Crónicas del Placer Don Pepe, un viejo gordo y libinidoso (Parte 10)

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Salta Montes, 26 Abr 2024.

    Salta Montes

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    Habían pasado varios días en que me encontraba muy tensa y preocupada. No sabía cómo decirle a mi esposo que deseaba cambiar la cerradura de la puerta, y así evitar el ingreso irrespetuoso de Don Pepe a mi apartamento. Pensaba en cómo abordarlo sin levantar sospechas o preocuparlo demasiado.

    Hasta que se me ocurrió una idea, y armé un plan. Sin decirle la verdad a mi amiga Daniela, le pedí permiso para poder llamar desde su teléfono fijo a mi esposo para decirle que había perdido la llave cuando regresaba del supermercado. Me miró un poco extrañada, pero aceptó sin hacer preguntas.

    —¿Todo bien? —preguntó Daniela, entregándome el teléfono.

    —Sí, solo un pequeño contratiempo —respondí con una sonrisa forzada.

    Marqué el número de la oficina de mi esposo y esperé a que respondiera. Cuando lo hizo, mi voz salió algo temblorosa.

    —Cariño, he perdido la llave del apartamento. No puedo entrar —dije, esperando que mi actuación fuera convincente.

    —¿Qué? ¿Dónde la perdiste? —preguntó, con una mezcla de sorpresa y preocupación.

    —No estoy segura, creo que fue en el supermercado o en el camino de vuelta. ¿Podrías venir del trabajo para abrirme? —respondí, fingiendo estar un poco desesperada.

    —Claro, voy enseguida —dijo él, sin dudarlo.

    Colgué el teléfono y le devolví el aparato a Daniela.

    —Gracias, amiga. Eres un sol —le dije, agradecida por su ayuda.

    —No hay problema. ¿Quieres esperar aquí mientras llega tu esposo? —me ofreció.

    —Sí, por favor —dije, tomando asiento en su sala.

    En menos de media hora, mi esposo llegó. Parecía un poco preocupado, pero al verme sana y salva, se relajó.

    —¿Estás bien? —me preguntó, abrazándome.

    —Sí, solo que no puedo encontrar la llave. Quizá deberíamos cambiar la cerradura, ¿te parece? —le sugerí, intentando sonar casual.

    —Puede ser. Te compraré una llave de repuesto y vemos cómo lo solucionamos —dijo, sin dudarlo.

    Aunque no estaba segura de cuánto tiempo tardaríamos en cambiar la cerradura, me sentí aliviada de haber dado el primer paso para asegurarme de que Don Pepe no pudiera entrar nuevamente en mi apartamento sin permiso. Todo gracias a un pequeño plan y una mentira piadosa.

    Mi esposo regresó pronto a su trabajo dejándome en casa preparando la comida para la noche, para que cuando él viniera, encontrara su plato favorito listo: tallarines verdes con ensalada de pepinillo y refresco de maracuyá.

    Me puse a cocinar con cuidado, queriendo que todo estuviera perfecto para cuando él llegara. Cada movimiento en la cocina era una especie de terapia para calmar mis nervios, pero a la vez, un recordatorio constante de la inquietud que me rondaba desde el incidente con Don Pepe.

    Cuando finalmente terminé la cena, me senté un momento para pensar cómo abordaría el tema de la cerradura. Lo mejor sería ser directa pero sin alarmarlo demasiado. Me dije a mí misma que tenía que manejarlo con cuidado para no generar desconfianza.

    Mi esposo llegó y se veía cansado, pero cuando vio la cena lista, sus ojos se iluminaron.

    —¡Qué bien huele! —dijo, soltando un suspiro de alivio mientras se quitaba la corbata y se sentaba a la mesa.

    —He preparado tus tallarines favoritos —le dije con una sonrisa, sirviéndole un plato generoso.

    Comenzó a comer con entusiasmo, y decidí aprovechar el momento.

