Mis inquilinas y el despertar del deseo

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por gnussi98, 4 Ene 2023.

    Carlos111201

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    Tu manera de escribir es espectacular y enganchante... Prosiga estimado. Varios de este foro y yo en particular esperamos la continuación de los relatos....
     
    Carlos111201, 24 Ago 2023

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    ptm mano ósea lo de la TEFA ufff hasta ahorita una de mis historias favoritas top de top el desenlace.
     
    ronaldo aragon, 24 Ago 2023

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    La señora Ofelia (parte 2)

    De niño, mi abuela y mi madre cuchicheaban sobre el hijo de don Anselmo, Richard. Yo las escuchaba atentamente a escondidas . En nuestro pueblo, este secreto a voces desencadenaba un huracán de chismes: el Richard había estado enamorando a la hija de doña Eusebia. Sin embargo, por alguna razón, ella lo denunció a la policía, ya que su hija era menor de edad. Las autoridades llevaron al Richard ante la justicia. Esta historia me persiguió durante mucho tiempo, agravada por la educación católica y conservadora que recibí de mi madre y mi abuela. Siempre tuve cierto temor de acercarme a las chibolas.

    La pequeña broma de la chibola me dejó pensando brevemente. No entendía a qué se refería, a pesar de que apenas tenía veinte años, pero diversas inquilinas habían visitado mi habitación en el pasado. Con cierta extrañeza, levanté la mirada y le pregunté a quién se refería. Ella respondió con una sonrisa: "la señora Ofelia, pues" y luego agregó con insistencia: "ya pues flaco invítame un fallo, tienes una caja llena, te he visto".

    Permanecí en silencio por un momento y finalmente respondí de manera indiferente: "Si quieres, baja". No pasó mucho tiempo antes de que llamara al timbre de la puerta. Una vez en la azotea, me pidió un cigarro, y un poco confundido, le pregunté: "¿No eres demasiado chibola para fumar?". Ella casi se cagó de risa en mi cara y replicó: "Cumpliré diecisiete en unos meses, y en mi colegio hasta hemos lanzado con mis amigas". Lo dijo sin ruborizarse. Me quedé huevón y le pasé la cajetilla. Llevaba el uniforme azul de su escuela y una trenza que le llegaba hasta la espalda. Sus ojos eran verdes, como los de su madre, y su piel tenía un agradable tono bronceado. Su nombre era Ángela, y a través de su uniforme, destacaban sus caderas y su busto modesto. Su cuerpo estaba dejando atrás la adolescencia para convertirse en una mujer. Mientras hablaba, observé cómo sus labios se movían de manera exagerada, y en mi mente recordé el libro de Nabokov, especialmente la adaptación cinematográfica de Armen Oganezov, que tantas pajas le había dedicado.

    Me confesó que el esposo de su madre había llegado de España y se iba a quedar todo el mes, además me contaría que él no era su papá, sino el padre de su hermano y por eso le parecía algo aburrido estar en casa. Ángela hablaba y me contaba anécdotas de su escuela, que no me interesaban, pero quería saber un poco mas de su madre, sus ojos verdes me hacian recordar a los de su madre y cada vez que se reía sus pechos se movían a través de la polera blanca que llevaba. "Mi mamá dice que estás estudiando en la universidad, ¿estudias biología?", me decía con la curiosidad y alegría propia de las chibolas de su edad. "¿Porqué tienes tantas plantas en tu azotea?, siempre te veo regándolas", agregaría mientras no dejaba de tocarlas.

    Cuando terminó de fumar, le dije que tenía que salir, ella no se quedó contenta con mi respuesta y me pidió la llevara al centro comercial, "vamos en tu carro pues", "¿recien te lo has comprado, no?, esta viejito"; esta chibola parecía conocer detalles íntimos de mi vida o era una especie de stalker.

    A partir de aquel día, Ángela se convirtió en una presencia constante en mi vida, como una insistente mosca que no se aleja. Había memorizado incluso mis horarios de clases y mis actividades, saludándome en la calle y, en ocasiones, asustándome cuando me encontraba en mi azotea.

    Los dias pasaron y un dia recibo un mensaje de la señora Ofelia, me decía que quería conversar. Yo estaba medio palteado; su hija había demostrado tener una aguda percepción y un ojo avizor. No deseaba que me descubriera mientras su madre visitaba mi habitación. Durante un rato, fingí no comprender sus insinuaciones y haciéndome el huevón le pregunté por sus hijos. La señora Ofelia me informó que los fines de semana solían visitar a sus abuelos. Esta fue la respuesta que esperaba; sin perder tiempo, la invité a que se uniera a mí en ese mismo instante.

    Apenas si conversamos, su marido había vuelto a españa unas semanas antes y estaba necesitando un poco de cariño. Esta vez quería ir contra el tráfico, me pidió que me ponga lubricante, accedí con todo gusto. Apenas me quité la ropa, se abalanzo hacia mi pinga erecta, lo chupaba y lo frotaba con sus manos, me encantaba como me miraba en esa posición, sus ojos verdes tenía un brillo de lujuria y me repetía "¿me has extrañado?", yo le decía que si, mientras que con mi mano le jalaba la cabeza haciendo que se meta toda mi pinga en su boca. Cuando me senté en la cama, ella notó que mi pinga estaba dura y casi como un resorte se sentó, sin esperar siquiera a que me coloque el condón. Mientras me cabalgaba chupaba sus tetas caídas y sus pezones grandes, era excitante verla gemir con los ojos cerrados, pero mientras mis manos presionaban su culo, no podía quitarme la imagen de Ángela de mi cabeza.

    La señora Ofelia venía esporádicamente a mi habitación, ella sabía que su hija era muy curiosa y entendió rapidamente que podría facilmente adivinar nuestras escapadas. La señora Ofelia, para mi buena suerte, quería cachar con alguien sin ataduras, mientras su marido venía una o dos veces al año. Eso me convenía a mi.

