Crónicas del Placer Don Pepe, un viejo gordo y libinidoso (Parte 18)

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Salta Montes, 31 May 2024.

    Salta Montes

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    Me encontré con Laura de casualidad en el pasillo del edificio, ese espacio común que rara vez propicia encuentro significativos. Su amplia sonrisa y sincera desbordante me saludaron primero, irradiando una calidez que hizo que el frío pasillo pareciera menos impersonal. Empezamos a conversar amigablemente, nuestras palabras fluyendo con facilidad de un río que encuentra su cauce.

    La charla, inicialmente casual, se transformó en una danza de palabras que se entrelazaban con sorprendente armonía. Cada intercambio revelaba puntos en común que nos conectaban más profundamente. Risas compartidas rompían el silencio del pasillo, creando una melodía de complicidad. Había algo en la manera en que Laura hablaba, en su entusiasmo y apertura, que me envolvía y me hacía sentir cómoda, como si nos conociéramos desde hacía mucho tiempo.

    La conversación se volvió tan interesante que me sorprendí de la rapidez con la que el tiempo parecía pasar. Hablamos de nuestras vidas, de nuestras esperanzas y sueños, y de las pequeñas cosas que nos hacían felices. Me sorprendí al notar lo interesante que se había vuelto nuestra conversación, y cómo, sin darme cuenta, me sentí conectada a Laura de una manera inesperada. Sus palabras, su risa, su presencia, todo contribuyó a crear un momento especial que parecía sacado de un capítulo de una novela que nunca quería terminar.

    —¿Te gustaría pasar un rato en mi casa?—. Mi esposo ha viajado al cusco y estaré sola una semana.

    —¡Claro, me encantaría! —respondió con entusiasmo.

    Nos dirigimos a mi apartamento, nuestras voces llenando el silencio del pasillo con una conversación fluida y envolvente. Al cruzar el umbral de mi hogar, sentí una extraña mezcla de nerviosismo y emoción, como si estuviera invitando a una nueva energía a mi espacio. Una vez adentro, nos acomodamos en la sala y continuamos conversando, nuestras palabras tejiendo un tapiz de confidencias y risas.

    Hablamos de nuestras vidas, desentrañando historias del pasado y sueños del futuro. Compartimos intereses y experiencias, encontrando en cada revelación un reflejo de nosotras mismas. El tiempo pasó volando, los minutos deslizándose como arena entre los dedos. La calidez de la conversación nos envolvía, haciendo que todo lo demás se desvaneciera en un segundo plano.
    Antes de darnos cuenta, había transcurrido un par de horas. La tarde había dado paso a un crepúsculo que teñía la habitación con una luz suave y dorada. Laura, con un gesto de pesar, se dispuso a irse, agradecida por el tiempo compartido. Justo en ese momento, como si el destino jugara una carta inesperada, Alejandro llegó a buscarla.

    El sonido de sus nudillos contra la puerta resonó en el apartamento, un recordatorio de la realidad que aguardaba más allá de nuestra burbuja de conversación.
    Me apresuré a abrir la puerta, aún un poco nerviosa por la presencia de Alejandro. Su figura, imponente y segura, llenó el marco de la puerta. Su mirada, siempre cargada de una curiosidad intensa, recorrió la habitación antes de posarse en mí. Le invité a pasar, tratando de mantener la compostura. Mientras Alejandro entraba, el aire parecía cargarse de una tensión palpable, una mezcla de anticipación y algo indefinible que hacía que mi corazón latiera un poco más rápido.

    —Hola, Marta —dijo con una sonrisa cruzando el umbral—. Espero no interrumpir.

    —No, para nada, pasa —respondí, intentando mantener la cordialidad.

    Laura estaba entusiasmada por nuestra nueva amistad, su alegría irradiaba calidez y contagiosa energía. Alejandro, con su presencia imponente, se unió a la conversación con la misma facilidad que su esposa. En sus palabras había una fluidez natural, como si hubiera sido parte de nuestro diálogo desde el principio. Mientras hablábamos, noté algo en Alejandro. No era solo su mirada penetrante que me observaba de vez en cuando cuando Laura no estaba atenta; era una chispa de algo más profundo, algo que parecía despojarme de cualquier defensa.

