Jesusa

Aquel señor barrigón y de tatuajes en la nuca pelada había sido encarcelado hacía ya quince años por homicidio. Había presentado recursos para libertad condicional, pero todos le habían sido negados. Ni siquiera le habían dado permiso para salir a la clínica para operarse de las cataratas que lo dejarían ciego. Como era mi primer día como oficial encargado de la cárcel de máxima seguridad, decidí ser el “policía bueno” y me puse a conversar con los reclusos. Me enteré de que el señor barrigón se llamaba Lucas y estaba ansioso esperando la visita de su hija. Entonces ella llegó.

Era una morena bajita, de senos pequeñitos y caderas anchas con unas nalgas muy pronunciadas, pero lo que me llamó más la atención fue su rostro dulce e inocente. Mientras conversaba con su papá, yo no paraba de observarla. Ella le entregó a Don Lucas unos chocolates y varias latas de bebidas gaseosas.

Cuando ya se había hecho costumbre mía fantasear con la jovencita, que se lamaba Jesusa y no tendría más de diecinueve años, Don Lucas se me acercó cayendo en lágrimas. Me pidió que por favor intercediera por él para salir a la clínica y poder operarse. De inmediato tuve una idea. Le dije que lo dejaría salir a cambio de acostarme con su hija. Él no pareció muy sorprendido y m2 contestó que eso era imposible porque Jesusa todavía era virgen.

-Entonces quiero una hora con ella chupándole la concha. No la voy a romper, solo la voy a lamer todita.

Don Lucas se resignó y me dijo que le diera mi teléfono, que Jesusa se comunicarla conmigo. Y así fue. Un día andaba yo lavando los trastes en casa, cuando recibí un mensaje al WhatsApp.

-Buenas tardes, señor, soy Jesusa, le escribo de parte de mi papá.

La cité en una hora.

-Tranquila, vas a seguir siendo virgen porque no te voy a meter el pene. Eso sí: lávate bien la .
-Sí, señor.

Cuando sonó la puerta de mi casa, abrí y vi la maravilla de mujercita que era Jesusita. Parecía estar aterrada, así que le invité una copa de vino y la llevé hasta mi habitación.

-Bájate el calzón -le dije.

Ella, tímidamente se comenzó a bajar las bragas sin quitarse la falda que le llegaba casi hasta las rodillas.

-Ahora échate y abre las piernas.

Tuve que abrirla yo porque ella estaba petrificada del susto. Ante mis ojos pude ver la vagina más linda de mi vida, aunque eso sí, muy cubierta de pelos, como es común en las niñas que aún no han iniciado su vida sexual.

-Abre bien las piernas que te voy a chupar toda la chicha.

Puse mis labios sobre la mata de pelos que cubría su vuelva, y luego fui explorabdo con mi lengua sus labios mayores, los menores y su clítoris pequeñito como un botón.

Ella se estremecía mientras miraba su reloj y yp succionaba sus jugos virginales, que fluía tanto que yo ya tenía media cara mojada. Su sabor era salado y dulce a la vez. Yo mantenía sus carnosos muslos abiertos con mis manos mientras le metía la lengua, la chupaba y la succionaba, y le hacía todo lo que se podía hacer con la boca y la lengua. Así fue pasando el tiempo y yo ya me había tratado algunos pelitos de esos que abundaban en su vulva.

Seguí lamiendo, chupando e introduciendo mi lengua hasta que me encontré totalmente mojado en mi cara y también en el pene, ya que sentía mucho deseo de metérselo, pero yo había acordado con su papá respetar la virginidad de la niña. Y sonó el reloj.

-Tienes una riquísima. De hecho, es la concha más rica que he probado -le dije buscando sus ojos, pero ella me rehuyó y salió rápidamente, espantada, sin despedirse y sin recoger sus bragas de la alfombra.

Mientras tanto, Don Lucas iba rumbo a la clínica, y al día siguiente me enteré de que lo habían operado. Me agradeció mucho por haber movido mis influencias, así como por cumplir el trato y limitar mi encuentro íntimo con Jesusa al mero sexo oral.

-Hay otro favor que quiero pedirte -me dijo.

Yo sonreí maliciosamente y pensé en la concha velluda y apretada de Jesusa.

(Continuará…)

 

Fantasioso, pero excitante