Once Pares de Botas contra Hitler

Tema en 'Futbol' iniciado por pichilin, 29 Jul 2008.

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    ONCE PARES DE BOTAS CONTRA HITLER


    La pequeña odisea de los futbolistas peruanos en las Olimpiadas de Berlín.



    La cosa más grande que habían visto en su vida era el barco donde navegaron por el Atlántico. Para muchos era la primera vez que llevaban corbata y traje de domingo. Disimulaban el vértigo de los que jamás habían conocido la velocidad de los ferrocarriles expresos europeos, aunque se reían de las montañas de juguete de Sankt Gallen, poca cosa frente a cualquier roquedal andino. Una mañana de julio arribaron a la estación de Anhalt siendo ovacionados disciplinadamente por un comité de bienvenida de la Hitlerjugend. Cholos, zambos, negros y mestizos vieron emocionados como unos rubios quinceañeros con chaquetas impecablemente blancas se encargaban de llevarles el equipaje e invitarlos con sonrisas a subir a un impresionante autocar del ejército. No sabían lo que les esperaba bajo la svástica, ni se imaginaban lo que iba a ser jugar al fútbol dentro del Tercer Reich.




    I
    La olimpiada aria



    Nunca antes el Perú había asistido a una Olimpiada y posiblemente tampoco hubiera asistido a Berlin de no ser por la obsequiosidad e insistencia con que la cancillería alemana asumió la propagandística tarea de invitar al mayor número de naciones sobre la tierra.


    Hitler, que al principio le disgustaba la idea de celebrar unos Juegos heredados de la postrer República de Weimar, luego se empeñó en que fueran el mejor escaparate de la Nueva Alemania. Obligó a los arquitectos a que redibujaran el mediocre diseño del estadio berlinés para convertirlo en esa obra de arte que fue el Olimpiastadion, agregándole al edificio cuatro torres de fortaleza medieval en un arrebato pajero (Hoy, la burocracia de Beckenbauer lo ha vuelto a redibujar para el mundial del 2006 hasta hacerlo irreconocible). Le regaló a la ya mítica directora de cine Leni Riefenstahl kilómetros de celuloide para que filmara la mas grandiosa de las películas del Reich (lo que se logró). Accedió a hacer menos visible el antisemitismo para contentar a Avery Brundage, el puto amo del olimpismo yanqui. Construyó la primera Villa Olímpica como Thor manda, que incluía restaurantes, bibliotecas, gimnasios, cine y oficina postal de servicio gratuito. Fueron los primeros Juegos televisados (aunque vistos solo por menos de quinientos receptores repartidos entre la jefatura nazi, venticinco pantallas distribuidas entre teatros y patios de algunos hospitales del KdF y posiblemente alguna otra más en el recibidor del Salón Kitty, el legendario prostíbulo del Tercer Reich) y a la imaginación e inventiva nacionalsocialista le debemos ese símbolo de la paz y la amistad de los pueblos que es la llama olímpica y su recorrido desde Grecia.
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    El complejo olímpico. Las torres que lo rodean fueron la contribución estética del führer.


    Mediática y políticamente hablando, la olimpiada de Berlín fue la primera olimpiada realmente moderna del siglo XX. El sentido del espectáculo de masas, de coreografía instrumental o -como bien diría el comunicador español Miguel Ibáñez- de politoxicomanía mediática ; estuvo bien presente en toda la realización de los Juegos, lo que incluía el uso intensivo de medios de comunicación pero sometidos a una censura axial que se regía por preconceptos ideológicos y sometimiento a la autoridad : No solo se fotografiaba y se filmaba desde ángulos estéticamente correctos (nada de hatajos de atletas desaliñados tocándose los huevos en una esquina de la pista) tampoco se permitían imágenes que atentaran contra el orden y la jerarquía ceremonial de los Juegos (la escena de una entusiasta ama de casa yanqui lanzándose sobre el führer para abrazarlo y besarlo en la tribuna de la Piscina Olímpica, fue fulminantemente separada de los negativos y convertida en virtual mito urbano).


