. Siempre era apetecible sentir la humedad de Mafe en medio de la oscuridad y a primera hora de la mañana, pero yo quedé con esa sensación de cuenta pendiente. En mi cabeza seguía dando vueltas la palabra fracaso, pues estaba realmente obsesionado con tener sexo anal con Mafe, aunque sabía que eso estaba lejos de cumplirse.

    De todas formas, no iba a dejar de intentarlo. Era cuestión de ser paciente y persistir.

    Más tarde esa misma mañana, ya con la luz del sol sobre nosotros, mientras desayunábamos, y antes de partir a la oficina, le pregunté a Mafe cómo se la había pasado con el polvo espontáneo de la madrugada.

    - ¡Súper! Estuviste diez puntos. Me quedé tan relajadita, y terminé descansando muy bien
    - A mí también me encantó, aunque me causó algo de desilusión que no me dejaras probar cosas nuevas
    - ¿A qué te refieres?
    - A que quise consentirte ese hermoso y respingado culito, pero me bloqueaste la entrada
    - Bueno, es que eso no está hecho para eso. Para el placer y la reproducción está la vagina, y el culo para excretar.
    - Quizá, pero te vi disfrutar muchísimo cuando te estimulé con mi lengua
    - No fue muchísimo
    - Lo habría sido si me hubieses dejado avanzar
    - Se te va a hacer tarde para llegar al trabajo…


    Mafe estaba siendo completamente recelosa con este tema, y la verdad no imaginaba la manera de ablandarla, de convencerla para cumplir esa fantasía.


    Me volví un poco intenso con el tema durante esos días. Le recordé esa vieja versión suya que temía y se resistía al sexo, y que terminó cambiando casi que al extremo opuesto. Traté de convencerla comprando lubricantes, o tratando de convertir la situación en un juego. Pero parecía que no había poder humano que pudiera convencerla de acceder.

    Claro que lo más sorprendente fue que su postura negativa hacia el sexo anal fue pasando del argumento de la prohibición contranatura, a un tipo de chantaje emocional. “Tú y yo no contamos con la bendición de dios, no tenemos una hipoteca, no tenemos un hijo, no tenemos nada que nos una verdaderamente. No veo por qué debo acceder a una pretensión tan osada con alguien con quien no tengo un verdadero lazo…”.

    Escucharle decir eso me enervó, enfurecí por completo, pues entendí su postura más como un chantaje que como cualquier otra cosa. Salí furioso de casa. Estaba sorprendido de que Mafe me estuviera sometiendo a este tipo de condicionamientos. De hecho, no sabía que pretendía ¿Tener un hijo o casarnos a cambio de su culo? No estaba dispuesto a pagar un costo tan alto.

    Capítulo XX: En búsqueda del ‘Santo Grial’ (Segunda parte)

    MPCapXIX.jpg
    Esa tarde salí de casa a dar un paseo, a tratar de calmarme por la actitud que había tomado Mafe frente a mis deseos y nuestra relación. Tanto así que llamé a una amiga para contarle lo acontecido y pedirle consejo. Me aconsejó apelar a la ternura, llevarla a un punto de excitación total a punta de mimos, cariñitos, y tratos dulces. Yo sentía que había intentado eso y había fallado. Pensé en saciar mis deseos con una prostituta, pero rápidamente desistí de ello; nunca ha sido afecto al plan de ir de putas...
     
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    Capítulo XX: En búsqueda del ‘Santo Grial’ (Segunda parte)

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    Esa tarde salí de casa a dar un paseo, a tratar de calmarme por la actitud que había tomado Mafe frente a mis deseos y nuestra relación. Tanto así que llamé a una amiga para contarle lo acontecido y pedirle consejo. Me aconsejó apelar a la ternura, llevarla a un punto de excitación total a punta de mimos, cariñitos, y tratos dulces. Yo sentía que había intentado eso y había fallado. Pensé en saciar mis deseos con una prostituta, pero rápidamente desistí de ello; nunca ha sido afecto al plan de ir de putas.

    De todas formas era algo que me obsesionaba. Era una ilusión que tenía y que no estaba dispuesto a dejar desvanecer, así como así. Le di muchas vueltas en mi cabeza sobre la forma de convencerla. Y tanta meditación dio sus frutos, fueron varios planes los que elucubré para conseguir mi cometido.

    El primero de ellos fue por la línea de la recomendación que me dio mi amiga: ser tierno con Mafe a la hora de intentarlo.

    Decidí entonces reservar una cabaña a las afueras de la ciudad, obviamente con su correspondiente adquisición de vino, cena y la típica cursilería de escribirle un mensaje de amor con pétalos de rosa sobre la cama.

    Le dediqué días a pensar cada uno de los detalles de la velada. Lo primero fue comprarle un abrigo, que le regalaría en el inicio de la noche. En uno de los bolsillos introduje la reserva de la cabaña.

    La reacción de Mafe al recibir el abrigo fue la esperada, no cabía de la dicha, y su embeleso fue en aumento al descubrir el tiquete de la reserva. Tomamos el coche y partimos rumbo a lo que parecía ser la noche más romántica de nuestro noviazgo y mi esperado acceso a la ‘tierra prometida’.

    El sitio era realmente acogedor. Era una casa de campo en adobe, con un ligero aroma a roble, luces tenues, con un decorado rústico, chimenea en el salón principal, y un camino de pétalos de rosa a la habitación, la cual tenía su propia decoración también con pétalos de esta flor.

    La cena también la encargué con antelación, y para mi satisfacción no hubo contratiempo alguno en su entrega. Es más, pasaron cerca de diez minutos desde que habíamos entrado a la cabaña y el momento en que llegó la cena. Ensalada de escarola y peras caramelizadas como guarnición y como plato principal salmón glaseado con naranja y romero. La cena la acompañamos con un Domaine Alain Graillot Crozes, un exquisito vino tinto que bebimos al calor de la chimenea.

    Realmente fue un momento romántico, que ocultaba a la perfección mi malsana intención de desvirgarle el culo a mi hermosa Mafe.