    Con Ángela, empezamos a tener una relación amical, nunca sospechó que cuando iba a la casa de sus abuelos, su madre me entregaba el culo y solía terminar tragándose mi leche y hasta lo saboreaba. Un dia la encontré mientras se iba al colegio, sin decir nada, se subió al asiento del copiloto de mi carcochita. "Arranca, antes que me mi mamá me vea", me dijo. No se porqué le hice caso, me preguntó si estaba yendo a la universidad, ese dia creo que apenas si tenía un laboratorio. "Quiero tirarme la pera", me contó con desparpajo. Iba a decir que se quite, pero rápidamente agregó "llévame a la playita pues flaco, quiero probarme el bikini que me ha comprado mi tía", eso me dejo algo pensativo, tenía un temor infundado, pero por otro lado el morbo de ver a la chibola me hizo perder la razón por un rato y nos fuimos a la playa.

    Yo conocía una playa medio caleta antes de Ancón, ahi la llevé. Me compré un short de esos de cinco lucas y me bajé del auto, ella queria cambiarse. Cuando salió del auto vi que sus tetas eran medianas y blancas, llevaba un short blanco que dejaba ver sus piernas contorneadas y sus caderas provocativas. Tenía la barriga plana y ese aire a Lolita me hacía olvidar de momentos el asunto del Richard allá en mi tierra.

    Cuando nos fuimos a la orilla, me saqué el polo para meterme al agua y la chibola me dejaría huevón quitándose el short y quedandose en una tanga amarilla que me permitía apreciar su hermosa anatomía. Chapuceamos en el agua y jugamos un rato, cuando salimos vi que su conchita se marcaba a través del bikini mojado. Eso me puso mas caliente. Empecé a jugar un poco mas con ella. "Siempre eres frío conmigo, ¿que te ha pasado?", me preguntó riéndose. "El mar siempre me pone de buen humor", le respondí. De nuevo en el agua empezamos a jugar de nuevo, esta vez me acerqué a ella y de a poco y entre juegos comencé a abrazarla, cuando la tuve cerca nos besamos, cómo estaría de arrecho que debajo del agua le acerqué hacia mi y sintió mi pinga dura. La chibola me miro con picardía y me dijo: "no estoy lista, soy señorita, sabes", eso me puso aún más arrecho, hasta ese momento nunca había estado con ninguna chica virgen.

    La llevé de regreso a su casa, y en el interior del automóvil, nuestros labios se encontraron nuevamente en un beso apasionado. Pasados unos días, como era costumbre, nos cruzamos cuando regresaba de la universidad. Ella me pidió que la acompañara a la librería, y mientras caminábamos juntos por la calle, nuestros labios se unieron en un beso, como si la pasión que compartíamos se negara a ser contenida. Me dijo que iba a salir de vacaciones y sus abuelos iban a viajar con ellos. No me hice paltas, en mi mente, no había lugar para las ambigüedades; deseaba estar con ella, aunque también tenía mis propios asuntos pendientes.
    Antes de su partida, nos entregamos una vez más al sabor de nuestros labios en un beso ardiente.
    A las pocos días de aquel encuentro, yo me subía a un bus rumbo a un viaje sin planificar. El cofrade que desee puede encontrar un poco mas sobre aquella aventura aquí.

    Un año pasó desde aquel viaje. Durante mi estancia en Brasil había experimentado varias depravaciones y el temor que tenía por chibolas, viejas o quien fuese había casi desaparecido. Pero al regresar, no podía evitar mirar la casa de mi vecino, esperando ver a Ángela, aunque en vano. Cierto dia vi al vecino, don Manuel, en la calle, después de una corta conversación, le pregunté sutilmente por la inquilina charapa que le había recomendado. Me confesó que la después que la hija acabo el colegio, se mudaron. Llamé al teléfono de la señora Ofelia, pero ese número ya no existía.

    Los meses pasaron, nuevas inquilinas pasaban nuevamente por mi habitación. Me compré otro auto carcocha, a veces, en mis tiempos libres, hacia colectivo o taxeaba para cachulearme un poco. Me gustaba ir a un instituto donde la mayoría eran mujeres, usaban incluso uniforme. A veces subían chicas interesantes, y si la suerte me acompañaba me salía algún plancito. En una ocasión mientras esperaba algún pasajero, distinguí a una chica de cabello castaño y ojos verdes, tenia el uniforme azul, minifalda, blusa blanca y una especie de corbatín. Era ella: Ángela. Me acerqué con el auto hacia ella y la saludé por su nombre. Ella se agachó un poco para ver quién era y medio que se avergonzó y se hizo la desatendida. Me acerqué nuevamente y le dije sonriente "¿dónde vas?, te llevo".

    Ángela estaba guapísima, habia dejado atrás ese aire de niña adolescente y ya era una mujer. Me bajé del vehículo y la saludé nuevamente. Recién me saludó, me dijo que no me había reconocido. La invité a subir, ella accedió. En el camino la notaba amable, pero seria. Habia dejado de lado ese aspecto de niña y ya conversaba de una forma distinta. Le pregunté por su mamá y me contó que había conseguido un trabajo y por eso se habían mudado. Me preguntó por mi ausencia, le dije que habia estado un año viajando por trabajo y por la universidad. Intercambiamos números y la dejé en su casa.

    Pasaron unos días antes de que le enviara un mensaje, expresando lo feliz que me había hecho verla de nuevo. Sin embargo, no recibí respuesta durante varios días. Una tarde, recibí un mensaje suyo en el que se disculpaba, alegando problemas de saldo, y me pedía que la llevara a ella y a sus amigas. Habían asistido a un concierto de salsa y necesitaban un taxi. Cumpliendo con lo acordado, esperé pacientemente a Ángela y sus amigas, las llevé a cada una a sus respectivas casas, hasta que finalmente quedamos sólo ella y yo. Le propuse tomar algo juntos, a lo que ella vaciló, pero finalmente aceptó.