    ¿Qué sitio podían tener cuarenta untermensche vestidos con trajes de rojo chillón, venidos de un país remoto que -si hacemos caso al famoso mapa encontrado a un espía nazi en Brasil- ni siquiera era tomado en cuenta en los planes de expansión nacionalsocialista en Sudamérica?


    La delegación peruana viajaba a la Villa Olímpica en unos autocares de dos pisos con el segundo al descubierto. Los berlineses podían ver en esos vehículos cabelleras crespas, trinchudas, toscamente disciplinadas con brillantina. Y en todas refulgía la piel cobriza o directamente retinta de sus protagonistas. Como llevaban la bandera olímpica, los berlineses aplaudían a su paso, pero algún SS de paisano estaría murmurando: “Estos sujetos estarían mejor en el zoológico del Tiergarten”.


    Y si lo hubiera dicho en voz alta, más de uno le daría la razón.


    Bienvenidos a los Décimos Juegos Olímpicos de verano, Berlín 1936.

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    Obvio afiche de la olimpiada aria ¿O ustedes se imaginaban al laureado de otro color?
     
    pichilin, 29 Jul 2008

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    II
    Cuando éramos niños, bellos y felices


    El deporte en el Perú estaba en la infancia. La maravillosa infancia. La quintaesencia de Lewis Carroll. Con el encanto de esa edad veíamos, al calor de las apuestas, concursos de natación llevados a cabo en una poza de agua verdosa cercana al puerto. Se ganaban trofeos deportivos que luego se perdían en juegos de dados y naipes que los protagonistas estiraban hasta la madrugada entre tragos de pisco y rica compañía. El baloncesto se jugaba sobre pistas de ladrillo, tablones de madera, tierra batida y hasta sobre césped. Un peruano loco se daba el gusto de ganar una maratón internacional viajando de polizón en un barco, corriendo con las zapatillas de su abuelita y siguiendo durante cuarenta kilómetros a los punteros de turno por la sencilla razón de desconocer la ruta hacia el estadio. Las estrellas locales de fútbol, luego del partido dominical, se iban a pelotear con los chiquillos entre callejuelas para terminar festejando con sus viejos amigotes mediando tragos, tabaco, buenas mujeres y un fonógrafo lleno de onesteps, tangos y pasodobles. Eso era deporte puro, carajo.


    Y es que el fútbol peruano había alcanzado el síndrome de Fatty Arbuckle, aquella edad en que el pícaro niño se transforma en adolescente salvaje que se da de bruces con una adultez siempre ignorada. No existía el fútbol profesional, pero para centenares de muchachos, el fútbol ya era su vida. Aprendieron el fútbol viendo jugar a los marineros ingleses, como casi todos los que vivimos fuera de las Islas. Entre potreros con olor a estiércol, canchas de tierra pelada, algún arenal y las calles empedradas de la ciudad, el fútbol empezó a tomar edad. Comerciantes, artesanos y algún aburrido mecenas empezaron a financiar los primeros clubes de fútbol que durante décadas fueron poco más que clubes de barrio.


    O de oficios, como en la Edad Media : El partido de fútbol más popular hasta bien entrado los años veinte era el de Textiles contra Choferes, donde una selección de obreros de las fábricas de Vitarte se enfrentaba a otra de camioneros y mecánicos de la capital. Se solía jugar en un canchón en las afueras de Lima con el público trabajador poblando los cerros aledaños y viendo los lances mientras zampaban butifarras, mazorcas hervidas y cerveza. Era una kermesse con fútbol incluido.


    Por generación espontánea, como han sucedido buena parte de los hechos del deporte peruano, nacieron nuestros cracks: Juan Valdivieso El Mago, portero voluntarioso hasta el día en que vio todo un entrenamiento del Divino Zamora que venía de gira con el RCD Español y esto lo convirtió -imaginamos que en un lapso de tres horas- en el mejor portero de Sudamérica (y en todo caso poseedor de uno de los mejores récords de penalties atrapados). Adelfo Magallanes El Bólido, mediapunta de vida alegre y jaranera quien siempre se preguntó si su verdadero nombre era Adelfo y no Adolfo, dada la poca profesionalidad de los amanuenses criollos que trataban con desprecio a los afroperuanos que firmaban -en lo posible- las partidas de nacimiento. Alejandro Manguera Villanueva, delantero hábil, pícaro, bohemio, negro, tuvo la mala suerte de nacer en el Perú. Si hubiera nacido en Brasil o Uruguay hoy sería mundialmente conocido como uno de los mejores diez de la historia. Lolo Fernández tenía un disparo que rompía redes, postes y travesaños con tan increíble asiduidad que la tribuna le apodó El Cañonero. En cambio, Titina Castillo era un chaparrito que combatía su baja estatura con una habilidad en el gambeteo. Los hermanos Alcalde -al igual que los futuros hermanos Toth de la sección húngara de 1954- eran el mecanismo de autocontrol interno del equipo. En un país de instituciones débiles, la familia salvaba los muebles del incendio, o de la goleada.