    —Oye, amor, he estado pensando... —comencé con voz suave—. Deberíamos cambiar la cerradura cuanto antes. No quiero preocuparme por si alguien encuentra la llave y entra al apartamento, especialmente si saben que soy yo quien la perdió.

    Mi esposo dejó de comer por un momento y me miró. Su expresión era de comprensión y preocupación.

    —Tienes razón —dijo, asintiendo lentamente—. No queremos correr riesgos innecesarios. Mañana saldré un poco más temprano del trabajo y traeré a un cerrajero para que lo cambie. ¿Te parece?

    Me sentí aliviada al escuchar sus palabras. El peso de la preocupación se desvaneció un poco, y me acerqué para abrazarlo y darle un gran beso.

    —Gracias, cariño. Me tranquiliza mucho saber que tú te ocuparás de eso —le dije, con un suspiro de alivio.

    Seguimos cenando y hablando de cosas más ligeras, pero en mi mente, ya estaba pensando en lo que haría al día siguiente. Quería asegurarme de que todo estuviera bajo control y que el peligro de Don Pepe se desvaneciera como humo en el aire.

    Hasta el momento, Don Pepe no había dado señales de intentar ingresar a mi apartamento mientras yo estaba adentro, pero seguía alerta, con el oído atento a cada sonido. A veces, cada movimiento afuera en el pasillo me ponía nerviosa, pensando que podría ser Don Pepe queriendo entrar. Sin embargo, la mayoría de las veces solo eran otros vecinos circulando por el pasillo.

    Así transcurrió el día hasta que llegó la tarde. Mi esposo me llamó al teléfono fijo para decirme que en media hora estaría en casa con el cerrajero para cambiar la cerradura de la puerta. Sentí un alivio inmediato, como si una carga pesada se hubiera levantado de mis hombros.

    Me cambié rápido de ropa, eligiendo un vestido holgado pero que realzaba mis piernas y mis senos. Quería lucir bien para mi esposo, pero también necesitaba sentirme cómoda.

    Cuando mi esposo llegó con el cerrajero, un joven bien parecido, se puso inmediatamente a trabajar en la cerradura. Mientras tanto, yo conversaba con mi esposo sobre la seguridad y la creciente delincuencia en el vecindario. Me dijo que tenía que tener mucho cuidado, ya que había hombres en las esquinas que no eran muy respetuosos con las mujeres. No le mencioné el incidente que había tenido con algunos hombres cuando salí con Daniela, no quería alarmarlo innecesariamente.

    El joven cerrajero trabajaba concentrado, pero a la disimulada me barría con su mirada de pies a cabeza. Lo hacía con una sutileza tal que mi esposo no se daba cuenta, pero yo sí lo notaba. Mentalmente le decía: "Eres un descarado", mientras sus ojos recorrían cada parte de mi cuerpo, deteniéndose en mis senos y nalgas con una intensidad descarada.

    El cerrajero terminó su trabajo y entregó las llaves a mi esposo. Le agradeció y le pagó por el servicio. El joven sonrió y, antes de irse, me lanzó una última mirada coqueta. Luego, se despidió con una sonrisa educada, dejando tras de sí un aire de misterio. A mí me dejó algo incómoda, pero a la vez intrigada por su comportamiento descarado.

    Era ya de noche y, después de la cena, me había esforzado por crear el ambiente perfecto para mi esposo y para mí. Me puse un conjunto muy atrevido y sensual, esperando sorprenderlo. Realicé algunos movimientos sutiles pero elocuentes, con la esperanza de llevarlo a la cama y hacerle olvidar el cansancio del día. Pero todo eso se vino abajo cuando él dijo, con una voz más fría de lo habitual, que esta noche era el partido de fútbol entre la selección peruana y Argentina.

