Crónicas del Placer Don Pepe, un viejo gordo y libinidoso (Parte 09)

Tema en 'Relatos Eróticos Peruanos' iniciado por Salta Montes, 25 Abr 2024.

    Salta Montes

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    Después de salir de la playa, recorrimos el balneario de Ancón buscando un lugar donde saciar nuestro antojo. Había algo especial en ese momento: el sol que se ocultaba en el horizonte, el mar que se desvanecía en tonos dorados y el sonido lejano de las olas. Encontramos una pollería animada y acogedora, el aroma a pollo a la brasa nos daba la bienvenida desde la entrada.

    Nos sentamos en una mesa junto a la ventana, observando a la gente pasar por la calle mientras esperábamos nuestro pedido. Unas gaseosas heladas llegaron primero, un alivio para el calor de la tarde. El pollo a la brasa fue todo lo que esperábamos y más; jugoso, dorado, con las papas crujientes y una deliciosa salsa que no podíamos dejar de comer. El momento se sentía perfecto, una pausa en el bullicio del día para disfrutar de algo simple pero reconfortante.

    Riendo y compartiendo historias, recordamos las veces que salíamos juntos, antes de que el trabajo y las obligaciones nos arrollaran con su rutina. Era un reencuentro necesario, y mientras mi esposo bromeaba, supe que quería más de estos momentos.

    Sin embargo, cuando finalmente regresamos a casa, la atmósfera cambió. Mi esposo se veía agotado, la energía de la playa y la emoción de la cena parecían haberlo drenado. Pensé que el día continuaría con pasión, con esa chispa que solo nosotros dos podíamos compartir. Pero apenas llegó a la cama, se dejó caer y, en cuestión de minutos, el suave ronquido indicaba que ya había caído en los brazos de Morfeo.

    Una decepción me recorrió, una sensación de vacío por el final abrupto del día. Había tenido expectativas, sueños de una noche romántica, pero la realidad era más simple y mundana. Suspiré, resignada, y supe que tendría que esperar otro día para que la pasión que habíamos disfrutado en el pasado volviera a encenderse. No había nada que pudiera hacer más que aceptar el momento y esperar por el próximo.

    Sentí una sensación de vacío al darme cuenta de que la noche no sería lo que esperaba. Imaginaba una velada apasionada con mi esposo, pero el cansancio lo venció, llevándolo a un sueño profundo casi al instante. Tuve que cambiarle la ropa con cuidado para no despertarlo, colocándole su pijama con suavidad mientras respiraba lentamente, sumido en el descanso.

    Ya era medianoche y yo no tenía sueño. Me sentía agitada, mi mente dando vueltas, incapaz de encontrar tranquilidad. Entonces, como un flash, la imagen de Don Pepe en la playa volvió a mi mente. ¿Qué diablos hacía allí? La pregunta golpeó mi mente con fuerza. ¿Había seguido mis pasos hasta la playa? ¿Por qué parecía siempre estar cerca, como una sombra?

    El recuerdo de su mirada, esa mirada descarada que se había posado en mis partes íntimas, me estremeció. Era como si esa mirada tuviera el poder de desatar algo en mí, una mezcla de disgusto y extraña excitación. Recordar ese momento mientras mi esposo dormía a mi lado me dejó inquieta, con el cuerpo caliente por emociones que no esperaba sentir.

    La noche estaba en silencio, solo se escuchaban los ronquidos suaves de mi esposo y el susurro lejano de la ciudad. Pero mi mente estaba en un torbellino, atrapada entre el deseo y el miedo, entre el amor por mi esposo y el recuerdo invasivo de Don Pepe. Me quedé mirando al techo, con la sensación de que el vacío se llenaba lentamente de pensamientos oscuros y sensaciones que no podía controlar. ¿Qué pasaría si Don Pepe decidiera acercarse más? ¿Cómo enfrentaría ese deseo inapropiado y las dudas que me atormentaban? En esa madrugada, supe que no encontraría respuestas pronto. El peligro y la emoción se entremezclaban, dejándome con el corazón acelerado y la mente inquieta.
    El golpe súbito de un ruido proveniente del pasillo hizo que mi corazón diera un vuelco. Parecía como si alguien hubiera abierto una puerta cerca del apartamento. El pensamiento aterrador de que pudiera ser Don Pepe, quien tenía una llave de mi apartamento, me llenó de ansiedad. El miedo se apoderó de mí, pero mi curiosidad era tan grande que no podía quedarme quieta.

