Mis inquilinas y el despertar del deseo

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por gnussi98, 4 Ene 2023.

    OskarJebs1740

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    Excelente Relato! Lo mejor que he leido
     
    OskarJebs1740, 16 Ene 2023

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    Que buen final men y buena historia
     
    luislimasjl, 17 Ene 2023

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    #22
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    excelente relato, buen final. saludos cofra
     
    rocknroll123, 17 Ene 2023

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    #23
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    buenos relatos cofrade.
     
    spadina72, 17 Ene 2023

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    #24
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    Fabricio2030si

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    d los
    Mejores relatos de este 2023 de lejos, saludos!
     
    Fabricio2030si, 19 Ene 2023

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    #25
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    Nyto

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    Casi lloro csm, buen relato bro
     
    Nyto, 19 Ene 2023

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    #26
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    Jaciel

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    Excelente relato cofrade , me hubiera gustado q relates unos encuentros mas , pero estuvo bueno .. saludos :cool:
     
    Jaciel, 20 Ene 2023

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    #27
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    Orlando y Maria (y sus empleadas)

    Tocaron el timbre en una tarde cualquiera. Orlando y Maria eran una pareja de Huancayo. Ella llevaba a su hija de pocos meses en brazos y Orlando a su hijo de la mano. Habían llegado a Lima hace unos años y comenzaron un negocio juntos vendiendo artículos para computadoras en Paruro. Eran excelentes comerciantes y pronto abrieron otro puesto en Wilson, así como una tienda de computadoras cerca de la casa de mi padre. Necesitaban un lugar para vivir, así que les mostré un apartamento vacío en la segunda propiedad de mi padre, como de costumbre, y cerramos el trato.

    Al principio, todo transcurrió sin problemas, ya que no se trataba de la propiedad principal de mi padre y solo visitaba el lugar una o dos veces por semana. Sin embargo, poco después de que Orlando y Maria se mudaron, noté que dos chicas bastante jóvenes entraban y salían del apartamento con frecuencia. Más tarde, supe que, debido a su ritmo de trabajo, tenían hasta tres empleadas trabajando en su casa, a cargo de sus niños y ayudando en uno de sus locales. Fue así como conocí a Irene, morochita, siempre risueña, apenas había cumplido la mayoría de edad y había migrado a Lima desde su natal Pucallpa. Era pequeña y delgadita, ojos achinados, tenía cabello lacio negro y largo, se le notaban senos bien pequeños y un culito acorde a su cuerpo. Parecía mucho más joven de lo que realmente era, lo que me hizo dudar de su edad al principio y me hizo sentir un poco cohibido a dar el primer paso.

    En esta propiedad de mi padre había un cuarto pequeño en la azotea. Tenía planeado arreglarla, limpiarla y darle algún uso, a raíz de la llegada de Orlando y Maria empecé ir con más frecuencia en la tardes o fines de semana a reparar algunos daños de esta habitación, pintarla, etc. Fue así como comencé a tener más contacto con Irene, desde el principio nos reíamos juntos, conversábamos sobre cualquier anécdota, disfrutaba oyendo las historias de su tierra, sin embargo, nuestros encuentros eran muy cortos, ya que sólo la veía cuando iba a la azotea a tender ropa o en encuentros bastante furtivos. Un día, mientras estaba limpiando la azotea, nos encontramos, ella empezó a preguntar porqué vivía solo, dónde estaban mis padres y luego entre sonrisas me preguntó “¿acaso eres del otro equipo, ñañito?” y soltó una carcajada, yo también me sonreí y me acerqué despacio a ella, “no lo sé, podemos hacer la prueba” le respondí, la abracé lentamente y la besé, a lo cual ella correspondió.

    Así abrazados la llevé a la habitación que estaba arreglando. Irene se separó y, algo agitada me dijo “no tengo mucho tiempo, la Clementina me está esperando abajo para ayudarla a cocinar”. Clementina, otra de las empleadas de Orlando y María, era discreta y reservada, en la siguiente historia contaré más de ella. Otra vez la besé, nuestras lenguas empezaron a entrelazarse, sin perder mucho tiempo, alcé como pude el polito que llevaba y pude ver su brassier, se lo jalé levemente y pude ver ese pecho pequeño, no más grande que una naranja pequeña y un pezón marroncito. Me apuré en chuparlo, mientras Irene emitía un leve gemido. Con su pezón en mi boca, metí la mano dentro de sus leggins y pude tocar una conchita depila, apenas si pude meter un dedo dentro de su conchita húmeda, ella se reincorporó y se alejó de mi rápidamente. “Ahora no ñañito” me dijo, “luego hacemos” agregó. Le tomé de la mano y se la llevé a mi entrepierna, me dio una mirada pícara y presionó mi pinga, que ya estaba bien dura, a través del short.

    Pasaron varios días, debido a la universidad y mis cachuelos me era difícil encontrar tiempo muerto para ir a la otra casa de mi padre y encontrarme con Irene. Una tarde nos encontramos muy temprano en la entrada de la casa “¿subes más tarde?” le pregunté. Me comentó que iba a enviar a clementina a pasear con la niña y subía a “conversar”. Desde la azotea de la casa estuve observando, a los pocos minutos Clementina salía con el cochecito de la niña. Irene salió a los pocos minutos llevando una batea con un poco de ropa para simular que iba al tendedero de la azotea. Cuando nos vimos no nos dijimos nada, sólo nos besamos. La hice entrar a la habitación y empezó el festín.

    Apenas había una silla y un escritorio en esa habitación. Yo estaba muy excitado, le subí el polito que llevaba y le quité el brasier, procedí a chuparle sus pequeñas tetas como dos naranjitas, que rico era oírla ahogándose en sus gemidos. Sin mucho preámbulo le baje el bucito que llevaba y su calzoncito. Su conchita lampiña quedó al descubierto hacia mí. Mi mano acariciaba sus tetitas y la otra jugaba con su clítoris, me bajé el short y me quité el polo que llevaba. Ya bien excitada le indiqué que se siente en la silla y puse su mano en mi pinga, que la tenía bien dura. Ella procedió a frotarla de arriba abajo y me observaba con mirada socarrona. Le dije que me la chupe, pero ella se negó –“no me gusta, ni a mi enamorado se lo chupo”. No insistí, le pedí que me escupiera en la pinga, y siguiera frotando, eso si aceptó. La hice parar nuevamente y me agaché, quería chupar esa conchita, sentí el olor y un poco el sabor a jabón, ella sabía muy bien a que venía. Su clítoris pequeño empezaba a ponerse un poco duro, ella gemía y me cogía la cabeza.

    Así de pie, procedí a ponerme el condón y la cargué, era pequeña y no pesaba mucho, pasé ambas manos bajo sus piernas y procedí a penetrarla contra la pared. Sus manos rodeaban mi cuello y ambos no movíamos al ritmo de cada embestida. Su conchita era apretadita, a pesar de estar totalmente húmeda su conchita apretujaba mi pinga ante cada embestida. Así estuvimos un buen rato, hasta que le pedí que se sentara encima mío. Yo me senté primero en la silla y ella empezó a cabalgarme mientras mi boca chupaba con lujuria sus tetitas. Antes de venirme le pedí que ponga ambas rodillas en el asiento de la silla y que apoye sus brazos en el espaldar, así podía observar bien ese culito y penetrarla en esa posición. Esa vista de su culito y su conchita era hermosa, le chupé la conchita un rato más y pasé mi lengua por su culito, luego empecé a penetrarla, ella apoyada en la silla y yo de pie. Ella había empezado a gemir sin reparo, por mi pierna recorría un líquido desde su conchita, en esa posición me vine con todo el gusto posible. Irene dio otro gemido y nos quedamos un rato pegados. “Ay ñañito, me haces hacer unas cosas”, dijo ella agotada. Nos vestimos y ella me dijo que tenía que regresar al trabajo.

    Estos encuentros se repitieron esporádicamente durante unos meses más, quizá unas cuatro o cinco veces, siempre en el mismo lugar. A veces le regalaba algún dulce, o cualquier tontería que había caído en mis manos, no quería ser tan descortés. Un día me llamó a mi celular, me dijo que iba a volver a su tierra porque su mamá estaba enferma, me pidió que le prestara 100 soles, le dije que no iba prestarle nada, porque estaba seguro de que no podría devolverlo después, pero le dije que podía obsequiarle ese dinero. Se alegró, “ay ñañito, tu siempre tan bueno conmigo”, me dijo. Esa tarde vino por primera vez a mi pequeño apartamento, obviamente que quería darle su última embestida a manera de despedida.
    Mientras la tenía con sus piernas en mis hombros en la cama, pensaba que era la primera vez que había estado tirando tanto tiempo con ella, pero jamás en una cama.