    Prendió el televisor, y yo me quedé allí, sintiendo que el ambiente romántico que había creado se desvanecía. No era solo el rechazo sutil, sino también el hecho de que mi marido nunca antes había hecho algo así. Siempre me decía que el fútbol no era lo más importante y que yo era su prioridad, pero esa noche fue diferente.

    Me senté a su lado, pero él no me prestó atención. El fútbol acaparaba su mirada y su interés. Intenté hacer algunos comentarios sobre el partido, para ver si conseguía su atención, pero sus respuestas eran monótonas y cortas, como si solo estuviera esperando a que yo me callara para escuchar mejor el juego.

    Con cada minuto que pasaba, me sentía más desconcertada y preocupada. Había otros hombres que me deseaban, que me miraban de una forma que él ya no hacía, pero yo nunca les había prestado atención. Ahora, la indiferencia de mi esposo me hacía cuestionar todo.

    Me preguntaba si todo esto era solo una fase, si el cansancio lo hacía comportarse de esa manera, o si había algo más profundo que yo no entendía. Mientras él celebraba el gol de la selección, yo me sumergía en pensamientos oscuros, intentando entender qué estaba fallando en nuestra relación.

    Así que, sin que mi esposo se diera cuenta, me cambié de ropa rápidamente. Me coloqué una blusa simple pero apretada, que realzaba mis senos y un pantalón negro de licra, que se notaba mi diminuto calzón, esperando la atención de él, pero fue en vano, seguía hipnotizado en el partido de fútbol. Con voz despreocupada, le dije:

    —Voy abajo con la vecina Daniela.

    Él apenas me miró desde el sofá, sin apartar los ojos de la televisión. Con el partido de fútbol ya empezado, no parecía muy interesado en nada más.

    —Ten cuidado al bajar las gradas —me dijo sin mirar—. La señora de la limpieza ha estado trapeando, y seguro que todavía está húmedo.

    Le sonreí, pero él no lo notó. Cerré la puerta tras de mí con un portazo suave, casi como un gesto de rebelión. Llevaba la nueva llave conmigo, apretándola en mi mano, y descendí por las escaleras. Al pasar por el apartamento de Daniela, escuché el bullicio de la televisión y las risas ocasionales. Ellos también estaban viendo el partido.

    —Mejor dejo a Daniela tranquila —dije con voz muy baja para mis adentros, no quería interrumpir. Así que seguí mi camino hacia el primer piso.

    Llegué al rellano y miré hacia la calle. Las luces de los faroles iluminaban tenuemente las aceras, y se veía el movimiento de algunos transeúntes y automóviles. Respiré profundamente, sintiendo el aire fresco en mi rostro. La noche tenía algo liberador, como si el mundo fuera un lugar lleno de posibilidades.

    —Vamos a dar una vuelta —me dije. No estaba segura de a dónde iba ni qué buscaba exactamente, pero el impulso de salir y escapar del ambiente sofocante del apartamento me parecía lo correcto.

    Ya en la calle, me dirigí hacia una pequeña tienda que solía estar abierta hasta tarde. Era un lugar con luces brillantes y mucho colorido, algo animado comparado con la tranquilidad de mi hogar. No estaba segura de qué buscaba, tal vez solo un cambio de escenario para aclarar mi mente.

    Cuando llegué a la tienda, ingresé sin saber qué comprar. Era una pequeña tienda de barrio, con el típico ambiente ruidoso y bullicioso. En la parte interior, había varias personas bebiendo cerveza y observando el partido de fútbol en un televisor colocado en la parte más alta de la pared. La gente estaba entusiasmada, celebrando el empate de Perú con Argentina, uno a uno. Se escuchaban vítores y gritos emocionados cada vez que ocurría una jugada importante.

    Me di media vuelta y traté de salir, pero al acercarme a la puerta, me encontré con Don Pepe. Estaba allí, bebiéndose una cerveza en lata, con esa sonrisa descarada que siempre llevaba. Su presencia no me causó miedo como antes, sino que, para mi sorpresa, me agradó. Su actitud relajada y su forma de mirarme me hicieron sentir una mezcla de seguridad y nerviosismo.