    Sigilosamente, me levanté de la cama, asegurándome de no despertar a mi esposo, y caminé descalza hasta la puerta principal de nuestro apartamento. El silencio era tan profundo que cada paso resonaba como un trueno en mis oídos. Con manos temblorosas, giré la manilla lentamente, abriendo la puerta solo lo suficiente para echar un vistazo al pasillo.

    Mi corazón latía como un tambor mientras observaba la figura obesa de Don Pepe bajando las escaleras con pasos lentos y deliberados. No parecía haberse dado cuenta de mi presencia, pero cada fibra de mi cuerpo estaba en alerta máxima. Vi cómo desaparecía entre las sombras, descendiendo hacia el segundo piso y luego perdiéndose en la oscuridad del pasillo.

    Mis pensamientos iban a mil por hora, preguntándome a dónde podría estar yendo a esa hora de la madrugada, pero no quise ahondar más en el tema. Cerré la puerta con cuidado y volví a mi habitación, esperando que el sonido de mi respiración no delatara mi inquietud. Me deslicé de nuevo bajo las mantas, junto a mi esposo, tratando de calmarme y dormir, pero el peligro parecía acechar en cada esquina del edificio.

    La noche era un manto de incertidumbre, y yo me encontraba atrapada en un laberinto de preguntas sin respuestas. ¿Qué podría estar tramando Don Pepe? ¿Estaba siguiendo mis movimientos, acechando desde las sombras? El miedo y la adrenalina me mantenían despierta, mientras trataba de convencerme de que todo estaba en mi imaginación. Pero algo en mi interior me decía que no estaba equivocada, que algo oscuro se estaba gestando, y mi vida pronto cambiaría de maneras que no podía anticipar.

    ―¡Buenos días, cariño! ―mi esposo estaba frente a mí, impecablemente vestido y peinando―. No te desperté porque pensé que querrías dormir más.

    ―¿Dormir más? ―dije, todavía entre el sueño y la vigilia―. ¿Qué hora es?

    ―Las siete y media ―respondió con una sonrisa―. He hecho café y tostadas. No es gran cosa, pero al menos no te quedarás sin desayunar.

    Me senté en la cama y lo miré con sorpresa. No estaba acostumbrada a que él preparara el desayuno, pero agradecí el gesto. El olor a café recién hecho inundaba la habitación, y no pude evitar sentirme un poco culpable por no haberme levantado antes.

    ―Gracias, cariño ―dije, poniéndome de pie mientras me estiraba―. No tenía idea de que ya era tan tarde.

    ―No pasa nada ―respondió él, acomodando su corbata―. Tengo que irme al trabajo, recuerda que hoy estaremos haciendo unos inventarios y saldré muy tarde quizás de noche, pero pensé que sería bueno que te levantaras con algo listo para empezar el día. Espero que te guste.

    ―Claro que me gusta ―contesté, acercándome para darle un beso―. Eres un amor.

    Mi esposo sonrió y me abrazó con fuerza, como solía hacerlo antes de salir de casa.

    ―Te quiero, amor ―dijo mientras me abrazaba—. Y te llamaré cuando ya salga del trabajo ¿Ok? —concluyó.

    ―Ok, esperaré tu llamada, yo también te quiero amor―respondí, sintiendo una cálida emoción que llenaba el espacio entre nosotros.

    Al verlo marcharse, el sonido de sus pasos en el pasillo y el clic de la puerta al cerrarse marcaron el inicio de un nuevo día. El sol se filtraba por la ventana, iluminando el desayuno que él había preparado. Aunque no era un festín, el simple gesto de preocuparse por mí me hizo sentir especial. Mientras tomaba la primera taza de café, el calor y la sensación de normalidad me trajeron una calma inesperada, como si los sucesos de la madrugada fueran parte de un mal sueño del que despertaba. Sin embargo, algo en mi mente me decía que los desafíos apenas estaban comenzando, y que tendría que mantenerme alerta.

    ―¿Todo bien por ahí? ―me pregunté a mí misma mientras me sentaba en el inodoro, tratando de despejar mi mente de la sensación de pesadez que me envolvía. Me sentía agotada, como si el peso del mundo cayera sobre mí, y el simple acto de estar sentada allí era una especie de alivio, aunque fuese temporal.

