Crónicas del Placer Don Pepe: un viejo gordo y libidinoso (parte 21)

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Salta Montes, 21 Jun 2024.

    Salta Montes

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    Desperté muy temprano al día siguiente, con una sensación de inquietud que no podía sacudir. La luz suave del amanecer se colaba por las cortinas, llenando la habitación de una claridad pálida que contrastaba con la oscuridad de mis pensamientos. Me levanté de la cama, sintiendo la frescura del suelo bajo mis pies descalzos. Aún aturdida por el sueño inquietante de la noche anterior, me dirigí hacia la cocina, donde el aroma del café recién hecho prometía un consuelo temporal.

    Mientras el café burbujeaba en la cafetera, no pude evitar que mi mente volviera a la noche anterior. ¿Quién había tocado la puerta? La pregunta me rondaba como un insecto persistente. Tomé una taza y me dirigí a la sala, mis dedos jugueteando con el asa del café caliente.

    —Tal vez debería haber respondido —murmuré para mí misma, dejando escapar un suspiro que parecía llenar todo el apartamento vacío.

    Recorrí con la mirada el orden impecable de la sala. Todo estaba en su lugar, pero nada parecía correcto. Me acerqué a la puerta y, sin abrirla, apoyé mi frente contra la madera fría, tratando de imaginar quién podría haber estado del otro lado.

    —Alejandro... —susurré, cerrando los ojos. Recordé su promesa de volver y hablar sobre Don Pepe. La posibilidad de que fuera él me llenaba de una mezcla de expectación y miedo.

    Pero también estaba Don Pepe. Sus visitas eran siempre a escondidas, llenas de un peligro excitante que ahora parecía una amenaza tangible. Miré el reloj de pared: apenas eran las seis de la mañana. Las sombras de la noche se disipaban, pero las de mis pensamientos seguían firmes.

    El timbre de la puerta rompió el silencio, un sonido agudo que me hizo sobresaltar. Dejé la taza sobre la mesa, derramando un poco de café en el proceso, y me acerqué a la puerta con pasos lentos y medidos.

    —¿Quién es? —pregunté, intentando mantener mi voz firme.

    —Soy yo, Alejandro —respondió una voz familiar del otro lado.

    Abrí la puerta lentamente, enfrentándome a su mirada inquisitiva. Él estaba allí, con un aire de urgencia y preocupación.

    —Tenemos que hablar, Marta —dijo, su voz baja y apremiante.

    Lo hice pasar y cerré la puerta tras de él, el sonido del cerrojo girando era un eco de mis pensamientos confusos.

    Nos sentamos en el sofá, y mientras él hablaba, sus palabras se mezclaban con los sonidos suaves de la mañana. Me contó que varias veces había sorprendido a Don Pepe fisgoneando y siguiéndome. Desde que salía de mi apartamento hasta el mercado, él se percataba de con quién conversaba o si me detenía en alguna tienda, observando cada detalle en mi recorrido.

    —En otras ocasiones, cada vez que ingresabas al edificio, Don Pepe te seguía, caminando muy despacio detrás de ti —dijo Alejandro, su voz cargada de preocupación—. Incluso al subir las gradas, se agachaba para mirarte las piernas, sabiendo que podía ver algo más al usar esas faldas cortas.

    Mi corazón latía con fuerza al escuchar esto. Las imágenes que Alejandro describía eran tan vívidas que podía sentir la presencia de Don Pepe tras de mí, como una sombra persistente.

    —En otras oportunidades —continuó Alejandro—, Don Pepe se ocultaba bajo las gradas, esperando que subieras para ocultarse en la oscuridad y verte pasar. En todos esos casos, Marta, tú nunca te dabas cuenta porque estabas ajena a las perversiones de Don Pepe.

    La conversación reveló más de lo que hubiera querido saber, cada detalle un hilo más en la compleja red en la que me encontraba atrapada. Alejandro me miró, esperando mi reacción, pero yo estaba demasiado abrumada para hablar.

