Crónicas del Placer Una aventura en la oficina

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Biblioseven, 2 May 2022.

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    Les comparto mi primer relato que se circunscribe más en la literatura comercial. Espero les guste. Saludos

    Primera parte: El sueño

    Era de muy noche, la habitación estaba completamente a oscuras (por obra y gracia de un apagón), y no se escuchaba ningún ruido cuando apareció ella: una silueta delgada, de un busto mediano y erecto, poseedora de un generoso trasero y una cabellera que caía hasta sus hombros se aproximó hasta Sebastián que dormía plácidamente de costado. Como si fuese un espectro se acercó sigilosamente con movimientos suaves a través de las sábanas hasta llegar al rostro de aquel hombre que recibió un ósculo suave en la mejilla que lo despertó.

    No era terror lo que sintió Sebastián en aquel momento al descubrir el rostro de aquella mujer joven sino una paz que no había sentido desde hacia mucho tiempo. En aquellos segundos en que tenía a aquella mujer frente a frente podía apreciar la belleza de sus ojos pardos en la cual -como si de un espejo se tratase- podía verse reflejado, así como podía apreciar la fineza del cutis de la desconocida y su nariz respingada.

    Pronto sintió que su sangre circulaba más deprisa y de pronto sintió que sus manos ya tocaban la cintura de aquella mujer embutida en un vestido blanco de encaje. “¡Que guapa es!” pensó para sí. Poco a poco -como si de un gigante dormido se tratase- su miembro se irguió hasta tener la dureza de un fierro candente. Las sensaciones que se apoderaron de él, el tacto de la piel y el olor de perfume de aquella fémina lo dejaron descolocado y poco a poco paso sus manos no solo por su cintura sino también por toda la espalda y su prominente trasero. Sintió que estaba en la gloria. Los dos se miraron fija y tiernamente y, sin mediar palabra alguna, dirigieron sus labios el uno al otro. Un ósculo se completó, un ósculo profundo, pasional y seco los envolvió. Sebastián no quería que ese momento terminara, nunca lo habían besado así. Cuando abrió los ojos se dio cuenta con incredulidad que la joven mujer no estaba por ninguna parte y el reflejo del sol envolvía su habitación. Ya era de mañana y todo Había sido un sueño.

    ***​
    Cuando iba de camino al trabajo, Sebastián se preguntó que había sido todo aquello. Aunque los sueños y pesadillas habían estado presentes desde que tenia uso de consciencia, jamás había tenido un sueño tan realista como aquel. Al tratar de recordar el rostro de aquella joven mujer cayó en la cuenta de que se parecía mucho a una muchacha que hacía dos semanas había llegado al trabajo. Ella era una joven asistente adscrita al departamento de logística cuya inmaculada belleza le había impresionado cuando la presentaron.

    - Mi nombre es Alexandra, mucho gusto. – dijo la nueva muchacha.

    - El gusto es mío. Bienvenida. Me llamo Sebastián – dijo él al tiempo que le daba un beso en la mejilla y la miraba a través de sus gafas de montura gruesa que escondían unos ojos pardos preciosos.

    Pero cuando ella se alejó para presentarse a sus demás compañeros de área, no pudo evitar observar de reojo la belleza de su prominente derrier que envuelto en un pantalón negro poseía un aire de sensualidad y encanto.

    Alexandra, más allá de sus encantos físicos, poseía una personalidad agradable y alturada. Dotada de una amabilidad, una paciencia infinita y una simpatía a la cual sus semejantes les era difícil resistirse. No había por tanto en la oficina quien tuviera una opinión desfavorable sobre ella, todo lo contrario. Y por esas virtudes corpóreas y espirituales, no faltaron aquellos hombres que se acercaban a ella bajo cualquier pretexto para sonsacarle conversación. Pero Alexandra era ágil y sutil, detectaba las verdaderas intenciones de sus corazones y los rechazaba con elegancia y sutileza creando un muro invisible que poco a poco los varones de la oficina aprendieron a respetar. Pero había un solo hombre en toda la oficina que no parecía haber caído ante sus encantos, que no le había hecho alguna conversación casual o la invitara a comer a algún lugar elegante: Sebastián.