    Cómo media hora después, me levanté y me dirigí a la cocina para terminar el desayuno que mi esposo había preparado. El aroma a café ya se había disipado, pero todavía quedaban las tostadas y un poco de mermelada. Comí sin prisa, disfrutando del silencio de la casa. Cada bocado parecía un esfuerzo, pero el simple hecho de estar sola me daba algo de tranquilidad.

    Después de terminar el desayuno, me sentí tan cansada que decidí recostarme en el sofá de la sala. Me arropé con una manta y cerré los ojos, dejándome llevar por el suave murmullo del viento que entraba por la ventana abierta. El cansancio pronto me ganó, y caí en un sueño profundo. Era como si mi cuerpo necesitara desconectarse del mundo para recuperar algo de energía.

    Mi sueño fue profundo y sin interrupciones, una pausa en la que el tiempo parecía detenerse. La casa estaba en silencio, el sol brillaba en lo alto, y todo parecía en calma. Sin embargo, en el fondo de mi mente, algo me decía que la tranquilidad no duraría mucho tiempo, y que algo más estaba por venir. De pronto empecé a soñar. En el sueño, el viento salado azotaba mi rostro mientras galopaba sobre un caballo dorado por una playa desierta. El horizonte se extendía infinito, y las olas se alzaban como gigantes amenazantes, golpeando la orilla con furia incesante. El caballo, nervioso por la violencia del mar, comenzó a correr a mayor velocidad, sus cascos marcando un ritmo frenético sobre la arena húmeda.

    Sentía la brisa fría y la emoción del galope, pero de repente, el caballo se detuvo en seco. No tuve tiempo para reaccionar y salí volando hacia las olas embravecidas. El agua me tragó en un instante, girando y arremolinándose a mi alrededor. La fuerza del mar era aterradora, y mi instinto fue luchar para salir a la superficie.

    Mientras me debatía entre las olas, una mano gruesa, fuerte y conocida me sujetó del brazo, tirando de mí para evitar que me hundiera. Abrí los ojos para ver a mi salvador y, para mi sorpresa, era don Pepe. Su rostro estaba tan cerca que podía sentir su aliento. Un frío escalofriante recorrió mi cuerpo mientras me sostenía con firmeza. El miedo se apoderó de mí. No podía entender por qué él estaba allí, ni qué significaba todo aquello.

    Desperté sobresaltada, con el corazón latiendo a mil por hora y la piel empapada de sudor frío. La imagen de don Pepe sosteniéndome para que no me hundiera era desconcertante y aterradora al mismo tiempo. No sabía si el sueño era una advertencia o simplemente el producto de mi mente jugando trucos conmigo. El recuerdo de su mano velluda sosteniéndome persistió, dejándome intranquila y preocupada por lo que podría significar.

    Me disponía a cocinar, pero antes me di cuenta que no tenía víveres suficientes para el almuerzo, entonces decidí ir al supermercado.

    Mientras bajaba las escaleras del edificio, me encontré con Daniela, mi vecina, que también parecía tener prisa.

    —¡Hola, guapa! —saludó Daniela con una sonrisa radiante, levantando la mano en señal de saludo.

    —Hola, Dani —respondí, sonriendo a medias—. ¿Dónde vas tan arreglada?

    —Voy al supermercado. ¿Te apuntas? —preguntó, ajustando su minifalda y sacudiendo su cabello con un gesto coqueto.

    —Sí, justo iba para allá. Necesito comprar algunas cosas para el almuerzo —le dije, tratando de sonar despreocupada. La verdad es que todavía tenía el sueño en mi mente, y necesitaba distraerme.

    Mientras caminábamos hacia el supermercado, la conversación fluyó con naturalidad. Hablábamos de la última serie de televisión que habíamos visto, de los planes para el fin de semana y, por supuesto, de chismes de vecinas.

    —Oye, ¿supiste que la señora Pilar tuvo una bronca con su marido? —comentó Daniela, con esa chispa en los ojos que indicaba que había algo jugoso por descubrir.

    —No, ¿qué pasó? —pregunté, disimulando el interés.

    —Parece que lo agarró con otra. Dicen que se armó un escándalo en pleno patio —dijo, como si contara un secreto que solo compartía conmigo.

    —¡Madre mía! —exclamé, intentando parecer sorprendida—. Espero que todo se arregle pronto. La señora Pilar siempre me ha caído bien.

    Mientras hablábamos, pasamos por un grupo de hombres que nos miraron de arriba abajo. Uno de ellos soltó un silbido y otro comentó algo entre dientes. Daniela, acostumbrada a esos piropos, simplemente sonrió y me guiñó un ojo.

