Crónicas del Placer Don Pepe, un viejo gordo y libinidoso (Parte 17)

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Salta Montes, 28 May 2024.

    Salta Montes

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    Los días siguientes transcurrieron con una inquietud constante en mi mente. La tensión en el edificio era palpable, especialmente cada vez que me cruzaba con Alejandro. Su mirada, una mezcla de curiosidad y deseo, se clavaba en mí con una intensidad que me hacía sentir expuesta y vulnerable. Cada vez que coincidíamos en el pasillo, en las gradas o incluso en el patio principal del edificio, sentía que sus ojos me seguían a donde quiera que fuera, como si intentara descifrar mis secretos más ocultos.

    Laura, su esposa, parecía ajena a todo, siempre sonriente y amable, irradiando una inocencia que contrastaba con la tensión subyacente entre su marido y yo. Sus comentarios sobre lo contenta que estaba con su nuevo hogar y lo bien que se llevaba con los vecinos me producían un nudo en el estómago. Cada vez que nos encontrábamos en el patio del primer piso o en la lavandería común, Laura me hablaba con una calidez genuina, preguntándome por mi día o compartiendo anécdotas sobre su vida con Alejandro. Su desconocimiento de la verdad solo aumentaba mi nerviosismo, pues temía que en cualquier momento las cosas pudieran salir a la luz.

    La inquietud crecía con cada día que pasaba, alimentada por la presencia constante de Don Pepe. Siempre atento, siempre observador, parecía notar el más mínimo cambio en mi comportamiento. Sus insinuaciones veladas y su manera de vigilarme con esos ojos penetrantes me hacían sentir como si estuviera bajo constante escrutinio. Sabía que él no se quedaría de brazos cruzados si percibía algún peligro para su relación secreta conmigo.

    Para complicar aún más las cosas, el esposo de Daniela, un ingeniero de minas que retornaba cada quince días a casa, había comenzado a mostrar un interés incómodo hacia mí. Sus intentos de acercamiento eran torpes pero insistentes, y yo hacía todo lo posible por esquivarlo sin levantar sospechas. Su presencia era un recordatorio constante de la madrugada que había cedido ante él, un episodio que preferiría olvidar. Un día, mientras colocaba las bolsas de basura en el basurero del primer piso, sentí una presencia detrás de mí. Me giré rápidamente y me encontré con el esposo de Daniela, recién llegado de su trabajo en las minas. Su rostro estaba marcado por el cansancio, pero sus ojos brillaban con una intensidad que me hizo estremecer.

    —Hola, Marta —saludo con una voz profunda, mientras colocaba su equipaje en el suelo.

    —Hola —respondí, tratando de mantener la compostura.

    —He pensado mucho, lo ocurrido el otro día... —dijo acercándose un poco más.

    Mi corazón empezó a latir con fuerza. Sabía que no podía permitirme otro encuentro sexual como el anterior. Busqué una excusa rápida para escapar.

    —Tengo que irme, tengo cosas que hacer en mi casa —dije, intentando alejarme.

    Él extendió una mano para detenerme, pero logré esquivarlo y apure el paso hasta subir a mi apartamento. Cerrá la puerta de atrás de mí, sintiendo una mezcla de alivio y pánico.

    Más tarde, mientras preparaba la cena, el timbre de la puerta sonó. Al abrirla, Me encontré con Daniela, su rostro reflejaba preocupación.

    —Marta, ¿puedo hablar contigo un momento? —preguntó.

    —Claro, pasa —respondí, invitándola a entrar.

    Nos sentamos en la sala y ella comenzó a hablar en voz baja.

    —He notado algo extraño en mi esposo... siento que hay algo que no me está contando. ¿Tú sabes algo?

    Tragué saliva, mi mente trabajando a mil por hora para encontrar una respuesta que no delatara nada.

    —No, no sé nada, Daniela. Pero si me entero de algo, te lo haré saber —dije, tratando de sonar convincente.

    Ella me miró a los ojos, buscando alguna pista de sinceridad, antes de asentir lentamente.

    —Gracias, Marta. Realmente me preocupa todo esto —dijo, levantándose para irse.

    Después de que se fue, me sentí más intranquila que nunca. Sabía que Daniela no dejaría de indagar hasta descubrir la verdad.