    Así desapareció Irene por un buen tiempo de mi vida, sin embargo, conocí a varias empleadas de Orlando y María. Yo siempre usaba el mismo modus-operandi con casi todas las demás, les mostré una cara amble, les saque sonrisas, les daba pequeños regalos y al cuarto de la azotea. De todas ella tengo memorables recuerdos, sin embargo, la historia con Irene y con Clementina luego, dejaron un extraño y especial recuerdo en mí.
     
    gnussi98, 12 May 2023

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    Orlando y Maria (y sus empleadas) Parte II

    Clementina, otra de las empleadas de Orlando y María, era discreta y reservada. La conocí al mismo tiempo que a Irene, pero apenas intercambiábamos palabras. Siempre tenía la mirada hacia otro lado y apenas me saludaba con un "joven, buenas tardes" o "hasta luego joven". A veces la escuchaba reír, pero sólo cuando estaba con Irene. Clementina era natural de Huánuco, al igual que Irene y otras empleadas de Orlando y María, había migrado a Lima a trabajar. Mientras Irene era morochita y pequeña, Clementina tenía la piel blanca, el cabello algo ensortijado y castaño, y era un poco más alta que Irene. Debía tener en aquella época veinte o veintiún años. No era espectacularmente bella ni fea, pero algo en ella me intrigaba, la forma cómo vestía, su desinterés en mi persona, quizá, no lo sé.

    Yo había hecho una amistad con Orlando y María, algunas veces nos encontrábamos en Paruro cuando iba a comprar algún componente para la universidad o para alguno de mis cachuelos. Siempre eran amables conmigo y estaban dispuestos a ayudar, de mi parte el trato era recíproco hacia ellos. No sospechaban, o al menos nunca mencionaron, que sabían o sospechaban, que me estaba tirando a las empleadas que llegaban a su casa o que conocía en alguno de sus locales.

    El reemplazo de Irene llegó pocos días después de su partida, casi de inmediato me puse “manos a la obra” con esta nueva empleada. Había llevado al cuarto de la azotea un sofá que uno de los inquilinos había dejado, así tendría más comodidad con mis nuevas conquistas. Mientras tanto, Clementina iba menos al apartamento de Orlando y María, luego me enteraría que pasaba más tiempo apoyando a María en uno de los locales ferreteros cerca a casa. A veces iba al local a comprar algún interruptor o alguna refacción y me encontraba con Clementina, ella seguía siendo distante conmigo. Cierto día, mientras intentaba “jalarle la lengua”, se me ocurrió preguntar por Irene, noté que su rostro cambio, así que continué hablando de ella. Clementina empezó por primera vez a conversar sobre ella, inventé un par de historias que Irene me habría comentado, nos reímos un rato juntos y comenzó, por fin, a haber un poco más de confianza entre nosotros. A las pocas semanas de nuestra nueva amistad, Orlando me invitó un fin de semana a su apartamento, iba a ser cumpleaños de Maria y vendrían familiares e invitados de la familia.

    Llegué puntual el día del evento. Había cervezas y comida por doquier, el ambiente era familiar y bastante ameno, Clementina había estado desde temprano ayudando a su jefa María y también se quedó para la celebración. Recordé que había escondido una botella de licor en la azotea, así que decidí subir y traerla para compartirla con los invitados. No recuerdo porqué me demoré buscando la botella, de pronto tocaron la puerta de la habitación. Era Clementina, “la señora María pregunta si esta todo bien”, me dijo. La invité a pasar, hablamos algo rápido, y le volví a tocar el tema de Irene, percibí que su actitud cambiaba cuando hablábamos de ella. Sin mucho reparo me preguntó “¿has estado con la Irene?, dime pe”. Sólo me reí y le dije que con la que quería estar era con ella. Ella también se sonrío, aproveché y me acerqué para besarla, pero Clementina volteó su cara. “¿Para qué me quieres besar?”, me dijo algo consternada. “Siempre quise acercarme a ti, pero eras un poco reacia conmigo”, le dije. Clementina agachó un poco la cabeza, aproveché y me acerqué de nuevo a ella, nos besamos, pero ella no abrió la boca para corresponder. Le abracé y la traje hacia mí, sus labios se abrían lentamente y pude notar su aliento a alcohol, yo también estaba algo ebrio. Así estuvimos un par de minutos y se despegó rápido de mí. “La señora está esperándote, baja rápido”, me dijo. La fiesta continuó, bebí algunas cervezas más y luego me fui a descansar.

    Habían pasado varios días de este corto encuentro. No tenía apuro con Clementina. Además, había llegado una empleada también de Huancayo y teníamos nuestros encuentros en el cuarto de aquella azotea. Un día sonó mi teléfono, era Clementina, me pedía que le prestase dinero, quería 200 soles o más, le dije que no tenía dinero, y que en su situación luego no podría pagarme, y que encima me iba a ser muy difícil conseguir esa cantidad. Ella insistió y luego de tanta insistencia, le dije que tendría que darme algo a cambio, Clementina me decía que no tenía nada de valor. Así que le ofrecí venir en la noche a mi departamento y quizá si tenía algo que podría darme a cambio. Clementina entendió el mensaje y me dijo que iría al día siguiente después del trabajo.

    En la noche llegó Clementina, le invité un vino dulce que mi tía me había enviado de la sierra. Yo estaba bebiendo una cerveza, ese vino no era de mi agrado. Le dije que no había podido conseguir lo que me pedía, “apenas pude conseguir poco más de cien”, le dije. Ella preguntó en que consistía el trato, le dije sin rodeos que se quede esa noche conmigo, al día siguiente era domingo y no tenía que ir a trabajar. Clementina no contesto, siguió bebiendo el vino hasta casi acabarse la botella ella sola. Mientras conversábamos y nos reíamos, me acercaba a ella y la besaba. Nos paramos y le besé el cuello, quería excitarla. Metía mi mano por encima de su pantalón en su entrepierna y le acariciaba los pechos. Ella no parecía realmente estimularse. La fui desnudando poco a poco y yo también me desnudé. Así desnudos nos fuimos a la cama, su conchita tenía vellos, no estaba depilada, pero sus vellos eran finos que transparentaban sin problema su conchita. Procedí a jugar con mis dedos en su clítoris, ella sólo cerraba los ojos, de a pocos me agaché a chuparle la conchita. Ella sólo cerraba los ojos y no hacía movimiento. Cuando me dispuse a penetrarla, me di cuenta de que no abría los ojos. La penetré varías veces, ella sólo respiraba rápidamente, quise cambiar de posición, pero ella sólo dijo “así nomás”. No era un polvo extraordinario, me vine sin mucho aspaviento dentro de ella y arrojé el condón a la basura. Durante la noche la penetré una o dos veces más, parecía que ella no lo disfrutaba, tampoco tenía mucha importancia para mí, en aquel tiempo siempre andaba arrecho.

    Varios días pasaron desde aquel encuentro amoroso. Un día me llama nuevamente, pensé que me iba a pedir más dinero, pero me estaba invitando a una fiesta. Le notaba que estaba bebiendo, había música en el fondo. No tenía ganas de salir, le dije que si quería podía venir a mi apartamento, me dijo que si y agregó “pero me das una propina”. Acepté y luego de un buen rato se apareció en el apartamento. Estaba un poco ebria, la noté más suelta, hablaba más, me preguntó si había sabido algo de Irene, le inventé algo. “Has estado con ella, ¿no?” agregó. Me negué, ella insistió, “dime pues, ¿te gusta Irene?”, yo me sonreí y le contesté “¿y a ti, te gusta ella?”. Clementina se sonrojó, así que insistí, “cuéntame somos amigos”. Clementina me contó luego que a veces jugaban en el apartamento de Orlando y María y a veces se abrazaban, pero nunca se besaron ni nada. Clementina tenía miedo de que Irene podría pensar mal. Cuando Irene se fue a su tierra, Clementina se entristeció, intercambiaron varios mensajes, pero un día le robaron su teléfono y no supo más. Le pregunté a Clementina si había estado con otra chica, ella no me contestó. Insistí con algo de arrechura, “¿te gustaría estar con Irene?”, Clementina me contesto media burlona “¿crees que a ella también le gusta?”. Eso me arrechó aún más, nos besamos nuevamente. Estaba vez Clementina estaba más accesible que la primera vez. Nuevamente cachamos en la cama, su performance no fue la mejor, pero si un poco distinto que la primera vez, al menos está vez la oí gemir mientras la penetraba.