    Mientras conversábamos, y después de algunos cócteles, me recriminó mi desaparición, me contó que me había llamado, pero que desaparecí sin decir nada a nadie. Me excusé nuevamente que no pensaba que mi viaje iba a durar tanto, pero que siempre había pensado en ella y cuanto floro se me ocurrió. Me acerqué a ella e intenté besarla, pero ella me advirtió que no lo hiciera. Me decía que no confiaba en los hombres, su mamá le había dicho, además, que todos los hombres son unos mentirosos y que ella lo había comprobado en varias oportunidades. Yo soló le decía que desde que la conocí fui siempre claro con ella y nunca le prometí nada que no haya cumplido. Ella se quedó en silencio. Nuevamente me acerqué a ella y nos besamos, me dijo que quería ir a bailar. Le iba a decir a su mamá que se iba a quedar en casa de una amiga.

    Después de la discoteca fuimos a mi habitación. Ella había bebido varios cócteles y estaba algo ebria. En mi habitación nos besamos y mientras empezaba a desnudarla me susurraba "si me hubieras hecho tuya en aquel momento, te hubiera entregado mi pureza sólo a ti". Eso me prendió más, empece a desnudarla de a pocos, sus pechos eran medianos y sus pezones rosados y pequeños.

    Los chupaba con ahínco, mis manos desabrochaban con lujuria su pantalón y me encontraba con su conchita rasurada. Ángela me abrazaba y gemia "hazme tu mujer", me decía, extasiada. Cuando la desnudé, empecé a jugar con mi dedos y mi lengua dentro de su conchita. Su conchita era pequeña, sus labios estaban metidos hacia dentro, yo le abría la conchita y con mi lengua invitaba a su clitoris a ser parte de nuestro encuentro. Ella gemía, "métemela por favor", repetía, pero yo quería hacerla llegar al orgasmo con mis manos y mi lengua. Escupía en su conchita y con mis manos la abría mas y nuevamente mi lengua recorría su vagina y yo saboreaba cada uno de sus fluidos. De a poco fui buscando con mi lengua el botoncito dentro de su conchita y cada vez que lo presionaba con mi lengua, ella aullaba de placer, con sus manos me jalaba los cabellos y me invitaba deseosa a penetrarla.

    Después de un largo rato, pude colocarme encima de ella y comencé a penetrarla. "Así, así, más fuerte", me decía loca de placer. En un momento le pedí que se volteara. Ella obedeció y empecé a penetrarla, cada vez mas fuerte, yo le cogía de la cintura y la atraía con fuerza hacia mi, de pronto Ángela totalmente extasiada y arrecha me diría algo que me dejó perplejo "así que rico, metémela mas fuerte, como lo hace mi padrastro". En ese momento ya estaba a punto de venirme y no tuve tiempo de pensar en lo que decía. Me vine en esa posición y ella se quedó dormida.

    Al dia siguiente cuando nos despertamos, ella sintió mi pinga parada, "¡qué rico, me haces provocar!", me dijo burlonamente. Nuevamente la penetré de costado hasta venirme. Nos despedimos con un beso.

    Luego de ese día, me quede cavilando por mucho rato, porqué habia dicho eso. Tenía muchas dudas y preguntas, pero, entendía que no eran de mi incumbencia. Ángela me llamó unos dias después, salimos a beber y a bailar y luego nuevamente a mi habitación a cachar. Ese dia me preguntaba si había algo entre nosotros "sólo quiero cachar", le contesté friamente, pero con un nudo en mi garganta y cierta tristeza sin razón. Nunca más la volví a ver.
     
    Última edición: 16 Sep 2023
    gnussi98, 15 Sep 2023

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    Bueno relato y espero no sea el final de los relatos
     
    luislimasjl, 16 Sep 2023

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    Muchas gracias estimado!
     
    gnussi98, 20 Sep 2023

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    De vuelta al barrio (Orlando y María)

    Después de pasar más de una década perdido en las Europas. Durante años, me auto-saboteaba cada vez que la idea de regresar se cruzaba por mi mente. Sin razón aparente, evitaba tomar ese avión de vuelta a casa, a Perú. Pero esta vez, después de catorce años, no había escapatoria. Había asuntos pendientes que me obligaban a enfrentar mi pasado y regresar a Lima, esa ciudad que, de alguna manera, seguía llamándome con una mezcla irresistible de repulsión y nostalgia. Al llegar, Lima se presentó ante mí como un torbellino de colores y sonidos, una versión más bulliciosa y desordenada de la que recordaba. El caos de las calles me envolvía, pero lo que realmente me aterraba era el poder que tenía sobre mí esa ciudad que parecía conocerme tan bien como yo mismo.

    Decidí visitar a mis viejos amigos, Orlando y María, quienes habían comprado una de las casas que una vez pertenecieron a mi padre. Al llegar a su puerta, una joven de cejas pobladas y cabello castaño y ondulado recogido en un moñito me atendió. Era una chica guapa y joven, no tendría más de veinte años, pero su mirada desconfiada y su actitud huraña me tomaron por sorpresa. Le pregunté por Orlando y María, y ella, con voz fría, me informó que estaban ocupados. Insistí, como pude, y optó por ir a buscarlos, mientras yo miraba con cierta nostalgia la casa que tantos polvos míos había albergado cuando era un veinteañero recién llegado de la sierra. Miraba su azotea, y recordaba cada uno de los caches que me había metido con las empleadas de mis amigos y con algunas inquilinas que habían ocupado esa propiedad.

