Crónicas del Placer Don Pepe, un viejo gordo y libidinoso (parte22)

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Salta Montes, 23 Jun 2024.

    Salta Montes

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    Después de que Alejandro salió hacia su apartamento, cerré mi puerta y me quedé nuevamente sola, reflexionando sobre mis complejidades eróticas. La soledad era un eco en la casa, reverberando en cada rincón y brindándome un espacio para ordenar mis pensamientos y emociones.

    Ya eran cerca de las diez de la mañana, y por suerte, en ningún momento apareció Don Pepe mientras Alejandro se alejaba por los pasadizos. Hubiera sido un escándalo enorme tener que enfrentar a esos dos hombres. Me di un buen baño, dejando que el agua caliente arrastrara cualquier rastro de la noche anterior, limpiando no solo mi piel, sino también mis pensamientos. Me puse una blusa holgada, una falda corta y unas sandalias para estar más cómoda, y me dispuse a hacer mis quehaceres domésticos, cada movimiento meticuloso y repetitivo ayudándome a centrarme.

    Mientras barría el piso de la cocina, el teléfono sonó, interrumpiendo el zumbido constante de la aspiradora. Al contestar, la voz familiar de mi esposo desde el Cuzco me envolvió. Me comunicó que llegaría pasado mañana por la mañana y que todo marchaba bien en el trabajo. La temporada de lluvias había retrasado su partida a otros lugares donde la empresa lo había destinado. Me sentí un poco más tranquila por la pronta llegada de él, ya que su presencia mantendría tanto a Don Pepe como a Alejandro alejados de mí, al menos por un tiempo.

    Estaba contenta por la llamada de mi esposo cuando, a los pocos minutos, mientras me disponía a cocinar, tocaron la puerta. Otra vez, unos nervios invadieron mi cuerpo. ¿Quién sería? Me imaginé que era Don Pepe, pero luego pensé que no podía ser él, ya que nunca me buscaba en las mañanas.
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    Caminé despacio y titubeando, pero antes pregunté:

    —¿Quién es?

    Me respondió una voz femenina; era Laura, la esposa de Alejandro. Eso aceleró más las pulsaciones de mi corazón. ¿Por qué razón estaría tocando mi puerta a estas horas de la mañana? Cuando abrí la puerta, la sorpresa fue mayor todavía, porque también estaba parado junto a ella Alejandro. No salía de mi asombro; verlos a los dos allí me dejó muda.
    Laura, con la sonrisa que la caracterizaba, calmó mis miedos al decirme que venía prácticamente jalando de las orejas a su esposo para que arreglara la antena de televisión que él había prometido. No me había acordado de ese detalle y sonreí más de nervios que de emoción. Eso me alivió totalmente. Se les veía recién bañados y bien vestidos. Cuando miré a Alejandro, compartimos miradas de complicidad, ya que una hora antes él había estado aquí conmigo.

    —¡Vaya memoria que tienes, Laura! —dije, tratando de sonar casual mientras les invitaba a pasar.

    —Ya sabes cómo es Alejandro —respondió ella con una risa—, siempre prometiendo cosas y luego olvidándolas. Así que hoy lo traje yo misma para asegurarme de que cumpla.

    Alejandro lanzó una mirada de resignación, pero en sus ojos vi un destello de diversión. Era un juego que ambos jugábamos, una danza de secretos y miradas furtivas.
    En ese momento, vi que Don Pepe transitaba por el pasillo, empuñando una escoba y un recogedor de basura. Me lanzó una mirada de desaprobación al verlos entrar a mi casa. No le tomé importancia, pero sabía que era una advertencia de que no quería ver a Alejandro cerca de mí. Disimulé mi inquietud y cerré la puerta tras ellos, deseando que el día no trajera más sorpresas.

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    —Vamos, Alejandro, la antena está en el techo, te mostraré el camino hasta el patio—dije, tratando de mantener mi voz firme y despreocupada.

    Mientras caminábamos, sentía el peso de las miradas de Laura y Don Pepe, ambos observándome por razones muy diferentes. Alejandro caminaba delante de mí, y no pude evitar admirar su espalda fuerte, recordando cómo había estado tan cerca de mí hacía solo unas horas.

    Alejandro subió por una pequeña escalera portátil que tenía recostada en la pared del patio, una vez en el techo empezó a trabajar en la antena, a los pocos minutos bajó cuidadosamente para ver que la conexión estaba perfecta con el televisor, cogió unos cables y se disponía a subir nuevamente mientras yo vigilaba la escalera, asegurándole para que no resbale. Él se giró hacia mí, susurrando:

    —No te preocupes, Marta, nadie sospecha nada.