    Al final, mientras Alejandro se preparaba para irse, me di cuenta de que las respuestas que buscaba no estaban en sus palabras, sino en mi propia capacidad de enfrentar la verdad. Y en ese momento, supe que el día que comenzaba sería uno de decisiones difíciles y revelaciones inevitables.

    Antes de irse, pensé que Alejandro sabía muy bien que Don Pepe podría haber hecho todo lo que él había contado. Y no me importó porque Don Pepe era mi amante, y en el cuarto de limpieza donde él siempre me llevaba, daba rienda suelta a todos sus instintos.

    Sentí un alivio al saber que eso era todo lo que Alejandro quería decirme. Por un momento pensé que Alejandro sabía algo más, como la relación clandestina que tenía con Don Pepe, y por esa razón le pregunté si eso era todo.

    —¿Eso es todo? —pregunté, tratando de mantener mi voz neutra, aunque por dentro un torbellino de emociones se agitaba.
    Alejandro asintió, su mirada era un mar de seriedad.

    —Si, eso es todo, Marta. Solo quería que estuvieras al tanto de lo que está haciendo Don Pepe.

    Ante esa respuesta, reí para mis adentros. Un peso se levantó de mis hombros. Alejandro captó esa alegría y se detuvo a mitad de camino hacia la puerta, volviendo sobre sus pasos.

    —¿Por qué estás tan tranquila? —me preguntó, sus ojos buscando respuestas en los míos.

    Para disimular, mostré mis encantos de coquetería. Me acerqué a él, dejando que una sonrisa juguetona curvará mis labios. Le miré con esos ojos que sabía que siempre le desarmaban, y él captó el mensaje. Sus manos, fuertes y decididas, encontraron mi cintura, y me atrajo hacia él. Sentí su respiración y mi cuello calidad y urgente. Sus labios buscaron los míos, y en ese momento, todo lo demás se desvaneció.
    Mientras me besaba, sus manos exploraban mi espalda con una familiaridad que me hizo estremecer. El contacto de sus dedos contra mi piel era eléctrico, encendiendo cada uno de mis sentidos. Sus labios, demandantes y tiernos a la vez, me llevaron a un lugar donde la realidad y las preocupaciones desaparecían.

    —Marta... —murmuró contra mis labios, su voz era una mezcla de deseo y necesidad.

    Me aparté ligeramente, solo para mirarle a los ojos. No podía dejar de pensar en el riesgo que representaba Alejandro, pero en ese instante, la urgencia de su toque era lo único que me importaba.

    —No te vayas todavía —susurré, dejando que mis manos recorrieran su pecho.

    Alejandro respondió con un beso aún más profundo, mientras me llevaba alzada hacia el sofá. En ese momento, el tiempo dejó de existir, y el mundo exterior se desvaneció en la bruma de nuestro encuentro.

    Los minutos avanzaban, y aunque sabía que lo que estaba haciendo estaba cargado de peligro y consecuencias, no podía detenerme. El deseo y la pasión era más fuerte que cualquier remordimiento, y en los brazos de Alejandro encontré un refugio temporal de las complejidades de mi vida.

    Como me tenía alzada en sus brazos, Alejandro me dejó caer con suavidad sobre el sofá, que estaba limpio e impecable. Sus labios buscaron nuevamente los míos en un beso apasionado y delicioso. Sus manos tocaban con suavidad mis mejillas, y las mías rodeaban sus hombros. El beso que nos dimos se hizo largo y profundo, desatando un torbellino dentro de mí que amenazaba con desbordarse. Una excitación burbujeante empezó a nacer en mí, mientras él mordía suavemente mis labios y su lengua exploraba mi boca con destreza.

    Luego, Alejandro empezó a besarme el cuello, dejando un rastro de besos electrizantes que me deshacían de deseo. En un momento, me despojó de mi bata; mi senos, ahora libres, fueron succionados con pasión y caricias sublimes. Ya no daba más; brotó de mis labios más de un gemido al sentir que sus manos se posaban sobre mi vulva. El único impedimento que faltaba era el calzón; no le fue difícil deshacerse de él. En un segundo, ya estaba desnuda ante él, como vine al mundo.

