La Tentación de Pérez

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Juan_Camaney, 15 Feb 2016.

    Juan_Camaney

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    Todo el mundo lo repetía de manera insistente: él había de caer en ese viaje.

    Pérez se negaba rotundamente. Con 43 años de edad y un historial impecable, forjado en el medio de intachable conducta, siempre alejado de romances de oficina o de flirteos con compañeras de trabajo, se creía inmune a todo. Como todo hombre, solía beber sus cervezas y visitar amantes ocasionales -algunas pagadas y otras no-, pero se preciaba de mantener una irreprochable conducta una vez transponía las puertas de su sede laboral.

    Ello no implicaba, sin embargo, inmutabilidad antes los eventos que oía. Alguna vez, ante un estremecimiento que Pérez arregló para no exteriorizarlo, un abogado le comentaba como había subido con una de las practicantes hasta el piso 7 del edificio, reservado solo para eventos ocasionales, y como la había sometido a sus designios carnales, ante la mirada de sumisión de ella, mezcla de placer sexual y ambición de ascender laboralmente a costa de dar placer al duro miembro de su jefe. En otra ocasión, una secretaría le había narrado como el gerente general, cada cierto tiempo y de manera inveterada, susurraba a los oídos de alguna practicante, abogada o secretaria, siempre las más jóvenes, la frase ‘‘mañana a las 3 de la tarde en mi oficina, con falda’’, signo inequívoco del destino que esperaba a aquella fémina el día de la cita. Llegada la fecha y hora designada, la secretaria del gerente sabía que la puerta debía cerrarse y el gerente no podía ser molestado. Un amplio sofá en uno de las esquinas de su amplia oficina, y un cajón lleno de boteas de vodka y whisky constituían el mejor aliado del pérfido hombre para someter esos cuerpos jóvenes, señoritas temerosas pero calientes con la lascivia que el alcohol produce. Alguna vez la secretaria, presa de la curiosidad, había espiado por entre la puerta entreabierta y había observado como la victima fatídicamente escogida para aquella ocasión yacía vientre abajo sobre el escritorio del gerente, con la falda aun puesta pero con los tímidos senos de pezones marrones al aire, chupando ansiosamente el pene del gerente, que, mientras éste bebía una cerveza y miraba distraídamente al vacío a través de sus ventanales.

    Él, sin embargo, había soportado estoicamente cualquier tentación, hasta que se le designó a aquel fatídico viaje a Trujillo con Deni, la nueva practicante. Era ella una bella norteña de ojos achinados mirada pícara, trigueña piel suave y generoso cuerpo con amplias caderas y una sonrisa diabólicamente sensual. Coronaba su cuerpo un suave con unos pechos pequeños pero firmes y una cintura delgada que dejaba asomar un ombligo coquetamente complementado con un piercing, que para muchos, constituía el centro del placer del mundo. Era pícara, y desde que supo que viajaría con Pérez, aceptó con entusiasmo la idea de poder vencer esa muralla de abstinencia. Ya desde el bus, dejó claras sus intenciones: tomaron un servicio de bus cama, y no bien se acomodaron, uno al lado del otro, ella se echó de costadito, mirando hacia la ventana, dejando a su vista el generoso y abundante culito, apenas tapado por la frazada y apenas contenido por el jean pegadito que tenía puesto, y que coquetamente exhibía la tira de un calzón rosado. La posición y la circunstancias permitieron a Pérez saber que bastaba un movimiento suyo para que esa caliente chiquilla se le entregara incondicionalmente. Aun así, no capituló.

    Los días se sucedieron, atareados y exhaustos. El terrible calor trujillano no lo ayudaba, pues aparte de hacer muy difícil su trabajo, facilitaba los avances de Deni, quien cuando no estaba con un short cortito, bajaba con unos pantalones blancos que translucían su ropa interior luchando contra la generosidad de sus carnes. Si bien dormían en cuartos separados, Pérez tenía la certera impresión de que ella ejecutaría su avance un cualquier momento.

    Y en efecto ocurrió, pero no en la manera en que Pérez había calculado. Sucedió cuando ella no llegara luego de una misión comercial a la cual la había enviado. Preocupado daba vueltas por el gabinete de trabajo que el hotel les había facilitado, pensando en los peores escenarios de lo que podría suceder a una chiquilla de 19 años en la jungla de cemento que es Trujillo. La imaginaba asaltada, manoseada, abusada, sus padres volviéndose contra él, perdiendo su empleo. El teléfono solamente se limitaba a sonar apagado.

    Hasta que ella apareció, Con una cara de espanto, corrió hacia él y lo estrecho con fuerza. Casi llorando, le contó lo que había sucedido: estando en una entidad pública, el funcionario le había tratado de tocar el culito a través del pantalón blanquito, a la vez que le prometía una serie de ayudas y aceleramiento de sus expedientes. Ofendida, le había tirado una cachetada y había salido rauda, con el celular muriendo, a los brazos de Pérez, quien no supo cómo reaccionar inicialmente. Sólo atino a proponer que fuesen a su cuarto de hotel, pues necesitaba beber algo y recuperarse. El accedió, e iniciaron la caminata de dos cuadras, sin darse cuenta de que iban abrazados.

    Ya en la habitación, Pérez se distrajo un segundo, y ya estaba ella echada sobre la cama, boca abajo, y con el culito levantado. Pérez observó sus duras carnes de mujer joven, luchando por rebalsar el apretado pantalón blanco que apenas podía contener el embate natural de ese trasero. Las tiras del calzoncito se asomaban por ambos lados, mientras que dos coquetas portaligas de encaje se translucían a la altura de donde nacen su robusto par de piernas también, como urgiéndolo a que las liberara de la opresión del pantalón. Anonadado busco su mirada, sólo para toparse con esos ojitos sedientos y salvajes de placer, henchidos de una urgencia primaria de sexo que ya la devoraba. Perez no dudo. El encuentro con el funcionario mañoso, lejos de realmente ofenderla, la había excitado de manera tal, que no había marcha atrás.

    Suavemente removió aquellos pantalones autoritarios, que se negaban a descubrir ese turgente cuerpo sudoroso. No reparó en que, mientras el batallaba con el rebelde pantalón, ya ella se había deshecho de la parte superior de su ropa, quedándose solamente con un coqueto sostencito azul. Ya casi había concluido su tarea, cuando dos brazos lo atraían hacia la boca, y y una serpenteante y húmeda lengua entraba en su boca, buscando ansiosamente para succionarla habilidosamente como si fuera un pene. Más abajo, una mano anhelante recorría su entrepierna de arriba abajo, ávida por libertar su tenso miembro, que erupcionaba por dentro. Ella paso de la boca a su cuello y de ahí a sus hombros, mientras sus manos se asían de su miembro el cual fue dirigido sin remilgos a la espumosa boca ansiosa de la joven insaciable de sexo, la que, ya desprovista de su ropa, y con una lencería rosada, lamia la base, sobaba los testículos, y succionaba la henchida cabeza del erecto miembro.

    Mientras el sol se ponía desde fuera, Pérez sólo atino a mirar la ciudad desde la ventana por última vez, antes de sucumbir al hambriento y cálido humor que inundaba su cuerpo, quemándolo desde adentro y empujándolo a poseer aquel esquivo cuerpo de hembra, que se abría, dorado, húmedo, ante sí.

    Juan Camaney
     
    Juan_Camaney, 15 Feb 2016

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    Que buen relato
     
    Icelos230680, 15 Feb 2016

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    Que suerte de Perez ya desearia estar en su lugar.
     
    dokkosex, 16 Feb 2016

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