    No busqué a Clementina por varios meses ni ella a mí. Un día recibí una llamada de Irene, “hola ñañito, estoy en Lima de nuevo” me dijo riéndose. Quedamos en vernos en Paruro, ella había conseguido una chamba en un local ahí. Nos vimos un sábado por la tarde, después de almorzar me dijo que unos amigos la estaban invitando a una fiesta con música en vivo, nos arrancamos hasta Villa el Salvador. La fiesta estaba buena, bebimos y bailamos, como a las dos de la mañana me dijo que se sentía cansada, así que ofrecí llevarla. Buscamos un hostal por ahí cerca y nos fuimos a descansar. Ni bien llegamos al hostal le puse de espaldas contra la pared, su culito pequeño me pareció siempre una delicia, le chupé el culito y en esa posición, de pie, la penetré. Así pegados nos fuimos a la cama y me la cache de perrito, me encantaba ver su cuerpito pequeño. En un momento le saque mi pinga y le hice que me masturbara, ella lo hizo complacida, le tomé con mi manó la cabeza y le acerqué a mi pinga “¿quiere que te la chupe?”, me preguntó, afirmé con la cabeza. En su boquita no cabía mi pinga completa, pero ella estaba dispuesta a complacerme, al parecer había aprendido a chupar la pinga mientras estaba en su tierra. Me la caché nuevamente con sus piernecitas en mi hombro y en esa posición me vine.

    A la mañana siguiente cachamos en la ducha y en la cama. Mientras conversamos después del sexo, salió el tema de Clementina, le dije que la había visto trabajando un par de veces, pero nada más. “Es rara la Cleme, ¿no?”, me preguntó. Me explicó que a veces se la acercaba demasiado cuando trabajaron juntas y una vez le había tocado el pecho en el baño. Le pregunté a Irene si ya lo había hecho con otra chica “no ñañito, como crees, pues”. Me lo dijo de forma socarrona, luego de tanta insistencia me confesó que había hecho un trío en su tierra con un amigo y su prima. Nos fuimos del hostal y esa misma noche llamé a Clementina, le dije que tenía noticias sobre Irene y que quizá le podría interesar. Clementina se vino al día siguiente, le dije que me había encontrado con Irene en Paruro y habíamos conversado un rato, “me preguntó varias veces por ti”, le dije, y agregué “dice que le gustaría verte para salir y conversar”. Clementina me preguntó más por ella, pero le dije que sólo habíamos ido a almorzar porque estaba muy ocupada, pero me había dicho un día para salir los tres a tomar o comer algo. Clementina se alegró, me dijo que está bien, pero mejor que fuera un sábado, porque domingo descansaba. Ese día me la chapé de nuevo a Clementina, quise cacharla nuevamente, pero estaba con su periodo, así que me dejó con las ganas.

    Dos semanas después de este episodio me fui, por intermedio de un amigo, a trabajar a la mina. Aproveché las vacaciones de la universidad y trabajé todo el verano allá. Incluso a veces vendía mis bajadas, quería juntar dinero para comprarme un carrito. A veces mensajeaba con la loquita Irene y a veces Clementina me insistía para salir, como habíamos quedado. Después de tres meses bajé nuevamente a Lima, me compré una carcochita y aún tenía dinero ahorrado, pero sobre todo tenía una arrechura sin igual por todo el tiempo que pasé en la mina. Tenía un plan con estas dos loquitas, pero hasta ese momento no estaba seguro de poder concretarlo.
     
    gnussi98, 16 May 2023

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    #29

    luislimasjl

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    Que buen relato esperar la continuación
     
    luislimasjl, 16 May 2023

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    #30
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    Orlando y Maria (y sus empleadas) Parte III

    Una vez instalado de nuevo en mi diminuto apartamento, me puse al día con el nuevo horario de la universidad. Había conseguido unas prácticas al mismo tiempo y estaba estrenando mi nueva y primera adquisición: mi carcochita. Estaba seguro de que podría ganar algo de dinero extra con él. Después de acomodarme, decidí llamar a mi amiga Irene, la loquita. "¡Hola ñañito, ¿cómo estás?! Pensé que el huayo te había arrastrado", me dijo riendo. La invité a salir y hacer algo juntos. Ella me mencionó que ese fin de semana habría una fiesta patronal y que sus amigas la estaban invitando. Me invitó a acompañarla y le propuse llevar a Clementina. Irene aceptó sin objeciones.

    El sábado fui primero a buscar a Clementina. Subió al asiento del copiloto y por primera vez la vi tan bien arreglada. Llevaba una blusa a cuadros y unos pantalones ajustados que resaltaban sus caderas. Incluso se había maquillado y tenía un peinado agradable. Mientras nos dirigíamos a buscar a Irene, Clementina me contaba un poco más sobre ella y que estaba un poco nerviosa por volver a ver a Irene después de varios meses. Irene nos esperaba en la esquina de su casa. Nos abrazamos y luego ellas se abrazaron durante un rato. Después, fuimos a recoger a una pareja, amigos de Irene, y nos dirigimos a esa dichosa fiesta. Las fiestas costumbristas no eran algo nuevo para mí. En mi tierra, se celebraban varias durante el año. Aunque no era un gran fanático, esta vez tenía un plan que quería llevar a cabo.

    Nos divertimos hasta cerca de las diez de la noche. Clementina bebía a vaso lleno e Irene no se quedaba atrás. Por mi parte, me estaba controlando, ya que recién había obtenido mi brevete y tenía miedo de manejar estando borracho. En un momento dado, una pareja amiga de Irene comenzó a discutir y casi llegaron a los golpes. Clementina se sintió incómoda y le sugirió a Irene irnos. Ella me preguntó si quería seguir la celebración, así que propuse llevarlas a un pub cerca de mi casa, donde también podría dejar el carrito y luego "empatarme" a ellas con el trago. Nos despedimos de los amigos de Irene y nos dirigimos a mi casa. Guardé el auto en el garaje y caminamos hacia el pub. Allí empezamos a beber, pero la música resultaba un poco aburrida. Les propuse ir a mi apartamento para continuar allí. Irene aceptó sin dudarlo, aunque Clementina tenía algunas reservas. Con su clásico sentido del humor, Irene logró convencerla y compramos más bebidas antes de dirigirnos a mi habitación.

    Ahí puse música, bebimos y les invité algo de comer. Clementina estaba un poco sonrojada por el trago y se reía con Irene, ella le molestaba conmigo y así empezamos una tertulia. En un momento, la vivaz de Irene le decía que me dé un beso, pero Clementina se reía y se avergonzaba más. Yo, en plena euforia, propuse jugar a la "botella borracha". Clementina no sabía de qué trataba el juego, Irene se reía de ella y le explicó las reglas.
    Pusimos la botella en la mesa y giré la botella, cuando terminó de girar, la botella señalaba a mi e Irene. Ella se reía, pedía que se repita, y yo le contestaba que las reglas eran claras, Irene entonces se acercó y me dio un beso, yo la atraje un poco más hacia mí y nos besamos más apasionadamente. Clementina sólo miraba y se le notaba algo avergonzada, Irene entonces giró la botella y esta vez la botella señalaba a ellas dos. Clementina estaba totalmente ruborizada, Irene se reía como avergonzada, pero les dije que las reglas eran claras. Fue entonces que Irene tomó la iniciativa y se acercó a Clementina, esta cerraba los ojos y esperaba los labios de Irene, Irene la besó en los labios, sin abrir la boca. Clementina abrió un poco los labios y entonces era un beso perfecto, por mi parte yo estaba con la pinga muy parada, nunca había visto algo como eso y estaba muy excitado. Ellas continuaban besándose, yo tomé la mano de Clementina y se lo coloqué en los pechos de Irene. Irene dio un pequeño saltito y se despegó de Clementina. "Hay que seguir jugando", exclamó riéndose.