    —Más te vale —respondí, forzando una sonrisa.

    Mientras él estuvo en el techo por varios minutos, Laura y yo nos quedamos en el patio charlando de cosas triviales, cosas de mujeres, aunque sabía que ya no era la misma ante ella. Sentía una distancia insalvable entre nosotras, una grieta que solo yo podía ver. Traté de mantener la conversación ligera, pero mis pensamientos seguían regresando a los eventos recientes.

    Luego que él bajó prendió el televisor y comprobamos que las imágenes salían nítidas, eso alegró más a Laura que a mí porque dijo que su esposo era el mejor técnico de Lima. Alejandro no dejaba demostrarme su mirada de picardía y complicidad, mientras que evitaba mirarlo directamente.

    Antes de que ellos se fueran, le agradecí a Alejandro mirándole a los ojos con disimulo, por lo mucho que había hecho por arreglar la antena mientras su esposa me observaba. Sentí un nudo en el estómago al mantener contacto visual con él, tratando de ocultar las emociones que bullían bajo la superficie. Luego, les ofrecí un delicioso jugo de papaya, buscando una manera de alargar su estancia sin parecer demasiado ansiosa. _ee481474-2735-4847-9853-edf175943539.jpeg

    —¿Les apetece un jugo de papaya? —pregunté, tratando de sonar casual.

    —Claro, muchas gracias, Marta —respondió Laura con una sonrisa que iluminó su rostro.

    Preparé el jugo rápidamente, el sonido de la licuadora llenando el pequeño espacio de la cocina. Serví los vasos y se los entregué, sintiendo la mirada de Alejandro sobre mí, una corriente eléctrica que parecía recorrer la distancia entre nosotros. Ellos aceptaron con gratitud y sorpresa, y nos sentamos alrededor de la mesa del comedor, compartiendo un momento de inesperada camaradería.

    —Este jugo está delicioso —dijo Laura, sorbiendo con placer—. Gracias por la hospitalidad, Marta.

    —Me alegra que les guste —respondí, esforzándome por mantener la conversación ligera.

    Laura entonces comentó que debía retirarse para preparar el almuerzo, su tono de voz lleno de familiaridad y calidez.

    —Tengo que ir a casa a preparar el almuerzo. Alejandro es un excelente ayudante en la cocina, aunque hoy tiene que ir a trabajar a su taller en un rato.

    —No eres tú quien dice eso, cariño —bromeó Alejandro, su risa llenando el espacio, creando un contraste doloroso con la tensión que yo sentía.

    Nos levantamos y nos dirigimos hacia la puerta. A medida que se acercaba la despedida, la sensación de una despedida inminente creció en mí, un sentimiento de vacío que luché por mantener a raya.

    —Gracias nuevamente, Alejandro —dije, mi voz apenas más que un susurro mientras extendía la mano para despedirme.

    —No hay de qué, Marta —respondió, apretando mi mano con una firmeza que transmitía más de lo que las palabras podían.

    Cuando se alejaron, Laura caminaba con la gracia de alguien ajena a los secretos que compartíamos. Alejandro, por otro lado, echó una última mirada sobre su hombro, una mirada que contenía una promesa, una advertencia y una despedida. Cerré la puerta detrás de ellos, el clic del cerrojo resonando en el silencio que quedó atrás. Pero antes eché un vistazo por la ventana, asegurándome de que Don Pepe no estuviera merodeando. La mañana había sido un torbellino de emociones, y aunque mi casa estaba en orden, mi mente seguía siendo un caos.

    Suspiré profundamente, sintiendo un alivio momentáneo pero también una punzada de nostalgia por la presencia de Alejandro. Sabía que su partida era temporal, pero la tensión y el peligro seguirían rondando, siempre presentes en cada esquina de mi vida cotidiana.

    Me dirigí a la cocina, recogí los vasos vacíos y los llevé al fregadero. El agua fría corría sobre mis manos, llevándose con ella los restos de jugo y el rastro de un encuentro que dejó huella en mi todo mi cuerpo.

    Mientras lavaba los vasos, mis pensamientos volvieron a la conversación, a las miradas furtivas y a la promesa de secretos futuros que Alejandro y yo compartíamos, un recordatorio constante de la línea delgada que caminaba entre el deseo y el peligro.

    Poco tiempo después de que terminé de almorzar sola en mi apartamento, me senté en la mesa de la cocina, observando el plato vacío frente a mí. El sabor del almuerzo aún perduraba en mi boca, pero mi mente estaba abrumada por pensamientos tumultuosos que se agolpaban sin descanso.