    Cuando Rolando me vio, su rostro se iluminó con una nostalgia palpable, como si hubiera visto un fantasma del pasado. Sus ojos brillaron de emoción mientras me abrazaba efusivamente. El paso del tiempo se había dibujado en su rostro, ahora más maduro y lleno de experiencias. Al entrar en su casa, llamó a su esposa, María, con una urgencia que revelaba el afecto que aún guardaba por mí. María salió de la casa, corriendo hacia mí como si el tiempo no hubiera transcurrido entre nosotros. Nos abrazamos con fuerza, y vi la emoción brillando en sus ojos, que se llenaron de lágrimas al escuchar mi voz.
    "¡Tienes un acento diferente!" exclamó María entre risas, sus palabras tintineaban con el eco de los años que habían pasado desde nuestra última despedida.
    "Sigo siendo el mismo, solo un poco más viejo y quizás con menos pelo", respondí con una sonrisa, tratando de aliviar la emotividad del momento. Todos nos reímos, como si el tiempo perdido se evaporara en el calor de nuestra amistad reavivada.

    La chica de cejas pobladas se llamaba Esther. Era un enigma en sí misma, una figura enérgica y decidida que desprendía una sensación de misterio. María me la presentó como la mano derecha en sus negocios, y no pude evitar notar las pecas delicadas que adornaban su piel. Esther se unió a nosotros en la mesa del desayuno, mostrando una curiosidad genuina por mi historia. En un momento de la conversación, compartió su propia historia: había venido de Huaraz a estudiar en Lima y, por casualidad o destino, había conocido a María y comenzado a trabajar con ella. Su determinación y humildad me impresionaron profundamente. Tenía un culito bien paradito y además sus tetas se dibujaban coquetas bajo el polo que llevaba.

    Casi de inmediato, empecé a planear algo. Le había dicho a mi padre que no me iba a quedar mucho tiempo en Lima. Tenía varios planes, además había contactado con antiguos amores y necesitaba mi espacio para poder concretar mi propia “bienvenida” a Lima. Orlando y María habían abierto, entre otros negocios, una tienda de celulares cerca a casa. No solo vendían modelos, sino reparaban celulares. Le comenté que necesitaba unos audífonos y para mi suerte y como si el destino me hiciera un favor al recibirme en Lima, María le dijo a Esther que me llevara a la tienda. Esther obedeció de inmediato.

    Después del desayuno salí con Esther a la galería, caminábamos despacio. Ella me hacía muchas preguntas. Yo le preguntaba sobre su trabajo, me contaba que, aunque no ganaba mucho a veces trabaja los fines de semana y eso era un extra para enviar a sus padres en Huaraz. De inmediato una idea vino a mi mente. Le propuse ganar un dinero extra, mencionando las compras que necesitaba hacer para llevarme a Holanda. Le expliqué que había olvidado algunos detalles sobre dónde encontrar lo que buscaba y que estaría dispuesto a pagarle por su ayuda, además de cubrir todos sus gastos durante el día. Esther, intrigada y algo dubitativa, me preguntó qué implicaba exactamente mi propuesta. Con una sonrisa cómplice, le expliqué los detalles y, tras consultar su teléfono, aceptó el desafío.

    Pasé unos días adicionales en la casa de mi padre, compartiendo escasas palabras con él, una relación distante que nunca había florecido en cercanía. Mi próximo destino sería Arequipa, seguido de una visita a mi pueblo natal, un lugar que no había pisado desde la triste partida de mi madre. Mi padre, siempre indiferente a mis movimientos, no puso objeciones a mis planes, tal vez debido a la distancia emocional que siempre había existido entre nosotros.

    Había alquilado un cuarto “elegantón” en un hotel de San Isidro que ofrecía comodidades exquisitas: una piscina temperada y un gimnasio para mis caprichos momentáneos. Allí, en ese oasis temporal, me refugiaría mientras me reencontraba con algunas amigas y ex amores y recordaría los días en los que mi vida en Perú tenía un ritmo frenético y apasionante. Mi búnker temporal, un respiro en medio del caos, sería mi vínculo con el pasado.

    Tal cual lo acordamos, aquel domingo, muy temprano, me encontré con Esther. Había venido con el cabello suelto, sus rizos tenían una forma agradable, y sus pecas parecían brillar con la luz del sol limeño. Llevaba un pantalón ceñido que le da una forma extraordinariamente deliciosa a su culito. Sumado a su maquillaje, daba más la sensación de que esto iba a tener un final feliz para ambos.
    Era diciembre y las festividades estaban cerca, recorrimos algunos lugares y compré lo que necesitaba. Aquel día hizo mucho calor, terminamos las compras después del medio día y le dije para ir a comer algo a un lugar bonito, pero tenía que ir primero al hotel a dejar las compras. Ella me preguntó extrañada de porqué no estaba en casa de mi padre, le expliqué brevemente sobre nuestra relación.

    Cuando llegamos al hotel le dije que si deseaba se pida algo en el barcito del hotel o si gustaba podía esperarme en el lobby del hotel, había una pequeña biblioteca y podía entretenerse mientras bebía algo y yo subía a mi habitación. Esther se quedó sorprendida y deduzco que con algo de temor cuando vio el interior del hotel. Corrió hacía mi lado y me preguntó si podía acompañarme, le dije que no había ningún problema y subimos a mi habitación, Esther miraba con asombro los detalles del hotel hasta que llegamos a mi habitación. Quiso esperarme fuera de la habitación, pero le dije que no se haga problemas, dentro de la habitación había una sala pequeñita y además tenía bebidas en la pequeña nevera o podía pedir algo de beber. Esther entró medio avergonzada, me dijo que nunca había estado antes en un hotel así. Yo sólo me sonreí, le dije que cuando era estudiante vivía en la azotea en una de las casas de mi padre.
    Dejé las cosas y le pedí tiempo, quería refrescarme y darme un baño antes de ir a comer. Cuando terminé le invité a ella a darse un baño, si lo deseaba, ella continuaba avergonzada, pero la tranquilicé diciendo que no se haga dramas, “es sólo un hotel”, agregué. Cuando Esther salió de la ducha nos enrumbamos a comer.

