Crónicas del Placer Don Pepe, un viejo gordo y libinidoso (Parte 14)

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Salta Montes, 16 May 2024.

    Salta Montes

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    Al cruzar el umbral de mi apartamento, una sensación de alivio momentáneo se apoderó de mí, como si el simple acto de regresar a casa pudiera disipar todas mis preocupaciones y miedos. Pero la realidad que me aguardaba dentro de esas paredes era mucho más sorprendente de lo que jamás hubiera imaginado.

    Mis pasos vacilantes me llevaron hacia el dormitorio, donde esperaba encontrar a mi esposo sumido en un sueño profundo, ajeno a mis indiscreciones, infidelidades y a la turbulencia de mis pensamientos. Sin embargo, lo que encontré allí me dejó sin aliento, con los ojos abiertos de par en par y las manos cubriendo mi boca en un intento por sofocar mi asombro.

    En el suelo, junto a la cama donde mi esposo yacía inconsciente, un hombre ajeno reposaba en una postura peculiar, su figura en un estado de total abandono. La botella de cerveza que sostenía entre sus dedos era un símbolo inequívoco de su embriaguez, una sombra errante en medio de la oscuridad de la habitación.

    Mis pensamientos se agolparon en mi mente como una marea furiosa, incapaz de comprender la extraña escena que se desarrollaba ante mis ojos. ¿Quién era este hombre y qué hacía aquí, en mi dormitorio, en un lugar tan íntimo y personal?
    El corazón me latía con fuerza en el pecho, como un tambor ensordecedor que acompañaba mi desconcierto. Las preguntas sin respuesta se acumulaban en mi mente, formando un laberinto de incertidumbre del que no sabía cómo escapar.

    Y así, paralizada por la sorpresa y el desconcierto, me quedé allí de pie, contemplando la escena ante mí con una mezcla de incredulidad y temor, preguntándome qué más depara el destino en su infinita sabiduría y qué significado oculto se esconde tras este inesperado encuentro.
    La confusión se apoderó de mis sentidos mientras me acercaba con cautela al hombre que reposaba de manera tan inusual en el suelo de mi dormitorio. Su figura, inicialmente borrosa en la penumbra de la habitación, se fue delineando lentamente a medida que me aproximaba, revelando una verdad que me dejó sin aliento.
    Mis pasos vacilantes me llevaron hacia él, cada movimiento lleno de una cautela temerosa, como si temiera despertar a un monstruo dormido. Y cuando finalmente estuve lo suficientemente cerca como para distinguir sus rasgos, una ola de incredulidad y miedo me invadió por completo.

    El hombre que yacía en el suelo, en un estado de total abandono, era el esposo de Daniela, un hecho que desafió toda lógica y comprensión. ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Qué oscuros designios lo habían conducido a mi casa?
    Las preguntas se agolparon en mi mente como una tormenta imparable, sin encontrar respuesta ni consuelo en ningún rincón de mi consciencia. ¿Habría sido mi esposo quien le había abierto la puerta, sumido en un profundo sueño inducido por el alcohol?
    Mis ojos se posaron en mi esposo, que dormía como un niño inocente, ajeno al caos que se desataba a su alrededor. El alcohol había hecho estragos en su cuerpo, sumiéndolo en un sueño profundo del que parecía imposible despertar.

    Y así, en medio de la oscuridad de la noche, me encontré atrapada en un laberinto de incertidumbre y miedo, sin saber qué camino tomar ni qué destino me aguardaba al final del túnel. Solo una cosa era segura: nada volvería a ser igual después de esta noche.
    Sumida en un torbellino de emociones y pensamientos turbios, busqué desesperadamente una vía de escape, un resquicio de claridad en medio del caos que me rodeaba. Me refugié en el sofá de la sala, buscando consuelo en la familiaridad de aquellos cojines desgastados por el tiempo, mientras trataba de encontrar el equilibrio en un mundo que se tambaleaba a mi alrededor.

    Cerré los ojos y respiré hondo, intentando aplacar el torrente de nervios y temores que amenazaba con arrastrarme hacia el abismo del descontrol. Me repetí una y otra vez que necesitaba mantener la calma, que la solución a este enigma residía en mi capacidad para mantener la mente clara y enfocada.
    Fue entonces cuando un destello de lucidez iluminó mi mente aturdida por la confusión. Recordé el incidente con la puerta, aquel pequeño detalle que en un principio había pasado desapercibido ante mis ojos ansiosos. Al cerrar la puerta tras de mí, un trozo de tela quedó atrapado en el umbral, impidiendo que la cerradura encajara correctamente.