    Fue tal el regocijo de Mafe, que fue ella quien empezó con una larga tanda de besos a modo de recompensa por mi romántica, y hasta entonces desinteresada, sorpresa. Nos fundimos en un fuerte abrazo que acompañamos con besos mientras caminábamos de forma tambaleante hacia el dormitorio.

    Caímos sobre el colchón y continuamos besándonos por un largo rato, mirándonos a la cara con un repetitivo gesto de ternura. El ademán de acariciar la mejilla del otro también se hizo reiterativo.

    Mafe se sacó la camisa, el sostén y me pidió que le besara los pechos. Acepté de inmediato, no había motivo para oponerme a tan grata petición. Me ayudé con uno de los pétalos para estimular a Mafe. Lo pasaba levemente por sobre su torso, apenas rozando su piel, mientras ella reía y me pedía frecuentemente que la besara.

    Me detuve por un instante, me puse en pie y fui al salón principal en búsqueda de otra botella de vino. La destapé y volví al cuarto. Empecé a regarlo de a pocos sobre el pecho de Mafe, sobre su abdomen, sobre su pubis, quería sazonarla un poco con la sangre de Cristo

    Mafe solo permanecía allí sobre la cama, casi que inmóvil, disfrutando el sentir mi lengua y los pétalos de rosa paseando por su cuerpo. Pero de repente quiso cambiar de rol, se puso en pie casi de forma abrupta y me tumbó sobre la cama. “Dime si te gusta…”, dijo ella antes de empezar a menearse mientras se sacaba lentamente los pantalones. No voy a mentir, el baile erótico no era su mayor virtud, pero debo reconocer que tuvo una gran actitud con la demostración que hizo.

    Me puse en pie y la abracé para de nuevo fundirnos en un apasionado beso. Luego le pedí sentarse o acostarse en la cama, mientras yo le devolvía el espectáculo del show erótico. Tampoco creo que se me haya dado muy bien, pues era la primera vez que lo hacía, pero Mafe por lo menos se divirtió al verme hacerlo.

    Eso sí, estuve siempre pendiente de tener lubricante a la mano, pues era indispensable para llevar a cabo mi plan.

    Una vez quedamos desnudos nos acostamos y continuamos besándonos. Las caricias también se hicieron presentes. No sé si el tiempo se nos hizo largo o si realmente dedicamos mucho tiempo a esta introducción romántica del polvo, lo cierto es que fue verdaderamente extensa.

    Como era de esperarse, la estimulación de su vagina con mis dedos y con mi boca no pudo faltar. Mafe se acostó sobre la cama, abrió un poco sus piernas y con solo su mirada me invitó a que le comiera el coño. Para mí, esto se había convertido en uno de los grandes placeres de la vida.

    Empecé con unos cortos besos por sus pies para luego ir subiendo por sus tobillos hasta llegar a sus muslos y concentrarme allí por un buen rato. Mi lengua empezó a deslizarse por ellos, sintiendo su piel erizarse.

    A pesar de que yo estaba buscando ser romántico y regalarle un rato inolvidable, Mafe tenía algo más de prisa. El accionar de sus manos, tomándome del pelo para clavar mi cara en su vagina, me lo confirmaba. Pero pronto volví a recorrer sus piernas, alejándome de ese objetivo rosa y caliente. Sencillamente porque quería tenerlo entre mi boca en su punto máximo de ardor.

    El calor de su zona íntima empezó a emanar, y el pasar de mis dedos por sobre su vulva confirmó la creciente humedad. Era hora de dedicarme a comer ese postre llamado clítoris.

    El de Mafe era ciertamente especial, no por alguna característica concreta, sino porque lo conocía a la perfección, sabía para ese entonces como estimularlo con mi lengua, con mis dedos, mirando o sin mirar; sabía cómo manipularlo para hacerla tocar el cielo.

    Ella era un adicta del contacto de mi lengua con su clítoris, por eso era bastante normal que me abrazara con sus piernas cuando mi cara se entrometía entre su pubis. Ya era un clásico de nuestros coitos que yo levantara la cara con el mentón recubierto de esos fluidos con sabor a elixir sagrado. Mafe clavaba sus uñas en el colchón mientras apretaba las sábanas y de su boca escapan un cortitos suspiros, era todo un festival.

    Sin embargo, esa noche fue especial por algo más, y es que Mafe se animó a darme una mamada, pero lo hizo con tal grado de perversión que terminé disfrutándola a pesar de su pobre técnica.

    Fue ella quien me invitó a dejarme caer sobre la cama, y luego se abalanzó sobre mi pene para introducirlo en su boca y regalarme la que fue la mejor mamada desde que habíamos empezado a salir.

    En un comienzo sus ojos se enfocaron en mi rostro, con esa mirada cómplice y pervertida de quien busca asegurarse estar dando placer a su contraparte. Pero luego sencillamente los cerró y continuó con su trabajo, como si en realidad estuviese disfrutando de tener mi miembro entre su boca. Fue inevitable descargar un poco de esperma en ese momento, pero no a causa de un orgasmo, sino de esta que va saliendo casi que de forma involuntaria antes del clímax. Ese fenómeno que algunos han definido sabiamente como que “antes de llover, chispea”.

    El semen corrió hacia afuera de su boca, empezó a deslizarse por una de las esquinas de sus labios y a bajar por su mentón. Y aunque yo pensé que la reacción de Mafe iba a ser de asco o rechazo, sencillamente sonrió al dejar correr esa pequeña cantidad de esperma por su rostro.

    Capítulo XXI: En búsqueda del Santo Grial (Tercera parte)

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    Mafe decidió que era momento de pasar de la estimulación oral al coito, por lo que se acomodó para montarme y dejó deslizar mi pene entre su humanidad. Una gran sonrisa se dibujó en su cara al sentirme dentro, y a partir de allí empezó a sacudirse hasta terminar en una feroz cabalgata...
     
