Crónicas del Placer Don Pepe, un viejo gordo y libidinoso (Parte 23)

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Salta Montes, 2 Jul 2024 a las 19:22.

    Salta Montes

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    Como cuando el timbre sonó insistente, la curiosidad me llevó a apresurarme. No me puse el calzón porque no lo hallé por ningún lado, me coloqué la falda y abotoné la blusa con manos temblorosas, tratando de calmar el torbellino de emociones que se arremolinaban en mi interior.

    Alejandro, aún desnudo, se puso alerta y se refugió en el baño, sus ojos llenos de preocupación y urgencia. Respiré hondo y caminé hacia la puerta, mis pasos lentos pero decididos. Sentía que los nervios casi me traicionaban con cada paso. Abrí la puerta cuidadosamente y allí, ante mi vista, apareció un joven mensajero. Su uniforme de repartidor de cartas y encomiendas se veía impecable, y su presencia me tomó por sorpresa. Sin mediar palabra, él miró la numeración de mi puerta y luego confirmó algo en un sobre que tenía en la mano.

    —Buenas tardes —dijo con un tono cortés, extendiendo el sobre hacia mí. Mis dedos temblorosos lo aceptaron, sintiendo el papel frío y liso contra mi piel.

    El mensajero me saludó con una inclinación de cabeza rápida y se retiró raudamente, dejándome allí, en el umbral de la puerta, con una mezcla de alivio y confusión. Cerré la puerta suavemente, girándome hacia el interior del apartamento, mi mente aún tratando de asimilar la inesperada interrupción.

    En forma mecánica, mis manos abrieron el sobre. Sentía la textura del papel bajo mis dedos, y el crujido del sello al romperse resonó en la quietud del apartamento. Saqué el contenido y comencé a leer, mis ojos recorriendo las líneas impresas. A medida que las palabras tomaban forma en mi mente, sentí una oleada de asombro y sorpresa reflejada en mi rostro.
    Alejandro, percibiendo mi reacción, se acercó a mí rápidamente. Sus ojos buscaban respuestas en los míos, y la preocupación se dibujaba en su expresión.

    —¿Qué dice? —preguntó, su voz tensa y llena de incertidumbre.

    Levanté la mirada del papel, tratando de procesar lo que acababa de leer. Con un nudo en la garganta, extendí el sobre hacia él.

    —Esto es para ti —dije, mi voz apenas un susurro—. Viene dirigido hacia ti.
    Alejandro quedó perplejo, sus ojos se abrieron con sorpresa mientras tomaba el sobre de mis manos. Su rostro se volvió pálido y, por un momento, pareció congelarse en el lugar. La confusión y el desconcierto se reflejaban en sus ojos, mientras intentaba asimilar la inesperada declaración que acababa de hacerle.

    Rápidamente, él cogió el papel y lo leyó, sus ojos moviéndose con rapidez por las líneas, tratando de comprobar lo que yo le había dicho. Por un instante, se quedó mudo, sus labios apretados en una línea tensa, sin responder a las miradas de incredulidad y curiosidad que yo le lanzaba.

    Finalmente, abrió la boca, su voz saliendo en un tono bajo y algo aturdido.

    —Es una invitación de matrimonio —dijo, sus palabras arrastradas por la sorpresa—. Es de una amiga muy antigua que tengo y que pronto se casará. Nos está invitando tanto a mí como a Laura, mi esposa.

    Lo miré fijamente a los ojos, tratando de buscar alguna explicación en su expresión. En ese momento, nuestras miradas se encontraron y compartimos la misma pregunta sin necesidad de decirla: ¿Por qué llegó este mensaje a mi apartamento? Este es mi hogar, no el suyo. Él vive en el piso de abajo. Un sinfín de preguntas se arremolinaron en mi mente, y podía ver en sus ojos que él también estaba tratando de comprender.

    Después de varios segundos que se sintieron eternos, rompí el silencio.

    —¿Por qué el mensajero trajo este sobre a mi casa? —pregunté, mi voz cargada de confusión y una pizca de inquietud.

    La pregunta que flotaba en el aire me quemaba por dentro: ¿por qué el mensajero había decidido tocar mi puerta para entregar ese documento, sabiendo que Alejandro no vivía aquí? Miré el sobre en mis manos, sintiendo su peso como si fuera un enigma tangible. La tinta de la dirección estaba clara, sin errores, apuntando inequívocamente a mi apartamento. La confusión se mezclaba con la urgencia en mi mente.

