Crónicas del Placer Don Pepe, un viejo gordo y libidinoso (parte 19)

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Salta Montes, 10 Jun 2024.

    Salta Montes

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    Alejandro estaba frente a mí, había cerrado la puerta tras de sí, me quedé sorprendida y nerviosa.

    —Alejandro, ¿qué haces aquí? —pregunté tratando de mantener la voz firme.

    —No podía de dejar de pensar en ti —dijo acercándose, más su presencia era imponente y la habitación parecía achicarse no pude resistirme.

    Antes de que pudiera responder, sus labios encontraron los míos en un beso que borró todas mis dudas. Era como si todo lo que había reprimido hasta ese momento se liberaba de golpe, sus manos fuertes y seguras se deslizaron por mi espalda trazando un camino de calor y deseo.

    —No te das cuenta de lo que provocas en mí —susurró, mientras su boca se movía hacia mi cuello enviando escalofríos por todo mi cuerpo.

    Intenté hablar pero las palabras se ahogaron en un suspiro, cuando sus manos se encontraron la curva de mi cintura deslizándose bajo la tela de mi blusa cada caricia, cada toque despertaba sensaciones que hacía tiempo no experimentaba, mi resistencia se desmoronaba en cada segundo que pasaba.

    —Alejandro, esto es... —intenté decir pero él me interrumpió con otro beso más profundo y apasionado.

    —No digas nada —murmuró contra mis labios solo déjate llevar.

    Y así lo hice, sus manos levantaron mi falda y tocaron mis nalgas explorandolas a placer, mi falda cayó al suelo quedándome en calzón. Me empujó hacia el sofá, su piel contra la mía era fuego y sus manos eran expertos exploradores que recorrieron cada rincón de mi cuerpo me dejé llevar por la oleada de sensaciones perdiéndome en el momento en la pasión que compartíamos.
    Mientras nuestras respiraciones se mezclaban, una punzada de culpa atravesó mi mente. ¿Que estaba haciendo? No era justo seguir engañando a mi esposo con otro amante. Alejandro recién casado debería ser fiel a su esposa, pero esos pensamientos se desvanecían con cada caricia, cada beso, cada susurro de deseos y la pasión era más fuerte que la razón, el gusto y el deseo más poderoso que cualquier sentimiento de culpa.

    Sus manos recorrieron mi cuerpo con una urgencia casi dolorosa y respondí con la misma intensidad. Mi mente gritaba que parara, que eso estaba mal, pero mi cuerpo se negaba a obedecer. Los gemidos ahogados y los suspiros llenaron la sala creando una sinfonía de deseo desenfrenado.

    En medio de nuestro frenesí, escuchamos pasos acercándose a la puerta, nos quedamos quietos nuestros cuerpos juntos, abrazados y las respiraciones entrecortadas. Mi corazón latía con fuerza y por un momento el miedo se impuso al deseo. ¿Era don Pepe que había venido a buscarme? o ¿Lo habrá visto ingresar? Alejandro también se tensó sus pensamientos probablemente dirigidos hacia su esposa Laura que podría haber estado buscándolo.

    Nos quedamos en silencio, escuchando los pasos que se detenía justo fuera de la puerta, la tensión era palpable, y por un instante temí que todo se desmoronara, pero los pasos finalmente se alejaron y la realidad de lo que estábamos haciendo regresó con una claridad deseada.

    Alejandro me miró a los ojos su expresión una mezcla de deseo y culpa.

    —Esto es el comienzo... —dijo, pero no pudo terminar la frase, porque me volvió a besar.

    —Lo sé —respondí, mis propias emociones reflejadas en su rostro—, pero no puedo evitarlo.

    —Yo tampoco —admitió, en ese momento supe que estábamos atrapados en un círculo vicioso de pasión y culpa, del cual no podíamos escapar.

    Nos entregamos nuevamente a la pasión sabiendo que el remordimiento nos golpearía después, pero en ese instante solo existíamos nosotros consumidos por el deseo que nos unía y nos destruía a la vez.

    Estábamos de pie todavía, comiéndonos a besos, como unos desesperados. Sin falda y con la blusa desabotonada, sus manos dejaron libre mis senos del sujetador, sus ojos serán dos lagunas llenas de pasión y lujuria. Adiviné lo que estaba pensando, los míos serán tres veces más grandes los de su esposa, y sin ningún contratiempo me chupó los pezones con ardiente placer, que me dejó con torrente de éxtasis en todo mi cuerpo.
    De un solo tirón me alzó, mientras no dejaba de besar sus ardientes labios, camino un poco más, me dejó caer suavemente sobre el sofá, inmediatamente se sacó la camisa y el pantalón, dejando bien dibujado un gran bulto en su ropa interior. Mis manos en un acto reflejo, bajaron el calzoncillo, en forma airosa observé un pene magníficamente bien excitado y arqueado con la cabeza hacia arriba que dibujaba una curva sorprendente, que exhale una sonrisa, quedé con la boca abierta sorprendida y expectante.