    ***​

    En realidad, desde que la presentaron aquel radiante día de abril, Sebastián no había perdido de vista a aquella muchacha. Estaba en sus pensamientos, en las agradables horas de almuerzo con sus compañeros del trabajo, en las puestas de sol que veía al salir del trabajo, en la soledad de su habitación por las noches y, más recientemente, en aquel sueño vivido. Quería conocerla, conversar con ella, invitarla al café más elegante a charlar distendidamente pero su timidez, aquella que convivía desde su niñez, era mayor.

    En estas últimas cavilaciones, Sebastián se miraba en el espejo de su habitación y observaba en él a un hombre anodino, sin mucho encanto que, en su opinión jamás atraería la mirada de una mujer como Alexandra. “Es una pérdida de tiempo” pensaba para sí mismo. “¡Como esperar a que ella se fije en mí! No dispongo de grandes sumas de dinero, ni siquiera de un auto, apenas de algunos libros. Es una tontería pensar siquiera en conversar con ella ¿Qué lograría?” siguió pensando para sí. Además, había sido testigo de cómo los muchachos de la oficina eran rechazados por ella lo cual reafirmo sus ideas. Sin embargo, la realidad no estaba tan alejada cómo él lo veía. El tiempo le haría ver las cosas de una manera distinta y que en realidad poco conocía sobre la verdadera mentalidad de Alexandra.

    ***​

    Por aquellos días soleados, el responsable del almacén, que siempre se había jactado de gozar una salud envidiable, había enfermado. Cómo la posición no podía quedar ausente por mucho tiempo, Alexandra se presentó como voluntaria ante sus superiores en la responsabilidad de tomar las riendas del almacén como coordinadora interina. Alexandra que practicaba los deportes desde joven y poseía un cuerpo trabajado, tomo con gusto aquella tarea. Sin embargo todo tenía un límite. Un viernes por la tarde -pocos minutos antes de la salida- una llamada llegó al teléfono fijo de Sebastián.

    - Buenas tardes. Habla Sebastián ¿En que puedo ayudarlo? – dijo Sebastián al contestar la llamada.

    - Hola, Sebastián. Buenas tardes. Soy yo, Alexandra ¿Puedo pedirte un favor? – dijo Alexandra con un tomo amable y agradable.

    - Si, dime ¿En qué te puedo ayudar?

    - Necesito que me ayudes a ordenar algunos ítems en los estantes. He hablado con el señor Pérez -tu jefe- y me ha dicho que no había problema en que puedas ayudarme siempre y cuando no estuvieras atareado en tu día a día. Dime ¿puedes ayudarme en estos momentos?

    En fracciones de segundo Sebastián pensó en las tareas que le quedaban pendientes y tomo conciencia que aquella tarde no había mucho movimiento ni tareas pendientes.

    - Deacuerdo, no hay problema, Alexandra. Iré allí en un momento.

    - Muchas gracias, Sebastián. Aquí te espero – dijo Alexandra desde el otro extremo. Su voz sonaba jubilosa y con un dejo de gratitud.

    - De nada.

    Sebastián colgó el teléfono. Su corazón le palpitaba, era la primera vez que Alexandra le llamaba desde que había comenzado a trabajar en la oficina y, por otra parte, al parecer iban a estar solos pues recordaba que en sus esporádicas visitas al almacén el responsable por lo general estaba solo. Apagó su computadora y bajó por las escaleras al primer piso rumbo al almacén.

    Continuará...
     
    Biblioseven, 2 May 2022

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    Esta bien, algo diferente para el grupo, no todo es ir defrente a la lucha cuerpo a cuerpo
     
    louis72, 2 May 2022

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    Gracias por sus palabras estimado. Me anima a colocar la siguiente parte. Saludos.
     
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    Aquí continuo con el relato.

    Segunda parte: El almacén

    - Hola, Sebastián. Pasa, adelante. – le dijo Alexandra al abrirle la desvencijada puerta.

    - Gracias. -respondió Sebastián.

    Alexandra, en opinión de Sebastián, estaba bellísima aquella tarde. A pesar de que sus cabellos estaban fijados en una cola de caballo y embutida en un traje azul que le cubría del cuello hasta los pies, esto no impedía que pudiera reflejar la fineza de su rostro ni tampoco ocultaba la prominencia de su trasero que podía apreciar apenas se volteaba.

    - ¡Gracias a Dios que pudiste venir! No sabes la cantidad de cosas que hay que clasificar y guardar en los estantes– dijo Alexandra.

    - No hay de que -respondió Sebastián

    - ¡Ven! ¡Yo te muestro! -Y acto seguido Alexandra le tomo de la mano dirigiéndolo a uno de los estantes más alejados.