    Alejandro, aún desnudo frente a mí, seguramente se hacía la misma pregunta. Sus ojos, llenos de preguntas no formuladas, eran la imagen grabada en mi mente mientras me esforzaba por encontrar una respuesta. El silencio del apartamento era denso, cargado con la espera de una revelación.

    Tenía que descubrirlo, y rápido. La ansiedad se apoderó de mí, impulsándome a actuar. Cada fibra de mi ser buscaba una pista, una razón oculta en los pliegues de ese sobre. ¿Qué motivo oculto había detrás de esta entrega? La necesidad de respuestas se hizo insoportable. Mi intuición me gritaba que había algo más detrás de esa entrega.
    Volví a examinar el sobre, observando cada detalle de la dirección y el destinatario, buscando respuestas que no aparecían. ¿Por qué había llegado a mi apartamento? La pregunta martilleaba en mi mente. Mientras Alejandro se vestía, mis ojos no pudieron evitar recorrer su cuerpo atlético, una atracción innegable palpitando en mi interior.

    De repente, mi mirada se detuvo en la dirección. Decía "13". Mi apartamento era "C13". Ahí debía estar el error. Le pregunté a Alejandro sobre su dirección y, sin dejar de vestirse, me dijo que era "B13". El sobre sólo tenía como destino "13", sin ninguna letra. El mensajero, al no encontrar una letra, probablemente vio el número de mi puerta y decidió dejarlo allí.

    Le expliqué mi deducción a Alejandro, recordándole que hace meses la letra "C" se había caído, dejando solo el número 13. Sus ojos se abrieron con sorpresa ante mi análisis, comprendiendo cómo había encontrado la razón detrás de la entrega equivocada. La coincidencia de que él estuviera aquí conmigo en ese momento parecía casi predestinada, un giro inesperado en nuestro secreto encuentro.
    Al deducir cómo había llegado el sobre a mi apartamento, sentí que un gran peso se aligeraba de mis hombros. Alejandro, inicialmente asustado y sorprendido por la llegada del sobre y su contenido, comenzó a calmarse al ver la lógica detrás del error. Sus ojos, aún reflejando una mezcla de alivio y sorpresa, se volvieron hacia mí con una intensidad renovada.

    Luego de esta emoción, Alejandro se acercó lentamente, sus ojos fijos en los míos, llenos de una intensidad que aparecía atravesarme. Podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo incluso antes de que me tocara. Cada paso que daba resonaba en el suelo. La urgencia en su mirada era inconfundible, como si cada fibra de su ser estuviera dirigida hacia mí.

    Sin decir una palabra, sus manos se posaron suavemente en mis mejillas, sus dedos trazando un sendero de fuego sobre mi piel. Sus labios encontraron los míos con una necesidad casi desesperada, y el beso se llenó de una pasión que había estado contenida demasiado tiempo. Su sabor, una mezcla de menta y deseo, invadió mis sentidos, mientras el aroma de su colonia se mezclaba con el mío, una sinfonía de sensaciones.

    —Te deseo tanto —murmuró contra mis labios, su voz ronca y cargada de emoción.

    Respondí con igual fervor, mis brazos rodearon su cuello, acercándolo más a mí. Sentí como sus manos recorrían mi espalda, trazando líneas de calor que hacían que mi piel se erizara. La emoción y las sensaciones vibraban a través de mi cuerpo, cada beso, cada caricia, profundizando nuestra conexión. El mundo exterior desapareció, dejando solo el ritmo de nuestros corazones latiendo al unísolo, envolviéndonos en un momento de conexión profunda y ardiente.

    Me despojó de la blusa y la falda con una destreza que hablaba de su impaciencia. Sentí el roce de sus dedos en mi piel, un toque que enviaba escalofríos a través de mi cuerpo. Sus ojos recorrían mis curvas con una intensidad que casi quemaba, observando cada detalle de mis formas. Un deseo profundo se apoderó de mí, la pasión ardiendo dentro de mí como un volcán a punto de estallar.

    —Eres increíble —murmuró, su voz apenas un susurro cargado de anhelo.