    Me levanté de un salto del sofá, determinada a poner a prueba mi teoría. Repetí meticulosamente cada movimiento, cada gesto, hasta recrear la escena exactamente como había ocurrido horas antes del encuentro con Don Pepe en el cuarto del placer. Y el resultado fue revelador: la puerta se cerró, pero no se escuchó el característico clic que indicaba que la cerradura había hecho su trabajo, entonces es probable que el esposo de Daniela con un simple empujón hubiera ingresado.
    Un sentimiento de alivio me invadió al ver confirmada mi hipótesis, aunque sabía que aún quedaba mucho por resolver. La urgencia de la situación me impulsó a actuar con rapidez y determinación.

    Pensé en ir en busca de Daniela, para informarle sobre la presencia de su esposo en mi dormitorio, pero un escalofrío recorrió mi espalda al imaginar las posibles consecuencias de esa acción. ¿Cómo explicarle mi negligencia al permitir que su esposo ingresara sin mi conocimiento? ¿Qué excusa podría ofrecer que no levantara sospechas sobre mi propia conducta?
    Decidí enfrentar el problema de frente, sin rodeos ni dilaciones. Con paso firme y corazón acelerado, me dirigí hacia la habitación donde yacía el esposo de Daniela, dispuesta a poner fin a este misterio de una vez por todas.

    Me encontraba en un dilema desesperante, atrapada entre el deseo de resolver esta situación y el miedo paralizante a cometer un error fatal. El hombre yacía inerte en el suelo, ajeno al caos que su presencia había desatado en mi mente. Las primeras luces del amanecer se filtraban por las cortinas entreabiertas, arrojando una sombra pálida sobre la escena que se desarrollaba frente a mí.
    El tic-tac del reloj resonaba en mis oídos como un recordatorio implacable del tiempo que se escapaba entre mis dedos. Daniela seguramente estaría despertando en su apartamento, ajena a la ausencia de su esposo y a la intrusión de este extraño en mi hogar. Debía actuar con rapidez y cautela, antes de que las piezas de este rompecabezas se desmoronaran irremediablemente.

    Con manos temblorosas, me acerqué al hombre dormido y, con el corazón en un puño, comencé a moverlo suavemente, esperando desesperadamente una señal de vida. Cada cachetada que le propinaba a su rostro inerte resonaba en la habitación como un eco siniestro de mi propia ansiedad.
    Finalmente, después de un eterno instante de incertidumbre, sus párpados se alzaron lentamente, revelando unos ojos enrojecidos y adormilados que se posaron en los míos con desconcierto. Una sonrisa torpe asomó en sus labios, como si reconociera en mi rostro una amiga conocida en medio del caos.

    Aquella sonrisa, tan inocente y despreocupada, fue un bálsamo para mi alma atormentada. Por un instante, las preocupaciones y los miedos se desvanecieron, dejando espacio a una sensación de alivio y esperanza en medio de la oscuridad que amenazaba con engullirme por completo. Aun así, sabía que el camino hacia la resolución de este misterio apenas comenzaba, y que cada paso que diera me acercaba un poco más a la verdad oculta tras esta trama de secretos y engaños.
    Después de un breve lapso, en que cada segundo parecía prolongarse hasta el infinito, los párparos del hombre se alzaron lentamente, revelando sus ojos soñolientos que se encontraron con los míos en un gesto de desconcierto. Mi corazón la tía con fuerza y mi pecho, mientras esperaba ansiosa cualquier indicio de lucidez en su mirada.
    —¿Qué… qué sucede? —musitó, su voz ronca y entrecortada por el sueño.
    Me alivio fue palpable al escuchar sus palabras, aunque su expresión seguía mostrando cierto grado de confusión. Me incliné un poco más hacia él, sintiendo la frialdad del suelo contra mis rodillas, mientras sostenía su rostro con delicadeza.

    —Has tenido una larga noche, amigo —respondí con una sonrisa tensa—. Pero ya es hora de despertar e ir casa.