    El almuerzo estuvo buenazo, casi me devoré hasta los cubiertos, había extrañado tanto la comida peruana. Esther me pidió que le tome una foto en el restaurant, la vista al mar no estaba nada mal. Le tome algunas fotos. Cuando terminamos la sesión fotográfica, volvimos a nuestra mesa y le pagué lo acordado. Ella me miró algo asombrada, y antes que dijera algo le dije que para celebrar le invitaba un pisco sour. Ella aceptó sin chistar. Me confesaría que quizá nunca pueda volver a un restaurant de ese tipo, yo sólo me sonreí y le comenté para beber otro pisco sour en el barcito del hotel. Ella me miró con los ojos brillosos, yo sólo le sonreía amablemente y nos fuimos de nuevo al hotel. Allí nos bebimos un par de bebidas más, y sin mucho recato le dije para subir a la sala de mi habitación para seguir la celebración mientras escuchábamos algo de música. Esther, algo ebria en su mirada, me sonrió, sus ojos pardos brillaban nuevamente y accedió sin reparo.
    En cuanto entramos a la habitación, le pedí que nos quitáramos los zapatos, una extraña costumbre que había adoptado durante mis años en Europa. Con una sonrisa, ella respondió titubeante: "Me voy a caer, he tomado demasiado". Me incliné hacia sus pies y con cuidado le quité las zapatillas que llevaba puestas. Esther dejó de sonreír y permitió que le quitara una a una las zapatillas, mientras una de sus manos se posaba delicadamente en mi hombro.

    Al reincorporarme, nuestros ojos se encontraron, ambos conscientes de lo que estaba por suceder. Casi como si el destino lo hubiera ordenado, nuestros cuerpos se acercaron y comenzamos a besarnos. Finalmente, la tomé por la cintura, apreciando la delicadeza de su figura, y la atraje aún más hacia mí. Mientras me abrazaba me susurró, casi avergonzada, que antes de conocerme tenía mucha curiosidad de saber quién era yo. Nos volvimos a besar y antes de entrar de lleno a la habitación, Esther pidió ir al baño. Mientras tanto yo ponía algo de música. Apenas salió del baño, se abalanzó sobre mí.

    Ambos caímos a la cama, su juventud me excitaba muchísimo. La diferencia de edad era notoria, sin embargo, eso me excitaba aún más. De a pocos mis besos recorrían primero su cuello y bajaba lentamente tocando sus pechos pequeños por encima de la ropa. Esther totalmente extasiada cerraba los ojos y acariciaba mi cabello. Nuestras lenguas se envolvían en una lucha de arrechura y excitación pura, mi pinga se ponía cada vez más dura y empecé a recorrer con mis manos todo ese cuerpecito frágil. Esther, por su parte, empezaba a tocar mi pinga por encima de mi short y sentía como me ponía más duro y excitado. Ambos nos desnudamos, y me quede prendido de sus pezones pequeños y rosados, sus tetitas eran pequeñas pero duritas. Hace poco había dejado la adolescencia, ella estaba en la flor de su juventud y yo un tipo más cerca de los cuarenta gozaba con cada relamida a esas tetitas de por si apetitosas. “Qué bellas y lindas tetas tienes son fabulosas”, le dije, en medio de mi arrechura, colgando como una fruta prohibida lista para besarlas, lamerlas y chuparlas.

    Esther me miró sonriente y, casi susurrando me dijo, “lámelas por favor”, después de embriagarme con sus tetitas, bajé mis besos. Su conchita estaba depiladita y con un brillo en su interior producto de su excitación y de los fluidos que emanaba. Era riquísimo chuparle su conchita y más aún oyéndola gemir y sentir la vibración de su cuerpo mientras mi lengua recorría cada vez más dentro su vagina rosadita. Esther abría aún más sus piernas, como invitándome ir cada vez más profundo de ella, estaba totalmente mojada, mojada y caliente, sentía sus gemidos de placer en cada movimiento de mi lengua en su conchita. Sin mucha espera, me ubiqué encima de ella y empecé a penetrarla, la forma como gemía de placer y jadeaba con cada movimiento mío, me hacía recordar mi juventud en Lima, cachándome a mis inquilinas, a las conquistas de turno de aquel lugar que alguna vez fue mi hogar. Esther me abrazaba y en un momento ella sola me dijo: “quiero que goces tú también”. Me separé brevemente de ella, y con su mano movió lentamente sus cabellos que le caían agradablemente sobre su rostro y se dirigió, toda excitada hacia mi pinga. Con tan corta edad, pero lo chupaba con ahínco.

    La diferencia de edad era clara, pero a quién le interesaba en ese momento, yo sólo quería disfrutar de ella, mi pinga se encharcaba con su saliva, a tan corta edad, parecía que quería tragarse toda mi pinga. De un tirón la volteé y la penetré en perrito, ella apoyaba su cuerpecito en la cama e inclinaba su culito como entregándomelo todo. Sus gemidos se convertían en grititos de placer hasta finalmente aullar con arrechura. Me vine a raudales y caí por un momento tendido en la cama con una sonrisa en el rostro y un pensamiento que me recordaba que pertenecía a este país, aunque ya era un foráneo en mi propio país, los recuerdos de todos los caches y las aventuras que he vivido me habían convertido en un ciudadano con igual derecho que los demás, y si no es por mi estancia en Perú que lo sea por la leche derramada.

    Esther se quedó conmigo toda la noche. Caché con una gran sonrisa, y con cada uno de sus gemidos, mi mente regresaba a mi juventud misia, sin plata, con muchísimos problemas, pero con muchas aventuras sexuales con todas las inquilinas que alguna vez pisaron la casa de mi padre.
     