    Alejandro no solo era un hombre de palabras fáciles y sonrisa encantadora, sino también un tipo alegre que rápidamente me cayó bien. Su humor era contagioso, y pronto las bromas y risas llenaron el ambiente. Había una ligereza en la atmósfera, una conexión tácita que se fortalecía con cada intercambio de miradas y palabras.

    Las conversaciones fluían entre Laura, Alejandro y yo, creando un trío singular de conexión pura. Las bromas y las risas llenaban la sala, convirtiéndola en un mar infinito de alegría.
    Ellos estaban sentados cómodamente en el sofá frente a mí, mientras yo ocupaba un pequeño sillón. De vez en cuando, Alejandro me lanzaba miradas que me dejaban desnuda, siempre disimuladas a espaldas de su esposa Laura.

    Entre la conversación, Laura demostró una notable mezcla de inquietud, picardía e inteligencia. Con una sonrisa curiosa, me preguntó a qué se dedicaba mi esposo. Alejandro, siempre atento, esperó mi respuesta con evidente interés.

    —Mi esposo trabaja en una empresa ferretera muy importante aquí en Lima —les expliqué—. Está en el área de promoción de nuevos productos. La empresa siempre necesita personal para capacitaciones, así que lo envían a provincias con frecuencia. A veces va a Arequipa, Trujillo, Cajamarca, Huancayo, en fin, a varias ciudades cada dos o tres meses. Esta vez lo han enviado a Cusco. Sus charlas de capacitación suelen durar una semana.

    Laura, con los ojos brillando de curiosidad, me preguntó:

    —¿Siempre va solo?

    —Sí, la mayoría de las veces —respondí—. Aunque en algunas oportunidades he tenido la suerte de acompañarlo. Disfruté mucho de su compañía cuando fuimos a Piura, Huaraz e Ica. Aprovechamos para visitar los lugares turísticos.

    Ambos se quedaron atentos a mis palabras, procesando la información con interés. Laura comentó:

    —Interesante el trabajo de tu esposo. Debe ser fascinante viajar tanto y conocer tantos lugares.

    —Sí, lo es —asentí—. Aunque también implica estar sola en casa a menudo.

    La conversación continuó fluida, con Laura y Alejandro mostrando un interés genuino en cada detalle que compartía, mientras yo me sumergía en la calidez y la compañía de nuestros nuevos vecinos.

    Alejandro no perdía ningún detalle de mí. Observaba mis gestos, mi risa y la forma en que me recogía el pelo después de una carcajada. Incluso cuando me cruzaba de piernas para sentirme más cómoda, él estaba atento, mirándome con la intensidad de un lobo al acecho. Después de una carcajada que resonó en la sala, fruto de una broma espontánea que nos arrancó risa sinceras, me sentí animada y envuelta en una nube de alegría. Sin darme cuenta, crucé nuevamente las piernas con naturalidad, ajena a la intensidad de la mirada de Alejandro. Él no dejó de observarme ni un instante más, sus ojos brillando con una mezcla de deseo y admiración. Cada movimiento mío parecía cautivarlo, desnudándome con una intensidad que me hizo estremecer. Pude deducir que había visto más de lo de que debería cuando soltó un suspiro disimulado, intentando ocultar lo que había visto entre mis piernas, pero sin lograrlo del todo. La atmósfera se cargó de una obtención palpable, un deseo que flotaba en el aire, haciendo que cada segundo se sintiera eterno.

    Para desviar la conversación y suavizar la creciente tensión, le pregunté a Alejandro sobre su trabajo, queriendo saber a qué se dedicaba. Antes de que él pudiera responder, su esposa Laura se adelantó con entusiasmo.

    —Alejandro es un profesional en la reparación de artefactos —dijo con una sonrisa orgullosa—. Tiene un gran taller en el centro de Lima. Arregla de todo: radios, televisores, licuadoras, equipos de VHS, equipos de sonido.

    Me impresionó la rapidez con la que respondió, casi como si fuera una promoción ensayada. Alejandro asintió modestamente, dejando que Laura llevara la voz cantante. De repente, recordé que mi televisor tenía una falla, la imagen se veía constantemente lluviosa.

    —Mi televisor tiene problemas con la imagen —comenté—. Quizá podrías echarle un vistazo.