    Sus ojos vagaron por mi rostro, como si estuviera tratando de recortar dónde se encontraba exactamente. Y entonces, como si un destello de reconocimiento hubiera iluminado su mente, su expresión se suavizó y una sonrisa torpe asomó en sus labios.

    —Ah, sí… —murmuró, con un hilo de voz apenas audible—. ¿Eres tú… Marta, verdad?
    Asentí con la cabeza, sintiendo un alivio inmenso al verlo recobrar un poco de lucidez.

    Sin embargo, mi alivio pronto se vio eclipsado por la sorpresa al notar hacia dónde se dirigían sus ojos. Seguí su mirada hasta mis senos que se insinuaban tentadoramente a través de la tela transparente de mi bata.

    —Oh, disculpa… —balbuceo, apartando la mirada con cierta vergüenza—. No me había dado cuenta de.. bueno, de eso.

    Una risita nerviosa y cómplice escapó de mis labios, mientras me enderezaba un poco y me apartaba de él, poniéndome de pie.

    —No te preocupes, amigo —dije, intentando disimular mi incomodidad—. Creo que es la hora que te levantes y me explique qué estás haciendo aquí.

    Después de mi sugerencia para que se levantara del suelo, permanecí allí de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho con gesto que pretendía transmitir determinación, pero en realidad ocultaba la turbulencia de mis pensamientos. Una incomodidad creciente se apoderaba de mí ante la mirada penetrante del esposo de Daniela, pareciera escudriñar cada centímetro de mi cuerpo con una intensidad perturbadora.

    Sus ojos recorrieron mi figura con avidez, deteniéndose en cada curva y cada contorno como si estuviera examinando una obra de arte. Un escalofrío recorrió mi espalda al notar su fijación en mis partes íntimas, y rápidamente retrocedí los pasos buscando refugio en el ropero.
    En el interior del ropero, entre la penumbra de las prendas suspendidas, mis manos exploraban en busca de un refugio ante la vulnerabilidad que me embargaba. Encontré una blusa de manga larga, una reliquia olvidada en el fondo del armario, y una minifalda roja que se ofrecía como un manto protector contra las miradas indiscretas del esposo de Daniela. Con gestos apresurados, me despojé de la bata transparente y me sumergí en la seguridad reconfortante de la blusa, cuyos pliegues suaves prometían ocultar mi fragilidad expuesta.

    La expresión de desilusión en el rostro del esposo de Daniela fue como un reflejo de la penumbra que envolvía la habitación, un eco de su estado de embriaguez que oscurecía su juicio. Ante mi invitación a levantarse, sus palabras titubearon en el aire cargado de incertidumbre.

    —No puedo —murmuró, con voz entrecortada, como si las cadenas invisibles de su propio desaliento lo mantuvieran postrado en el suelo.

    Con determinación, le recordé las consecuencias de su inacción, amenazando con llamar a su esposa para solicitar ayuda.

    —¡Qué vergüenza! —exclamó, su voz temblorosa resonando en la habitación mientras un destello de angustia cruzaba sus ojos vidriosos.

    Mi esposo seguía sumido en un sueño profundo, ajeno al caos que ocurría a su alrededor. Ni siquiera el ruido del esposo de Daniela intentando levantarse logró perturbar su descanso.
    Con paso tambaleante, el esposo de Daniela se encaminó hacia la sala, y yo lo seguí de cerca, temiendo que pudiera caer en cualquier momento. Se aferró a la mesa con mano temblorosa, sus ojos enrojecidos por el alcohol me miraban con una mezcla de confusión y desorientación.

    Él dejó escapar un suspiro cargado de recuerdos mientras sus ojos recorrían mi figura con una mirada penetrante. Sus palabras, cargadas de insinuación y picardía, resonaron en el aire como una onda. Él, dejó escapar un suspiro cargado de recuerdos mientras sus ojos recorrían mi figura con una mirada penetrante.

    —Cómo olvidar ese baile tan cautivador que compartiste con el vecino gordo —dijo con un tono que helaba la sangre en mis venas.

    —¿Ah, sí? —respondí, intentando ocultar mi creciente nerviosismo.

    —Me encantaste, lo vi todo —añadió con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
    Mis entrañas se retorcieron ante la revelación, un nudo en el estómago me recordaba cada toque indebido de Don Pepe en aquel baile.