    Alejandro con una sonrisa ladeada, recorrió mi cuerpo con su mirada antes de deslizar sus manos y labios por cada rincón de mi piel. Sentí un escalofrío recorrerme mientras sus dedos se movían con habilidad, arrancándome suspiros y gemidos de placer. Mi cuerpo se arqueó, buscando más de un toque, de su calor. Él respondía a cada uno de mis movimientos con una precisión que solo aumentaba mi deseo.

    Se incorporó quedando de pie frente a mí, despojándose totalmente de su vestimenta, y nuevamente estaba allí ese pene vigoroso y arqueado exageradamente hacia arriba. Con una delicadeza única, me acerqué como gatita mimosa. Lamí suavemente la cabeza de eso falo hermoso, mis manos recorrían cada milímetro de su piel, hasta tocar con suavidad sus testículos, qué curiosamente un bello pubiánico lo cubría con gracia dentro de su bolsa escrotal. Abrí bien mi boca para mantener sus bolas dentro de mí, saborearlo con mucho placer. Estaba muy desesperada por seguir besandolo y acariciabdolo, lo recorrí de punta a punta, con una lentitud de tortuga. Dentro de mí era un caos electrizante de pasión y deseo, sentí que me mojé.

    Continuando finalmente se unió a mí, fue como si el tiempo se detuviera. Mis piernas las colocó sobre sus hombros, sabía muy bien que iba a ser una faena electrizante y excitante. Sus embestidas eran lentas al principio, cada una llenandome de una manera que me hacía temblar. Nos movíamos juntos en una danza rítmica, cada movimiento intensificando la conexión entre nosotros. Sus gemidos se mezclaban con los míos, creando una sinfonía de placer que llenaba la sala.

    En ese preciso momento, todos lo demás desapareció. No había preocupaciones, ni secretos, solo la pasión desenfrenada que compartíamos. Cada toque, cada beso, cada susurro era una promesa de más de placer, y me perdí en la intensidad de nuestros cuerpos entrelazados. Alejandro me llevaba al borde una y otra vez, hasta que finalmente caímos juntos en un clímax explosivo, nuestros cuerpos estremeciéndose en un éxtasis compartido.

    Nos quedamos allí, jadeando, nuestras pieles brillando con el sudor del esfuerzo. Él me miró a los ojos, y en ese momento sentí una conexión profunda, más allá del deseo carnal. Pero sabía que, cuando él se fuera, esa conexión tendría que ocultarse nuevamente detrás de las puertas cerradas de nuestros secretos.

    Cuando ambos ya volvimos en sí después de la faena íntima, le pregunté a Alejandro si al ingresar se había percatado si alguien lo hubiera observado afuera. Él me respondió de la manera más tranquila y calmada, diciéndome que antes de tocar el timbre de la puerta había estado mucho tiempo afuera, asegurándose de que nadie, ningún vecino intruso, estuvo rondando. Me dijo que tuvo suerte de que le abriera la puerta en ese instante que había tocado el timbre. Ante esa respuesta, quedé súper aliviada y tranquila. Ahora correspondía la retirada de Alejandro.

    Aunque dentro de mí no deseaba que él se fuera, la había pasado muy bien y deseaba seguir en esa burbuja de pasión y deseo. Pero también era un peligro que él se quedara mucho tiempo en mi casa. Así que, en contra de mi voluntad, le dije:

    —Voy a salir primero, disimulando llevar la basura hacia el bote que está a unos metros afuera, cerca de las gradas. Tú permanecerás mirándome a través de la rendija de las puerta. La señal será que si me agarro el cabello para acomodármelo, entonces podrás salir sin preocupaciones porque no habrá nadie afuera.

    Alejandro asintió, confiando en mi plan. Salí llevando la bolsa de basura, intentando aparentar normalidad. Algunos vecinos transitaban por el pasillo sin percatarse de mi presencia. Esperé unos minutos, vigilando que no hubiera nadie a la vista, pero dentro de mí había otro temor: que Don Pepe apareciera. Eso me hubiera puesto extremadamente incómoda. Por suerte, él nunca apareció.