    Alejandro se levantó sin decir nada, y se dirigió al televisor. Lo encendió y, tras unos minutos de inspección, concluyó:

    —No está malogrado. El problema es la antena, no está bien colocada. Debe ser la que está en el techo, porque la conexión aquí abajo está perfecta. Puedo arreglarlo, pero necesitaré subir al techo.

    —Hazlo cuando tengas tiempo —le respondí—, no hay prisa.

    Laura intervino rápidamente.

    —No te preocupes, Marta. Alejandro lo hará y quedará perfecto.

    Agradecí la disposición de ambos y, para prolongar la amena visita, les ofrecí lo que tenía a mano: canchita de maíz y gaseosa. Los tres disfrutamos de esos momentos, compartiendo historias y risas, mientras sentía una extraña mezcla de tranquilidad y expectación.

    El tiempo pasó rápidamente, las horas se desvanecieron en un parpadeo. Finalmente, Laura y Alejandro se despidieron. Sin embargo, antes de cruzar el umbral, Alejandro se detuvo un instante, me miró con esos ojos que parecían leer mi alma, y lanzó una pequeña insinuación:

    —Tal vez regrese más tarde —dijo, con un tono entre broma y serio, dejando en el aire una ambigüedad electrizante.

    La sugestión me dejó pensativa. La idea de que podría volver se quedó rondando en mi mente, aunque intenté no darle mayor importancia. Me convencí de que probablemente era solo una broma, algo dicho al pasar.

    Grande fue mi sorpresa cuando, dos horas más tarde, escuché unos toques suaves en la puerta de mi apartamento, por el sonido pensé que era Don Pepe. El sonido, aunque discreto, resonó en mi pecho como un tambor. Me acerqué con cautela, mi corazón latiendo aceleradamente. Al abrir la puerta, allí estaba Alejandro, su figura imponente en el umbral, sus ojos brillando con una mezcla de determinación y deseo. Sin esperar una invitación, cruzó el umbral, cerrando la puerta detrás de él. En ese instante, supe que aquella noche estaba a punto de tomar un giro inesperado y profundamente revelador.
     
    Salta Montes, 31 May 2024

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    Gracias por continuar la historia.
     
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    @Josephsen Agradezco tu interés por la historia. Si todavía tengo varios capitulos más, antes de darle por finalizado. Pronto subiré, el desenlace de la intromisión de Alejandro al departamento de Marta.
     
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    Las gradas del edificio siempre conducen a ambos amantes al cuarto de limpieza. En ese nido de pasión se desata las deseos amarrados. Y dan rienda suelta a sus apetitos sexuales voraces _da514182-3fb7-4a31-a831-6b897bd55fb1.jpeg
     
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    @Bisonte1977 Don Pepe siempre vigila constantemente a Marta, ella ignora todo.
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    @abdulsiyam Es cierto, Don Pepe es un viejo verde que sabe lo que tiene ella. Y está en constante acecho. Gracias por leer los capítulos de esta excitante historia.
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    @amigo loretaano Gracias por estar atento a la historia de la Arequipeña Marta, es ella toda una silfide hermosa. Deseada por don Pepe y ahora Alejandro será un duro rival sexual para el Gordito. _4bf657f4-501e-4e52-9526-38afe276aa59.jpeg
     
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    @Josephsen

    Claro amigo, pero resulta que no le gusta nada la idea de que Alejandro se acerca mucho a Marta, ni que tenga tanta confianza con él. Don Pepe la vigila desde cualquier ángulo, y más cuando hace la limpieza de los pasadizos del edificio. _06f4c450-18dc-4e34-9241-ebadaed86a4d.jpeg
     
    Salta Montes, 13 Jun 2024

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    Estimada cofrade @Salta Montes excelentes las imágenes acorde a un genial y excitante relato. Nos está manteniendo expectantes por la trama capítulo a capítulo. Continúe y éxitos en el desenlace de esta historia! Saludos.
     
    Bisonte1977, 13 Jun 2024

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    A amigo loretaano y miyamotolee les gusta esto.

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    tambien lo digo yo, la germa e s un manjar , choproves cofras .. el que puede puede

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    PICHULON2024, 21 Jun 2024

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    #10

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