    —¿Qué quieres decir con eso? —pregunté, tratando de mantener la calma mientras mi mente se llenaba de preocupaciones.

    —Quiero decir que conozco más de lo que imaginas, Marta —dijo con una voz que resonaba con un dejo de amenaza.

    La incertidumbre me envolvió como una sombra amenazante mientras intentaba desentrañar el significado de sus palabras.
    La incertidumbre me envolvió como una sombra amenazante mientras intentaba desentrañar el significado de sus palabras. Me quedé callada, sintiendo cómo la inquietud se arremolinaba en mi interior, mientras mi mente tejía mil y un escenarios siniestros para el futuro.

    —¿Qué sabe este hombre de mí? —murmuré para mis adentros, pero las palabras resonaban en mi cabeza como un eco. ¿Qué habrá visto en el baile?

    Me invadió una ráfaga de miedo, como ventarrones gélidos que sacudían mi cuerpo y hacían temblar mis cimientos emocionales.
    Deseaba fervientemente que aquel hombre abandonara mi casa, así que con determinación, tomé su brazo y le anuncié que lo ayudaría a salir. La sola presencia de él me llenaba de inquietud y temor, y ansiaba que desapareciera de mi vista lo antes posible. Para mi alivio, él se dejó conducir hacia la puerta sin ofrecer resistencia, lo cual me tranquilizó profundamente.
    Justo cuando me disponía a abrir la puerta, sentí sus brazos rodeándome por la espalda, y su aliento impregnado de cerveza y cigarro rozando mi cuello. Aquella acción repentina me dejó atónita, y mi instinto fue apartarme de él. Sin embargo, su abrazo se volvió más firme, mientras sus palabras invadían el aire con una intensidad inesperada.

    —Me gustas mucho, Marta. Eres una mujer realmente sexy —susurró con voz cargada de deseo.

    Ante sus palabras, me vi obligada a recordarle su compromiso con Daniela, aunque mis propias palabras sonaron débiles y carentes de convicción.

    —Déjeme por favor —le supliqué con hilo de voz consciente de peligro inminente—. No quiero tener problemas con Daniela ni con mi esposo, podría despertarse en cualquier momento.
    Pero él seguía aferrado a mí por la espalda, su aliento caliente rozando mi cuello. Sentí la presión de su cuerpo y la evidente excitación que emanaba su miembro viril. Lo cual me alarmó profundamente. Sus palabras, cargadas de deseo, resonaron en el aire, aumentando mi sensación de peligro.
    Una mano se aventuró bajo mi falda, explorando mis nalgas con ansiedad, mientras la otra se aferraba a mis senos con una urgencia desbordante. El esposo de Daniela había acusado todos los límites, intentando dejar su marca en mi piel con sus besos hambrientos en mi cuello. Yo luchaba con todas mis fuerzas contra sus avances, pero el aire se espesaba y mis gritos quedaban atrapados en mi garganta, mientras la sensación de perdición se apoderaba de mí.

    Él, se desató como una fiera salvaje, enfrentando a su presa con determinación. Sus besos con lengua exploraron mi cuello y mis orejas, mientras me giró con una destreza asombrosa, dejándome cara a cara con él. Sus manos me sujetaban con una fuerza implacable, mientras sus labios buscaban los míos con ferocidad. Mi resistencia se desvanecía ante su arrolladora fuerza, apenas lograba mover la cabeza de al lado a lado en un intento desesperado de evitar sus avances.

    —Me encanta que seas huraña —dijo con una voz ronca, el aliento cargado de alcohol.
    Me cansé muy pronto de poner resistencia y me quedé quieta, cansada y asustada, atrapada En sus brazos de acero. Sentía su virililidad rozando mi ombligo como una advertencia silenciosa de su deseo incontenible.

    —Por favor, detente —murmuré, mi voz apenas un susurro en el aire enrarecido por el olor a cigarro y cerveza.

    Pero él seguía con la misma intensidad, besando mis labios, mi rostro, mi cuello, mientras sus manos bajo la blusa exploraban sin freno mis senos con avidez y ansiedad.
    Me dejó atónita la fuerza que desplegó, una fuerza que parecía surgir de lo más profundo de su embriaguez, como si los vapores del alcohol hubieran avivado un fuego interior. Sus ojos, centellas de deseo, ardían como una intensidad que me dejó sin aliento.