    Esta vez Clementina giró la botella y nuevamente la botella apuntó a las dos. "No vale, ahora te toca a ti y la Cleme", dijo Irene. Acepté, pero le dije que después ellas tenían que besarse como indicaban las reglas. Me acerqué despacio a Clementina y le susurré al oído "cuando te toque con ella le agarras el pecho, a ella le gusta, ya me dijo", acto seguido nos besamos por un rato. "Ahora les toca de nuevo ustedes", repliqué.
    Ellas empezaron a besarse, esta vez Clementina empezó a acariciar los pechos de Irene y parecía que a ella no le incomodaba, me acerqué por detrás de Irene y empecé a besarle el cuello, Irene con una mano acariciaba a Clementina y con la otra me acariciaba el rostro. Clementina cogió a Irene de la mano y empezó a llevarla a mi cama, y me dijo "apaga la luz mejor".

    Nos dirigimos los tres despacio a la cama, Clementina besaba a Irene con pasión, eso me excitaba aún más, sus manitas desabrochaban los botones de Irene, por mi parte yo sólo estaba detrás de Irene besándola y de cuando en cuando le apretaba el culito. Clementina estaba totalmente libre, fue ella quien le sacó la blusa y casi se abalanzó a las tetitas de Irene , los chupaba con un entusiasmo y una premura que hacía estallar mi cabeza. Parecía como si la lengua de Clementina había tomado vida propia, se deslizaba de uno a otro pezón lo cual hacía gemir de placer a Irene. El espectáculo de verlas a ambas entregarse al desenfreno de la arrechura me hizo desnudarme rápidamente, ya no aguantaba las ganas, Clementina le había bajado ya el pantalón a Irene y yo así desnudo empecé a desnudar a Clementina, Irene sólo se dejaba llevar por el placer de la boca de Clementina y mis caricias.

    Los tres echados en la cama, como animales en celo, empezamos a explorar nuestros cuerpos. Irene estaba echada en la cama con las piernas abiertas de par en par y Clementina exploraba su conchita con su lengua, los gemidos de Irene eran tenues, pero arrechantes. Clementina estaba agachada entretenida con los jugos que emanaba la conchita de Irene, por mi parte yo era un actor secundario en esta escena, y chupaba la conchita de Clementina que no se incomodaba, después de un rato me acerqué por encima de Irene y le ofrecí mi pinga erecta, ella lo engulló con satisfacción y empezó a chupármela con desenfreno. Mi pinga brillaba por la cantidad de saliva que Irene había depositado en ella, luego le ofrecí mi pinga a Clementina, pero ella sólo lo sobó con sus manos, no la chupaba. Después de un buen rato, parecía como si Irene hubiese salido de su letargo y me dijo “ñañito, cáchetala a la Cleme, yo quiero ver”, le indiqué a Clementina que se eche en la cama y ella obedeció. En esa posición del misionero empecé a penetrarla mientras Irene empezaba a chupar sus tetas. Yo la penetraba despacio, quería controlarme para no venirme, aunque era difícil. Yo no era ningún experto en tríos, había cachado varias veces y había visto varias porno en mi vida, pero aún así esa experiencia era totalmente nueva para mí y ambas hacían lo que yo les indicaba, así que tenía que dirigirlas bien para que los tres tengamos placer.

    Así seguí un rato más, Clementina gemía y cerraba los ojos mientras yo la penetraba y con sus manos tomaba la cabeza de Irene que chupaba con entusiasmo las tetas de Clementina. Me salí de Clementina y esta se quedó echada en la cama con las piernas abiertas, le pedí a Irene que le chupase la concha, Irene dudó un poco, no sabía como hacerlo, la posición era un poco incómoda, Irene no era experta llevando la iniciativa. Como sea logré que Irene se ponga en cuatro mientras trataba de chupar la conchita de Clementina, esta última empezó a gemir con más fuerza y daba como gemidos ahogados. Clementina se reincorporó un poco y así echada, apoyó uno e sus brazos en la cama y con la otra mano cogía a Irene de la cabeza, yo me reincorporé detrás de Irene y la penetré en esa posición, como era delgadita, pude aferrarme a sus caderas y empecé a penetrarla con fuerza y rapidez, escuchaba a las dos gemir, Clementina sentía las arremetidas de la lengua de Irene y ella sentía mi pinga dentro de ella, por mi parte ver el culito de Irene a mi disposición y la cara de puta arrecha de Clementina mientras gemía me hizo eyacular dentro de Irene. Me quedé un rato pegado a ella y saqué mi pinga, el condón estaba lleno, me había venido a borbotones, mi pinga estaba nuevamente flácida, pero Irene y Clementina continuaban cachando.

    Aunque agotado, yo quería seguir participando en el acto, metí mis dedos en la conchita de Irene que estaba completamente lubricada, podía meter sin problemas tres dedos, luego ellas solas cambiaron de posturas, esta vez Clementina estaba encima de Irene, como haciendo un misionero y yo jugaba con la conchita de Clementina. Al cabo de un rato ambas terminaron, Clementina se echó rendida a la cama y se quedó dormida, yo me empezaba a reincorporar y quería seguir cachando, pero Irene me interrumpió “ya esta borracha la Cleme, mejor hay que cachar nosotros nomás”, nos metimos otro polvo, sólo los dos, mientras Clementina dormía plácidamente junto a nosotros, terminamos nuevamente y así nos quedamos dormidos.

    Al día siguiente me levanté temprano, compré cosas para el desayuno mientras las dos loquitas seguían dormidas, cuando se despertaron, no hice ningún comentario, de cuando en cuando nos mirábamos y nos reíamos. Esa semana iba a ser corta, estábamos en Semana Santa y les propuse ir a Santa Rosa de Quives, Irene fue fácil de convencer, sólo Clementina tenía dudas. Luego del desayuno, las llevé a ambas a su casa, cuando Irene se bajo del auto, Clementina empezó a interrogarme, me confesó que había disfrutado la noche anterior, pero que le había gustado más hacer el amor con Irene, quería repetirlo, pero sólo con Irene, le dije que Irene no iba a aceptar un encuentro entre las dos. Irene sólo quería divertirse, mientras Clementina buscaba placer y quizá amor, le dije que, si íbamos a Santa Rosa de Quives, les iba a dejar solas un rato y que podía intentar, pero yo no podía asegurar que ella acepte. Clementina aceptó un poco dudosa.

    Ese fin de semana, nos enrumbamos a Santa Rosa de Quives, no encontramos hospedaje y seguimos hasta Canta. Ahí nos hospedamos en un lugarcito acogedor. Cachamos nuevamente, nos quedamos dos noches. Tal cual se lo prometí a Clementina, el segundo día dije que iba a llevar el auto al mecánico un rato volvía y las deje solas. No se si en mi ausencia Clementina se llegó a cachar a Irene, nunca pregunté. Sólo se que al menos por un par de días estas dos “charapitas” fueron mis putitas y los tres lo disfrutamos. De regreso a Lima las llevé a ambas, esa era la última vez que me iba a cachar a Clementina con Irene cache una o dos veces más y también desapareció de mi vida.

    Hace unos meses volví a Perú, un par de años antes, mi padre había vendido su segunda propiedad a Orlando y María. Cuando regresé a Perú, les traje unos presentes, al fin y al cabo, además de inquilinos de mi padre, habían sido también buenos amigos míos cuando vivía en Perú. Habían hecho algunas modificaciones al inmueble, incluso habían puesto una reja exterior. Cuando me acerqué me atendió una chica bonita y joven, se llamaba Esther, era de Huaraz, quizá luego escriba algo sobre ella. Me preguntó casi molesta a quién buscaba, les dije que a Orlando o María. Ella llamó a Orlando.

    Había pasado más de diez años desde que los vi por última vez, Orlando se alegró de verme y me hizo pasar, nos abrazamos y conversamos. María salió luego y me abrazo emocionada. Me invitaron a tomar desayuno y les di unos presentes. Conversamos varias horas, en un momento pregunté por Irene, María me contó que se había casado con un tipo mucho mayor que ella y que ambos administraban un puesto en Paruro y tenían dos hijos, luego pregunté por Clementina, pero María se puso seria, como si se habría incomodado y me dijo que de ella no sabía nada y se levantó de la mesa. Orlando me dijo, casi susurrando que vivía en Ventanilla y que tenía una hijita, luego agregó “vive con una chica, creo que es machona”.
     