    Recordé las palabras de Alejandro y la mirada de desaprobación de Don Pepe. Sentí un nudo en la garganta y una punzada de culpa que me invadía lentamente. ¿Qué estaba haciendo con mi vida? Engañaba a mi esposo con dos hombres, cada uno ajeno al otro, viviendo una doble vida llena de mentiras y clandestinidad.

    Las lágrimas comenzaron a brotar sin control, rodando por mis mejillas como gotas de lluvia en un cristal. Me sentía atrapada en un remolino de emociones encontradas: el deseo y la pasión se mezclaban con la culpa y el remordimiento. ¿Cómo podía reconciliar estos sentimientos opuestos que habitaban dentro de mí?

    Me levanté de la mesa y caminé hacia la ventana. El sol de la tarde se filtraba suavemente a través de las cortinas, iluminando débilmente la habitación. Un suspiro escapó de mis labios mientras miraba el paisaje urbano más allá de los cristales. ¿Qué camino debía tomar ahora?

    Desde la ventana, observaba las calles bañadas por la luz de la tarde, intentando encontrar paz en la ciudad bulliciosa. Sin embargo, un silbido inusual rompió el silencio. Al principio, lo descarté como un sonido casual de los pasadizos exteriores, un vecino juguetón o el viento travieso entre los edificios. Pero el sonido persistió, haciéndose más claro y cercano, emanando ahora claramente desde dentro de mi propio refugio. Una corriente helada de inquietud se apoderó de mí.

    Con pasos cautelosos, exploré cada rincón de mi hogar. La sala y el dormitorio se mantenían en silencio, el baño sumido en penumbra. Mi pulso se aceleró cuando una voz susurró mi nombre desde la penumbra, un susurro apenas perceptible que hizo que mi corazón se disparara como un tambor desbocado. ¿Quién podría estar ahí?
    Guiada por un impulso que no podía entender del todo, me dirigí hacia el patio interior. Mis ojos se encontraron con el tragaluz, y allí, entre el resplandor tenue del sol filtrado, la figura de Alejandro asomaba, una sonrisa cómplice curvando sus labios.

    La sorpresa y el alivio se mezclaron en mi pecho mientras lo observaba, preguntándome qué más podría traer este día lleno de giros inesperados.
    Cuando vi a Alejandro, con una sonrisa amplia iluminando su rostro, me sorprendió al exclamar con vehemencia y urgencia que le alcanzara la escalera de madera portátil que reposaba en el suelo para que pudiera bajar.

    —¡Marta, por favor, la escalera! —dijo, apresurado, mientras extendía su mano hacia la herramienta.

    Me sentí intrigada por su entusiasmo repentino. Con una sonrisa graciosa en mis labios y un encanto coqueto, me acerqué a él para alcanzar la escalera que señalaba. Dentro de mí, un torbellino de pensamientos se agitaba. ¡Qué situación tan inesperada!

    —Aquí tienes —murmuré, ofreciéndole la escalera con cuidado, sintiendo cómo la tensión y la emoción cargaban el aire entre nosotros.

    Alejandro asintió con gratitud mientras tomaba la escalera y la colocaba en su posición debajo del tragaluz en el patio interior.

    —Gracias, Marta. Esto no tomará mucho tiempo, te lo prometo —añadió, con un brillo de determinación en sus ojos mientras se preparaba para bajar.

    Sus palabras resonaron en mi mente mientras lo observaba descender por la escalera. La escena era surrealista, pero no pude evitar sentir una conexión especial en ese momento, una complicidad nacida de circunstancias compartidas y secretos ocultos.

    Apenas Alejandro bajó de la escalera de madera, se apresuró hacia mí y me abrazó con fuerza. Sentí su corazón latiendo rápidamente contra el mío mientras sus brazos me rodeaban con urgencia. _ec25ea11-9b27-4e53-92db-77d37e687db4.jpeg

    —Marta, no sabes cuánto te he extrañado, y eso que ha pasado algunas horas—susurró en mi oído, su aliento cálido enviando escalofríos por mi espalda.

    Su cercanía me hizo estremecer. Le correspondí al abrazo, aferrándome a él como si quisiera fundirme en su calor. La intensidad de su abrazo y la urgencia en sus movimientos revelaban el deseo contenido que había entre nosotros. Nos miramos a los ojos, y en ese instante, todo pareció detenerse a nuestro alrededor.

