Crónicas del Placer Don Pepe, un viejo gordo y libinidoso (Parte 07)

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Salta Montes, 16 Abr 2024.

    Salta Montes

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    Amaneció con el resplandor dorado del sol, anunciando un día prometedor en el horizonte. Era sábado, un día especial, y mi esposo había decidido no ir al trabajo. Su propuesta de ir a la playa había sido como un bálsamo para mi alma atribulada, una oportunidad de escapar de los conflictos emocionales que me habían consumido en los últimos días.

    Desde hacía un tiempo, la sombra de Don Pepe se cernía sobre mí, atrayéndome con su magnetismo oscuro y prohibido. Su presencia me agobiaba y a la vez me seducía, envolviéndome en un torbellino de emociones contradictorias. Pero hoy, en la cálida brisa del mar, esperaba encontrar un respiro, una pausa en la tormenta que había estado azotando mi mente y mi corazón.

    Llegamos a la playa de Ancón, donde el bullicio de la multitud era palpable en el aire. Familias enteras se apresuraban a encontrar el lugar perfecto en la arena, desplegando sombrillas y extendiendo toallas con entusiasmo. Los niños reían y jugaban, correteando por la orilla del mar con una alegría contagiosa.

    Mientras caminábamos por la playa, me dejé llevar por el ambiente festivo que me rodeaba. Jovencitas radiantes lucían sus curvas en atrevidos bikinis de dos piezas, mientras que los hombres con gafas oscuras disfrutaban del espectáculo con una mirada ávida.

    Las aves marinas revoloteaban en el cielo abierto, trazando círculos perfectos sobre el mar azul. El sonido de las olas rompiendo suavemente contra la costa se mezclaba con el murmullo de la gente, creando una sinfonía de sonidos que llenaba mis sentidos de asombro y admiración.

    En ese momento, mientras el sol acariciaba mi piel y el aroma salado del mar llenaba mis pulmones, supe que había encontrado un refugio en medio del caos. La playa, con su eterno vaivén de mareas y su inmutable belleza, me recordaba la fuerza y la resiliencia del espíritu humano.

    Y así, bajo el resplandor del sol y el susurro del mar, me permití dejar atrás mis preocupaciones y sumergirme en el momento presente. Porque en ese instante, en medio de la belleza y la serenidad de la playa, encontré la paz que tanto anhelaba.
    Bajo el radiante sol del mediodía, nos dirigimos hacia uno de los rincones más concurridos de la playa: un restaurante cercano que era conocido por su exquisito ceviche. El bullicio de los comensales y el aroma tentador de los platos nos recibieron con los brazos abiertos, invitándonos a sumergirnos en una experiencia gastronómica inolvidable.

    Mientras degustábamos cada bocado delicioso y disfrutábamos de las gaseosas heladas que acompañaban nuestra comida, el mundo exterior parecía desvanecerse, dejándonos a solas con nuestros pensamientos y emociones. Una vez saciados, nos aventuramos hacia la playa, llevando con nosotros el espíritu ligero y despreocupado que solo el mar puede inspirar. Bajo la sombra reconfortante de una sombrilla, nos sumergimos en una charla amena y relajada, dejando que el murmullo de las olas nos envolviera en su abrazo tranquilizador.

    —¿Qué te parece si nos damos un chapuzón? —propuse, señalando el mar brillante bajo el sol.

    —¡Claro que sí! —respondió mi esposo con una sonrisa—. ¡Me encantaría!

    Nos dirigimos hacia el mar, caminando descalzos por la arena caliente. El sonido de las olas rompiendo suavemente en la playa era como una melodía que nos llamaba hacia el agua.

    —¡El agua está perfecta! —exclamé, sintiendo la frescura del mar en mis pies.

    —Sí, es una delicia —respondió mi esposo, contento y corriendo hacia las olas.

    Nos sumergimos en el agua cristalina, riendo y jugando como niños. Las olas nos envolvían con su fuerza, haciéndonos sentir vivos y libres.

    —¡Esto es maravilloso! —grité, dejándome llevar por la emoción del momento.

    —¡Sí! ¡No recuerdo la última vez que me sentí tan bien! —respondió mi esposo, chapoteando a mi lado.