    Con un empujón calculado, me arrojó al sofá con una precisión que me hizo sentir como una hoja en el viento. Luego, se abalanzó sobre mí con la ferocidad de una bestia, sus instintos más primitivos despertados por el anhelo y la pasión desenfrenada.
    Con atismo de esperanza, dirigí una mirada furtiva hacia mi esposo, anhelando que interviniera y me rescatara de aquella situación angustiosa. Sin embargo lo encontré sumido en un sueño profundo y embriagado, ajeno al drama que se desarrollaba a su alrededor.

    El esposo de Daniela, con gesto voraz, alzo mi blusa con brusquedad. En sus ojos, un resplandor de deseos se encendió al contemplar el vaivén de mis senos, como si fuera un becerro hambriento en busca de su alimento, se prendió de ellos por buen tiempo. luego me besó con fuerza incontenible, succionó como queriendo arrancar mis labios.
    ¿Qué podía hacer ante la fuerza descomunal del esposo de Daniela, cuyo deseo ardiente parecía consumirlo por completo? Cualquier intento de resistencia de mi parte se veía rápidamente sofocado por una abrumadora fuerza.

    En medio de aquel caos de miedo, desesperación e impotencia, mi mente destelló con un atisbo de lucidez. Pensé en gritar con todas mis fuerzas, pero la embriaguez de mi esposo hacía improbable que se despertara. Sin embargo el alboroto podría traer a otros vecinos, creando un escándalo aún mayor. La otra opción, aterradora en su resignación, era dejar que él saciara sus apetitos sexuales y esperara a que luego se retire.

    Y sucedió, que en un momento que en un momento de perturbación emocional y de cavilación, él me sacó el calzón. En segundos el hombre se despojó de toda su ropa, reveló un cuerpo atlético de alta competición. La musculatura de su físico era asombrosa, como la de un físicoculturista en plena forma. Sus brazos robustos exhibían un tatuaje con el nombre de Daniela un detalle que contrastaba con la brutalidad de sus acciones. Sus pectorales se erguían firmes, y sus abdominales, perfectamente alineados, formaban un paisaje de fuerza y poder. Las piernas, esculpidas con precisión, y un pene erecto como una estaca larga, pero no gruesa, pulcro, y meticulosamente bien depilado completaba un cuadro de virilidad impresionante. Me quedé con la boca abierta atónita ante semejante espectáculo de perfección física y brutalidad contenida.
    Entre ese instante de zozobra y miedo, me dio risa un pensamiento que se me vino a mi mente ¿Esto es lo que se come Daniela todos los fines de semana? Lo que me faltaba era darle un silbido como piropo. y debe ser ese brillo de complicidad que alumbraron mis ojos que él se dio cuenta.

    —Se qué te gusta esto puta —exclamó levantando mis piernas como si fueran unas plumas al aire y estremeciendome con sus palabras.

    En la primera arremetida que dió, no encontró ninguna resistencia, ni resequedad, todo lo contrario, me encontró mojada de líquidos sexual por el anterior encuentro sexual que tuve con Don Pepe.

    —Ya estabas excitada, ¿verdad? —preguntó en forma victoriosa, no le respondí, y cerré los ojos. Él seguía entrando y saliendo en forma implacable, llegando a mis profundidades como un silencioso ladrón.

    Una extraña y rara excitación sin ti, que me desconocía a mí misma, me acomodé un poco más para que él tuviera la facilidad de continuar con sus apetitos. Mentras él continuaba en sus arremetidas en una clásica pose misionera. Besaba y sorbia con avidez, y al mismo tiempo aplastaba mis pezones, unas gotitas de leche aflojaron de la punta que me desconcertó.

    Me dejé llevar por el torrente de deseo que él despertaba en mí, con su insistencia implacable. Casi sin darme cuenta, me encontré cediendo a su voluntad, atrapada en la marea de su lujuria. En forma pasiva, esperé sus besos y caricias, que provocaban en mi interior un remolino de pasión y deseo incontrolables. Cada toque, cada roce de su piel sobre la mía, encendía fuegos que no sabía que existía, arrastrándome a un abismo de emociones intensas y prohibidas.
    Después de inundarme por dentro, sentí una mezcla de tranquilidad y satisfacción que intenté ocultar para que él no se diera cuenta.