    De un solo tirón, me alzó en el aire. Sentí la firmeza de sus brazos alrededor de mi cintura, y me sujeté de sus hombros mientras buscaba sus labios con desesperación. Sus labios encontraron los míos en un acto de urgencia que demandaba el momento. Cada beso era como un fuego que se avivaba entre nosotros, lleno de una pasión contenida. Me condujo hasta la sala, donde el sofá parecía esperarnos como un cómplice silencioso.

    El tacto de sus manos sobre mi espalda me hizo estremecer. Podía sentir su respiración acelerada, mezclándose con la mía en un compás rítmico. Sus labios se movieron de los míos a mi cuello, dejando un rastro de besos que me encendían la piel. Mientras me depositaba suavemente en el sofá, el mundo a nuestro alrededor parecía desvanecerse, dejándonos solo a nosotros dos en un remolino de sensaciones.

    El cuero del sofá era fresco contra mi piel, en contraste con el calor que emanaba de nuestros cuerpos. Cada movimiento, cada caricia, parecía tener un propósito, una necesidad de explorar y conocer cada rincón del otro. Sus manos, firmes pero delicadas, recorrieron mi espalda, y la sensación envolvente recorrió todo mi ser, como una corriente eléctrica que me hacía temblar de anticipación.

    Mientras Alejandro continuaba besando mis labios, mi cuello y mis orejas, una energía encantadora se apoderó de mí. Me entregué a él completamente, dejándome llevar por el momento, sintiendo cada toque y cada beso como una declaración de deseo y urgencia. La sala, el sofá, todo se desdibujó, dejando solo la intensidad de nuestro encuentro, un momento robado del tiempo que parecía eterno.

    Con una destreza entrenada, metió sus manos debajo de mi falda y me sacó el calzón, que salió volando lejos de nosotros, cayendo como hoja seca en un rincón de la sala. Echada cómodamente, mis miradas se posaron en el contrapecho, y él hábilmente hundió su lengua en mi vagina, un sacudón eléctrico percibió mi cuerpo, con gran placer lo recibí arrancándome un gran gemido. Una lengua prodigiosa que exploraba cada rincón, con sensaciones inigualables de placer.

    Abrí bien mis piernas sujetándome con ambas manos, como quien estira una gran liga, quedándome como una te. Él jugaba con mi vagina, sus dedos finos pero largos, lo introducía con habilidad hasta tocar mi clítoris, mis líquidos vaginales fluían como un caudaloso río, mientras que mis ojos blanqueaban como carnero degollado. Sus labios me besaba y apretaban suavemente mi dibujada flor vaginal estirándolo con suavidad, lamió todos mis líquidos y saboreándolo con éxtasis.

    A los pocos minutos me incorporé, con la ayuda de su mano, me fui directo a chupar ese pene arqueado siempre hacia arriba. El sabor del líquido seminal lo sentí tan agradable, tan exquisito y tan puro. Mi lengua recorrió de punta a punta todo el pene, que magníficamente estaba para mí. Con sus manos apretaba contra mi cabeza para hundir su pene en lo más profundo de mi boca, creo que llegó hasta la garganta. Lo repitió tantas veces como él quiso, dejándome enrojecida y lagrimeando mis ojos. Un juego que en ese instante se convirtió tan agradable, tan rico, que me gustó. El hundía por completo su viril masculinidad por varios segundos tapando mi garganta hasta la sensación de asfixia. luego lo sacaba en un microsegundo, qué sensación tan electrizante y satisfactoria, sentia que me mojada cada vez más. Luego tiraba mi cabeza hacia atrás, no aguantaba mucho tiempo sin respirar, al sacarlo necesitaba tomar bocanadas de aire para volver en sí.

    Era completamente suya, él se acomodó bien sentado en el sofá, e instintivamente me subí al sofá para sentarme sobre su torcido pene, que él mismo lo acomodó. Sentí una penetración lenta y profunda cuando terminé de sentarme sobre él, sus dos manos estrujaban mis enormes nalgas, mientras me besaba los labios y su lengua prodigiosa llegaba hasta lo más profundo de mi boca. Succionaba y chupaba con frenesí mis labios. Empecé a cabalgar, al principio suavemente y luego con me ayudó con sus manos a hacerlo con más fuerza y rapidez levantando mis nalgas. ¡Cuántos gemidos lancé! Un éxtasis explosivo llegó a mí como un rayo, que me deshizo en mil pedazos, una exquisita sensación envolvente me trituró.
    Él vió que mis ojos blanqueaban, sabía muy bien que estaba en la luna o en Marte o en lo que sea, mi cabeza cayó reposando sobre su pecho, exhausta y satisfecha.

