Cuando Nuestros Ojos Se Encontraron Cuando nuestros ojos se encontraron a través del seto, pensé que iba a decirle alguna cosa; pero ella se fue. Y la palabra que yo tenía que decirle se mece día y noche, como una barca, sobre la ola de cada hora. Parece que navega en las nubes de otoño, en un ansia sin fin; que florece en flores de anochecer, y busca en la puesta del sol su momento perdido. Chispeaba la palabra, como las luciérnagas, por mi corazón, buscando su sentido en el crepúsculo de la desesperanza; la palabra que yo tenía que decirle.
Cuando Nuestros Ojos Se Encontraron Cuando nuestros ojos se encontraron a través del seto, pensé que iba a decirle alguna cosa; pero ella se fue. Y la palabra que yo tenía que decirle se mece día y noche, como una barca, sobre la ola de cada hora. Parece que navega en las nubes de otoño, en un ansia sin fin; que florece en flores de anochecer, y busca en la puesta del sol su momento perdido. Chispeaba la palabra, como las luciérnagas, por mi corazón, buscando su sentido en el crepúsculo de la desesperanza; la palabra que yo tenía que decirle.
Me dijo bajito: Amor mío, mírame en los ojos. Le reñí, agria, y le dije: Vete. Pero no se fue. Se vino a mí y me cogía las manos Yo le dije: Déjame. Pero no se fue. Puso su mejilla en mi oído. Me aparté un poco, me quedé mirándolo, y le dije: ¿No te da vergüenza? Y no se movió. Sus labios rozaron mi mejilla. Me estremecí, y le dije: ¿Cómo te atreves, di? Pero no le dio vergüenza. Me prendió una flor en el pelo. Yo le dije: ¡Es en vano! Pero no cedía. Me quitó la guirnalda de mi cuello, y se fue. Y lloro y lloro, y le pregunto a mi corazón: Por qué, por qué no vuelve?
Me dijo bajito: Amor mío, mírame en los ojos. Le reñí, agria, y le dije: Vete. Pero no se fue. Se vino a mí y me cogía las manos Yo le dije: Déjame. Pero no se fue. Puso su mejilla en mi oído. Me aparté un poco, me quedé mirándolo, y le dije: ¿No te da vergüenza? Y no se movió. Sus labios rozaron mi mejilla. Me estremecí, y le dije: ¿Cómo te atreves, di? Pero no le dio vergüenza. Me prendió una flor en el pelo. Yo le dije: ¡Es en vano! Pero no cedía. Me quitó la guirnalda de mi cuello, y se fue. Y lloro y lloro, y le pregunto a mi corazón: Por qué, por qué no vuelve?