Crónicas del Placer Don Pepe, un viejo gordo y libinidoso (Parte 04)

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Salta Montes, 11 Abr 2024.

    Salta Montes

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    Desperté en medio de la noche, envuelta en una pesadilla perturbadora que me dejó temblando. Mi esposo, preocupado, intentó consolarme, pero en lo más profundo de mi ser, un miedo oscuro y una inquietud palpable se apoderaban de mí. Una curiosidad inquietante se mezclaba con la angustia, alimentando una sensación de malestar que me mantenía despierta y alerta.

    Temía la posible mal reacción de mi esposo al enterarse de lo ocurrido con Don Pepe, por eso no le conté nada. Aquella situación me atormentaba, dejándome afligida y sobresaltada. Sentía como si estuviera atrapada en un laberinto sin salida, sin saber cómo enfrentar la situación que se había desencadenado. Don Pepe había cruzado una línea peligrosa al invadir mi intimidad, al verme semidesnuda y al atreverse a tocarme. Lo peor de todo era que me sentía impotente, incapaz de reaccionar adecuadamente frente a sus atrevimientos.

    Dormí al poco tiempo. Al despertar me encontré envuelta en un manto de temores y preocupaciones, pero luché por mantenerme serena y disimular mis inquietudes frente a mi esposo. Cuando me desnudé para dirigirme a la ducha noté con pesar, que ya no había el mismo interés por parte de él en contemplar mi desnudez como antes, casi siempre se fijaba en mis enormes senos, mi trasero voluminoso y me halagaba siempre que tenía una cintura de avispa. Casi siempre me cogía mis negros cabellos y me decía que era lindos y muy bonitos. A veces, cuando ya me disponía para ir caminando hacia la ducha.

    —Voltéate, quiero ver esa conchita pelada —me decía, mientras tenía esa mirada llena de deseos, su atención era palpable y a menudo encontraba formas de retrasar mi partida hacia la ducha buscando intimidad entre las sábanas, teniendo un mañanero a veces muy exquisito.

    Esa pichula siempre le chupada y le soboreaba rico, que a veces me reía de su herramienta de trabajo.

    —Mi dedo medio es mucho más grande y grueso que tú pinga —le decía, y nos reíamos mucho, a la vez que me bebía su su lechecita.

    Pero ahora, no puso interés en mí y, me dejó ir a bañarme. Aquel cambio repentino me alarmó profundamente sembrando semillas de preocupación que florecían en cada gesto de indiferencia. Sin saber cómo afrontar la situación que se avecinaba, me encontraba en la encrucijada de enfrentar la amenaza inminente de otro posible acoso por parte de Don Pepe, pensaba mientras el agua fría recorría mi cuerpo. A pesar del miedo que me embargaba, estaba decidida a plantar cara y poner en su lugar el atrevimiento del gordo vecino, cueste lo que cueste. Mis manos firmes enjabonaba mi vagina y el pequeño asterisco que tenía entre las grandes nalgas, con determinación y coraje, me preparaba para enfrentar lo que fuera necesario, dispuesta a defender mi integridad y hacer valer mi dignidad ante cualquier adversidad que se presentara.

    La mañana se deslizaba entre los dedos con una tensión palpable en el aire, una tensión que se aferraba a cada rincón del apartamento una vez que mi esposo se había marchado al trabajo. Cerré con llave la puerta por precaución, sintiendo el peso de la incertidumbre aplastándome el pecho mientras me mantenía en vela ante cualquier sonido, cualquier indicio de peligro acechando más allá de la puerta.

    Mi corazón martilleaba en mi pecho con fuerza, como un eco de la ansiedad que me envolvía, impidiéndome realizar mis quehaceres domésticos con la misma tranquilidad de siempre. El silencio se había adueñado del espacio, silenciando incluso el murmullo reconfortante de la radio que solía acompañarme en mis labores diarias.

    Una mezcla tumultuosa de emociones se agitaba en mi interior, como las olas enfurecidas de un mar tempestuoso. Sentía miedo y ansiedad ante la amenaza latente que representaba Don Pepe, pero también experimentaba ira y frustración por su flagrante falta de respeto hacia mi espacio personal. Apesar de haber asegurado la puerta con llave, me sentía vulnerable, expuesta ante un peligro invisible que acechaba en las sombras. Opté por vestirme con discreción, envolviéndome en una blusa de manga larga y pantalones holgados, una armadura improvisada contra las miradas indiscretas de Don Pepe, en caso de que volviera a cruzarse en mi camino.

    Sin embargo, la sombra de la culpa y la vergüenza se cernía sobre mí, susurros insidiosos que me susurraban dudas y autoacusaciones.