    Sebastián sintió una calidez que no esperaba y palpó en esos segundos de trayecto un tacto suave y agradable en aquella mano. Lo disfrutó tanto que quería en el fondo de su corazón que aquello no acabara.

    - Mira. Ayúdate de esta escalera y sube todas estas cajas al anaquel que este más cerca al techo. -dijo Alexandra apuntando con su dedo índice uno de los anaqueles.

    - Claro, no te preocupes. Oye ¿Puedo poner música aquí?

    - Si. Claro, que puedes. Mientras este aquí soy la responsable de este lugar.

    - ¿Te parece si puedo poner a Still Corners?

    - No los he escuchado… Pero adelante - y poniendo un dedo índice cerca de sus labios y sonriendo a la vez dijo- confío en que tendrás un buen gusto, Sebastián.

    Y Sebastián sincronizó la canción “The Trip” de Still Corners desde su celular al parlante inalámbrico del almacén. Este pronto se llenó de música, la fina voz de Tessa Murray inundó el ambiente hasta los recovecos más recónditos de aquel solitario lugar. Por un momento Alexandra cerró los ojos por unos minutos, sintió la fineza de la voz de la cantante y los acertados efectos de sonido enfundados en un solo sentimiento, estaba extasiada. Terminó la canción.

    - ¡Que bonita canción! Es… No sé cómo describirlo…. Es como estar en el espacio, en una lejana inconmensurabilidad. Tiene sentimiento, tiene vida. Una canción que te relaja plenamente ¿Cómo no sabía nada de este grupo? ¡Vaya! Creo que tenemos gustos parecidos -exclamó una alegre Alexandra mientras hacia una pausa a su trabajo y miraba a los ojos de Sebastián.

    - Si, es exacto. Comparto la misma opinión. A decir verdad, la descubrí una mañana cuando el algoritmo de mi reproductor de música me lo sugirió. Desde entonces no he parado de escucharlo cuando vengo de camino al trabajo y cuando regreso a casa -dijo Sebastián.

    - Pues creo que también lo escuchare en adelante. Gracias por tu recomendación, Sebastián – y sonrió con esa sonrisa blanca que destellaba dulzura y que Sebastián agradeció desde el fondo de su corazón. Estaba en su gloria.

    ***​
    - Oye, Sebastián ¿Puedes alcanzarme esa caja, por favor? – exclamó Alexandra.
    Había pasado más de cuarenta minutos trabajando y estaban a punto de terminar cuando Sebastián escuchó la pregunta de Alexandra. Obediente, cogió la caja que estaba en el suelo y se la alcanzó. Ella divisó algo brillante en el brazo izquierdo de Sebastián.

    - ¡Que bonito reloj! A decir verdad, adoro los relojes analógicos. Creo que tienen una elegancia sin paragón que no poseen los relojes inteligentes de estos tiempos. Estos últimos tienen muchas funcionalidades, pero carecen de vida. Los siento tan artificiales, tan… no sabría como expresarlo… Pero en cambió este reloj parece el verdadero trabajo de un orfebre o un carpintero. ¿Puedo verlo más de cerca?

    - Claro, por supuesto.

    Alexandra bajó de las escaleras y observo con atención el reloj de su compañero. Al hacerlo Sebastián observó mejor los ojos pardos de su compañera. Tenia un fulgor sin igual que no había advertido.

    - Perdóname por el atrevimiento pero tus ojos tienen un fulgor que no había visto antes –dijo Sebastián y cayó en la cuenta de lo que había dicho y, a pesar de ello, agregó - A decir verdad, nunca había visto unos ojos como los tuyos.

    Ella sonrió al escuchar ello, pero no sonrió como en ocasiones anteriores cuando saludaba a sus compañeros de oficina o sus superiores, esta vez sonreía de una manera pícara, algo en el fondo de ella se despertó como si un animal hubiese despertado de un largo sueño o de una hibernación.

    - Gracias, Sebastián -y mirándolo a los ojos, añadió- si te soy sincera creo que mal parecido no eres. Hay en tus ojos, en la expresión de tu rostro y en la manera en cómo te expresas con los demás una seriedad y una erudición que te da un aire irresistible.

    - ¿De verdad lo crees?