    Mientras lo miraba, vi como su mirada se oscurecía aún más, reflejando el fuego que sentía. Lentamente, comenzó a de vestirse de nuevo, despojándose de cada prenda con una deliberación que solo aumentaba la atención entre nosotros. Observé como su camisa caía al suelo, seguida por sus pantalones y sus calzoncillos, un largo pene curvado intensamente hacia arriba me miraba amenazantemente, y su piel brillando a la luz tenue del atardecer que se filtraba por las cortinas. Me quedé sin aliento al ver la perfección de su cuerpo, su musculatura definida, su postura segura y su pene qué palpitaba con ansias.

    —Ven aquí —dijo con un tono de voz que no admitía discusión, sus ojos fijos en los míos.

    La urgencia en su mirada era palpable, y mientras me acercaba a él, sentí como la energía en la habitación se intensificaba. Los brazos me rodearon con fuerza, acercándome más a su calor, y en ese momento, supe que estábamos a punto de perder el uno en el otro, mientras su pene jugueteaba con mi ombligo, dejándome sentir un electrizante deseo, al poco tiempo sabía que la pasión nos iba a consumír por completo.

    Después de besarme intensamente, sus labios moviéndose con una ferviente pasión contra los míos, sentí sus manos firmes sujetándome los hombros. Sus dedos se apretaron suavemente guiándome hacia abajo. La fuerza en su agarre era de él decidida, pero su toque permanecía delicado, comunicando su deseo sin palabras.

    —Por favor, Marta —susurró con un tono que mezclaba urgencia y devoción.

    Mientras me arrodillaba ante él, noté el calor en su mirada y la forma en que su respiración se aceleraba. Instintivamente mis ojos se desviaron hacia el reloj en la pared. Las manecillas marcaban las 4:40 de la tarde. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, creando un suave resplandor en la habitación. Me dije a mí misma que aún teníamos suficiente tiempo, al menos un par de horas, antes de que alguien pudiera interrumpirnos.

    El sonido de nuestra respiraciones llenaba el aire, y el silencio se hacía cómplice de nuestra intimidad. Sentí una mezcla de excitación y nerviosismo, una corriente eléctrica recorriendo mi piel mientras sus ojos seguían cada uno de mis movimientos.
    Aspiré con placer el olor de su pene, una fragancia natural y exquisita que me embriagaba como un licor añejo. Cada respiración profunda traía consigo una oleada de sensaciones inevitables que recorrían todo mi cuerpo, desde la punta de los dedos hasta el último rincón de mi ser.

    Mi lengua empezó a explorar un recorrido a lo largo de su virilidad, sus grandes testículos los enterré en mi boca, succionándolo con suavidad y arrancándole gemidos de placer, sentí que su respiración era más profunda y acelerada. Mis manos pequeñas tomaron con maestría su pene y lo introduje en mi boca, hasta dónde podía entrar, suavemente lo empecé a frotar a masturbarlo y sus manos libres aún, me empujaba hacia él, profundizando más su largo su pene hasta la altura de mi garganta.

    Él mismo con sus brazos atléticos me reincorporó para dejarme echada sobre el mueble, y con sumo cuidado se echó sobre mí besando mis labios y recorriendo mi cuello. Su pene no encontró ninguna dificultad, para ingresar dentro de mí, como si conociera perfectamente el camino, en la primera estocada llegó hasta el fondo, un delicioso gemido dejé escapar. Se precipitó rápidamente sobre mis senos chupándolos con suavidad y demostraba tener una vasta experiencia, qué rápidamente con su lengua erizó mis pezones.

    En forma sincronizada como un reloj suizo, empezaba a embestirme una y otra vez, le abrí mis bien mis piernas para que el misionero sea perfecto y placentero, de tantas embestidas suaves y rápidas me hizo terminar en una explosión apoteósica, sentí un torrente que se escapaba dentro de mí, lo mojé abundantemente, mi respiración es fueron asmáticas, y él no dejaba de besarme.