    Última edición: 29 Feb 2024
    gnussi98, 29 Feb 2024

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    Excelente relato, como alguien lo escribió, digno de un libro...se nota lo letrado, excelente.
     
    rasputin17, 2 Mar 2024

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    Excelente saga, buena redacción, para leerla repetidas veces.
     
    Fredy56, 6 Mar 2024

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    Excelentes historias cofra.
    Me enganche con tu redacción y claridad de cada una de ellas.
    Me intriga la historia de la tía que se metía su jajaja, si hay con ella sería interesante leerlas.
    Slds
     
    ArthurBishop, 9 Mar 2024

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    De vuelta al barrio (Con la prima sobrina hasta que gima)

    Este relato lo había descrito brevemente en otro tema. Sin embargo, quería desarrollarlo un poco más, debido a la sugerencia de algunos cofrades que me lo solicitaron.

    Mi vuelta a Perú fue una vorágine de recuerdos y emociones o la resaca de todo le vivido como diría Vallejo, en mi caso, la resaca de todo lo cachado. Había preparado un itinerario para volver a reencontrarme con antiguas amigas y uno que otro amor del pasado. Por otro lado, en todo este tiempo que vivo en Europa, la relación con mi padre ha sido alejada, como siempre, pero sin complicaciones. He aprendido a respetar cada una de sus ideas y él nunca me objetó nada. En mi niñez apenas si lo vi pocas veces, cuando mi madre me llevaba a la ciudad. Luego en mi vida adulta lo volví a encontrar. De la familia paterna apenas si escuché alguna historia de mi madre o mi abuela mientras vivía en la sierra. Por eso me resultó raro, cuando volví a ver a mi padre después de catorce años, que me sugiriera visitar a su hermana o mi tía. No quise ser mal educado o hacerle un desplante y acepté su propuesta.

    De camino a casa de mi tía, mi padre me contaba anécdotas de mi tía y sus hijas, mientras conducía. Yo apenas prestaba atención al monólogo de mi padre. Es así como empieza este relato o mejor dicho, este relato empieza un tiempo antes del encierro que sufrió el mundo entero a raíz del COVID-19. Aunque parezca que no era un tiempo lejano, muchas cosas eran diferentes. Por ejemplo, se podían encontrar pasajes internacionales baratos de un país a otro dentro de Europa. Fue así como animado por un amigo mío que conocía desde que vivía en Perú, volaba cada cierto tiempo a Madrid, para visitarlo y conversar sobre nuestro tiempo de colegio. Mi amigo era un putero empedernido, se conocía cada uno de los puteríos limeños, sin contar los de provincias, que ya era un tema aparte.

    Me reía a carcajadas oyendo sus anécdotas en los puteríos y con los cientos o miles de putas con los que se había atendido. Obviamente, después de establecerse en España, no le fue difícil volver nuevamente a las andadas y visitar los distintos puteríos caletas que la capital española ofrece. La mayoría de estos apartamentos-puterios están habitadas por chicas de Latinoamérica o de algún país del este de Europa.
    En aquella ocasión, tuve que ir a Madrid por trabajo, visitar algunos clientes y un par de gestiones del ámbito laboral, donde me desempeño. El viaje iba a ser de una semana, tomé las precauciones necesarias para llegar el fin de semana antes de empezar con el estrés del trabajo. Fue así, que llamé a mí pata y decidimos reunirnos, para conversar, visitar un par de restaurantes peruanos, que tanto abundan en España y tanta falta hacía en Alemania y luego en Paises Bajos. Mi cumpa, como buen un putero empedernido, me propuso, después de las risas y las chelas de rigor, ir a un apartamento de chicas malas.Proposición que acepte, sin objeción alguna.

    Una señora de unos cuarenta años nos abrió la puerta y nos invitó a pasar a ambos, a una habitación. Una a una empezaba a entrar las chicas disponibles, mujeres hermosas en prendas cortísimas, desfilaban ante nuestros ojos. Yo estaba con varias cervezas encimas, y me decanté automáticamente por una colochita que llevaba un tatuaje de ave fénix en el hombro. Se llamaba Melissa, una chica de unos veinte o veintiún años como máximo, tenía una sonrisa natural, se le notaba alegre, aunque algo reservada en su trato. Mi pata tenía una casera de Honduras, se quedó con ella en la habitación y me invitaron a ir a la habitación contigua.

    Cuando Melissa llegó a la habitación me saludo con un “hola mor”, cantado con el acento de las paisas de Colombia. En todo este tiempo que llevo en Europa, había conocido a distintos latinos y latinas y había aprendido a diferenciar los acentos, sin embargo, lo que me llamó la atención fueron las palabras que usaba esta paisa, me entraba la duda si era realmente colombiana, usaba muchas palabras que no usan en Colombia y el acento paisa me parecía un poco fingido. No dije nada al respecto, al fin y al cabo, yo había venido a cachar y el resto no tenía por qué interesarme. Melissa era alta, calculo que medía 1.70 m sin tacos. Llevaba el cabello largo y lacio y su piel era blanca. Llevaba una tanga y un sostén de encaje negro. El color de estas prendas resaltaba en su piel. Su culo era grande y carnoso.

    Intercambiamos algunas palabras, intenté ser lo más caballeroso posible y hasta pude sacarle algunas sonrisas. Estando ambos de pie, empecé a desnudarla de a pocos, cuando le quité el sostén, noté sus pechos medianos y bien paraditos, propios de una mujer de su edad, sus pezones eran pequeños y rosados, lo que provocaba aún más lujuria en mí. Empecé a besarle los pechos, ella no se opuso en ningún momento. Mi boca chupaba de poco, uno a uno sus deliciosos pezones que parecían levantarse levemente de un sueño. Con mis manos acariciaba su cuerpo lentamente, ella no se incomodaba, por el contrario, parecía disfrutarlo y acariciaba mis cabellos. De pocos fui metiendo mi mano debajo de su tanga. Con mi mano descubría su conchita totalmente depilada, acariciaba su conchita por encima, no tenía intención de meter mis dedos dentro de su conchita, al menos no en ese momento.