    Nos sumergimos una y otra vez, disfrutando de la sensación de libertad que nos brindaba el mar. En ese momento, todas nuestras preocupaciones se desvanecieron, y solo éramos dos almas felices, perdidas en el abrazo del océano. Pasamos un tiempo maravilloso en el mar, dejándonos llevar por la emoción de cada ola que se acercaba. A veces, él me abrazaba con fuerza, como si quisiera protegerme del mundo entero. Otras veces, me pedía que me subiera a sus hombros y me lanzaba con valentía hacia el agua, desafiando a las olas con una risa contagiosa que llenaba el aire.

    En esos momentos de diversión desenfrenada, el tiempo parecía detenerse, y éramos solo nosotros dos, perdidos en el abrazo del mar y la euforia del momento. Cada risa, cada grito de alegría, se convertía en un eco de nuestra complicidad, un recordatorio de la conexión única que compartíamos. Al salir del agua, noté que mi bikini, el mismo que había usado durante años, ahora me quedaba demasiado ajustado y chiquito. El roce del agua sobre mi piel parecía intensificar la sensación de opresión, como si estuviera luchando contra una prisión invisible.

    Mientras caminaba por la orilla, sentí cómo cada movimiento se veía acentuado por la tensión de la tela, revelando sutilmente las curvas de mi cuerpo. El agua, cómplice silenciosa, acariciaba mi piel y hacía que las finas formas de mi vulva se traslucieran bajo el tejido del bikini, una sutil raya en medio y unos bordes carnosos a ambos costados se visualiza creando un efecto hipnótico y sensual. Sentí la mirada furtiva de los hombres que se cruzaban con la mía, consciente del efecto que mi figura curvilínea tenía sobre ellos, los botones erectos de mis pezones y la atrevida exposición de mi pubis en el bikini color carne, no pasaban desapercibidos.

    Aunque inicialmente me sentí cohibida por la incomodidad del traje de baño, pronto me di cuenta de que esa misma incomodidad había despertado una sensación de excitación y liberación en mí. Con cada paso que daba, me sentía más segura de mí misma, más consciente de mi feminidad y del poder que residía en mi propio cuerpo.

    Y mientras la brisa marina jugueteaba con mis cabellos mojados y el sol acariciaba mi piel con su cálido resplandor, supe que ese día en la playa sería mucho más que un simple día de descanso: sería una oportunidad para redescubrirme a mí misma, para abrazar mi sensualidad y para celebrar la belleza única que reside en cada una de nosotras, las mujeres. Me sentía segura y empoderada, sabiendo que mi esposo me admiraba con orgullo. Sus ojos brillaban con satisfacción al contemplar mi belleza, y en ese momento, supe que no había lugar en el mundo donde me sintiera más hermosa y amada que a su lado. Y mientras el sol se deslizaba lentamente hacia el horizonte y las olas seguían danzando en la playa, nos aferramos a ese instante de felicidad compartida, prometiéndonos que nunca olvidaríamos aquel día.

    Después de un refrescante baño en el mar, decidimos relajarnos en las cómodas sillas playeras y bajo la sombrilla que habíamos alquilado para el día. Me dejé caer con gracia en la silla, sintiendo el suave roce de la brisa marina acariciando mi piel. Con mis gafas oscuras protegiendo mis ojos del resplandor del sol, contemplé el cielo azul infinito, adornado con la danza de las aves marinas que pintaban figuras caprichosas en el aire. A mi lado, mi esposo se sumergió en la lectura de una revista, dejándose llevar por el suave murmullo de las olas que rompían en la orilla. Con el tiempo, el hechizo del mar se apoderó de él, y su respiración tranquila y pausada indicaba que había caído en un reparador sueño. Yo, por mi parte, me acomodé en la silla, cruzando ligeramente las piernas para encontrar la postura más cómoda, permitiendo que mis brazos se deslizaran suavemente bajo mi cabeza, realzando la voluptuosidad de mis senos y haciendo más visible la fina raya que dividía mi concha.