    En su estado de embriaguez, se vistió con una rapidez sorprendente mientras yo permanecía recostada en el sofá, sin pronunciar palabra alguna.

    —Nos vemos —dijo, lanzándome un beso al aire.

    Entreabriendo la puerta con sigilo, para evitar ser visto, se esfumó en el pasillo bañado por la luz del amanecer. Observé cómo se perdió tambaleandose en la claridad, mientras la puerta se cerró tras él, con un leve susurro.

    ************
    CONTINUARÁ.
    ************
    Por favor si te gusta la historia dale un LIKE.
    y si tienes alguna duda o inquietud da un COMENTARIO.
    Se le agradecerá.
     
    Salta Montes, 16 May 2024

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    lumeca, Darth Tyranus, Chumioque y 5 otros les gusta esto.

    Josephsen

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    Inesperado. Interesante. Dudo que haya visto la aventura con Don Pepe pero es una posibilidad. Menudos intercambios en el edificio del placer.
     
    Josephsen, 17 May 2024

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    #2
    A Salta Montes le gusta esto.

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    @Josephsen


    El comentario que haces estimado Joseohsen es acertado al señalar lo inesperado e interesante del giro en la historia. La duda sobre si el esposo de Daniela vio la aventura con Don Pepe añade un matiz de misterio y tensión, manteniendote en suspenso. Y eso que Marta intentó resolverlo, pero no pudo, yo tampoco no lo sé, tendríamos que preguntarle e indicarle al propio esposo de Daniela haber que responde:

    ¿Qué sabe? ¿Porque llegó ebrio allí? ¿Porque supo que Marta era tan doblegable? Podemos preguntarnos hasta la saciedad y las variedades serían infinitas.

    Con referencia a a "intercambios en el edificio del placer" estás subrayando el ambiente de secretos y encuentros clandestinos que hace a la trama tan cautivadora e interesante.

    Apreciar estos giros narrativos y su efecto en la dinámica entre los personajes es fundamental para mantener el interés y la emoción en cada capítulo. Siempre y cuando halla coherencia, la historia se desarrollaría hasta el final.

    Saluditos
     
    Salta Montes, 17 May 2024

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    #3
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    Taemon

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    La historia se pone cada vez más picante , me pregunto si Marta dejara de lado a don pepe ya que experimento nuevas y mejores sensaciones con el esposo de Daniela, comparándolos don pepe seria Volkswagen escarabajo y el esposo de Daniela un Ferrari del año.

    Como lei en un comentario anterior después de esto creo que marta tendría grandes probabilidades de salir con un embarazo no deseado sin saber quién es el padre .

    En mi opinión para que el esposo de Daniela haya actuado así asumo yo que es porque al presenciar los tocamientos de don pepe en la fiesta se dijo así mismo esta chica es una regalona y claro cómo no pensar eso si marta es una mujer con un cuerpazo A1 que fácil seria la fantasía de cualquier hombre y deja que don pepe quien es un viejo hasta las webas se sobrepase con ella, pero incluso presenciando eso no creo que crea que don pepe le esté dando duro y parejo, seria imposible para el imaginar cómo un mujeron estaría con ese viejo.

    ante esto si don pepe descubriera más adelante que marta ya no es solo suya y más si ya no quiere tener más intimidad con el, cómo reaccionaría se quedaría con los brazos cruzados viendo que ya no puede disfrutar de esa mujer o buscaría chantajearla o agarrarse de algo para no dejarla ir y seguir aprovechándose de ella.
    sin mas espero con ansias el siguiente capitulo.
     
    Taemon, 17 May 2024

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    Excitante la historia estimada cofrade @Salta Montes

    Al entrar otro hombre tal vez se venga un trio? Pues pareciera que la.protagonista ha sido abandonada por su marido y necesita desfogar todo su deseo sexual con sus vecinos.
     
    Bisonte1977, 17 May 2024

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    Cofra @Salta Montes en cada historia, se enciende cada vez mas....
    Quizas don pepe le conto al marido de daniela que ya la habia gozado antes (en ese partido de la selección).
    Y entonces en la mañana hubo mañanero con el esposo?
    Volveria a estar con el esposo de su amiga y con don pepe? O con los dos a la vez
     
    Danielon90, 17 May 2024

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    JC-OL-10

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    Esa Martha recibe por todos lados a pelo
     
    JC-OL-10, 18 May 2024

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