    Felipe Vallejo, 28 Dic 2020

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    Capítulo XXI: En búsqueda del Santo Grial (Tercera parte)

    MPCapXXI y XXII.jpg

    Mafe decidió que era momento de pasar de la estimulación oral al coito, por lo que se acomodó para montarme y dejó deslizar mi pene entre su humanidad. Una gran sonrisa se dibujó en su cara al sentirme dentro, y a partir de allí empezó a sacudirse hasta terminar en una feroz cabalgata.

    Tumbado en la cama y acariciando sus piernas, veía sus pequeños senos saltar al ritmo que se lo imponía el movimiento de su cuerpo. Ocasionalmente Mafe inclinaba su cabeza hacia atrás, como mirando hacia el techo, mientras dejaba que sus caderas hicieran el trabajo de marcar el ritmo y la labor de generar placer a todo su ser.

    De follar en esta posición me encantaba el hecho de sentir la humedad de su pubis sobre el mío, también el hecho de jalarla hacia mí con un abrazo para sentir sus senitos rozando sobre mi pecho, o mejor aún, el hecho de poder ponerlos entre mi boca.

    Mafe aguantó un buen rato montándome, pero llegó el momento en que el cansancio la venció, por lo que en un rápido movimiento se dio vuelta, quedando apoyada sobre sus rodillas, en una clara invitación a cogerla en cuatro.

    Antes de penetrarla, decidí acariciarle una vez más su apetecible coño, y es que para mí era todo un delirio sentir sus fluidos en mis manos, poder sentir mis dedos deslizarse con facilidad entre su vagina era otro de mis grandes delectaciones. Mafe no se opuso, pues creo que sentía la misma obsesión que yo, aunque de su parte por mojar mis dedos con su coño. Era mutuamente apetecido.

    Una vez satisfecho el deseo de sentir la humedad de su concha en mis manos, nació nuevamente la de sentirla pero con mi miembro. Así que procedí a penetrarla, y fue ahí que comprendí que se acercaba la hora de la verdad. Estaba una vez más con su ojete de frente a mí, mirándome a la cara.

    Arranque lentamente, encargándome de acariciar su espalda, sus hombros y su abdomen al mismo tiempo que le penetraba. La sonoridad de sus gemidos fue en aumento a pesar de que los movimientos no eran bruscos ni severos.

    Decidí entonces empezar a acariciar su ojete, por lo menos de forma superficial, a modo de primer acercamiento para tantear la situación. Mafe no reaccionó, aunque creo que desde ese momento sospechó hacia dónde iba todo.

    Yo, al ver que no hubo reacción, entendí que era un gesto de condescendencia. Me animé a meter la punta de mi dedo índice. Ahí sí hubo reacción de su parte, el clásico ademán de echar el cuerpo hacia adelante, juntar las nalgas y apretarlas.

    - Tranquila Mafe, va a ser solo un poquito. Si no te gusta paramos

    Mafe guardó silencio por unos instantes, pero luego terminó cediendo a mis pretensiones.

    - Está bien. Por probar, pero seré yo quien mande
    - ¡Como digas! Por cierto, traje esto para ayudarnos

    Fue ahí cuando me puse en pie y tomé el pequeño frasco de lubricante entre mis manos. Sonreí, me unté un poco en los dedos y empecé a esparcirlo sobre su ojete. “Mafe, termine como termine esto, tengo que decir que te amo. Y no te lo tomes como algo menor, pues es la primera vez que lo digo sinceramente”.

    Había un cierto grado de mentira en ello, pero no fue algo que dije solamente por conseguir mi cometido, realmente estaba confundido y creía poder estar realmente enamorado de Mafe.

    - ¿Quieres que te lo bese?, pregunté
    - Bueno, dale

    Como todo estaba pensado, el lubricante tenía sabor, por lo que el beso negro no terminó siendo del todo desagradable. Mafe pareció disfrutar de mi lengua paseándose por su ojete. Un par de movimientos involuntarios me confirmaron el descontrol placentero que estaba viviendo.

    Las cosas parecían ir por buen camino, así que una vez más me animé a introducir uno de mis dedos. Poco a poco mi dedo índice empezó esa misión de explorar territorio desconocido.

    Por respeto a Mafe le pedí hacer una pequeña pausa para buscar una menta entre mis cosas, comerla y librarme así del mal sabor y darme la libertad de poder volver a besarla.

    Una vez retomada la acción volví a esparcir un poco de lubricante en su ojete para introducir de nuevo mi dedo, esta vez a mayor profundidad. Mafe dejó escapar un par de lamentos, aunque realmente nada de qué preocuparse. Mi dedo entró del todo, se movió muy poco en su interior y luego lo fui retirando lentamente. Salió evidentemente untado de ; la ‘tierra prometida’ estaba llena de la ‘greda prometida’. Era sencillamente asqueroso, pero en ese momento estaba loco perdido por terminar de ejecutar mi magistral plan.

    - ¿Probamos ahora con dos deditos?
    - No, vamos al grano de una vez
    - ¿Segura?
    - Sí, segura
    - Mafe, eres lo máximo. ¡Te amo!

    Claro que mi dicha iba a llegar pronto a su fin, porque una vez que entró el glande, Mafe me pidió detenerme. Así lo hice, me detuve, se lo saqué y le apliqué más lubricante para de nuevo intentar la ansiada penetración anal. Sin embargo, a mitad del estrecho camino, el grito de Mafe fue desgarrador, y una vez más me pidió detenerme. Esta vez fue definitiva, pues parecía bastante adolorida, por lo que yo también sentí que era el momento de abortar la misión. De todas formas valoraba la voluntad de Mafe al pretender permitirme llevar a cabo mi plan, pero sencillamente su cuerpo y su mente no estaban preparados para ello.

    - Lo siento, dijo Mafe al ver la decepción dibujada en mi rostro
    - No Mafe, discúlpame tú a mí. Discúlpame por si te hice daño, y discúlpame por si te hice sentir forzada a hacer algo que no querías
    - Relájate, estoy bien. Forzada no me sentí, fui yo quien aceptó el juego. Aunque es la última vez que lo intento.
    - Más allá de que no pude cumplir mi fantasía, no eches en saco roto lo que te he dicho, te amo Mafe.