    Sin embargo, mientras me sumergía en la placidez del descanso, me percaté de que muchas miradas, tanto masculinas como femeninas, se posaban en mí con una mezcla de curiosidad y envidia. Algunos hombres disimulaban su interés detrás de sus gafas de sol, mientras que algunas mujeres lanzaban miradas de desaprobación que no lograban opacar mi presencia radiante en la playa. A pesar de las miradas indiscretas que se clavaban en mi figura, me permití sumergirme en la tranquilidad del momento, dejando que el murmullo del mar me envolviera en un abrazo reconfortante. Estaba determinada a disfrutar de este día al máximo, sin dejar que nada ni nadie perturbara mi paz interior.

    A pocos metros de mí, el bullicio de la playa seguía su curso con una armonía propia. Grupos de parejas de enamorados compartían risas y gestos de ternura bajo la sombra de las sombrillas, mientras que familias enteras se congregaban alrededor de unas sombrillas más grandes y de mesas repletas de bebidas y helados para disfrutar de un día de sol y mar. Cerca de la orilla, otros veraneantes habían extendido sus coloridas toallas sobre la arena, buscando el lugar perfecto para relajarse y broncearse bajo el cálido abrazo del sol. El ir y venir de las olas parecía acunar sus sueños y sus conversaciones, creando una atmósfera de paz y serenidad que invitaba al descanso y la contemplación. Me sentí atraída por este espectáculo de vida y alegría que se desplegaba ante mis ojos, como si cada pareja, cada familia, cada individuo fuera una pieza única en el rompecabezas de la playa, contribuyendo con su propia esencia a la belleza y la diversidad del lugar.

    En medio de aquel escenario tan vivo y vibrante, me sentí parte de algo más grande, algo que trascendía las preocupaciones y los problemas cotidianos. Era como si el mar y la arena fueran testigos silenciosos de nuestras alegrías y nuestros anhelos, uniéndonos en un vínculo invisible pero poderoso que nos recordaba la belleza y la magia de la vida. En el borde entre la vigilia y el sueño, mis sentidos se agudizaron, y una presencia ominosa se insinuó en mi conciencia. Entre las sombras danzantes de mis sueños, una figura obesa se materializó a poca distancia de mí, extendida sobre la arena como un espectro acechante en la noche. El murmullo de la multitud parecía desvanecerse en un silencio ominoso, y el suave susurro del viento se desvaneció en el aire.

    En un instante de lucidez, desperté de mi letargo, sacudiendo las sombras de mis sueños con un gesto frenético. Mis manos buscaron frenéticamente mis gafas oscuras, anhelando la claridad que ofrecían, y cuando las saqué de mis ojos, el horror se hizo evidente: me sentí paralizada, atrapada en un instante suspendido en el tiempo, mientras el peso de la mirada de Don Pepe me envolvía en un abrazo helado. Él se erigía sobre la arena, su figura obesa y velluda como un coloso en reposo. Vestía un short blanco que apenas contenía su intimidad, revelando una abundancia de vellosidades negras que cubrían cada centímetro de su cuerpo cobrizo, como un denso manto selvático. Cada rincón de su piel parecía estar adornado con una exuberante vegetación oscura, que se mecía con la brisa marina como en un baile macabro. Su presencia imponente eclipsaba todo a su alrededor, y su mirada fija en mí era como un faro en la oscuridad, atrayéndome hacia un abismo de deseo y temor. Con una mirada cargada de deseo desafiante, posó su mano sobre sus enormes atributos masculinos con un gesto sutil pero obsceno, como un desafío directo hacia mí. Aquella visión envió una descarga eléctrica a través de mi cuerpo, haciendo que mi piel se erizara y mi corazón latiera con fuerza en mi pecho, una mezcla de excitación y temor se apoderó de mí ante su presencia intimidante.

    La mirada de Don Pepe recorrió cada centímetro de mi cuerpo, deteniéndose de manera descarada en mis partes más íntimas. Sus ojos, cargados de deseo y lujuria, parecía atravesar mi piel, dejándome expuesta y vulnerable ante su intensa mirada. En ese instante, me sentí desnuda, no solo físicamente, sino también emocionalmente, como si él pudiera leer cada pensamiento y deseo oculto que se escondía en lo más profundo de mi ser. Era como si estuviera desnudando mi alma con solo una mirada, dejándome completamente expuesta ante él.