    La desnudé por completo y pude apreciar la perfección en cada rincón de su anatomía. Me desnudé lo más rápido que pude. Ambos desnudos y de pie empezamos a acariciarnos, ella tomó con mis manos mi pinga y empezó a frotarla. En un momento dado, nos quedamos viendo de frente y nos besamos como si fuéramos una pareja de amantes. Yo estaba ebrio, así que no puse ninguna objeción, noté que Melissa también tenía el aliento como si hubiera estado bebiendo. Ambos caímos en la cama, miraba su conchita, totalmente depilada, sus labios exteriores eran delgaditos, quería chuparlo por lo arrecho que estaba, pero entendía el lugar donde estaba y supe darme mi lugar.

    Melissa se volvió a mi pinga y me puso el condón, se ayudó con la boca para terminar de colocarlo.
    Le pedí que se volteara, quería disfrutar de ese culo. “Papi, ¿por atrás no, ya?”, me dijo totalmente calmada.

    Empecé a cacharla en esa posición, Melissa conocía muy bien su trabajo, luego de un rato, le pedí ponerse encima de mí y luego, terminamos con sus piernas en mis hombros. Cuando sonó la alarma (media hora) le dije que me gustaría pagar la hora entera, porque me había gustado y quería un "segundo round". Melissa, se sonrío, “eres diferente a los que vienen por acá”, me dijo coquetísima.
    Cachamos por otra media hora, le agradecí el trato y le di, creo que 20 euros que llevaba en la billetera como propina.

    Cuando salimos del apartamento, mi pata ya me estaba esperando, me preguntó por qué me había demorado. Le dije que me había gustado el trato de la colochita. Mi pata estaba sorprendido, me contó que se había atendido antes con ella, y su trato era pésimo. No quise entrar en discusiones sin sentido con mi causa y nos enrumbamos a otro bar a tomar un par de cañas más.

    Esa semana empezó ajetreada, citas por aquí y por allá, ponencias en español e inglés y todo lo que uno tiene que hacer para ganarse la vida. El viernes llegó y decidí quedarme hasta el domingo. Llamé a mi pata y nuevamente nos fuimos a comer algo y a tomar un par de tragos. Esta vez yo mismo le pedí que hiciera una cita en el apartamento de las putas y preguntase si la colochita Melissa estaba disponible. Mi amigo se cagó de risa y nos enrumbamos de nuevo al lugar. Esta vez, la colochita me estaba esperando, sin más preámbulos le pedí la hora completa y empezamos. Ella me abrazó y me besó como si fuéramos viejos amigos. Nuevamente disfruté de su cuerpo libidinoso, después del polvo teníamos unos minutos y me confesó que no era colombiana sino peruana. Sabía que ese acento era fingidazo, pero no le dije nada, cada uno con lo suyo. Ella me preguntó si yo vivía en Madrid o en España, ya que mi acento era neutro. Le dije que vivía en Holanda y si un día se animaba le podía hacer un tour, intercambiamos números y nos dimos un beso apasionado de despedida.

    Mi vida en Ámsterdam, continuaba como de costumbre, con los ajetreos del trabajo, a veces solía viajar a Luxemburg o a Bélgica para alguna ponencia o visitar algún cliente despistado. De cuando en cuando le enviaba un whatsapp a la colochita Melissa y conversábamos de cualquier anécdota. A veces hacíamos vídeo llamada. Era una chica bastante agradable, y la frescura de su juventud me extasiaba mucho. Después de varios meses conversando por el Whatsapp, un día me confesó que ya su tiempo en España había terminado e iba regresar a Perú a seguir con sus estudios. Al toque y de puro pendejo le ofrecí que se venga a Ámsterdam para un pequeño tour, le dije que yo le enviaba el pasaje y que podía quedarse en mi casa, al principio estuvo dudosa, pero logré convencerla hasta que aceptó. Le compré el ticket y llegó un viernes de junio. La esperé en el aeropuerto con un ramo de flores. Muy puta y todo, pero seguía siendo una dama y mi invitada, así que decidí engreírla un poco.

    Apenas nos vimos y nos besamos como dos amantes que no se ven hace mucho. La llevé a mi casa, me dijo que si podíamos ir a comer algo. Le llevé a un restaurancito Fancy en el casco antiguo de la ciudad. Se veía embobada viendo los distintos rincones pintorescos de Ámsterdam, fuimos al barrio rojo, me confesó que nunca había fumado marihuana, pero quería experimentar. Le ofrecí comernos un brownie de cannabis, le di sólo la mitad, sabía que los brownies en lo coffeeshop son poderosos. Le ofrecí ir a bailar, conocía una discoteca en un sótano que era exclusiva, un amigo mío trabajaba los fines de semana como seguridad de ahí y me dejaba entrar sin esperar en las largas colas que se formaban.

    En la discoteca, bailamos un poco, le dije que no bebiera alcohol, no sabía cómo podría reaccionar al brownie. Melissa me hizo caso, bailamos un poco más y en medio del baile empezamos a besarnos, cada vez con más pasión. Melissa parecía excitada, arrecha. Me pidió salir, quería tomar aire. “Se siente locazo”, me dijo aún más embobada. El brownie empezaba a hacer efecto, ella se cagaba de risa sin razón alguna. Le dije para ir a mi casa, para que descansara, ella me tomó del brazo y nos enrumbamos a la cochera donde estaba mi auto. Mientras caminamos a la cochera. Se paró en seco, cerca uno de los tantos canales que cruzan la ciudad y mirándome a los ojos me dijo “quiero cachar”, le dije que yo también quería hacerlo. Ella me repitió nuevamente: “no, quiero cachar acá, ahora mismo, contigo”, a mi también me había hecho algo de efecto el brownie, pero conservaba mis cinco sentidos. Melissa se pegó a mí y me besó con una intensidad que me quedé helado.