    —Nos tienen vigiladas estos—dijo en tono de broma.

    —Sí, parece que somos el centro de atención —contesté, riendo un poco para disimular el rubor que subía por mis mejillas.

    Aunque las miradas y los piropos nos halagaban, no podía evitar sentir una pizca de incomodidad. Era como si cada paso que daba me acercara a la imagen de Don Pepe en la playa. Pero estaba decidida a disfrutar del momento y a pasar un buen rato con Daniela. No iba a permitir que un sueño extraño o las miradas indiscretas arruinaran mi día.

    Mientras caminábamos por los pasillos del supermercado, Daniela me contó sus planes para el día.

    —Mi marido quiere carne para el almuerzo y pollo para la cena. No sé cómo se las arregla para comer tanto —dijo con una sonrisa pícara.

    —¿Y tú qué quieres? —pregunté, mirando los estantes llenos de productos frescos.

    —A mí me da igual —respondió Daniela con un gesto despreocupado—. Mientras no tenga que cocinar mucho, todo va bien.

    —Yo quiero comprar pescado y algunas verduras para hacer algo más ligero —comenté, empujando el carrito.

    Llegamos a la carnicería, donde un chico joven y atractivo atendía detrás del mostrador. Tenía el pelo peinado hacia atrás y llevaba un delantal limpio. Cuando vio a Daniela, su actitud cambió por completo. Se le veía más atento, casi como un galán de telenovela.

    —Hola, guapa, ¿qué te sirvo hoy? —dijo el chico con una sonrisa brillante.

    —Hola, bonito —respondió Daniela, guiñándole un ojo—. Quiero medio kilo de carne picada y un par de filetes, pero que estén bien jugosos, ¿eh?

    El chico se puso a cortar la carne con una destreza impresionante, pero su mirada se quedaba fija en Daniela. Ella, divertida por la atención, le sonreía y le hacía algún que otro comentario coqueto.

    —¿Vas a salir esta noche? —preguntó el chico mientras envolvía la carne.

    —No lo sé, tal vez con mi marido. Pero siempre se puede hacer un hueco para una buena compañía, ¿no crees? —contestó Daniela, soltando una carcajada.

    Yo miraba la escena con cierta sorpresa y diversión. Daniela tenía esa habilidad para encantar a la gente con su carisma y su sonrisa. El chico, por supuesto, estaba completamente cautivado.

    —Oye, ¿me puedes dar también un par de chorizos? A mi marido le encantan —dijo ella, como si fuera lo más normal del mundo.

    —Por supuesto, para ti lo que quieras —dijo el chico, que parecía hipnotizado por ella.

    Yo solo observaba el espectáculo, sonriendo y moviendo la cabeza. Era como ver a una maestra del coqueteo en acción. Cuando finalmente terminamos nuestras compras, Daniela me dio una palmada en el hombro.

    —¿Ves? Así es como se consigue un buen trato en la carnicería —dijo con un guiño—. Tienes que saber jugar tus cartas.

    —Voy a tener que aprender de ti —le respondí riendo—. Tienes todo un talento.

    Ella me guiñó un ojo y nos dirigimos a la caja para pagar nuestras compras. Aquel encuentro en la carnicería fue más entretenido de lo que esperaba, y la actitud de Daniela me enseñó que un poco de carisma y coqueteo pueden hacer que cualquier experiencia sea más divertida.

    Cuando regresábamos a casa, el grupo de hombres por el que pasamos a la ida estaba aún ahí, pero ahora eran más descarados. Sus voces llenaban la calle con piropos altisonantes, algunos tan subidos de tono que me ruboricé. Daniela, por su parte, mantenía la calma, aunque de vez en cuando se le escapaba una sonrisa.

    —¡Eh, guapas! ¿De dónde salen dos bellezas como ustedes? —gritó uno de ellos, haciendo que el resto estallara en risas.

    —¡Con ese vestido, hasta el sol se derrite! —dijo otro, señalando a Daniela.

    Ella simplemente sonrió y siguió caminando, aunque yo noté que se enderezó un poco más y levantó la barbilla, como si los piropos le dieran más confianza.

    —A ti te gusta esta atención, ¿verdad? —le susurré, medio en broma, medio en serio.

    —Un poquito, no lo voy a negar —respondió Daniela con un guiño—. Pero hay que saber dónde está la línea.