    Todos se ganaban la vida honradamente: Valdivieso era ebanista, Villanueva albañil, Lolo Fernández -el más pijo de todos- asistía a regañadientes a la Escuela de Contaduría. Los demás eran camioneros, obreros, vendedores de comida, empleados de última fila de servicios públicos. Nadie soñaba con un futuro próspero de jugadores bien pagados. Bueno, nadie soñaba con un futuro. Se vivía bien si se garantizaba el puchero diario, habitaban en callejones de un solo caño (tugurios galdosianos donde decenas de familias compartían una salida de agua y un retrete). Todos ejercían un cooperativismo primario (si uno se comía un bizcocho a solas, los demás se lo arrancaban para que aprendiera a compartir) se amanecían juergueando juntos, hacían colecta cuando uno se enfermaba, se ganaban la vida armando equipos en las afueras de Lima y cobrando en comida y trago. Muy pocos sabían leer y escribir. Y había más de uno que -gracias a las apuestas, los combates de gallos y las propinas que recibía en los partidos- malmantenía familia, esposa y querida.

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    La jarana y la alegría hecha fútbol: Alejandro Villanueva


    A pesar de ello o gracias a ello, estos jovenzuelos mal nutridos y semianalfabetos crearon un fútbol de gloria: Pasión por los dribblings, jugar el balón al toque, triangular a ras del suelo, picardía a la hora de desmarcarse, desdén a la estrategia y al juego destructivo. Así llenaron las tribunas precarias por donde jugaban. La gente los llevaba en volandas hasta la casa de la cocinera más generosa del pueblo a inflarlos de escabeche de pollo y arroz con pato. Eran los héroes del momento para la chiquillería que imitaba -sin pelota- sus quiebres en una esquina mugrienta. Quien podía, sabiendo las debilidades humanas, encerraba a las adolescentes y mujeres en edad casadera, pero -como en el poema de Rubén Darío- al final “la más hermosa / sonríe al más fiero de los vencedores”. El bar cerraba con aquellos dentro, uno traía los dados, otros las guitarras y algún avispado se presentaba con negras guapas y cigarrillos importados. Pasada la madrugada se acababa la luz de kerosene y las botellas de pisco, todos iban dando tumbos a sus hogares, maldiciendo el trabajo de mañana, esperando el próximo entrenamiento, escondiéndose en las esquinas con mujeres de cintura ceñida, embarazando con impune irresponsabilidad. Éramos niños, bellos y felices.


    Como nunca más lo fuimos en el resto de nuestra vida.
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    Sí, son futbolistas en activo. Y encima olímpicos. Quien bebe a pico es el portero Valdivieso y ese señor con sombrero, traje, cerveza y cara de muerto es un terminal Manguera Villanueva. Festejando después de un partidito…
     
    pichilin, 29 Jul 2008

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    III
    Vámonos pa´Berlín


    La dictadura militar de turno que regía el Perú recibió con extrañeza la enésima invitación de Alemania a participar en los Juegos. Como un plus se le había comunicado que estaba invitada -entre la delegación olímpica- su selección de fútbol ya que Uruguay, Brasil y Argentina (por motivos desconocidos pero, sin duda, bizarros) habían declinado participar. En 1936 lo peor de la Depresión había pasado y el Estado pudo desembolsar casi treinta mil soles de la época para financiar una nutrida delegación masculina (las mujeres sólo practicaban el deporte como informal entretenimiento). Aún faltaba dinero, así que el neófito Comité Olímpico Peruano inició una colecta de fondos entre las fuerzas vivas de la oligarquía limeña para completar el gasto que significaba mandar dignamente hasta el otro lado del planeta a casi sesenta paisanos.


