Crónicas del Placer Don Pepe, un viejo gordo y libinidoso (Parte 02)

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Salta Montes, 31 Mar 2024.

    Salta Montes

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    Durante todo esos días no le dije nada a marido para no incomodarle, porque creí que fue incidente fortuito y pasajero. Pero un eco inquietante resonó en mi mente, envolviéndome en una neblina de preocupación constante. El recuerdo del encuentro con Don Pepe me devolvía al rubor de la vergüenza, como una sombra acechante en la penumbra de mis pensamientos.

    —¿Por qué no había anunciado su presencia, como todo vecino cortés?

    En vez de detenerse en el umbral de la puerta entreabierta y con un silencio observarme. Sin embargo, lo que más me perturbaba no era su falta de etiqueta, sino las miradas acechantes que me lanzó, cargadas de una intensidad que me hacía sentir como una frágil presa, atrapada en su sutil juego de sus deseos.

    Más aún la vergüenza se apoderaba de mí al recordar a Don Pepe cómo me encontró arrodillada en una postura comprometedora, recogiendo los documentos esparcidos por el suelo. Sabía que en su mente se tejían pensamientos lascivos, lujuriosos y obscenos. Adiviné que una corriente de deseos palpables que él sintió, me envolvió toda cuando me vió en posición canina con mi trasero sin calzón. Tenía la certeza de que aquella imagen le resultaba excitante. Y eso intensificaba mi rubor. Haciéndome sentir vulnerable y cautiva de una atracción prohibida.

    ¿Porqué Don Pepe me dijo que hasta con ropa se me veía muy bien después de haberme visto casi media desnuda?

    En mi cabeza daba vueltas la observación de Don Pepe sobre mi apariencia con ropa, incluso después de haberme visto en una situación íntima, pensé que podría deberse a su intento por mantener una conversación más neutral o respetuosa hacia mí después de haber presenciado un momento de intimidad. Es posible que haya querido suavizar la situación al elogiar mi apariencia en un contexto más cotidiano, tratando de restar importancia a lo ocurrido anteriormente. No sé, es incomprensible.

    —¿Pero también podría ser su comentario como una insinuación de su interés en mi? mostrando que incluso con ropa, tengo una apariencia atractiva— me dije a muy baja voz mientras que el agua tibia recorría mi cuerpo en la ducha.

    Cada mañana, aún envuelta en la penumbra matutina, me sumergía en la rutina familiar, cumpliendo con los rituales íntimos que mi esposo tanto apreciaba antes de partir hacia el trabajo. Con devoción y entrega, acudía a sus demandas y deseos, como una esposa dedicada y hogareña, sin dejar rastro de mi desgaste interno.

    En cada mamada que le daba, le aplicaba ciertas mordidas suaves en los testículos, algunos lenguatezos magistrales en el pequeño tronco, chupadas extraordinarias en la cabeza viril que él terminaba con exquisito placer volcánico y se enloquecía más aún cuando veía que no dejaba ni una gota derramada, todo me lo bebía. Toda esa acción era muy rápida, incluso muy breve en algunas ocasiones.

    Sin embargo, en lo más profundo de mi ser, una sensación de monotonía y desinterés comenzaba a germinar, un malestar sutil que ni él ni yo éramos capaces de reconocer. Aunque mi exterior seguía siendo la de siempre, una parte de mí se deslizaba en la sombra de la insatisfacción, anhelando algo más que la repetición incesante de la rutina marital.

    En aquellos días, la sombra inquietante de Don Pepe me obligaba a mantener mi puerta cerrada con llave, sin dejar ni siquiera una rendija para la intrusión no deseada. Cuando mi esposo partía hacia el trabajo, me aseguraba de que la cerradura encajara con un clic firme, liberándome para realizar mis labores domésticas en paz. Dentro de las paredes de mi hogar, encontraba refugio y libertad, incluso para deambular sin ropa, envuelta en la comodidad de la intimidad.