    Mafe me besó, acarició mi mejilla y me pidió rematar el polvo que habíamos empezado y que la fantasía contranatura por poco nos arruina. Yo no podía negarme a un pedido de Mafe, más si este consistía en follarla, así que la apoyé contra una pared, la penetré y sin expresarle mi verdadero sentir, la folle con furia por la imposibilidad de haberla cogido por el culo.

    A modo de recompensa Mafe me permitió correrme sobre su cara, entendiendo que ver su rostro recubierto de esperma era una de mis grandes fascinaciones. Claro que la noche no terminó ahí, pues el romanticismo del lugar, la cena y demás, fue un detonante para una velada cargada de actividad sexual y orgasmos.

    Pero a pesar de que había sido una noche llena de placer y cariño, el objetivo principal no había podido cumplirse. Mafe había cambiado de postura, ya no me estaba “vendiendo” su culo a cambio de compromiso, sencillamente lo había intentado y no había resistido.

    No sabía qué hacer pues mi obsesión seguía vigente y no estaba dispuesto a renunciar a cumplir mi fantasía. Estaba viviendo un verdadero tormento ya que penetrar a Mafe por el culo se me había convertido en una obstinación que no podía olvidar, y si bien había pensado en uno y otro plan para lograrla, el que había ejecutado esa noche era el mejor de todos, era mi plan A, B y C.

    Capítulo XXII: En búsqueda del ‘Santo Grial’ (Cuarta parte)

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    Bueno, sinceramente había pensado en un plan B y en un plan C, pero iban en contra de lo que pensaba, de mi esencia. El plan B era penetrarla a traición, y el plan C era embriagarla para llevar a cabo mi fantasía...
     
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    al final la historia es real? o fue sacada de esa web colocha
     
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    Capítulo XXII: En búsqueda del ‘Santo Grial’ (Cuarta parte)

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    Bueno, sinceramente había pensado en un plan B y en un plan C, pero iban en contra de lo que pensaba, de mi esencia. El plan B era penetrarla a traición, y el plan C era embriagarla para llevar a cabo mi fantasía.

    Sabía que de ninguna manera podrían salir bien, pero la obsesión me venció. Era como si me hubiese vuelto adicto a algo que nunca había probado, o por lo menos no del todo.

    Lo primero que intenté fue la penetración a traición, obviamente pasado un tiempo prudente desde esa velada de romanticismo y experimentación. Fue en uno de tantos polvos ocasionales, teniendo a Mafe en cuatro, inocente de lo que iba a sentir. Fue un gesto que poco quiero recordar, pues además de haberle causado daño a mi hermosa Mafe, no disfrute al ser algo fugaz, agresivo y poco empático hacia una persona a la que juraba querer.

    Esa acción, además de marcar el final del coito que estábamos teniendo, me causó una fuerte discusión con Mafe, y un enorme cargo de consciencia.

    Mafe era excesivamente bondadosa, o quizá me quería demasiado, por lo que terminó perdonando mi abusiva intromisión. Y con su perdón desapareció mi cargo de consciencia y reapareció una vez más ese deseo malsano.

    Así que llegué entonces al plan C, recurrir al licor para hacerle perder la consciencia, y así tener vía libre para hacer con ella lo que se me antojara. Claro que no era tan sencillo como suena, ya que Mafe no habituaba a beber. De hecho, era muy raro que lo hiciera. Pero tampoco era una misión imposible, ya tenía en mente la forma de conseguir que Mafe y el licor se hicieran amigos íntimos por una noche.

    Fue cuestión de invitar a una cena en casa a uno de mis amigos, a él y a su pareja. Mafe los aborrecía, su compañía le resultaba tediosa e incluso desesperante.

    - La vamos a pasar bien, será una linda cena de parejitas. Y luego podemos rematar la noche con una salida a bailar, al cine, no sé…
    - ¡Ni muerta! Vamos a comer con ellos, yo voy a poner buena cara el tiempo que dure la cena, me embriagaré, esperaremos a que se vayan, y luego me lo harás acá, sobre la mesa del comedor. Ese va a ser nuestro plan esta noche.
    - Bueno, también suena bien, dije con una hipócrita sonrisa en mi cara.


    No sé por qué Mafé le tenía tanta repulsión a Santiago y su chica. Es cierto que eran un poco friki, un tanto intensos y un poco inoportunos, pero no creo que hasta el punto de llegar a aborrecerlos. Pero bueno, esa noche iba a ser una ventaja para mí toda esa repulsión que sentía Mafe hacia ellos.

    Mi mente maquiavélica quiso prever todo lo necesario para hacer realidad mi plan. De nuevo conseguí lubricante, unas mentas para el mal sabor de boca, y un buen ron, pues ese licor específicamente la embriagaba y le activaba su faceta más carnal.

    Santiago y su novia, Laura, llegaron a eso de las siete de la noche, y fue necesario solamente que cruzarán la puerta para que Mafe empezara a empinar el codo.

    Yo también bebí, aunque muy poco, pues quería estar en plena forma, como un campeón, a la hora de ejecutar mi fantasía. Para mí no era tortuoso sostener una conversación con Santiago, al fin y al cabo era mi amigo, de toda la vida, aunque sinceramente si era un tipo muy raro. Era de aquellas personas que creen en hipótesis extrañas como que el sol es frio, pero se siente caliente por acción de la atmósfera terrestre, y está dispuesto a gastar horas para explicar su punto y especialmente para defenderlo. También era un tipo muy devoto, aunque realmente no sé de qué religión. Era normal en él empezar a hablar de las bondades de su secta, de las innumerables “evidencias” de su fe, y de lo errado que estaban todos los demás en sus creencias o en su agnosticismo. Y así como era un radical con su dogma, lo era con sus apreciaciones o gustos por la música. Escuchar una canción de un ritmo que no soportara, liberaba al nazi que llevaba en su interior. Tenían todos los elementos para ser detestable, aunque yo le apreciaba, pues nuestra amistad se había forjado mucho tiempo atrás, antes de que desarrollara características de personalidad tan singulares.