    Una vez que me aseguré de que el pasillo estaba despejado, me agarré el cabello como señal acordada. Alejandro salió cuidadosamente, dirigiéndose gradas abajo sin mirarme. Su comportamiento y la forma en que caminaba me causaron risa.

    Volví a mi apartamento, cerré la puerta atrás de mí y suspiré profundamente. Sentí un alivio inmenso de que ya se hubiera ido. Me recosté en el sofá, intentando procesar todo lo que había pasado. Las emociones aún palpitaban en mi interior, pero la calma de la soledad volvió a instalarse en la casa dejándome en un extraño estado de tranquilidad y reflexión.

    ******
    CONTINUARÁ
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    Claro, Don Pepe no sabe, ni se imagina que Marta se ha entregado a Alejandro. Pero el tema es que Alejandro está entrando y saliendo del apartamento de ella, y es peligro latente por el gordito la vigila mucho. La pregunta es ¿Hasta cuándo durará esas visitas? Sabiendo que en pocos días llegará el esposo de ella, que vendrá del Cuzco.
     
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    Hola, gracias por interesarte en leer esta historia. Hay mucha expectativa por los demás episodios en dónde Marta, en ese afán de experimentar algo que nunca hizo. Le sucede muchas agradables escenas eróticas.
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    Cofra @Salta Montes buenos relatos.
    Se nota que Marta no puede estar sin probar nuevas experiencias...ya van 3 aparte del esposo.
    Al final Alejandro partió a don pepe
     
    Wall-e, 22 Jun 2024

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    Creo que será muy difícil que los atienda a sus invitados, pueda ser que él esposo se dé cuenta que algo está sucediendo. Pero Marta ha adquirido un poco de astucia y maña para estos menesteres eróticos que está teniendo con sus amantes.
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    Si lo que desea en el fondo es que Don Pepe no se entere nada de Alejandro, sabe muy bien que puede entrar en un conflicto lamentable si sucediera el caso. Ella está jugando con fuego al rojo vivo, lo importante es que lo tiene bien atendido a Don Pepe cuando él lo desea y tiene muchas ganas. Y Marta enloquece con esa tremenda herramienta de trabajo que él tiene.

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    No hay de que preocuparse ni angustiarse, porque vienen episodios inimaginables llenos de unas profundas escenas eróticas. Marta está descubriendo que no puede con su genio, se está pone muy golosa, ardiente _c84bf895-0c8b-4ac4-82d8-085afe22eba1.jpeg y calentona. Cada vez que se encuentra con Don Pepe y con Alejandro.
     
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    Don Pepe es un viejo zorro, y sabe muy bien que Alejandro es un peligro al acecho. Aún no sabe nada de lo que está pasando, pero empieza a sospechar, y la vigilancia se hace cada vez más aguda y persistente. También desconoce que el esposo ha viajado, está ausente, y por ese lado se siente más tranquilo. Pero Alejandro es astuto. _8ba36b10-9f47-4875-a238-3d9c0ab0b847.jpeg Por lo tanto, Marta sabe muy bien que ninguno de los dos debe enterarse que son sus amantes.
     
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    Es cierto que la angelical Marta aprobado tres v****s en poco tiempo, y se ha dado ese gusto y maña de que ninguno de los tres se entere. _ee0c4995-9873-422c-b7ac-c1d29c9171bc.jpeg aunque ella tenga miedo y sienta un gran pánico, no puede con su propio genio. Esa ansiedad y y deseos de probar más sexo para satisfacerse personalmente, no tiene límites.
     
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    Exacto, es casi una niña para Don Pepe, que sabe muy bien cuál es su debilidad. _7164c65d-e6e2-4630-8466-cbf0fb61ac69.jpeg Ella ha aprendido a disfrutar mucho del viejo zorro, que la vigila constantemente. Pero al mejor cazador se le va la paloma. Hay varias cosas que ignora Don Pepe.
     
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  1. Jorge1222
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