    La Casa Welsch (casa comercial alemana para unos, tapadera de los servicios de la Abteil de Canaris en el Pacífico para otros) y la Casa Sears (nuestro pequeño Cortinglés de la época y no sabemos si tapadera de la inteligencia británica) pusieron el resto entre generosas donaciones de italianos (muchos de ellos reunidos en el Circolo Sportivo Italiano, informal sitio de recreo para los informales servicios de información italianos en Sudamérica) y otros extranjeros residentes que conocían la importancia de asistir a unas olimpíadas como pasaporte de modernidad (casi todos, extensiones de sus respectivas legaciones diplomáticas huérfanas de departamentos especializados de espionaje, empezando por los EEUU aún aislacionistas).
    Así, se pudieron pagar los pasajes de segunda clase para la delegación olímpica en el Orazio, trasatlántico que era virtualmente el autobús italiano Lima-Génova desde hacía más de diez años. Despedidos con banda de música, los atletas se enfrentaron con la desconocida realidad de vivir en un barco. Acostumbrados a la tugurización como hábitat, disfrutaron sin problemas los pequeños espacios del buque para correr y entrenar (recordemos, viajaban en segunda clase, acuérdense del Titanic) y, cuando apretó el calor centroamericano al cruzar el Canal de Panamá, nuestros prohombres del olimpismo no tuvieron problema en pasearse semidesnudos por el comedor, los pasillos del dormitorio y la propia explanada de proa. Ya no disfrutaban de las fiestas y placeres de Lima, pero por contra nunca habían comido tanta carne como entonces.


    De Génova tomaron un expreso hasta Berlín y de allí los trasladaron hasta la Villa Olímpica en el oeste de la ciudad. Además de los soberbios alojamientos, los peruanos tuvieron una sorpresa adicional : En el comedor les ofrecían genuina comida peruana. La meticulosidad de la empresa propagandística nazi hizo que del Reich partieran chefs a diversas partes del mundo registrando comidas y dietas de cada país. Más hospitalidad, imposible.


    El día de la inauguración Perú presentó -lo que son las cosas- una de las delegaciones más numerosas de los Juegos. Marchaban -además de los futbolistas- el equipo de baloncesto, boxeadores, nadadores, ciclistas, atletas y tiradores. Todos haciendo ante la Tribuna de la Cancillería el mismo saludo (unos dicen que olímpico, otros que nazi) que hicieron ingleses, húngaros, suecos o franceses.


    Se empezó bien, nuestro nadador estrella clasificaba a las finales de su especialidad, a cuatro segundos de Jack Medica, la gran esperanza blanca de EEUU en la piscina. Y el equipo de baloncesto, al jugar sobre una pista de ladrillo molido, se alucinó superpotencia derrotando a egipcios y polacos, clasificándose para las semifinales. Nuestros futbolistas tampoco se quedaron atrás, le metieron siete goles a Finlandia (cuatro de un Lolo Fernández que desconocía lo que era un hat trick) pasando a cuartos. Jugarían contra Austria, el emblemático Wunderteam, uno de los mejores equipos de los años treinta. Desgraciadamente no jugarían solo fútbol.


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    Nuestros futbolistas, listos para enfrentarse al equipo de Hitler.
     
    pichilin, 29 Jul 2008

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    IV
    Directo en directo, desde el Herthastadion, estimados radioescuchas...




    Pese a los fastos de la inauguración y a la impecable organización que exhibía Berlín, las cosas no marchaban tan bien para Alemania. Saltó a la palestra el archiconocido escándalo del saludo nunca dado de Hitler al plusmarquista afroamericano Jesse Owens y su repentina fuga del Estadio Olímpico para no volver nunca más. Los japoneses imponían su ley en natación y los húngaros hacían lo mismo en las carreras de fondo. En las competiciones de velocidad, la raza inferior (para los alemanes y también para buena parte de los norteamericanos) derrotaba ampliamente a sus competidores europeos. Se dieron casos tremendos como el del combinado alemán femenino del 4x100 lisos : Siendo favoritas totales, falló el último relevo, la posta cayó al suelo y canadienses y yanquis se llevaron las medallas mientras las cuatro valquirias lloraban a moco tendido junto a la pista con una desesperación que seguro no repitieron ni cuando se enteraron del desastre de Stalingrado.