    Alejandro se acercó a mí, solamente abrí la boca para saborear el excitado pedazo de carne que sabía que era para mí. Una pinga ni grande ni chica, pero sí medianamente gruesa, toda una delicia. Mis dedos estrujaban suavemente sus testículos, mientras el falo ingresaba hasta mi garganta. Lo chupé, lo susioné, lo saboree como un dulce manjar, ya no había vuelta atrás. Era todo mia. Una excitación palpable y diferente se apoderó intensamente en mí. Él gemía muy suave, recatado y discreto en cada engullida, mordisqueaba suavemente su piel. Un olor exquisito tenía su pene, unos pequeños lagrimeos seminales brotaron, que lo solucioné con mucho placer.

    Poco después, me tomó en un misionero muy exquisito, coloqué mis piernas sobre sus hombros mientras él me clavaba sin cuestionamientos a profundidad una y otra vez, hasta hacerme terminar en un santiamén. Una explosión volcánica salió de lo más profundo de mi alma, que lo recibí con un gemido prolongado y Alejandro acabó tan deliciosamente.

    Nuestra respiraciones agitadas no culminaron allí, se incorporó y empezó a lamerme la concha pelada, que estaban entremezclados con nuestros líquidos íntimos. Sus labios succionaba mi clítoris y con una maestría y destreza jalaba suavemente mis labios vaginales retorciéndome de placer. Una prodigiosa lengua muy bien amaestrada se introducía por mi profunda vagina, cada movimiento y cada presión que daba dentro de mí, chispostazos eléctricos desencadenaba en todo mi cuerpo.

    Volví a meterme en un huracán de deseos y placer, me giró suavemente en una clásica pose de cucharita, se acomodó bien detrás de mí, me ayudó consuavidad a reacomodar mis cabellos. Con la ayuda de su mano, introdujo dentro de mi, un pene bien erecto, y arqueado otra vez en toda su dimensión escudriñaba mi mojada intimidad. Sus manos acariciaban y pellizcaban con suavidad mis senos y su lengua, que ya sabía cómo trabajaba, recorria mi cuello. Sensaciones inevitables a los pocos minutos como una ola reventaba en mí, que me llenó de satisfacción y placer, me había hecho venir por segunda vez en una forma colosal.
    Alejandro no paraba de sorprenderse a sí mismo, al tomarme en otra variante, ví su rostro a través del espejo, un rictus de emoción lleno su cara, con los ojos desencajados de placer. En la posición de perrito, sus manos recorrieron mis anchas nalgas como quién estuviera midiendo la suavidad, redondez y el diámetro. Estaba muy segura que me estaba comparando, que mi trasero era el doble la de su esposa. Con dedicación única de un operario de una fábrica de embutidos, empezó a bombearme, sin importar nada, con maestría y gran fuerza, me hizo venir por tercera vez.

    Alejandro había resultado ser un gran amante, un hombre que no solamente tenía la habilidad de tratarme bien, sino lo más importante de hacerme llevar a ese punto clave de excitación para poder terminar con facilidad y fluidez. En esa posición de perrito, al cual duramos más tiempo, él terminó con una gran sensación casi divina, me inundó por dentro y quedé exhausta, arqueada sobre el sofá, regalándole mi voluminoso trasero a él, que no se cansaba de tocarme y acariciarme.

    Después de quedar como estatuas por varios minutos eternos en esa pose, un sentimiento de remordimiento profundo y abrumador ocupó mi mente. Mi cuerpo aún estaba tibio por la pasión reciente, pero mi alma se sentía fría y vacía. Una vez más, le había fallado a mi esposo, y la culpa se clavaba en mí como una daga. Me preguntaba cómo había llegado a este punto, donde las promesas de fidelidad se habían convertido en polvo bajo la tentación de un momento prohibido.

    Al mismo tiempo, un dolor agudo atravesó mi conciencia al pensar en Laura, una buena amiga que confiaba en mí. Acostándome con su esposo, había traicionado no solo mi propio matrimonio, sino también la amistad que compartíamos. ¿Con qué cara la miraría ahora? La idea de enfrentarla, de ver la posible decepción en sus ojos, me resultaba insoportable.