    Última edición: 31 May 2023
    gnussi98, 31 May 2023

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    Aunque una lesbiana por más buen cache que le des siempre le gustará la mujer a pesar de tener hombre o chero
     
    luislimasjl, 2 Jun 2023

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    cempro24, 3 Jun 2023

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    Dedicate ala escritura redactas de una forma bien entretenida y con ganas de seguir leendo mas
     
    ronaldo aragon, 5 Jun 2023

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    Que buen relato cofra, gracias por compartirlo con la comunidad.
     
    TuristaNocturno, 13 Jun 2023

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    Un médico y su (nuestra) psicóloga I

    Después de regresar de Brasil, mi padre había retomado el control de sus dos propiedades. Él se había mudado con su esposa e hijos a un apartamento en la propiedad secundaria. Durante el año que estuve en el extranjero, mi padre no manejó los alquileres de la misma manera que yo. Además de encargarme de los alquileres, también ofrecía servicios adicionales, como telefonía, cable e Internet, sólo me faltaba cocinarles o prepararles el café a los inquilinos, la idea era tener más ingresos. Esto ingresos adicionales eran en su mayoría para mi padre y me permitía tener una “cutra” asegurada sin afectar el dinero de los alquileres. Mi padre se dio cuenta de que yo no solo los administraba bien, sino que también había aprendido correctamente a brindar mantenimiento a los inmuebles y a bajo costo, mejor dicho: mano de obra barata. Mi padre, casi a regañadientes, aceptó que me quedara en el pequeño apartamento nuevamente.

    Poco después de reincorporarme a mi apartamento de la azotea, Janet dejó el apartamento. Como de costumbre, comencé a buscar nuevos inquilinos y una pareja se presentó: Estefanía y Martín, ambos un par de años mayores que yo. Enrique era médico y su esposa, Estefanía, era psicóloga. Ambos eran arequipeños de pura cepa. Para establecer un vínculo de confianza, les mencioné que yo venía de un pequeño pueblo en el interior de Arequipa. Desde el principio, me agradó Estefanía. Era atenta y siempre mostraba una sonrisa amable durante nuestras conversaciones. Por otro lado, Enrique parecía un poco pedante y, diría yo, incluso arrogante, algo que he notado en muchos profesionales en Perú. Desde el principio, me hizo hincapié en lo buen profesional que era, el buen cargo que ocupaba y por poco casi llegó a decirme que yo casi me estaba sacando la lotería al tenerlo como inquilino.

    Hicimos el respectivo contrato y se mudaron poco después. En mi caso, estaba en el último semestre de la universidad y había conseguido un trabajo de medio tiempo en una empresa reconocida, en el área de proyectos de alta tensión. Mi tiempo libre era limitado y rara vez visitaba la segunda propiedad de mi padre. Ya no podía cachar tranquilamente con las empleadas de Orlando y María, ya que la esposa de mi padre siempre estaba presente en el otro inmueble. Janet ya no estaba, así que solo me quedaba buscar a antiguas amigas de la universidad o a compañeras de mi curso de alemán y si la situación se ponía muy crítica recurría al clásico Kineo. De vez en cuando me encontraba con Enrique o su esposa y teníamos alguna conversación breve.

    Desde que conocí a Estefanía, me sentí atraído por ella. Era de estatura mediana, con el cabello largo y ensortijado. Tenía una piel color capulí, parafraseando a Vallejo, con pequeñas pecas, siempre parecía estar radiante, lo cual demostraba que se cuidaba mucho. Siempre emanaba un aroma a perfume caro y generalmente vestía con elegancia. Era delgada, con pechos pequeños, y me encantaba cómo se veían sus caderas cuando usaba vestidos para ir a trabajar. Su mirada era profunda y me resultaba encantadora. Le gustaba hablar con palabras rebuscadas, eso me generaba algo de morbo. Cada vez que teníamos conversaciones serias o profundas, ella dirigía la mirada al techo, lo cual me generaba cierta excitación. Por su parte, Enrique intentaba ser amable, pero su arrogancia hacía que quisiera agarrarle a patadas.

    Estefanía trabajaba en el área de Recursos Humanos de una reconocida empresa transnacional en Perú. Habíamos desarrollado la costumbre de hablar sobre libros cada vez que nos encontrábamos. Ella era una ávida lectora, mientras que yo sentía cierta fascinación por la literatura peruana y, por alguna extraña razón, también por la literatura rusa. En cada encuentro, conversábamos animadamente sobre los libros que estábamos leyendo y nos formulábamos numerosas preguntas. Además, cuando viajaba por trabajo, ella se encargaba amablemente de cuidar mis plantas en la azotea y siempre me comentaba lo mucho que disfrutaba hacerlo. En ocasiones, nos invitábamos mutuamente a compartir una comida o una bebida en mi apartamento, y otras veces nos reuníamos de la misma manera en el suyo.

    En cierta ocasión, Martín me invitó a su apartamento, me dijo que iba a celebrar su cumpleaños y había invitado a varios colegas y conocidos, casi me dio a entender que yo tenía mucha suerte de poder asistir a tan magno evento. Sin hacerme problemas, acepté su invitación gustosamente y tal cual lo acordamos me presenté el día indicado.

    Durante la celebración del cumpleaños, me encontraba rodeado de sus colegas, quienes emanaban una mezcla de arrogancia y pedantería en sus conversaciones. Aunque me esforzaba por encajar en ese ambiente, mi atención se desviaba constantemente hacia Estefanía, quien parecía ser la única luz en medio de tanta vanidad. Decidí alejarme un momento de aquel grupo y me acerqué a ella, buscando refugio en una conversación más íntima. Nos sumergimos en un diálogo apasionante, intercambiando risas y compartiendo anécdotas. Ese día Estefanía estaba con conjunto levemente escotado. Pude notar las pecas en sus pechos, eso me excitaba, pero sabía que no era buena idea intentar nada. La sociedad arequipeña es bastante conservadora, y Estefanía no era la excepción, por ende, trataba siempre de ser amable con ella, pero sin llegar a ningún tipo de insinuación. En un momento de confianza, Estefanía me reveló un secreto: tanto ella como Martín habían considerado la idea de viajar a Brasil para cursar un postgrado. Sin darme cuenta, esbocé una sonrisa inconsciente, pues no podía evitar recordar mi propia experiencia allí. Compartí con ella que había estado en una oportunidad por allá. Estefanía se mostró sorprendida ante esa faceta desconocida para ella, dejando escapar un suspiro de admiración. Era una faceta desconocida en mi historia que había mantenido oculta durante meses, a pesar de los variados temas que habíamos tocado en nuestras conversaciones.

    Ella, curiosa por conocer más, me preguntó qué había hecho en Brasil. En ese instante, una corriente de memorias y vivencias contradictorias se agolpó en mi mente. Recordé cada uno de los romances efímeros, los encuentros furtivos, arrechos y el desorden inolvidable que caracterizó mi experiencia por aquellas tierras. Sin embargo, opté por compartir una versión más pulida y respetable, mencionando que mi estancia había estado centrada en aspectos académicos y profesionales. A veces, la persuasión de las convenciones sociales se torna necesaria para ocultar las perversiones que uno ha experimentado.

    Mientras la música y las risas de los colegas de Martín resonaban en el fondo, nuestra conversación se volvió un oasis de conexión genuina. Olvidé por un momento la vanidad que me rodeaba y me sumergí en la complicidad que compartíamos. Le comenté, según mi punto de vista, las posibilidades que Brasil ofrecía, le comenté lo que podría aprender y cuan beneficioso podría ser para ambos desde el aspecto netamente académico. En ese instante, sentí que algo especial se estaba fraguando entre nosotros, una complicidad que trascendía las meras conversaciones sobre libros y prometía llevarnos a lugares inexplorados, tanto en el ámbito personal como emocional.

    Debido a mi carga laboral y estudiantil, volvía a casa sólo a dormir, por todo eso, Estefanía y yo sólo podíamos conversar a través de una aplicación de chat, en aquel tiempo los Blackberry se hicieron muy populares. A pesar de que siempre estaba agotado u ocupado, me daba tiempo para responder o reaccionar a las distintas dudas y curiosidades de ella.