    El colmo llegó por el lado menos esperado: El entrenador de la selección alemana de fútbol, ebrio de superioridad (y no sabemos si de otra cosa), mandó a que su equipo suplente jugara la ronda de cuartos ante la cenicienta del torneo, Noruega. Perdieron 2-0. Dicen que el entrenador, más tarde, terminó pegándose un tiro.


    Y así, el único representante de la germanidad en el fútbol era Austria. Los austríacos estaban condenados a ganar.


    Ante un lleno completo en el estadio del club Hertha, Perú y Austria se jugaron la eliminatoria. Loa austríacos empezaron el partido como una máquina. Y así, avasallando, ganaban 2-0 al terminar el primer tiempo. Disciplina, juego vertical, no poca fuerza bruta y cierta complicidad arbitral eran las herramientas de los austríacos. Éstos habían dejado fuera de la convocatoria al gran Matías Sindelar, el Mozart del fútbol, presuntamente por su edad y su trayectoria de futbolista profesional. Aunque habría que mencionar que Sindelar, entre otras cosas, era un genuino judío vienés, antifascista y muy popular en la capital austríaca.


    Austria ganaba pero los peruanos seguían tocando y esquivando los guadañazos arteros de los defensas. La holgura del marcador perdió a los favoritos: Se confiaron y en un pis pas los peruanos empataron. El segundo gol, un tiro libre directo de Lolo Fernández que se coló bajo la cruceta. Terminó el match y, dado el empate, se jugó la prórroga. Las tribunas chillaban.


    Uno creería que el tiempo suplementario beneficiaría a Austria por eso de la preparación física y la superioridad de unos jugadores bastante mejor alimentados que sus rivales. Pero fue exactamente al contrario.


    Los peruanos, al ser Fattys Arbuckles jugando al fútbol, estaban acostumbrados a jugar sin reloj, hasta la puesta del sol. Sin mencionar a los más bohemios, que no les importaba disputar partidos oficiales estando enfermos, resaqueados o directamente borrachos. El colmo se daba entre los seleccionados que jugaban en el popular club del Alianza Lima: Los fines de semana jugaban la liga para el equipo blanquiazul y, dos horas después, se iban a un canchón de Lince a jugar otro partido -igual de intenso- vistiendo la camiseta de Los Íntimos, un equipo de barrio con el que se sacaban un extra monetario. Y si ganaban, festejaban hasta el día siguiente. Curiosamente, la mejor disciplina para los peruanos llegó a ser la ausencia total de disciplina.


    En el tiempo suplementario los peruanos llegaron a perforar hasta tres veces el arco austríaco, pero el árbitro anulaba los tantos muerto de miedo del desenlace. Finalmente se rindió a la realidad, Perú metió dos goles y el partido resultó con la victoria chola por 4-2.


    El público, mismo Evasión o victoria, invadió la cancha jubiloso y festejando la proeza. No queda claro si el árbitro llegó a pitar la reanudación y final del partido. Entre la alegría general, Jules Rimet -el presidente de la FIFA y espectador de lujo- felicitó en la cancha a los jugadores peruanos. Caía la anaranjada tarde berlinesa y los peruanos se sentían campeones. Ya estaban en las semifinales.


    El partido se retransmitió en directo a Lima, llegando a las radios peruanas con cerca de cinco minutos de retraso de entonces. Toda la ciudad festejó la hazaña: Hasta hace pocos años, argentinos y uruguayos ganaban a los equipos peruanos caminando; ahora el seleccionado inca se medía entre lo mejorcito de Europa. Y sí, éramos los representantes del fútbol sudamericano en los Juegos, el resto de los semifinalistas lo conformaban Italia, Polonia (con quien nos tocaría enfrentarnos) y Noruega. Estaba chupado llegar al podio.
     
    pichilin, 29 Jul 2008

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    V
    De la conspiranoia a la amarga realidad


    Un par de horas después, el presidente del Comité Olímpico de Austria elevó a los organizadores de los Juegos una protesta formal: El partido se había jugado en un campo con las demarcaciones erróneamente señaladas y había sido interrumpido abruptamente por la invasión del populacho que abarrotaba un par de tribunas, causando considerable riesgo a la integridad física de los futbolistas austríacos. La queja se cerraba con una demanda para que el partido se repitiera el día siguiente.