    - ¡Por supuesto! Puede que tu mismo no seas consciente de ello. Pero al menos a mis ojos un hombre culto es un hombre de grandes ideas, de una imaginación sin límites, juicioso y abierto a nuevas posibilidades. Y eso al venir, en mi caso, de una familia formada en las humanidades es algo fundamental. Si te soy más sincera aún, el hecho de que haya rechazado a algunos chicos de la oficina fue porque muchos de ellos -más allá de sus intenciones que podía leer- era personas que se conformaban con lo que sabían, otros eran muy superficiales y otros simplemente no tenían sueños en la vida. Y viendo eso yo la verdad prefería estar sola hasta que me fije en ti, en la manera cómo te expresabas, en los sueños que tenías. Pareces alguien muy diferente a los demás y esperaba el momento de conversar contigo.

    Ellos se miraron con ternura a los ojos, los cerraron y acercaron sus labios el uno al otro. Aquel ósculo estaba cargado de una pasión sin limites y se acercaba al terreno de lo carnal, de la práctica más humana que se realizaba desde los albores del ser humano. Sebastián busco con una de sus manos los pechos medianos de Alexandra. Los toco. Estaban parados y podía sentir la dureza de sus pezones a través de la tela. Ella jadeaba con ritmo cerrando sus ojos y le decía que siguiera, que no se detuviera.

    Sebastián no se contuvo, rápidamente la desnudo hasta la cintura en un abrir y cerrar de ojos dejando ver unos senos medianos y unos pezones rosados. “¡Que bellos!” pensó para sí. Acercó despacio sus labios hasta uno de los pezones y lo beso primero con ternura y luego con fuerza, saboreando el tacto de su piel, el olor a hembra que desprendía y escuchando los gemidos de Alexandra que nuevamente pedía que no se detuviera. El rostro de ella había enrojecido levemente y estaba en el éxtasis del placer.

    Sebastián no podía creerse lo que estaba sucediendo. Hasta hace 24 horas se lamentaba de su suerte y ahora la tenia a ella enfrente saboreando sus pechos, su humanidad tan regocijante hasta que sintió una mano. Ella le había agarrado el miembro por encima de sus pantalones, estaba duro, durísimo y le bajó el cierre descubriendo un falo grueso y grande. Pero cuando ella iba a acercar sus labios húmedos de placer hacia la cabecita del miembro erecto, ambos escucharon unas pisadas muy sonoras por las escaleras que daban al segundo piso y estaba colindante al almacén. Entonces ellos cayeron en la cuenta de lo que estaban haciendo y sentían que su mundo se derrumbaba a su alrededor.

    Continuará...
     
    Biblioseven, 2 May 2022

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    Muy bueno el relato, prosiga con el por favor.
     
    Icelos230680, 3 May 2022

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    Muchas gracias. Luego pondré la última parte. Saludos.
     
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    Les comparto la tercera y última parte del relato.

    Tercera parte: el encuentro

    - ¡Así que todavía seguías por aquí, Alexandra! -le dijo su jefa, una mujer mayor cuya nariz prominente nadie podía pasar por alto pero que en la oficina ya todos se habían acostumbrado a verla desde hace mucho tiempo

    - En realidad, ya me retiraba señora Gálvez. Justo me estaba cambiando para irme a casa como puede ver -dijo Alexandra mientras se arreglaba el brasier y se ponía una blusa.

    - ¿Y te llegó a ayudar Sebastián cómo lo estabas solicitando? -preguntó la señora Gálvez.

    - Efectivamente. Estuvo aquí hace poco rato ayudándome a cargar y ordenar las cajas. Cómo puede ver hemos avanzado bastante. Con esto no nos sobrecargaremos el lunes.

    - Que bueno. Ya le agradeceré cuando lo vea. Que tengas un buen fin de semana. Hasta luego.

    - Si. Hasta la próxima semana, señora Gálvez. -dijo finalmente Alexandra.

    Apenas cerró la desvencijada puerta, Alexandra dio un largo suspiro. Desde un rincón del almacén, en una gigantesca caja una figura emergió y se acercó hasta Alexandra. Era Sebastián que se había puesto a buen recaudo apenas escuchó los pasos en la escalera. Tenia la fortuna de que aquella caja estuviese vacía de lo contrario no hubiese hallado un lugar donde guarecerse y quizás hubiese sido el final de su vida laboral en aquella oficina.

    - ¡Por poco y nos encuentra! ¡De la que nos salvamos! – exclamó Alexandra.