    —¿Hay problemas en el paraíso? —me preguntó con un tono sarcástico, mientras levantaba la lata para tomar un sorbo.

    Me quedé un momento en silencio, pensando en qué responder. No quería dar demasiada información, pero su pregunta tocó un punto sensible. Miré a mi alrededor, tratando de encontrar una respuesta que no revelara demasiado.

    —No, todo está bien —respondí, intentando parecer casual—. Solo necesitaba un poco de aire fresco.

    Don Pepe me observó con esos ojos inquisitivos, como si pudiera ver a través de mi respuesta. Asintió lentamente y luego hizo un gesto hacia la tienda, donde el bullicio del partido continuaba.

    —Entiendo —dijo con una leve sonrisa—. A veces, un poco de aire fresco es todo lo que necesitamos para poner las cosas en perspectiva.

    Asentí, pero no dije nada más. El ambiente en la tienda no era el más adecuado para tener una conversación profunda, y además, la presencia de Don Pepe aún me causaba cierta inquietud. Sin embargo, su actitud relajada me hizo sentir un poco más tranquila.

    Después de unos segundos de silencio, decidí que era mejor marcharme. Le di un breve saludo a Don Pepe y salí de la tienda, preguntándome si había sido buena idea salir esa noche. El aire fresco me ayudó a calmarme, pero las palabras de Don Pepe resonaban en mi mente. ¿Realmente había problemas en el paraíso?

    Inmediatamente caminé dos cuadras hacia la plaza de armas, con la intención de dar un paseo corto y regresar a casa. El aire fresco de la noche me calmaba, pero tenía en la cabeza el encuentro con Don Pepe en la tienda. Algo no me cuadraba. Durante el trayecto, vi poca gente; era una noche de fútbol, y la mayoría estaban en casa siguiendo el partido. Solo algunos niños jugaban en la plaza, acompañados por sus madres. A ratos, escuchaba gritos y aplausos provenientes de las casas, señal de que el partido estaba interesante. Perú y Argentina seguían empatados.

    Mientras caminaba, noté algo extraño. De reojo, vi a Don Pepe siguiéndome. No era una coincidencia; su presencia era demasiado evidente. Me pregunté por qué me seguía, y aunque me sentí un poco nerviosa, el miedo no era el mismo que antes. Había algo en su actitud que me intrigaba, pero decidí que lo mejor era regresar a casa antes de que las cosas se complicaran.

    Tomé un camino alternativo para evitar a Don Pepe. Este nuevo trayecto era más solitario, pero pensé que sería seguro. Al girar por una esquina, me percaté de algo que me dejó aún más inquieta: Don Pepe estaba allí, como tratando de esconderse de mí. ¿Qué quería? ¿Por qué me seguía?

    Apresuré el paso. Mi corazón latía más rápido con cada paso que daba. Las calles estaban desiertas, no había nadie a quien pedir ayuda. Con cada esquina que doblaba, echaba un vistazo hacia atrás para asegurarme de que no me seguían. A pesar de mi temor, mantuve la calma y seguí caminando a buen ritmo.

    La presencia de Don Pepe me había puesto en alerta, pero no quería que mi esposo se preocupara. Por ahora, mi plan era quedarme en casa y no salir más durante esa noche. Aún así, no podía dejar de pensar en lo que podría haber pasado si Don Pepe hubiera decidido confrontarme.

    El fútbol seguía en la televisión, pero ya no me interesaba. Todo lo que quería era sentirme a salvo, aunque sabía que la verdadera tranquilidad solo vendría cuando Don Pepe dejara de acecharme.

    Finalmente me sentí a salvo cuando abrí la puerta del edificio y entré al primer piso. Cerré la puerta tras de mí y respiré profundamente, tratando de calmar el pulso acelerado. El pasillo estaba oscuro, solo iluminado por un débil resplandor que venía del segundo piso. Y para subir, tenía que tener cuidado con las escaleras, ya que la luz era mínima.