    No quise mirar a Alejandro a los ojos; sabía que encontraría en ellos un reflejo de mi propia culpa. Estaba aturdida, confundida, llena de culpa y vergüenza. Alejandro, quien momentos antes había sido un objeto de deseo, ahora se convertía en un recordatorio vivo de mis fallos.

    Un miedo visceral se apoderó de mí al pensar en Don Pepe. La posibilidad de que él hubiera visto a Alejandro ingresar a mi apartamento me llenaba de terror. Don Pepe, siempre atento y vigilante, ¿habría sido él quien caminó por mi puerta? La paranoia se enroscaba en mi mente como una serpiente, susurrando que mi secreto estaba en peligro de ser descubierto. Cada sonido, cada sombra fuera de mi puerta, se convertía en una amenaza.

    Sentía mi corazón latir con fuerza en mi pecho, mientras las dudas y temores se arremolinaban en mi mente. No solo estaba asustada por la posibilidad de ser descubierta, sino también por las implicaciones de mis acciones. Había cruzado una línea que no podía desdibujar, y ahora debía enfrentar las consecuencias, aunque no tuviera idea de cómo hacerlo.
    De pronto si mediar palabra, Alejandro se incorporó, su cuerpo aún resplandeciente por la reciente pasión. Con movimiento rápidos y precisos, comenzó a vestirse, dejando atrás de sí la calidez de nuestro encuentro. Yo, sin embargo, permanecía tendida sobre el sofá, sumergida en un torbellino de pensamientos de culpa, temores y dudas. La realidad volvió a golpearme con fuerza, y me sentí abrumada por la magnitud de lo que acabábamos de hacer.

    El silencio de la habitación era ensordecedor, roto por el suave susurro de la ropa de Alejandro mientras se vestía. Ambos, como siguiendo un instinto sincronizado, levantamos la vista hacia el reloj de la pared. Las manecillas doradas brillaban bajo la luz tenue, marcando implacable las 12 de la noche. La hora de la hechicería, pensé fugazmente, donde los secretos y pecados se revelan en la oscuridad.

    Sentí un nudo formal sin estómago, un recordatorio de la realidad que esperaba fuera de esas cuatro paredes. Alejandro, con un último vistazo, me regaló una mirada cargada de significados contradictorios: deseo, arrepentimiento y una pizca de ternura. A sentir levemente, reconociendo la mezcla de emociones que también bullían dentro de mí.

    Cuando Alejandro se disponía a salir del apartamento, se volvió hacia mí con una mirada grave.

    —No hay más tiempo por ahora —dijo—, pero vendré mañana para hablar de un asunto importante relacionado con Don Pepe.

    Sus palabras me golpearon como una espada afilada en el estómago, dejándome helada y perpleja. Intenté procesar lo que quería decirme, y él, captando mi agitación, añadió:

    —No temas nada, pero es crucial que estés al tanto de lo que está sucediendo.

    Su tono era serio, lleno de una urgencia que solo aumentaba mi inquietud. La promesa de una explicación futura me dejó en un estado de tensa anticipación. Alejandro, percibiendo mi ansiedad, intentó calmarme con una leve sonrisa.

    —Mañana tendremos más tiempo para hablar —aseguró antes de salir.

    Las palabras resonaban en mi mente, dejándome sumida en una mezcla de alivio y creciente curiosidad. Mientras la puerta se cerraba tras él, supe que la espera hasta el día siguiente sería interminable. La incertidumbre y el misterio de lo que podría revelarme sobre Don Pepe me mantenían en vilo, tejiendo una red de pensamientos inquietantes que no me dejarían descansar.
    *******
    CONTINUARÁ
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    Una imagen realista de como Don Pepe persigue a Marta para llevarla al pequeño cuarto de limpieza del primer piso del edificio de apartamentos. _7e7daa0c-4c66-4e53-b16b-9f7a26e7d4bb.jpeg
     
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    Siempre Don Pepe convence a Marta a llevarla a disfrutar de su prominente armamento, ella casi siempre acepta feliz.
     

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    Asi parece que pase lo que pase....no dejaras a Don Pepe
     
    Danielon90, 12 Jun 2024

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    @Danielon90
    Jijiji Tal parece que si. Don Pepe tiene una tremenda razón para dominar a Marta. Ella sucumbe sin protestar a la dominación del Gordito. _62bb8d99-9b2f-4d09-a471-620935b653d1.jpeg
     
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    Buen relato cofra @Salta Montes y entonces ya don pepe se entero que otros se la almuerzan tambien? Que hará el gordito?
     
    Danielon90, 12 Jun 2024

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    @Danielon90 ¿Tu crees que el Gordo viejo y libidinoso de Don Pepe sospeche que Marta tiene algo con Alejandro?
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