    A un lado de ese canal, había una iglesia, casi a la carrera fuimos al patio de esta, que estaba oscuro, nos ocultamos como pudimos en los árboles del patio y sin mucho aspaviento, se puso de cuclillas frente a mí. Me desabroché el pantalón y empezó a meterse toda mi pinga en su boca. Cuando notó que mi pinga estaba lo suficientemente dura, me dio la espalda, se bajó levemente el pantalón que llevaba y dirigió mi pinga hacia su conchita. Apenas si tuve tiempo de ponerme el condón a la volada. Nos metimos un polvo rápido. Yo no logré venirme, pero al parecer ella si llegó al orgasmo. Nos fuimos rápido a mi casa a terminar de cachar. Qué manera de chuparlo tenía esta chibola. Le metía toda mi pinga a su boca y aprisionaba su cabeza contra mí, hasta que ella se quedara completamente sin aire, luego tomaba bocanadas de aire y repetía la misma operación.

    Al día siguiente nos fuimos a La Haya, Rotterdam, había alquilado una habitación de hotel en Bruselas. Melissa estaba disfrutando del viaje, se tomaba fotos en cada rincón, yo me había convertido en su fotógrafo personal. Incluso, me tomé un par de días de vacaciones para seguir paseando por las distintas ciudades de Países Bajos, Bélgica y Alemania. Melissa se comportó muy bien, cachamos en cada hotel en el que nos quedamos, me chupó la pinga cuando conducía de Rotterdam a Bruselas. Fueron cinco días de sexo desenfrenado. Su cuerpo y actitud de chibola me vigorizaron el alma. Melissa regreso a España y unos días después se embarcó a Lima. Nos mensajeamos unas pocas veces más, hasta que finalmente su número español dejó de funcionar. Esto quedaría como una anécdota más, si no es por la historia que contaba al principio.

    Cuando llegué con mi padre a casa de su hermana, mi tía me abrazo, me dijo que me había visto siendo yo un niño, yo ni recordaba aquel momento, ni mucho menos la recordaba a ella. Luego salieron sus hijas, mis primas, me la presentaron a todas. Una de mis primas me dijo que de niño también me había conocido, tampoco recordaba ese episodio. Me preguntó sobre mi vida en Alemania, le dije que ya no vivía en Alemania sino en Países bajos, ella ni me prestó atención. Me dijo que su hija estaba estudiando y que había hecho unas prácticas en España y estaba pensando ir a Alemania, y me iba a agradecer mucho si podía orientarla, le repetí a mi prima que ya no vivía en Alemania, pero ya que antes había vivido allí, no tenía ningún inconveniente de orientar a su hija con el tema de estudios, residencia y eso. Mi prima me lo agradeció, después de un rato mientras estábamos sentados en la sala, mi prima se dirigió rauda a la escalera y gritó: "Adrianita, hijita, ven, el primo que vive en Alemania está aquí, baja para que lo conozcas".

    Veía a su hija o no sé si llamarla mi sobrina, bajar lentamente llevaba puesto un short cortísimo, lo primero que vi fueron sus piernas, cuando de pronto me dije a mi mismo ¡Por la puta mare!, casi me caigo de espaldas. Mis amigos, el destino a veces es cruel o sin sentido, la colochita Melissa bajaba rauda las escaleras y aparecía frente a mí. Habían pasado algunos años desde que me la culee como quise y ahora se presentaba frente a mí, con una sonrisa que rápidamente cambió como si hubiese visto un fantasma. Ambos nos miramos asombrados, tenía todo el rostro desencajado y la cara de cojuda única y supongo que lo mismo creía ella de mi.

    Apenas si pude pronunciar unas palabras "hola sobrina, qué gusto conocerte", le dije todo ahuevonado, "hola, tío, mucho gusto" respondió. Mi prima insistió “Ay Adri abrázalo, aunque sea morenito es tu tío”. Me quedé sin palabras, no sabía cómo reaccionar.
    Mi prima se volvió a excusar conmigo: “Ay primito discúlpala, es que a esta chica le han hecho creer que todos en la familia son blancos y como tu eres, morenito, seguro no te ve como de la familia jaja”, quise responderle: “pero bien que se atraganta a gusto con la pinga cobriza la sobrina”, pero por obvias razones sólo me sonreí haciéndome el huevón.

    Durante el almuerzo apenas si cruzamos miradas, habían pasado poco más de dos años desde que se estaba atragantando con mi pinga en su boca, en mi mente se repetían una y otra vez los episodios de sexo en mi apartamento y en un par de hoteles que estuvimos. Melissa o Adriana terminó su almuerzo como pudo, y se despidió a la volada. “Chau tío, que gusto conocerte”, me dijo y se despidió haciendo un ademán con la mano. “Chau sobrina si vuelves a Europa házmelo saber le dije”, ya medio cachaciento.

    Cuando volvía con mi padre en su auto, él me repetía que Adriana era una chica estudiosa y responsable. “Es una chica astuta”, me dijo y agregó - “ha estado en varios países en Europa, y tu tía dice que gracias a las becas que recibió”-
    - “Y a tantas pingas que se comió”
    , pensaba, mientras me sonreía interiormente.
     
    Última edición: 4 Abr 2024
    gnussi98, 3 Abr 2024

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    A jaaa cofrade de la sobrinaaa ya decía yo cuando empezó este episodio recuerdos de una lectura anterior llegaron a mi mente y no se por que me emocione jajaja. Prosiga con su narrativa cofrade. Me alegra saber de usted. Pdta: este año estoy pensando en ir a buscar nuevos rumbos por el viejo continente deséeme suerte
     
    yobelito, 4 Abr 2024

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    excelente excelente la narrativa de sus experiencias me dejaron pegado gracias por compartir
     
    vampiroenamorad, 6 Abr 2024

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