    De repente, la puerta se abrió violentamente, como si alguien la hubiera empujado con fuerza. Antes de que pudiera reaccionar, sentí un fuerte tirón en mi brazo y una mano firme rodeándome la cintura. Era Don Pepe, su aliento caliente y su fuerza implacable.

    —¿Qué haces aquí zorrita? —susurró, con un tono que me hizo temblar—. Pensé que no querías verme.

    Me quedé paralizada, el miedo recorriendo mi cuerpo como una corriente eléctrica. No sabía qué hacer ni cómo responder. La fuerza de su agarre me inmovilizaba, y el olor a alcohol en su aliento me aturdió.

    —Suéltame, por favor —dije con voz quebrada, pero él no cedió.

    —¿Por qué tan rápido, eh? —preguntó con un tono sarcástico, mientras me apretaba más fuerte—. ¿A dónde ibas con tanta prisa?

    Traté de zafarme, pero su agarre solo se volvió más fuerte. El pasillo estaba desierto y no había nadie a quien pedir ayuda. Mis pensamientos iban a mil por hora, buscando una forma de liberarme.

    —Tengo que subir —dije, intentando sonar firme—. Mi esposo me espera.

    Don Pepe soltó una carcajada que resonó en el pasillo oscuro.

    —No te preocupes, él no te está esperando está viendo ese estúpido partido de fútbol —dijo, pero sus manos no se movieron.

    Sabía que tenía que hacer algo, pero el miedo me mantenía paralizada. Don Pepe estaba demasiado cerca, demasiado fuerte, y la sensación de peligro era abrumadora. En ese momento, me di cuenta de que estaba sola y que tendría que encontrar una manera de salir de esa situación.

    Me tenía agarrada del brazo y me rodeaba por la cintura, su respiración cálida en mi oído, mezclada con el olor a alcohol. Me susurró con voz pícara:

    —La vamos a pasar bonito por unos minutos —dijo mientras suspiraba con placer.

    Sin darme tiempo para reaccionar, me empujó hacia una pequeña puerta que estaba debajo de las gradas del primer piso. De un solo golpe, la puerta se abrió, y Don Pepe me empujó dentro del cuarto. Con una mano encendió la luz y con su espalda cerró la puerta, dejando el espacio reducido y claustrofóbico.

    Era un pequeño cuarto de almacenamiento donde la empleada del edificio guardaba los útiles de limpieza. Había escobas, trapeadores, recogedores, jabones, detergentes y otras botellas ordenadas en un armario. Una pequeña silla y una escalera de madera portátil ocupaban la esquina. Un espejo colgado en la pared reflejaba mi cara, mostrando una expresión de sorpresa y miedo. Don Pepe no me soltaba, su mano aún apretando mi brazo y su otra mano firmemente en mi cintura.

    Mi mente corría tratando de encontrar una salida, pero el espacio era pequeño y él estaba entre la puerta y yo. Mi corazón latía con fuerza, cada latido un eco en mis oídos. No sabía qué pretendía hacer ni hasta dónde estaba dispuesto a llegar. Pero tenía que encontrar una forma de salir de allí.

    —¿Qué hace? —le pregunté, tratando de sonar firme pero sin poder ocultar el temblor en mi voz.

    Don Pepe sonrió, mostrando esos dientes manchados por el tabaco y el alcohol. Su mirada era intensa, sus ojos fijos en mí.

    —Tranquila, solo vamos a estar un momento en privado —dijo, como si fuera algo normal.

    Pero su tono y su actitud indicaban algo más. Estaba atrapada en ese pequeño cuarto, con un hombre que claramente tenía intenciones que me aterrorizaban. Mi instinto me decía que debía mantener la calma, pero mi cuerpo quería correr. No podía permitir que Don Pepe me controlara de esa manera.