    El reloj empezó a correr y mi plan iba tomando forma, pues a Mafe ya se le empezaban a notar los efectos del exquisito ron que bebimos esa noche, si no recuerdo mal la marca era Arehucas, aunque puedo equivocarme.

    Claro que no todo fue perfecto, pues el licor fue desinhibiendo a Mafe, lo que liberó esa cara antipática y cortante que era tan difícil de ver en ella. Yo recurrí a las indirectas para hacerle saber a Santiago y su novia que era hora de irse a casa, y aunque tardó en entenderlas, finalmente lo hizo.

    Cuando ellos partieron, Mafe estaba en un alto estado de embriaguez, aunque aún le faltaban un par de tragos para perder la razón, que era lo que yo buscaba para cumplir mi plan. Bebimos esas copas de más en medio de besos y manoseos.

    La hora de la verdad había llegado. La desnudé, la acaricié, e incluso la estimulé un poco con mi boca en su vagina. Aunque no dediqué mucho tiempo porque el objetivo era otro. Además ¿Qué más daba si Mafe estaba dormida? ¿Para qué tanto estímulo?

    Tomé el lubricante entre mis manos y empecé a verterlo sobre su ojete. Pero cuando me disponía a introducir uno de mis dedos entre su culo, hubo algo que me frenó. Un repentino freno, uno de esos ligeros choques eléctricos que produce la mente consciente cuando advierte que se trasgreden los límites.

    Empecé a cuestionarme lo que estaba haciendo, el hecho de aprovecharme del estado inconsciente de una mujer a la que supuestamente amaba. Era tan similar como el actuar de un violador. Me sentí sucio y mísero. Tanto que juzgaba a Mafe por su hipocresía, y resultaba que era yo quien realmente lo era.

    No pude hacer nada. La excitación desapareció con la llegada de esos pensamientos deshonrosos. Me puse de nuevo mis pantalones. Tomé a Mafe en brazos, la llevé al dormitorio, le puse un camisón y la acosté.

    Estando ya en la cama y sufriendo del insomnio típico que aqueja a quien se siente indecoroso, reflexioné una y otra vez sobre mi actuar, sobre lo que había pretendido hacer y no hice, pero especialmente sobre la autenticidad del amor que creía sentir por Mafe. Comprendí que realmente si existía un sentimiento de afecto, pues de no ser así, no me habría detenido en mi mal intencionado plan. Pero dudaba seriamente que se tratara de amor. Comprendí esa noche también que Mafe era una mujer muy especial, pero yo no la merecía. Ahora solo me restaba pensar la forma de decirle a Mafe que era hora de cortar. No quería confesarle que había pretendido ejecutar tan aberrante plan, que había sido un canalla, pues quería que ella conservara un bonito recuerdo de lo que alguna vez existió entre nosotros.

    Y si bien no le confesé tan rastreros pensamientos y planes que tuve para ella, si le di a entender que no la merecía, que era muy poca cosa para alguien verdaderamente valioso como lo era ella.

    El adiós fue doloroso para ambos. Para ella porque quizá no se lo esperaba y no quería aceptarlo, y para mí porque me había habituado a ver amaneceres y atardeceres a su lado, a delirar con el sentir de sus carnes sin encontrar el cansancio por ello, incluso a escuchar sus rezos a toda hora del día, a ser cómplice de sus convencionalismos como respuesta a su condescendencia hacia mis deseos.


    Capítulo XXIII: La boda de ‘Piti’

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    El tiempo pasó y las heridas fueron cerrando. Tanto Mafe como yo rehicimos nuestras vidas, pero el destino nos tenía previsto un último encuentro, que quizá iba a ser el más trascendental de toda nuestra historia juntos...
     
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    El tiempo pasó y las heridas fueron cerrando. Tanto Mafe como yo rehicimos nuestras vidas, pero el destino nos tenía previsto un último encuentro, que quizá iba a ser el más trascendental de toda nuestra historia juntos.

    Al comienzo fue difícil desprenderme de los recuerdos y del deseo por estar con Mafe, pero poco a poco lo fui aceptando. Bien dicen por ahí que el tiempo todo lo cura, y esto no fue la excepción.

    Sin embargo, una tarde al llegar a casa me vi totalmente sorprendido con una carta de invitación que había llegado. Se trataba de la boda de Tatiana, la mejor amiga y confidente de Mafe, o ‘Piti’ como ella la llamaba cariñosamente.

    Verdaderamente fue algo que me tomó por sorpresa, pues no me esperaba jamás que Tatiana me invitara a algo tan propio y quizá tan íntimo como su matrimonio; no éramos grandes amigos, es más, diría que apenas conocidos.

    De inmediato pensé que esto tenía que ser obra de Mafe. Invitarme tenía que haberse dado solamente por pedido suyo. Dudo que habiendo tanto tiempo desde finalizado nuestro noviazgo, y teniendo tanta confianza entre ellas, Tatiana no se hubiese enterado. Era imposible.

    Tenía que ser por pedido de Mafe. Era más que obvio. Y esto me puso a pensar de más en ella, por lo menos ese día en que recibí la invitación. Comencé a recordar momentos específicos de los que pasé a su lado. De los buenos y los malos. Llegué a ponerme algo melancólico, aunque fue cuestión de horas, pues al día siguiente desperté habiendo superado esa sensación de nostalgia.

    Claro que no dejaba de inquietarme por qué Mafe le había pedido a su amiga que me invitase a su matrimonio ¿Tendría planeada una venganza? ¿Querría pedirme que volviéramos? ¿Tendría alguna noticia para mí? ¿O quizá solo quería verme y no se atrevía a decírmelo? Le di muchas vueltas en mi cabeza, pero ante la incertidumbre solo podía calmarme y esperar al anhelado día en el que resolvería el misterio de esta inesperada invitación.

    Decidí invitar a mi mejor amiga, de toda la vida, para que fuera mi acompañante en el matrimonio de Tatiana. No quería ir solo, más todavía cuando suponía que Mafe iría en compañía de alguien, y yo no podía quedarme atrás. Claro que, pensándolo bien, era un plan bastante estúpido, pues Daniela, al ser mi amiga de toda la vida, era conocida por Mafe, y ella sabía bien que entre nosotros no había nada más allá de una amistad.