    Un día, bajaba corriendo las escaleras, presuroso por llegar a mi clase de alemán. Mientras descendía, inmerso en mis pensamientos, me topé de frente con Estefanía, quien parecía confundida al ver el libro de alemán que llevaba en mis manos. Me preguntó el motivo de mi interés en aprender ese idioma, le comenté que estaba aprendiendo alemán porque tenía planes de viajar allí una vez que terminase la universidad y escriba la tesis para el título. Al escuchar mis palabras, Estefanía mostró una mezcla de sorpresa y desilusión en su mirada. Supe, en ese preciso instante, que había cometido un error al no compartir mis planes con ella. Me recriminó sutilmente por mi falta de sensibilidad al ocultarle mis intenciones, pues ella creía que éramos amigos y yo resultaba ser demasiado reservado.
    Intenté explicarme, pero el tiempo apremiaba y tenía que llegar a mi cita. A pesar de ello, pude percibir en su mirada y en sus palabras una dosis de decepción que me resultaba dolorosamente familiar. Ya había decepcionado a muchas personas en el pasado, y ahora había agregado a Estefanía a esa lista. Comprendí que había perdido la confianza y la conexión que habíamos forjado. Sabía que debía aprender de este doloroso encuentro y enfrentar mis propios miedos e inseguridades si deseaba mantener cerca a las personas que realmente me importaban. Pero, por otro lado, no quería involucrarme con nadie, mucho menos con ella, que era una mujer casada.

    No recibí mensajes de ella por varios días, tampoco me la topé ni por casualidad. Un día me llegó un mensaje al teléfono, era un mensaje que contenía la amarga decepción de Estefanía hacia mí, hacia nuestra amistad. Sus palabras eran como dardos que atravesaban mi pecho, recordándome todas las confidencias que había compartido conmigo a lo largo del tiempo, algunas tan personales que rozaban la intimidad sin llegar a lo sexual. Me sentí abatido, angustiado. Esa noche no pude dormir, y en medio de la oscuridad, la idea de escribirle una carta a mano germinó en mi mente. Tomé lapicero y papel, dispuesto a desnudar mi alma y explicarle el motivo de mi aislamiento, el laberinto de mis emociones y el viaje que había planeado. Con cada trazo, intenté transmitirle mi admiración por ella, tanto en su faceta personal como profesional. Cada recuerdo compartido se convertía en tinta sobre el papel, cada detalle que atesoraba en lo más profundo de mi memoria salía a la luz. Le conté que fue por ella, y solo por ella, que acepté que ambos se quedaran en el departamento desde aquella primera vez que nos vimos.

    En mis letras, no pude evitar plasmar la gracia que me provocaba su peculiaridad: mirar al techo cuando trataba un tema importante, los adorables hoyitos que se formaban en su rostro al sonreír, su adicción a las galletas soda con mantequilla. Hilaba mis palabras que expresaban la importancia que tenía en mi vida y cómo cada instante compartido era valioso. Mi intención era escribir una o dos hojas, pero cuando finalmente dejé de escribir, descubrí que había llenado más de veinte hojas con mi letra temblorosa. Con cuidado, guardé la carta en mi mochila, esperando el momento propicio para entregárselas. No pasaron muchos días y un día nos cruzamos, le ofrecí las cartas, pero antes le hice prometer que tendría que destruir la carta para evitarnos problemas a ambos, en sus ojos noté una curiosidad como de niña y me marché.

    Estefanía me escribiría luego un mensaje que había “adorado” mi carta y aceptaba mis disculpas. Ella era la única que sabía mis planes de migrar, nuevamente, al extranjero. Un día mientras subía las escaleras a mi apartamento me encontré con ella, estaba decaída, le noté una expresión de tristeza, me contó que tenía problemas con Martín, al parecer había una tercera persona en la relación de ellos. Al mismo tiempo me confesaba que no había destruido la carta, como se lo pedí, sino la había enviado a casa de su hermana en Arequipa. Me dijo que había tomado fotos a la dichosa carta y todas las noches la leía antes de dormir. Me confesó que ni siquiera su esposo se había expresado nunca de la forma en que yo lo había hecho. En ese instante pensé: “ya la cagué de nuevo”.

    Estefanía se acercó a mí, quería besarme, yo quería voltear el rostro, no porque no me gustara, sino por que había hecho un esfuerzo enorme para desarraigarme de cualquier tipo de sentimentalidad que me uniera a Perú antes de mi partida, pero ¿quién podía negarse a un beso de una mujer con esas cualidades y belleza excepcional? Nos besamos apasionadamente, sentir el aroma de su boca y sus labios delgados, era un éxtasis. Nuestras lenguas se envolvieron por un buen rato, hasta que ella se despegó de mi y empezó a llorar, sin decir nada me dio la espalda y siguió su camino.
     
    gnussi98, 16 Jun 2023

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    Un médico y su (nuestra) psicóloga II

    Aquel año hubo mucha convulsión en Perú. El país se estremecía con el trágico eco del asesinato de una cantante folclórica y el mundo entero lloraba la muerte del rey del Pop. Estas serían las últimas noticias que recordaría de Perú. Por otro lado, había terminado la universidad sin pena ni gloria y conseguido un trabajo que me permitía al menos comer de vez en cuando un menú de diez soles sin sentirme culpable. A la par de los acontecimientos en mi rutinaria vida, escribía al caballazo mi tesis de grado, procurando evitar, a toda costa, los encuentros fortuitos con Estefanía, un constante recordatorio de un capítulo que prefería enterrar.

    Cierto día mientras conducía en busca de una amiga, vi saliendo a Martín de un Hotel en la Marina y no precisamente con Estefanía. Por más que me caía mal, mi código varonil no me permitía contárselo a Estefanía, por mucho que apreciaba nuestra amistad y hubiese sido, quizá, el detonante para poseerla. Dejé pasar por alto esa escena y continué con mis planes.

    Justo cuando completaba mi tesis, recibí una noticia que cambió mi panorama: una plaza para realizar una maestría en una universidad alemana, a la que me había postulado. El timing coincidió de manera sorprendente. En medio de mi ocupación, debía tramitar un préstamo a través de la "Pronabec". Además, enfrentaba la tarea de comunicar a mi padre mi decisión y también poner en orden los asuntos inmobiliarios que hasta entonces había estado manejando. Mi padre no estaba de acuerdo con mi idea, él decía que “en vez de irme al extranjero a limpiar baños y vivir una vida miserable, era mejor quedarse en el país y desarrollarse de manera profesional, sacando provecho a lo aprendido”.

    Por otro lado, tenía que comunicar a los demás inquilinos que mi padre y su esposa se iban a hacer cargo de sus inmuebles. Sólo les dije a Orlando y María que me iría por un tiempo al extranjero y lo mismo con Estefanía y Martín. Mientras le transmitía la noticia a Estefanía de mi inminente partida del país, percibí una sombra de tristeza en su mirada, en cuanto a su esposo, me aseguró que le parecía un desperdicio de tiempo irse a un país desconocido a ganar un par de soles más, “un buen profesional hace dinero sin necesidad de limpiar baños en el extranjero”, me dijo, medio en broma, medio en serio. No le presté atención. Sólo podía ver a Estefanía que tenía un semblante algo triste en su mirada.

    Pocos días antes de mi partida, salí a almorzar con dos excolegas de mi trabajo. Unos meses antes había tenido una aventura con mi colega, aunque era casada, nos habíamos escapado a un hotelcito luego de una celebración por el aniversario de la empresa. Fuimos a un restaurant de esos medios “Fancy” en uno de los distritos más “pitucos” de Lima. Ahí estuvimos en medio de risas y conversación coloquial. En ese lugar, me encontré con Estefanía, rodeada también de sus colegas. Vestía un traje sastre azul con una falda que dejaba al descubierto sus curvas, sin ser demasiado ajustado. El saco a juego completaba su atuendo elegante.
    Su cabello estaba recogido y unos tacones altos realzaban su estatura. En ese momento me pareció tan deliciosamente arreglada, en mi mente la dibujaba como una ejecutiva de mi propia película erótica. Intercambiamos miradas cargadas de significado, aunque solo nos brindamos un saludo cordial con la mano. Estefanía irradiaba una sensualidad fascinante en su atuendo de oficina. No pude evitar seguir su figura con la mirada. Al salir del restaurante, Estefanía giró la cabeza ligeramente, quizás buscando encontrarse con mi mirada. Era evidente que se percató de que no le había apartado los ojos de encima hasta que le perdí de vista.
    Habíamos planeado quedarme con mi colega luego del almuerzo, ella quería darme un “regalo de despedida”, acepté gustoso la proposición. Despedimos al otro colega y nos arrancamos a un hotel cercano. Mi excolega, sabía cómo despedirme, cachamos rico hasta el término de la jornada laboral, luego nos despedimos.