    El pequeño espejo reflejaba mi rostro, y por un momento, vi el miedo en mis propios ojos. Sabía que tenía que encontrar una salida, y la única forma de hacerlo era enfrentándolo con la mayor valentía posible. No iba a permitir que me intimidara ni que hiciera lo que quisiera conmigo.

    Ahí dentro del cuarto, finalmente logré mantener la calma. Respiré hondo y me preparé para enfrentar lo que pudiera suceder. Don Pepe comenzó a aflojar el agarre en mi brazo y en mi cintura, pero sus ojos no dejaban de mirarme con esa actitud de deseo que me había puesto nerviosa tantas veces. Era como si el pequeño cuarto se volviera aún más claustrofóbico con cada segundo que pasaba.

    De repente, su mirada se intensificó y, con un tono que era a la vez nostálgico y sugerente, me dijo:

    —¿Recuerdas esa tarde en tu patio? Fue... especial.

    El calor de sus palabras me hizo estremecer. Claro que recordaba esa tarde, una que había cruzado líneas que no debería haber cruzado. Pero ahora, encerrada en un cuarto diminuto con Don Pepe, esa misma tarde se sentía como una sombra oscura que pesaba sobre mí.

    —No creo que esta sea la mejor manera de hablar sobre el pasado —le respondí, tratando de sonar segura—. Además, usted sabe que mi esposo está arriba en el tercer piso, y en cualquier momento puede bajar.

    Don Pepe sonrió, pero no era una sonrisa amigable. Tenía un matiz de desafío, como si mis palabras fueran un juego para él.

    —Tranquila, solo quería recordar esos buenos momentos. No tienes por qué ponerte nerviosa —dijo, dando un paso hacia mí.

    Retrocedí un poco, queriendo mantener algo de distancia. Mi corazón latía con fuerza, y el miedo empezaba a instalarse nuevamente en mi mente. No podía permitir que Don Pepe cruzara más límites.

    —Debo irme. Tengo cosas que hacer —dije, buscando una excusa para salir del cuarto.

    Don Pepe asintió, pero su mirada seguía fija en mí, explorando cada centímetro de mi cuerpo como si intentara ver más allá de mi ropa.

    —Claro, que te vas a ir con tu esposo, pero antes me vas regalar un buen momento que no vas a olvidar, ¿eh? —dijo con tono insinuante, tomándome las manos.

    Con esas palabras, el aire se volvía más pesado y la presión aumentaba. Pero no iba a dejar que Don Pepe me arrastrara de nuevo a ese momento de debilidad que tuve esa tarde en el patio de mi apartamento. Necesitaba salir de allí, y tenía que hacerlo ya. Era un desafío, y yo estaba decidida a ganar, pero perdí.

    Sus toscas manos tocaron mis nalgas y mis senos, un torrente de excitación recorrió mi cuerpo. De un solo tirón se bajó los pantalones mostrando su virtud más grande que él tenía. Quedé con la boca abierta mirando, muy absorta. La larga, gruesa y amenazante virilidad en todo su esplendor. Instintivamente me hinqué, de rodillas muy sumisa y mi cara quedó a pocos milímetros de su masculinidad formidable, parecía una anaconda lista para atacar. Un sutil olor a sudor y orines despedía de la gran cabeza, no me importó. Abri mi boca, todo lo que pude y me tragué de un solo golpe ese pene. Don Pepe lazo un gritillo de placer y satisfacción, mi lengua recorría palmo a palmo esa magnificencia gigantesca. Lo sentí tan delicioso y rico, y mis manos recorrían sus grandes testículos poblados de vellosidades.