    Alquilé un smoking blanco, que no sé si era adecuado para la ocasión, pero siempre me había hecho ilusión lucir uno, así que me di el gusto. Gusto que terminaría con sabor a poco luego del “tremendo banquete” que me iba a dar en la recepción de la boda.

    La noche anterior estuve muy nervioso, como si fuera yo el protagonista del evento, pero nada que ver. Sencillamente lo estaba por el hecho de ver a Mafe luego de tanto tiempo. Desde que terminamos solo nos habíamos visto un par de veces. La primera de ellas tan solo unos días después de finalizada la relación, en una de esas jornadas en que Mafe recogió sus cosas de mi casa para apartarse de mi vida para siempre. La otra fue un encuentro casual en el centro de la ciudad, que nos dio tiempo para tomar un café y charlar por un rato fugaz.

    A pesar de que la ansiedad se apoderaba de mí, decidí llegar a la mitad de la ceremonia, más que todo para no tener que soportar toda la retahíla de la misa. La iglesia estaba a reventar, por lo que fue imposible saludar a los novios más allá del benevolente cruce de miradas al final de la ceremonia. Tampoco pude encontrarme de frente a Mafe, aunque en la recepción de la boda ya habría momento para ello.

    De hecho fue imposible no hacerlo, pues los novios habían previsto sentarnos en la misma mesa. Para mí tenía completo sentido, pues no sabía en qué otra mesa podían incluir a alguien como yo. También entendí el plan de Mafe, que tal y como lo avizoré, había ido acompañada, de quien parecía ser su nueva pareja. Era una especie de pulso para demostrarme que había superado nuestra ruptura, que lo había hecho de mejor manera que yo.

    Me pareció ciertamente infantil que tuviese un gesto así, pero entendía también que muchas veces, para reafirmar la confianza en uno mismo es necesario acudir a este tipo de argucias, y así quedarse tranquilo.

    No voy a negar que la vi hermosa, radiante, sencillamente espectacular. Su cabello estaba suelto, completamente lacio, y tan radiante como nunca antes. Su cara sin evidenciar imperfección alguna, obviamente ayudada por un buen maquillaje que habría tardado horas en aplicarse, pero esencialmente fundamentada en lo terso de su piel, pues Mafe era una de esas chicas que gasta grandes cantidades en cremas rejuvenecedoras y demás. Aunque lo mejor de verla esa tarde fue su vestuario. Mafe llevaba puesto un vestido rosa o fucsia, no sé bien cómo definir la tonalidad, pero lo cierto es que dejaba al descubierto su espalda, demostrando a la vez lo sensual que puede ser esta zona sin ser una de las que una mujer esté pendiente de embellecer; a la vez que exponía gran parte de sus siempre elogiadas y deseadas piernas. Era un vestido en una pieza, que se ceñía a la perfección a su bien concebida silueta.

    Y si bien el vestido la hacía ver sensual y distinguida, a la hora de sentarse la hacía ver apetecible, pues parecía como que sus piernas se desparramaban hacia los costados, como tratando de escapar de la asfixia de un vestido pensado para evocar al pecado.

    De su novio debo decir la verdad, era un tipo agradable aunque ciertamente introvertido, muy risueño y acomedido, pero un tanto empalagoso de tanto servilismo. No recuerdo su nombre, no estoy seguro, si no me equivoco era Hernán. Algo que por el contrario se me haría inolvidable era su cara de monaguillo, de niño bueno. Estaba hecho casi que a pedido de Mafe, por lo menos aparentaba ser un alma de dios.

    Sus actitudes y su forma de expresarse también confirmaban ese carácter blando, sumiso y santurrón. Me preguntaba de dónde lo habría sacado Mafe, y más aún, me preguntaba si este sujeto sabía lo calentorra que podía ser su novia.

    Yo lo sabía a la perfección, y es innegable que desde el primer momento que vi a Mafe esa tarde, surgieron pensamientos sucios en mi mente. Un cruce de miradas con ella me iba a confirmar que el sentimiento era mutuo. Pero posiblemente se trataba solo de deseo, de malos pensamientos, de ahí a la acción hay un buen trecho, más todavía con el obstáculo que implicaba la presencia de su novio en el lugar.

    Claro que mi deseo fue en incremento, y en mi cabeza tomó el carácter de irrenunciable e innegociable la posibilidad de fornicar con Mafe esa misma tarde. Tendría que pensar la forma de distraer a su novio, a la vez que la forma en que iba a seducirla, la estrategia para crear el instante adecuado para llevar a cabo esa fantasía.

    Daniela fue esencial para lograr mi cometido. Durante la cena le comenté mis intenciones, y ella, como buena confidente, se ofreció para distraer al inocente novio de Mafe. Su plan no era muy elaborado, consistía básicamente en sentarse junto a él, darle conversación y compartir una buena cantidad de tragos. De hecho, yo fui parte de esa conversación en un comienzo, básicamente con la intención de retarle para beber, pues no parecía un tipo muy habituado al consumo de licor.

    El diagnóstico fue acertado, Hernán fue entrando rápidamente en un estado de ebriedad. Supe que podía confiar en Daniela, dejar en sus manos la creación de la distracción para concretar mi anhelado plan.

    Le propuse a Mafe bailar. Era algo que yo disfrutaba y que sabía que ella también, por lo que difícilmente se negaría. Su novio no era muy amigo del baile, y menos sufriendo dificultades para conservar el equilibrio. “Ve tranquila que yo te lo cuido”, le dijo Daniela a Mafe cuando ella le comentó a su novio que estaría bailando un rato.

    Mafe era una mujer verdaderamente hermosa. Bailar una vez más con ella me permitió estar cara a cara para apreciar su rostro, la profundidad de su mirada, sus carnosos y apetecibles labios, su fina y delicada nariz, e incluso las imperfecciones de su piel, que, por lo menos a mí, me hacían percibirla más bella.