    - En realidad, tengo que pedirte disculpas, de verdad esto no debió pasar… -exclamó un Sebastián claramente compungido.

    - Despreocúpate, fue solo la pasión del momento. Es algo humano, pero, es cierto, quizás no debimos hacerlo aquí… y dime -dijo Alejandra mirándolo con picardía y acercándose a su oído para susurrarle con pasión- ¿Podemos continuarla en otro lado? Recuerda que hoy es viernes. Todo puede pasar.

    - Claro, claro que sí -y Sebastián esbozó una larga y pícara sonrisa.

    ***​

    Sebastián tomó un taxi rumbó al lugar acordado con Alexandra, un departamento cerca al mar. En la inmensidad de la noche, en el viento templado que llegaba hasta su faz y en la visión del mar que observaba por la ventanilla derecha podía sentir cada vez más la presión (y la impaciencia) de ver nuevamente a aquella mujer que le había encandilado en toda su expresión. Aunque originalmente le había planteado que se fueran juntos, ella prefirió adelantarse. “Quiero darte una sorpresa” le dijo.

    Llegó hasta un edificio situado frente al mar que a pesar de su antigüedad lucia imponente y con un estilo moderno, muy adelantado a su tiempo. “Te espero en el séptimo piso, habitación 702” le había dicho antes de darle un beso al despedirse.

    ***​

    Cuando Sebastián abrió la puerta encontró una oscuridad que lo perturbo. Solo el reflejo de las luces de la luna alumbraba débilmente la habitación. Cuando cavilaba que podía haber pasado e iba a llamar a Alexandra por su nombre, una luz -como si fuera la luz de un reflector- se encendió desde el techo. Un silencio impregno el ambiente y luego una canción elegante, sensual inundo aquel espacio. Aquella luz dejo traslucir a una figura femenina cuyas curvas y trasero prominente llamaban la atención y estaba provista de un bikini oscuro de dos piezas, sus cabellos lacios llegaban hasta sus hombros y no usaba gafas. Pronto se acercó a un perplejo Sebastián que vacilaba sobre lo que estaba admirando.

    Al acercarse a Sebastián, le estampó un beso en sus labios. Solo allí, al oler la fragancia de su perfume, y reconocer la suavidad de su piel y descubrir sus ojos cayó en la cuenta de que se trataba de Alexandra.

    - ¡Alexandra! No te había reconocido. Estas… ¡tan diferente! -exclamó Sebastián

    Sin decir nada, Alexandra llevó su dedo índice a la boca de Sebastián como en gesto de silencio y poco a poco con mucho esmero y pasión le desabotonó la camisa, le quitó los pantalones y los zapatos. Sebastián estaba extasiado ante aquel ambiente que rezumaba pasión por todo lado. No se quedo atrás y echó a Alexandra a la cama, la despojó de su bikini hábilmente y quedo prendado de sus pechos. Al igual que había sucedido horas antes, sus pezones rosados estaban erectos y él no perdió la oportunidad de besarlos a su gusto, relamiendo cada centímetro como si de una golosina se tratase.

    - ¡Sigue así! ¡Sigue! ¡Ah! – exclamó Alexandra gimiendo.

    Sebastián pasó su lengua por todo su cuerpo, examinando cada centímetro de su delineada figura. Comenzó por la cabeza, besando sus orejas, sus mejillas y bajando hasta su ombligo. Ella prorrumpió una risita cuando el pasó su lengua por ese orificio, pero esa risita se convirtió en un gemido profundo cuando él pasó su lengua por su sexo húmedo y depilado.

    - ¡Ah, que rico! ¡Ah! ¡Sigue así! ¡Sigue así! – exclamó Alexandra.

    Estuvo en esa tarea por mucho rato examinando cada centímetro de sus labios vaginales, por su clítoris. Lo hacía con muchas ganas, con una pasión contenida desde que había perdido a su última enamorada hacia algunos años.

    - ¡Párate! Cambiemos de posición. Hagamos un 69 –sugirió Alexandra.

    - Con mucho gusto -exclamó Sebastián.

    Él se echo en la cama y puso el sexo de ella a la altura de sus labios; ella puso su boca a la altura del miembro el cual era grande y estaba muy erecto.

    - ¡Que rico festín nos vamos a dar! -exclamó Alexandra y acto seguido se metió aquel miembro a su boca, primero con suavidad, chupando su cabecita primero y luego engulléndola toda con movimientos cada vez más rápidos.