    —Claro —asentí, intentando no mirar demasiado a los hombres que nos seguían con la vista.

    Uno de ellos, más atrevido, nos siguió por unos metros y dijo:

    —¿Por qué tan rápido, guapas? ¡Quédense un rato con nosotros!

    Daniela le lanzó una mirada fulminante y le respondió con tono firme:

    —Si tienes algo interesante que decir, dilo, pero no te pases de la raya, ¿entendido?

    El hombre se echó hacia atrás, sorprendido por la respuesta, mientras el resto del grupo soltaba risas nerviosas. Parecía que Daniela había puesto en su lugar al más atrevido, y eso nos permitió caminar más tranquilas.

    —¡Así se hace! —le dije, impresionada por su valentía.

    —Hay que tener mano firme con estos tipos —dijo ella, sacudiendo la cabeza—. A veces solo entienden las cosas cuando les pones los límites.

    Cuando finalmente llegamos a casa, las voces de los hombres se fueron desvaneciendo a lo lejos. Nos despedimos con un abrazo y, mientras subía las escaleras a mi apartamento, pensé en lo incómodo que había sido ese encuentro. Daniela, por otro lado, parecía tomarlo todo con calma. Tal vez era yo quien tenía que aprender a lidiar con esas situaciones con más confianza y valentía.

    Cerré la puerta de mi apartamento cuidadosamente y me dispuse a colocar todo lo comprado sobre la mesa de la cocina. Era un día normal, al menos eso pensaba yo. Al terminar de colocar las cosas, me dirigí a mi habitación para cambiarme a algo más cómodo: una blusa ligera, una minifalda y descalza para relajarme un poco.

    Al salir, fui directo a la sala, y ahí estaba Don Pepe, sentado en mi sofá con una sonrisa pícara. No me había dado cuenta de que estaba allí, y su presencia inesperada me dejó sorprendida y un poco asustada.

    —¡Vaya, qué bonita estás! —dijo, mirándome de arriba a abajo.

    Me quedé paralizada por un instante. ¿Cómo había entrado? ¿Qué hacía ahí?

    —Don Pepe... ¿qué... qué hace aquí? —pregunté, tratando de mantener la calma aunque mi voz temblaba un poco.

    —Tranquila, sólo quería saludarte. Vi que tu esposo salió temprano y pensé en hacerte compañía —respondió, como si fuera lo más normal del mundo.

    Intenté sonreír, pero la incomodidad crecía por dentro. ¿Por qué había entrado sin permiso? ¿Y por qué se sentía tan cómodo en mi sofá?

    —Es que... tengo cosas que hacer, ¿sabe? —dije, tratando de indicar que no era el mejor momento para visitas inesperadas.

    —No te preocupes, no me voy a quedar mucho tiempo. Solo quería verte. Siempre es un placer observar te todita —dijo Don Pepe, ignorando mi incomodidad.

    —Bueno, pues, gracias por la visita, pero... —traté de ser educada, pero también quería que se fuera.

    —Claro, claro, no te molesto más. Nos vemos luego, pero antes quiero que te levantes... la mini falda—dijo, levantándose lentamente, y me dio una mirada hipnotica que me puso la piel de gallina, le tuve miedo y morbo a la vez.

    En un acto de inconsciencia, mis manos obedecieron su orden, permitiéndole ver mi diminuta tanga negra que apenas cubría mis labios vaginales y contrastaba con mi piel: Los ojos de Don Pepe se abrieron como un portón de lujuria y deseos al instante.

    Reaccioné, y solté la falda. Me acerqué a la puerta para abrirla y dejarlo salir. Cuando finalmente salió, respiré profundamente, sintiendo cómo mi cuerpo tembloroso se relajaba un poco.

    Una vez que cerré la puerta, me apoyé contra ella, tratando de entender qué acababa de pasar. Tenía que ser más cuidadosa y, sobre todo, ¿como quitarle esa llave que el tiene? ¿Será mejor que cambie la cerradura? ¿Y por qué diablos le mostré lo que el quería ver? Don Pepe me había dejado con una sensación de inquietud que no podía ignorar.

    CONTINUARÁ
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    Salta Montes, 25 Abr 2024

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    Danielon90

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    Buenisimos tus relatos cofra @Salta Montes, cada que termina uno de ellos, deja la gran expectativa de leer el siguiente.
     
    Danielon90, 25 Abr 2024

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