    El comité organizador de los Juegos junto con la FIFA no sólo aceptaron el petitorio austríaco: Además de repetir el partido, éste se celebraría a puerta cerrada.


    ¿Cómo fue posible esta situación? ¿Qué pasó en realidad sobre el césped del Herthastadion? ¿Qué factores se coludieron para que se resolviera una decisión extraordinariamente única en la historia de los Juegos?


    La llamada señalización dudosa del campo quizá se mencionó dadas las reducidas dimensiones del escenario si lo comparamos con los grandes estadios de Europa o el Olímpico de Berlín sin ir más lejos. Sin embargo, la queja de fondo iba enfocada a la invasión del público a la cancha.


    No hay material filmado que atestigüe la invasión de campo y es difícil imaginarse a los disciplinados alemanes del Tercer Reich portarse como hooligans. Y hablamos de alemanes porque difícilmente podía existir alguna barra alegre y bullanguera que aupara a los sudamericanos. El turismo olímpico estaba en pañales así que tampoco era factible que millares de exaltados franceses o polacos aprovecharan la ocasión para barruntar en las narices de los cuerpos de seguridad nacionalsocialistas. Por lo que solo hay una deducción: Los espectadores berlineses sencillamente aplaudieron el desempeño del seleccionado peruano y aprovecharon la ocasión para cachondearse a gusto de los austríacos, a quienes tradicionalmente siempre han visto como zánganos, fanfarrones y pedigüeños.


    Detalle quisquilloso, dado que el führer portaestandarte de la raza aria era austríaco de origen (Hitler había nacido en un pueblo de cercano a Linz). El Anschluss (la anexión de Austria al Tercer Reich) aún estaba sobre el papel y la dictadura de Dollfüss, muy celosa de la independencia vienesa, no era precisamente amiga de los nazis. Por último, los berlineses -ciudad de fuerte impronta obrera, cuya pequeña burguesía era bastante bon vivant, que tradicionalmente votaba socialista y donde la lealtad al régimen era bastante light- se habían comportado con demasiada suficiencia y chulería frente a sus futuros connacionales. La parcialidad del comité organizador de los Juegos era inevitable: Había que dar una pequeña satisfacción a los austríacos, era cuestión de Alta Política.


    A nuestros futbolistas, quienes festejaban felices en la Villa Olímpica vaciando fuentes de escabeche de pollo; el repetir el partido no les preocupaba mucho. Total, ya se les había ganado con gusto. Pero la dictadura militar peruana se había beneficiado bastante de la empresa olímpica y no estaba dispuesta a pasar por las horcas caudinas del imperialismo europeo de moda. Lo que rebalsó el vaso fue la orden de jugar a estadio vacío: Dejaba campo libre a cualquier barbaridad arbitral. El general Oscar Ruperto Benavides, dictador de turno, ordenó que no se transara en absoluto. Hubo un conato de amenaza regional dada la solidaridad verbal de algunas delegaciones latinoamericanas a quienes no le hacían mucha gracia las bravatas eurogringas. Goebbels, el gran factótum mediático de los Juegos, inmediatamente movió sus hilos: Convenció personalmente a los argentinos a que no hicieran olas y pidió a los yanquis que mediaran frente a los mexicanos para lo mismo (Desgraciadamente, su presidente Lázaro Cárdenas estaba ocupado en cosas más importantes como la Reforma Agraria y las noticias que llegaban de España). Al final, el reclamo peruano se quedó solo.