    A los pocos minutos él sintió que se venia y se lo comentó a Alexandra, pero a ella no le importó. Tenía un deseo que quería cumplir hace mucho tiempo y mientras pensaba en ello, ella recibió un líquido blanco y espeso en su boca, su sabor le pareció riquísimo y limpio todo el líquido blanco del miembro de su amante, como si de un delicioso helado se tratase. Casi al mismo tiempo ella se vino y Sebastián recibió un líquido transparente que cubrió todo su rostro. Se quedó extasiado.

    ***
    - ¿Sueles comer muchas frutas? -preguntó Alexandra mientras ambos se encontraban echados desnudos en la cama.

    - Si. Trato de mantenerme saludable ¿Por qué lo preguntas?

    - Tu semen tiene un sabor dulce ¿sabías? ¡Me encanta como sabe! ¿Comenzamos con el segundo round?

    - ¡Por supuesto!

    Apagaron las luces. Él se echó en la cama mientras ella cabalgó encima de él. En el momento en que su falo entró dentro de su vagina ella sintió desde el fondo de su ser una sensación tan placentera como si hubiese vuelto a nacer. Gimió fuertemente. No había tenido sexo desde hace algunos años con su último enamorado y toda esa contención que había guardado tanto tiempo para sí se expresó calientemente en ese gemido tan humano, pero a la vez tan animal que se escuchó más allá de las paredes de la habitación.

    - ¡Continua! ¡Así! ¡Sigue así! ¡No te detengas! ¡Dame más! – exclamó Alexandra mientras él tocaba con ambas manos sus senos a la vez que la penetraba.

    Cuando se cansaron se fundieron en un abrazo y un beso intenso que hacía palpitar rápidamente sus corazones. Mientras eso sucedía, ellos podían escuchar, allá afuera, el sonido de las olas que chocaban en la costa y cuando abrieron los ojos pudieron ver el pálido reflejo de la luna que se filtraba a su habitación.

    - Cambiemos de posición -propuso Sebastián.

    - ¡Claro!

    Ahora era ella quien se echaba en la cama, iban a hacer la pose del misionero. Él le dio un pico y metió su falo erecto en sus labios vaginales. Mete, saca, mete, saca. Ella casi no podía con sus embestidas que cada vez eran más veloces, pero más placenteras hasta que se cansaron. Ella dio un suspiro y lo beso.

    - Ahora a la pose que más me gusta: ¡Perrito! – exclamó Alexandra.

    - ¡Sí!

    La puso en cuatro patas y allí Sebastián pudo contemplar la majestuosidad del trasero de su amante. Sus cachetes eran grandes y suaves al tacto, beso cada uno de ellos y vio un asterisco en medio el cual no se resistió a dejar un ósculo. Ella dio un grito de placer porque era la primera que la besaban por ahí.

    - ¡Prepárate que ahora viene lo bueno! -exclamó Sebastián y estimulo manualmente su falo.
    Metió su pene primero con suavidad, sobando con la cabecita los labios vaginales que estaban rojos de tanto placer. Ella gimió de éxtasis.

    - ¡Por favor métemela! ¡No puedo más con esto! ¡Es demasiado intenso! -exclamó Alexandra.

    Y lo metió, esta vez con furia, de manera salvaje como si dos animales salvajes de la selva se tratasen.

    - ¡Guau! ¡Que rico! ¡Sigue así, no te detengas! ¡Soy completamente tuya! – exclamó Alexandra.

    Y luego de unas embestidas en que cada uno estaba absorto ambos sintieron que se venían. Una sucesión de imágenes se proyectó rápidamente en la mente de Alexandra. Se veía a sí misma de pequeña, a su primer enamorado, a su primera vez en el sexo, a aquella ocasión en que practico el sexo oral y al día en que le presentaron a Sebastián cuando de repente sintió como aquel liquido espeso y blanco inundaba su vagina, llenándola completamente para luego gotear en las sábanas. Sebastián al retirar su miembro descubrió también el líquido transparente que ella había dejado fluir. Se fundieron nuevamente en un abrazo cálido y en un beso apasionado que los dejo sin aliento. Sabían que nunca más se separarían, que pasara lo que pasara, que lo que comentaran los demás les daba por igual porque comprendieron que por primera vez eran verdaderamente felices.

    Fin

    Lima, mayo de 2022
     
    Biblioseven, 3 May 2022

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