    Había pensado en buscar a cuanta amiguita pueda y hacer mi propia despedida los últimos tres días que me quedaba en Perú. Ese día regrese a mi apartamento, mis maletas ya estaban hechas. No tenía casi posesiones ni mucho menos gran cosa que llevar.
    Estefanía llamó a mi puerta. Llevaba el mismo traje que le había visto en el día, estaba un poco agitada. Se había soltado el cabello, inevitablemente, mi mente la imaginaba, nuevamente, como una ejecutiva erótica; una entidad erótica que desafiaba los límites de lo convencional. Me dijo que venía a despedirse de mí, luego no iba a tener tiempo. La invité a pasar y conversamos un poco. Me preguntó sobre mi itinerario y si me sentía acongojado por mi partida. Le confesé que estaba un poco asustado, no sabía perfectamente lo que me esperaba, le dije que dos años pasaban rápido y luego regresaría a Perú. Quería volver a Arequipa y conseguir un trabajo allá, de cualquier forma, estaba seguro de que no quería pasar el resto de mis días en Lima, a pesar de que aprendí mucho allí, siempre me aterró.

    Estefanía me confesaría que ellos también habían pensado volver a Arequipa, pero el trabajo les impedía llevar a cabo esa labor. Lentamente empezamos a recordar pequeñas historias y anécdotas de todo el tiempo que habíamos formado esa amistad cómplice. Ella recordó la carta que le escribí y me preguntó si había pensado en lo que había sucedido entre nosotros un tiempo atrás. Le dije que cada día pensaba en ello. Ella me quedo mirando un largo rato, su mirada temblorosa me miraba fijamente. Le tomé la mano y ella me miraba acongojada. “Soy casada, esto no está bien”, me susurró. Le acaricié el rostro, con algo de miedo y se acercó un poco más a mí. No pudimos con el deseo y nos besamos. Yo besaba su rostro, su perfume me enloquecía, Estefanía me susurraba que parara, “tengo miedo de continuar”, me repetía con una voz entrecortada. Mi mente estaba nublada por su aroma y por mi deseo irrefrenable de hacerla mía. Su lengua era suave y jugaba tímidamente con la mía.

    Despacio nos pusimos de pie y le fui quitando primero el saco que llevaba, Estefanía no se oponía, su mirada brillaba y sentía una leve tristeza que se iba convirtiendo en excitación, en arrechura pura. Mis manos desabrochaban su blusa y me encontraba con una vista fascinante de su brasier con encaje. Le besaba los pechos por encima del brasier, ella arqueaba su cabeza hacía atrás y empezaba con un leve gemido de placer. Sus manos apenas tocaban mi cuerpo, temerosas. Empezaba a acariciarme el rostro mientras mis besos exploraban su cuerpo.

    Mi mano traviesa y curiosa empezaba a desabotonar su falda. Y luego, casi al filo de mi cama, su falda caía y Estefanía me regalaría una hermosa vista. Puedo imaginar la cara de cojudo que tenía, cuando ella me preguntó si me sentía bien. Me quedé adormecido, mirándola fijamente, sin moverme siquiera. Estefanía llevaba puesto un portaligas, liguero o como quiera que se llame esa lencería. Alguna vez en mis recorridos por los puteríos limeños había visto alguna Kine con esa lencería puesta y, claro, además en la infinidad de pornos en mi haber.

    Ver a Tefa con esta prenda me llevó a imaginar distintos escenarios. No sabía si llevaba esta prenda regularmente o era algún regalo de despedida. El color de su conjunto era negro completamente, el contraste de esa lencería y su piel capulí hacía que mi pinga se ponga dura. Quería que el tiempo se detenga en ese instante. Le pedí a Tefa que no se moviera, quería saborear cada centímetro de su cuerpo con esa prenda. Ella estaba ya excitada y me cogía los cabellos mientras que yo de rodillas husmeaba cada rincón de su cuerpo. De a poco me reincorporé y le quité el brasier, mordía sus pezones y ella emitía pequeños sonidos casi sordos de excitación. Le dije que no se quité el resto de la lencería, quería poseerla con esta puesta. Sólo puse esta tanguita de encaje de costado y me embriagué con el aroma y el sabor de su conchita. Estefanía tenía la conchita rasurada, sus pelitos me rascaban el rostro agradablemente mientras le introducía la lengua y me emborrachaba con su sabor.

    Era riquísimo penetrarla mientras ella se abrazaba a mí con lujuria. Me movía sobre ella cada vez más rápido, nuestros cuerpos danzaban a la par y ella terminó con un corto aullido. Se fue rápidamente al baño y salió con la blusa puesta. Me pidió ayuda con el vestido. Y nos despedimos. Me contó que Martín tenía guardia y no se aparecería toda la noche, le pedí que se quede, pero no aceptó, me brindó un beso de despedida y se alejó de mí. Ese sería el último polvo que me tiraría en mi pequeño apartamento. Sería la última conquista que visite ese lugar y mi cama. Algunas conquistas visitaron ese cuartito, no sé si muchas.

    Unos días después empezaba una nueva aventura en el extranjero para mí. M padre había viajado, me fui sólo al aeropuerto. Casi como en una película o una novela turca, Estefanía me dio el encuentro en el aeropuerto, estaba con su prima. Un regalo aguardaba en sus manos: un ejemplar de Murakami, un universo literario que sería mi compañero en las alturas del viaje. "Ábrelo mientras estés en el avión", me encomendó, depositando más que un libro en mis manos.
    El abrazo de despedida se tejió con hilos de complicidad y camaradería. Lima quedó atrás, como un capítulo de una historia ya narrada. Dentro del avión, el libro se abrió, pero no solo las páginas de Kafka en la Orilla se revelaron ante mis ojos; también emergió una carta escrita con el trazo de Estefanía, una carta que sigo atesorando como un tesoro que el tiempo no desvanece.

    Pasaron casi cinco años desde esta despedida, nuestra comunicación cada vez era menos. Mi presencia había encontrado un hogar en la tierra alemana, y en mi corazón habían germinado amores fugaces que danzaban como estrellas errantes en el firmamento nocturno. Entonces, un mensaje parpadeó en la pantalla de mi vida: "Me voy a España", sus palabras resonaron en mi ser como un susurro del destino. La transnacional en la que trabajaba le estaba enviando por diez días a un Workshop. Acordamos vernos y tomé un vuelo a Barcelona. Ella había llegado una semana antes, la vi con un abrigo largo, era invierno, sin detener los impulsos que nos dominaban, nuestros labios se buscaron en un beso ardiente, como si la vida misma se aferrara a ese instante. Las miradas de desconocidos se desvanecían ante nuestra intensidad compartida.

    Un cuarto matrimonial en el barrio gótico nos aguardaba, y en ese espacio nos sumergimos sin titubeos. Esta vez, no había lugar para pesares ni sombras; solo existía el deseo crudo y ardiente, como un fuego que no se puede sofocar. Nos desnudamos como si de eso dependiese nuestra vida, exploré, después de todo ese tiempo, cada zona erógena de ella. Estefanía no perdió el tiempo y se atragantó más de una vez con mi pinga erecta. La primera vez que cachamos apenas si hicimos una pose. En esta ocasión, la urgencia y el conocimiento compartido nos llevaron por senderos inexplorados. Los cuerpos se entrelazaron como si el tiempo no hubiera transcurrido, como si ese tiempo ausente hubiera sido solo un parpadeo. Mis casi treinta años y el cúmulo de experiencias me guiaron en la danza, mientras Estefanía ansiaba saborear cada matiz que yo había aprendido. En ese hotel en Barcelona me sentí un “mataor”, corte rabo y oreja. No me gusta vanagloriarme, pero estoy convencido que hice una faena extraordinaria, creo que el resto de los huéspedes debieron haberme sacado en hombros.

    Paseamos por la ciudad como una pareja de enamorados, nos besamos en cada rincón que pudimos y volvimos nuevamente a ese hotel a seguir cachando. Yo había estado casi cinco años alejado de mi patria, casi sin hablar mí idioma, apenas si conocí algún paisano en todo ese tiempo. En ese abrazo íntimo con ella, encontré la sensación de hogar que creía haber perdido en mi travesía lejos de la tierra que me vio nacer.