    No dudé en expresarle lo hermosa que se veía esa tarde, ni lo bien que olía, ni lo mucho que le lucía ese vestido. A lo que ella respondió con su sonrisa y un tímido gracias.

    El baile me dio la oportunidad de juntar mi cuerpo con el suyo, y con ello de evocar a la memoria un momento que seguramente resultó fascinante y trascendental para ella.

    - ¿Te acuerdas que la primera vez que lo hicimos nació de un roce involuntario de nuestros cuerpos?
    - ¿Cómo me voy a olvidar?... Es más, si te digo, recuerdo la fecha exacta de ese día. Aunque dudo que te pase igual a ti, respondió ella
    - Tienes razón, no puedo recordar con exactitud la fecha, pero si recuerdo cada detalle de esa noche, que también fue maravillosa para mí

    Guardamos silencio por unos segundos, seguimos bailando con nuestros cuerpos pegados, y mi erección fue en constante crecimiento. Era más que evidente que Mafe sabía lo que estaba provocando en mí.

    Yo procuraba, mediante el baile, llevar a Mafe hacia un punto ciego para su novio, a un lugar en el que le resultara imposible vernos. Poco a poco fui logrando mi cometido, llevar a Mafe a una de las esquinas del recinto, esquina en la que el ángulo y el constante flujo de personas haría prácticamente imposible que Hernán controlara visualmente a Mafe. Una vez ahí me aventuré a besarla, encontrándome con la grata respuesta de su complacencia. Mafe fue tan partícipe del beso como yo. Claro que cuando nuestras bocas se separaron me preguntó “¿Qué haces?”, como quien no quiere la cosa.

    No respondí nada, por lo menos de palabra, apenas le hice saber con mi mirada que no creía en lo más mínimo en su reclamo. Inmediatamente volví a besarla. Al finalizar ese beso, y acariciando su pelo por detrás de su oreja, le dije:

    - No sabes cuánto te he extrañado Mafe
    - ¿Y entonces por qué me dejaste?
    - No te dejé Mafe, te liberé de compartir tus días con alguien que no está hecho a tu altura
    - Suena muy lindo, pero no responde a mi pregunta ¿Por qué decidiste terminar con lo nuestro?
    - Siento que de alguna manera te estaba utilizando, pero no vale la pena ahondar en ello, no es necesario arruinar este momento recordando algo tan ingrato como eso. Solo quiero que nos dejemos llevar, que vivamos esto como un último encuentro.
    - Pero Hernán…
    - Hernán no tiene por qué enterarse, dije interrumpiéndola antes de que la invadiera la sensación de culpabilidad.

    Capítulo XXIV: El rostro de Lilith

    MPCapXXIV.jpg

    La tomé suavemente de una de sus mejillas y de nuevo nos sumergimos en un largo beso. Claro que esos tiernos besos fueron convirtiéndose en un frote constante de nuestros cuerpos, fueron transformándose en la expresión mutua del deseo de juntar algo más que nuestros labios, nuestras almas...​
     
    Felipe Vallejo, 30 Dic 2020

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    Capítulo XXIV: El rostro de Lilith

    MPCapXXIV.jpg
    La tomé suavemente de una de sus mejillas y de nuevo nos sumergimos en un largo beso. Claro que esos tiernos besos fueron convirtiéndose en un frote constante de nuestros cuerpos, fueron transformándose en la expresión mutua del deseo de juntar algo más que nuestros labios, nuestras almas.

    Volvimos a la mesa donde estaban Daniela y Hernán, aunque solamente de momento, más que todo para disimular. Mafe le comentó a su novio que me acompañaría a fumarme un cigarrillo y enseguida estaríamos de vuelta. Claramente era un embuste, ya que yo no fumo.

    Hernán, evidentemente afectado por el licor, asintió con la cabeza y siguió en su conversación con Daniela.

    Hicimos el amague de salir del recinto, aunque rápidamente volvimos a entrar y nos encerramos en uno de los baños. Estos eran amplios y aseados, no eran los típicos cubículos, sino que eran un cuarto como tal, y lo mejor de todo es que había muchos, por lo que no íbamos a sentir el apuro de alguien que en verdad necesitara el sanitario.

    El vestido de Mafe nos facilitó mucho las cosas, fue cuestión de subirlo un poco para ponerme manos a la obra. Sabía que no contaba con mucho tiempo, pero para mí era inconcebible no besar la vagina de Mafe. Lo había hecho en gran cantidad de ocasiones, sabía de lo mucho que ella disfrutaba de esto, y no estaba dispuesto a renunciar a la posibilidad de ponerme cara a cara con su coño una vez más, que además podría ser la última.

    La adrenalina se apoderó de Mafe, y su vagina humedeció rápidamente. Fue cuestión de segundos para que mi lengua sintiera el correr de sus fluidos. Habían pasado casi que un par de años desde la última vez en que había sentido emanar ese ardor de su coño, y era tan espectacular, tal y como lo recordaba.

    La subí sobre el mesón del lavamanos para que estuviese cómoda al momento de recibir la estimulación de mi lengua sobre su clítoris. Mis manos se movían casi que con desespero por sobre sus piernas, manejando tal grado de ansiedad que no sabía dónde posarlas, donde situarlas para sentir en todo su esplendor las bondades de sus piernas.

    Una vez que me puse en pie, cara a cara con Mafe, le di un corto beso antes de tomarla entre mis manos para darle vuelta y apoyarla contra el mesón. Una vez en esa posición, empecé a pasear una de mis manos por sobre su vulva, a la vez que la besaba por el cuello.

    El espejo me permitía ver sus reacciones, sus gestos, a la vez que sus pequeños senos una vez que baje con cierto grado de agresividad la parte de arriba de su vestido.

    Bajé ligeramente mis pantalones para permitir la salida de mi miembro, e inmediatamente penetrarla en esa posición. Fue un instante que, creo, los dos esperamos por un largo tiempo. Era sencillamente majestuoso el hecho de volver a sentir su apretado coño, húmedo, caliente y hambriento de placer.