    En un movimiento rápido, me puso en perrito, una pose que siempre me ha gustado, el sudor y los olores íntimos inundaban la sala haciendo más íntima la entrega. Hundió su pene como desesperado, una y otra vez, haciéndome gemir como si estuviera entonando una melodía tan sutil y exquisita. Sus manos firmes sujetaba mis nalgas empujando luego el pene hasta lo más profundo. Mis líquidos eran abundantes e incontrolables, que con tanto movimiento entrelazados que hacíamos se convertía en un líquido espumoso y blanquecino. Un gemido profundo y suave lancé al aire, inundando la sala y los sentidos.

    Estaba deseosa y hambrienta de volver a terminar otra vez, mi cuerpo pedía más, me dejaba llevar por esa necesidad angustiante de querer consumir más, como una droga. Me arqueé todo lo que pude hundiendo mi rostro en el cuero del sofá, dejándole toda mi trasero hacia él, sabía que era espectacularmente más grande que la de Laura, su esposa. Y empezó a trabajar, me sujetó el cabello con fuerza y tiró hacia atrás, empezaron las primeras embestidas una tras otras, con una fuerza envolvente y titánica, arrancándome gemidos y quejidos que nunca había sentido. Un delicioso sonido monótono de choque de mis nalgas con su cuerpo inundó la sala. Mi vagina soportaba estoicamente las penetraciones realizadas por Alejandro, me encontraba en un nivel alto de placer.

    Mientras que él, seguía clavándome sin piedad en forma apresurada y profunda, en esa pose de perrito que tanto amaba, alguien abruptamente tocó la puerta. Nos quedamos inmóviles en un instante, los latidos de nuestros corazones resonando en nuestros pechos, más fuertes que nunca. La intrusión inesperada hizo que un escalofrío recorriera mi espalda.

    Volteé la cara para mirar hacia la puerta y luego hacia la cara de Alejandro, quien no soltaba de agarrarme por detrás, porque seguía enchufada con él. Podía sentir su respiración entrecortada en mi cuello y espalda, y como latía su pene dentro de mí. Nuestros rostros, brillosos y sudorosos, buscaban una respuesta en el aire. ¿Quién podría ser a esta hora de la tarde?

    El sonido de los golpes en la puerta volvió a resonar, ahora con más fuerza y más rapidez que la anterior. La urgencia en los golpes aumentó mi ansiedad.

    —¿Quién será? —susurré, casi sin aliento, mientras miraba a Alejandro. Él me miró con la misma incertidumbre, sus ojos reflejando una mezcla de deseo y preocupación.

    Volví a escuchar las tocadas en la puerta, esta vez con una intensidad que hacía temblar mis nervios. Me separé de Alejandro lentamente, dejando a un pene largo, hermoso y completamente baboso por una espuma blanquecina, mis pies descalzos apenas haciendo ruido sobre el suelo mientras avanzaba hacia la puerta, tratando de calmar mi respiración y despejar mi mente del torbellino de emociones que me embargaban.
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    ¿Quién será? Era la pregunta que me taladraba la mente una y otra vez.

    *********
    CONTINUARÁ...

    ******""""
     
    Salta Montes, 23 Jun 2024

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    Ajá. Interesante continuación.
     
    Josephsen, 23 Jun 2024

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    Gracias espero que sigas disfrutando de esta rica historia erótica _30130c03-d7de-48e0-89ff-ce72925509b6.jpeg Marta, a pesar de todo sigue aventurando mucho placer con Alejandro. El tema es que él ni se imagina que Don Pepe, también se banquetea el postrecito. Saluditos. Hasta pronto.
     
    Salta Montes, 24 Jun 2024

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    Cofra @Salta Montes siempre atento a sus relatos, al estar con Alejandro tienes una sentimiento de fallarle a tu esposo es tambien la misma sensacion con Don Pepe.
     
    Wall-e, 25 Jun 2024

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    buenos relatos entretenidos
    voy a sacar brillo a manuela gaaaa
     
    PICHULON2024, 25 Jun 2024

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    Jajaja Don Pepe y Marta siempre tendrán una relación prohibida y clandestina _9fd3dc50-990c-4a9f-9207-76ac4d58dfd3.jpeg
     
    Salta Montes, 30 Jun 2024

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    Obvio mientras eso sucede , ellos disfrutarán comiendo un helado _47922006-d525-47b6-a4d7-66a784dda44e.jpeg
     
    Salta Montes, 30 Jun 2024

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