    CONTINUARÁ...
    (GRACIAS POR LEER ESTA HISTORIA NO OLVIDE DE HACER UN COMENTARIO Y DAR LIKE)
     
    Salta Montes, 16 Abr 2024

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    Me gusto este relato, la aparición de ese hombre y la forma como lo describes en vez de causar rechazo me colma de sensaciones y mucho morbo; en lo personal la playa es un lugar donde disfruto sentirme observada y me hace explotar muchas sensaciones. Tiempo atrás hize un relato al respecto pero el tuyo sin llegar al sexo fue explosivo
     
    golosisimaperu, 17 Abr 2024

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    A Danielon90, Bisonte1977 y Salta Montes les gusta esto.

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    Hola y gracias por comentar @golosisimaperu

    No sabía exactamente en dónde crear este nuevo relato, y buscar un escenario apropiado se hizo un poco difícil: sí sería en la playa, en el río, en una piscina pública o en un mercado.

    Pero bajo la circunstancias de una experiencia reciente de confusión y deseo. No tuve mejor idea que realizarlo en la playa, ya que la playa o piscina pública representa una vitrina para la exhibición de un cuerpo.

    En primera instancia deseaba realizar el relato en compañía de su nueva vecina la otra protagonista secundaria 'Daniela'. Aunque reunía y combina la edad y el diseño de los cuerpos para juntas y pasar una experiencia en la playa, la descarté. Al final el que encajaba mejor en ese papel de compañía era el esposo. Por razones obvias, darle importancia al papel de él.

    Junto a su esposo Marta experimenta sensaciones y emociones desbordantes al ser observada en la playa y olvidarse de los últimos acontecimientos con Don Pepe, el hombre que la ha perturbado emocionalmente, y la que despierta en ella una mezcla de temor, deseo y vulnerabilidad. A pesar de estar en un entorno aparentemente tranquilo y relajado, la presencia inesperada de Don Pepe la hace sentir expuesta y vulnerable, como si estuviera siendo observada desde las sombras.

    El encuentro anterior con Don Pepe ha dejado una marca indeleble en la mente de Marta, quien ahora se siente constantemente acechada por su presencia y sus miradas cargadas de deseo. Esta sensación de ser observada intensifica su vulnerabilidad y la hace sentir como si estuviera desnuda frente a él, aunque esta en bikini y rodeada de otras personas y el esposo en la playa.

    Además, la atracción magnética que siente Marta hacia Don Pepe añade una capa adicional de complejidad emocional a la historia, ya que se debate entre el impulso de resistir su presencia, y el deseo inconsciente de ser vista y deseada por él.

    Esta tensión emocional contribuye a que Marta experimente sensaciones desbordantes mientras es observada en la playa, ya que se encuentra en un estado de conflicto interno entre su voluntad y sus deseos más profundos.

    Además las miradas acechantes de otros hombres en la playa la hacen sentir bien. A pesar que el esposo está presente siente una complicidad confortable e inocente por parte de él. Eso le da otra dimensión a la historia, la enriquece y la hace más compleja.

    Por último, la aparición casi fantasmórica de Don Pepe en la playa, deja desnuda los sentimientos y sensaciones vulnerables prohibidos que tiene ella.
     
    Salta Montes, 17 Abr 2024

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    Gracias por responder, en lo personal la playa es el lugar donde una mujer puede sentirse deseada y colmada de miradas, ir con una pareja no hace otra cosa que aumentar la libido, una sonrisa coqueta con un extraño el intercambio de miradas con el padre de familia al lado de su mujer o el deseo del maduro por la joven pareja ajena es muy erotico...
     
    golosisimaperu, 19 Abr 2024

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    #4
    A Bisonte1977 y Salta Montes les gusta esto.

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    que buenas historias.
    tienes muy buena técnica para la redacción, parece que estás leyendo una novela o una historia de un libro comprado en una librería.
    espero el desenlace de la historia.
    nuevamente mis felicitaciones por tan buen relato.
     
    ArthurBishop, 22 Abr 2024

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    A Salta Montes le gusta esto.

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    Gracias @ArthurBishop me fascina escribir. La historia en mente tiene muchos giros sorprendentes. Lo importante es transmitir sensaciones. La protagonista se ve envuelta en una telarañas de deseos y repulsión, por de la presión psicológica de Don Pepe, un viejo que sabe muy bien el perfil sexual de ella.
     
    Salta Montes, 23 Abr 2024

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