    De pronto colocó mis piernas sobre sus hombros y quedó mirando cómo pene mojado y espumoso lo hacía a ingresar de una manera tan fuerte que me arrancaba gemidos gloriosos. Empezó otra tanda de embestidas mucho más fuertes con golpes certeros y profundos, era un torrente eléctrico que recorría todo mi cuerpo, ya no era yo, disfrutaba a más no poder. Él encima de mí, se enseñoreaba como un jinete con su corcel. Me vino una violenta eyaculación, que no podía controlar, mis piernas empezaron a temblarme de forma anormal, y sensaciones inexplicables placenteras hicieron de mí una víctima de placer. No sé cuántos tiempo estuve temblando que me retorcí de placer, nunca había sentido estos placeres, unos micros orgasmos seguidos me invadieron. Me desconocía a mí misma, nunca me hubiera imaginado que iba a sentir estas sensaciones.

    —Continua, no te detengas —exclamé como puta arrecha, continuó empujando dando golpes y arremetidas intensas y profundas con su prodigioso y larguirucho pene.

    En una variante de pose, me colocó de cucharita, me sujetó bien las piernas alzándolo ligeramente para una penetración perfecta. Y con la misma intensidad que había empezado, prosiguió sus arremetidas. Nuestras respiraciones eran aceleradas, profunda, y mis gemidos entrecortados de placer eran largos. Deseaba desde el fondo de mi alma, que no terminara nunca, que siguiera por siempre y para siempre, volví a mojarme otra vez, dí un gemido largo y me retorcí de placer, mis piernas temblaron otra vez con frenesí. En ese estado, inusual y diferente en que me encontraba, Alejandro no tenía piedad de mí, las embestidas que me daba eran tan profundas y duras, como si quisiera atravesarme toda, hasta tratar de sacar su pene por mi boca.

    De pronto, se arrodilló cerca a mí, me volteó la cabeza para quedar frente a su pene. Una chisgueteada de semen despidió su pene, un chorro cayó sobre mi frente, otra más sobre mi nariz y mi boca; otra más abundante sobre mis ojos, tuve tiempo de cerrarlo, sino me hubiera caído dentro, dejándome ciega de ardor. Alejandro, como un cazador victorioso que hubiera atrapado a su más difícil presa, dió un grito gutural y extraño cómo sinónimo de placer.

    Cayó sobre mí, aplastándome suavemente sus ojos en los míos, sus labios interrumpiendo mi respiraciones, ambos caímos en un mar de sensaciones de aguas tranquilas, desacelerando nuestras respiraciones.

    Pasaron unos largos treinta minutos después de nuestra íntima relación. Quedamos recostados en el sofá, desacelerando nuestras respiraciones y apagando los deseos que tan dulcemente habíamos disfrutado. Nuestros cuerpos aún latían al unísono, envueltos en una calma que solo la cercanía de alguien amado puede proporcionar.

    De pronto, Alejandro se reincorporó y, con una sonrisa pícara, me dijo que iba a ir a la ducha y que lo acompañara. Asentí y lo seguí, todavía sumida en la neblina de nuestros momentos compartidos. El agua caliente caía sobre nosotros, limpiando los restos de nuestra pasión. No dejaba de abrazarme y besarme en silencio, y yo le correspondía, sintiendo la conexión entre nosotros fortalecerse con cada caricia bajo el chorro de la ducha.

    Ambos nos vestimos lentamente, conscientes de que nuestro tiempo juntos se estaba agotando. Una vez terminó de vestirse, miró el reloj y sus ojos se abrieron con sorpresa. Eran cerca de las siete de la noche. Con una expresión de urgencia, me dijo que su esposa llegaría pronto a su casa, que venía de su trabajo.

    Decidió marcharse no por la puerta, para evitar que los vecinos lo vieran salir, sino por donde había ingresado: el tragaluz del pequeño patio. Le ayudé a sujetar la escalera, así como horas antes le había ayudado a bajar. Subió con la rapidez de un gato, y llegó fácilmente al techo, apoyándose con sus brazos atléticos. Me quedé perpleja ante su habilidad para trepar.

    Volteó a mirarme, me guiñó el ojo y lo vi desaparecer en la incipiente noche, dejando tras de sí una mezcla de nostalgia y anticipación por nuestro próximo encuentro.

    *********
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    *********
     
    Salta Montes, 2 Jul 2024 a las 19:22

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    Cofra @Salta Montes buen relato....y el esposo de Daniela ya no regreso por una repetición...o ya solo era una disputa entre Don Pepe y Alejandro
     
    Wall-e, 3 Jul 2024 a las 17:09

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