    Ella gemía con cierto grado de confianza, pues la música seguramente haría imperceptibles sus gemidos para las personas al exterior del baño. Yo la interrumpía ocasionalmente con besos, besos largos, llenos de mordidas de labios, de sonrisas ante el juego complaciente de su lengua o de la mía.

    Pero lo mejor estaba por venir. Fue cuestión de darle vuelta, situarla cara a cara y volverla a penetrar. Fue en ese entonces cuando pude volver a verla al rostro en un momento de máximo disfrute, fue ahí cuando pude verle sus gestos de pervertida, su cara de lujuria, de placer y de deseo; era esa seguramente la cara de la tentación, el rostro de Lilith.

    Claro que lo que terminó sacándome de quicio fue ver el ver sus carnes blandas rebotando al ritmo de mis empellones, tan frágiles, tan endebles, tan femeninas; que inevitablemente no pude contener la descarga al interior de su coño, tal y como ella lo añoraba. Ciertamente fue algo osado, quizá atrevido, pues ya no éramos pareja, no sabía si ella planificaba, y si ese gesto pudo resultarle incómodo. Pero su silencio cómplice me hizo creer que no había problema en ello.

    - ¿Estás saliendo con Daniela?, preguntó Mafe mientras se acomodaba el vestido
    - ¿Con Daniela? Obvio no. No estaría contigo si fuese así, estaría con ella. Bien sabes que es mi amiga
    - Ah, pues pensé. Como viniste con ella
    - Pero eso no quiere decir nada. Vine con ella para no sentirme inseguro, pues no sabía que te traías entre manos
    - Bueno, ya viste lo que me traía entre manos
    - ¿Cómo así? ¿Tú planeaste esto?
    - No exactamente así, pero sí
    - Mirá, y yo planeando durante la cena como concretar este momento, y tú ya lo tenías más que estudiado.
    - No tanto. Sabía que era cuestión de insinuarme un poco, de provocarte, y luego tú harías el resto.
    - Hasta eso extraño de ti…
    - ¿Y entonces por qué no volvemos?
    - Mafe, porque eres mucha mujer para un pérfido como yo
    - Bueno, no voy a insistirte para que me expliques por qué te sientes tan mal contigo mismo. Pero ya sabes, de mi parte sabes que el deseo por arreglar lo nuestro existe. Aunque puede que no sea algo eterno.


    Dudé mucho en ese momento. Me quedé viéndola mientras se acomodaba su pelo frente al espejo, a la vez que pensaba lo mucho que me había costado superarla, lo difícil que me había sido desprenderme de su recuerdo, y lo canalla que alguna vez fui con ella.

    - Tenemos que salir a comprar un cigarrillo. Si no huelo a tabaco, tu novio no se va a creer la historia que le contaste. Además que nos puede ayudar a tapar el olor a sexo que nos quedó impregnado.
    - Dudo que se dé cuenta. Está muy ebrio como para pensar en ello
    - Bueno, tú eres la que lo conoce…

    Regresamos a la mesa y allí estaba Daniela, con su mentón recostado sobre una de sus manos, escuchando los delirios y la predica de un creyente radical y desaforado. No hubo el más mínimo indicio de sospecha por su parte respecto a Mafe, era evidente que confiaba ciegamente en ella.

    La velada concluyó con una despedida que pareció un hasta siempre, aunque el destino nos tendría por lo menos un par de encuentros más. Claro que ahora en circunstancias hasta ahora inimaginables, por lo menos para mí.

    El primero de esos encuentros se dio aproximadamente cinco meses después de la boda de Tatiana, y sinceramente fue algo que me dejó estupefacto. Días antes del mencionado encuentro, Mafe me llamó para invitarme a su ‘baby shower’. Yo no podía creer lo que estaba escuchando, Mafe estaba embarazada.

    Días después, al concurrir a su invitación, lo constaté con mis propios ojos. Mafe estaba en cinta. Su creciente barriga era prueba evidente de ello.

    Enterarme de su embarazo fue algo que me dejó helado, pues aunque asumía como superada nuestra relación, entendía que ser madre junto a Hernán la iba a alejar de mí para siempre. De todas formas lo asumí con hidalguía, entendiendo que Mafe estaba en todo su derecho de rehacer su vida, como quisiera y con quien se le antojara.

    Luego, cuando nació el bebé, me invitó a conocerlo. A partir de ese momento empecé a atar cabos, y a comprender la realidad de las cosas. Los tiempos coincidían con el polvo de la boda de ‘Piti’ y con el desarrollo de su embarazo. Además, el niño poco y nada se parecía a Hernán. Claro que a esa edad encontrarles parecido es ciertamente complejo. Mafe tampoco me comentó nada, dándome a entender así que el niño era producto de su unión con Hernán, aunque en mí siempre vivió la sospecha de que esto no era así. Claro que tampoco tuve nunca la intención de averiguarlo, si Mafe asumía que lo había tenido junto a Hernán, no habría alegato de mi parte.

    Tampoco fue grato ver la transformación que sufrió Mafe, pues aunque suene cruel, el embarazo le deformó esa bonita silueta que tiempo atrás me produjo tanto pensamiento lujurioso. Su papada creció, sus senos también, aunque rápidamente fueron cuesta abajo, su cintura se desvaneció, y sus caderas, que siempre fueron generosas en carnes, empezaron a adquirir rasgos de obesidad.

    Era evidente que la atracción física había desaparecido, y a esta altura el cariño también, pues tanto tiempo distanciados hizo imposible la supervivencia de un amor que alguna vez pareció inagotable, pero que ahora solo podía interpretarse como el afecto que se tiene a alguien que alguna vez fue cercano. Algo así como una amiga lejana.

    Hoy, habiendo pasado tantos años, lo único que realmente me atormenta de lo que pudo ser, pero nunca fue, es lo relacionado a la entrega de su culo. Hernán era un tipo bastante inocente y fervoroso como para pedirle ese capricho, pero Mafe es tan caliente, tan golfa y tan buscona, que dudo que se muera sin experimentar el placer de haber sido penetrada por el culo.
     
    Felipe Vallejo, 31 Dic 2020

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