    Estefanía, la chica de piel capulí y mirada segura se volvió a casar algunos años después, aún mantenemos cierto contacto, tuvo dos hijos con su actual esposo, nuestras vidas habían tomado rumbos divergentes, pero una conexión especial, una resonancia en el alma, se negaba a desvanecer.
     
    gnussi98, 17 Ago 2023

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    Luman, 18 Ago 2023

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    #38
    A gnussi98 y grindo doido les gusta esto.

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    Una redacción digna de un libro. Excelente cofra.
     
    Josephsen, 18 Ago 2023

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    #39
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    La señora Ofelia (parte 1)

    Los veranos limeños han tenido siempre una sensación especial desde que llegué a esa ciudad. Descubrir las diferentes playas que besan la línea capitalina me dejó cautivado, enardecido por la libertad que el océano brinda como un regalo sin fronteras. En aquel verano llevaba un par de cursos en la universidad y estaba terminando mi curso de inglés, tenía un poco de tiempo libre para cachuelearme más y disfrutar del verano limeño.

    En un día saturado de sol y arrebato, aconteció que la señora Ofelia llamó al timbre. Estaba buscando un lugar para vivir junto sus dos hijos. Se veía de mediana edad, un puente cruzado hacia la cuarta década, desplegaba una belleza singular, un cuerpo curvilíneo que invitaba a la mirada, y un acento marcado que delataba sus raíces selváticas con la musicalidad de su habla. Le mostré un apartamento vacío, y ella, a su vez, me confiaba su vida junto a sus hijos. La mayor estaba terminando el colegio, me comunicó con una mezcla de orgullo y nostalgia.

    La señora Ofelia quedó encantada con el apartamento, pero como en toda narración, el inconveniente se erige como un peón en el tablero. El precio, en su opinión, era demasiado caro para ella. Reveló, entre confidencias, que su esposo trabajaba en España y venía a Perú dos veces al año. "Hágame una rebajita joven", pronunció con ese dejo charapa que enloquecería a cualquier varón. En mi mente, tejía cálculos vertiginosos, sopesando la situación. La doña estaba bastante apetecible, ya le había hecho un “estudio técnico” mientras le mostraba el lugar, aunque la imagen de la señora Ofelia avivaba mi instinto de querer cachármela, el balance costo-beneficio pintaba un cuadro menos seductor. Sus ojos, verdes como aceitunas, suplicaban una decisión diferente, pero a pesar de sus artes persuasivas, pude controlar por un rato las hormonas de la arrechura juvenil, erguí mi vara moral (aunque mi otra vara también estuviese erguida) y objeté con voz temblorosa: “con mucho gusto lo haría, pero yo sólo soy un empleado más en esta casa”.

    Sus hijos habían cambiado de escuela y por eso ella buscaba un lugar cercano. Le recomendé entonces la casa de a lado, los vecinos también alquilaban apartamentos y habitaciones. De cualquier forma, le pedí su número, “voy a hablar con el dueño, si acepta la rebaja y le hago saber”, le advertí. Así pude obtener los datos de ella. Agregué que en caso el vecino le pidiera referencias, con gusto diga mi nombre, el vecino, don Manuel, era un conocido mío.

    Al cabo de un par de días, me encontré con el vecino, me pregunto si la conocía. Le contesté afirmativamente. Ese mismo día en la noche, recibí dos mensajes misios, en ese tiempo era el tipo de mensajes que alguien recibía cuando el emisor no tenía saldo suficiente para hacer una llamada. Sin mucho reparo le llamé para saber las novedades. En el otro extremo, la señora Ofelia agradecía el gesto.

    -Gracias joven, ya conseguí el apartamento en la casa de su vecino-
    -Un placer señora Ofelia-
    respondí, acogiendo el espíritu de aquella pequeña victoria.
    -Ahora vamos a ser vecinos, ¡di! - afirmó con esa efervescencia chispeante, propia de su encanto charapa.

    Le propuse de inmediato vernos para conversar y quizá beber algo. Ella estaba un poco indecisa, entonces agregué:

    -Tengo un vinito hecho en casa. Mi tía me lo ha enviado de mi tierra y quizá podemos picar un quesito serrano también hecha por mi tía allá en la sierra-
    -Ay joven, me agarra en mi punto débil, los productos de la sierra son ricos ja ja ja-
    respondió, y su risa resplandeció a través del auricular.

    Quedamos que iba a venir al día siguiente en la noche. Ese día me alisté y alisté todo, en caso salga el polvo esperado, no me gusta subestimar nunca a las mujeres. Algunas veces se suele quemar el pan en la puerta del horno, decía un viejo dicho. Sin embargo, tenía la certeza que ese día iba a cacharme una charapita más en vida.
    La Señora Ofelia llegó y empezamos con el típico ritual de conversaciones, risas e infidencias. De a poco empezaba a acercarme a ella, esta vez la veía arreglada y con un aroma suave a colonia femenina. Tenía puesto un jean que le ajustaba a la figuraba y se le veía las piernas contorneadas, además ese día había venido con un escote agradable que dejaba ver sus pechos blancos y apetecibles. Me fui acercando lentamente a ella, como manda las convenciones en ese tipo de situación.

    Cuando estaba a punto de robarle un beso, ella me puso delicadamente su mano en mi rostro. “No ñañito, ¿qué piensas hacer?”, no te confundas”, me increpó. Le cogí la mano con la mía y la quedé mirando sin decir palabra. Ella agregó:-“eres muy chibolo para mí, me gustan los mayores”-. -“¿Qué es lo que puede hacer alguien mayor que yo no pueda?”-, pregunté, aun cogidos de la mano. La señora Ofelia soltó una risita pícara, y refutó de inmediato: “yo soy charapa y a mi me gusta que me cumplan bien, ¿podrás?”. Llevé su mano a mi entrepierna, yo estaba completamente excitado y mi pinga dura como un pedazo de hueso. “Podemos intentarlo, ¿no?”, le dije y le sonreí. Ella me respondió con otra sonrisa y empezó a apretar de a pocos mi pene sobre el pantalón. Ya sin ninguna reserva me dijo: “¡cómo me haces antojar!”. Me acerqué de nuevo a ella y esta vez si correspondió a mis besos, mientras su mano continuaba acariciando sin reparó mi pinga erecta.

    No dirigimos comiéndonos a besos a mi cama. De a poco empezaba a desnudarla, sus pechos grandes aparecían ante mí. Ya estaban algo caídos, pero aún así seguían siendo apetitosas, sus pezones grandes y marrones entraban y salían de mi boca, mientras mi mano desabrochaba su pantalón. Ella por su parte, me había desabrochado el pantalón y su mano jugaba traviesamente con mi pinga. No quedamos desnudos. Los labios de su concha estaban algo salidos, pero no me inmuté en chupárselos y veía que cada vez que los chupaba se abrían más mostrándome su clítoris. Tenía la conchita rasurada, pero se notaban los pelitos que raspaban alegremente mis labios. La señora Ofelia no permanecería quieta mucho tiempo, sin decir palabra de agachó también a chuparme la pinga con esmero y dedicación. Cachamos de perrito y luego con sus piernas en mi hombro y me vine en sus tetas. Ella cayó rendida, yo, a mis veinte años, no demoré ni cinco minutos en reponerme. “Mira cómo me pones”, le dije sonriendo.

    Como si ella no quisiera dejar la oportunidad, se abalanzó sobre mi y me montó. ¡Qué rico se sentía! Seguimos cachando por un buen rato más. Me dijo que no podía quedarse, tenía que ir a ver a sus hijos, no le objeté, había cumplido su misión a cabalidad. Además, había tiempo para otro polvo luego.

    La señora Ofelia pasó por mi cama una vez más, luego vendría, como de costumbre, su esposo de viaje. Sin embargo, había una sorpresa más con la que no contaba.

    Cierto día mientras fumaba un cigarro en la azotea y cavilaba alguna idea o fantasía, siento una voz que me dice, “flaco, invítame un fallo pues”. Volteé la cabeza y miré a lo alto la casa del vecino. Vi una chibola, con uniforme escolar que me decía esas palabras. Pensé: “¿quién se ha creído esta chibola?”, y la chibola encima agregó: “¿o le digo a mi papá que mi vieja te visita de noche?”, y se cagó de risa.
     
    Última edición: 21 Ago 2023
    gnussi98, 21 Ago 2023

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