    La selección peruana no se presentó al nuevo partido dictaminado y fue eliminada por walk over. Desde Lima se ordenó fulminantemente el regreso de toda la delegación olímpica, incluyendo basketbolistas o nadadores. Varias medallas en ciernes, las primeras de nuestra historia, se quedaron en hipótesis. Ante la indiferencia general, la delegación peruana arrió su pabellón de la Villa Olímpica y se marchó a casa. Como cualquier don nadie. Eso mismo.
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    Adelfo Magallanes dentro de un vestuario con aires de barraca o cárcel, perfecta metáfora de los años treinta.
     
    pichilin, 29 Jul 2008

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    VI
    Todos perdimos, menos ellos


    Dada la apresurada retirada y la evidente escasez de fondos de la delegación de un país semifeudal y subdesarrollado como el Perú; el regreso fue accidentado y al vuelo se pescó a un herrumbroso carguero que marchaba a Sudamérica como improvisado transporte. Los peruanos regresaban a su patria más o menos como los inmigrantes lo hacían al Nuevo Mundo (Con excepción del cuerpo diplomático y otras autoridades que de seguro que esperaron a que el gobierno les pagara lujosos billetes de primera clase para regresar).


    En Lima el pueblo los recibió como campeones. Cimentaron una generación de buenos futbolistas al punto que, tres años después, ganaron su primer torneo sudamericano de fútbol (antecesor a lo que hoy conocemos como Copa América). Pero, pese a ser cracks, no eran futbolistas profesionales; ni siquiera eran trabajadores bien pagados.


    Lolo Fernández jugó en la primera categoría durante casi veinte años más, se convirtió en ídolo viviente del club Universitario de Deportes, vio como le ponían su nombre a un estadio antes de padecer y morir de Alzheimer. Alejandro Manguera Villanueva, el mejor jugador de su generación, rechazó ofertas millonarias de Francia y México por la sencilla razón que nunca quiso separarse de su barrio (¡Olé tus huevos, maestro!) y, haciendo caso omiso de los médicos, continuó con sus noches juergueras hasta que la tuberculosis se lo llevó de este mundo con sólo 36 años cumplidos. Décadas después, el Alianza Lima construyó un estadio de cuarenta mil almas y le dedicó su nombre. El portero Valdivieso, merced a sus méritos deportivos, obtuvo un puesto de burócrata menor en la municipalidad de Lima con el cual llegó a jubilarse. Adelfo Magallanes, otro jaranero de pro, llegó a convertirse en entrenador del equipo de sus amores -el Alianza Lima- y confundir su vida con la del club. El resto del seleccionado terminó sus días trabajando de albañiles, camioneros o recogedores de basura hasta que sus fuerzas se lo permitieron. La gran mayoría acabó de abuelitos en su propia casa de callejón, al cuidado de la familia de sus hijos que heredaban el tugurio.


    Pese a que la Gesta de Berlín se conmemoraba anualmente en los periódicos, fue motivo de canciones populares y pasaron a la historia del deporte nacional; a casi todos ellos les tocó aguantar los golpes de la pobreza y la ingratitud: El hambre y la carestía de los años cuarenta, la represión policial de los años cincuenta y el olvido generacional de los sesenta. Hoy no encontraréis ni una sola web dedicada a ese momento, ninguna investigación oficial, ni siquiera chismes privados : El fraude cometido por los nazis y la FIFA en las Olimpiadas de Berlín es un hecho menor tan ninguneado por los organismos deportivos internacionales, como aquella otra gesta de los futbolistas ucranianos quienes ganaron a un equipo nazi bajo pena de muerte, dentro del infierno de la ocupación alemana en la Unión Soviética durante la II Guerra Mundial.


    El equipo austríaco que perdió ante los peruanos derrotó a Noruega y disputó la final contra Italia. Fue un nuevo palmarés para los azzurri, que festejaron haciendo el saludo fascista ante casi cien mil espectadores (no es demagogia, hay hartas fotos). Buena parte de ese equipo austríaco se fusionó con el alemán después del Anschluss de 1938, pero los resultados fueron nefastos: La gran estrella Matías Sindelar (quien además sobrellevaba una dramática ruptura amorosa) decidió suicidarse y buena parte del público vienés asistió a su entierro en un acto de inútil protesta frente a la recién estrenada ocupación nazi, mientras la nueva selección austroalemana hacía el ridículo en el mundial de Francia. El gran fútbol austríaco se había extinguido y sólo volvería a resucitar quince años después. También perdieron ellos.