    —¿Qué habría hecho yo para provocar este comportamiento en él? ¿Acaso merecía ser objeto de su obsesión enfermiza? —me susurraba en voz muy baja, mientras cocinaba.

    Aunque sabía que no era responsable de sus acciones, el peso de la culpa se posaba sobre mis hombros como una losa, amenazando con aplastar mi espíritu atormentado. La escena alcanzó su punto culminante, al iniciar la tarde, cuando el estridente timbrazo del teléfono fijo rasgó el sombrío silencio del apartamento, congelándome en mi lugar como un témpano en medio del océano helado de mis temores. Por un fugaz instante, el pensamiento de que Don Pepe podría estar al otro lado de la línea me invadió con un escalofrío de pánico, pero rápidamente me tranquilicé al recordar que solo mi esposo y yo conocíamos el número.

    Con un suspiro de alivio, contesté el teléfono y escuché la voz de mi esposo al otro lado de la línea, anunciando que no podría regresar a casa a las seis de la tarde como de costumbre. Un trabajo extra había sido añadido de improviso a todo el personal de la fábrica, sí sabía de esos imprevistos trabajos que les daban, lo que significaba que se retrasaría aún más en su regreso. El anuncio me golpeó como un puñetazo en el estómago, llenándome de una nueva ola de preocupación mientras contemplaba la perspectiva de estar sola durante más tiempo en aquel apartamento cargado de tensión y misterio.

    Afligida por la constante tensión y el estrés provocado por la presencia inminente de Don Pepe, tomé la decisión de buscar refugio en el patio trasero, un oasis de serenidad bañado por el cálido resplandor del sol. Sin techo que me oprimiera, me dejé caer sobre un mueble sin respaldar, era como una pequeña cama, luego me cubrí los ojos con una toalla, permitiendo que sólo los rayos dorados acariciaran suavemente mi cuerpo, como un bálsamo reconfortante que devolvía la calma a mi espíritu atormentado. Sentí un calor agradable, que pronto me despoje de mi ropa para solamente quedarme en calzón.

    El sol, con su esplendor radiante, parecía susurrarme palabras de consuelo mientras me sumergía en su abrazo reconfortante. Con cada respiración, el aire fresco y fragante del patio llenaba mis pulmones, disipando las sombras de la ansiedad que habían ensombrecido mi mente. El tiempo parecía detenerse mientras me dejaba llevar por la tranquilidad del momento, y en poco tiempo, me vi envuelta en los brazos del sueño reparador. Las preocupaciones y los temores se desvanecieron en el abrazo reconfortante de Morfeo, mientras me sumergía en un sueño profundo y reparador.

    —¡Marta! ¡Marta!.

    La voz resonó dos veces en el patio, con un tono seco y grueso, cortando el aire como un cuchillo afilado mientras el eco se desvanecía en el silencio opresivo. Con un gesto casi casual, el intruso guardó una llave en el bolsillo derecho de su pantalón, como si estuviera marcando su territorio con un gesto ominoso.

    Retiré la toalla y mis ojos se abrieron con sorpresa y horror, mientras una oleada de miedo me paralizó en el acto. Una sensación de incredulidad me invadió, como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar. Incapaz de moverme, me quedé inmóvil, observando con creciente terror al hombre parado frente a mí. Era Don Pepe, con sus ojos cargados de deseo y una sonrisa torcida que dibujaba en su rostro una expresión siniestra. Su presencia llenó el patio con una intensidad amenazadora, como un depredador acechando a su presa con avidez.

    —En calzón también te ves muy bien —susurró Don Pepe con una voz que resonaba con una mezcla de adulación y arrogancia, mientras su figura voluminosa y abultada contrastaba con el fondo del patio.

    Su aparición repentina me dejó atónita, como si hubiera emergido de las sombras como un fantasma. Paralizada por una mezcla de sorpresa y miedo, me quedé sin aliento, incapaz de articular una palabra ante su presencia intimidante. En medio de mi confusión, un pensamiento lúgubre se abrió paso en mi mente: Don Pepe tenía una copia de la llave de mi apartamento, entonces ayer también ingresó con su propia llave. Esa conclusión me golpeó como un mazo, llenándome de una sensación de vulnerabilidad y exposición que me heló hasta los huesos, a pleno sol del patio.

    Susurrando con una voz suave y melosa dijo Don Pepe que me tranquilizara, mientras sus dedos se deslizaban con una delicadeza ominosa por mis cabellos, dejando una estela de escalofríos en su camino.

    —No te voy a hacer daño. —agregó con una sonrisa que no llegaba a formarla bien.

    El horror se apoderó de mí ante estas palabras, una mezcla de incredulidad y temor que me paralizaba en el acto. ¿Cómo podía confiar en las palabras de un hombre cuya presencia sola me llenaba de un miedo profundo? Cada fibra de mi ser gritaba de alarma, advirtiéndome del peligro latente que se cernía sobre mí en aquel momento de vulnerabilidad.