    Gritillos de placer lanzaba cada vez que me enguía el pene hasta la mitad porque no entraba del todo a mi boca, no me calzaba. Después como loca succionaba los testículos, con un extraño sonido de succión, un placer súbito se apoderó de mí, un flujo húmedo mojó mi calzón. Una sensación de placer indescriptible recorrió mi cuerpo al contacto de mis manos con sus piernas velludas, deseaba perderme en esa jungla de placer.

    De pronto me sujetó suavemente para que me parara. Me bajó el pantalón lycra y el calzón hasta las rodillas, me dió media vuelta, apoyé mis brazos sobre la escalera, hundió su cara en mi ano después de abrir mis nalgas firmemente. Con movimientos suaves y frenéticos movía su lengua, desde el ano partia hacia mi cuerpo miles de sensaciones increíbles.

    Le ayudé para que fuera más profunda sus caricias arqueándome un poco hacia adelante. Sus lenguazos eran espectaculares y electrificantes, nunca en mi vida había sentido eso. Lamía y relamía mi ano. Se notaba que Don Pepe era un diestro en este arte. Me deje llevar, no sé cuánto tiempo estuve allí disfrutando, hasta que tuve un máximo clímax y me hizo terminar de una manera tan explosiva, que tuve que llevar mis manos a mi boca para no gritar. Un río de sensaciones inimaginables recorrió mi cuerpo. Sus manos tocaban y acariciaban mis grandes nalgas mientras él seguía con la cara hundida en ese delicioso pozo.

    La respiración jadeante que tenía era tan espectacular. Deseaba morir allí, tan llena de placer. De pronto.

    —Ahora vas a saber lo que es bueno zorra —expresó con una voz de autoridad, esa palabra me catapultó en la sumisión.

    Me bajó totalmente la ropa hasta llegar al suelo, instintivamente yo alcé un pie, para que me saque la ropa, luego el otro pie para quedar libre del pantalón y calzón qué lo tiró a un rincón. Así de espalda hacia él me colocó una pierna en la segunda grada de la escalera. Abrió y sujetó una nalga con una mano y la otra la ensalivó para colocarlo en la cabeza de su titánico órgano, hábilmente lo colocó en la entrada de la muy dilatada y mojada vagina, la hundió lentamente sin misericordia hasta tocar mis entrañas. Fue algo tan exquisito, el grosor era lo que más me llamaba la atención, sentía la presión que le hacía, con indiscriptibles sensaciones inusuales de placer. Estuvo así, en un vaivén de empujada y retirada; ingresaba y salía, lo volví a empujar y volvía a sacar. Mi vagina experimentaba enormes shock eléctricos de placer.

    No me podía imaginar que tan cachonda y caliente era. Yo le ayudaba, le abría más mi pierna para que la penetración sea más profunda. Don Pepe disfrutaba en forma universal. Poco a poco la habitación se fue convirtiendo en un horno, él empezó a chorrear de sudor que caía por mi espalda, nalgas y piernas confundiéndose con los míos. De rato en rato tenía espasmos de clímax que venían me irrigaban de electricidad que luego desaparecía y después volvían aparecer con más fuerza que la anterior. No sé cuántas veces terminé allí, en esa posición, perdí la cuenta. También perdí la razón porque me había convertido en su zorra como él me nombró.

    Había momentos en qué nos quedabamos quietos y congelado, conectados sexualmente, para escuchar algo afuera, mi corazón era el que más bulla hacia. Pero nada, afuera era todo silencio. En una última empujada profunda que me dió, él terminó abruptamente dentro de mí. Un volcán explotó dentro mojándome toda internamente. En eso, escuchamos los gritos escandalosos y furiosos de la celebración de un gol. Fue ensordecedor que me estremeció toda. Perú había anotado un gol, Don Pepe había anotado un gol. Perú y Don Pepe habían ganado.
     
    Salta Montes, 26 Abr 2024

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    JC-OL-10, 2 May 2024 a las 21:34

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    Ganadaso don pepe....y despues supongo hubo mas encuentros
     
    Danielon90, 4 May 2024 a las 21:12

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