    Esa noche, mientras me dirigía al dormitorio a descansar, escuché un leve golpe por la ventana. Me acerqué y vi a Don Pepe, señalando discretamente hacia abajo, el cuarto de limpieza. Asentí, me puse una bata y tuve que esperar media hora para salir. Don Pepe, sabía muy bien, que ese era el tiempo necesario para no levantar sospechas. Salí con cuidado de no hacer ruido, para que mi esposo que dormía profundamente no despierte, al día siguiente su avión saldría de madrugada al Cuzco.

    En el cuarto de limpieza, Don Pepe me recibió con una sonrisa tensa.

    —Alejandro está metiendo sus narices donde no debe. Tenemos que hacer más cuidadosos —dijo en voz baja.

    —Lo sé, Pepe. Eso está empezando a salirse de control —respondí.

    Él me tomó de la mano, acercándose más.

    —No podemos dejar que esto nos separe, Marta necesito tenerte —dijo su voz cargada de deseo.

    Antes de que pudiera responder, me empujó suavemente contra la pared, sus labios encontraron los míos con urgencia. Su tacto encendió una chispa en mí que no podía intentar reprimir. Me dejé llevar por el momento, sus caricias se volvieron más intensas y apasionadas. Con una mano ligeramente me guío hacia abajo a qué me arrodillara, y con la otra mano se bajó el pantalón con rapidez y quedé frente a su descomunal pene erecto que se movía como una anaconda furiosa.

    Justo cuando las cosas se ponían más ardientes, escuchamos un ruido afuera. Nos congelamos, me quedé con la boca abierta, a dos milímetros de tragarme la tremenda cabeza de su verga, y contenimos la respiración. Al instante de ese ruido, Don Pepe apagó la luz de la habitación. Asomó con mucha precaución la cabeza, por la puerta susurrando dijo que no había peligro, no era nada.

    —Tenemos que ser más cuidadosos —repetí mi voz temblando, y a oscuras empecé a chupar su pene con delicadeza

    —Lo seremos... pero por ahora necesito hacerte sentirte viva y mía... ah —dijo, exhalando su voz de deseo y de satisfacción cuando metí la cabeza de su virililidad en boca.

    Me dejé llevar una vez más, la tensión y el peligro añadiendo una nueva capa de emoción a nuestro encuentro. Lo masturbé ayudándome suavemente con ambas manos, poco a poco succionaba con gran avidez, recorrí todo el grueso tronco con mi lengua hasta los testículos saboreando su piel, un sabor a carne me electrizaba de placer. Lamí y besé las dos bolsas peludas como un dulce néctar.

    —Que rico... eres una rica putita. —susurró Don Pepe, gimiendo como lobo solitario mientras me engolosinaba con sus testículos, su pene como mazo de policía descansaba sobre mi cara.

    Esas palabras me enardecieron de placer y me puse más cachonda, como gata arrecha.

    —Si... soy tu putita... tu única putita —exlamé, apagandome la voz, mis manos jugando con su pene—. Es grandazo, me enloquece.

    Luego, como sedienta chupaba y besaba al miembro viril. Don Pepe tomó su enorme mastodonte y empezó a cachetearme la cara una y otra vez, me sacudió un extraño placer que me mojé a chorros.

    —Abre bien la boca... —dijo suavemente y me lo hundió hasta la garganta, sin avisarme sujetándome con ambas manos la cabeza para impedir que me lo sacará.

    No cabía en boca, demasiado grande y grueso, me dejó sin aire para respirar que tuve que apartarme de él para respirar. Escuché una sonrisa pícara de satisfacción y poder sobre mí, estábamos en la mas completa oscuridad, sin ningún resquicio de luz filtraba por la puerta.

    De pronto él se apartó de mí. Y como diestro hombre de la noche, como si tuviera ojos de gato, escuché que sacó el colchón que estaba camuflado, para tenderlo sobre el suelo, y un leve viento me llegó cuando sentí que tendió la sábana.

    Me tomó por los hombros y me incorporó de pie y con gran cuidado me dejó caer sobre el colchón y quedé echada. En menos de un segundo me sacó el calzón y el sostén, con una gran habilidad y destreza que me impresionó gratamente. Alzó mis piernas sobre sus hombros, y de un solo tirón ingresó a mis profundidades, lo recibí con un profundo gemido. En un rico vaivén de entrada y salida, una gran explosión de placer reventó dentro de mí, me había hecho llegar en un gran climax. Él se dió cuenta que me había terminar tan deliciosamente.