    Una sensación de pánico me envolvió mientras luchaba por encontrar una salida ante la presencia amenazadora de Don Pepe, atrapada en una telaraña de terror y desconfianza que amenazaba con engullirme por completo. Él se acercó a mí con una proximidad que rozaba lo asfixiante, y un aroma penetrante de hombre primitivo se desprendía de él, una mezcla de repugnancia y atracción que me desconcertaba hasta lo más profundo de mi ser. Sus manos, grandes y toscas, descendieron lentamente hasta posarse sobre mis senos, y un estremecimiento recorrió mi cuerpo de arriba abajo, desatando una tormenta de sensaciones contradictorias en mi interior.

    La tensión en el aire era palpable, cargada de una electricidad que hacía que el corazón me latiera con fuerza en el pecho. En aquel instante, en medio de la incertidumbre y el miedo, me di cuenta de que estaba atrapada en una danza peligrosa con un hombre cuyas intenciones eran un enigma, y cuya presencia ejercía un poderoso magnetismo sobre mí, aun cuando mi instinto gritaba que me alejara.

    ¿Por qué no pronuncié una sola palabra? La pregunta martilló implacablemente en mi mente, mientras me sumergía en un abismo de confusión y silencio. Mis labios permanecían sellados, como si estuvieran hechizados por una fuerza invisible que me impedía articular cualquier sonido. Una sensación de impotencia me envolvía, mientras me dejaba llevar por una corriente turbulenta cuyo origen desconocía. Estos cuestionamientos se arremolinaron en mi cabeza, pero las respuestas parecían esquivarme como sombras en la noche. ¿Por qué me encontraba allí, paralizada ante la mirada penetrante de Don Pepe, incapaz de defenderme o de rechazar su avance? ¿Qué fuerza invisible me mantenía prisionera de mi propio mutismo?

    En medio de la confusión y el desconcierto, me encontraba atrapada en un laberinto de emociones contradictorias, incapaz de encontrar una salida mientras me dejaba llevar por las corrientes tumultuosas del momento. En aquel momento crucial mientras la atención colmaba el aire y mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Don Pepe aprovechó la oportunidad para desatar su juego siniestro. Su mano áspera y ávida ingresó con facilidad bajo mi calzón y se posó con leve presión sobre mi vulva indefensa, mientras sus dedos gruesos trazaban un sendero tortuoso por entre mi clítoris y labios vaginales. Echada allí, un escalofrío recorrió mi espalda, una mezcla de miedo y desesperación que amenazaba con ahogarme en un mar de angustia. Dentro de mí una voz clamaba por tomar el control por reaccionar ante peligro inminente que se cernía sobre mí. Pero otra fuerza más oscura y misteriosa parecía tenerme en su poder permitiendo que Don Pepe continuara con sus avances indeseados y libinidosos.

    En medio de la lucha interna entre el miedo y la necesidad de resistir, me sentía atrapada en una telaraña de emociones contradictorias incapaz de encontrar una salida ante la presión abrumadora que ejercía sobre mí la presencia amenazante de Don Pepe. Con una destreza sorprendente él se despojó totalmente de su ropa con un increíble acto de magia, revelando sin tapujo la exuberante vellosidad que cubría sus brazos, pecho y piernas. Cada mechón de pelo parecía vibrar con una vitalidad propia destacándose contra su piel bronceada como una declaración de virilidad y poder.

    Un escalofrío recorrió mi ser ante la visión física de su cuerpo, una reacción inesperada que me dejó desconcertada. A pesar del miedo y la repulsión que me inspiraba la figura obesa de Don Pepe, una extraña excitación se apoderó de mí, ante la exhibición descomunal de un pene erecto en su máxima expresión que apareció ante mis ojos. Era su símbolo de su masculinidad primitiva, la presencia titánica del falo despertó una parte oculta de mí misma, una atracción hipnotica que desafiaba toda lógica y razón. En aquel instante en medio del caos emocional que me embargó, me di cuenta que estaba atrapada en una danza peligrosa, con un hombre cuyas intenciones era algo eminente y cuya presencia ejercía un poderoso magnetismo sobre mí. Aún cuando mi instinto gritaba que me alejara, un imperceptible gritillo de placer y deseos exhalé sin darme cuenta.

    CONTINUARÁ

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    Salta Montes, 11 Abr 2024

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    Danielon90

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    Muy buenos relatos cofra @Salta Montes
    Se espera la continuacion
     
    Danielon90, 11 Abr 2024

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    Excelente la narrativa estimada cofrade @Salta Montes
    Continue con sus relatos! :)
     
    Bisonte1977, 11 Abr 2024

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