    Sin embargo, el mundo exterior seguía siendo una tentación irresistible. Las amplias ventanas de mi apartamento permitían que la luz natural inundara el espacio, mientras mi mirada se perdía en el bullicio del parque y en los transeúntes que recorrían las calles más abajo. Desde la altura del tercer piso, el escenario urbano se desplegaba ante mis ojos como un cuadro en movimiento, una ventana a un mundo del que me sentía apartada y, a la vez, parte integrante.

    Cuando la necesidad de abastecer la despensa me obligaba a salir, me armaba con gafas de sol y una apariencia casual, a menudo resaltada por la elección de minifaldas. Reconozco que, en aquellos pasillos de supermercado, las miradas masculinas se posaban sobre mí con una intensidad palpable, despertando un sentimiento de halago y deseo que no podía ignorar. Aunque consciente de la atención que generaba, encontraba cierto placer en la atracción que suscitaba, como un juego de seducción en el que me sumergía con complicidad y audacia.

    En aquellas mañanas de sol radiante, me envolví en una blusa casual y una minifalda rosa, sintiendo la ligereza de unas sandalias simples que acariciaban mis pies al caminar. Regresaba del supermercado, cargada con bolsas y paquetes, decidida a darme un caprichoso paseo por el parque, sin importar el peso de mis compras.

    El murmullo de las aves entre los frondosos árboles de poncianas, el eco distante de los parlantes de los vendedores ambulantes ofreciendo sus helados y la exuberante alfombra verde que se extendía a ambos lados de mi sendero, eran una sinfonía de placer para mis sentidos.

    A lo lejos, los niños reían y correteaban sin cesar, bajo la vigilante mirada de sus padres, que se relajaban en las bancas cercanas, entregados a la charla y al sol matutino.

    Al llegar al final del camino, me sorprendió encontrar a algunos jardineros del parque descansando sobre la hierba. Una mezcla de vergüenza y satisfacción me invadió al darme cuenta de que había capturado sus miradas curiosas al pasar cerca de ellos. Desde detrás de mis gafas oscuras, percibí el brillo de deseo en sus ojos, y una sonrisa traviesa bailó en mis labios ante la complicidad del momento.

    Con paso rápido y decidido, ascendí las escaleras hasta el tercer piso, mis brazos cargados con las bolsas del supermercado. Cada paso resonando con el eco de mi prisa. El peso de mis compras se hacía sentir en mis brazos, y el sudor perlaba a mi frente mientras luchaba por alcanzar la seguridad de mi hogar.

    Con un suspiro de alivio, finalmente llegué frente a la puerta de mi apartamento y, con manos temblorosas saqué las llaves para abrir la cerradura. En el fondo de mi ser, una sensación íntima y embriagadoras se apoderaba de mí, humedeciendo sutilmente mi ropa interior y avivando un fuego interno que ardía con ansias deliberación.

    Ingresé. Tiré las llaves, cosas y todo al suelo y, una vez dentro en la intimidad de mi habitación dí rienda suelta a una explosiva masturbación. Visualizando entres mis fantasías las caras de deseos y pasiones de todos esos hombres que me habían observado en el supermercado y en el parque. Fue algo largo, intenso y maravilloso la sensación volcánica que derramó mi ser, sucumbiendome en remolino interminable. No sé cuánto tiempo duró todo eso, fue una eternidad, algo fantástico y, quedé con las piernas bien abiertas sudorosas y estáticas.

    Al entre abrir los ojos y jadeando con la lengua afuera pasé del placer más extraordinario y sensacional al terror más atroz: el viejo gordo y calvo de Don Pepe, apareció como un fantasma allí parado en el umbral de la puerta de mi habitación mirándome con los ojos bien abiertos de deseos como una fiera en acecho.

    (Continuará)
     
    Salta Montes, 31 Mar 2024

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    Que buen relato estimada cofrade @Salta Montes .
    Continue su historia!
     
    Bisonte1977, 31 Mar 2024

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    Mucho palabreo, me gustó el primer relato
     
    chikipunk, 31 Mar 2024

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    ABEL28

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    Te olvidaste cerrar la puerta?? O como hizo el gordo para entrar hasta tu cuarto
     
    ABEL28, 31 Mar 2024

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    yobelito

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    yobelito, 1 Abr 2024

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