    No se detuvo, continuó dándome frenéticamente, el grosor de su pene ya no era nada para mí, lo sentí, tan exquisito, tan rico y placentero. Su lengua al rozar sobre mis senos, electrizó mi cuerpo. Chupaba y lamía mis pezones como un borreguito recién nacido. Al poco tiempo terminé otra vez, estaba completamente mojada. Me giró rápidamente quedando en pose de perrita. Y quedé lista, para otra aventura más de placer. Esta vez, sentí que toda su humanidad masculina había ingresado hasta las mismas entrañas de mi ser.

    Como un perfecto amante, hacía delicias con su pene dentro de mí. En un momento lo sacó, y empezó a cachetearme las nalgas, cada latigazo viril era un recordatorio de que él dominaba la acción, quedándome en la más completa sumisión. Quedé extasiada y vibraba de placer, gemía sin control. Había logrado enloquecerme e hizo que me volteara a gatas para introducirlo nuevamente mi boca, un abrupto líquido caliente y caudaloso vómito su pene. Un deleite placentero saborearlo, no desperdicié ninguna gota. Le escuché una larguísima exhalación de placer, sacudió su miembro eréctil dentro de mí boca, para exprimir las últimas gotas que habrían quedado. Después de un rato nos separamos ambos muy satisfechos. Don Pepe me ayudó a incorporarme antes de besarme suavemente en la frente. Y prendió la luz, él sudaba a chorros, y sus ojos tan dilatados de placer.

    —Recuerda putita mía, que estamos juntos en esto —dijo, asentí como una gatita arrecha, sabiendo que no había vuelta atrás.

    Él mismo, en forma caballerosa, me sentó sobre un valde, sacó solamente agua de una botella. Lavó mis partes íntimas, me explicó que no utilizaba jabón por el temor de qué cómo contiene perfume y eso podría delatarme ante mi esposo, me secó con una toalla pequeña.

    —Tenemos que salir pronto de aquí, ya estamos cerca de una hora — dijo muy despacio y con determinación, mientras él me ponía mi calzón, me arreglé el cabello y me busqué mi bata para ponerme.

    Don Pepe, tendría que permanecer media hora más. Segun su plan: al salir del cuarto de limpieza, casi siempre estaba oscuro el pasillo que comunicaba hacia las gradas para el segundo piso, eso me daría tranquilidad porque nadie notaría de donde vendría. Me dirigí hacia la puerta de la calle, lo abrí y lo cerré, así que si alguien escuchara, pensaría que vendría de afuera, no parecía nada mal la idea que me dió él.

    Subí raudamente a mi apartamento subiendo los dos pisos arriba, como alma que vé un diablo, sintiendo el peso de la situación sobre mis hombros. Menos mal, que nadie había en mi camino. Sabía que estas cosas se complicarían aún más, solo podía esperar que pudiéramos manejarlo sin que todo se desmoronara.

    Al ingresar al dormitorio, me fuí lentamente al ropero me quité toda la ropa, abrí el tacho de la ropa sucia, la puse al fondo de toda ropa. Me coloqué sólo un calzón limpio, y un baby doll más cómodo y holgado. Sólo escuchaba claramente los latidos de mi corazón en mis oídos. Muy despacio me dirigí a la cama, y me acurruqué al tibio cuerpo de mi esposo que dormía plácidamente, ajeno a mi traición.

    *****
    CONTINUARÁ

    Espero que les haya gustado este nuevo episodio. Dejen sus COMENTARIOS y sus ME GUSTA. Gracias.

    ******
     
    Salta Montes, 28 May 2024

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    Ya Don Pepe se esta volviendo el firme
     
    Wall-e, 31 May 2024

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    @Wall-e

    Jajaja, para que fuera cierto, ya conoce Cuál es la debilidad de Marta. Y le está sacando el jugo a la ocasión, pero tiene un miedo al nuevo inquilino Alejandro, según Don Pepe está metiendo su nariz donde no debe. Y como conoce la divinidad de Marta, piensa que puede ser presa fácil. Como viejo lobo tiene también sus temores.

    Te agradezco que estés atento a la historia, eso me indica que te está gustando.

    Te invito a ver el próximo capítulo, que ya está publicado.
     
    Salta Montes, 31 May 2024

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