    Mi país andino de untermenschen no podía, de ninguna manera, retar a los nazis, quienes además contaban con gran parte del beneplácito de las naciones desarrolladas. Lo curioso es que la dictadura del general Oscar Ruperto Benavides era un régimen de patricios y terratenientes que simpatizaba con los fascistas y no tardaron mucho en reconocer oficiosamente al gobierno de Burgos. Es natural pensar que esa gentuza no persistió con una queja federativa que pudo poner en entredicho a la FIFA, que ya contaba con la abierta oposición de los países sudamericanos. Se había salvado la cara y punto. Todos esos oligarcas creyeron haber hecho patria. Aunque hubo venganza histórica : Muchos de ellos y sus hijos vieron cómo años después la dictadura militar de Velasco les confiscaba tierras y periódicos, y luego la guerrilla maoísta acababa con sus propiedades y les metía miedo en el cuerpo hasta incluso convencerles de largarse del país.


    Y estoy seguro que muchos de esos quinceañeros rubios que con diáfanas sonrisas invitaban a los deportistas peruanos a subir al autobús, fueron los mismos que -años después, enfundados en el uniforme de las SS o de la Wehrmacht- terminarían como cadáveres saqueados por bereberes en Tobruk o colgados con júbilo por las guerrillas soviéticas o....¿quizá, quizá ? terminarían en la retaguardia, invitando con las mismas diáfanas sonrisas a los desgraciados de Treblinka o Auschwitz a ingresar a los autobuses o duchas prestas a rociar el Zyklon B.


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    ¿Amigos para siempre?

    Amigo, si alguna vez visitas el Perú no te molestes en hallar alguna placa recordatoria, monumento o avenida consagrada a estos muchachos. Los peruanos somos un pueblo ingrato para con nosotros mismos. Así que solo nos queda el pajero recurso de recordarlos a la distancia y brindar a la memoria de aquellos jaraneros que disfrutaban de la vida y el fútbol, que les importaba un comino recibir una medalla y que sólo se preocupaban de llenar el puchero diario y terminar la jornada jugando, bebiendo y bailando hasta el amanecer. Además, habían derrotado al equipo de Hitler. Casi nada.


    No sé si les reconozcamos glorias, pero sí les tendremos cochina envidia.


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    Nuestro ya conocido Manguera Villanueva, cobrando sus honorarios después del partido: Un suculento pato que se consumirá esa misma noche. Lo que no sabemos es si la jovencita forma parte de la transacción ¿usted qué cree? Ah, qué tiempos aquellos!!



    Lima, abril 2006
     
    pichilin, 29 Jul 2008

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    #6

    Zizu

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    la verdada que no se usted mismo escribio la nora cofrade a la copio de alguna pagina pero lo felicito la verdad ....bueno ojala algun dia se les de el homenaje q ellos se merecieron, mas vale tarde q nunca...
     
    Zizu, 29 Jul 2008

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    #7

    pichilin

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    Realmente fue una sorpresa para mi cofrade Zisu encontrar esta nota en la red en la web Pegamin: ONCE PARES DE BOTAS CONTRA HITLER

    Hoy se me dio por buscar sobre las olimpiadas de Berlin sobre aquella historia que escuchado tantas veces pero que nunca la conoci al detalle.

    Y realmente no solo fueron ellos los olimpicos del futbol sino a se olvida de decir que el Basket habia pasado a las semifinales y tambien Walter Ledgard a la final de natacion. Todos ellos tambien quedaron a puertas de una presea olimpica.

    Excelente nota para estos dias ......

    Bueno espero que ahora no salgan los que digan que somos el pais de los casi ....

    Pichilin
     
    pichilin, 29 Jul 2008

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    #8

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    Está como para hacer una película, la he leído deprincipio a fín sin dejar de emocionarme !!!

    SAludos
     
    User504, 31 Jul 2008

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    #9

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    Los años 30s era una época racista en el mundo, y no era nada en la alemania nacionalista de los nazis, los norteamericanos era también racistas, y tantos otros países, en el Perú se envió a los morenos, porque no había mucho blanco talentoso en el futbol
     
    El fonzi, 29 May 2021

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    #10

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